UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN LETRAS FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOLÓGICAS LECTURAS ADJETIVADAS: PROTOTIPOS, REPERTORIOS Y PROTOCOLIZACIÓN EN LAS PRÁCTICAS DE LECTURA ACADÉMICA EN LOS ESTUDIOS LITERARIOS ESTADOUNIDENSES (2000–2020) TESIS QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE: DOCTOR EN LETRAS PRESENTA: DAVID PRUNEDA SENTÍES TUTORA PRINCIPAL DRA. NATTIE LILIANA GOLUBOV FIGUEROA (CISAN-UNAM) COMITÉ TUTOR DRA. ADRIANA MARÍA DE TERESA OCHOA (FFyL-UNAM) DRA. GABRIELA GARCÍA HUBARD (FFyL-UNAM) CIUDAD UNIVERSITARIA, CD. MX., AGOSTO 2023 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Para Alia, mi mamá, Felipe y mi papá. Para la memoria de mi abuelita, que me quiso tanto. Agradecimientos A Alia, por acompañarme en la vida, por compartir su amor conmigo y por sumar su felicidad a la mía. A mi mamá, mi tía y Felipe, por su cariño y su cuidado indispensables e incondicionales. A Nattie Golubov Figueroa, que fue la guía perfecta en esta travesía y cuyo intelecto deslumbrante es sólo comparable con su bondad y calidez humana. A Adriana de Teresa Ochoa y a Gabriela García Hubard, cuya agudeza y conocimiento no dejan de abrirme los ojos ante todo lo que todavía no conozco. A Irene Artigas Albarelli y a Susana González Aktories, quienes son fuentes de inspiración y modelos a seguir como académicas y como personas. Al Seminario de Teoría y Crítica Literarias, por darme un espacio privilegiado para ensayar mis ideas y recibir comentarios expertos e invaluables. A mis estudiantes, por su generosidad infinita. Esta tesis se la debo a ustedes y a sus lecturas. I can affirm that no existing literary critical methods were harmed in the making of my analysis, and no new ones employed. David Kurnick, “A Few Lies” Índice Introducción 1 Propósito y objeto de estudio 1 Antecedentes y estado de la cuestión 3 Enfoque 12 Hipótesis y estructura 14 Justificación 17 Primera parte. La retórica del prototipo 20 Preámbulo. Lectura, escritura y método 21 Capítulo 1. Prototipo y escritura académica 27 ¿Qué se entiende por prototipo? 27 El principio crítico, el valor de la tradición y la profesionalización 32 Provisionalidad y materialidad 35 Repetición y estructuras argumentativas 38 Tono 44 Puesta a prueba 50 Capítulo 2. Composition y departamentos de literatura 56 La función de la composition en las universidades estadounidenses 56 Paradigmas pedagógicos 64 Un instrumento de enseñanza 73 Capítulo 3. Modern Language Association y estudios literarios 77 La institución 77 El estilo y sus manuales 91 Epílogo. Escritura, lectura y estilo 106 Segunda parte. La hermenéutica del repertorio 111 Preámbulo. Controversias sobre hermenéutica 112 Capítulo 4. Repertorio y lectura académica 118 ¿Qué se entiende por repertorio? 118 Importación e invención teóricas 127 French Theory 128 Close reading 141 Capítulo 5. Una red de repertorios 150 Leer desde el adjetivo 150 Nodo ético 163 Nodo descriptivo 191 Nodo cognitivo 225 Epílogo. Concordia en la acumulación 250 Conclusiones 254 Prototipos, repertorios y protocolos 254 Conjeturas y certezas 255 La universidad corporativa y neoliberal 259 Protocolos metodológicos para humanidades en crisis 263 Consideraciones finales 264 Bibliografía 266 1 Introducción Propósito y objeto de estudio Esta investigación se propone explicar el diálogo en torno a las prácticas de lectura académica que ocupó la discusión teórica de los estudios literarios estadounidenses durante las dos primeras décadas del siglo XXI. Dado que en este diálogo se exploran nociones como reparative reading, distant reading, symptomatic reading, surface reading y cognitive reading, utilizo el nombre de ‘lecturas adjetivadas’1 para referirme a este fenómeno de manera integral y así plantearlo como el objeto de estudio de esta tesis. Entiendo las lecturas adjetivadas como un conjunto de textos que comienzan a publicarse a partir de la aparición de “Paranoid Reading and Reparative Reading; or, You’re So Paranoid, You Probably Think This Introduction Is About You” (1997), de Eve Kosofky Sedgwick.2 Esto se debe a que su propuesta de la reparative reading detonó una serie de debates interconectados acerca de cómo prácticas de lectura formalizadas habilitan o restringen los cuestionamientos, las experiencias y los análisis disponibles en los estudios literarios. Esto no quiere decir que antes no se discutieran problemas metodológicos en los departamentos de literatura estadounidenses, pero la particularidad de los años posteriores a la publicación del texto de Sedgwick radica en 1 Tomo este término de Jay Jin, quien habla de “adjectival reading” (105). A diferencia de Jin, he decidido utilizar el plural para dar cuenta de la heterogeneidad del fenómeno. Por su parte, Benjamin Morgan reconoce el fenómeno, haciendo énfasis también en los adjetivos: “an array of innovative kinds of reading are on offer, which might be tracked by the adjectives that have been proposed as alternatives to the claustrophobic ‘close’: ‘surface,’ ‘literal,’ ‘distant,’ ‘cognitive,’ ‘uncritical,’ and, fancifully, ‘obbligato’” (51). 2 En su primera versión, este texto fue la introducción al libro Novel Gazing. Queer Readings in Fiction. No obstante, el texto de Sedgwick se publicó nuevamente con algunos cambios en Touching Feeling. Affect, Pedagogy, Performativity (2003) con el título “Paranoid Reading and Reparative Reading, or, You’re So Paranoid, You Probably Think This Essay Is About You”. Ésta ha sido la versión más difundida y referida en las lecturas adjetivadas, por lo que también he optado por ella en lugar de utilizar el texto de 1997. 2 la significativa multiplicación de textos académicos que, en la mayoría de los casos, revisan prácticas de lectura anteriores y proponen una reading alternativa para el estudio de obras literarias. Debido a que las lecturas adjetivadas son un fenómeno propio de la disciplina de los estudios literarios recientes, los textos que constituyen el corpus de esta investigación se catalogan bajo la etiqueta genérica del texto académico. Esto quiere decir que, en cuanto que construcción lingüística, el texto académico se compone de un contenido y una forma propios —grosso modo, una disertación sobre asuntos relativos a los estudios literarios conducida por una estructura argumentativa—. En cuanto que objeto cultural, el texto académico es el resultado de condiciones de producción, distribución, regulación y consumo determinadas por instituciones educativas, editoriales universitarias, revistas especializadas y eventos de difusión. Puesto que las lecturas adjetivadas inician con la propuesta de la reparative reading, las características textuales y culturales de su corpus corresponden, por un lado, al horizonte temporal de las primeras dos décadas del siglo XXI y, por el otro, a los espacios de diálogo de los departamentos de literatura en Estados Unidos. Para estudiar las lecturas adjetivadas, esta investigación pondera alrededor de 60 textos académicos que aparecieron principalmente en forma de libros y artículos de publicaciones periódicas arbitradas. Si bien esta selección no es por completo exhaustiva, me parece que la amplitud de la muestra justifica que sea observada como un fenómeno discernible, al que es posible nombrar y examinar a profundidad. La explicación de esta consistencia puede iniciar con la consideración de dos factores. En primer lugar, todos los textos de las lecturas adjetivadas fueron escritos por miembros 3 de la academia estadounidense que en su mayoría se formaron en el sistema educativo universitario de Estados Unidos en las últimas tres décadas del siglo XX. Dado el importante nivel de estandarización de la educación superior y el alto grado de profesionalización de la disciplina de los estudios literarios estadounidenses —dos temas que exploro con detalle a lo largo de esta tesis— es razonable suponer que hay una cierta homogeneidad tanto en la instrucción universitaria, como en la práctica profesional de los autores de las lecturas adjetivadas. En segundo lugar, otro factor que abona a la cohesión del fenómeno son las características del campo editorial en Estados Unidos, puesto que éste representa una red interconectada que a lo largo de los años se ha organizado para consolidar políticas de publicación compartidas por quienes distribuyen el trabajo realizado en las diferentes disciplinas académicas. Esto ha facilitado el desarrollo de las lecturas adjetivadas porque todo debate suele beneficiarse de que sus participantes manejen contenidos y formas en los que haya acuerdos generalizados. Estas condiciones se ven reflejadas en el corpus de esta investigación, de manera que los textos de las lecturas adjetivadas no sólo discuten los mismos temas y utilizan estructuras discursivas semejantes, sino que también tienden a referirse unos a otros, lo que provee un escaparate ideal para observar relaciones de oposición, interdependencia, colaboración, coincidencia y afinidad entre prácticas de lectura académica. Antecedentes y estado de la cuestión Con el afán de explicar el fenómeno de las lecturas adjetivadas, es necesario entender su aparición en una coyuntura específica del ámbito académico en Estados Unidos. Este 4 momento puede describiste en pocas palabras como el agotamiento de un modo de pensar y escribir en las humanidades tipificado como critique. Como con toda tendencia en el pensamiento intelectual, no es fácil articular una definición categórica de la critique, pero una serie de características más o menos constantes ha permitido a autoras como Elizabeth S. Anker y Rita Felski adelantar descripciones funcionales: It is important to note that the meanings and uses of critique vary dramatically across intellectual fields, disciplines, and schools of thought. These permutations render a comprehensive account of critique an impossible task, even if we limit ourselves to key debates in the humanities over recent decades. Within literary studies, for example, some scholars see critique as synonymous with literary and cultural theory, due to a shared emphasis on the values of destabilization and estrangement. Thus Jonathan Culler, in his widely read primer, defines the main practical effect of theory as a disputing of “common sense,” such that the reader is schooled to become suspicious of whatever is identified as natural and taken for granted. (3) Describir la critique en relación con lo que hacia el final del siglo XX llegó a consolidarse como teoría literaria en el discurso académico estadounidense implica entender este modo de pensamiento como el resultado de la asimilación, organización e instrumentación de un conjunto de ideas temporal y conceptualmente heterogéneas que se importaron principalmente de Francia durante las décadas de 1960 y 1970. Mediante un proceso de institucionalización, estas ideas se volvieron parte del discurso común en las humanidades y en los departamentos de literatura, de modo que no sólo se hicieron 5 presentes en el trabajo de investigadores profesionales o en cursos de posgrado, sino también en los planes de estudio y programas de nivel licenciatura. El éxito y el agotamiento de la critique no ha pasado desapercibido para muchos autores a quienes haré referencia en repetidas ocasiones a lo largo de esta tesis; sin embargo, en este estado de la cuestión merece la pena resaltar dos obras que representan los antecedentes inmediatos de esta investigación: The Limits of Critique (2015), de Felski, y Literary Criticism: A Concise Political History (2017), de Joseph North. Ambos libros analizan prácticas de lectura formalizadas en la academia anglófona durante los siglos XX y XXI. Si bien el perfil de sus objetos de estudio y su enfoque difieren en lo particular, los marcos y los perímetros de las tres investigaciones no sólo son adyacentes, sino que se superponen. Además de recurrir a estos trabajos como referentes para modelar el abordaje de fenómenos como las prácticas de lectura, aquí se pretende extender y conjugar sus argumentos, con la intención de que ambos procedimientos arrojen luz sobre las lecturas adjetivadas de los estudios literarios estadounidenses. The Limits of Critique se propone dilucidar en qué consiste precisamente un acto de critique y, a partir de este ejercicio, concebir enfoques alternativos para la crítica social y cultural. De acuerdo con Felski, el origen de la critique puede rastrearse a la hermenéutica de la sospecha propuesta por Paul Ricoeur. Ésta se ha convertido tanto en un estado de ánimo como en un enfoque para diversas disciplinas en las ciencias sociales y en las humanidades: “The task of the social critic is now to expose hidden truths and draw out unflattering and counterintuitive meanings that others fail to see” (1). La critique ha sido tan exitosa y se encuentra tan generalizada en la reflexión 6 intelectual contemporánea que Felski la describe en términos de un estilo de pensamiento. Sus características son: “a spirit of skeptical questioning or outright condemnation, an emphasis on its precarious position vis-à-vis overbearing and oppressive social forces, the claim to be engaged in some kind of radical intellectual and/or political work, and the assumption that whatever is not critical must therefore be uncritical” (2). Felski problematiza estas suposiciones para reconfigurarlas y refutarlas, puesto que ella parte de la premisa de que la critique tiende a identificarse como una práctica rigurosa que le otorga agentividad política al discurso académico, lo que fácilmente resulta en la desestimación de otros modos de análisis sociales y culturales que a primera vista parecen menos activos. Aunque el libro ubica la critique en el quehacer de diferentes disciplinas, Felski establece los límites de su objeto de reflexión dentro de los estudios culturales y literarios estadounidenses de las últimas cuatro décadas. En ese sentido, The Limits of Critique no busca articular una filosofía o una historia de esta práctica, sino una retórica que responda las preguntas: “Why is critique such a charismatic mode of thought? Why is it so hard to get outside its orbit? To what extent does it rely on an implicit story line? How does it orient the reader in spatial terms? In what ways does it constitute an overall intellectual mood or disposition?” (3). Para resolver estas interrogantes, Felski se concentra en las formas, las argumentaciones y los afectos presentes en este estilo de pensamiento, planteando la critique como género discursivo y como ethos, cuyas características están dirigidas a producir efectos premeditados en el receptor. Dado que delinear una retórica requiere estudiar manierismos lingüísticos, el libro argumenta que “Rather than being a weightless, disembodied, freewheeling dance 7 of the intellect, critique turns out to be a quite stable repertoire of stories, similes, tropes, verbal gambits, and rhetorical ploys” (7). Observando metáforas y estructuras narrativas, Felski explica que la critique es tan sugerente no sólo porque promete agentividad política al discurso académico, sino porque sus mecanismos formales avivan los afectos y las pasiones tanto de quien recibe el análisis como de quien lo produce: “Critique is not only a matter of method but of a certain sensibility—or what I will call ‘critical mood’” (6). A su vez, su potencial seductor también implica una serie de limitaciones epistemológicas importantes, de manera que las últimas secciones del libro están dedicadas a la consideración de estilos alternativos de crítica social y cultural que no inicien su práctica desde la sospecha. Hay una gran cantidad de puntos de convergencia entre The Limits of Critique y esta tesis. Además del enfoque en los rasgos retóricos del discurso académico, comparto con Felski un interés por modos de análisis literario que son informados por posturas hermenéuticas. No obstante, nuestros objetos de estudio difieren en que la reflexión de Felski reúne bajo el término parangón de la critique prácticas de lectura que aquí se estudian no únicamente a la luz de su parentesco con la hermenéutica de la sospecha, como la symptomatic reading y la surface reading. Asimismo, Felski trabaja con las relaciones entre estas prácticas enfatizando sobre todo el nivel estilístico y ubicando la razón de sus coincidencias o sus contrastes en la postura que asumen frente a la critique. Esta tesis, por su parte, explora las conversaciones entre las diversas readings y la participación de actores políticos e institucionales en cuanto que condiciones de posibilidad de estas asociaciones. 8 Por su parte, Literary Criticism: A Concise Political History se presenta desde el título como un texto con una identidad muy definida y, debido a esto, lo primero que hace North es aclarar la naturaleza específica de su trabajo. Su intención es ofrecer un panorama sinóptico de los paradigmas políticos que han gobernado los estudios literarios anglófonos durante todo el siglo XX y lo que va del XXI. North precisa que su historia no es exhaustiva ni intenta cubrir la totalidad de las figuras y los movimientos más significativos dentro de su marco, además de que tampoco pretende adelantar una valoración de éstos que pudiera desembocar en una suerte de canon de la crítica literaria. Así pues, “If the book is none of these things, what is it? It is perhaps better thought of as an attempt to write a strategic history: a working analysis of existing tendencies in the present situation, as indicated by past trajectories” (viii). Literary Criticism, entonces, hace una revisión del pasado para discutir problemas del presente y la historia que dibuja está motivada por intereses tanto académicos como políticos. North retoma la noción de paradigma de Thomas Kuhn para esclarecer la progresión de los cambios de orientación en los estudios literarios anglófonos en los últimos cien años. Como se ha mencionado en el párrafo anterior, el punto de partida de Literary Criticism es la situación actual de la disciplina, en la que North identifica un paradigma reinante: To many who observe it, the field of literary studies appears quite heterogeneous—perhaps even fractious. I think this is wrong, and that in fact, for many decades now, Anglo-American literary studies has been proceeding on the basis of a fairly firm consensus: a consensus broad enough, and also generally unremarked enough, to constitute something like a Kuhninan 9 paradigm. We might call this the “historicist/contextualist” paradigm, by which I simply mean that almost all of the most influential movements in literary studies since the 1980s have proceeded on the assumption that, for academic purposes, works of literature are chiefly of interest as diagnostic instruments for determining the state of the cultures in which they were written or read. (1) En línea con su acercamiento político, el libro no se detiene en fundamentar esta aseveración, puesto que North también tiene la intención de demostrar que a pesar de que el paradigma historicista/contextualista —que guarda semejanzas significativas con la critique— se conciba como una victoria para la izquierda liberal, en realidad es el resultado de un movimiento de la disciplina hacia la derecha conservadora. El objetivo final de Literary Criticism, por lo tanto, es abrir la discusión para pensar maneras en las que el espectro izquierdista pueda proponer nuevas formas de estudio literario. Con el afán de escribir esta historia, North encuentra relaciones de causalidad, al mismo tiempo que articula la argumentación del libro mediante una lógica pendular construida por oposiciones. Para tal propósito, Literary Criticism traza el primer límite de su objeto de reflexión con el inicio de los estudios literarios anglófonos como se entienden en la actualidad, es decir, en la década de 1920 en Cambridge, Inglaterra. North señala que la disciplina ya arrastraba una dinámica específica desde antes y que ésta se mantuvo durante casi todo el siglo XX: “Already at the fin de siecle one can observe a discipline split into something like the binary structure it maintained until the scholarly turn of the late 1970s and early 1980s: we have two camps, with the professional philologist the emblem of the first, and the amateur belletrist the emblem of the second” (21). Literary Criticism sitúa las tensiones entre académicos y críticos en 10 un ambiente politizado por ideologías liberales y conservadoras para ilustrar la lógica pendular que rige su argumento. De acuerdo con el límite temporal que establece North para su investigación, el péndulo inició en la izquierda con I. A. Richards y su practical criticism; se movió a la derecha con el surgimiento y consolidación del New Criticism y de F. R. Leavis durante los 1940 y 1950; regresó a la izquierda en las décadas de 1960 y 1970 debido a la irrupción de lo que hoy se denomina teoría literaria; y volvió a la derecha a partir de los 1980, gracias a la imposición de modelos económicos neoliberales y a una profesionalización más generalizada de la disciplina. Literary Criticism explica estos movimientos en función de la aparición y el agotamiento de diferentes paradigmas ideológicos, por lo que el libro cierra con un capítulo que expone la extenuación del paradigma historicista/contextualista actual y con los modos de análisis literario que podrían encarnar las bases de un nuevo paradigma de corte izquierdista. No cabe duda de que el enfoque político de Literary Criticism sirve como modelo para buena parte de los argumentos de esta tesis. Así como North, no sólo reconozco la influencia de supuestos ideológicos en posturas hermenéuticas, sino que también considero que las condiciones histórico-políticas informan irremediablemente prácticas de lectura académica. Es importante, sin embargo, subrayar algunas diferencias. Para empezar, los objetos de estudio de Literary Criticism y de esta investigación se distinguen en cuanto a sus extensiones temporales y espaciales. North examina el desarrollo de los estudios literarios durante casi cien años y en ambos lados del océano Atlántico, mientras que yo me limito a las primeras dos décadas del siglo XXI en Estados Unidos. En segundo lugar, tanto el razonamiento binario como la lógica 11 de causalidad de Literary Criticism no son los conductores principales de esta tesis. Finalmente, si bien North incluye en su reflexión a instituciones educativas, no les brinda tanta atención como se hace en esta investigación. Literary Criticism explora la ideología del liberalismo en el ambiente universitario, pero no aborda específicamente el papel de modelos pedagógicos en la configuración de modos de análisis literario. Merece la pena señalar que, además de ser los antecedentes directos de esta tesis, tanto The Limits of Critique como Literary Criticism están incluidos dentro de las lecturas adjetivadas, puesto que además de materializar controversias metodológicas y adelantar representaciones de prácticas de lectura, son producto de investigaciones realizadas y financiadas dentro de departamentos de literatura en universidades estadounidenses. Así pues, los dos libros actúan como sustento documental de esta tesis al mismo tiempo que forman parte de su objeto de estudio. Por último, es importante subrayar que ambas obras abordan la critique o el paradigma historicista/contextualista desde una perspectiva que pretende enfatizar los límites de su época; el título del libro de Felski es más que diáfano en ese sentido, así como la lógica de sucesión khuniana de paradigmas que establece North requiere de la identificación de momentos limítrofes entre formas de pensar. En cuanto que el fenómeno de las lecturas adjetivadas se ubica en la coyuntura del agotamiento de la critique, es justo decir que es parte de una tendencia más amplia que Anker y Felski identifican como postcritique: “we are seeing the flourishing of alternatives to a suspicious hermenutics. In this respect the ‘post-’ of postcritique denotes a complex temporality: an attempt to explore fresh ways of interpreting literary and cultural texts that acknowledges, nonetheless, its inevitable dependency on the very 12 practices it is questioning” (1). Dentro de la postcritique en los estudios literarios se han incluido acercamientos como los nuevos materialismos y el antropoceno, que si bien no son de interés inmediato para esta investigación, aparecen a lo largo de la tesis como campos afines con los que mi objeto de estudio se traslapa y converge en diversos puntos. Enfoque Con la intención de explorar las lecturas adjetivadas, en esta investigación adopto un enfoque que es al mismo tiempo literario y sociológico, puesto que conjuga el análisis textual de nociones estilísticas y conceptuales con el análisis social de actores individuales y colectivos. A partir de lo expuesto en esta introducción, es claro que las lecturas adjetivadas son un fenómeno pluridimensional, cuya explicación requiere de un trazado de las asociaciones entre los textos académicos que materializan el debate metodológico, los medios editoriales que posibilitan su circulación y los espacios institucionales en donde se forman y desempeñan los autores. Es por esto que se requiere de una herramienta que haga énfasis en las conexiones que se establecen entre diferentes entidades. Lo que se conoce como Actor-Network Theory (ANT)3 tuvo su origen en la sociología de la ciencia y de la tecnología en universidades francófonas y anglófonas a finales de la década de 1970 (Blok, et al., “An inquiry” xx). Durante algunos años, los 3 En su traducción de Reasembling the Social, de Bruno Latour, Natalia La Valle traduce Actor-Network Theory como ‘teoría del actor-red’ (TAR). He decidido conservar el nombre y el acrónimo en inglés, puesto que es la manera más generalizada de referirse a este acercamiento en la mayoría de las fuentes que lo discuten. Asimismo, traduzco actor-network como ‘red actorial’ y no ‘actor-red’, como lo traduce La Valle. Esto se debe a que me parece que ‘actor-red’ puede prestarse a confusiones y a que ‘red actorial’ mantiene el énfasis en la acción, que es fundamental para entender el proyecto de ANT. 13 estudios llevados a cabo en estos departamentos no se congregaron bajo una denominación específica. Fue en los albores de 1980 cuando Michel Callon escribió sobre acteur-reseau, que se tradujo al inglés como actor-network y al que poco tiempo después se añadió theory. El término cuajó por completo en la abreviatura ANT a principios de los 1990 (Mol 253–54) y desde entonces se ha utilizado como un parangón para reunir una pléyade de trabajos que siguen líneas de investigación heterogéneas y, en muchos casos, multidisciplinarias.4 ANT surgió como una problematización de la noción de teoría en las ciencias sociales, pensada ésta como un marco conceptual que provee poder explicativo y predictivo para el estudio de los colectivos humanos. De acuerdo con Bruno Latour (2005), ANT es una sociología de las asociaciones y pretende explicar ‘lo social’, que no es un tipo de material como ‘lo económico’, ‘lo biológico’ o ‘lo lingüístico’; tampoco es un contexto en el que otras prácticas no sociales estén inmersas, ni un significante maestro que explique todo lo que otras disciplinas —como la economía, la biología o la lingüística— no pueden abarcar. Más bien, lo social es aquello que puede ser explicado mediante las asociaciones de otras disciplinas y que debe ser reensamblado como un efecto que circula a través de los conductos que componen las relaciones entre los actores en una red. En esta investigación, el enfoque sociológico específico que aporta ANT permite concentrarse en relaciones y evita recurrir inmediatamente a categorías analíticas reificadas que pretendan explicar fenómenos complejos desde una perspectiva 4 Un vistazo al índice de la publicación más reciente que compendia textos sobre ANT, The Routledge Companion to Actor-Network Theory (2019), editada por Anders Blok, Ignacio Farías y Celia Roberts, corroboraría la diversidad de acercamientos de la que hablo y que va desde la antropología hasta el medio ambiente, pasando por la medicina y el activismo. 14 totalizante y predictiva, como Sociedad, Capitalismo o Poder. Esto no quiere decir que conceptos como los anteriores no desempeñen un papel en el argumento de esta tesis, pero su aparición está condicionada a la descripción de los vínculos entre actores heterogéneos. Por ejemplo, para hablar de poder en el caso de las prácticas de lectura representadas en un texto académico, antes es necesario poner atención a sus citas, sus paráfrasis, sus referencias y sus figuras retóricas, preguntándose de dónde vienen y qué propósitos cumplen. Una vez que se hayan trazado estas asociaciones y se haya atestiguado la hegemonía de ciertas ideas, individuos y voces autorizadas es que puede hablarse de un texto académico en términos del poder y la dominación intelectuales. Asimismo, es necesario aclarar que más que un conjunto de conceptos que vayan a ser utilizados directamente, ANT provee a esta investigación de una manera particular de observar el fenómeno de las lecturas adjetivadas. Esto significa que su presencia debe ser concebida como una subyacente que informa la lógica relacional de los argumentos, en lugar de una manifiesta que se materializa por medio de vocabulario técnico. Hipótesis y estructura A grandes rasgos, la critique implicó una reorganización conceptual en los estudios literarios estadounidenses durante las últimas décadas del siglo XX, pero esta recalibración ha perdido fuerza. Trabajos como el de Felski, el de North y el de Latour en su artículo “Why Has Critique Run Out of Steam?: From Matters of Fact to Matters of Concern” (2004), dan cuenta de este estancamiento. Como ya mencioné, desde el principio de este siglo han aparecido diversas aproximaciones, frecuentemente agrupadas bajo el término postcritique, con el afán de revitalizar la discusión teórica. 15 Las lecturas adjetivadas son parte de esta etapa intelectual en la academia de Estados Unidos. Dado que el propósito general de esta investigación es explicar las lecturas adjetivadas, es necesario pormenorizar la manera en la que han abordado el agotamiento de la critique. Por lo tanto, mi hipótesis es que el fenómeno de las lecturas adjetivadas responde a los límites de la critique mediante una exploración metodológica que aspira a una protocolización de las prácticas de lectura académica. En el transcurso de esta respuesta, algunas lecturas adjetivadas han alcanzado la condición de protocolo y otras no lo han hecho. Tomo prestado el término protocolización del léxico notarial para describir un acto que incorpora un texto para documentar y formalizar un conjunto de reglas establecidas por norma o por costumbre. Los textos del corpus de esta investigación pueden pensarse como los documentos que registran y proponen protocolos metodológicos en los estudios literarios. Al respecto, es importante mencionar que las lecturas adjetivadas no constituyen protocolos en el sentido literal de la palabra, puesto que ninguno de sus textos precisa una secuencia de pasos específicos para realizar una lectura académica; más bien, la protocolización debe entenderse aquí como un proceso de reorganización metodológica impulsada por la estandarización de rasgos discursivos y por la acumulación de aportaciones conceptuales. En otras palabras, la protocolización de las lecturas adjetivadas es un efecto de una retórica y una hermenéutica específicas que, a su vez, son el resultado de las asociaciones entre actores heterogéneos durante el desarrollo histórico de los estudios literarios estadounidenses como disciplina universitaria. 16 De lo anterior se desprende que la primera parte de esta tesis tenga el objetivo particular de definir la retórica de los textos de las lecturas adjetivadas preguntando cuáles son sus recursos estilísticos, qué efecto tienen y de dónde vienen. A partir de las respuestas a estas preguntas, argumento que en las lecturas adjetivadas predomina una retórica del prototipo porque cada texto es una versión de un artefacto en proceso de construcción que sirve para demostrar una idea cuya intención es modificar o resolver una situación problemática. Como todo prototipo, estos textos son esquemáticos, presentan un alto grado de estandarización y suelen seguir una estructura que consiste en la revisión de otras prácticas de lectura en cuanto que problemas, la propuesta de una nueva (o vieja pero actualizada) manera de hacer estudios literarios para solucionar estas dificultades y una prueba del artefacto mediante un análisis breve de una o varias obras literarias. La segunda parte de esta tesis tiene el objetivo particular de caracterizar la hermenéutica de las lecturas adjetivadas. Para esta sección es necesario preguntarse cómo es el sustrato conceptual de los textos del corpus, qué tendencias intelectuales facilitaron la aparición de este fenómeno, cuáles son las disciplinas académicas de las que se toman préstamos metodológicos y cómo éstos se han utilizado. Sostengo que las lecturas adjetivadas presentan una hermenéutica del repertorio porque éstas se han caracterizado por acumular herramientas interpretativas mediante procesos de invención e importación conceptuales. Las aportaciones teóricas de los textos del corpus se caracterizan por el ensamblaje de conjuntos heterogéneos de términos y metodologías que provienen de distintos campos de estudio. El impacto de los giros ético, descriptivo y cognitivo en las humanidades ha abierto la puerta a dimensiones del fenómeno 17 literario que no habían podido explorarse por falta de herramientas metodológicas y conceptuales apropiadas, o por la presencia de convenciones limitantes en la disciplina. El eclecticismo y la abundancia de la hermenéutica del repertorio pretenden solventar esta situación. Es importante concebir estas dos partes como caminos de reflexión paralelos que se informan mutuamente. La división argumentativa corresponde con el imperativo epistemológico de los estudios literarios que consiste en examinar la forma y el contenido de una obra como dimensiones íntimamente relacionadas. En este trabajo, la exploración de la retórica del prototipo enfatiza la primera dimensión y el estudio de la hermenéutica del repertorio, la segunda. La conjugación de ambas partes aporta una explicación integral tanto del fenómeno de las lecturas adjetivadas, como de las condiciones de su aparición. Asimismo, esta tesis aspira a preparar el terreno para reflexiones posteriores que detallen las razones por las que algunas prácticas han sido utilizadas en diversas investigaciones y otras no han logrado escapar de los textos que las han propuesto en primera instancia, es decir, por qué algunas lecturas adjetivadas se han protocolizado y por qué otras no lo han hecho. Justificación Mi investigación se suma a la discusión —ininterrumpida ya desde hace varias décadas— en torno a las múltiples crisis de las humanidades. De acuerdo con Ellen Rooney, las humanidades “are (once again) on the defensive, losing enrollments … and facing the summary closing of departments and dissolution of majors” (“Symptomatic Reading Is a Problem of Form” 127–128). En un mundo que constantemente pone en entredicho la relevancia de las disciplinas humanísticas, éstas han encontrado en el 18 estado de crisis una plataforma viable para externar sus preocupaciones con respecto a temas de interés global. Si bien algunos académicos han continuado escudándose detrás de los valores humanistas tradicionales, otros han buscado posturas alternativas que no necesariamente antagonizan con la tendencia social hacia el desarrollo económico, científico y tecnológico: “rather than making heartwarming but tenous claims about the humanities making us more human (more ethical, more empathic, more critical), they look closely at what the humanities do and their practical as well as intellectual ties to varying interests, institutions, and constituencies inside and outside the university” (Felski, “Introduction” 2). Ante crisis sociales y ambientales, estas posturas han considerado que el sermoneo y un sentido de excepcionalismo no son las herramientas más efectivas para defender el trabajo de las humanidades en la actualidad. En esencia, el fenómeno de las lecturas adjetivadas es una de las muchas defensas de las disciplinas humanísticas, pero en lugar de componer una jeremiada o de darse golpes de pecho, los textos de este corpus se proponen lo que Felski menciona en la cita anterior: reflexionar sobre lo que hacen los estudios literarios, sobre sus prácticas y sobre su sentido práctico. Como se ve a lo largo de esta tesis, la aparición de las lecturas adjetivadas está determinada por una multiplicidad de factores característicos del ambiente académico estadounidense —como un alto grado de profesionalización y una desarrollada vinculación con organismos fuera de la universidad—, pero esto no quiere decir que el diálogo que se advierte en estos textos no sea relevante para las humanidades en México. Éstas también han transitado por sus propias crisis desde hace décadas y aunque las condiciones sociales e institucionales no sean las mismas, me 19 parece que la explicación de casos como el de las lecturas adjetivadas estadounidenses puede nutrir la discusión sobre el quehacer de las humanidades y de los estudios literarios en nuestro país, no sólo porque este fenómeno representa un posible camino de autoconocimiento para las disciplinas académicas, sino también porque la experiencia ha enseñado que en momentos de crisis siempre es mejor contar con prototipos innovadores, repertorios amplios y protocolos eficaces. Paralelamente, esta tesis esboza una manera de concebir la historiografía de los estudios literarios que en lugar de basarse en la periodización de las ideas, se concentra en las asociaciones pluridimensionales que existen entre diferentes formas de teorizar el fenómeno literario. Si bien mi investigación está enfocada en las prácticas de lectura académica, este pensamiento relacional es extrapolable a otros campos de reflexión de la teoría literaria, especialmente aquéllos que han sido abordados por mucha gente, tanto en periodos cortos como en largos. Enfatizar las múltiples direcciones de las relaciones entre conceptos y metodologías revela que la progresión teórica no es secuencial ni lineal, sino que tiene una lógica que se explica más precisamente por medio de redes. 20 Primera parte La retórica del prototipo 21 Preámbulo. Lectura, escritura y método Empiezo con la retórica porque todo lo que se diga sobre la lectura es también un comentario sobre la escritura. Ya sea recurriendo a las características de un texto o a los mecanismos de un proceso de decodificación, la teoría literaria ha destinado una significativa cantidad de recursos a demostrar la premisa más bien obvia de que leer implica escribir. Si por alguna razón esta interdependencia pasa desapercibida en la lectura casual o cotidiana, cuando se examinan las prácticas académicas no hay manera de desatenderla. Esto es claro no sólo en que para los estudios literarios la lectura tiene la intención manifiesta de producir una interpretación crítica, sino también en que cuando se habla de las diversas lecturas que ha tenido una obra, uno se refiere a los escritos que han sido motivados por, y que pretenden dar cuenta de, varios actos de lectura. Los textos de las lecturas adjetivadas han reconocido esta lógica y muchos suelen abordarla desde la cuestión del método. Este tema ha sido particularmente problemático porque en el centro de la controversia se halla una tensión metodológica entre concebir la lectura en relación con la interpretación literaria y hacerlo en relación con la escritura dentro de la disciplina. Si bien abundan las ocasiones en que las discusiones de las lecturas adjetivadas se piensan como debates en torno al método —Elizabeth S. Anker y Rita Felski, por ejemplo, las nombran “The Method Wars” (15)—, hay quienes consideran que este acercamiento no es tan sencillo. De acuerdo con Toril Moi, “literary criticism—by which I mean what we now call ‘reading’—doesn’t have anything we can plausibly call competing methods, at least not in the sense widely used in the sciences and social sciences: a set of explicit strategies for how to generate new knowledge” (34). Moi 22 señala que los críticos literarios tenemos dificultades para explicar nuestra labor profesional a colegas de otras disciplinas porque, metodológicamente hablando y en términos generales, nosotros “simply look and think” (34).5 A diferencia de lo que sucede en las ciencias, según Moi, en los estudios literarios no existen lineamientos formalizados para generar conocimiento nuevo a partir de la literatura, por lo que hablar de diferentes métodos es en realidad un equívoco. La raíz de esta confusión radica en que la manera de hablar sobre lo que hacemos no siempre corresponde con lo que de hecho hacemos: “What we—literary critics—call different ‘methods of reading’ are really different thematic and political interests, and different views of what is important in literature (and in life)” (35). La aseveración es potencialmente demoledora para cualquiera que pretenda abrir un debate sobre la disciplina de los estudios literarios como práctica epistemológica, debido a que cancela la posibilidad de un repertorio de procedimientos extrapolables a diferentes investigaciones. No obstante, es justo decir que Moi limita esta reflexión a la lectura pensada en cuanto que interpretación literaria y no considera —al menos no de manera explícita— la producción de una escritura como parte de lo que implica leer académicamente. A su vez, David Kurnick no tiene reparo en señalar que los textos de las lecturas adjetivadas tienden a presentarse como lo que no son —su artículo se titula 5 La imposibilidad de los estudios literarios para describir su metodología a otras disciplinas es más cotidiana de lo que se podría pensar. Por ejemplo, Matthew Jockers relata una anécdota que ilustra esta situación: While still graduate students in the early 1990s, my wife and I invited some friends to share Thanksgiving dinner. One of the friends was, like my wife and me, a graduate student in English. The other, however, was an outsider, a graduate student from geology. The conversation that night ranged over a wine-fueled spectrum of topics, but as three of the four of us were English majors, things eventually came around to literature. There was controversy when we came to discuss the “critical enterprise” and what it means to engage in literary research. The very term research was discussed and debated, with the lone scientist in the group suggesting, asserting, that the “methodology” employed by literary scholars was a rather subjective and highly anecdotal one, one that produced little in terms of “verifiable results” if much in the way of unsupportable speculation. (5) 23 reveladoramente “A Few Lies”—: “Although it has become common to refer to this miniature tradition as about method, these essays offer not new ways to interpret texts but new ways to feel about ourselves when we do” (351). El método como una serie de pasos a seguir dentro de una disciplina académica otra vez parece estar ausente, pero más que afiliaciones políticas o sistemas axiológicos, Kurnick enfatiza el estado de ánimo que provoca la interpretación literaria en quien la lleva a cabo, cuya personalidad se ha dibujado mediante esbozos un tanto caricaturizados: “more than a new hermeneutics this work has popularized a series of character sketches of the academic critic. Those sketches are vehemently, even melodramatically, binarized, and they have given us an entertaining and misguided, pop-psychologized way to talk about our discipline” (351). El reproche a esta mini tradición es que sus textos proclaman discutir la lectura académica como un acto hermenéutico (y metodológico) cuando en realidad se han dedicado a proyectar diversas imágenes del tipo de personas que somos a la hora de interpretar textos literarios. Así como Moi, Kurnick revela una discrepancia entre lo que hacemos y lo que decimos que hacemos en la disciplina. Preguntarse acerca de lo que hacemos en los departamentos de literatura nunca deja de ser relevante; sin embargo, para Elaine Auyoung, la dirección de las preguntas no ha sido la más atinada en las lecturas adjetivadas: Now that reflecting on how we read has become a metacritical genre unto itself, it is striking that we have not felt the need to demystify what, exactly, we mean by reading. As much as critics might disagree on the merits of reparative reading, paranoid reading, just reading, distant reading, close reading, surface reading, symptomatic reading, descriptive reading, or denotative reading, they 24 share an implicit assumption that in all these cases reading is a synonym for interpretation … Distinguishing between interpretive methods by applying different modifiers to the same all-purpose gerund highlights our discipline’s considerable tolerance for ambiguity about what that gerund means. (93) Esta tolerancia es un arma de doble filo. Por un lado, los estudios literarios se han beneficiado socialmente de la apropiación de la lectura como su actividad profesional, puesto que ésta tiene el respaldo de la suposición generalizada de que leer es algo bueno, como hacer ejercicio o comer de manera saludable. Por otro lado, de acuerdo con Auyoung, la poca especificidad del término oculta la naturaleza especializada de las prácticas académicas, además de que “the difficulty of talking about how one gets from reading to producing a reading impedes our efforts to identify methodological continuities and discontinuities between seemingly opposed critical approaches, such as reparative reading and paranoid reading” (94). De forma similar a Moi y Kurnick, Auyoung no sólo expone los problemas que han presentado los textos de las lecturas adjetivadas para expresar lo que hacemos en nuestra disciplina, sino que también evidencia la tensión metodológica entre concebir la lectura académica como interpretación y concebirla como escritura. Me parece que buena parte de la controversia alrededor del método radica en que la tensión a la que me refiero arriba tiende a resolverse en favor de la interpretación literaria y aun cuando la dimensión escrita de la lectura académica tiene cabida en las lecturas adjetivadas como reflexiones en torno a las características estilísticas de los textos, no ha habido una exploración sistemática de sus recursos retóricos. Afortunadamente, Auyoung abre una brecha para comenzar con esta labor al señalar 25 que “when we refer to what literary critics do as reading, we obscure how much their interpretations are shaped by unspoken conventions involved in writing literary criticism” (94). Así pues, no es en la interpretación donde tenemos que ubicar la discusión del método de los estudios literarios estadounidenses de las primeras dos décadas del siglo XXI, sino en su escritura y en su retórica. En esta parte de la tesis argumento que en las lecturas adjetivadas predomina una retórica del prototipo porque cada texto es una versión de un artefacto en proceso de construcción que sirve para demostrar una idea cuya intención es modificar o resolver una situación problemática. Como todo prototipo, estos textos son esquemáticos y suelen seguir una estructura que consiste en la revisión de otras prácticas de lectura en cuanto que problemas, la propuesta de una nueva (o vieja pero actualizada) manera de hacer estudios literarios para solucionar estas dificultades y una prueba del artefacto mediante un análisis breve de una o varias obras literarias. En lo que sigue, primero defino qué se entiende por prototipo en relación con la escritura académica, prestando atención a los principios que sustentan esta estructura de búsqueda epistemológica —asociados a la profesionalización de los estudios literarios— y a sus formas retóricas características, advertibles en los textos de las lecturas adjetivadas. En segundo lugar, exploro el papel que han desempeñado los programas de escritura académica en las universidades estadounidenses como un agente de configuración y homologación de una manera específica de escribir en el nivel superior. Si bien los cursos de composition son obligatorios para casi todos los estudiantes de nuevo ingreso, sin importar su posterior orientación académica o profesional, su administración e impartición tienden a depender de los departamentos de 26 literatura (English), lo que ha devenido históricamente en una relación tirante entre la composition y los estudios literarios. Con la intención de complementar el efecto de instituciones reguladoras de la producción académica en la disciplina, también hago una revisión de la influencia de la Modern Language Association (MLA) en la elaboración de una serie de estándares formales que han influido la investigación en los estudios literarios estadounidenses. Aquí sugiero, por lo tanto, que la retórica del prototipo de las lecturas adjetivadas es un efecto de la combinación de rasgos que provienen de —pero sin estar limitados a— la profesionalización de la disciplina, los cursos de composition y la MLA. Asimismo, es razonable pensar que no sólo la escritura académica, sino también la interpretación literaria se ha visto moldeada por estos lineamientos, una suposición que pretende arrojar luz sobre los debates recientes en torno al método en la disciplina. 27 Capítulo 1. Prototipo y escritura académica ¿Qué se entiende por prototipo? En esta tesis utilizo la palabra prototipo en referencia a un modelo que, por un lado, representa una estandarización y, por el otro, tiene un carácter provisional porque se trata de una versión exploratoria de un producto diseñado para cumplir una función específica. Por ejemplo, el prototipo de un automóvil eléctrico tiene la intención de volverse un ejemplar original a partir del cual puedan construirse otros vehículos eléctricos —de ahí que pueda ser considerado un estándar— para resolver el problema del cambio climático. El prototipo de este automóvil es una primera versión de un dispositivo diseñado para desplazar personas u objetos sin contaminar el ambiente. En el contexto de la retórica de las lecturas adjetivadas, el concepto de prototipo se entiende como un dispositivo discursivo que además de estar estandarizado en su forma de expresión —en la que se incluyen rasgos genéricos y formales—, es una versión tentativa de una propuesta teórica que pretende dar solución al problema del método en los estudios literarios estadounidenses de las primeras dos décadas del siglo XXI. Utilizado en mayor medida en el diseño y la tecnología, el concepto de prototipo no es por completo ajeno a la reflexión humanística; específicamente, ha encontrado un espacio en la conversación de las humanidades digitales. Aunque este campo de estudio no representa uno de los intereses principales de esta tesis, ni se explora más allá de su relevancia para las propuestas de análisis cuantitativo del macroanalysis, su uso de la noción de prototipo sirve como antecedente para comenzar a trazar una asociación entre éste y la escritura de las lecturas adjetivadas. Esto se debe a que las humanidades 28 digitales exhiben una oscilación entre concebir al prototipo a la luz de su materialidad y hacerlo a la luz de su discursividad. Quizás uno de los momentos más referidos en la bibliografía que trata sobre la teorización de prototipos es una sesión de preguntas y respuestas de la Digital Humanities Conference de 2007, en la que Lev Manovich dijo que “a prototype is a theory” (citado en Ruecker). Esta aseveración abre la puerta a pensar la función de un prototipo más allá de su dimensión material, es decir, no sólo se trata de un objeto que desempeña un papel utilitario y tangible, sino que también implica y transmite significados abstractos. La idea de que los objetos forman parte de una cadena de significación que los precede no es nueva —basta con pensar en los trabajos de Bill Brown alrededor de la thing theory o en los de Langdon Winner acerca de la política y la tecnología—,6 pero su inclusión en los debates de las humanidades digitales, en general, y en el tema de los prototipos, en particular, provocó que este campo se desplazara de la fabricación de herramientas que dieran un servicio, a la elaboración de prototipos que se entiendan como formas de investigación en sí mismas. Es así que Alan Galey y Stan Ruecker reconocen que los artefactos digitales “have meaning, not just utility, and may constitute original contributions to knowledge in their own right. The consequence of this argument is that digital artifacts themselves—not just their surrogate project reports—should stand as peer-reviewable forms of research, worthy of 6 De acuerdo con Inés Corujo Martín, el ‘giro material’ es una perspectiva que se ha concentrado en el actuar de los objetos en la vida cotidiana y en el desarrollo de la historia: En líneas generales, los nuevos materialismos, surgidos en los años 1980 y 1990 en la academia anglosajona a partir del fundacional ensayo de Arjun Appadurai The Social Life of Things (1986), buscan revalorizar la importancia del plano de lo material en la cultura y vida diaria. Para Appadurai, los objetos materiales, lejos de constituir una categoría inerte, inmóvil y pasiva, se hallan revestidos de vida social. De acuerdo con el autor, las relaciones sociales humanas son mediadas a través de objetos y los sistemas sociales se vuelven significativos (o no) en base a objetos. Así también, las identidades culturales se forjan con relación a la cultura material y son resultado de la negociación entre lo material y lo simbólico. (20) 29 professional credit and contestable as forms of argument” (407). La propuesta es provocadora, pues tiene el doble objetivo de que las humanidades digitales den un paso más hacia la madurez como disciplina académica y de que adquieran el capital cultural del que gozan las humanidades ‘analógicas’. Considerar los artefactos digitales como aportaciones académicas se ha vuelto una veta de teorización en las humanidades digitales. Por ejemplo, Stephen Ramsay y Geoffrey Rockwell formulan una serie de preguntas que se relacionan con propuestas como la anterior: A book with a bibliography is surely scholarship. Is a tool for keeping track of bibliographic data (like Zotero) scholarship? A literary critical article that is full of graphs, maps, and trees is also scholarship (if, perhaps, a little unusual). Is a software framework for generating quantitative data about literary corpora scholarship? A conference presentation about the way maps mediate a society’s sense of space is unambiguously an act of scholarship. Is making a map an unambiguous act of scholarship? (76) Con la intención de abordar estas controversias, Ramsay y Rockwell abogan por una epistemología que defienda la fabricación digital como una forma distintiva de labor académica. Su argumentación retoma a Galey y Ruecker para reforzar la iniciativa de pensar que ciertos prototipos en las humanidades digitales hacen retóricamente lo mismo que un discurso teórico al presentar una tesis que se ilustra con ejemplos específicos, como las visualizaciones de TextArc,7 que bien podrían ser comparables 7 TextArc es una herramienta digital diseñada y lanzada en 2002 que convierte un texto escrito en una visualización circular en la que la totalidad del texto está dispuesto en una circunferencia. En el interior del círculo también se incluye la totalidad de las palabras del texto. Éstas están localizadas de acuerdo a su frecuencia y al momento de su aparición en el texto. Las palabras más comunes aparecen cerca del 30 con las evidencias presentadas en un ensayo crítico (77). De acuerdo con una epistemología de la fabricación (epistemology of building), las humanidades digitales deberían poder comunicar estudios académicos por medio de sus artefactos. Por más sugerente que sea esta idea, lo cierto es que todavía hay un conjunto de prácticas en la academia que impiden que el software de un gestor de referencias bibliográficas como Zotero pueda tratarse de la misma manera que un artículo en una revista arbitrada. El principal problema que Ramsay y Rockwell identifican es que el grueso del trabajo en las humanidades digitales está orientado hacia las herramientas que son utilizadas por académicos para realizar otras investigaciones. Debido a que estas herramientas tienen un fin pragmático, no necesariamente motivan las reflexiones teóricas con poder explicativo que son características del trabajo académico, en general, y de las humanidades, en particular: “Such tools are celebrated for their transparency or, as Heidegger puts it, for the way they stand—like hammers or pencils—ready to hand. Such tools, far from being employed on the center stage in a performative context, are only noticed when they break down or refuse to work transparently. Such tools don’t explain or argue but simply facilitate” (78). Es verdad que la idea generalizada del papel de la tecnología en la investigación humanística consiste en potenciar las actividades que ya se realizan y no en fomentar otras formas de pensar. No obstante, la solución a este problema es concentrarse en aquellas versiones de los artefactos que se encuentran en una etapa de fabricación en la que todavía no están listos para un uso, sino para una centro y las menos comunes están ubicadas más cerca del límite de la circunferencia. Asimismo, las palabras frecuentes son más brillantes y cuando se coloca el cursor sobre ellas, se revelan líneas que conectan una palabra con su lugar dentro de la visualización (Paley). Aunque ha dejado de desarrollarse, TextArc es un referente para entender el papel que han desempeñado los artefactos digitales en la investigación literaria. Para un vistazo de las visualizaciones de TextArc, ver: https://web.archive.org/web/20110110032552/http://textarc.org/ 31 teorización: “Galey and Ruecker get around this in their discussion by focusing on experimental prototypes, which are not tools meant to be used. They imagine a tool like TextArc to be a visualization tool that makes an argument about interface but not an argument about the text it visualizes” (78). Pensar el prototipo de esta manera nos motiva a movernos de su materialidad a su discursividad porque el artefacto habilita la reflexión teórica y la postulación de hipótesis, pero no acerca del objeto en el que será utilizado, sino acerca de un fenómeno que es detonador de, y esencial para, el prototipo mismo. Como mencioné al inicio de este apartado, el campo de las humanidades digitales es de un interés secundario para esta investigación; sin embargo, el trabajo esbozado arriba tiene la capacidad de comenzar a dilucidar por qué asevero que en las lecturas adjetivadas impera una retórica del prototipo y, más adelante a lo largo de esta parte de la tesis, a entender las razones por las que este corpus ha optado por expresarse de esta manera. Particularmente, el ejemplo de las humanidades digitales permite a esta investigación realizar un movimiento teórico paralelo pero en dirección opuesta para estudiar las lecturas adjetivadas, a saber, que si ciertos prototipos pueden concebirse como aportaciones académicas, entonces ciertas aportaciones académicas pueden concebirse como prototipos. Esta lógica es consonante con el actual proceder epistemológico de la mayoría de las disciplinas universitarias, puesto que éstas se conducen mediante la postulación de una idea de carácter provisorio que debe ser puesta a prueba por una comunidad profesional. Los estudios literarios, por supuesto, no son la excepción. 32 El principio crítico, el valor de la tradición y la profesionalización Con el afán de entender algunos orígenes de estas circunstancias, merece la pena esbozar un breve panorama histórico. En su revisión documental de los orígenes de la academia literaria en Estado Unidos desde 1874 a 1922, Gerald Graff y Michael Warner evidencian el desarrollo de un fenómeno que es el resultado tanto de la adopción de un modelo institucional semejante al de las universidades alemanas de la época —en donde había programas de posgrado y se privilegiaba la investigación sobre la educación— como del conflicto entre filólogos y críticos (belletrists).8 Ambos factores convergieron en una serie de debates en torno a lo que significaba la profesionalización dentro de la disciplina. Mientras que los filólogos abogaban por la formalización de herramientas técnicas que pudieran ser utilizadas dentro de una comunidad educada, los críticos defendían la importancia social de la evaluación estética y moral, cuyo propósito no era la producción de conocimiento académico, sino la difusión cultural con miras a la aglutinación de una identidad nacional basada en un patrimonio compartido (5–9). Graff y Warner argumentan que este conflicto ha sido tan formativo para los estudios literarios estadounidenses que ha provocado una tensión interna en la disciplina: Built into professional discourse is what we might call a critical principle: anything said professionally is presumably a hypothesis to be tested against the criticism of qualified insiders. It follows that no judgement is axiomatic and that all assertions are potentially corrigible. Built into literary culture, on the other 8 En su recorrido histórico del desarrollo de los estudios literarios anglófonos, Joseph North explica que la división entre filólogos y críticos que se exacerbó durante las primeras décadas del siglo XX tuvo su inicio en el siglo anterior. North hace un repaso de los diferentes nombres que se le han dado a cada bando: para Chris Baldick, la disputa se dio entre ‘académicos’ y ‘estetas’, en un periodo de 1890 a 1918; para Graff, entre ‘investigadores’ y ‘generalistas’, en un periodo de 1875 a 1915; y para John Guillory, entre filólogos y belletrists, en un periodo de 1880 a 1920 (Literary Criticism 21). 33 hand, is a value of tradition that is presumably universal, normative, and above controversy. Because the authority of tradition lies in its being inherited rather than assembled through debate, its defining values are axiomatic. Historically, professional literary criticism has found itself between the opposing needs of constructing debatable hypotheses, on one hand, and preserving a normative heritage, on the other. (11-12) La combinación del impulso por seguir la dirección del modelo científico de investigación que provino de la universidad alemana y el material social y estéticamente denso que es la literatura como objeto de estudio ha resultado en una práctica profesional que debe negociar entre el principio crítico y el valor de la tradición. Esto es verdad para la mayoría de las producciones académicas en los departamentos de literatura, que pretenden adelantar una hipótesis potencialmente refutable acerca de un texto literario que ya es parte de una tradición cultural, o que aún no lo es pero que quizás debería serlo. No obstante, aquí sugiero que en el caso específico de las lecturas adjetivadas esta tensión se ha resuelto en favor de la fabricación de hipótesis, de manera que la tradición ha adquirido una función más bien instrumental que se encuentra supeditada a la demostración de los prototipos propuestos. Es claro que una de las causas de lo anterior es la adopción del modelo alemán de universidad en Estados Unidos, pero también es importante considerar que el cambio de dirección del trabajo académico hacia la investigación es parte de una transformación social más amplia que fue impulsada por procesos de industrialización cada vez mejor consolidados a finales del siglo XIX. Es pertinente no olvidar que las humanidades, en general, y los estudios literarios, en particular, nunca han sido inmunes a las incursiones 34 del industrialismo (Graff y Warner 8). De la misma forma, y para concluir con este breve esbozo histórico del origen de la disciplina en Estados Unidos, hay que considerar que la profesionalización de la academia literaria no fue un fenómeno aislado: “To understand the political role of professional criticism in America, it is necessary to consider that the professionalization of literary studies appeared in the same period as the professionalization of law, medicine, and the social sciences” (11). En una sociedad progresivamente industrializada, como lo fue la estadounidense a lo largo del siglo XX, la formalización de las distintas actividades laborales tuvo el objetivo de fomentar el crecimiento económico mediante la eficiencia de la producción. Puesto que he establecido el primer límite del objeto de estudio de esta tesis con la publicación en 1997 de “Paranoid Reading and Reparative Reading”, de Eve Kosofsky Sedgwick, es razonable pensar que las lecturas adjetivadas se insertan en una etapa sumamente avanzada —quizás hasta hipertrofiada— de este proceso de profesionalización en los estudios literarios. Esto explica en parte por qué los textos que componen el corpus presentan una retórica que enfatiza la producción de conocimiento más que la difusión cultural o, en términos de Graff y Warner, el principio crítico más que el valor de la tradición. Una consecuencia natural de esta orientación es que los prototipos de las lecturas adjetivadas no necesariamente argumentan algo sobre las obras literarias que utilizan en sus análisis —si ésta fuera su prioridad quizás estarían más cerca de realizar una cierta divulgación cultural—, sino que más bien teorizan sobre un fenómeno medular para los prototipos mismos: la lectura académica. 35 Provisionalidad y materialidad Como ya se mencionó en este capítulo, uno de los rasgos más distintivos de la noción de prototipo es su carácter provisional. Si para Galey y Ruecker esta condición inacabada habilita la discursividad de los artefactos en las humanidades digitales, el hecho de que los prototipos de las lecturas adjetivadas sean versiones en proceso de construcción constata su materialidad. La oscilación entre estas dos cualidades está presente en el corpus, como lo atestigua “Live Free or Describe: The Reading Effect and the Persistence of Form” (2010), de Ellen Rooney. Antes de abordar los temas principales del texto —la surface reading y la symptomatic reading—, Rooney incluye un breve apartado a modo de prefacio en donde reflexiona sobre las iteraciones por las que pasa un texto académico antes de adquirir una ‘forma final’. Pero además de las modificaciones que puedan ser motivadas por los intereses de quien escribe, Rooney subraya el papel que juega la lectura en las alteraciones de un texto, sugiriendo que todo artículo, ensayo o argumento entraña los rastros de las múltiples lecturas —tanto actuales como potenciales— que experimenta a lo largo de su existencia: That this process is far from mechanical or entirely predictable is evident in its strange temporality because, of course, the readings I invoke are in motion well before one has ever begun to “read a paper” in the sense of delivering it to an audience (or sending it to an editorial board). Already (always already), the writing itself, the script, is marked by our anticipations of readings to come, of audiences, of resistances and displacements: we write into those earliest drafts our imagination of those future readings, and our anticipatory reading of the 36 readings that we project inevitably alters any notion we might have of its origins or ends. (112–13) De la cita anterior merece la pena enfatizar la orientación hacia las lecturas ulteriores, lo que refuerza mi apreciación de que el principio crítico —que mira al futuro— se impone a un interés por la tradición literaria —que mira al pasado—. Rooney concluye su prefacio reiterando que un texto en realidad nunca obtiene una forma final porque, como se ha teorizado frecuentemente, la palabra escrita continúa actualizándose en cada recepción de maneras insospechadas para sus autores. Si bien esto es verdad para todo material escrito, en el caso de la escritura académica se hace más explícita la condición provisional de un texto si se toma en cuenta que la producción de artículos y libros sucede en una red de espacios institucionales que incluye seminarios, coloquios, congresos y publicaciones periódicas. Existen, por lo tanto, diferentes versiones de un mismo prototipo, ya sea que éste aparezca en una revista arbitrada, que sea leído en una mesa redonda o que se edite en una antología. Como era de esperarse, “Live Free or Describe” es resultado de esta red; de hecho, Rooney incluyó el prefacio al que me he referido para dar cuenta de la última presentación del texto —lo que no quiere decir que haya sido la primera— antes de ser publicado: un coloquio de estudiantes de posgrado en la Universidad de Harvard llamado “How We Do What We Do: Methodology in the 21st Century”. El nombre del evento da fe de cómo las controversias de las lecturas adjetivadas ya se encontraban en plena madurez en 2010; Rooney se sumó al “theoretical effort to grapple with the new thinking about reading, on reading, around reading that [was] currently at large in literary studies and the humanities more broadly” (113). El artículo de Rooney es 37 relevante para fundamentar la retórica del prototipo porque en él se evidencian la materialidad y la provisionalidad del texto académico. Asimismo, es importante señalar que la reflexión de Rooney sobre el método hace énfasis en la escritura para entender la lectura académica y, en ese sentido, se complementa con la aportación de Auyoung: mientras que la primera postula que la lectura (presente, pasada o futura) permanece como una marca en la escritura, la segunda asevera que las convenciones de la escritura tienen una influencia determinante en lo que en los estudios literarios concebimos como lectura. Hasta ahora he argumentado que en las lecturas adjetivadas todo texto puede considerarse un prototipo porque, en primer lugar, está motivado por la producción de conocimiento más que por la difusión de una cultura. He localizado el origen de este rasgo en el proceso de profesionalización experimentado por los estudios literarios en Estados Unidos a lo largo del siglo XX. Las lecturas adjetivadas representan una etapa muy avanzada de este desarrollo, por lo que sus textos han privilegiado la postulación de hipótesis por encima de la preservación de una tradición literaria. En segundo lugar, la condición provisional del prototipo también se encuentra presente en la escritura académica, puesto que su materialidad se hace evidente en las diferentes versiones que adquiere dependiendo de los espacios en los que se manifieste. No cabe duda de que los cambios realizados en un prototipo responden a una pléyade de razones que no se limitan a los intereses intelectuales de quien produce el texto; sin embargo, uno de los principales factores que ponen en movimiento la búsqueda de la perfectibilidad del prototipo es la relación de influencia mutua entre la lectura y la escritura. 38 Repetición y estructuras argumentativas Una vez revisados los principios estructurales de la retórica del prototipo de las lecturas adjetivadas, ahora es necesario discutir sus recursos estilísticos. El paso inicial en este análisis es establecer que la escritura académica es un género discursivo que tiene rasgos distintivos; inclusive podría decirse que sus límites suelen ser más claros y explícitos que los de otros géneros. Esto no quiere decir que no exista experimentación o creatividad, pero es verdad que para que un texto pueda ser considerado académico, es necesario que cumpla con una serie de requisitos. A diferencia de lo que sucede en la literatura de ficción, en donde los órganos reguladores de los aspectos genéricos parecen preferir pasar desapercibidos, en el caso de la escritura académica hay poca ambigüedad con respecto a quién regula y cómo lo hace. Anteriormente mencioné que la producción de textos en la academia sucedía dentro de una red de espacios institucionales que en distintos momentos moldean las versiones de un mismo escrito. En el caso de la academia humanista estadounidense esta red tiene un alto grado de sofisticación, de modo que dentro de su estructura se incluyen universidades, editoriales, revistas e instituciones como la MLA que, en conjunto, determinan los rasgos indispensables que debe poseer un artículo para que sea incluido dentro del género. Si bien me ocupo de estos actores más adelante en esta tesis, es importante tener en mente que sus acciones tienen una injerencia directa en el contenido y la forma de un texto académico. Asimismo, no hay que olvidar que tanto estos actores como las convenciones que establecen varían con el paso del tiempo. En otras palabras, como sucede con otros géneros discursivos, las características de la escritura académica son constructos históricos; la manera en que se escribía en los estudios literarios 39 estadounidenses a mediados del siglo XX no es la misma que en la actualidad y, en ese sentido, es pertinente mencionar que hay un vínculo directo entre el nivel de profesionalización de la disciplina y el índice de estandarización de su producción académica.9 En el caso específico de las lecturas adjetivadas, ambos valores son considerablemente altos, lo que facilita el rastreo de los recursos retóricos que son utilizados de manera repetitiva en los textos del corpus. C. Namwali Serpell aborda este fenómeno aseverando que “Criticism is cliché” porque Repetition is inherent to the genre of literary criticism, which by necessity entails recapitulation: the summaries and paraphrases of the text under examination, the diligent trotting out of previous critical takes on that text, and so on. A critical essay often repeats itself as well: saying what it’s going to say, saying it, then saying what it just said. And literary criticism as such frequently deploys the same argumentative phrases, neverthelesses and howevers, indeeds and to be sures—the worn-out armor and weaponry of scholarly jousting. (153) La cita reseña buena parte de las estrategias estilísticas que se han vuelto distintivas del género de la escritura académica, en donde muchos elementos aparecen múltiples veces sin variaciones drásticas. Para el texto académico, la repetición cumple propósitos extrínsecos e intrínsecos. Extrínsecamente, este género reproduce otros textos tanto para postular su objeto de estudio —que por lo general se trata de una obra literaria— como 9 Esta aseveración no descarta el hecho de que hay lineamientos de análisis en los estudios literarios que han perdurado a lo largo de los siglos. No obstante, es necesario tomar en cuenta que junto con algunas convenciones formales en la producción académica, las condiciones materiales en las que se hace investigación literaria han variado debido a transformaciones sociales; por ejemplo, el acceso a la información para la comunidad universitaria no es el mismo a principios del siglo XXI que a finales del siglo XIX. 40 para conectarse con discusiones previas sobre los mismos temas. Intrínsecamente, la escritura académica utiliza la repetición con fines retóricos, empezando por la intención de que el mensaje principal sea evidente. Por ejemplo, el argumento de un texto suele estar contenido al menos en el título (en una forma condensada y, con frecuencia, lírica); en el resumen o abstract (si es que se trata de un artículo publicado en una revista); en la lista de palabras clave; en la sección introductoria (en la que también se suele presentar la estructura general que será repetida de manera más extensa a lo largo del escrito); y en la conclusión. Hasta cierto punto, las repeticiones de otros textos y del argumento principal de una aportación académica se justifican y se explican por sí solas, pero las expresiones a las que Serpell llama líricamente ‘el gastado arsenal de la justa académica’ merecen un análisis más atento. Un rápido cómputo de los usos de las frases que menciona Serpell en 42 textos de las lecturas adjetivadas arroja resultados reveladores. Antes de trabajar con las cifras, es necesario aclarar que la muestra utilizada para este conteo se compuso sólo de artículos publicados en revistas arbitradas, por lo que no se incluyeron libros completos ni contribuciones en antologías. Esta decisión tiene consecuencias que no deben ser pasadas por alto, debido a que las publicaciones periódicas tienen un perfil específico al que debe adaptarse todo texto que busque ocupar sus páginas. El perfil es una definición tanto de contenido como de forma; si bien el primero tiende a diversificarse un poco,10 la segunda es más consistente, desde la extensión —todos los artículos en este tipo de revistas oscilan entre las 15 y las 40 páginas— hasta el uso de un estilo de citación —en 10 Revistas como differences (Duke University Press), Representations (University of California Press), New Literary History (Johns Hopkins University Press) y Critical Inquiry (The University of Chicago Press) son ejemplos de publicaciones periódicas elaboradas por editoriales universitarias que no sólo comparten perfiles similares, sino que desde las últimas décadas del siglo XX han establecido una red de intercambio académico en torno al conocimiento humanístico. 41 su mayoría, MLA o Chicago—. Por supuesto, ambas características hacen patente el grado de estandarización al que ha llegado el ámbito de las publicaciones periódicas académicas en Estados Unidos. Esta condición también se ve reflejada en su retórica, como lo demuestran las apariciones de las frases que Serpell subraya para ilustrar su aseveración. En los artículos escogidos para este breve análisis cuantitativo, la frase to be sure se utiliza en 13 ocasiones (una frecuencia aproximada de una vez en cada tres textos); nevertheless, en 20 ocasiones (una vez cada dos textos); indeed, en 161 ocasiones (cuatro veces en cada texto); y however, en 254 ocasiones (seis veces en cada texto). Con el afán de interpretar estos números, es razonable emparejar to be sure con indeed y nevertheless con however. Este agrupamiento es posible debido a que los miembros de cada pareja cumplen prácticamente la misma función retórica. En primer lugar, to be sure e indeed son expresiones adverbiales que se usan para hacer hincapié en la seguridad de un estado de cosas. Se recurre a este tipo de elementos para establecer un antecedente sólido y de común acuerdo para la argumentación, con el que se apela al bagaje del lector implícito. Por ejemplo, en su discusión sobre el espacio y su relación metafórica con la reparative y la symptomatic reading, Carolyn Lesjak señala: “To be sure, Sedgwick and Jameson occupy divergent affective registers and accent their respective accounts differently” (257). En un uso retórico similar, Jay Jin ahonda en el papel que juega la noción de escala en relación con la close y la distant reading: “The issue is that the concept of scale does a lot of similar rhetorical work in different logical and metaphorical frameworks. Indeed, proponents of ‘distant reading’ and quantitative analysis who agree on the possibility of and need for reconciling the 42 close/distant binary generally do so in scalar terms” (116). En algunas ocasiones, la inclusión de to be sure o indeed funciona para crear expectativa con respecto a lo que se dirá a continuación, que tiende a ser una aseveración que matiza o cuestiona el lugar sólido del que parte la idea. En segundo lugar, los adverbios de carácter adversativo nevertheless y however implican un cambio de dirección en el argumento que desestima lo que se ha expresado con anterioridad. Al proponer la práctica reading with the grain —semejante a la surface reading—, Timothy Bewes revisa una veta en la tradición filosófica del siglo XX que se ha asociado con la critique: Huge differences separate the thought of the various twentieth-century critics and thinkers who are implicitly lined up alongside each other: say, Lukács, Derrida, and Habermas (on one side), and Brecht, Althusser, and Deleuze (on the other). Nevertheless, forty years earlier, Paul Ricoeur … offered an analysis that seems to have anticipated Badiou’s in everything but the terms. (10) A su vez, en una defensa de la profundidad como categoría de análisis, Joshua Landy busca disociarla de su vínculo con la hermenéutica de la sospecha y, tras darle la razón a Stephen Best, Sharon Marcus y Toril Moi de que uno debería leer libros en sus propios términos y no acercarse a ellos buscando encontrar mensajes ideológicos subrepticios, argumenta que ninguna de sus propuestas tiene que ver con abolir el uso de la profundidad en los estudios literarios: “None of this, however, implies that we need to get rid of depth. Depth didn’t make us believe in ubiquitous didacticism; depth didn’t sign us up to a two-world model of metaphysics; depth didn’t tempt us to read suspiciously; depth didn’t cause us to drive square pegs into round holes” (152). Como 43 lo constata el cómputo aquí realizado, la pareja nevertheless-however supera por mucho a to be sure-indeed —274 contra 174 menciones, respectivamente—, por lo que no es posible subestimar su fuerza retórica en el discurso académico, en general, y en las lecturas adjetivadas, en particular. Ahora bien, las implicaciones de estas expresiones exceden la oración que las contiene porque su efecto coordinado consigue permear todo el texto. Por un lado, to be sure e indeed habilitan una lógica en la que constantemente se sientan bases para la argumentación y, por el otro, nevertheless y however dinamizan el discurso con cambios de enfoque y aseveraciones novedosas que desestabilizan los fundamentos previos. Este proceder es consonante con el del prototipo. Al principio de esta parte afirmé que en las lecturas adjetivadas cada texto del corpus consiste en la revisión de prácticas de lectura anteriores en cuanto que problemas, la propuesta de una nueva (o vieja pero actualizada) manera de hacer estudios literarios y una prueba de ésta mediante un análisis breve de una o varias obras literarias. Es así que la lógica retórica de la revisión y propuesta es advertible no sólo en las estructuras argumentativas de menor escala, como las expresiones adverbiales de arriba, sino también en la forma completa del texto académico. La repetición y la estandarización de los rasgos retóricos de las lecturas adjetivadas se asocian con el tema de la profesionalización de los estudios literarios en Estados Unidos a raíz de sus efectos pragmáticos. En su reflexión sobre el cliché, Serpell recurre a la noción de hábito de William James para explicar que el automatismo de ciertas acciones cotidianas permite que la mente libere su atención para 44 dedicarla a tareas más importantes:11 “As the most habitual language, cliché frees up the speaker (or the reader) to concentrate on higher, or at least other, matters” (169). Puesto que antes de la preservación de una tradición literaria los textos de las lecturas adjetivadas aspiran a postular hipótesis sobre el acto de la lectura académica, es necesario que haya pocos obstáculos en la transmisión de estas ideas. Tanto la experiencia con las estructuras repetitivas como el conocimiento de ella facilitan la demostración en un texto; así como quien escribe automatiza la inserción del argumento principal en el título, en el resumen, en la sección introductoria y en la conclusión, quien lee sabe en dónde habitualmente encontrará esta información y su decodificación se vuelve más efectiva. Retomando el tema de la pronunciada profesionalización de la disciplina, no resulta tan aventurado ligar el interés por la eficiencia de los procesos de producción, para el escritor, y de consumo, para el lector, con el desarrollo avanzado del industrialismo que, así como Graff y Warner señalaron, ha tenido una injerencia considerable aunque no siempre evidente en las humanidades. Tono Antes de abordar el tono en relación con las lecturas adjetivadas, es menester revisarlo en lo que podría considerarse su antecedente inmediato: la critique. Limitando la visión a los estudios literarios en Estados Unidos, la critique se refiere a la producción 11 En palabras de William James: The great thing, then, in all education, is to make our nervous system our ally instead of our enemy. It is to fund and capitalize our acquisitions, and live at ease upon the interest of the fund. For this we must make automatic and habitual, as early as possible, as many useful actions as we can, and guard against the growing into ways that are likely to be disadvantageous to us, as we should guard against the plague. The more of the details of our daily life we can hand over to the effortless custody of automatism, the more our higher powers of mind will be set free for their own proper work. (60) 45 académica que se desarrolló durante las cuatro últimas décadas del siglo XX y que estuvo fuertemente influida por el conjunto de textos reunidos bajo el término parangón French Theory.12 Aunque hago un trabajo más detallado del papel de ésta en la conformación de las lecturas adjetivadas en la siguiente parte de esta tesis, basta con mencionar que la critique encuentra un soporte fundacional en lo que Paul Ricoeur llamó la hermenéutica de la sospecha (Felski, Limits 1). Desde hace aproximadamente veinte años, la critique ha sido objeto de estudio de no pocas reflexiones académicas y la mayoría de ellas versa sobre la siguiente etapa en los estudios literarios, de la que participan las lecturas adjetivadas.13 Rita Felski es quizás una de las académicas más constantes en el examen minucioso de la critique. Ella dice que el tono es parte fundamental del mensaje que se busca transmitir: 12 La French Theory en los estudios literarios es el resultado de una cierta violencia taxonómica ejercida por la academia estadounidense. Los factores que dieron pie a este movimiento tienen raíces sociales, ya que los intelectuales de izquierda de los 1980 que buscaban configurar un nuevo discurso político encontraron sus herramientas en los textos de los pensadores franceses. De esta manera dio inicio un proceso de apropiación conceptual mediante una serie de operaciones. La primera consistió en reunir las obras en un corpus homogéneo, que permitió el manejo de un vocabulario común y que funcionó, al mismo tiempo, como una fuente de complicidad entre sus usuarios (Cusset 8). Sobra decir que semejante maniobra requirió de innumerables negociaciones —en el mejor de los casos— y una buena cantidad de omisiones ―en el peor—. Sin importar las evidentes discrepancias inter- e intraproyectos teóricos, la French Theory fue el saco en el que selectivamente se echaron los postulados producidos en Francia durante los últimos veinte años. Las siguientes operaciones de la academia estadounidense fueron las de etiquetado y branding, así como la reorganización de conceptos y su redistribución en el ámbito práctico (10). Es justo decir que este proceso tuvo por lo menos dos consecuencias sumamente productivas. En primer lugar, ciertos textos que habían quedado relegados en la academia francesa o encasillados en la esfera editorial vivieron una reactivación a partir de relecturas e interpretaciones críticas. En segundo, tanto la aglutinación como la digestión de este contenido teórico facilitaron y promovieron su uso político en la esfera pública estadounidense. Hacia finales de la década de 1980, los estudios literarios en Estados Unidos no sólo se armaron de un arsenal conceptual, sino que también se convirtieron en los proveedores de herramientas discursivas con impacto social. 13 En realidad existe una plétora de textos que lidian con el fin de la critique, pero quizás uno que ha acaparado la atención tanto por su aparición precoz, como por la popularidad de su autor es el ya mencionado “Why Has Critique Run Out of Steam? From Matters of Fact to Matters of Concern”, de Bruno Latour. 46 the authority of critique is often conveyed implicitly—not through propositions and theses but via inflexions of manner and mood, timbre and tone. Precisely because a certain kind of normative argument no longer seems possible, it is now the posture of the critic that carries disproportionate weight: ironic, reflexive, fastidious, prescient, an implacable foe of false dualisms and foundational truths. (Limits 24) Es verdad que la Felski construye una imagen del crítico que se antoja caricaturesca y parcial, pero al mismo tiempo es efectiva y en gran medida responsable de la potencia persuasiva de su estudio (Kurnick 351). También es importante considerar que el libro de Felski pretende explorar nuevas vetas en un fenómeno cuya teorización ya es muy avanzada; en ese sentido se entiende el propósito de llamar la atención no tanto a los postulados conceptuales de la critique, sino a su retórica. Felski argumenta que la critique se dedica a desenmascarar mediante sus poderes intelectuales superiores aquello que los discursos esconden y que, por lo general, no sólo atenta contra la verdad sino que también tiende a funcionar como un mecanismo de represión social. Para cumplir este objetivo, el crítico debe asumir una postura distanciada y cínica, así como expresarse de una manera específica: To flip through the annals of recent theory is to encounter an unmistakable rhetoric: the vigilant weeding out of any traces of emotion or expressive voice, a syntax that piles one rhetorical question on top of another in an interrogative spiral while steering clear of definite propositions or affirmative statements, a deadpan citation of commonplace phrases in such a way as to expose their hollowness and hypocrisy. (Limits 73-74) 47 La critique se caracteriza, entonces, de desestabilizadora y cuestionadora de las ideas preconcebidas, por lo que su modo de expresión apunta a la polémica, al inconformismo y a la iconoclasia. Siguiendo a teóricos como Jonathan Culler (Literary Theory 4) y Antoine Compagnon (21), dado que la tarea principal de la critique es el desmontaje del sentido común, difícilmente su tono es asertivo, puesto que al final de su análisis no quedan respuestas sino preguntas. Aunque el proyecto de descubrimiento de la critique ha sido muy exitoso con respecto a su difusión y popularidad, los resultados de sus actos de desarmado no han sido los esperados. De acuerdo con Latour, la empresa de la critique se impulsaba gracias a la promesa de que una vez derribadas todas las paredes frente a nuestros ojos, podríamos acceder a la realidad oculta; sin embargo, el problema fue que detrás de las apariencias no encontramos nada (“Manifesto” 474–475). Para resolver esta encrucijada intelectual, Latour propone la ‘composición’ como una alternativa a la critique, puesto que de lo que se trata ahora no es de desmontar sino de volver a armar con el conocimiento de que las partes son heterogéneas y de que conservarán esta condición cuando estén reunidas. Asimismo, una composición puede descomponerse y volver a componerse con una configuración diferente: In other words, compositionism takes up the task of searching for universality but without believing that this universality is already there, waiting to be unveiled and discovered. It is thus as far from relativism (in the papal sense of the word) as it is from universalism (in the modernist meaning of the world … ). From universalism it takes up the task of building a common world; from relativism, the certainty that this common world has to be built from utterly 48 heterogeneous parts that will never make a whole, but at best a fragile, revisable, and diverse composite material. (“Manifesto” 474) La influencia del pensamiento de Latour ha sido crucial para la etapa subsiguiente a la critique en los estudios literarios estadounidenses, por lo que no sorprende que la postura ciertamente menos pesimista y un poco más conciliadora contenida en la idea de la composición y de otras propuestas de Latour haya permeado al tono en el que se expresan los textos de las lecturas adjetivadas. Sería desatinado pensar que las apreciaciones sinópticas de Felski y Latour sobre el tono de la critique se cumplen al pie de la letra a lo largo del amplio corpus que ha sido incluido dentro de este fenómeno; los matices a su postura irónica, escéptica y distanciada son abundantes. Lo mismo sucede en las lecturas adjetivadas, pues si bien parece que un espíritu halagüeño es advertible en la mayoría de los textos, las variaciones están a la orden del día. Por ejemplo, Anker y Felski señalan que el giro afectivo en los estudios literarios busca contraponerse al tono amargo del trabajo precedente: “In response to this perceived cynicism or fatalism, some scholars have sought to reclaim negative emotions, drawing out their creative or generative force … Other affect theorists are more invested in stressing the reparative or productive value of positive emotions, such as hope, joy, or happiness” (11–12). Otro caso en el que la proactividad se advierte en el discurso es el de las prácticas de lectura académica que echan mano de análisis cuantitativos. En el multicitado “Conjectures on World Literature” (2000), Franco Moretti propone la distant reading: “where distance … is a condition of knowledge: it allows you to focus on units that are much smaller or much larger than the text: devices, themes, tropes—or genres and systems. And if, between 49 the very small and the very large, the text itself disappears, well, it is one of those cases when one can justifiably say, Less is more” (48–49). A su vez, Andrew Elfenbein aspira a aproximar los estudios cognitivos a los literarios con la esperanza de que su colaboración interdisciplinaria arroje luz sobre los procesos de lectura que todavía no han recibido mucha atención porque se piensan básicos, como la comprensión: “While all disciplines demand some form of metacognition, few match the spectrum and complexity of metacognitive strategies that are demanded by the practice of contemporary literary criticism. The vocabulary of cognitive psychology may be most compelling to literary critics, therefore, in making visible aspects of literary criticism that exist now largely as widespread tacit knowledge” (498–499). Por último, Stephen Best y Sharon Marcus enfatizan que la surface reading tiene la capacidad de otorgar libertad en el acto de lectura, pues concentrarse en lo que es evidente en el texto nos dispensa de buscar detrás de las paredes aquello que probablemente no encontremos después de derribarlas. Aunque Best y Marcus reconocen que esta postura puede considerarse parte de una tradición quietista que mantiene el status quo, “[they] want to reclaim from this tradition the accent on immersion in texts (without paranoia or suspicion about their merit or value), for we understand that attentiveness to the artwork as itself a kind of freedom” (16). He escogido estos fragmentos para ejemplificar el tono de las lecturas adjetivadas porque son muestras de cada uno de los cuatro nodos en los que agrupo el corpus y aunque cada nodo tiene un perfil distinto —en los que profundizo en la siguiente parte de esta tesis―, todos presentan una retórica que tiende hacia la afirmación. Si se recuerda que la composición y no el desmontaje identifica la etapa 50 posterior a la critique en la que se ubican las lecturas adjetivadas, entonces un tono de carácter afirmativo es fácilmente relacionable con la noción de prototipo porque ambos implican una orientación hacia la productividad. Puesta a prueba Todo prototipo debe ser puesto a prueba. Antes mencioné que los textos de las lecturas adjetivadas realizan un análisis breve de una o varias obras literarias que —en consonancia con lo que dicen Galey y Ruecker acerca de los prototipos en las humanidades digitales— no necesariamente pretende argumentar algo sobre los textos literarios, sino que tiene la intención retórica de demostrar el funcionamiento del artefacto, es decir, de su propuesta de práctica de lectura. El uso instrumental de obras literarias para apuntalar argumentos no es nuevo; de hecho, podría decirse que cualquier texto teórico escoge el material literario que mejor se ajusta a sus necesidades para ilustrar sus ideas abstractas. En algunas ocasiones, esta selección es tan atinada que el desarrollo de una argumentación con los mismos postulados teóricos pero utilizando otras obras literarias puede resultar en un intento fallido.14 Éste suele ser el caso de las lecturas adjetivadas, debido a que sus prototipos se encuentran en proceso de construcción. Asimismo, el corpus de esta investigación presenta algunas 14 En una idea similar, Moi acusa a ciertas prácticas docentes de un uso equívoco de la relación entre la teoría y el método en los estudios literarios: Most handbooks and courses in “method” either provide useful instructions in how to do research (how to use archives and bibliographies, how to read seventeenth-century handwriting), or turn out to be overviews of various kinds of theory. But a theory is not a method. If we think of “deconstruction” or “feminist theory” as methods, we simply encourage students to take a given theory and apply it to a text. As I have argued elsewhere, this is truly the last thing we should teach our students to do. (35) Es necesario tomar en cuenta que Moi entiende la noción de teoría literaria a la luz de su cristalización en la academia estadounidense. Esto quiere decir que si bien la palabra ‘teoría’ en términos generales puede referirse a modelos y metodologías estables, en el contexto de la aseveración de Moi es más ajustado entenderla como la reflexión conceptual que está más cerca de un cuestionamiento del sentido común, que de un modelo estructurado que puede ser aplicable a diferentes objetos de estudio. 51 particularidades en el uso de textos literarios que es importante resaltar para concluir con este capítulo. Margaret Cohen asevera que la manera en la que explicamos textos literarios está íntimamente ligada a las obras mismas: The searching, deconstructive inquiries focusing on selfhood and reading as inseparable from error and ambivalence are, for example, honed on a longue durée Romantic lineage evincing a fondness for an opaque psyche represented in tropes of conflict, ambiguity, and irony. Hence, it should come as no surprise that Romantic writers provide many examples for deconstructive analysis. Similarly, narratologists’ models of the novel based on the forward movement of plot and penetrating the depths of character and society abstract the mechanisms of the European realist lineage. Narratologists then use individual works in this lineage to exemplify the workings of their theories—admitting a modernist/fantastic twist on this aesthetic as the nineteenth century drew to a close. (54–55) Por un lado, sería un error pensar que la totalidad de los estudios deconstruccionistas recurre a la literatura romántica; más bien, aseveraciones como la de Cohen se sustentan en tendencias en las que no faltan las excepciones.15 Por otro lado, la identificación de estas regularidades resulta reveladora para la reflexión sobre los estudios literarios porque dan cuenta no sólo de cómo se instruye a los individuos en la disciplina, sino 15 Es importante leer la aseveración de Cohen a la luz de lo que he mencionado en otra nota al pie sobre el proceso de apropiación y procesamiento conceptual que realizó la academia estadounidense de las ideas teóricas francesas de mediados de siglo XX. En este caso, el análisis deconstructivo al que se refiere Cohen es el tipo de estudios llevado a cabo en Yale por académicos como Paul de Man, Geoffrey Hartman y J. Hillis Miller, quienes sistematizaron una manera de interpretación literaria a partir de la deconstrucción de Jacques Derrida. Sobra decir que en este proceso de sistematización los postulados de Derrida experimentaron transformaciones considerables. 52 también de que el ámbito académico es un espacio interconectado en donde cada aportación individual influye en, y es influida por, el resto. Para ilustrar una tendencia en las lecturas adjetivadas, nuevamente merece la pena presentar los resultados de un breve cómputo de la bibliografía. De una muestra de 52 textos, en la que se incluyen artículos en revistas arbitradas, capítulos de libros y monografías enteras, llama la atención que 26 echan mano de obras literarias publicadas durante el siglo XIX. El 50% de esa cantidad utiliza la narrativa decimonónica como principal instrumento para fundamentar sus argumentos y —con excepción de tres textos que trabajan con Jane Austen—16 casi todos recurren a la novela victoriana. Los autores más populares son George Eliot y Joseph Conrad, pero también se incluye a Robert Louis Stevenson, Henry James, Mary Elizabeth Braddon, etcétera. En cuanto a los prototipos probados, quizás los casos más significativos para este análisis son los libros Graphs, Maps, Trees (2005), de Franco Moretti; Between Women (2007), de Sharon Marcus; y Novel Violence (2009), de Garret Stewart. En primer lugar, el libro de Moretti representa la consolidación del prototipo distant reading. A lo largo de Graphs, Maps, Trees, uno encuentra análisis cuantitativos que abordan fenómenos literarios amplios, tanto histórica como geográficamente. Por ejemplo, el ensayo “Graphs” se propone evidenciar el desarrollo de la novela en cuanto a sus géneros y temáticas desde —grosso modo— 1700 a 1900. Esta orientación ya se había proyectado en “Conjectures on World Literature”, en donde Moretti plantea la problemática que implica el hecho de que una persona se dedique a estudiar la literatura mundial: “What does it mean, studying world literature? How do we do it? I work on 16 Me refiero a “Literary Neouroscience and History of Mind”, de Natalie M. Phillips, y “What We Mean by Reading”, de Auyoung, que estudian Mansfield Park y Emma, respectivamente. 53 west European narrative between 1790 and 1930, and already feel like a charlatan outside of Britain or France” (45). En segundo lugar, Marcus tiene una formación similar, pero quizás con mayor énfasis en la narrativa victoriana; Between Women lleva como subtítulo Friendship, Desire, and Marriage in Victorian England. De este libro, me interesa en particular el capítulo dos porque en él Marcus propone el prototipo de la just reading, que bien puede considerarse una de las primeras versiones de la surface reading: “Just reading strives to be adequate to a text conceived as complex and ample rather than as diminished by, or reduced to, what it has had to repress. Just reading accounts for what is in the text without construing presence as absence or affirmation as negation. Finally, just reading recognizes that interpretation is inevitable: even when attending to the givens of a text, we are always only―or just—constructing a reading” (75). Marcus pone a prueba su prototipo con fragmentos de Middlemarch (1871), Wuthering Heights (1847), The Mill on the Floss (1869), Vanity Fair (1848), David Copperfield (1850), Man and Wife (1870), The Widow Barnaby (1839), Aurora Leigh (1856), entre otros. En tercer lugar, el libro de Stewart ofrece un despliegue de virtuosismo interpretativo porque su prototipo llamado narratography en realidad es una combinación de diversas prácticas de lectura académica. De acuerdo con Nathan K. Hensley, la narratography de Stewart “stands as a capacious and flexible method, indeed, since it encompasses symptomatic close reading (Dickens), mediation analysis ([Anne] Brontë), Marxist-Hegelian novel theory (Eliot), and a fantastically alert and self-reflexive genre criticism (Hardy)” (“Figures” 338). Además de evidenciar las diferentes prácticas que se aglutinan en la narratography —al menos: close, 54 symptomatic y surface reading—, la cita anterior identifica los autores victorianos de las obras literarias que Stewart utiliza para probar su aportación. La regularidad en el uso de literatura victoriana para poner a prueba prototipos en las lecturas adjetivadas es una consecuencia de causas pragmáticas e ideológicas. Por un lado, el fenómeno puede abordarse desde las condiciones materiales necesarias para el estudio académico actual en Estados Unidos. Jane Gallop inicia una revisión sobre el destino de la close reading con una anécdota de una cena con colegas y una candidata a un puesto universitario para enseñar literatura británica del siglo XVIII. Durante la conversación, la candidata declaró que ya era imposible publicar algo sin demostrar trabajo de archivo (181). La anécdota de Gallop es apenas un atisbo del ámbito editorial estadounidense que publica textos académicos y si éste requiere de trabajo con archivos, es razonable pensar que ha habido un creciente interés por abastecerlos y utilizarlos. Según Hensley, los archivos del siglo XIX han sido fundamentales para estudios como los de la distant reading y la cognitive reading: “Given the centrality of nineteenth- century archives to developments in areas like quantitative textual analysis and cognitive neuroscience, Victorianists are perhaps especially aware of the potential for industrialized information sciences to reanimate a stalled literary studies” (“Curatorial Reading” 62). Me parece que la suposición de Hensley no sólo revela la dependencia de la práctica académica de condiciones materiales específicas —a saber, que si hay más información documental de un tema es lógico que haya más investigación sobre él―, sino que también se conecta con la explicación de la retórica del prototipo por un énfasis en el carácter industrializado de las disciplinas universitarias. 55 Por otro lado, Heather Love subraya lo que Best y Marcus en “Surface Reading: An Introduction” llaman ‘realismo político’ (“Small Change” 15–16). En principio, esta postura ideológica sustenta la práctica de lectura que ellos proponen y contrasta claramente con la disposición de la symptomatic reading. De acuerdo con Love: “Political realism traditionally refers to pragmatism, to diminished expectations, to the achievement of the possible rather than the ideal”. Ella pretende asociar el realismo político con el realismo literario mediante el trabajo de George Levine, quien describe este género como “An ‘art of acceptance’ [that] can be seen as a salutary willingness to grapple with social facts or as a capitulation to ideology and an equation of the existent with the possible” (“Small Change” 422). Recordando la aseveración de Cohen sobre el íntimo vínculo entre una obra literaria y su análisis, podría especularse que la predilección instrumental de la novela realista en los textos de las lecturas adjetivadas se debe a esta correspondencia ideológica. Dada su naturaleza orientada a la eficiencia, el prototipo utiliza el material literario que le permite un mejor funcionamiento. Como he argumentado a lo largo de este capítulo, en la escritura académica de las lecturas adjetivadas predomina una retórica del prototipo porque cada texto del corpus privilegia la postulación de una hipótesis a través de un artefacto provisional que se vale tanto de la repetición de estructuras argumentativas estandarizadas, como de un tono afirmativo cuyo interés en la productividad provoca las condiciones favorecedoras en las que el prototipo es puesto a prueba. Asimismo, me parece que las lecturas adjetivadas son tanto una causa como una consecuencia del alto índice de profesionalización que demuestran los estudios literarios estadounidenses en las primeras dos décadas del siglo XXI. 56 Capítulo 2. Composition y departamentos de literatura La función de la composition en las universidades estadounidenses Hasta el momento la fuente historiográfica más importante acerca del desarrollo institucional de los estudios literarios en Estados Unidos es Professing Literature (1987), de Gerarld Graff. Esta revisión histórica de la disciplina inicia en las primeras décadas del siglo XIX y termina con el declive del New Criticism y la llegada de la teoría literaria a la academia estadounidense durante la década de 1960. Si bien no es parte del grupo de textos que identifico como las lecturas adjetivadas, el libro de Graff, en cuanto que escritura académica, también presenta la provisionalidad del prototipo. Esto es evidente en el prefacio de la edición de 2007, añadido con motivo de los veinte años de la publicación original. Además de dar cuenta de que existen distintas versiones de Professing Literature en circulación, este texto permite a Graff comentar acerca de las mejoras que podrían hacerse a la primera edición. Para la argumentación de este capítulo, la más importante de estas mejoras concierne a la composition: another thing I would do differently were I to write Professing Literature today is to give greater attention to the composition and rhetoric domain of English studies. I now see that in excluding composition from the scope of my study, I failed to recognize an important implication of my own argument. Since first- year composition is preeminently the part of the curriculum that has been charged with training students to “engage in intellectual debate at a high level,” the logic of my own position should have led me to give composition greater prominence, as I might have done without losing sight of literary study or doubling the length of my book. (xvii) 57 Es claro que esta investigación y Professing Literature difieren significativamente, tanto en enfoque como en objeto de estudio; sin embargo, este capítulo se propone comenzar a solventar la carencia que Graff ha identificado en la reflexión sobre los estudios literarios como disciplina universitaria. Una vez establecidos los rasgos estilísticos de la retórica del prototipo, y continuando con el énfasis en la escritura académica, ahora exploro el papel que han desempeñado los cursos de composition en la conformación de las lecturas adjetivadas. Como se observa más adelante, aquí sugiero que aunque no es posible comprobar una influencia directa de la composition en el modo de expresión del corpus de esta investigación, es indiscutible que su calidad de actor central en el ámbito universitario estadounidense ha tenido una injerencia condicionante en la estandarización de la retórica del prototipo en los estudios literarios recientes. Junto con el modelo educativo de la liberal education, los cursos de escritura del primer año son quizás uno de los rasgos más característicos de la educación superior en Estados Unidos, no sólo porque la instrucción en la composition ha sido muy longeva ―impartida desde la fundación de Harvard (1636), del College of William and Mary (1693) y de Yale (1701)— (Crowley 49), sino también porque los cursos de composition representan tanto un ideal democrático distintivo de la sociedad estadounidense —a saber, que la escritura le pertenece a todas las personas—, como un contrato entre la institución y la población. Lo anterior ayudó a que los departamentos de literatura (English), encargados de la impartición de la composition, crecieran y se volvieran medulares en las universidades y especialmente en la educación a nivel licenciatura (Bartholomae 343). No obstante, la relación histórica entre los 58 departamentos de literatura y la enseñanza de la escritura no ha sido la más cordial o la más sencilla. David Bartholomae identifica el inicio del siglo XX como un punto de inflexión: It is useful to highlight 1900, however, since the turn of that century is usually understood as the period when, under the influence of the German model, the university was remade in its modern form, with a focus on research and with the creation of departments, including English departments. In 1900 it was still taken for granted that English departments had a fundamental commitment to the teaching of writing (and this was primarily a faculty commitment), although as the curriculum was divided into required courses and electives, that commitment was (unfortunately) translated into a required freshman composition course, and questions were raised about the opportunities for research and professional advancement in the area defined by the practice of written English. (343) Así como en el capítulo anterior, en el que se hizo énfasis en el proceso de profesionalización de los estudios literarios, de nuevo el modelo universitario alemán resulta relevante, puesto que a partir de su adopción en Estados Unidos el destino institucional de la composition quedó sellado durante los siguientes setenta años. Desde ese momento, la enseñanza de la escritura se concibió como una asignatura propia del currículo del primer año de educación superior —de ahí el nombre comúnmente utilizado para referirse a ella: Freshman English— y orientada a remediar las carencias de expresión escrita que presentaba la mayoría de los estudiantes de nuevo ingreso. Esta condición ha sido un arma de doble filo porque si bien tiende a ocupar una posición 59 subordinada en la jerarquía académica, la composition es prácticamente un actor omnipresente en el sistema universitario estadounidense, por lo que su influencia en el quehacer académico, en general, y en el de los estudios literarios, en particular, es muy significativa. Como sucede con la mayoría de los programas educativos que tienen aspiraciones con dimensiones nacionales, es posible entender el devenir histórico de la composition del primer año universitario como un esfuerzo por el establecimiento de una pedagogía homogeneizadora en una multiplicidad de contextos locales altamente diferenciados. Estas circunstancias han provocado una considerable inestabilidad tanto en las estructuras institucionales responsables de la impartición de la composition, como en sus posturas ideológicas. En primer lugar, estos cursos obligatorios, inventados en 1885 por iniciativa de Charles Williams Eliot, presidente de Harvard (Miller 61), se extendieron rápidamente a otras instituciones universitarias y en un principio fueron impartidos por el profesorado de planta; sin embargo, durante los primeros años del siglo XX, esta labor recayó sobre los profesores no definitivos porque los docentes de tiempo completo identificaron que no había un futuro profesional en enseñar un curso a partir del cual difícilmente se produciría investigación. Durante la década de 1940, los estudiantes de posgrado (generalmente de literatura) comenzaron a impartir composition a medida que las universidades se consolidaron como un cúmulo de disciplinas cuya principal meta no era la educación sino la investigación. Debido al incremento de las inscripciones en el periodo posterior a la segunda Guerra Mundial, las universidades tuvieron que contratar a profesores de medio tiempo para cumplir con las necesidades de una matrícula que creció desmedidamente en los 1950 y 1960. En la actualidad, los 60 cursos de composition obligatorios para el primer año son impartidos, por un lado, por estudiantes de posgrado en las universidades que tienen suficiente gente en este nivel educativo y se contrata a profesores temporales en aquéllas donde la población de estudiantes de posgrado no es tan abundante. Por otro lado, profesores de planta enseñan composition en los colleges de dos años, en algunos liberal arts colleges17 y en las pocas universidades públicas cuya orientación es la educación y no la investigación (Crowley 4). En segundo lugar, a la inestabilidad administrativa puede equipararse una inestabilidad ideológica. Sharon Crowley señala que una de las principales razones de esta última es que la lógica pedagógica de los cursos de composition no emana de un objeto de estudio, de una disciplina o de un campo, como es el caso de otros cursos universitarios. Esto ha provocado que muchas de las ideologías y de las prácticas docentes en la composition provengan de fuera de las aulas, al mismo tiempo que se han adoptado diversas posturas para justificar que estos cursos sean un requisito para los 17 Si bien son conceptos que se relacionan estrechamente, no está de más hacer una distinción entre una liberal education, las liberal arts y un liberal arts college. Según la Association of American Colleges and Universities, la primera es An approach to learning that empowers individuals and prepares them to deal with complexity, diversity, and change. It provides students with broad knowledge of the wider world (e.g., science, culture, and society) as well as in-depth study in a specific area of interest. A liberal education helps students develop a sense of social responsibility as well as strong and transferable intellectual and practical skills such as communication, analytical and problem- solving skills, and a demonstrated ability to apply knowledge and skills in real-world settings. Por su parte, las liberal arts son las disciplinas específicas de una liberal education: las humanidades, las ciencias naturales, las artes y las ciencias sociales. Un liberal arts college es una institución de nivel superior con grupos reducidos que privilegia la interacción cercana entre la comunidad académica y que basa su currículo en las disciplinas anteriores (“What Is Liberal Education?”). Una universidad se diferencia, grosso modo, de un liberal arts college en que la primera hace un mayor énfasis en la producción de investigación y ofrece diversos posgrados a nivel doctorado, mientras que el segundo se concentra en la educación y su oferta de posgrado se limita al nivel maestría. En Estados Unidos, una gran cantidad de universidades y de colleges imparten liberal education, en contraste con otras instituciones cuyo currículo es de perfil profesional, técnico o vocacional. 61 estudiantes de nuevo ingreso. Crowley enlista estas posturas cronológica y sucintamente: it has been argued that students should be required to study composition in order to develop taste, to improve their grasp of formal and mechanical correctness, to become liberally educated, to prepare for jobs or professions, to develop their personalities, to become able citizens of a democracy, to become skilled communicators, to develop skill in textual analysis, to become critical thinkers, to establish their personal voices, to master the composing process, to master the composition of discourses used within academic disciplines, and to become oppositional critics of their culture. Most of these rationales developed because of composition’s institutional proximity to literary studies. Others appeared during interludes in the history of composition in which persons working in other institutional sites succeeded in speaking for composition. (6) En buena medida, lo anterior es una radiografía de las tendencias ideológicas que fueron hegemónicas no sólo en la composition, sino en buena parte de la academia estadounidense durante el siglo XX. La composition, por lo tanto, ha sido a lo largo de su existencia institucional un espacio de conflicto, en donde diversos grupos luchan por un predominio que tiene implicaciones pedagógicas, epistemológicas, políticas y económicas. En ese sentido, la relación de poder más pertinente para esta investigación es la que se ha establecido entre la composition y los estudios literarios. Antes mencioné que desde la consolidación de la universidad moderna en Estados Unidos los departamentos de literatura asumieron la responsabilidad de la enseñanza de la escritura. Así como sucedió con la lectura como actividad profesional, 62 la apropiación de la escritura como propósito pedagógico ha traído beneficios palpables en presencia institucional —desde un inicio, los departamentos de English han sido grandes y fuertes dentro de las universidades— y en importancia económica —debido a su tamaño y posición central en el primer año de educación superior, su presupuesto suele ser el más alto entre los departamentos de humanidades—.18 El precio de estos beneficios, sin embargo, ha sido una situación doméstica incómoda, puesto que en los departamentos existe una división entre las personas que se dedican a la composition y las que se dedican a los estudios literarios. De acuerdo con Miller, la relación de poder entre ambas partes es asimétrica: “‘Composition’ and ‘literature’ stand in, that is, for communities who are imagined to be operating in the same institutional settings, but not in the same ways or at the same levels of power. In this conversation, both look at and act on each other across a boundary that most on either side see dividing ‘high’ from ‘low’” (2). Es así que la composition siempre ha ocupado un lugar simbólico subordinado a los estudios literarios en los departamentos de English. En una suerte de división social del trabajo, quien enseña composition realiza labores remediales que habilitan la existencia del trabajo más importante de quienes enseñan literatura: “Actual composition classes are treated by the department and its institution as departmental donations to a ‘larger’ 18 Susan Miller valora que, a principios de la década de 1990, cada año un estimado de 25,000 personas participaron en los cursos de composition, ya fueran profesores o estudiantes. Asimismo, es importante tomar en cuenta la cantidad de dinero involucrado: If we also consider that, at an average price of ten to fifteen dollars, composition textbooks require at least a $40 million expenditure for students, and that wages for composition teaching involve at least $50 million (if we assume a low figure for average pay of $2,000 per course), we could safely estimate (adding administrative costs) that $100 million is spent each year in America on something we might think of as teaching students to write at the college level. Were high-school and extra-academic statistics included, the numbers would be staggering. Whatever else composition is, it is a major national industry when measured monetarily. (5) Por supuesto, treinta años después los números son más elevados. 63 effort of initiation, but they are perceived in the composition community as exploitation that supports more privileged work. These conflicting perceptions diminish the image of composition within and outside it” (Miller 150). Esta percepción también es el resultado de condiciones materiales precarias para los profesores de composition: grupos saturados, cargas de trabajo excesivas y poca o nula proyección para conseguir una plaza académica. No es una sorpresa, entonces, que estos cursos sean impartidos por estudiantes de posgrado o por profesores de medio tiempo. Como adelanté al inicio de este capítulo, resulta problemático establecer una relación de causalidad directa entre el modo de expresión de las lecturas adjetivadas y los cursos de composition del primer año universitario; sin embargo, es razonable suponer que la mayoría de los autores de los textos del corpus no sólo tomaron estas clases cuando ingresaron a la universidad sino que también las impartieron durante sus estudios de posgrado. Asimismo, y en consonancia con la discusión del capítulo anterior acerca de la profesionalización y la estandarización de la investigación literaria en Estados Unidos, la composition se relaciona con la retórica del prototipo en cuanto que su función en la educación superior es homogeneizante: University and college faculty imagine composition as the institutional site wherein student subjectivity is to be monitored and disciplined. The continuing function of the required composition course has been to insure the academic community that its entering members are taught the discursive behaviors and traits of character that qualify them to join the community. The course is meant to shape students to behave, think, write, and speak as students rather than as the 64 people they are, people who have differing histories and traditions and languages and ideologies. (Crowley 8–9) Si bien la influencia de la composition en la retórica del prototipo es un efecto del lugar institucional que ocupa en un modelo educativo, también es el resultado de principios pedagógicos que han dado forma a la enseñanza de la escritura académica en la universidad. Desde mediados del siglo XX, la composition ha experimentado un proceso de profesionalización a través del cual ha diseñado un repertorio de herramientas conceptuales que han sido producto de la investigación en los llamados composition studies. A continuación pondero una serie de rasgos que provienen de este campo académico y que se relacionan con la retórica del prototipo. Paradigmas pedagógicos El surgimiento de los composition studies es una respuesta a las ansiedades de quienes supusieron que la enseñanza de la escritura nunca sería un campo académico capaz de producir investigación propia. En su momento, las sospechas de estas personas no necesariamente fueron infundadas, ya que durante mucho tiempo la composition se basaba en un propósito pedagógico-moral más que en uno epistemológico. No obstante, si el interés principal de la universidad moderna estaba en la investigación y no en la educación, entonces sólo era cuestión de tiempo para que la composition delimitara un objeto de estudio y diseñara herramientas teóricas que le permitieran explorarlo. Los composition studies son un subconjunto de los campos más amplios de la retórica y la composición que echan mano de otros campos relacionados, con la intención de discutir las problemáticas de la escritura y de su enseñanza. Asimismo, los composition studies, 65 quizás más que otros ámbitos académicos, suelen reflejar las fuerzas institucionales y no institucionales dentro de las cuales operan (Ritter y Matsuda 18–19), por lo que merece la pena considerarlos entre los actores cuyas relaciones han facilitado la existencia de las lecturas adjetivadas. Los composition studies se volvieron un campo distinguible de reflexión después de la segunda Guerra Mundial, cuando el ingreso en masa a las universidades durante la década de 1950 representó un reto administrativo y pedagógico en cuanto a la enseñanza de la escritura se refiere, puesto que no sólo aumentó la cantidad de estudiantes, sino que también se diversificó su demografía. A la par con el gran volumen de trabajo, emergió una multiplicidad de problemas que demandaban las exploraciones teóricas propias de un campo de estudio académico. De acuerdo con David W. Smith, A common date given for the birth of the field is 1963, with the publication of Richard Braddock, Richard Lloyd-Jones, and Lowell Schoer’s Research in Written Composition, a call to base the teaching of writing on empirical research, and Albert Kitzhaber’s Themes, Theories, and Therapy, which Stephen North calls “the first book-length study of college writing” (14). In addition, 1963 was the year that the meeting of the Conference on College Composition and Communication (CCCC) had as its theme “Toward a New Rhetoric,” which symbolized the gradual turn in the field away from semantics and linguistics and toward the history and theory of rhetoric for inspiration in how to teach writing (Young and Goggin). (3) 66 El desarrollo de los composition studies ha permitido a la enseñanza de la escritura académica modificar el destino sellado por la asimilación del modelo alemán de universidad a principios del siglo XX; si bien la mayoría de la composition continúa enfocada en los cursos obligatorios del primer año, la habilitación de un espacio para la teorización ha implicado que el trabajo colegiado pueda realizarse en torno a un plan impulsado por la investigación y esto conduce a elevar los estándares de la profesión (Smith 5). Asimismo, a lo largo de los años han aparecido programas de posgrado, publicaciones periódicas y libros de estudios especializados que abonan al capital cultural de la composition dentro de la universidad. En cuanto a la explicación de la retórica del prototipo, resulta pertinente ponderar el trabajo historiográfico de los composition studies en torno a tres de los paradigmas pedagógicos que han configurado la enseñanza de la escritura académica: la current-traditional rhetoric, el movimiento de las habilidades comunicativas y la pedagogía del proceso. La current-traditional rhetoric ha sido denominada como la primera teoría del discurso del Freshman English. Desde su invención a finales del siglo XIX, este paradigma pedagógico dividió la producción escrita en cuatro géneros: exposición, descripción, narración y argumentación. Además, “It idealized a single format—the five-paragraph theme, which after a brief introduction that stated its author’s thesis, presented three highly prescribed paragraphs of support, and concluded”. En los cursos de composition, los estudiantes aprendían estos principios del discurso mediante textos modelo y se esperaba que los siguieran en su propia escritura. Hacia 1900, la current- traditional rhetoric se extendió por todo el sistema universitario estadounidense y para 1910 ya contaba con una serie de materiales didácticos, como manuales y antologías de 67 lecturas, que ayudaron a consolidar una teoría del discurso que privilegiaba los principios de la unidad, la coherencia y el énfasis. Estos intereses, por supuesto, se conjugaron armónicamente con el modelo de universidad moderna que ya he mencionado: “Historians of composition have attributed the ubiquity of current- traditional rhetoric to its methodical and universalizing approach to the construction of discourse, which presumably rendered it appealing to the scientific and technical interests that invigorated the new American university” (Crowley 94). Este paradigma pedagógico prometió y entregó una estandarización de la escritura académica que apuntaló las aspiraciones productivas emanadas de la orientación universitaria hacia la investigación. Dado que los departamentos de English tenían la responsabilidad de la impartición de los cursos de composition, no resulta inesperado que la current- traditional rhetoric comenzara a enredarse con la manera en la que se abordó el estudio de textos literarios, especialmente si se considera que un recurso pedagógico común en la composition es la literatura. Según Crowley, durante el periodo entre las décadas de los 1940 y los 1960, los textos literarios comenzaron a leerse como modelos del discurso de la current-traditional rhetoric, es decir, se suponía que la literatura más lograda se construía en función de patrones cerrados y seguía los principios de la unidad y la coherencia (114). De este modo, se creó una correspondencia entre los principios poéticos de los textos literarios y las reglas de la composition: This odd state of affairs, where teachers conflated poetic principles with rules for exposition, came about not only because of the institutional proximity of literature and composition, but because of the absolute lack of theoretical 68 innovation in composition. Given this state of affairs, it is not surprising that teachers of the required course—who were, by this time, mainly graduate students in literature—looked to the body of theory they did know in order to derive principles from which to work as they evaluated students’ papers. And what they knew was the new criticism … the new criticism made literature teachable, even to freshmen. So the graduate students who were practicing new critical readings in their graduate seminars had finally been given a way to tie their graduate study to their teaching of composition. (115) Puesto que el acercamiento del New Criticism al estudio de la literatura era en esencia formalista, sus discusiones giraban alrededor de rasgos formales, como la situación, el conflicto, la estructura, la ironía y la ambigüedad. Cuando esta concepción del texto se extrapoló a la composition, el trabajo con la escritura de los estudiantes también ponderó aspectos formales, como la tesis, las oraciones principales, la unidad y la coherencia. La influencia mutua entre el New Criticism y la current-traditional pedagogy provocó que en los estudios literarios se buscaran los principios de la composition, así como que en ésta se reprodujeran los intereses analíticos de aquéllos, es decir, la lectura académica se vio transformada por la escritura y viceversa. Para entender los siguientes dos paradigmas pedagógicos, es necesario tomar en cuenta la presencia del pragmatismo en la composition. Éste es una tradición filosófica característicamente estadounidense y se asocia con nombres como Ralph Waldo Emerson, Charles Sanders Peirce, John Dewey y el aquí nombrado William James. Esta visión filosófica tiene una orientación marcada hacia la acción, por lo que evita la búsqueda de principios originarios y preguntas metafísicas acerca de la verdad y la 69 realidad para concentrarse en preguntas como: ‘¿qué puede hacerse?’ y ‘¿cuáles son las consecuencias de las acciones humanas?’ De acuerdo con Crowley, el pragmatismo incluye un énfasis en los procesos y las relaciones; un entendimiento naturalista y evolutivo de la existencia humana; una concepción de la actividad intelectual como una basada en problemas; y una confianza en la reconstrucción democrática de la sociedad por medio de las instituciones. En relación con la composition, “Most of the features named have surfaced in composition theory, if not in the pedagogy of the first-year course: a naturalistic understanding of human existence underwrote the communication skills movement, while the turn toward process pedagogy during the 1970s witnessed a marked emphasis on process, experimental method, and problem solving” (Crowley 16). Particularmente, las ideas del pragmatismo tuvieron una influencia significativa en el movimiento de las habilidades comunicativas y en la pedagogía del proceso. El interés por proveer a los estudiantes de un conjunto de habilidades que les permitieran comunicarse eficazmente fue un fenómeno coyuntural impulsado por la segunda Guerra Mundial. Ésta evidenció la importancia de la comunicación al menos de dos maneras. Por un lado, desde la perspectiva estadounidense, el ascenso ideológico y militar del régimen nazi tuvo lugar gracias a estrategias comunicativas potentes, lo que no sólo incluyó la distribución masiva de propaganda, sino que también involucró la instrucción del ejército en habilidades orales y escritas que aseguraran el éxito de las operaciones militares.19 Por otro lado, la noción generalizada de que una de las causas 19 La presencia militar en las universidades estadounidenses se volvió explícita en 1943, cuando el ejército, la marina y la fuerza aérea implementaron programas de entrenamiento: “Even before America officially entered the war, then, officials of the American Council on Education urged President Roosevelt to take advantage of colleges and universities as training centers for military personnel. Roosevelt agreed, and training programs were hastily planned by academics and members of the military, some of whom had been professors in civilian life”. Si bien estos programas de entrenamiento no duraron mucho porque en poco tiempo los soldados fueron requeridos en el frente de batalla, la presencia de las 70 del conflicto bélico había sido la deficiencia comunicativa entre las naciones implicó la preocupación por educar a las nuevas generaciones a comunicarse adecuadamente, con la esperanza de evitar desacuerdos diplomáticos en el futuro que tuvieran consecuencias lamentables: “Educators attributed the onset of the Second World War to a lack of communication—among Americans and between nations. They were convinced that attention to communication would prevent another such horror, because they assumed that if people could just make themselves clear to one another, they would cease to fight and disagree” (Crowley 169). De ahí que el curso “basic skills” (después conocido como “Communication Skills”), instituido en la Universidad de Iowa en 1944, se volviera tan popular, de modo que cuatro años después, más de 200 instituciones de educación superior ya habían establecido cursos similares en sus programas de estudio (Berlin 96). Me parece que el enfoque de este paradigma pedagógico en la composition se explica por sí solo, por lo que no sería pertinente profundizar en el contenido de los cursos que tomaron la perspectiva de la comunicación. No obstante, con el afán de ligarlo a la retórica del prototipo, vale la pena subrayar su predilección por la eficiencia en la transmisión de información; su interés pragmatista en las acciones y sus consecuencias; su confianza en pruebas empíricas para el diseño curricular; su atención a medios populares como la radio, la televisión y el periódico; y su énfasis en los usos sociales del lenguaje, asociados a las manifestaciones públicas del discurso más que a la expresión privada (Crowley 181). Si también se considera que el movimiento de las habilidades comunicativas instó a quienes enseñaban composition a buscar la fuerzas armadas influyó en las políticas pedagógicas y hasta económicas de las instituciones universitarias: “They suggested, for example, that summer school was a profitable endeavor” (Crowley 156). 71 profesionalización —fundando en 1949 la Conference on College Composition and Communication—, su influencia en la retórica del prototipo se antoja posible, incluso a pesar de que tan rápido como se propagaron por muchas universidades, los cursos de habilidades comunicativas comenzaron a ser más escasos hacia finales de los 1950 debido a la carga académica que demandaban de los profesores y a la gran cantidad de recursos que necesitaban, como laboratorios, clínicas, personal de apoyo y equipo audiovisual. Hacia 1960, la mayoría de estos programas había desaparecido, dando lugar a que surgiera el siguiente paradigma pedagógico en la composition. La pedagogía del proceso empezó a figurar en las clases de composition alrededor de 1971 y de inmediato los beneficios fueron palpables. De acuerdo con Crowley, Process pedagogy brought about three rather remarkable changes to composition in the university. Most important, it professionalized the teaching of first-year composition. This was accomplished by means of the theoretical discovery of something on which to do research: students’ composing processes. Another way to characterize this contribution is to say that the discovery of the composing process was at the same time the discovery that composition could be theorized. Second, if it ushered in a reconceptualization of composition teachers as disciplined professionals, process pedagogy also stimulated a reconceptualization of students as people who write rather than as people whose grammar and usage needs to be policed. Last, but certainly not least, the advent of process pedagogy made composition a lot more fun to teach. (191) 72 De este modo, concebir la composition como una disciplina cuyo objeto de estudio es el proceso de escritura trajo cambios tanto teóricos como prácticos. Estos últimos no pueden pasarse por alto, dado que las dificultades materiales antes mencionadas ―como grupos numerosos de estudiantes con diversos antecedentes e intereses— tendían a impedir que los profesores tuvieran el tiempo y los recursos para realizar investigación. A partir de la pedagogía del proceso, los cursos de composition adoptaron formatos más flexibles, en donde los estudiantes trabajaban en grupos de revisiones entre pares y los profesores podían intervenir en cada etapa de la elaboración de un texto; en lugar de esperar el producto final y hacer correcciones sobre éste, con la esperanza de que el siguiente no presentara los mismos problemas. Aun observando las virtudes anteriores, Miller tiene reservas con respecto al impacto real de la pedagogía del proceso: “Viewed from both historical and theoretical contexts, however, process theory has not yet provided an accurate or even a very historically different theory of contemporary writing, even if we grant it partial paradigmatic status” (106). Su crítica va dirigida al hecho de que la pedagogía del proceso no necesariamente implicó un paso hacia adelante en la democratización de la enseñanza de la escritura porque no aboga por la diversidad en el trabajo de estudiantes y docentes dentro del aula, sino que “This theoretical program openly supports institutions of academic discourse production without appearing to recognize desires to subvert or destabilize them” (109). La apreciación de Miller empieza a explicar cómo la pedagogía del proceso ayudó a consolidar un estándar en la escritura académica. Este efecto se vuelve más claro cuando se considera que algunas de las teorías del proceso se conjugaron satisfactoriamente con los principios de la current-traditional rhetoric: “The 73 easy accommodation of process-oriented strategies to current-traditionalism suggests that process and product have more in common than is generally acknowledged in professional literature about composition, where the habit of contrasting them conceals the fact of their epistemological consistency” (Crowley 212). La alianza resultó benéfica para ambos paradigmas teóricos, puesto que la teoría del proceso reforzó cada etapa de la escritura (por ejemplo, pre-writing, drafting, revising, correcting, re- writing) con el objetivo de producir un texto cuyas expectativas formales eran propias de la current-traditional rhetoric. En la actualidad, los cursos de composition suelen ser una mezcla de los diferentes paradigmas pedagógicos que han dominado la práctica a lo largo de los años. En muchas ocasiones se utilizan conceptos de la current-traditional rhetoric y de la teoría del proceso para racionalizar las mismas prácticas institucionales (Crowley 220); se sigue recurriendo a textos literarios como recursos para la enseñanza; y se aspira a que los estudiantes tengan las habilidades necesarias para transmitir sus ideas satisfactoriamente, tanto en contextos personales por medio de la expresión, como en contextos públicos por medio de la comunicación. Un instrumento de enseñanza Para concluir la revisión del papel que ha desempeñado la composition en la configuración de la retórica del prototipo de las lecturas adjetivadas, merece la pena examinar brevemente el libro que Gerarld Graff publicó junto con Cathy Birkenstein, They Say / I Say: The Moves That Matter in Academic Writing (2005). Si bien éste no pretende solventar la carencia historiográfica que Graff expresó en el prefacio de 74 Professing Literature, su objetivo es presentar un conjunto de plantillas que son el resultado de la teorización y esquematización de los movimientos más comunes en la escritura académica. Los autores explican que aunque muchos estudiantes entendieran lo que implica sustentar una hipótesis con evidencia, considerar contraargumentos, identificar una contradicción y responder a argumentaciones complejas, frecuentemente tenían problemas para aterrizar estos conceptos en su propia escritura (xviii). Por esta razón, en la década de 1990 Birkenstein empezó a trabajar en clases de composition con una serie de formatos que guiaban a los estudiantes a materializar estas ideas en la forma adecuada: We proceeded from the premise that all writers rely on certain stock formulas that they themselves didn’t invent—and that many of these formulas are so commonly used that they can be represented in model templates that students can use to structure and even generate what they want to say … One virtue of such templates, we found, is that they focus writers’ attention not just on what is being said, but on the forms that structure what is being said. In other words, they make students more conscious of the rhetorical patterns that are key to academic success but often pass under the classroom radar. (xviii) Además de evidenciar estos patrones retóricos, las plantillas siguen el mismo fundamento pragmatista del hábito de William James, el cual se adquiere por medio de la repetición y tiene el propósito de automatizar una serie de habilidades que, a su vez, facilitan la adquisición y el desarrollo de procedimientos más complejos. They Say / I Say incluye una nutrida variedad de plantillas que representan las maniobras más utilizadas en la escritura académica: resumir lo que otra persona dijo, 75 enmarcar una cita en las palabras propias, indicar el tema al que un autor responde, cambiar la atención de la perspectiva de la fuente a la perspectiva del autor, presentar evidencia de dicha perspectiva, ponderar diferentes contraargumentos y explicar cuál es la relevancia de lo que se discute. Para Graff y Birkenstein, sin embargo, hay una plantilla fundamental: “The central rhetorical move that we focus on in this book is the ‘they say / I say’ template that gives our book its title. In our view, this template represents the deep, underlying structure, the internal DNA as it were, of all effective argument” (xix). La efectividad de un argumento no sólo se encuentra en la capacidad de realizar aseveraciones con sustento, sino también en poder ubicarlas en relación con lo que otros han dicho. Lo anterior resuena significativamente con la retórica del prototipo, puesto que una de las características formales de los textos de las lecturas adjetivadas es una estructura esquemática que consiste en la revisión de otras prácticas de lectura en cuanto que problemas (They Say) y la propuesta de una nueva manera de hacer estudios literarios para solucionar estas dificultades (I Say). El libro de Graff y Birkenstein da cuenta de que una tendencia importante para abordar la enseñanza de la escritura es la estandarización a través de un conjunto de formatos. Como se ha visto a lo largo de este capítulo, esto se desprende del desarrollo histórico de los cursos de composition, desde la current-traditional rhetoric hasta la pedagogía del proceso. Asimismo, la propuesta de They Say / I Say tiene el interés doble de mejorar tanto la escritura como la lectura de los estudiantes: “the ‘they say / I say’ model can improve not just student writing, but student reading comprehension as well. Since reading and writing are deeply reciprocal activities, students who learn to make the rhetorical moves represented by the templates in this book figure to become more 76 adept at identifying these same moves in the texts they read” (xx). Así pues, es razonable suponer una influencia de los cursos de composition en la retórica del prototipo porque éstos han dado forma a las prácticas académicas que se materializan en los textos de las lecturas adjetivadas. 77 Capítulo 3. Modern Language Association y estudios literarios20 La institución La historia de la MLA se desenvuelve paralelamente a la profesionalización de los estudios literarios, al desarrollo de los departamentos de literatura y al devenir de los cursos de composition. Pero a diferencia de las paralelas que nunca se cruzan, estas cuatro líneas convergen en puntos que, como pretendo explicar en este capítulo, han sido influyentes en la conformación de la retórica del prototipo de las lecturas adjetivadas. A continuación hago una revisión de la historia institucional de la MLA, enfatizando tres principios: organización, comunicación y promoción. Es evidente que en casi ciento cuarenta años de existencia la MLA ha ajustado sus propósitos y expectativas; sin embargo, estos tres principios se han mantenido constantes porque representan los cimientos de la asociación. Ya he mencionado que, durante los últimos dos siglos, tanto la universidad como las humanidades no deben observarse como ámbitos alejados de las transformaciones sociales más amplias provocadas por procesos de industrialización. Éstos modificaron gradualmente el propósito de la educación superior, de modo que la universidad pasó de ser un espacio en donde se cultivaba la virtud de las clases privilegiadas, a ser un lugar en donde gente mayoritariamente de la clase media adquiere conocimientos y habilidades que, en principio, permiten su integración a diversas esferas laborales. Una de las implicaciones de este cambio de objetivo es que una parte considerable del contenido de la educación se orienta hacia la practicidad. Esto fue de sumo interés para Charles Francis Adams Jr., quien el 28 de junio de 1883 20 Algunas ideas contenidas en este capítulo dieron origen al artículo “Formato, Inc.: reflexiones sobre estilos de citación y estudios literarios”, publicado en Nuevas Poligrafías, no. 5, 2022, pp. 126–142. 78 dio un discurso en Harvard en el que abordó, entre otros temas, la manera en la que se llevaba a cabo el estudio de las lenguas en el sistema educativo. Adams denunció la ausencia de la enseñanza formal del inglés, tanto en las escuelas preparatorias como en el nivel superior: I was fortunately fond of reading, and so learned English myself, and with some thoroughness. I say fortunately, for in our preparatory curriculum no place was found for English; being a modern language, it was thought not worth studying — as our examination papers conclusively showed. We turned English into bad enough Greek, but our thoughts were expressed in even more abominable English. (13) El latín y el griego eran los únicos idiomas que se consideraban dignos de estudio académico y se suponía que el aprendizaje de las lenguas modernas se daría naturalmente. No obstante, Adams recalcó que en su época había ya pocas profesiones que no requirieran competencia en alemán y en francés: With the exception of law, I think I might safely challenge any one of you to name a single modern calling, either learned or scientific, in which a worker who is unable to read and write and speak at least German and French, does not stand at a great and always recurring disadvantage. He is without the essential tools of his trade … The modern languages are thus the avenues to modern life and living thought. (14) Además de subrayar que el vocabulario que utiliza Adams (worker, disadvantage, tools, trade) es propio de una sociedad moldeada por la industrialización y el mercado, merece la pena señalar que su discurso fue sólo una muestra de una apreciación 79 compartida por otros profesores de diversas instituciones, quienes desde mayo de 1883 ya planeaban realizar una convención en diciembre del mismo año y cuyo tema principal fuera el estudio y la enseñanza de las lenguas modernas en Estados Unidos. La primera convención de lo que hoy es la MLA se llevó a cabo durante el 27 y el 28 de diciembre de 1883 en el entonces Columbia College. Pero antes de sintetizar el programa y los resultados de esta reunión, es pertinente conocer algunas de las condiciones en las que sucedió el evento, puesto que este breve vistazo da cuenta de los cambios que experimentó la sociedad estadounidense al final del siglo XIX: It was the year when the Brooklyn Bridge was completed and the Metropolitan Opera began, when magazine readers were first discovering the Ladies’ Home Journal and the old (non-photographic) Life, when the Civil Service Reform Act was passed, when war-minded people noticed the invention of the Maxim machine gun and the beginning of a new steel navy for the United States, when peace-minded people were first enjoying Peck’s Bad Boy and Riley’s Old Swimmin’-Hole and Mark Twain’s Life on the Mississippi. (Parker 4) El recuento de William R. Parker ilustra transformaciones tecnológicas, culturales y políticas que contribuyeron a configurar parte de la identidad que adquiría Estados Unidos durante el inicio del siglo XX. Para empezar, el icónico Brooklyn Bridge fue el puente colgante más largo del mundo en el momento de su inauguración, así como el primero en su tipo que utilizó cables de acero para sostenerse. Esta obra de ingeniería se conecta con la creación de la fuerza naval y el invento de la primera ametralladora automática, fabricada por Hiram Stevens Maxim y utilizada durante las expediciones coloniales europeas en África; aunque su verdadero impacto militar se manifestó en la 80 primera Guerra Mundial a través de variaciones posteriores: la inglesa Vickers, la alemana Maschinegewehr 08 y la rusa Pulemyot Máxima PM1910. A su vez, objetos culturales como las revistas Ladies’ Home Journal y Life influyeron en la vida cotidiana de las personas, debido a que la primera representó un importante medio de difusión ideológica dirigido a mujeres durante el siglo XX y la segunda se convirtió en un referente del fotoperiodismo estadounidense, especialmente durante la segunda Guerra Mundial y hasta la década de 1960. Peck’s Bad Boy, Old Swimmin’-Hole y Life on the Mississippi, por su parte, fueron obras clave que popularizaron una visión particular de la juventud en Estados Unidos. En la política, la Pendleton Civil Service Reform Act estableció que la mayoría de los puestos del gobierno federal se otorgaran en función del mérito y no en función del patronazgo político, de modo que los servidores públicos se eligieran por medio de pruebas y exámenes que pusieran a competir a las personas interesadas, en lugar de ser determinadas por criterios personales arbitrarios. Para complementar el contexto anterior, es pertinente mencionar que la primera convención organizada por los profesores de lenguas modernas sucedió en las mismas fechas y en el mismo lugar que una reunión de la Society of Naturalists of the Eastern United States. Parker cita una crónica del periódico Sun de Nueva York para la que esta coincidencia no pasó desapercibida: Seventy solemn school teachers, with long umbrellas under their arms, straggled into the gates of Columbia College yesterday. They divided at the doorway and thirty went into one of the recitation rooms in Anthon Hall, and organized the first annual meeting of a new scientific society . . . In the other recitation room 81 the remaining forty went, and then arose a sound like that at the building of the Tower of Babel. The forty spoke about forty modern languages—at once. They finally settled down into the United States language. (5) Este detalle es una prueba más de cómo, durante las últimas décadas del siglo XIX, la formalización del estudio del lenguaje y la literatura no ocurrió aisladamente de procesos de organización profesional en otros campos de estudio.21 En ese sentido, Parker identifica la adopción del modelo alemán de universidad como otro de los factores que incitaron a los profesores de lenguas modernas a reunirse porque desde su inicio, la educación de posgrado en Estados Unidos was strongly influenced by Germanic scholarship and methods of teaching. Until the expansion of higher education in America had produced many graduate schools, more and more American scholars had gone abroad for advanced study … There they encountered and absorbed the spirit of specialization, the concept of the teacher as investigator, and the scientific approach to literary and linguistic research … (26) 21 Parker enlista un conjunto de asociaciones, clubes y fundaciones que se establecieron durante la época y que revelan el impulso por organizar la sociedad en segmentos dedicados a actividades específicas: The British Philological Society (1842) was about to publish the first parts of its great Dictionary (from 1884). The Early English Text Society (1864) was making available rare materials for literary and linguistic research. Suffice it merely to mention the Royal Society of Literature (1823), the Roxburghe (1812) and Hunterian (1873) clubs, the Browning, Camden, Chaucer, Harleian, Percy, Spenser, Shakespeare and New Shakespeare societies, all of nineteenth-century origin. In the United States this same period had seen the birth of the American Antiquarian (1812), Oriental (1842), and Numismatic (1858) societies, the Society of Biblical Literature and Exegesis (1880), the National Education (1857), American Philological (1869), and American Library (1876) associations, the American Associations for the Advancement of Science (1848) and of University Women (1882), and the Archaeological Institute of America (1879). The year after the MLA was founded, the historians organized their national society. In the following year, it was the economists. Organization was in the air. (27) 82 Si las instituciones universitarias estadounidenses pretendían mejorar sus programas de posgrado científicos y humanistas, era necesario que se organizaran asociaciones que facilitaran la comunicación entre profesionales y la sociedad en general. La primera convención de la MLA buscó priorizar cinco temas de discusión: 1) la condición de las lenguas inglesa, alemana y francesa en las instituciones superiores; 2) el valor disciplinario de las lenguas modernas en comparación con las lenguas clásicas; 3) los métodos de enseñanza de las lenguas modernas; 4) los mejores recursos para elevar los estándares de estos estudios y sus principales obstáculos; y 5) los resultados educativos que debía alcanzar la educación superior en las lenguas modernas. No obstante, debido a restricciones de tiempo, la conversación se concentró en los temas 1, 3 y 4 (“MLA History”). Además, se propuso la elaboración de una publicación periódica para difundir los resultados de investigaciones filológicas y lingüísticas, y en la última de las cuatro sesiones los profesores reunidos se declararon a sí mismos la Modern Language Association of America (“MLA History”). Otro resultado de la primera convención que merece la pena señalarse es que si bien el interés inicial de la reunión fue la enseñanza de las lenguas modernas, la recién formada asociación reconoció que el estudio académico de la literatura sería crucial para el cumplimiento de sus propósitos. En ese sentido, E. L. Walter, de la Universidad de Michigan, presentó una moción que fue aceptada de manera unánime: “That, in the opinion of the Association, the chief aims to be sought in the study of modern languages in our colleges are literary culture, philological scholarship, and linguistic discipline, but that a course in oral practice is desirable as an auxiliary” (citado en Parker 20). Es importante matizar la propuesta de Walter, puesto que los primeros filólogos 83 académicos no se consideraban profesores de literatura, sino de lengua: “As Michael Warner points out, ‘the MLA … was not primarily, either in intent or in membership, a literary organization.’ Its members ‘had in most cases begun their academic careers with little or no interest in teaching literature,’ but ‘thought of literary texts as pedagogical tools’” (Graff 68). Este último detalle es relevante para la retórica del prototipo porque es posible trazar una conexión entre la función instrumental que desempeñaba el estudio de la literatura para los filólogos que fundaron la MLA, para los profesores que han desarrollado los diferentes paradigmas pedagógicos de los cursos de composition y para los autores de los textos de las lecturas adjetivadas: los primeros utilizaron la literatura como una herramienta para el estudio de la lengua; los segundos, para la enseñanza de la escritura universitaria; y los terceros, para la puesta a prueba de aportaciones conceptuales sobre la lectura académica. Asimismo, resulta revelador el hecho de que a lo largo de los años el estudio de la literatura ha adquirido progresiva y constantemente más peso en el trabajo de la MLA, pero éste se ha orientado sobre todo hacia la investigación, de manera que —como se ve a continuación en relación con la evolución de su misión— la asociación delegó el grueso de la labor pedagógica a otras instituciones, como el National Council of Teachers of English (NCTE), fundado en 1911, o la ya mencionada Conference on College Composition and Communication. Es claro que los principios de organización, comunicación y promoción ya se encontraban presentes en esa primera convención, pero fue durante los dos años siguientes que la asociación articuló explícitamente sus propósitos. En la tercera sesión de la convención de 1884, Alonzo Williams, de Brown University, leyó seis reglas que el comité de organización recomendó para que conformaran una constitución. La tercera 84 regla sería la base para la misión de la MLA: “The object of this Association shall be the advancement of the study of the Modern Languages and their Literatures” (Cook xix).22 Si bien este objetivo se mantuvo fijo durante algunos años, a lo largo de las tres primeras décadas del siglo XX, la misión de la MLA fue modificándose para decantarse por el camino de la investigación. En 1916 la constitución se enmendó y en la cláusula citada anteriormente se cambió la palabra study por research. Más de diez años después, “In 1929, the president of the association declared with finality that ‘henceforth, our domain is research’” (Graff 121). El énfasis en la investigación por encima de la educación, por supuesto, está en consonancia con el modelo alemán de universidad. Esta intención no sólo se manifestó en la constitución, sino que especialmente se materializó en las publicaciones de la MLA. Ya mencioné que uno de los temas más importantes de la reunión de 1883 fue la creación periódica de material que promocionara el trabajo de la asociación. En 1885 aparecieron las dos primeras publicaciones, Transactions y Proceedings, que registraron las actividades llevadas a cabo durante las convenciones anteriores. Un año después, estas revistas se fundieron en Transactions and Proceedings of the Modern Language Association y en 1889 su nombre se modificó a Publications of the Modern Language Association of America o, 22 Las seis reglas son las siguientes: “I. The name of this Society shall be “THE MODERN LANGUAGE ASSOCIATION OF AMERICA”; “II. Any person approved by the Executive Council may become a member by the payment of three dollars, and may continue a member by the payment of the same amount each year”; “III. The object of this Association shall be the advancement of the study of the Modern Languages and their Literatures”; “IV. The officers of the Association shall be a President, Secretary, Treasurer, and nine members, who shall together constitute the Executive Council, and these shall be elected annually by the Association”; “V. The Executive Council shall have charge of the general interests of the Association, such as, the election of members, calling of meetings, selection of papers to be read, and the determination of what papers shall be published”; “VI. The Constitution may be amended by two-thirds vote at any annual meeting, provided the proposed amendment has received the approval of the Executive Council” (Cook xix). 85 como se le conoce popularmente, PMLA (“MLA History”). Con respecto a la preeminencia de la investigación en el quehacer de la MLA, es pertinente señalar que “In 1902, PMLA had discontinued the ‘Pedagogical Section’ of the journal, giving indication that, in William Riley Parker’s words, ‘the MLA had become so absorbed in the advancement of research in its field that it was ready to leave to others all talk about teaching and enrollment’” (Graff 121). La decisión de suprimir una parte de la revista en la que se discutieran temas educativos puede ponderarse en conjunto con la apertura, en 1948, de una sección dedicada a la difusión de investigaciones en curso y con la primera edición de la MLA Style Sheet, en 1951. En el siguiente apartado de este capítulo se discute con detalle el papel que ha desempeñado el estilo MLA y sus diferentes manuales en la conformación de la retórica del prototipo de las lecturas adjetivadas. Por ahora es importante destacar que tanto la sección “Research in Progress” de la PMLA, como las recomendaciones de formato de la MLA Style Sheet, son parte de un esfuerzo por mejorar los resultados de las investigaciones fomentadas por la asociación, puesto que estos instrumentos representan herramientas prácticas y consejos expertos para la producción de escritura académica. Antes de concluir con este apartado, merece la pena considerar otros dos recursos de la asociación que apuntalan los principios de organización, comunicación y promoción. El primero es una bibliografía que tiene la intención de funcionar como un repositorio de fuentes que abordan temas afines a los campos de estudio del interés de la MLA. La creación de este documento sucedió en 1920, cuando John Livingston Lowes tuvo la idea de rescatar la bibliografía del American Year Book, que cumplía un propósito similar pero que había sido descontinuado. La propuesta de Lowes fue 86 aprobada y en 1922 la PMLA publicó por primera vez la American Bibliography: “This was the first iteration of what is now the MLA International Bibliography, the authoritative resource for bibliographical reference, producing over seventy thousand citations annually” (“MLA History”). En la actualidad, esta bibliografía existe separada de la PMLA y únicamente en formato digital. De acuerdo con su página de Internet, Available as a searchable online database of more than 2.8 million records and constantly updated by scholars in the field, the bibliography is used by academics and teachers around the world to find and share their work. Students at all levels rely on the bibliography to lead them to the journals, books, Web sites, and other publications they need to succeed in their research projects. (“MLA International Bibliography”) Es difícil desestimar el impacto metodológico e ideológico que tiene un instrumento como la MLA International Bibliography, no sólo porque pretende ser un acervo de uso regular para toda la comunidad educativa, organizando y comunicando diversas prácticas de estudio, sino también porque transmite y promueve bagajes culturales particulares que son del interés del grupo que se encuentra en la posición de producir y distribuir cánones como éste. El segundo recurso es la Job List, cuyo nombre hasta 2018 había sido Job Information List (JIL) y que consiste en un listado anual de las vacantes en los departamentos de literatura —de English y de otras lenguas— en la mayoría de las universidades de Estados Unidos. El primer documento de este tipo se publicó en 1965 con un objetivo doble. Por un lado, la JIL pretendía hacer más eficiente la búsqueda de trabajo para académicos porque prevenía que se enviaran solicitudes a lugares en donde 87 no había puestos disponibles. Por otro lado, las contrataciones podían ser más justas, puesto que no sólo se extendió la oferta laboral a un público más amplio que la comunidad de una institución específica, sino que también se abrió un espacio en la convención anual de la MLA para que las entrevistas se llevaran a cabo en un espacio neutral. La Job List se ha publicado ininterrumpidamente desde 1965 y en la actualidad también incluye vacantes de puestos no académicos: “Listings primarily announce full- time academic job openings in postsecondary departments of English and foreign languages. The job openings range in rank from instructor to full professor and include faculty positions, administrative posts, vacancies abroad, and some opportunities for nonacademic employment” (MLA Job Information List i). Además de la lista de vacantes, organizada alfabéticamente por estado de la unión, la Job List incluye algunas recomendaciones para el proceso de contratación, como que los departamentos deben ser transparentes con respecto a si el puesto implica una plaza (tenure) y cuáles son las políticas y prácticas de la institución asociadas a este nombramiento. Otro dato relevante es el sueldo mínimo que debe ofrecerse para un puesto de tiempo completo. En la edición de English del periodo 2016–2017, la JIL recomendó que: “The minimum salary range for full-time appointments at the entry level should be at least $47,370 to $51,660 for those at the rank of instructor and at least $59,800 to $64,520 for those at the rank of beginning assistant professor. Health care benefits and shared contributions to a portable retirement plan should also be provided” (ii). En esta edición de la JIL también se incluye una sección titulada “MLA Statement on the Use of Part-Time and Full-Time Adjunct Faculty Members”, en la que se reconocen las 88 dificultades y los problemas que implica el hecho de que la planta de profesores de medio tiempo o de asignatura haya crecido tanto en las dos últimas décadas: “The practice of hiring numerous adjunct faculty members year after year to teach courses required of large numbers of undergraduates undermines professional and educational standards and academic freedom” (iii). Este tema puede relacionarse con el capítulo anterior, en el que se explicó que a lo largo de su existencia, los cursos de composition han sido mayoritariamente impartidos por estudiantes de posgrado y profesores de medio tiempo. Las recomendaciones de la Job List son, sin duda, una respuesta a esta condición histórica en las instituciones universitarias estadounidenses. Es cierto que la MLA International Bibliography podría no utilizarse a lo largo del sistema educativo tanto como se pretende y que los departamentos contratantes podrían no seguir las recomendaciones de la Job List con respecto al sueldo que ofrecen o al trato que se le da al personal no definitivo, pero es evidente que ambos recursos son parte de una heterogeneidad de instrumentos que tienen la intención de profesionalizar y homogeneizar las prácticas académicas y administrativas en las que se desempeñan las personas dedicadas a la disciplina de los estudios literarios. Asimismo, abordadas desde una perspectiva histórica, la MLA International Bibliography y la Job List representan fuentes muy significativas de información cuantitativa sobre la producción académica, la historia de las instituciones, el mercado laboral, las tendencias salariales, entre otros.23 23 Entre 2012 y 2018, la MLA realizó reportes anuales que analizaron las tendencias reflejadas en las Job Information Lists a través del tiempo. Estos reportes incluyen gráficas y tablas sobre la cantidad de vacantes anunciadas, la cantidad de puestos con y sin plazas académicas, la cantidad de veces que aparecieron campos de estudio específicos en los anuncios, etcétera (“Reports on the MLA Job List”). 89 La modificación más reciente a la misión de la MLA se hizo en 2014 y en su redacción actual se vuelven explícitos los principios de organización, comunicación y promoción en los que aquí se ha hecho énfasis: The Modern Language Association promotes the study and teaching of languages and literatures through its programs, publications, annual convention, and advocacy work. The MLA exists to support the intellectual and professional lives of its members; it provides opportunities for members to share their scholarly work and teaching experiences with colleagues, discuss trends in the academy, and advocate humanities education and workplace equity. The association aims to advance the many areas of the humanities in which its members currently work, including literature, language, writing studies, screen arts, digital humanities, pedagogy, and library studies. The MLA facilitates scholarly inquiry in and across periods, geographic sites, genres, languages, and disciplines in higher education that focus on communication, aesthetic production and reception, translation, and interpretation. Through the Association of Departments of English and the Association of Departments of Foreign Languages, the MLA also supports the work of department chairs and directors of graduate studies. (“MLA’s Mission”) Por un lado, es necesario llamar la atención a que si bien la palabra research ya no aparece en la misión, la orientación de la MLA hacia la investigación se mantiene con la frase scholarly inquiry y con el apoyo manifiesto que brinda a los jefes de departamento y a los directores de programas de posgrado. Por otro lado, resulta revelador que la noción del avance haya permanecido en los objetivos cardinales de la asociación 90 durante sus ciento cuarenta años de existencia. Como ya mencioné anteriormente, la declaración germinal de la misión versaba que “The object of this Association shall be the advancement of the study of the Modern Languages and their Literatures”, y cuando hoy en día se asevera que “The association aims to advance the many areas of the humanities in which its members currently work”, la MLA establece una continuidad en su ruta dirigida al futuro. A partir de la importancia de esta dirección hacia el futuro puede trazarse una conexión entre la preferencia por el principio crítico por encima del valor de la tradición en el proceso de profesionalización de los estudios literarios en Estados Unidos, la aportación pedagógica They Say / I Say de Graff y Birkenstein para la enseñanza de la composition, y el interés ininterrumpido de la MLA por el avance de la investigación en las humanidades. Es por esto que al inicio de este apartado se mencionó que existen puntos de convergencia entre las líneas de desarrollo de la disciplina, de los departamentos de literatura, de los cursos de escritura académica y de la MLA. Estas convergencias permiten explicar la predominancia de una retórica del prototipo en las lecturas adjetivadas, puesto que en este corpus impera una postura que mira hacia delante en el trabajo teórico sobre la lectura académica; una prueba de esto es que la principal estructura argumentativa de estos textos es la de revisión y propuesta. Ahora bien, un estudio del papel que ha desempeñado la MLA en la conformación de la retórica del prototipo de las lecturas adjetivadas no estaría completo sin el análisis del instrumento normativo más característico de la asociación. 91 El estilo y sus manuales A escala internacional, la MLA es principalmente conocida por su estilo de citación. Esto se debe a que se trata de un actor que desde su primera versión no sólo ha reforzado los tres principios discutidos en el capítulo anterior, sino que también ha cumplido las funciones de regulación, estandarización y actualización que le han permitido a la asociación crecer en importancia. En lo que sigue, reviso la evolución del estilo MLA y los diferentes documentos que lo han materializado, con la intención de sugerir que su adopción en la academia estadounidense ha contribuido a darle forma a la retórica del prototipo, dado que ésta es un modo de expresión regulado, estandarizado y que pretende la actualización constante de la discusión teórica en torno a la lectura académica. Merece la pena recurrir a Parker para entender que la aparición del estilo de citación de la MLA es un efecto de un conjunto de condiciones institucionales durante la década de 1920. Por un lado, “Under the uniquely long and effective secretaryship of Carleton Brown, 1920–34, the Association became a large and vigorous learned society. The membership increased from 1,487 in 1910 to a peak of 4,267 in early-Depression 1932, and the socially restrictive atmosphere of the small club disappeared forever from the annual meetings” (34). Por otro lado, la estructura directiva se modificó en 1923 para que la MLA se volviera una asociación con alcances nacionales y, en 1928, se abrieron tanto los primeros procesos democráticos para la elección del Consejo Ejecutivo, como las instalaciones centrales en Washington Square, Nueva York, en donde permanecen actualmente. Así pues, “The vigor and expansion of the MLA in this period was in part a result of its Secretary’s special talents, in part a reflection of 92 American society and an expanding academic world” (35). Dado este contexto de crecimiento acelerado, no sorprende la necesidad de elaborar instrumentos que organizaran y encarrilaran el quehacer de la MLA. El estilo de citación se encargó de hacer esto para uno de los aspectos más importantes de la asociación: la producción de escritura académica. Por iniciativa de Carleton Brown y Cyril Arthur Peerenboom, se desarrolló en 1931 la “Style Sheet”, en donde se especificaron algunas directrices editoriales para los manuscritos que fueran enviados a la PMLA. La propuesta fue aprobada por el editor de la revista, Percy W. Long, quien afirmó que “The immediately pressing problem of the editor is to secure within reason a uniform style in such little things as quotations, footnotes, and bibliographical references” (citado en “MLA Style”). La primera “Style Sheet” consistió únicamente de tres páginas incluidas en la PMLA y, además de los lineamientos señalados por Long, propuso una estandarización en la puntuación y la ortografía. Sobre esta última es relevante mencionar que el documento aborda algunos aspectos de la manera correcta de escribir en cuatro idiomas: inglés, latín, francés y alemán. Este multilingüismo no sólo da cuenta de la permanencia del interés por las lenguas modernas, sino también del hecho de que el tipo de escritura académica que promovía la MLA habilitaba espacios textuales en donde podían convivir distintos idiomas. Por último, es importante enfatizar el impulso pragmático detrás de la elaboración de la “Style Sheet”, puesto que ésta fomentó una práctica uniforme en la producción de investigación académica. Un camino hacia esta uniformidad es la adquisición de hábitos —siguiendo a William James— que permitieran liberar la 93 atención puesta en las ‘pequeñas cosas como las citas, las notas al pie y las referencias bibliográficas’ para concentrarla en operaciones intelectuales más complejas. Las tres páginas de la PMLA se convirtieron en un pequeño manual que fue publicado por separado en 1951: “Derived from the PMLA style sheet, this thirty-one- page, stapled booklet was the association’s first published style guide … In addition to providing guidance on how to cite sources, it offered brief sections on manuscript preparation, punctuation, spelling, and other style matters” (“MLA Style”). Es necesario destacar el carácter más explícitamente regulatorio de la MLA Style Sheet en el estilo de escritura, además de que, a diferencia de la primera “Style Sheet”, que había sido propuesta y desarrollada únicamente por los miembros de la MLA, la iteración de 1951 fue el resultado de un esfuerzo colectivo que reunió a los editores de 68 revistas y 33 editoriales universitarias. El reconocimiento de esta colaboración es fundamental para explorar la influencia del estilo MLA en la retórica del prototipo de las lecturas adjetivadas, puesto que si bien desde el principio la asociación estuvo ligada a las universidades ―empezando por el hecho de que la mayoría de sus miembros eran profesores universitarios—, un actor como la MLA Style Sheet de 1951 hizo más estrechos los vínculos existentes y habilitó nuevas conexiones entre las instituciones. De hecho, podría decirse que la MLA Style Sheet introdujo simbólica y materialmente a la MLA en los recintos de las universidades porque el documento estaba dirigido tanto a investigadores, como a estudiantes de posgrado que realizarían investigaciones futuras. En la página legal de la MLA Style Sheet, el Consejo Ejecutivo declaró que “There is no longer any excuse for teaching future scholars one way to prepare term papers and 94 theses when there is clearly another, different way in which, eventually, they must prepare manuscripts for publication” (citado en “MLA Style”). De esta manera, la MLA Style Sheet modificó las prácticas cotidianas en las aulas universitarias, ya que a la par con los contenidos conceptuales de las materias, los estudiantes comenzaron a ser instruidos en los lineamientos del estilo MLA para la producción de escritura académica. En relación con la retórica del prototipo, es razonable suponer que los autores de los textos de las lecturas adjetivadas recibieron esta instrucción, en cuanto que es casi incuestionable que aprendieron a escribir académicamente gracias a su educación en la universidad. La MLA Style Sheet presenta tres rasgos que vale la pena revisar con un poco más de profundidad. En primer lugar, el documento conserva el propósito pragmático de hacer más eficiente un proceso por medio de la estandarización. El texto inicia aseverando que los académicos que pretendan enviar manuscritos a revistas y editoriales ahorrarán tiempo, encontrarán menos dificultades para la publicación y evitarán la molestia de volver a mecanografiar un artículo que haya sido aceptado en todos sus aspectos excepto en su forma. En segundo lugar, la MLA Style Sheet parte de una definición técnica de la noción de estilo —como una manera aceptada y acordada de lidiar con ciertas formas de expresión y detalles de tipografía— para abordar una situación problemática en el campo editorial académico: There are plenty of style manuals already, but most of them are evidently too comprehensive for scholarly authors to try to comprehend. Hence many journals have published their own, very brief style sheets; but these have too often 95 proved inadequate, and have usually suffered the same fate of being generally ignored. This MLA Style Sheet is an effort to find a happy medium of communication between scholar-editors and scholar-authors. It deliberately leaves much unsaid. Indeed, many problems of style cannot be reduced to rules even if everyone could agree on uniformity of rules. (The MLA Style Sheet 3) Aunque los autores acepten que no es posible adelantarse a todas las vicisitudes formales que surgen cuando se escribe un texto académico, es claro que la MLA Style Sheet se diseñó con la intención de resolver un conjunto de conflictos editoriales identificados con anterioridad. Esto resuena con la retórica del prototipo porque, como ya comenté en el primer capítulo, los textos de las lecturas adjetivadas tienden a revisar diferentes prácticas de lectura académica en cuanto que problemas y a proponer una nueva (o vieja pero actualizada) manera de hacer estudios literarios para solucionar estas dificultades. Así, puede trazarse una correspondencia entre las lógicas creativas subyacentes de un estilo de citación como el de la MLA y de los textos de las lecturas adjetivadas. En tercer lugar, y en contraste con la primera versión, la MLA Style Sheet de 1951 expresa explícitamente una preocupación por los lectores de textos académicos. En la descripción de la lógica de las notas al pie, se especifica que “The conventions of documentation are largely means to an end—enabling the reader to check you with ease—and any practice which ignores this end may result in pedantry … To do such things … is to forget the reader and think only of the machinery of scholarship” (15). Como se verá más adelante, el interés por hacer la escritura académica más accesible a la lectura seguirá manifestándose con más vigor en las ediciones posteriores de los 96 manuales de estilo de la MLA, además de que esta preocupación da cuenta de cómo la manera en la que se escribe influye en la manera en la que se lee y viceversa. Finalmente, no está de más subrayar la elección de la frase “the machinery of scholarship”, que revela una concepción del trabajo académico con tintes mecanicistas que bien pueden rastrarse a los procesos de industrialización de los que ya he hablado con anterioridad y que moldearon el establecimiento de los departamentos de literatura y la profesionalización de los estudios literarios en Estados Unidos. El impacto que tuvo la MLA Style Sheet en sus primeros años de circulación puede intuirse en función de la cantidad de editoriales universitarias que aprobaron y adoptaron la mayoría de las recomendaciones del documento.24 En 1957, el tesorero de la asociación, Allan F. Hubbell, envió tres cartas idénticas a The New York Times, The New York Herald Tribune Book Review y Publishers’ Weekly en donde la MLA se vanagloriaba de haber impreso otras 30,000 copias de la MLA Style Sheet, lo que hacía del documento un best seller, aunque nunca hubiera aparecido en una lista de este tipo. Además, Hubbell aseguró que el texto había excedido por mucho la audiencia a la que había sido dirigido y que sus efectos benéficos “are of course impossible to calculate, but every editor in the various fields of the humanities and every academic sponsor of dissertations in the same fields knows that those effects have been considerable” (citado 24 El texto enlista las siguientes universidades: CALIFORNIA, CHICAGO, CORNELL, DENVER, DUKE, FLORIDA, GEORGIA, HARVARD, HAWAII, ILLINOIS, JOHNS HOPKINS, KANSAS, MINNESOTA, NEBRASKA, NEW MEXICO, NEW YORK, NORTH CAROLINA, OKLAHOMA, PENNSYLVANIA, PITTSBURGH, PRINCETON, RUTGERS, SOUTH CAROLINA, SYRACUSE, TORONTO, WASHINGTON, WISCONSIN, and YALE. The majority practice has been accepted in toto by the University of DENVER and University of NEBRASKA Presses. The SOUTHERN METHODIST University Press has the same variants as those recorded for SWR, q.v. Below will also be found the detailed variants from the majority rules reported by COLUMBIA, CORNELL, HARVARD, KENTUCKY, LOUISIANA, MICHIGAN, NEW MEXICO, NEW YORK, OKLAHOMA, and YALE. (“The MLA Style Sheet” 5) 97 en “MLA Style”).25 Es así que la MLA Style Sheet y sus lineamientos fueron posicionándose en la escena académica estadounidense hasta lograr una presencia permanente. La segunda edición de la MLA Style Sheet se publicó en 1970 con un incremento de 15 páginas en longitud. Como adelanté, la preocupación por hacer accesible la escritura académica se volvió más explícita. En ese sentido, merece la pena citar el tercer párrafo extensamente: Readability is a prime consideration of scholarly writing. American scholarship over the past quarter century has moved away from fact gathering for its own sake and a system of annotation virtually independent of the text. Prose is more pleasant to read if it does not require one to jump constantly to the foot of the page or to the back of the book. Every effort should be made to make the text self-sufficient, to make the annotation unobtrusive, and to consolidate footnote references. Yet scholarship will continue to differ from the personal essay in that its facts and inferences are fully documented. Successful scholarly writing achieves that most difficult feat of blending maximum interest and readability with maximum accuracy and evidence. In presenting his documentation economically the writer must depend upon the perception of his reader. We hope that the first edition of the MLA Style Sheet may take some credit for having increased the sophistication of a generation of readers, as well as for having encouraged the use of a uniform system of annotation whose conventions make 25 El Publishers’ Weekley respaldó la apreciación de Hubbell: “Publishers’ Weekly agreed with Hubbell and included a paragraph under the heading ‘Best Selling Style Sheet’ in its section News and Trends of the Week on 20 August 1957. The magazine stated that the MLA had sold 100,000 copies since its release in 1951 and was now available for purchase at ‘25 cents apiece, 20 cents each for 50 or more copies’” (“MLA Style). 98 possible compression without loss of comprehension. (MLA Style Sheet, 2da edición 3) Bien mirado, este fragmento establece una serie de características genéricas del texto académico. No hay que olvidar, sin embargo, que la manera de entender la escritura académica que se presenta en la segunda edición de la MLA Style Sheet es una consecuencia de la conjunción de los desarrollos históricos tanto de la MLA, como de la academia estadounidense en general y de las humanidades en particular. Inclusive, es necesario enmarcar dentro de los intereses específicos de los departamentos de literatura aseveraciones como que ‘la prosa es más disfrutable cuando la lectura es continua’ o que ‘cualquier esfuerzo debe estar dirigido a lograr la autosuficiencia del texto’. Estas nociones son reminiscentes de los ideales de unidad y completitud textual que cimentaron prácticas de interpretación literaria como el New Criticism y paradigmas pedagógicos de escritura académica como la current-traditional rhetoric. La correspondencia no resulta sorpresiva si se considera que quienes participaron en la elaboración de la segunda edición de la MLA Style Sheet probablemente estuvieron en contacto con esta instrucción universitaria, ya sea como profesores o como estudiantes. Por último, es relevante señalar nuevamente el carácter pragmático de la publicación, que se vuelve evidente en el valor que se le da a la eficiencia (“blending maximum interest and readability with maximum accuracy and evidence”) y a la economía de la información (“compression without loss of comprehension”). La MLA Style Sheet permite echar un vistazo a la situación del mercado editorial. Por un lado, en la primera edición se publicó una lista extensa de las revistas y las editoriales universitarias que en su mayoría adoptaron el estilo MLA, pero para 1970 99 ya no se consideró necesario nombrarlas porque de acuerdo con el documento, muchas de las nuevas revistas incluían la instrucción: “Manuscripts should be prepared in conformity with the MLA Style Sheet”, además de que “Nearly all departments, graduate schools, and university presses will accept MLA Style Sheet form for papers and manuscripts; many use the MLA Style Sheet as the basis for their additional instructions about the form of papers or theses” (3). Es verdad que esta última afirmación puede sonar demasiado totalizante, pero si se piensa en las intenciones expansivas que demostró la MLA desde su fundación, es razonable suponer que la descripción que aporta el documento no estaba tan lejos de la realidad; de hecho, es necesario destacar que una actitud expansiva viene acompañada de una retórica hegemónica que da por sentado en el discurso aquello que supone como parte del sentido común. Por otro lado, la MLA Style Sheet de 1970 evidencia el crecimiento en importancia que experimentaron las casas editoriales desde 1951 porque en esta segunda edición el estilo de citación recomienda que debe incluirse el nombre de la editorial en las referencias bibliográficas: “A major and still controversial difference between the first edition of the Style Sheet and this one is the recommendation that the name of the publisher (in appropriately shortened form) be included in bibliographies or in the first footnote references when bibliographies are not appended” (18). En contraste, la primera versión del formato para las referencias dictaba especificar sólo el lugar en el que la fuente fue impresa. No debe despreciarse la importancia de estas pequeñas modificaciones, pues la información que se incluye, se excluye o se da por 100 sentado en las referencias bibliográficas es una ventana a las dinámicas de la compleja red que posibilita la circulación del conocimiento producido en la academia.26 La última enmienda que presentó la MLA Style Sheet que es relevante destacar es el añadido de una sección dedicada a recomendaciones dirigidas a las instituciones educativas. De acuerdo con los autores del documento, se esperaba que los textos de los estudiantes se elaboraran de manera similar a como un académico preparaba un manuscrito para su publicación, pero ésta no había sido la actitud generalizada (31). Esta nueva sección titulada “Theses and Term Papers” no sólo enfatizó la idea de que sería más eficiente que los futuros investigadores se ejercitaran en las formas editoriales que usarían a lo largo de su carrera —lo que estrechó aun más la relación entre la instrucción universitaria y la publicación profesional—, sino que también puede observarse como una respuesta a un cambio de prácticas materiales en la difusión del conocimiento: “This view has been reinforced by the widespread practice of microfilm publication of dissertations, which requires that the pages resemble as closely as posible those of a printed book” (31). Modificaciones de esta naturaleza adquieren mayor presencia a lo largo de la evolución del estilo MLA y de sus manuales, lo que evidencia nuevamente la injerencia de procesos industriales y tecnológicos en el quehacer de las humanidades y de los estudios literarios. El lanzamiento en 1977 del primer manual en forma de libro marcó un punto de inflexión en el estilo de la MLA. De acuerdo con la asociación, “The MLA Style Sheet underwent its greatest transformation yet when it evolved into the MLA Handbook for 26 Sin duda, el hecho de que en la octava edición del MLA Handbook (2016) se establezca que ya no es necesario especificar la ciudad en la que una fuente fue impresa pero se conserva la información de la editorial, da cuenta de cómo las casas editoriales más fuertes han adquirido un modelo similar al de la empresa transnacional, que disemina sus etapas de producción en diferentes partes del mundo para reducir costos y acelerar procesos. 101 Writers of Research Papers, Theses, and Dissertations. Whereas The MLA Style Sheet was aimed at scholars publishing in learned journals, the new 163-page bound publication was targeted at humanities students and their educators” (“MLA Style”). Antes del manual, el objetivo pedagógico de los documentos que dictaban el estilo MLA estaba dirigido principalmente a estudiantes de posgrado. A su vez, el MLA Handbook de 1977 se propuso explícitamente funcionar como una herramienta que regulara y estandarizara también la escritura de estudiantes de licenciatura, lo que implicó un crecimiento considerable en el alcance y la influencia de este estilo. Debido a la intención de incursionar en otros niveles educativos, el manual agregó secciones extensas dedicadas a la discusión y prescripción de la mecánica de la escritura académica y de ahí el incremento tan significativo en la longitud del documento. A partir del Handbook de 1977, el estilo MLA no sólo representó un sistema de citación que proponía algunas recomendaciones sobre la escritura —como la importancia de la facilidad de lectura de los textos—, sino que sus lineamientos comenzaron a sumarse a las convenciones retóricas que se seguían en las publicaciones profesionales y que se enseñaban en los cursos de composition. Es necesario recordar que durante la década de 1970 floreció la pedagogía del proceso en la enseñanza de la escritura académica, por lo que no es una sorpresa que el Handbook de 1977 incluya secciones en donde se explica la importancia de la secuencia pre-writing, drafting, revising, correcting, re-writing. En otras palabras, con la aparición del primer manual, el estilo MLA se volvió tanto un instrumento para la documentación de referencias, como un modelo de una forma de expresión específicamente académica en los departamentos de literatura y campos de estudio afines. 102 Las transformaciones anteriores demuestran el parteaguas que representó el primer Handbook para el estilo MLA, pero también es indispensable reconocer que el formato del manual cristalizó de manera tan exitosa, que le han seguido nueve ediciones que progresivamente han actualizado las convenciones del estilo en función de los cambios por los que ha pasado la investigación y la instrucción académicas.27 En relación con las condiciones materiales y tecnológicas que mencioné antes, no está de más destacar que la primera edición ya recomendaba el uso del encabezado “Works Cited”, en lugar de “Bibliography”, debido a que las fuentes de las investigaciones ya no se limitaban únicamente a textos, sino que también incluían material no impreso y audiovisual. La tercera edición del Handbook (1988) incluyó “new information on computer technology (Gibaldi and Achtert [1988] 17) and added a section on preparing research papers with a word processor, cautioning that ‘[i]n working on a computer file, of course, you run the risk of losing it, through either a technical mistake or a power failure,’ and recommending that technologically savvy writers save their work ‘after every page or so’ (31-33)” (“MLA Style”). En la cuarta edición (1995), se especificó una forma de referir y citar CD-ROMs, disquetes y bases de datos digitales. La quinta edición (1999) abordó el advenimiento de la era del Internet y recomendó que se tuviera cuidado con la valoración de las fuentes encontradas en línea y con el uso de motores de búsqueda y salas de chat. En la séptima edición (2009), “Every copy of … the MLA Handbook for Research Papers [came] with an activation code for an accompanying 27 Las ediciones del Handbook han sido más o menos constantes a lo largo de los años: 2da: 1984; 3era: 1988; 4ta: 1995; 5ta: 1999; 6ta: 2003; 7ma: 2009; 8va: 2016; y 9na: 2021. Además, vale la pena mencionar que paralelamente, la MLA publicó el MLA Style Manual and Guide to Scholarly Publishing por primera vez en 1985, con la intención de complementar el Handbook, pues estaba dirigido a estudiantes de posgrado, académicos, profesores universitarios, escritores profesionales y editores. Esta publicación fue descontinuada en 2016, cuando la MLA declaró que la octava edición del Handbook sería la única autoridad en el estilo de la asociación. 103 Web Site” (MLA Handbook for Writers of Research Papers 7th Edition xxi). Finalmente, en conjunto con la octava edición (2016), la MLA creó el portal de Internet The MLA Style Center, que pone a disposición de estudiantes y profesores una pléyade de recursos para la enseñanza y el aprendizaje del acercamiento de la asociación a la escritura y a la investigación (“MLA Style”). Así pues, revisar los ajustes que se han hecho al estilo MLA a través de sus manuales permite observar la historia de la relación entre la escritura académica y los cambios en los recursos tecnológicos utilizados en la profesión. Antes de concluir con este apartado sobre el estilo MLA y sus manuales, es pertinente detenerse en tres aspectos del prólogo de la octava edición que revelan cómo el Handbook continúa apuntalando los principios institucionales de organización, comunicación y promoción mediante la regulación, la estandarización y la actualización. En primer lugar, el manual encarna los valores que definen a la MLA: “a commitment to sharing ideas, a belief in scholarship as the work of a broad community, and a recognition that, while methods and media may change, basic principles of research stay the same” (MLA Handbook 8th Edition). En segundo lugar, la práctica académica se concibe como una serie de conversaciones que se registran con el uso de los estilos de citación y documentación; en otras palabras, es gracias a las convenciones de referencia que las personas son capaces de seguir y participar de los diálogos que se extienden a través del tiempo y del espacio en un texto académico. En tercer lugar, la octava edición cambió su acercamiento a la conformación de las convenciones del estilo para que éste fuera más flexible y adaptable a las circunstancias: 104 With the eighth edition, we shift our focus from a prescriptive list of formats to the overarching purpose of source documentation: enabling readers to participate fully in the conversations between writers and their sources. Such participation requires the presentation of reliable information in a clear, consistent structure, but we believe that if we concentrate on the principles undergirding MLA style and on the ways they can be applied in a broad range of cases, we can craft a truly flexible documentation practice that will continue to serve writers well in a changing environment. Moreover, this edition recognizes that different kinds of scholarly conversations require different kinds of documentation and thus that the application of principles might vary according to context. It therefore focuses on the writer’s decision making. It offers a new approach to thinking about MLA style, one centered not on a source’s publication format but rather on the elements common to most sources and on the means of flexibly combining those elements to create appropriate documentation for any source. (MLA Handbook 8th Edition) Con el fragmento anterior queda claro que la actualización se ha vuelto incluso más importante que en las primeras versiones del estilo MLA, puesto que la octava edición motiva a sus usuarios a hacer las adaptaciones necesarias en cada caso de referencia, especialmente con aquellas fuentes que debido a la novedad de sus características pudieron no ser contempladas por quienes elaboraron el Handbook. Como se ha desarrollado a lo largo de este apartado, es posible trazar asociaciones de diversa índole entre la retórica del prototipo de las lecturas adjetivadas, el estilo MLA y sus manuales. Además de que éstos son parte de los actores que han 105 moldeado la escritura académica de los estudios literarios estadounidenses debido a su uso en los campos editorial y educativo, el estilo de citación de la MLA en cuanto que fenómeno histórico guarda correspondencias reveladoras con las características del prototipo definidas en el primer capítulo. Específicamente, ambos comparten el rasgo de la provisionalidad, dado que tanto el manual como los textos de las lecturas adjetivadas se piensan como versiones inacabadas que pueden modificarse en función de problemas futuros; en el caso del Handbook, se trata de dificultades sobre la documentación de fuentes académicas y en el caso de las lecturas adjetivadas, sobre los límites de las prácticas de lectura académica. A la luz de las funciones que ha cumplido el estilo MLA para la asociación y de las múltiples relaciones que ha establecido con la práctica cotidiana de los estudios literarios en Estados Unidos, es posible argumentar que este actor ha sido parte de los factores que han hecho de la retórica del prototipo de las lecturas adjetivadas una forma de expresión regulada, estandarizada y en constante búsqueda de la actualización. 106 Epílogo. Escritura, lectura y estilo A lo largo de esta primera parte de la tesis argumenté que los textos de las lecturas adjetivadas se caracterizan por el predominio de una retórica que he asociado con la noción de prototipo. Éste se entendió como un modelo que implica una estandarización y que tiene una naturaleza provisional porque el prototipo es una versión preliminar de un artefacto diseñado para cumplir una función específica. Frecuentemente, esta función es la solución de un problema. En el caso de las lecturas adjetivadas, el conjunto de problemas que se pretende resolver se relaciona con las controversias en torno al método de los estudios literarios, que ocuparon a la academia estadounidense durante las dos primeras décadas del siglo XXI. Como toda forma de expresión, la retórica del prototipo sigue una serie de convenciones estilísticas que se han particularizado en el primer capítulo. Para empezar, me concentré en la repetición inherente de la escritura académica —tanto de palabras, como de frases e ideas—, cuyo efecto retórico es un énfasis en la claridad y la efectividad de las aseveraciones complejas propias del discurso académico. Esta repetición se conjuga con estructuras argumentativas porque la lógica más común en las lecturas adjetivadas es aquélla de la revisión y propuesta. La mayoría de estos textos presenta una secuencia que inicia con el planteamiento de los desacuerdos alrededor del método en los estudios literarios, continúa con la exploración de una práctica de lectura en cuanto que problema y propone una nueva (o vieja pero actualizada) forma de leer académicamente para resolver este conflicto. El caso paradigmático de esta estructura es “Surface Reading: An Introduction”, de Best y Marcus, en donde primero se revisan los límites de la symptomatic reading para después formular la propuesta de la surface 107 reading. Por supuesto, el planteamiento de una solución para un problema siempre implica la expectativa de éxito, lo que se relaciona con una visión esperanzada del futuro. En las lecturas adjetivadas esta visión se manifiesta en forma de un tono que podría caracterizarse de optimista, en comparación con el tono amargo e irónico que Felski ha estudiado en la critique. Finalmente, un recurso estilístico significativo de la retórica del prototipo es llevar a cabo una puesta a prueba de su funcionamiento para comprobar que la propuesta soluciona el problema. Los textos del corpus de esta investigación prueban sus postulados teóricos mediante el uso de textos literarios que suelen provenir del realismo anglófono del siglo XIX. Este uso instrumental de la literatura pone de relieve una característica propia de la retórica del prototipo porque su prioridad no es la reflexión sobre las obras decimonónicas, sino la discusión en torno a las formas de leer académicamente. En otras palabras, los textos de las lecturas adjetivadas tienden hacia la teorización, en lugar de hacia el análisis literario. La retórica del prototipo es el resultado de rasgos específicos en el desarrollo histórico de los estudios literarios como disciplina universitaria en Estados Unidos. Este proceso de conformación se remonta a la adopción del modelo alemán de universidad. En las últimas décadas del siglo XIX, diversas esferas sociales iniciaron un proceso de profesionalización que desde entonces ha organizado las diferentes actividades laborales. Los estudios literarios no fueron la excepción; así como otras disciplinas, éstos se orientaron hacia la investigación y la estandarización de ciertas prácticas académicas. En relación con la retórica del prototipo, un factor que influyó en la estandarización de una forma de expresión fueron los cursos de composition. En el segundo capítulo revisé la función histórica de la composition y el lugar inestable que 108 ha ocupado dentro de los departamentos de literatura. Además, exploré distintos paradigmas pedagógicos en la enseñanza de la escritura académica que se han conjugado con prácticas de análisis literario y que a lo largo de los años han dado forma a maneras específicas de leer y de escribir. Los principales paradigmas de los cursos de composition (la current-traditional rhetoric, el movimiento de las habilidades comunicativas y la pedagogía del proceso) e instrumentos de enseñanza como They Say / I Say, de Graff y Birkenstein, evidencian una tendencia estandarizadora en la enseñanza de la escritura académica. Entre otras consecuencias, esta homogeneidad en la forma de expresión tiene el efecto de fomentar la producción de escritura. Dado que las lecturas adjetivadas son un producto de la academia estadounidense, es razonable suponer que su retórica se ha informado de las habilidades y las estrategias enseñadas en los cursos de composition y que los autores de los textos del corpus de esta investigación ponen en práctica para la producción de sus investigaciones sobre la lectura académica. El tercer capítulo exploró el papel que la MLA desempeña en el ámbito humanístico estadounidense. Los principios de organización, comunicación y promoción que han representado a la asociación desde el momento en el que fue fundada en 1883 continúan vigentes, de tal manera que su influencia en la circulación de investigación literaria no debe ser pasada por alto. Junto con la PMLA y la Job List, el instrumento más característico de la MLA que le ha permitido cumplir con sus objetivos es el estilo de citación. En sus distintas materializaciones (la “Style Sheet”, la MLA Style Sheet y el MLA Handbook) el estilo de la MLA se ha extendido a lo largo y ancho de los ámbitos universitario y editorial en Estados Unidos, lo que ha dado una 109 forma y un formato específicos a los textos académicos. La retórica del prototipo, sin embargo, no sólo se ha configurado a partir de los rasgos formales que provienen del estilo MLA, sino que también se ha empapado de la naturaleza pragmática de cualquier sistema de citación. Como se expresa en la octava edición del Handbook, “Documentation is the means through which scholarly conversations are recorded, and the specifics of those conversations matter”. Un estilo como el de la MLA pretende apuntalar la producción de investigación académica mediante la habilitación de maneras de seguimiento y rastreo de ideas previas. Por último, no está de más relacionar la provisionalidad de los documentos en los que se ha materializado el estilo MLA con la provisionalidad de los prototipos de las lecturas adjetivadas. Ambos conjuntos de textos se entienden como versiones preliminares de artefactos que serán actualizados posteriormente: el primero se actualizará a partir de las siguientes ediciones del MLA Handbook y el segundo, a partir de la propuesta de nuevas lecturas adjetivadas. Es claro que los actores identificados y analizados en esta parte de la tesis no son los únicos responsables de la conformación de la retórica del prototipo. En el desarrollo de los estudios literarios en Estados Unidos ha habido otros procesos sociales además de la profesionalización, otros cursos universitarios además de la composition y otras asociaciones además de la MLA que han condicionado la manera de expresión de los textos de las lecturas adjetivadas. El estudio de estos tres actores ha aportado apenas una porción de la explicación de las lecturas adjetivadas en cuanto que fenómeno particular de la academia estadounidense de inicios del siglo XXI. En esta parte me he concentrado en la retórica, pero ahora es necesario profundizar en la hermenéutica para explicar cómo se relacionan ambas dimensiones en las lecturas adjetivadas. No fue una 110 coincidencia que el último apartado de esta parte explorara la noción del estilo, puesto que si la retórica puede pensarse como un estilo de escritura, la hermenéutica puede entenderse como un estilo de lectura. Como se ve a continuación, en el fenómeno que es objeto de estudio de esta tesis, este estilo sigue la lógica de un repertorio. 111 Segunda parte La hermenéutica del repertorio 112 Preámbulo. Controversias sobre hermenéutica Dado que las lecturas adjetivadas han sido identificadas como reflexiones sobre metodología —hay que recordar el término method wars, de Anker y Felski—, en el preámbulo a la primera parte de esta tesis presenté la polémica metodológica entre concebir la lectura como interpretación literaria, por un lado, y como escritura académica, por el otro. Mencioné que esta tensión suele resolverse en favor de la primera y que la segunda tiende a pasar desapercibida, por lo que el objetivo de la parte anterior fue explicar la retórica imperante en los textos que conforman el corpus de esta investigación. No obstante, es claro que el examen de las lecturas adjetivadas no estaría completo sin la ponderación de su dimensión interpretativa. Cuando se habla de interpretación es inevitable hablar también de hermenéutica. Ésta ha demostrado ser un tema complejo y controvertido en las lecturas adjetivadas porque si bien la mayoría de sus propuestas se anuncian como réplicas a las limitaciones analíticas de la hermenéutica de la sospecha, este proceso no ha sido uno de simple sustitución. Un camino sencillo en apariencia hubiera sido optar plenamente por el otro tipo de hermenéutica que Ricoeur esboza junto con la sospecha: la hermenéutica de la fe o de la restauración. En ese sentido, es importante considerar que Ricoeur reconoce la existencia de otras hermenéuticas, pero decide plantear una oposición binaria entre una postura que supone la manifestación y la restauración de un significado y una postura que entiende la hermenéutica como una desmitificación, una reducción de la ilusión (27). Es así que “The contrary of suspicion, I will say bluntly, is faith. What faith? No longer, to be sure, the first faith of the simple soul, but rather the second faith of one who has engaged in hermeneutics, faith that has undergone criticism, postcritical faith 113 … It is a rational faith, for it interprets; but it is a faith because it seeks, through interpretation, a second naïveté” (28). Desde su primera descripción se vuelve evidente que este tipo de hermenéutica es más complejo de lo que podría pensarse, pues no consiste en una confianza ciega en el mensaje que se recibe, sino que pretende restaurar un significado que ya ha sido desmitificado previamente. Antes de señalar la relación interdependiente que tienen las hermenéuticas de la sospecha y de la fe, es necesario subrayar una característica de esta última que ha sido relevante para el desarrollo de las lecturas adjetivadas. Ricoeur dice que “The first imprint of this faith in a revelation through the word is to be seen in the care or concern for the object, a characteristic of all phenomenological analysis. That concern, as we know, presents itself as a ‘neutral’ wish to describe and not to reduce” (28). Como se ve más adelante en el desarrollo de esta parte de la tesis, el interés por la descripción como herramienta principal del análisis literario es un camino que han promovido prácticas de lectura como la surface y la denotative reading; asimismo, la preocupación por el cuidado del objeto de estudio es notoria en “Paranoid Reading and Reparative Reading”, que aquí he caracterizado como un texto inaugural de las lecturas adjetivadas. Tanto el impulso por describir, como por cuidar el mensaje son animados por “a willingness to listen, to absorb as much as posible the message in its given form” (Josselson 3); a diferencia de la desmitificación, que está motivada por una disposición a sospechar del mensaje. Como adelanté arriba, ambas hermenéuticas mantienen una relación problemática que no las excluye mutuamente. Ricoeur menciona que la tensión entre la hermenéutica de la sospecha y la de la fe conlleva beneficios, puesto que la iconoclasia 114 —asociada a la sospecha— puede dar pie a la restauración del significado: “In our time we have not finished doing away with idols and we have barely begun to listen to symbols. It may be that this situation, in its apparent distress, is instructive: it may be that extreme iconoclasm belongs to the restoration of meaning” (27). Por lo tanto, es necesario entender la relación entre la sospecha y la fe como una de interdependencia. Esta colaboración entre hermenéuticas no ha pasado desapercibida para otros autores. Por un lado, David Stewart considera que la relación entre ambas hermenéuticas es secuencial y señala que todos los ejercicios de crítica y sospecha son instancias preparatorias para la labor última de la interpretación: “The goal of interpretation, Ricoeur repeatedly reminds us, is not some world behind the text, neither a subtext nor an Urtext, but a world in front of the text, a world that opens up new possibilities of being. Criticism gives rise to what Ricoeur calls the possibility of a ‘second naivete’” (307). Comúnmente se entiende el trabajo de la hermenéutica de la sospecha como un acto de desenmascaramiento que ha resultado en prácticas de lectura cuyo propósito es traer a la luz aquello que el texto oculta o reprime. Ésta es la descripción de lo que hace la critique y lo que los textos de las lecturas adjetivadas identifican como symptomatic reading. No obstante, las aseveraciones de Stewart aportan un matiz importante que redirige el propósito del binario sospecha/restauración, puesto que, desde esta perspectiva, la crítica no se detiene en encontrar el significado detrás o debajo del mensaje explícito, ni se dedica únicamente a diagnosticar los síntomas que presenta el texto, sino que aspira a una segunda ingenuidad a la que se llega por medio de una fe racional. Así, la hermenéutica de la sospecha prepara el terreno para que la hermenéutica de la restauración reconstituya el significado del texto. 115 Por otro lado, Ruthellen Josselson describe este proceso como una oscilación: “Ricoeur speaks of the possibility that hermeneutics can be animated by both the willingness to listen and the willingness to suspect, that we may oscillate between the demystification and the restoration of meaning. From this point of view, the interpreter is open to multiple levels of interpretation with focus on both what is said and what is not said, on both what meanings are inteded and possible unintended ones” (23). Como se ve más adelante en esta parte de la tesis, la apertura a aceptar las sorpresas buenas o malas del texto es un rasgo de prácticas de lectura como la reparative reading, la cual Love también asocia con un proceso de oscilación entre dos posiciones inseparables: la paranoia y la depresión (“Truth and Consequences” 239). Tanto la relación secuencial que identifica Stewart, como la oscilación de la que hablan Josselson y Love entre la sospecha y la restauración dan cuenta de que las hermenéuticas que Ricoeur bosqueja no son procedimientos simples, de manera que la controversia se vuelve inevitable si los textos de las lecturas adjetivadas recurren a las propuestas de Ricoeur para responder al agotamiento de la critique. El conflicto sobre la hermenéutica, sin embargo, no se detiene en tener que escoger alguno de los dos tipos planteados por Ricoeur, puesto que hay quienes han observado incluso un abandono de la interpretación misma en los estudios literarios anglófonos. Lesjak señala que en la tendencia que se ha alejado de la critique, “a hermeneutics of suspicion is replaced by a suspicion of hermeneutics, a disavowing of interpretation itself, which is part and parcel of the so-called death of theory” (244). Esta desconfianza no es un fenómeno reciente; de acuerdo con Felski, debido a que la hermenéutica se ha identificado como una forma desacreditada de interpretación 116 profunda, enfrascada en la búsqueda de un significado definitivo, históricamente las teorías de la interpretación no han gozado de mucha atención en la academia angloparlante: “Given the surge of interest in questions of reading—close and distant, deep and surface—the neglect of the hermeneutic tradition in Anglo-American literary theory is little short of scandalous. Surely a correction of the record—and even some vigorous rebranding—is in order” (Limits 33).28 Las valoraciones de Lesjak y de Felski parecen conjugarse, puesto que mientras que la primera acusa una renuncia a la interpretación, la segunda aboga por nuevas formas de entender la hermenéutica que no estén limitadas únicamente a la sospecha o a la fe. Dado que el objetivo de esta parte de la tesis es explicar cómo se manifiesta la interpretación literaria en las lecturas adjetivadas, es menester asumir una posición que otorgue una visión panorámica del fenómeno. Este movimiento facilita la ponderación de las hermenéuticas de Ricoeur en el corpus de esta investigación, pero especialmente permite la observación de las otras maneras de interpretación que Felski solicita para la reflexión sobre la lectura académica. Aquí argumento que los textos de las lecturas adjetivadas presentan una hermenéutica del repertorio porque éstas se han caracterizado por acumular herramientas interpretativas mediante procesos de invención e importación. Los primeros son evidentes en la multiplicación de diversas prácticas de lectura (reparative, distant, surface reading, etcétera), en cuanto que los segundos se han vuelto un rasgo distintivo de la academia estadounidense contemporánea, puesto que los estudios literarios en Estados Unidos han manifestado un hambre conceptual 28 Tanto el reproche como la demanda de Felski son muy significativos para el estudio de las lecturas adjetivadas, no sólo por su contenido sino también por la forma en la que los expresa. Especialmente, merece la pena subrayar la palabra rebranding, cuyo análisis será de utilidad en el siguiente apartado para entender los procedimientos propios de la hermenéutica que exhiben los textos del corpus de esta investigación. 117 que se satisface importando ideas de otros lugares y adaptándolas a las necesidades heurísticas locales, aunque la maniobra implique una importante distorsión de los conceptos originales.29 Para demostrar lo anterior, primero defino la noción del repertorio en relación con la lectura académica, evidenciando cómo su lógica acumulativa y sus mecanismos de invención e importación han promovido que las lecturas adjetivadas se hayan vuelto un espacio de almacenamiento de herramientas interpretativas. En segundo lugar, exploro las aportaciones conceptuales de los textos del corpus de esta investigación para explicar la manera en la que la academia estadounidense ha reflexionado en torno al acto de análisis literario en una época posterior a la crtitique. Con el afán de llevar a cabo este examen, y consonante con el enfoque implícito de ANT que informa esta tesis, agrupo los textos de las lecturas adjetivadas en tres nodos de repertorios (ético, descriptivo y cognitivo) en los que es posible observar diferentes mecanismos de invención e importación. 29 El caso paradigmático ya mencionado en esta tesis es lo sucedido durante la segunda mitad del siglo XX con el trabajo de intelectuales franceses, que devino en el producto institucional llamado French Theory y que se aborda con detalle en el siguiente capítulo. 118 Capítulo 4. Repertorio y lectura académica ¿Qué se entiende por repertorio? Un repertorio es un conjunto de entidades heterogéneas agrupadas en función de un propósito del que se desprenden criterios de selección que no suelen ser demasiado restrictivos, puesto que se pretende que un repertorio sea adaptable a diferentes circunstancias. Una caja de herramientas es un ejemplo de una variedad de instrumentos que son reunidos intencionalmente para realizar diversas tareas de construcción y mantenimiento. Las cajas de herramientas de un plomero y de un electricista coinciden en algunos componentes, pero difieren en otros; asimismo, ambos conjuntos pueden ensamblarse en un repertorio más amplio que sea útil en una mayor cantidad de situaciones. Es así que las dos características distintivas de un repertorio son la acumulación y la adaptabilidad. Esta noción explica la hermenéutica de las lecturas adjetivadas porque permite explorar sus ensamblajes conceptuales a partir de una lógica acumulativa y de un carácter adaptable impulsados por mecanismos de invención e importación teóricas. En otras palabras, los textos académicos que conforman el corpus de esta investigación presentan un estilo interpretativo que no opta por una sola forma de hermenéutica —ya sea la sospecha o la fe—, sino que ensambla, coordina y traslapa una heterogeneidad de herramientas interpretativas propias y ajenas, con la intención de dar mantenimiento a la metodología de los estudios literarios estadounidenses durante una época en la que la critique se ha agotado como modo de análisis predominante. No es una novedad echar mano de nociones de repertorio similares a la que planteo en esta tesis para explicar el funcionamiento de procesos culturales y sociales. Por ejemplo, Itamar Even-Zohar es conocido por su teoría de los polisistemas, que se 119 caracteriza por concebir los objetos de estudio como relaciones, lo que suele desembocar en el reconocimiento de fenómenos que habían pasado desapercibidos en el análisis de la cultura (15). Este pensamiento relacional es consonante tanto con la Actor- Network Theory, que provee el enfoque sociológico que he adoptado para estudiar las lecturas adjetivadas, como con la teoría del ensamblaje, que se aborda más adelante para continuar con la caracterización del repertorio. Estos tres acercamientos parten del supuesto de que no hay una jerarquía a priori que establezca un orden de importancia entre los factores que están involucrados en un fenómeno.30 De acuerdo con Even- Zohar, It suffices to recognize that it is the interdependencies between these factors which allow them to function in the first place. Thus, a CONSUMER may “consume” a PRODUCT produced by a PRODUCER, but in order for the “product” to be generated, then properly consumed, a common REPERTOIRE must exist, whose usability is constrained, determined, or controlled by some INSTITUTION on the one hand, and a MARKET where such a good can be transmitted on the other. (20) Esta esquematización del intercambio cultural es extrapolable al caso de las lecturas adjetivadas porque todos los factores involucrados están presentes. En la primera parte de esta tesis se examinaron principalmente las figuras del productor —encarnada en la escritura de las autoras y autores de los textos que conforman el corpus de esta investigación— y de la institución —representada por asociaciones como la MLA y por 30 Es verdad que tanto ANT como la teoría del ensamblaje optan por una dirección distinta a la de Even- Zohar, en el sentido de que desestiman la noción de sistema debido a sus implicaciones teleológicas. No obstante, las tres propuestas teóricas para el análisis social coinciden en una lógica relacional para la explicación de fenómenos complejos y por ello me parece que puede establecerse un diálogo entre ellas. 120 las universidades estadounidenses—. Si bien estos actores seguirán formando parte de la discusión, ahora es menester concentrarse en el consumidor, el mercado y el repertorio. Como se adelantó anteriormente, un repertorio debe entenderse como un conjunto de componentes heterogéneos. En el caso del repertorio cultural que analiza Even-Zohar, “‘Repertoire’ designates the aggregate of rules and materials which govern both the making and handling, or production and consumption, of any given product” (20). De esta definición merece la pena subrayar la diversidad de los componentes en un repertorio, puesto que las reglas pueden pensarse como objetos discursivos que tienen efectos concretos, mientras que los materiales son objetos concretos que tienen efectos discursivos.31 Ambos tipos de objetos están vinculados y sería impreciso pensar unos sin los otros, así como es necesario concebir la producción y el consumo como dos actividades interdependientes. Además, no hay que perder de vista que estas descripciones duales (reglas-materiales, producción-consumo) son en primer lugar funcionales y corresponden más a la teorización del concepto que a los eventos reales de intercambio cultural. Siguiendo esta visión teórica dual, Even-Zohar identifica dos clases de repertorio que se definen por su uso. Por un lado, puede llevarse a cabo una operación activa en la producción y, por el otro, la operación es pasiva en el caso del consumo. Si bien Even-Zohar utiliza los términos active repertoire y passive repertoire, es puntual en precisar que esta abreviación es una decisión pragmática, pues los repertorios no son activos ni pasivos por sí mismos, sino que es la práctica cultural la que realiza un uso 31 Esto es reminiscente de los rasgos de materialidad y discursividad de la noción de prototipo trabajadas por las humanidades digitales y que discutí en la primera parte de esta tesis. 121 particular del conjunto de elementos heterogéneos agrupados en el repertorio (20). En cuanto que son culturales, estos usos tienen el efecto de organizar la vida social: If we view culture as a framework, a sphere, which makes it possible to organize social life, then the repertoire in culture, or of culture, is where the necessary items for that framework are stored. As Swidler puts it, culture is “a repertoire or ‘tool kit’ of habits, skills, and styles from which people construct ‘strategies of action’” (273). This is an adequate description of what I labeled above active repertoire. To paraphrase Swidler’s formulation for the passive repertoire, it may then be defined for culture as “a tool kit of skills from which people construct their ‘conceptual strategies’,” i.e., those strategies with which they “understand the world.” (Even-Zohar 20) La cita anterior resuena con varias de las ideas desarrolladas en esta investigación, por lo que es importante desmenuzarla para que contribuya a la explicación de las lecturas adjetivadas. En primer lugar, Even-Zohar describe el repertorio como un espacio en donde se encuentran almacenados los componentes mediante los cuales la cultura organiza la vida social, de modo similar a como en el preámbulo de esta parte de la tesis se planteó que los textos de las lecturas adjetivadas presentan una forma de hermenéutica que tiende a reunir diversas herramientas interpretativas para realizar una reflexión formalizada de actos de lectura académica. En segundo lugar, la cita de Ann Swidler que utiliza Even-Zohar no sólo recurre a la metáfora de la caja de herramientas para explicar el funcionamiento de la cultura, sino que también menciona la noción de hábito —a la que aquí hice referencia en relación con la repetición de la retórica del prototipo— y la noción de estilo —con la que exploré la influencia de las convenciones 122 formales de la MLA para la producción de la escritura académica—. Pero más allá de un léxico compartido, la cita anterior resulta de utilidad para esclarecer la hermenéutica de las lecturas adjetivadas porque, en tercer lugar, Even-Zohar concibe un repertorio cultural como un conjunto de instrumentos para diseñar estrategias de comprensión, es decir, de interpretación. La hermenéutica que presentan los textos que conforman el corpus de esta investigación puede entenderse como un repertorio de herramientas interpretativas que —por medio de asociaciones, coordinaciones y traslapes— fabrican y organizan prácticas de lectura académica. Los procesos de formación de repertorios son muy variados y relativos a las condiciones para las que se requieren. La inclusión de componentes en un repertorio debe entenderse como una negociación dinámica entre las opciones ya presentes y la situación específica en curso (25). En la mayoría de las ocasiones, los repertorios culturales se ensamblan de manera espontánea en una sociedad, pero también es cierto que “there is incontestable evidence about the deliberate action of individuals in the making of repertoires …” (26). En los textos de las lecturas adjetivadas se advierten actos deliberados de conformación de repertorios porque no sólo se da cuenta de los componentes que se incluyen —ya sea mediante la innovación o la importación de las que hablo más adelante—, sino también porque la intención de la fabricación del repertorio suele ser explícita, a saber, realizar una aportación teórica al tema de la lectura académica. Con el afán de complementar este acercamiento inicial a la noción de repertorio para explicar la hermenéutica de las lecturas adjetivadas, merece la pena recurrir a la teoría del ensamblaje de Manuel DeLanda, puesto que facilita la comprensión de las 123 relaciones que se establecen entre un conjunto heterogéneo de componentes. El trabajo de DeLanda tiene como punto de partida la sociología y por esto señala que en un colectivo de personas se manifiestan dos tipos de relaciones: de interioridad y de exterioridad. Las primeras son aquéllas que definen la identidad de los elementos que se ponen en relación, como los vínculos que hay entre padres e hijos o hermanos y hermanas; la identidad de la madre no existe sin la existencia de una hija o un hijo y viceversa (DeLanda, Assemblage Theory 2). Las segundas se observan en las uniones familiares políticas, en donde la relación no define la identidad de los componentes porque no los constituye, sino que los pone en contacto de manera provisional: These relations imply, first of all, that a component part of an assemblage may be detached from it and plugged into a different assemblage in which its interactions are different. In other words, the exteriority of relations implies a certain autonomy for the terms they relate, or as Deleuze puts it, it implies that “a relation may change without the terms changing” … Relations of exteriority guarantee that assemblages may be taken apart while at the same time allowing that the interactions between parts may result in a true synthesis. (DeLanda, A New Philosophy 11) Como se ve más adelante, en los textos de las lecturas adjetivadas se establecen relaciones de exterioridad entre diversas prácticas de análisis literario —por ejemplo, entre symptomatic y cognitive reading en “Surface, Depth, and the Spatial Imaginary: A Cognitive Reading of The Political Unconscious”, de Mary Thomas Crane—, de modo que su estilo interpretativo ensambla una variedad de componentes heterogénenos cuya identidad se mantiene aun cuando sean desprendidos del ensamblaje en turno. En otras 124 palabras, la hermenéutica de un texto como el de Crane puede describirse como un conjunto de readings que se conectan mediante relaciones de exterioridad y que tienen la capacidad de separarse de este repertorio para ensamblarse en otro sin perder su identidad. Además de las relaciones de exterioridad, los ensamblajes se entienden a partir de dos dimensiones o ejes: el papel que desempeñan sus componentes y el grado de estabilización que poseen. Por un lado, “One dimension or axis defines the variable roles which an assemblage’s components may play from a purely material role at one extreme of the axis, to a purely expressive role at the other extreme” (DeLanda, A New Philosophy 12). La oscilación entre la materialidad y la discursividad surge nuevamente, así como en el repertorio cultural de Even-Zohar y, antes, en la discusión sobre la noción de prototipo en las humanidades digitales. En cuanto que discursos, si se observan los conjuntos de herramientas interpretativas de los textos de las lecturas adjetivadas como ensamblajes, es claro que sus componentes desempeñan un papel que se encuentra más cerca del extremo expresivo que del extremo material. Cuando Heather Love titula su artículo “Close but not Deep: Literary Ethics and the Descriptive Turn”, resulta evidente que los componentes de la close y la surface reading cumplen una función discursiva porque suponen una conversación previa en la que se inserta el artículo. No obstante, es importante considerar que los textos de las lecturas adjetivadas representan prácticas culturales que son materiales, puesto que no sólo se llevan a cabo en espacios concretos y se transmiten mediante la educación y la divulgación, sino que también implican una diversidad de actos materiales que se realizan durante la 125 producción de un texto académico, como el subrayado, la glosa, la escritura de fichas de investigación y el uso de estilos de citación. Por otro lado, el segundo eje sobre el cual se piensan los ensamblajes es el del grado de estabilización. DeLanda señala que esta otra dimensión “defines variable processes in which these components become involved and that either stabilize the identity of an assemblage, by increasing its degree of internal homogeneity or the degree of sharpness of its boundaries, or destabilize it. The former are referred to as processes of territorialization and the latter as processes of deterritorialization” (A New Philosophy 12). Un ejemplo social de este fenómeno es el de una empresa en donde componentes como el nombre, el logotipo y la misión se involucran en procesos de territorialización que le dan cohesión y una identidad distinguible. No obstante, dentro de la misma empresa se llevan a cabo procesos de desterritorialización, como las fusiones o las adquisiciones, que tienen el potencial de modificar la identidad del ensamblaje de manera permanente. Un ejemplo literario es el de los géneros, en el que la teorización de sus convenciones formales y semánticas funciona como proceso de territorialización, mientras que la aparición de obras que no necesariamente incluyen las convenciones teorizadas funge como proceso de desterritorialización. De esta manera, en un solo ensamblaje hay componentes que trabajan para estabilizar y otros para desestabilizar su identidad, aunque también es posible que los mismos componentes participen en ambos procesos cuando ejercen sus distintas capacidades (DeLanda, A New Philosophy 12). Observadas como un ensamblaje más amplio, las lecturas adjetivadas presentan procesos de estabilización y de desestabilización, dado que hay textos que abordan el agotamiento de la critique 126 directamente y proponen una práctica de lectura con un adjetivo asociado, como “Curatorial Reading and Endless War”, de Hensley, y hay textos como “George Eliot’s Science Fiction”, de Ian Ducan, que sigue su propio programa, conectándose indirectamente con la discusión general sobre prácticas de lectura académica. Las características del repertorio y las del ensamblaje ayudan a entender el funcionamiento de la hermenéutica de las lecturas adjetivadas puesto que sus textos reúnen una heterogeneidad de herramientas interpretativas que se vinculan por medio de relaciones de exterioridad con el propósito de activar el debate en torno a las prácticas de análisis literario. Este fenómeno tiene causas históricas que son rastreables al contexto de la academia estadounidense en los últimos sesenta años. Durante este periodo se advierten modificaciones de repertorios que pueden explicarse en términos de luchas por el control cultural: The groups and individuals who are interested in controlling, dominating and regulating culture often are also active in the making of its repertoire. It may be argued, however, that rather than producing new repertoires, these groups … are more inclined to stick to extant repertoire rather than initiate new options. On the other hand, contenders, i.e., those who struggle for achieving control and domination, may have to do that by offering a new repertoire. In periods where the circumstances are favorable to repertoire shifts and competition (such as times of crisis of whatever cause), such individuals and groups may then become highly involved with the making, not only perpetuation, of repertoire. (Even-Zohar 27) 127 El reciente agotamiento de la critique es, sin duda, un momento de crisis que ha orillado a la academia estadounidense a reconfigurar sus repertorios interpretativos en las últimas décadas; sin embargo, este fenómeno es un efecto de una postura intelectual adoptada durante el siglo XX, cuando los estudios literarios importaron sistemáticamente ideas y conceptos que provinieron no sólo de otras disciplinas, sino también de otras ubicaciones geográficas. Importación e invención teóricas Antes de observar los repertorios de las lecturas adjetivadas, es importante explorar dos de los componentes conceptuales que conformaron el sustrato necesario para la aparición de este fenómeno durante el inicio del siglo XXI. Ambos componentes transitaron por procesos de importación e invención que no sólo modificaron su contenido original, sino que también tuvieron la capacidad de transformar el ámbito académico de llegada. En primer lugar, abordo la producción de la French Theory en las universidades estadounidenses como el caso inmediato anterior de importación e invención conceptuales al objeto de estudio de esta tesis; en segundo, reseño el desarrollo de la close reading como la práctica académica importada e inventada más significativa para los estudios literarios en Estados Unidos. Argumento, pues, que el cruce entre la French Theory y la close reading habilitó conceptualmente el surgimiento de las lecturas adjetivadas. 128 French Theory A lo largo de esta tesis he hecho referencia a estudios sobre el impacto de la critique en la academia estadounidense, desde sus posturas ideológicas hasta sus rasgos retóricos. La mayoría coincide en que especialmente durante los 1980 y los 1990 la critique se consolidó como el modo predominante de análisis en las humanidades. Ahora es necesario llevar a cabo una breve revisión histórica de lo que sucedió en las dos décadas previas para entender que la critique como fenómeno académico es el resultado de un intercambio y una producción conceptuales que cristalizaron primero en el producto institucional conocido como French Theory. Podría decirse que las relaciones entre las universidades estadounidenses y europeas comenzaron formalmente desde que las primeras adoptaron el modelo institucional alemán, pero sin duda estos vínculos se estrecharon poco antes, durante y después de la segunda Guerra Mundial, cuando una gran cantidad de intelectuales europeos llegaron a Estados Unidos: “Aside from religious leaders, the only refugees the American administration allowed to enter the country in excess of the quotas were university professors. Thus, from the mid-1930s, American institutions of higher education created lasting ties with European intellectual circles” (Cusset 19). Los beneficios políticos y económicos de este fenómeno migratorio fueron numerosos y determinantes para el posterior ascenso de Estados Unidos como una de las dos potencias globales que resultaron del conflicto bélico; sin embargo, lo más relevante en este punto es la forma en la que el ámbito cultural estadounidense se enriqueció con la llegada de ideas que provenían del otro lado del océano Atlántico. 129 Específicamente, la academia en Estados Unidos encontró correspondencias prácticas con la intelectualidad francesa. De acuerdo con Jean-Philippe Mathy, a inicios del siglo XX la concepción del intelectual en Francia se movió de un modelo voltairiano —en cuanto que figura pública incrustada en una variedad de discursos sociales, políticos y artísticos— hacia un modelo profesional. Las celebridades académicas francesas de los 1950 y 1960, desde Claude Levi-Strauss hasta Michel Foucault, fueron en su mayoría profesores universitarios, así como sus seguidores y discípulos estadounidenses: “This similarity in profesional interests and academic practices could only facilitate the importation of French theories, and French visiting professors, to America” (337). No está de más recordar que desde finales del siglo XIX la academia en Estados Unidos había iniciado su propio proceso de profesionalización, por lo que los pensadores franceses de mediados del siglo XX llegaron a un contexto universitario que ya estaba altamente profesionalizado. Si bien una palabra clave para hablar de este fenómeno es ‘importación’, no hay que perder de vista que la French Theory no llegó a Estados Unidos como un producto terminado. Sería más ajustado pensar en las ideas de los autores franceses como una suerte de materia prima que fue transformada por una industria académica que llevó a cabo dos operaciones de manufactura: una integración de un corpus más o menos homogéneo, para facilitar su uso en el análisis cultural, y un etiquetado o branding del nuevo conjunto de conceptos, para distribuirlo con eficiencia en diversos ámbitos intelectuales (Cusset 8–10). Por supuesto, ambas operaciones no sucedieron de manera instantánea ni con una organización del todo planeada, pero es posible aseverar que su 130 éxito se debió a un trabajo particular con los textos, por un lado, y a un momento de crisis en las humanidades, por el otro. En cuanto al trabajo con los textos, las publicaciones periódicas aportaron el espacio más viable para que tuviera lugar el primer procesamiento de las obras de autores como Hèléne Cixous, Gilles Deleuze y Jacques Derrida. Es llamativo el hecho de que las lecturas adjetivadas también han sido un fenómeno que inició y que especialmente se ha desarrollado en las páginas de revistas, pero es importante aclarar que éstas tienen un perfil definitivamente académico y que tienden a estar asociadas a editoriales universitarias. Por su parte, las publicaciones periódicas que proliferaron durante la década de los 1970, y que primero alojaron los debates de las ideas francesas, tuvieron un carácter ecléctico que mezclaba textos científicos con aportaciones artísticas: “This new object provided an opportunity for experiments in graphic or poetic variantions and for more or less fortunate intersections thought to be the only approach to its radical novelty. The journal form was used for what it is, or should be— a cultural technology, a conceptual laboratory” (Cusset 65). No obstante, en un devenir que es consonante con la profesionalización, la estandarización y la institucionalización propias de la academia estadounidense que abordé en la primera parte de esta tesis, en poco tiempo las revistas académicas se sumaron a esta tendencia y la French Theory comenzó a circular libremente por las aulas universitarias.32 32 La cantidad de revistas que participaron de este debate fue abrumadora. De acuerdo con Cusset, alrededor de 16 revistas aparecieron en un periodo de 12 años (62), que se sumaron a las publicaciones periódicas que ya eran parte del circuito académico. Aquí se enlistan algunas de las más importantes: Glyph, Disapora, Semiotext(e), Boundary 2, Diacritics, SubStance, Social Text, Critical Inquiry, Raritan, Representations, Public Culture, Signs, Contention, October, Partisan Review, New Left Review, Dissent, Public Interest, Nation y Zone. 131 Empezando en los departamentos de literatura francesa y después extendiéndose al resto de las lenguas modernas, los estudios literarios estadounidenses orientaron los textos teóricos hacia sus propios intereses, enfatizando y dándole prioridad a aquellas partes de las fuentes que podían considerarse de naturaleza literaria, como los análisis textuales y las aseveraciones acerca de la textualidad de proposiciones filosóficas o historiográficas. Uno de los resultados de este proceso de importación fue un conjunto de artículos y libros de texto que facilitaron el uso instrumental de nociones teóricas para el análisis literario: “Articles and works abound that present to students an account of the relations between Foucault and literature, or a list of the most operative Foucauldian concepts in literary criticism … Lyotard, and then Delueze and Guattari, also countered a similar fate” (Cusset 79–80). De esta manera, los departamentos de literatura acumularon un arsenal teórico que les permitió tanto colocarse al frente de la producción de conocimiento en las humanidades, como participar de los debates políticos y filosóficos del momento. Al atestiguar que la French Theory podía ser una herramienta muy eficiente para alcanzar una cierta relevancia social, otras disciplinas universitarias comenzaron a echar mano de ella, de tal suerte que el consumo de este nuevo producto institucional no sólo estuvo motivado por el interés académico, sino también por la necesidad de incrementar el estatus y el capital cultural de diversos campos de estudio (Lamont y Witten 18). El éxito de esta tendencia, sin embargo, no hubiera sido posible sin la presencia de una serie de procedimientos editoriales y textuales. Observar la French Theory como un ejemplo de conformación de repertorios conceptuales en la academia estadounidense facilita la explicación del fenómeno de las 132 lecturas adjetivadas porque ambas presentan movimientos similares de reconfiguración de ideas. Ya mencioné que una operación de manufactura para la invención de la French Theory fue la integración de un corpus homogéneo, lo que implicó en primer lugar que los textos fueran separados de los contextos culturales y textuales en los que originalmente fueron escritos. A continuación, se reunió un nuevo ensamblaje bajo una etiqueta que denotó una idea de unidad, lo que hizo más sencilla su distribución por el circuito académico. Según Michele Lamont, esta situación fue benéfica para la recepción de obras como la de Derrida: “Derrida’s work was imported concurrently with that of a number of other French scholars … and profited from that association. French intellectuals were presented as a package … despite sometimes weak substantive similarities in their works and, at times, decidedly divergent aspects of their overall positions” (613–614). Si bien es cierto que el establecimiento de conexiones entre las ideas de diferentes autores es una labor académica común, en el caso de la French Theory los entrecruzamientos fueron fomentados significativamente por dos prácticas editoriales. Por un lado, la publicación de antologías y libros de texto habilitó la apropiación del contenido mediante la interacción de múltiples nombres propios en un solo volumen. El resultado de esto fue que la lógica argumentativa de cada obra se relegó en favor de conectar unos nombres con otros. Por otro lado, la inclusión de prefacios, estudios introductorios, notas al pie y epílogos en los textos originales aportó un mecanismo más para afianzar el nuevo discurso teórico. De acuerdo con Cusset, these editorial procedures decided, from year to year, the American destiny of the French texts, whose hierarchy they recomposed. Finding specific nodal 133 points in the new corpus, they juxtaposed cross-referenced texts, excerpts that responded to each other, and certain fetishized formulas taken out of their contexts and discussed in turn by the various commentators. (89) Los peritextos asociados a las obras francesas pusieron en diálogo las voces de los teóricos con las de sus estudiosos estadounidenses, quienes gradualmente fueron armando no sólo una forma de análisis, sino también un repertorio conceptual con la flexibilidad suficiente para ser utilizado en una variedad de problemas literarios, filosóficos, sociales e históricos. Paralelamente a estos procedimientos editoriales sucedieron fenómenos semánticos y sintácticos cruciales para la invención de la French Theory. En primer lugar, uno de los fenómenos más llamativos fue la producción desbocada de neologismos. Mediante la adaptación y la combinación de conceptos —en ocasiones mezclando términos de autores diferentes—,33 los estudios literarios estadounidenses adquirieron el hábito de acuñar nociones, lo que condensó argumentaciones enteras en una sola palabra que podía moverse fácilmente de un texto a otro. Además, la flexibilidad del inglés permitió el uso de acrónimos que motivaron los juegos de palabras y un tono más lúdico en la conversación académica (Cusset 90). Pero el efecto más significativo de esta fábrica de conceptos fue un incremento de capital cultural. Ian Baucom explica este fenómeno en términos del mercado cuando considera que la French Theory, en general, y la deconstrucción estadounidense, en particular, fueron muy exitosas en generar un tipo de capital intelectual que circuló globalmente y que se volvió la moneda epistemológica dominante: 33 Cusset utiliza como ejemplo el término ‘bio-dromología’, acuñado por Ian Douglas y que combina las nociones de biopoder, de Foucault, y las tesis de Paul Virilio sobre la velocidad (90). 134 This will be familiar to all of us as the tyranny of the neologism, or, to hold with the discourses of value, of “coinage.” For while the neologism promises a certain interpretive use value, what I suspect drives the will to neologism is a profound investment in exchange value, an investment in the critics’ ability to coin a concept or figure that will be of critical value because it is not limited to a particular event or text or scene but can ideally be used anytime, anywhere— because it is, in a word, exchangeable. (166) El florecimiento de los neologismos en el discurso académico de los estudios literarios estadounidenses durante la segunda mitad del siglo XX es un caso paradigmático de la conformación de repertorios conceptuales por medio de la importación y la invención de términos. Dado el resultado tan lucrativo intelectual y económicamente de la producción de la French Theory, no es una sorpresa que las lecturas adjetivadas siguieran sobre una línea similar en las dos primeras décadas del siglo XXI. En segundo lugar, la cita fue el procedimiento sintáctico más importante para la invención de la French Theory. Así como la conformación de una antología, el acto de citar implica una descontextualización radical, pero en este caso no se trata de un texto completo, sino de un fragmento que tiene un mayor potencial de ser manipulado a la discreción de quien lo cita. Según Cusset, mediante el acto de citar se produce no tanto una ‘posesión’ del contenido teórico como una ‘captura’, una suerte de apropiación más atenuada que no tiene el objetivo de poseer al otro, sino a uno mismo a través del discurso del otro (92). De esta manera, la academia estadounidense utilizó el discurso del otro para fabricar un producto teórico propio compuesto de una heterogeneidad de citas que fueron ensambladas y reensambladas una y otra vez. Así como sucedió en el 135 caso de los neologismos, esta circulación de significados provocó un incremento de capital cultural, puesto que la cita “is at the heart of the academic enterprise as what enables us to interface with others and take our place in a delicate and complicated ecology of knowledge production. It is intimately bound up with the treatment of ideas as property, with the dynamic of exchange turning that property into capital, into a vector for intelectual value” (Kim 5). Tanto la acuñación de conceptos como el intercambio de citas se volvieron dos procedimientos fundamentales que consolidaron la invención institucional de la French Theory y ésta fue la clave para aumentar la propiedad intelectual y el capital cultural de las humanidades en Estados Unidos Así como las lecturas adjetivadas representan una reconfiguración de un repertorio cultural durante el momento de crisis de la critique, ésta y su fundamento, la French Theory, fueron consecuencia de un momento crítico en las universidades. Para terminar con esta breve revisión histórica del antecedente de las lecturas adjetivadas — en cuanto a procesos de importación e invención teóricas se refiere—, es menester dedicar un espacio a la descripción de las condiciones que habilitaron una modificación del repertorio cultural de los estudios literarios estadounidenses. Durante el inicio de los 1970, no sólo las universidades sino la sociedad en general transitaban por momentos tensos que presagiaban un cambio significativo. Merece la pena citar extensamente a Cusset para enlistar algunos de los focos rojos: A crisis of functionalism, as practiced by sociologists and market researchers, accused of quantifying the socius and increasing inequalities. A crisis of legalism, invalidated by the civil rights marches that were attempting to obtain what the law had been unable to provide and by the Vietnam warmongers who 136 were imposing the law of the strongest. A crisis of technocratic legitimacy, which the new generation of the liberal and technical professions suspected of being completely out of control, subjugated to the machine, and devoid of all autonomous decision. A crisis of pioneer-style utopianism, to the extent that the refrains of liberal messianism and of the Founding Fathers were no longer persuasive to the younger generations. A crisis of administrative reason, faced with the latent corruption of proliferating managerial teams. Finally, a political crisis, made manifest in the inanity of the political class―headed by President Nixon—as revealed by the Watergate scandal. (27) Siguiendo a Even-Zohar, éste es el entorno ideal para introducir cambios en el repertorio de una sociedad porque las luchas por el control cultural se recrudecen cuando la autoridad del grupo dominante comienza a debilitarse. En estas circunstancias no sólo los contendientes al poder, sino también aquéllos que lo ejercen se involucran en la creación de un nuevo repertorio cuyo efecto sea la reducción de las tensiones. Específicamente para el contexto académico en Estados Unidos, una consecuencia de esta agitación social fue el giro de la orientación de las universidades hacia un modelo empresarial. Conforme las protestas estudiantiles de los 1960 fueron apagándose, la universidad estadounidense de la década de 1970 comenzó a concebirse a sí misma como una proveedora de trabajadores para el mercado laboral. En ese sentido, muchas de ellas trataron el conocimiento como una mercancía que ofrecían a sus clientes con la promesa de asegurarles oportunidades de empleo. Estas instituciones optaron por seguir los principios cardinales de los negocios: “profitability, by increasing the return on the 137 investment in these ‘knowledge factories;’ productivity, by teaching more and more quickly; reduction of time frames, by assuring profesional success as quickly as posible; and ‘downsizing,’ if necessary, by turning layoffs in order to check rising expenses” (Cusset 44). En tándem con estas políticas, se estableció casi de manera natural la competencia en todos los aspectos de la vida universitaria: cada institución aspiraba a tener los mejores estudiantes, los profesores con más prestigio, la mayor cantidad de fondos federales, los equipos deportivos con más campeonatos, los departamentos mejor ponderados en cada ranking y los centros de investigación con más vínculos a negocios privados.34 De esta manera, las tensiones sociales de la década anterior se neutralizaron y se asimilaron en forma de rencillas inter- e intrainstitucionales que, de hecho, incrementaron la productividad y el capital de las universidades. En los departamentos de literatura, la French Theory —y años después, la critique— fue la mercancía ofrecida a los estudiantes y mediante la cual se aspiró a los primeros lugares en el ranking. Las circunstancias no pudieron ser más óptimas para que esto sucediera, puesto que la popularidad de la French Theory se incrementó a medida que la competencia entre las universidades se volvió más descarnada, al mismo tiempo que este ambiente competitivo se energizó gracias al combustible enriquecido que aportó el nuevo repertorio conceptual. Las universidades más importantes se empeñaron en reclutar a la celebridad académica del momento, de modo que cada una buscó especializarse en algo que la distinguiera en el mercado: “Yale deconstructionists versus literary epistemologists at Cornell, Harvard psychocritics versus the postcolonials at CUNY, New Historicists at Berkeley versus Irvine Derrideans, Chicago 34 Éste es el origen de lo que Bill Readings llama ‘universidad de excelencia’, que llegó a su cenit durante los noventa y que “serves nothing other than itself, another corporation in a world of transnationally exchanged capital” (43). 138 neo-Aristotelians versus Stanford moralists, and so on” (Cusset 77). Al diversificar los productos en oferta, los departamentos de literatura pudieron captar a más estudiantes y poco a poco se colocaron a la vanguardia de las humanidades. Esta victoria fue el resultado de los procesos de importación e invención conceptuales que he descrito. Desde el giro lingüístico, las reflexiones de las disciplinas humanísticas se orientaron hacia un interés por explorar el lugar central y determinante del lenguaje en sus propios campos. La adaptación de las ideas filosóficas francesas llevada a cabo en los departamentos de literatura no sólo avivó este movimiento, sino que también hizo énfasis en la textualidad y la discursividad de la realidad, por lo que no sorprende que una disciplina dedicada a la interpretación textual como los estudios literarios asumiera el liderazgo; sin embargo, además de lo realizado al interior de los departamentos de literatura, un factor determinante para que esto sucediera fue la MLA. Hasta los 1970, la asociación se caracterizó por una postura conservadora en línea con los principios establecidos por corrientes epistemológicas y pedagógicas, como el New Criticism y la current-traditional rhetoric. Sería ajustado decir que la MLA representó un grupo dominante que en un inicio se resistió al cambio de repertorio conceptual, pero al principio de la década de 1980 no tuvo más remedio que participar de la euforia provocada por la French Theory y se convirtió en el principal escaparate para las innovaciones más audaces y escandalosas en los estudios literarios. Desde ese entonces y hasta la fecha, las convenciones anuales de la MLA presentan temas que pretenden interesar a propios y extraños mediante propuestas polémicas e inesperadas.35 35 Cusset hace una selección de algunos de estos temas desde 1983 hasta la segunda década del siglo XXI para evidenciar este fenómeno: … “Deconstruction and the Death of God,” “Obstretrics, Gynecology, and Venereal Disease in the Eighteenth Century,” or “The Future of Marxist Feminism” in 1983, “Clitoral Imagery and 139 No cabe duda de que esto puede entenderse desde la perspectiva del mercado, en donde el impacto es una de las herramientas fundamentales de promoción y venta de mercancía. De esta manera, es posible aventurar una analogía en donde los departamentos de literatura son las fábricas de los productos que se exhiben en la tienda departamental que es la MLA. Es necesario subrayar el papel de la asociación en la distribución de la French Theory no sólo porque, como todo mercado, habilitó el contacto entre los productores y los consumidores del nuevo repertorio conceptual, sino también porque contribuyó a su legitimación. De acuerdo con Lamont: the legitimation of a theory depends on both the producer’s definition of his own work as important and the institutionalization of its importance by peers and the general intellectual public, as well as on a fit between the work and a structured institutional and cultural system. The legitimation of theories results more from a complex environmental interplay than from the intrinsic qualities of theories themselves. Theories cannot thus be considered in isolation, even if they are experienced through their own logic and in their own cultural realm by their producers and consumers. (615–616) El espacio habilitado por la MLA permitió tanto que los estudios literarios dieran a conocer sus innovaciones teóricas, como que los departamentos de literatura en las universidades difundieran una oferta educativa cada vez más diversa (deconstrucción, marxismo, estudios queer, neohistoricismo, estudios poscoloniales, black studies y un largo etcétera), que tenía el potencial de atraer a un público estudiantil más amplio. Masturbation in Emily Dickinson” or “Coming Out as an Obese Woman” in 1989—and then, in 1990, “The Sodomite Tourist,” “Irigaray and the Critique of Western Logocentrism,” or “T.S. Eliot and Ethnicity,” and, more recently, in 2002, discussion of the suburban Dikeaspora” (for lesbians moving out of inner cities), of “Guns and Barbies,” or else of “Derrida’s Islam in the post-9/11 context.” (82) 140 A lo largo de este apartado he descrito algunos de los actores que estuvieron involucrados en la invención de la French Theory. Retomando la teorización de Even- Zohar, es posible identificar los departamentos de literatura como los productores del nuevo repertorio cultural en el seno de las universidades y de la MLA. Éstas fungieron como instituciones reguladoras y como mercados de intercambio, lo que puso al alcance de los consumidores —académicos y estudiantes— una forma particular de realizar análisis literario y cultural que fue expandiendo su esfera de influencia hasta convertirse en lo que Felski y otros han denominado critique. Esta revisión sirve como antecedente para explicar la manera en la que las lecturas adjetivadas han transitado por sus propios procesos de importación e invención teóricas. Si bien sus condiciones no son las mismas, las lecturas adjetivadas han heredado tanto prácticas de producción y consumo conceptuales, como dinámicas institucionales y de mercado de la época de auge de la French Theory y de la critique. En 1988, Lamont y Witten se preguntaban si la French Theory había penetrado lo suficiente en Estados Unidos como para que éstos empezaran a producir sus propias celebridades académicas (23). En 2001, Baucom respondió indirectamente a este cuestionamiento: “I think the moment we inhabit is one of speculative chaos, a moment in which … one dominant center of speculation has entered a phase of decline but no new center has yet established itself as hegemonic. And if this is true, we should anticipate a set of critical projects, each offering itself as the new Paris of our minds” (167). No cabe duda de que la publicación del artículo de Baucom se encuentra muy cerca de la aparición de trabajos como el de Sedgwick (1997) y el de Moretti (2000), 141 por lo que es razonable decir que aquellos proyectos que Baucom veía en el horizonte hace veinte años son en la actualidad las lecturas adjetivadas. Close reading La bibliografía que estudia la close reading es abundante; mucho se ha escrito acerca de su importancia epistemológica y pedagógica en los estudios literarios anglófonos y se ha dado cuenta de las acaloradas polémicas en torno a su autoría.36 Esto no debe ser una sorpresa si se considera el cuantioso capital cultural que arrastra consigo. Esta tesis, por su parte, se interesa en esta práctica no sólo porque es el resultado de los procesos de importación e invención teóricas que se han vuelto tan característicos de la academia estadounidense, sino también ―y de manera más importante— porque puede considerarse la lectura adjetivada originaria. Si bien la historia de la close reading se remonta más atrás que la invención de la French Theory, es relevante abordarla después de ésta debido a que “If not quite a methodology, however, the practices of close reading have certainly been a persistent feature of Anglo-American literary studies. Indeed, their ongoing performance may be the one constant in a field notorious for its succession of new ‘approaches’” (Herrnstein Smith 3). Las dos partes de la aseveración de Barbara Herrnstein Smith abonan a las discusiones que esta tesis ha desplegado. Por una parte, si el tema de la close reading debe explorarse o no desde una perspectiva metodológica, es una decisión que no está exenta de controversia, así como ha sucedido con la reflexión sobre las lecturas 36 Por ejemplo, Donald J. Childs revisa el conflicto entre William Empson, I. A. Richards, Robert Graves y Laura Riding por adjudicarse la invención de la close reading. A diferencia de otros recuentos del origen de esta práctica que lo ubican en la obra de Richards y de Empson, Childs argumenta que “The story really ought to begin with Graves, if for no other reason than he was the first to practice what we now recognize as close reading”. 142 adjetivadas posteriores. Recordando lo expresado por Moi en cuanto a que metodológicamente hablando los estudios literarios sólo se dedican a observar y pensar, se vuelve difícil llamar a la close reading una metodología cuando no existe una serie de pasos sucesivos que hayan sido establecidos y acordados por una comunidad de conocimiento. Más bien, la close reading se rige por un ensamblaje de principios hermenéuticos heterogéneos que moldean la manera en la que se lleva a cabo un acto de lectura académica. Por otra parte, la segunda oración de la cita de Herrnstein Smith describe una realidad observable porque es cierto que la close reading ha sido, desde hace más de tres cuartos de siglo, la raison d’être tanto de la investigación, como de la educación que se lleva a cabo en los departamentos de literatura anglófonos.37 No cabe duda de que la popularidad de la práctica ha variado a lo largo de las décadas —primero bien ponderada durante el auge del New Criticism y después moderadamente denostada durante la euforia teórica—, pero su constancia en los circuitos académicos en Estados Unidos es innegable, incluso en su ambiente tan ávido por nuevas aproximaciones al estudio literario, como lo menciona Herrnstein Smith. Es por esto que revisar la close reading después de la French Theory permite entender cómo el surgimiento enérgico e intenso de la segunda se cruzó con la permanencia sólida y longeva de la primera, lo que aportó el sustrato necesario para el fenómeno de las lecturas adjetivadas. Independientemente de a quién se le adjudique la idea inicial de algo similar a lo que hoy se conoce como close reading, la mayoría de las fuentes coinciden en que su tierra de nacimiento es Gran Bretaña, lo que permite considerarla una importación conceptual al contexto estadounidense. En ese sentido, merece la pena prestar atención 37 Por supuesto, esto también sucede en universidades que se encuentran en países que no son angloparlantes. 143 al trabajo de I. A. Richards, cuyo Practical Criticism (1930) fue sumamente influyente para quienes consolidaron el New Criticism. No obstante, los fundamentos de la propuesta de Richards difieren significativamente de los de su interpretación estadounidense. De acuerdo con John Guillory, la perspectiva de Richards estaba informada por la psicología y en ningún momento ofreció una metodología positiva de lectura, sino un conjunto de tácticas para evitar lecturas defectuosas: “The development of positive interpretive techniques came later, with the New Criticism and after” (13). De hecho, en ninguno de los trabajos que podrían considerarse pioneros en esta forma de leer —A Survey of Modernist Poetry (1927), de Robert Graves y Laura Riding Jackson; Practical Criticism, de Richards; o Seven Types of Ambiguity (1930), de William Empson— se propone la close reading como una práctica propia de la disciplina de los estudios literarios. En buena medida, esto se debe a que los objetivos de autores como Richards y Empson eran opuestos a los del New Criticism. Este contraste es producto de discrepancias entre posturas ideológicas. Richards y Empson eran liberales laicos de Cambridge, mientras que los autores que pertenecieron al New Criticism eran cristianos conservadores del sur de Estados Unidos que aspiraban a un regreso a los valores tradicionales del campo sureño (North, “What’s ‘New Critical’ about ‘Close Reading’?” 141). Como sucedió años después con la French Theory, la importación de la close reading a territorio estadounidense implicó una adaptación de la práctica a los intereses locales: The real story, in its broad outlines, runs as follows. Richards and Empson put together what might fairly be called an incipiently materialist practice of close reading, based in an instrumental or (loosely speaking) pragmatist aesthetics, 144 directed towards an advanced utilitarian model of aesthetic and practical education. This was taken up and co-opted by the New Critics, who remade and institutionalized it as a thoroughly idealist practice, based in a neo-Kantian aesthetics of disinterest and transcendent value, directed towards religious cultural conservatism. (142) Es importante precisar que el proceso de idealización que menciona North estuvo dirigido al texto literario y no a la close reading como práctica de lectura. En otras palabras, a diferencia de Richards, que planteó la obra literaria como el medio de un proyecto educativo, el New Criticism la consideró un fin en sí mismo. Por un lado, es razonable suponer que esta reinterpretación estadounidense de la propuesta de Richards estuvo influida por la concepción protestante de la relación entre el creyente y las Escrituras, lo que explica la devoción del New Criticism por el texto literario como una obra de arte desinteresada que puede aislarse de sus contextos. Por otro lado, si bien la estima por la close reading llegó a ser fervorosa durante el apogeo del New Criticism, es necesario aclarar que en todo momento se concibió como una práctica que, en conjunción con el característico pragmatismo estadounidense, representó beneficios materiales incuestionables. Debido a la rápida industrialización por la que transitaba el Sur estadounidense y al regreso de miles de jóvenes soldados de la segunda Guerra Mundial, la población estudiantil se disparó, por lo que las universidades tuvieron que idear soluciones adecuadas para lidiar con esta situación. La respuesta para la escritura fue la composition —como señalé en la primera parte de esta tesis— y para la lectura, la close reading: “Distributing a brief poem for students to be perceptive about was less 145 cumbersome than launching a Great Novels of the World course” (Eagleton 43); de hecho, no sólo resultó más cómodo, sino mucho más barato porque en lugar de requerir una biblioteca, los estudiantes podían instruirse en la lectura académica únicamente con un puñado de poemas. La close reading, en cuanto que lectura adjetivada originaria, se alineó sin esfuerzo a las prioridades de eficiencia y productividad de la universidad y de la sociedad estadounidenses. La close reading practicada por el New Criticism también implicó una mejora institucional, puesto que fue gracias a ella que los estudios literarios se consolidaron en Estados Unidos como disciplina académica. De acuerdo con Gallop, “the most valuable thing English ever had to offer was the very thing that made us a discipline, that transformed us from cultured gentlemen into a profession: close reading. Not because it is necessarily the best way to read literature but because it, learned through practice with literary texts, learned in literature classes, is a widely applicable skill” (182). Esta práctica se ha promocionado a sí misma como una habilidad que puede utilizarse en diversos textos y en múltiples contextos. Esto se acopla satisfactoriamente con una academia y una sociedad que ponderan mejor las disciplinas con utilidad pragmática inmediata, por lo que la close reading ha sido uno de los factores determinantes para mantener la relevancia social de los estudios literarios y de los departamentos de literatura anglófona. Hacia la década de 1960, la close reading siguió asociándose a los ideales del New Criticism y se consideró un producto del conservadurismo, de modo que las tendencias liberales de la época, apuntaladas por movimientos sociales, la vieron con cierto recelo. No obstante, su supervivencia no sólo dependió de que continuara 146 practicándose por un grupo de académicos formados por el New Criticism —aunque no se adscribieran a él—, sino también por ser un término en apariencia ideológicamente inofensivo y por su cooperación con las ideas importadas que cristalizaron en la French Theory. En cuanto al primero, Jay Jin explica que “‘Close reading’ appears to be a phrase that won out over alternatives because of its innocuousness. ‘Reading’ was harmless enough relative to the literary baggage carried by ‘criticism” and ‘scholarship.’ Similarly, ‘close’ was more commonplace and commonsensical compared to adjectives like ‘practical’ and ‘intensive.’ Who could possibly object to reading closely?” (112). En cuanto a la segunda, la coordinación entre las propuestas teóricas europeas y la close reading estadounidense fue muy productiva: Tracing the decline of the New Criticism in English departments, Catherine Gallagher remarks that “Freudian and Jungian Psychoanalysis, existentialism, archetypal analysis, Marxism, and structuralism all mixed well with what came to be thought of simply as techniques of ‘close reading’ or ‘practical criticism,’ and the concentration on the opacity of literary language in turn gave something back to each of those theoretical orientations.” Hortense J. Spillers agrees that New Criticism “mixed well” with structuralism and suggests further that the success of its criticial methods in distancing the literary object of study from its social context meant that, during the transformations of the 1960s, a criticial sensibility “trained on the academy’s ‘close reading’ and the conventions of irony/ambiguity” transferred its attention “to the world of text and discursivity”. (Love, “Close but not Deep” 373) 147 A su vez, la deconstrucción practicada en la Universidad de Yale inyectó un renovado vigor a la close reading, debido al interés de académicos como Paul de Man y J. Hillis Miller por revelar la aporía central de todo texto literario mediante un ejercicio de lectura en extremo minuciosa. Pero quizás una de las evidencias más contundentes de la alianza entre la close reading y la French Theory puede advertirse en la forma más institucionalizada de esta última, la critique; no cabe duda de que hay una correspondencia entre la sospecha de que un texto oculta uno o varios significados y la suposición de que una obra literaria constituye una unidad orgánica en donde todos los elementos contribuyen a la construcción de opacidades semánticas y formales. El cruce entre la close reading y la French Theory fue exitoso en la medida en que su colaboración ayudó a reducir tensiones y a templar la temperatura ideológica de la academia estadounidense. Podría decirse que el conservadurismo asociado a la primera se benefició del revulsivo liberal que introdujo la segunda, así como la radicalidad de aquélla resultó más fácil de asimilar gracias a la inocuidad política de ésta. Si se considera que la combinación entre close reading y French Theory es parte del sustrato que habilitó las lecturas adjetivadas del siglo XXI, entonces se vuelve explicable su actitud más moderada y su tono más halagüeño que los de la critique. Asimismo, la cooperación entre estos dos productos institucionales se vio favorecida por su condición de ensamblajes conceptuales. En el apartado anterior reseñé el proceso mediante el cual ideas surgidas en textos y contextos diferentes se agruparon bajo el término parangón de la French Theory. A su vez, la close reading puede entenderse de manera similar porque aunque el material importado haya sido más reducido en un inicio —como ya mencioné, la bibliografía coincide en que las obras de 148 Richards y Empson fueron las principales fuentes para el New Criticism—, lo cierto es que con el paso del tiempo la diversidad de actos de lectura incluidos en la close reading sólo ha aumentado. Peter Middleton señala que ésta es un conjunto de prácticas y suposiciones heterogéneas y desorganizadas (5). Por su parte, Culler subraya, en una aseveración muy idiosincrática, que la “Close reading, like motherhood and apple pie, is something we are all in favor of, even if what we do when we think we are doing close reading is very different” (“The Closeness of Close Reading” 21), para después argumentar que hay muchas maneras de llevar a cabo una lectura atenta de los textos, como la memorización, la glosa y la traducción (23–24). Esto da cuenta de que cuando se reflexiona sobre la close reading no hay que perder de vista que se trata, así como la French Theory, de un repertorio. En este capítulo argumenté que a lo largo del siglo XX la lectura académica estadounidense ha sido moldeada por procesos de importación e invención conceptuales, lo que ha provocado la acumulación de herramientas interpretativas en los estudios literarios. Estos procedimientos se favorecieron por condiciones institucionales influidas por lógicas de mercado que conducen la producción de conocimiento en los departamentos de literatura. Los casos de la French Theory y de la close reading no sólo fungen como antecedentes del fenómeno de las lecturas adjetivadas, sino que en conjunto también explican por qué su hermenéutica tiene las características de un repertorio, en cuanto que ensamblaje de herramientas heterogéneas para la interpretación literaria. Podría decirse, por lo tanto, que las lecturas adjetivadas heredaron tanto el eclecticismo conceptual de la French Theory, como el interés por las metodologías de análisis de la close reading. Con el afán de profundizar la descripción 149 de su hermenéutica como una con las características del repertorio, el siguiente capítulo explora los procesos específicos de importación e invención teóricas de las lecturas adjetivadas. 150 Capítulo 5. Una red de repertorios Leer desde el adjetivo Para estudiar la hermenéutica del repertorio de las lecturas adjetivadas, un aspecto fundamental que debe considerarse es el adjetivo. La mayoría de las discusiones en el corpus de esta investigación está dedicada al adjetivo específico en el que los estudios literarios podrían cifrar la dirección de su trabajo en la época posterior a la critique, pero antes de observar estos debates merece la pena preguntarse qué implica leer desde un adjetivo en primer lugar.38 En la generalidad, el tema parece sencillo: en cuanto que categoría gramatical, el adjetivo establece una relación semántica con el sustantivo. No obstante, en el caso particular de las lecturas adjetivadas se involucra no sólo una heterogeneidad de adjetivos, sino también un sustantivo pluridimensional que nombra tanto una práctica, como un producto que es al mismo tiempo abstracto y concreto, es decir, el término reading se refiere conceptualmente a la interpretación literaria y materialmente al texto académico que la registra. Por lo tanto, en este fenómeno los adjetivos que se ponen en relación con el sustantivo reading modifican, en lo conceptual, suposiciones hermenéuticas —como el punto de partida de un análisis literario— y en lo material, convenciones retóricas —como el tipo de evidencias textuales que se presentan para ilustrar una argumentación—. Dado que en la parte anterior de esta tesis me concentré en las segundas, ahora exploro las primeras. La presencia de un adjetivo en un nombre tiene efectos que no deben tomarse a la ligera. En su estudio de las transformaciones de los títulos de novelas inglesas, Moretti encuentra que hacia el final del siglo XVIII, éstos comienzan a ser más breves, 38 Esta reflexión es paralela a la que realiza Auyoung al respecto de cómo se ha olvidado pensar en el término reading. 151 de modo que pueden distinguirse tres clases: nombres propios (Octavia, George Barnwell); abstracciones conceptuales (Fatality; Enthusiasm not Religion); y las combinaciones artículo-sustantivo (The Steam-Boat, The Smuggler) y artículo-adjetivo- sustantivo (The Tuscan Vase, The Invisible Gentleman). Acerca del último grupo, Moretti comenta que la mitad de los títulos compuestos por un artículo y un sustantivo evocan exoticidad y transgresión (The Fakeer, The Vampyre, The Libertine), mientras que sólo una fracción provee una idea de familiaridad. Lo contrario sucede en la combinación artículo-adjetivo-sustantivo: el porcentaje de renegados se desploma y el de hijas, esposas, hermanos y padres se dispara (The Unfashionable Wife, The Discarded Daughter, The Infidel Father). Esto se debe a que, por un lado, si la única información que se tiene en un título es un sustantivo, entonces éste debe de ser lo suficientemente atractivo para que llame la atención del público lector; por otro lado, la presencia de un adjetivo convierte las figuras y las situaciones cotidianas en casos extraordinarios (Distant Reading 194–195). Así, el adjetivo no sólo particulariza el sustantivo, sino que lo transforma por completo: “The adjective relocates narrative from substance to accident … the adjective introduces predication within the title, and predication is the germ of storytelling. ‘The wife’ is a stable quantity; the unfashionable wife is a question mark: why is she unfashionable? what does her husband think? her daughters?” (196). El sustantivo ordinario, por lo tanto, se vuelve digno de interés porque el adjetivo desestabiliza su familiaridad. Además de ser ejemplos paradigmáticos de distant reading, los hallazgos de Moretti sobre los títulos de las novelas inglesas pueden arrojar luz sobre las lecturas adjetivadas en cuanto que fenómeno institucional. En la primera parte de esta tesis 152 señalé que los textos del corpus suelen presentar una estructura argumentativa que hace una revisión de prácticas de lectura anteriores para después proponer otra manera de hacer estudios literarios. Con el trabajo de Moretti en mente, es posible decir que este proceso de actualización no sólo está presente en la retórica, sino también en la conceptualización de lo que quiere decir leer académicamente, puesto que el sustantivo ordinario reading se perturba y se actualiza gracias a la introducción de un adjetivo que lo vuelve interesante y atractivo dentro de un ámbito académico que, como he sugerido a lo largo de esta parte de la tesis, ha adoptado las dinámicas del mercado. Moretti sostiene que la longitud de los títulos de las novelas fue inversamente proporcional a la extensión del mercado literario en Inglaterra, es decir, a medida que el mercado se expandió, los títulos se contrajeron (Distant Reading 200). Éste no es exactamente el caso de las lecturas adjetivadas, pero el estudio de Moretti facilita la explicación de la influencia del mercado en un fenómeno académico porque las formas y los contenidos que han adquirido los textos se han modificado en función de la demanda. Como señalé en el capítulo anterior, la French Theory se volvió un producto más consumible gracias a que en las convenciones anuales de la MLA se presentaron investigaciones con títulos impactantes. Podría decirse que las lecturas adjetivadas heredaron esta estrategia de venta y la llevaron a cabo por medio de la desestabilización del sustantivo ordinario al introducir un adjetivo y por medio de la fabricación de relaciones antagónicas entre prácticas de lectura que incitaron el consumo de sus propuestas. Me interesa abordar el tema de las oposiciones en este apartado porque en realidad éstas sólo existen en los nombres. En lo que sigue se ve que, más que contraponerse frontalmente, las prácticas de lectura en los textos del corpus se 153 coordinan y se acumulan para proponer diferentes formas de análisis literario. No obstante, es necesario reconocer que los tres textos más influyentes en la conformación de las lecturas adjetivadas se originan de un evidente impulso antagónico. En primer lugar, “Paraoid Reading and Reparative Reading, or, Your’e So Paranoid, You Probably Think This Essay Is About You”, de Sedgwick, establece una oposición desde su título. La referencia a la canción “You’re So Vain” (1972), de Carly Simon, sugiere que la paranoid reading, asociada a la critique, se ha orillado hasta el absurdo en la academia. Sedgwick señala que la paranoia y la sospecha se encuentran tan generalizadas en el análisis teórico que cualquier investigación que no asuma esta postura automáticamente se considera ingenua y complaciente. Por lo tanto, el texto se propone refutar el lugar central en el que se ha puesto a la paranoid reading para considerarla una forma de análisis entre otras: “I myself have no wish to return to the use of ‘paranoid’ as a pathologizing diagnosis, but it seems to me a great loss when paranoid inquiry comes to seem entirely coextensive with criticial theoretical inquiry rather than being viewed as one kind of cognitive/affective theoretical practice among other, alternative kinds” (126). Con la intención de redefinir la paranoia como práctica epistemológica, Sedgwick recurre al psicoanálisis de Melanie Klein, cuyo concepto de ‘posiciones’ describe la postura del ego frente a sus objetos: “The flexible to-and-fro movement implicit in Kleinian positions will be useful for my discussion of paranoid and reparative critical practices, not as theoretical ideologies (and certainly not as stable personality types of critics), but as changing and heterogeneous relational stances” (128). Además de ser consonante con los enfoques relacionales que se han incluido en esta tesis, la noción de posición de Klein permite a Sedgwick pensar la paranoia como 154 una postura hermenéutica dinámica que no tiene por qué determinar por completo un acto de lectura, sino que puede ser sólo una etapa en un proceso de análisis más prolongado y con otros objetivos. Para Klein, el ego se encuentra en una oscilación entre una posición paranoica y una depresiva. Caracterizada por el odio, la envidia y la ansiedad, la primera es una posición de alerta extrema ante los peligros que representan los objetos fragmentados que la consciencia proyecta defensivamente a partir del mundo hostil que la rodea. La segunda es una posición que mitiga la ansiedad: “this is the position from which it is posible in turn to use one’s own resources to assemble or ‘repair’ the murderous part- objects into something like a whole ... Once assembled to one’s own specifications, the more satisfying object is available both to be identified with and to offer one nourishment and comfort in turn” (128). Las prácticas reparadoras de lectura se llevan a cabo desde la posición depresiva, pero también se informan de, y son motivadas por, proyectos críticos paranoicos. Por un lado, lo anterior resuena con la interdependencia entre la hermenéutica de la sospecha y la hermenéutica de la fe que propone Ricoeur, en donde la primera prepara el camino para el trabajo de la segunda. Por otro lado, la hermenéutica del repertorio de las lecturas adjetivadas se hace patente en la reparative reading de Sedgwick no sólo en que su propósito es ensamblar nuevamente los objetos fragmentados, sino también en que para su funcionamiento es necesario que combine la posición paranoica y la posición depresiva. En los siguientes apartados profundizo en la relación entre la paranoid y la reparative reading, en cuanto que prácticas que se ubican en el nodo ético de mi estudio, pero por lo pronto es pertinente mencionar que la 155 primera se entiende como una teoría fuerte, puesto que puede generalizar sus explicaciones, y la segunda como una teoría débil, puesto que sus explicaciones son específicas a contextos particulares. No obstante esta aparente dicotomía, Sedgwick señala que “the history of literary criticism can also be viewed as a repertoire of alternative models for allowing strong and weak theory to interdigitate” (145), lo que enfatiza tanto la presencia del repertorio en las lecturas adjetivadas, como el hecho de que el antagonismo entre prácticas de lectura es más bien un efecto semántico ―producido por las connotaciones de los adjetivos— y no la naturaleza misma de su relación. En segundo lugar, “Conjectures on World Literature”, de Moretti, también gozó del atractivo que suscitó la oposición entre los adjetivos close y distant; inclusive, no sería tan aventurado aseverar que una parte importante de su éxito se debió a que el texto se recibió como una propuesta de lectura que daba fin a más de medio siglo de reinado de la close reading en la academia estadounidense. Sin embargo, es prudente observar esta relación antagónica con un toque de escepticismo porque el problema metodológico que plantea Moretti no es de distancia, sino de cantidad. En su caso, la dificultad de pensar en la noción de literatura mundial radica en el volumen monstruoso de textos que sería necesario leer para realizar una investigación adecuada en este campo de estudio: “Many people have read more and better than I have, of course, but still, we are talking of hundreds of languages and literatures here. Reading ‘more’ seems hardly to be the solution” (Distant Reading 45). Lo curioso es que la solución que propone Moretti en realidad sí implica más lectura, únicamente que no será él quien la haga. Como puede constatarse en otros artículos, los estudios de Moretti requieren de 156 un grupo de personas o de programas de computadora que procesen y organicen una gran cantidad de información cuantitativa que después debe ser interpretada para la elaboración de la síntesis indispensable en la producción de conocimiento. Así, la oposición que se presupone en “Conjectures” entre la close y la distant reading es doblemente cuestionable, tanto porque el problema que identifica Moretti es de cantidad y no de distancia, como porque lo que se dice que no es la solución se revela como tal tan sólo un par de páginas después. Merece la pena citar extensamente el texto para dilucidar cómo se fabricó el antagonismo entre dos prácticas de lectura que, de hecho, cooperan en la propuesta de Moretti: The United States is the country of close reading, so I don’t expect this idea [distant reading] to be particularly popular. But the trouble with close reading (in all of its incarnations, from the new criticism to deconstruction) is that it necessarily depends on an extremely small canon. This may have become an unconscious and invisible premise by now, but it is an iron one nonetheless: you invest so much in individual texts only if you think that very few of them really matter. Otherwise, it doesn’t make sense. And if you want to look beyond the canon (and of course, world literature will do so: it would be absurd if it didn’t!), close reading will not do it. It’s not designed to do it, it’s designed to do the opposite. At bottom, it’s a theological exercise—very solemn treatment of very few texts taken very seriously—whereas what we really need is a little pact with the devil: we know how to read texts, now let’s learn how not to read them. (48) 157 El fragmento anterior expone una representación de la close reading ideológicamente cargada. En primer lugar, Moretti hace referencia a estructuras institucionales cuando menciona que Estados Unidos es el país de la close reading, una asociación que se hace en un tono particular de provocación (“I don’t expect this idea to be particularly popular”). En segundo lugar, Moretti conecta la close reading con posturas hermenéuticas específicas: el New Criticism y la deconstrucción estadounidense. Este gesto tiene el efecto retórico de vincular dos formas de análisis literario que difieren en muchos aspectos, pero que coinciden en una cierta forma de lectura concentrada en los fenómenos que acontecen al interior de un texto. En tercer lugar, Moretti liga la close reading a una cuestión axiomática, puesto que la relaciona con la formación de un canon y todo lo que implica: cuando menos, una valoración parcial e interesada de textos. En cuarto lugar, Moretti se aprovecha de las asociaciones que ha establecido para que la relación entre canon y close reading sea tan estrecha, que no sea posible pensar en una sin la otra, lo que le permite moverse a la descripción de esta práctica como un ejercicio teológico. Tanto la teología como el canon suelen entenderse como instituciones del conservadurismo, por lo que la idea del pacto con el diablo introduce una liberación seductora de las normas teológicas y canónicas. Finalmente, el fragmento remata con una licencia retórica similar a la que señalé anteriormente en cuanto a la solución del problema de la literatura mundial: Moretti dice que ahora es importante aprender cómo no leer los textos, pero no se refiere a abandonar la lectura, sino a que sea llevada a cabo por otras personas o por programas de computadora. Aunque un tanto artificioso, el antagonismo entre la close y la distant reading otorgó notoriedad a la propuesta de Moretti, por lo que las réplicas —tanto a favor 158 como en contra— no se hicieron esperar. Más adelante exploro con más detalle el trabajo alrededor de la distant reading como parte del nodo descriptivo de las lecturas adjetivadas, pero por el momento es necesario precisar que ante las acaloradas respuestas que suscitó “Conjectures”, Moretti publicó “More Conjectures” (2003) y compiló diversos textos en el libro Distant Reading (2013), en donde, además de incluir los dos artículos anteriores, Moretti escribió breves notas introductorias que matizan sus aseveraciones originales. La nota que precede a “Conjectures” es particularmente reveladora acerca de la relación entre la close y la distant reading: “That fatal formula [distant reading] had been a late addition to the paper, where it was initially specified, in an allusion to the basic procedure of quantitative history, by the words ‘serial reading’. Then, somehow, ‘serial’ disappeared, and ‘distant’ remained. Partly, it was meant as a joke; a moment of relief in a rather relentless argument” (44). Así como en el caso del texto de Sedgwick, el antagonismo entre prácticas de lectura resulta ser un efecto semántico de los adjetivos que en el caso del trabajo de Moretti abonó a su popularidad. No obstante, es claro que la distant reading —o serial reading— no se opone a la close reading, sino que ambas colaboran en ensamblar otra manera de realizar estudios literarios: la primera se encarga de recopilar un gran volumen de información que la segunda interpreta y sintetiza. Por último, “Surface Reading: An Introduction”, de Best y Marcus, invierte más espacio y energía en establecer una dicotomía entre la symptomatic y la surface reading, de tal manera que el texto contiene apartados sucesivos que se titulan “Symptomatic Reading”, “Symptomatic Reading Now” y “Surface Reading”. Esto se debe a que, a diferencia del antagonismo que plantea Moretti, los adjetivos por sí mismos no parecen 159 contraponerse inmediatamente. Es más bien a partir de identificar la symptomatic reading con la profundidad y su papel en la interpretación literaria que Best y Marcus proponen una práctica de lectura que no parta del supuesto de que los textos contienen un significado oculto que puede ser extraído. La surface reading, por lo tanto, se concentra en lo que el texto presenta de forma explícita y no pretende utilizar esta información para diagnosticar fenómenos extratextuales, como los conflictos sociales del contexto en el que fue escrita la obra. En realidad, la lectura superficial se opone a un tipo de lectura profunda que trabaja con las implicaciones simbólicas de lo representado en el texto literario. A pesar del esfuerzo del texto por antagonizar estas dos prácticas de lectura, lo cierto es que el objetivo se traiciona tempranamente. Es importante mencionar que “Surface Reading” es el artículo introductorio a un número especial de la revista Representations, en donde se compilan varios ensayos que, en palabras de Best y Marcus, “represent neither a polemic against nor a postmortem of symptomatic reading. Our contributors trace nascent practices in the text-based disciplines, some of which evolve from symptomatic reading, some of which break from it” (3). Los artículos reunidos, de hecho, establecen relaciones que no se limitan a una oposición con la symptomatic reading: “our contributors situate their practices in relation to symptomatic reading, positing their interpretive method as a variation on, supplement to, or critique of it” (6). Así como en los casos de Sedgwick y de Moretti, la surface reading no declara la guerra en contra de una práctica de lectura, sino que abre la posibilidad a una diversidad de relaciones que fomentan la coordinación y el complemento. 160 Es sensato pensar que cuando se habla de prácticas de lectura se está tratando con una variedad de procedimientos que se incluyen dentro de un solo nombre. Esto es claro en la close y se intuye en la reparative y la distant reading, pero quizás el caso de la surface reading es el más explícito al respecto: “Many types of reading, some quite old, some fairly new, might come under the rubric of ‘surface reading’” (9). Además de remitir a la retórica del prototipo trabajada en la primera parte de esta tesis —en donde argumenté que los textos de las lecturas adjetivadas presentan una estructura argumentativa que revisa una práctica de lectura previa y propone una nueva (o una vieja, pero actualizada) manera de realizar estudios literarios—, la cita anterior permite pensar la surface reading como un repertorio heterogéneo de procedimientos hermenéuticos. En ese sentido, Best y Marcus enlistan estos procedimientos basándose en distintas maneras de entender la noción de superficie: la superficie como materialidad; la superficie como la estructura verbal del lenguaje literario; la superficie como una postura afectiva y ética; la superficie como una práctica de descripción crítica; la superficie como los patrones literarios intra- e intertextuales; y la superficie como el significado literal (9–13). Más adelante, en los nodos ético y descriptivo, abordo las implicaciones hermenéuticas de estas formas de surface reading; en este punto es necesario enfatizar no sólo que se trata de un ensamblaje, sino también que el pretendido antagonismo con la symptomatic reading se antoja más como un recurso persuasivo que como un rasgo de identidad. Como se ha visto en los textos de Sedgwick, Moretti, Best y Marcus, la oposición entre prácticas no define el carácter de las lecturas adjetivadas, por lo que nombres como method wars, de Anker y Felski, o reading wars, de Hensley, no resultan 161 precisos para referirse al fenómeno. Es más ajustado observarlo desde una perspectiva que busque otro tipo de relaciones, como la que adopto en esta tesis y que ya ha sido considerada por otros académicos: “it is now possible to leave the reading wars behind, accept the coexistence of different approaches to literary history, and move forward to a stage of this conversation where we ask how different approaches can be productively combined” (English y Underwood 292). Con el propósito de estudiar con más profundidad la hermenéutica del repertorio, a continuación agrupo las lecturas adjetivadas en tres nodos: ético, descriptivo y cognitivo, como se esbozan en la figura 1). Esta división se fundamenta, por un lado, en tres efectos que se manifiestan cuando se realiza el acto de lectura desde un adjetivo, puesto que éste expresa una postura (ética), una caracterización (descripción) y una disposición (cognición). Por otro lado, cada nodo recurre a un repertorio de herramientas interpretativas que han sido importadas a los estudios literarios desde diferentes disciplinas. 162 Figura 1. Aquí ilustro las relaciones que existen entre las lecturas adjetivadas incluidas en este estudio. Por supuesto, el diagrama implica una simplificación de asociaciones complejas cuyos matices explico a continuación. 163 Nodo ético Una consecuencia común del proceso de reconfiguración de un repertorio conceptual es la preocupación por el deber ser. Cuando los límites de las convenciones imperantes se vuelven advertibles y se vislumbra una modificación en los parámetros establecidos, no faltan las voces que implícita o explícitamente comienzan tanto a prescribir las maneras correctas de la nueva configuración, como a señalar los yerros del repertorio anterior. Dado que los textos de las lecturas adjetivadas surgen a partir del agotamiento del repertorio de la critique, es lógico encontrar prescripciones y señalamientos de esta índole. Las propuestas teóricas de las lecturas adjetivadas entrañan un claro pronunciamiento con respecto a acciones y conductas porque el fenómeno mismo es una reflexión en torno a las prácticas y las formas de actuar de una comunidad profesional. En este nodo de la red de repertorios he incluido prácticas de lectura articuladas por una serie de inquietudes que revelan posturas éticas ante el acto de interpretación académica. Estas inquietudes exploran diversos temas que se relacionan directa o tangencialmente, como el papel del humanismo en los estudios literarios, la humildad que debe adoptarse ante los objetos de estudio y la obligación de recuperar lo que ha sido ignorado en los análisis textuales. En términos generales, las prácticas de lectura que reviso a continuación discurren sobre la conexión entre la capacidad de interpretar textos literarios y la habilidad de responder con justicia o empáticamente a los dilemas éticos que implican y que representan (Love, “Close but not Deep” 371). Si bien Love caracteriza esta conexión como una que no es indiscutible, me parece que las lecturas adjetivadas agrupadas en el nodo ético parten del supuesto de que tal conexión existe 164 ―amén de su naturaleza problemática— como una condición fundamental para la práctica académica. El interés por la ética en las lecturas adjetivadas de este nodo no es espontáneo. Por un lado, hay que considerar la influencia del New Criticism: “A belief in the aesthetic and ethical force of literature is evident in the work of midcentury critics like Cleanth Brooks … and Lionel Trilling …” (Love, “Close but not Deep” 371). Con la close reading como herramienta hermenéutica insignia, el New Criticism enarboló los valores de una sociedad conservadora que, como mencioné en el capítulo anterior, modeló su forma de análisis no sólo a partir de la propuesta de Richards, sino también —y en especial— a partir de la relación típicamente protestante entre el creyente y la Biblia, es decir, a partir de la devoción hacia el texto y de la idea de que éste encarna una unidad orgánica que coincide con la experiencia humana y que el poeta plasma en su obra. Desde esta perspectiva, la lectura de literatura se vuelve la manera principal de acceder tanto a la belleza, como a la virtud de esta experiencia. Por otro lado, el interés por la fuerza estética y ética de los textos literarios permanece a pesar de los cambios epistemológicos introducidos en la segunda mitad del siglo XX; de acuerdo con Love, también aparece en la obra de Raymond Williams, en los argumentos en contra de la teoría y a favor del neoformalismo, y en el giro reciente hacia la ética: “If the encounter with a divine and inscrutable message was progressively secularized in the twentieth century, the opacity and ineffability of the text and the ethical demand to attend to it remain central to practices of literary interpretation today” (“Close but not Deep” 371). En lugar de cimentar el compromiso ético del estudio literario en el humanismo y en el individuo, las prácticas 165 interpretativas influidas por la French Theory colocaron el foco en las estructuras del lenguaje, el deseo, el capital económico y las relaciones de poder. Desde esta perspectiva, la lectura de literatura fue el camino de acceso a las nociones de lo correcto y lo incorrecto mediante la toma de posturas políticas. Esto fue especialmente significativo durante las décadas de 1980 y 1990, en el auge de la critique y de la symptomatic reading. Las lecturas adjetivadas, a su vez, heredan parte de esta dinámica, pero con diferentes matices y con un tono más atenuado. Nuevamente, el punto de partida es la reparative reading no sólo porque Love ha señalado que para Sedgwick esta práctica de lectura es en primer lugar una categoría ética (“Close but not Deep” 382), sino también porque es necesario continuar enfatizando su peso en el origen y el desarrollo del fenómeno de las lecturas adjetivadas. A diferencia de leer desde una posición paranoica, to read from a reparative position is to surrender the knowing, anxious paranoid determination that no horror, however apparently unthinkable, shall ever come to the reader as new; to a reparatively positioned reader, it can seem realistic and necessary to experience suprise. Because there can be terrible surprises, however, there can also be good ones. Hope, often a fracturing, even a traumatic thing to experience, is among the energies by which the reparatively positioned reader tries to orgnize the fragments and part-objects she encounters or creates. Because the reader has room to realize that the future may be different from the present, it is also possible for her to entertain such profundly painful, profundly relieving, ethically crucial possibilities as that the past, in turn, could have 166 happened differently from the way it actually did. (Sedgwick, “Paranoid Reading and Reparative Reading” 146) No cabe duda de que esta propuesta de lectura resuena con características asociadas a la hermenéutica de la fe de Ricoeur, en el sentido de que el intérprete debe estar abierto a todo tipo de mensajes, tanto esperados como inesperados. En la reparative reading la sorpresa se vuelve decisiva —Sedgwick incluso la califica de necesaria— y sólo sucede si el lector asume una postura receptiva desde la que no pretenda adelantarse a los resultados de la interpretación, como es el caso de una posición paranoica. La paranoid reading, equiparable a la critique y a la symptomatic reading, presta una atención obsesiva a lo negativo, a lo que puede afectar al sujeto; de ahí que el lector paranoico intente evitarlo a toda costa, aun cuando esta amenaza ni siquiera se haya manifestado. Para Sedgwick, este enfoque representa una limitante porque cancela la posibilidad de encontrarse con lo positivo, con lo que de hecho puede edificar al sujeto durante el acto hermenéutico. La naturaleza ética de esta práctica de lectura se vuelve identificable cuando se entiende que la esperanza impulsa a quien realiza una reparative reading a considerar no sólo que el futuro puede ser distinto al presente, sino también que el pasado pudo haber sucedido de otra manera, es decir, ambos horizontes temporales podrían y pudieron ser mejores. El interés ético por corregir y rectificar lo sucedido o lo que sucederá proviene del repertorio que informa la reparative reading. Como mencioné anteriormente, Sedgwick echa mano del concepto psicoanalítico de posición, que, lejos de ser determinante, conlleva la posibilidad de cambio; un sujeto puede moverse de una posición paranoica, en la que intenta postergar el dolor a toda costa, a una posición 167 depresiva, en donde busca el placer. Asimismo, este repertorio continúa abonando a la orientación ética de la reparative reading cuando abre la puerta a prácticas de cuidado: “It’s probably more usual for discussions of the depressive position in Klein to emphasize that that position inaugurates ethical possibility — in the form of a guilty, empathetic view of the other as at once good, damaged, integral, and requiring and eliciting love and care” (Sedgwick 137). El cuidado, por lo tanto, se vuelve uno de los imperativos éticos de la reparative reading. Cuando se comprende la relevancia del cuidado para esta práctica de lectura, los pasajes anecdóticos de “Paranoid Reading and Reparative Reading” en los que Sedgwick menciona a tres de sus amigos académicos cobran significado. En el momento de escritura del texto, uno de ellos tenía 60 años y los otros dos 30, lo que provoca que Sedgwick —de 45— se pregunte si en 15 años ella llegará a la posición del primero, y los segundos, a la de ella. Las probabilidades resultan ser muy escasas: “Specifically, living with advanced breast cancer, I have little chance of ever being the age my older friend is now. My friends who are thirty are equally unlikely to experience my present, middle age: one is living with advanced cancer caused by a massive environmental trauma … the other is living with HIV” (149). Si bien el sexagenario gozaba de buena salud, no cabe duda de que las edades y las condiciones de los cuatro requerían de cuidados específicos que influían en sus vidas cotidianas, por lo que no sorprende que el cuidado se vuelva una de las maneras en las que “Paranoid Reading and Reparative Reading” conecta la capacidad de interpretar con la habilidad de responder empáticamente ante dilemas éticos. 168 Sedgwick concluye su texto con el establecimiento de un puente entre el cuidado de personas y el cuidado de la práctica hermenéutica, abogando por una mejora en el léxico técnico que se utiliza en el análisis literario. Ella señala que el vocabulario que articula la intención reparadora de un lector hacia un texto o una cultura suele ser “sappy, aestheticizing, anti-intellectual, or reactionary”, pero que en realidad una reparative reading no es menos aguda, realista o comprometida que una lectura paranoica, puesto que la práctica reparadora implica una gama distinta de afectos, ambiciones y riesgos: “What we can best learn from such practices are, perhaps, the many ways selves and communities succeed in extracting sustenance from the objects of a culture — even of a culture whose avowed desire has often been not to sustain them” (150–151). Desde una perspectiva ética, la reparative reading se plantea dotar de buenas herramientas hermenéuticas a aquellos individuos que, de acuerdo con Lauren Berlant, han sido vencidos por la convencionalidad y la heterocultura (73). En otras palabras, la práctica de lectura que Sedgwick propone tiene la intención de acumular nuevos conceptos que le permitan a grupos oprimidos interpretar su experiencia en términos que no estén conducidos sólo por la paranoia, sino también por la reparación. Es claro que difícilmente alguien se opondría a la reparative reading; ¿quién podría estar en contra de la rectificación de errores (pasados, presentes y futuros), del cuidado de los individuos más vulnerables, de tener un repertorio hermenéutico amplio para comprender el mundo? Más que una resistencia a su proyecto, el reto más grande de la reparative reading ha radicado en su aplicabilidad para los estudios literarios; de hecho, ésta es la lectura adjetivada que más adolece de una falta de ejemplos de análisis concretos porque, para empezar, el mismo texto de Sedgwick no los ofrece (Kurnick 169 365). A primera vista, “Reconsidering Reparation: Mary Elizabeth Braddon’s Lady Audley’s Secret and Critical Reading Practices” (2008), de Emily L. King, podría ser una muestra de cómo llevar a cabo una lectura reparadora de un texto literario; sin embargo, el tratamiento de la reparative reading en el artículo es menos directo de lo que podría esperarse. En lugar de realizar una lectura reparadora de la obra de Braddon, King parece estar más interesada en observar cómo la novela representa en su narrativa una práctica interpretativa con rasgos semejantes a la reparative reading. Una vez más, llama la atención que un texto de las lecturas adjetivadas recurra a la literatura del siglo XIX para poner a prueba sus aportaciones teóricas; Lady Audley’s Secret se publicó en 1862 y ha sido frecuentemente catalogada como una novela sensacionalista. Las características de este género resultan determinantes para el análisis de King, puesto que su artículo inicia estableciendo un parentesco entre la novela sensacionalista y la detectivesca. Ambas son narrativas que dependen de la paranoia como mecanismo dramático para que tanto el detective como el lector descubran los secretos que la trama esconde. No obstante, King asevera que la obra de Braddon, en cuanto que novela sensacionalista, es diferente porque problematiza la relación entre el descubrimiento y la paranoia: “I will argue that her novel facilitates not only a critique of paranoid structures, but offers an alternative reading practice — that of reparative reading, a strategy Eve Kosofsky Sedgwick first articulated. Yet my interpretation of Lady Audley’s Secret also yields both a challenge to and an elaboration of Sedgwick’s inchoate theorization of reparative reading” (55). El texto de King, por lo tanto, no pretende hacer una lectura reparadora de Lady Audley’s Secret, sino que se propone utilizarla para continuar con la reflexión de la propuesta de Sedgwick. En otras 170 palabras, “Reconsidering Reparation” realiza dos de los movimientos retóricos que he identificado en la primera parte de esta tesis, a saber, la revisión/actualización de prácticas de lectura y el uso instrumental de textos literarios para demostrar ideas teóricas. De acuerdo con King, la novela de Braddon desarrolla una crítica de prácticas de interpretación paranoicas al exponer que éstas suelen carecer de evidencias empíricas para demostrar sus suposiciones. Los personajes paranoicos echan mano de lo ausente para producir aquello que buscan desenmascarar, como cuando la atención se coloca en la ausencia de diálogos de un personaje y no en lo que éste en realidad dice para revelar sus ‘verdaderas’ intenciones. En Lady Audley’s Secret, esta manera de proceder con frecuencia lleva a malentendidos y confusiones, de modo que una lectura paranoica no siempre garantiza el acceso al conocimiento (59). Asimismo, la novela de Braddon defrauda a los lectores paranoicos al excluirlos deliberadamente de los secretos que descubre el personaje Robert Audley: “Consider, for instance, the conclusion to the first chapter in which Robert Audley makes an integral discovery. Though the text permits the detail of Robert’s physical change to a ‘sickly, leaden pallor’ to escape the textual confines, readers cannot possibly know with any certainty what caused this dramatic transformation” (60). Finalmente, King argumenta que la crítica más fuerte que realiza Lady Audley’s Secret a la interpretación paranoica es la problematización de la confianza ciega que ésta coloca en sus herramientas epistemológicas, lo que le impide ver la diferencia entre los hechos y sus propios delirios. Para observar la reparative reading en la novela de Braddon, King primero desestima la supuesta separación entre la posición paranoica y la reparadora: “We need 171 paranoid reading as literary critics in order to make meaning, but we also need another kind of reading practice to counteract the hazards of that ‘paranoid optic.’ And as critics, we can inhabit these differing positions simultaneously” (62). La relación de interdependencia que anteriormente he precisado entre la paranoid y la reparative reading se representa en la narrativa mediante la apertura de Robert a las alternativas y a las sorpresas en su investigación. Puesto que Robert mantiene un registro de los hechos en los que deja espacio para “reflection, alteration, and erasures”, se ve mermada la autoridad de la visión totalizante que es común en la posición paranoica. Además, King señala que Lady Audley’s Secret conduce al lector a adoptar una actitud similar cuando la novela hace gala de un estilo textual bello para describir espacios que suelen ser ominosos, como una escena de crimen (63). Esto provoca que la atención de la lectura se desplace del descubrimiento del secreto, a la belleza del lenguaje utilizado en el texto: “As Robert entertains the idea of stopping his quest completely, the reader’s narrative progress is similarly thwarted by the textual attention to detail. In a related manner, the literary critic’s attention to textual detail slows down the construction of a totalizing argument, a characteristic of paranoid reading practices” (65). De acuerdo con King, la novela de Braddon permite no sólo una lectura paranoica que esté concentrada en averiguar lo que no se conoce, sino también una lectura reparadora que atienda al virtuosismo estilístico de la obra. En cuanto que ejercicio de reparative reading, “Reconsidering Reparation” arroja resultados ambivalentes. Por un lado, me parece debatible la manera en la que King extrapola nociones teorizadas en el siglo XXI a la diégesis que construye una novela del siglo XIX. El manejo conceptual del artículo va más allá de recurrir a la 172 paranoid y a la reparative reading como herramientas de análisis porque King asevera explícitamente que la novela de Braddon problematiza estos términos, es decir, ella parte del supuesto de que ambas lecturas están presentes en Lady Audley’s Secret. A esto me refiero cuando digo que el artículo parece estar más interesado en las representaciones de la paranoid y la reparative reading como temáticas, que en sus usos para el estudio literario como prácticas. Por otro lado, “Reconsidering Reparation” sigue la línea ética que valora la fuerza y la belleza estética del texto —en consonancia con los acercamientos del New Criticism y del neoformalismo— y que pretende recuperar aquellos aspectos de los textos literarios que han pasado desapercibidos, no necesariamente porque estén ocultos —que sería el trabajo de la paranoid reading—, sino porque han sido menospreciados o ignorados a pesar de su presencia explícita: “Whereas paranoid reading enacts a certain kind of violence on the text, reparative reading attempts to recuperate it” (61). El impulso por reparar estas omisiones se relaciona tanto con la idea del cuidado ―que, como mencioné antes, es una de las formas en las que se manifiesta la conexión entre la capacidad de interpretar y la habilidad de responder empáticamente—, como con la noción de justicia. Hacer análisis literarios más justos es uno de los propósitos de la just reading, propuesta por Sharon Marcus en “Just Reading: Female Friendship and the Marriage Plot” para el estudio de la novela victoriana. La palabra just es densa en connotaciones éticas, puesto que califica a esta lectura —al menos— de ecuánime, honesta y apropiada, una polisemia de la que Marcus se aprovecha: I invoke the word “just” in its many senses. Just reading strives to be adequate to a text conceived as complex and ample rather than as diminished by, or reduced 173 to, what it has had to repress. Just reading accounts for what is in the text without construing presence as absence or affirmation as negation. Finally, just reading recognizes that interpretation is inevitable: even when attending to the givens of a text, we are always only—or just—constructing a reading. (75) La just reading pretende concentrarse únicamente en lo que está expuesto de manera explícita en el texto literario. Esta perspectiva está motivada por una valoración de la obra como un objeto autosuficiente que no requiere de un contenido oculto — ideológico, psíquico, económico, etcétera— para presentar un alto nivel de complejidad. El trabajo hermenéutico de esta práctica no busca desenterrar el significado reprimido del texto porque considera que todo el material interpretable es accesible a simple vista. Inspirada por el trabajo de Sedgwick, la just reading se traslapa con la reparative reading en diversos aspectos.39 Para empezar, esta propuesta de análisis se configura a partir de otra práctica de lectura. Así como la paranoid y la reparative reading, la just reading existe en una relación intrincada con la symptomatic reading, cuyo origen de acuerdo con Marcus se ubica en The Political Unconscious (1981), de Fredric Jameson. En esta obra, Jameson argumenta que lo más interesante de un texto literario es aquello que reprime y que el trabajo del crítico es diagnosticar los puntos nodales del sistema ideológico que no se manifiestan visiblemente en la superficie del texto. La symptomatic reading plantea que el verdadero significado del texto está cifrado en lo que no dice, de modo que los silencios, los huecos y las interrupciones se vuelven los síntomas de una causa ausente que provee a la obra de su forma específica 39 La influencia de Sedgwick en Marcus es reconocible más allá de estas prácticas de lectura. El título de su libro, Between Women, resuena intencionalmente con la obra de Sedgwick, Between Men (1985), que fue uno de los estudios fundacionales de la teoría queer, a la que Marcus ha dedicado buena parte de su trabajo académico. 174 (74).40 En segundo lugar, y no obstante esta descripción, la symptomatic y la just reading no se oponen frontalmente. Al igual que las prácticas de lectura que discute Sedgwick, las que trabaja Marcus se coordinan porque la primera habilita el quehacer de la segunda: To pursue just reading is thus not to make an inevitably disingenuous claim to transparently reproduce a text’s unitary meaning. Nor is it to propose that we dismiss symptomatic reading; indeed, the just readings I perform here depend on a symptomatic reading of novel theory, since only by attending to what other critics have been unable to explain can subsequent critics build a more capacious interpretive framework. (75–76) Marcus da fe de la relación dependiente de la just reading con la symptomatic reading cuando admite que la primera sólo pudo teorizarse a partir de una lectura sintomática de la teoría convencional de la novela. Finalmente, la just reading comparte con la reparative reading el imperativo ético de recuperar y resaltar de un texto literario lo que ha sido ignorado o malinterpretado en análisis anteriores. Marcus identifica que la tendencia en la crítica de la novela victoriana ha sido considerar las relaciones amistosas entre personajes femeninos como una amenaza para el matrimonio heterosexual (76). El objetivo de “Just Reading: Female Friendship and the Marriage Plot”, por lo tanto, es explicar los vínculos afectivos entre mujeres más allá de su presunto antagonismo con la institución matrimonial. En la just reading que realiza Marcus para estudiar la novela victoriana, la conexión entre la habilidad de interpretar y la capacidad de responder con justicia a los 40 El impulso por revelar lo que permanece oculto en los discursos y la suposición de que este encubrimiento sucede es el punto de intersección entre la hermenéutica de la sospecha, la critique, la paranoid reading y la symptomatic reading. 175 textos literarios se manifiesta en una revalorización de lo duradero. A diferencia de la symptomatic reading, que se concentra en las inconsistencias, subversiones y puntos de ruptura en las obras, la just reading observa las constantes: “Unlike marriage, however, female friendship is rarely a locus of compelling narrative suspense, for it is seldom subject to courtship’s vagaries, conflicts, obstructions, and resolutions. Female friendship is thus best described as what I will call a ‘narrative matrix,’ a relationship that generates plot but is not its primary agent, subject, or object” (79). La matriz narrativa de la amistad femenina aporta un sustento activo para que la trama del matrimonio se desarrolle, es decir, las relaciones entre personajes femeninos funcionan como catalizadores de los cambios en los lazos afectivos de una heroína con sus pretendientes. Al concentrarse en la presencia explícita de la amistad femenina, Marcus se propone hacerle justicia a un componente narrativo que convencionalmente se considera secundario o dispensable porque no parece provocar el movimiento dinámico y progresivo asociado al desarrollo dramático de la novela: “Though friendship provokes none of the suspense or distress we typically associate with plot, it sustains the reader’s interest and attention: with respect to female friendship, Victorian novels succeed in making the reader actively desire that nothing will happen” (79). Para Marcus, la amistad femenina es la carta robada que se esconde a simple vista en cada una de las obras del género (82) y buena parte de “Just Reading: Female Friendship and the Marriage Plot” está dedicada a la presentación de lecturas justas de diversos textos. Así, la just reading no padece de la misma escasez de ejemplos de análisis que la reparative reading, especialmente si se considera la enorme cantidad de novelas victorianas que existen. 176 La propuesta de Marcus presenta dos matices cuando se la observa desde la hermenéutica del repertorio y desde la noción de ensamblaje trabajadas en esta tesis. Por una parte, en cuanto que ejemplo de las lecturas adjetivadas, el texto de Marcus ensambla diversas prácticas de lectura y echa mano de un repertorio heterogéneo de herramientas interpretativas para el análisis literario. Por otra parte, a pesar de que enfatiza la importancia de la explicitud en el discurso, la just reading no es del todo clara con respecto al repertorio que la compone; sin embargo, la inspiración que aporta la reparative reading es evidente, así como lo es la anticipación de la teorización posterior de Marcus con Stephen Best: la surface reading. Ya he comentado algunos aspectos de la surface reading en el apartado anterior, específicamente su relación compleja con la symptomatic reading. Ahora me enfoco en cómo esta práctica de lectura participa del nodo ético de las lecturas adjetivadas. Primero es necesario exponer lo que Best y Marcus entienden por superficie: “we take surface to mean what is evident, perceptible, apprehensible in texts; what is neither hidden nor hiding; what, in the geometrical sense, has length and breadth but no thickness, and therefore covers no depth. A surface is what insists on being looked at rather than what we must train ourselves to see through” (9). La definición de Best y Marcus se sustenta en una escala axiológica que jerarquiza percepciones, características y posturas hermenéuticas. En ese sentido, no hay que olvidar que “Surface Reading: An Introduction” dedica la primera mitad de su argumento a la problematización de la symptomatic reading, por lo que ésta funciona como contraste para identificar los rasgos de la surface reading. Como señalé anteriormente, sería impreciso concebir la relación entre ambas prácticas de lectura como una de simple oposición; sin embargo, 177 Best y Marcus reprochan la importancia exagerada que la critique ha otorgado a actos de interpretación que excavan las profundidades de las obras, para revalorizar sus superficies. Esto implica aceptar los textos literarios como son, en lugar de dominarlos o de alterar lo que expresan con el objetivo de cumplir los deseos de quien los interpreta (10). En otras palabras, lo que promueve la surface reading es la adopción de una postura humilde y confiada ante los objetos de estudio. Después de décadas de hegemonía de la hermenéutica de la sospecha, es esperable que una postura como ésta levante objeciones entre la comunidad a la que se dirigen Best y Marcus. Si la crítica no revela nada oculto y sólo acepta los mensajes como son comunicados, ¿qué puede aportar a una sociedad que experimenta injusticia y represión de manera constante?, ¿qué sucede con la libertad que resulta del desenmascaramiento de las estructuras opresoras que permanecen insidiosamente escondidas?, ¿qué podría enseñarse en las aulas si el significado de un texto está disponible para cualquier persona entrenada o no en análisis literario? These questions are especially urgent because many of our most powerful critical models see criticism as a practice of freedom by locating autonomy, self- reflexiveness, detachment, and liberatory potential either in the artwork itself or in the valiant labor of the critic. In the former case, a measure of heroism is attributed to the artwork due to its autonomy from ideology; the latter makes the critic a hero who performs interpretive feats of demystification. (Best y Marcus 13) La surface reading no cifra su acceso a la libertad en la heroicidad del texto ni del crítico. Las lecturas adjetivadas adquieren un tono menos beligerante que la critique 178 porque dudan de la existencia de una agudeza interpretativa tan elevada que permita ver más allá de la ideología.41 Así, en lugar del desenmascaramiento, la surface reading considera que el camino a la libertad radica en una atención completa a la obra, sin preocuparse por cuestiones de identidad o de autenticidad. Si bien esta postura parecería desprovista de compromiso político, Best y Marcus “think, however, that a true openness to all the potentials made available by texts is also prerequisite to an attentiveness that does not reduce them to instrumental means to an end and is the best way to say anything accurate and true about them” (16). De esta manera, la conexión ética entre la capacidad de interpretación y la habilidad de respuesta empática se manifiesta en la surface reading en forma de una atención incondicional y receptiva, que pretende dar cuenta de lo que los textos literarios dicen en sus propios términos — de ahí el interés de esta práctica por la descripción, en la que profundizo en el siguiente nodo de la red— y no aspira a hacerlos hablar en palabras que no son suyas ni en contra de su voluntad. La moralidad de la propuesta de Best y Marcus se expresa en la postura anterior porque orienta con respecto a lo que es correcto hacer. Esta prescripción se transmite tanto conceptual como retóricamente. Para David Kurnick, más que una polémica, “Surface Reading: An Introduction” es un melodrama, puesto que contrapone la violencia, la agresión, el dominio y las ilusiones de grandeza de la symptomatic reading, con la modestia, la apertura, la curiosidad y la atención de la surface reading. Ante estas dos opciones, es fácil suponer de qué lado se colocaría una crítica que se jacta de tener una brújula ética bien calibrada. Asimismo, Kurnick señala que esta oposición se 41 Como mencioné en la primera parte de esta tesis, Best y Marcus se refieren a esta postura neutral como realismo político, el cual ha sido tachado de quietista por aceptar el status quo. 179 acentúa debido a una generización de la situación: un crítico masculinizado amenaza con subyugar a un texto vulnerable, a menos que otro crítico intervenga y lo rescate, prestándole atención de manera modesta, paciente y responsiva, como una madre o una enfermera (358). No concuerdo completamente con la representación de Kurnick porque considero que la relación entre symptomatic y surface reading no implica una dicotomía tajante; sin embargo, esta analogía melodramática ayuda a conectar los intereses de la surface reading con la noción de cuidado que he asociado con la reparative reading. Es preciso recordar que el texto de Best y Marcus es la introducción a un número especial de la revista Representations que compendia diversos artículos; en realidad, la surface reading es un término parangón para un conjunto heterogéneo de prácticas de lectura académica. Si bien la teorización de Best y Marcus ha sido criticada por presentar una supuesta tibieza política, no sucede lo mismo con otras formas de lectura discutidas en este número. Éstas adoptan principios hermenéuticos similares en torno a la importancia de lo que es explícito y transparente en los textos, pero también abogan por la toma de una postura más definida. Además de ser clara en su orientación política, la contribución de Christopher Nealon, “Reading on the Left”, desarrolla una práctica de lectura que reactiva la coordinación entre la surface y la symptomatic reading, con el objetivo de pensar la historia literaria como parte de una historia más amplia de lucha social. Nealon describe la situational reading como un estilo de lectura sintomática porque realiza un diagnóstico de lo contemporáneo, pero su propuesta se distingue de la symptomatic reading convencional en por lo menos dos aspectos. Por un lado, “it does 180 not read the contemporary scene for indications of a masked or occluded reality; whatever ‘symptoms’ it sees are eminently present” (33), lo que da cuenta del interés que comparte con la surface reading por aquello que es evidente y accesible a simple vista. Por otro lado, en lugar de leer textos literarios para reubicarlos en un contexto histórico, “this style of reading begins with the assumption that the wider frame, or situation, is the starting point and then turns to literary texts for relatively transparent support for one kind of action or another in that situation” (33). En otras palabras, la situational reading no pretende revelar las contradicciones o los traumas sociales que los textos literarios reprimen, sino que recurre a las obras en cuanto que guías para comprender mejor el contexto en el que sucede el acto de lectura. En esta práctica, la conexión ética entre la capacidad de interpretar textos literarios y la habilidad de responder justa o empáticamente a ellos radica en privilegiar la condición ejemplar de la literatura, que facilita el entendimiento de una situación contemporánea en la que, de acuerdo con Nealon, se demanda una acción heroica (33). Así pues, la situational reading combina el imperativo político de la symptomatic reading con la humildad que adopta la surface reading al acercarse a los textos literarios, puesto que aspira al cambio social con el apoyo de la literatura como una fuente de respuestas ejemplares a los problemas contemporáneos. Lograr la coordinación anterior no es una tarea sencilla, especialmente cuando se ha identificado una diferencia ideológica fundamental entre las lecturas involucradas. Es por esto que para teorizar la situational reading, Nealon realiza un trabajo diferente con cada una de las prácticas que traslapa. En ese sentido, de la surface reading adopta tanto la máxima de no sospecha, que da fundamento a la confianza en el mensaje 181 explícito del texto literario, como el énfasis en la libertad. Mientras que en la propuesta de Best y Marcus la libertad se manifiesta en un estado de atención completa a la obra, en la situational reading la libertad se encuentra implícita en la suposición de entender los textos literarios “as being written out of histories of struggle, of liberation, of toil …” (43). Estas dos formas son las únicas en las que la surface reading participa del ensamblaje hermenéutico que propone Nealon. La symptomatic reading, por su parte, requiere de un tratamiento más extenso, puesto que históricamente ha tenido un vínculo muy cercano con la ideología de los grupos de izquierda. La revisión del origen y el recorrido de la symptomatic reading es minuciosa en “Reading on the Left”. A diferencia de los textos de Best y Marcus, Nealon se remonta al trabajo de Louis Althusser sobre la obra de Marx, puesto que es en Para leer “El capital” (1969) que aparece por primera vez la idea de la lectura sintomática. Anteriormente he señalado la relación entre la symptomatic reading y la hermenéutica de la sospecha, y si bien Nealon acepta que la lectura de Althusser es sospechosa, no lo es del texto de Marx, sino de otras lecturas monocausales y economicistas que se han hecho de él (23). Quienes han fallado en ver esta diferencia han malinterpretado a Althusser: “I think a certain confusion begins here between two senses of ‘symptomatic reading’: first, symptomatic reading that allows us to see a text generating a concept of the symptom; and second, symptomatic reading that critiques a text for not being in control of itself” (24). Althusser lee en el primer sentido porque no revela lo que El capital supuestamente oculta o reprime; más bien, destaca que el texto de Marx produce y explica conceptos en cuanto que síntomas de situaciones complejas: “He is trying to get us to see that Marx’s reading of the commodity in volume 1 of Capital takes 182 commodity relations to be, not mere reflections of a single process of exploitation, but rather the complex result of multiple processes that can’t be understood without recourse to an account of the activities of exploitation” (24). La symptomatic reading que Nealon asocia con Althusser no consiste en interpretar como síntomas los rasgos temáticos y formales de un texto, sino en identificar los síntomas que el texto mismo genera para dar cuenta de la complejidad de la situación que ilustra, es decir, esta lectura sintomática es un acto motivado por una comprensión más cabal de la situación y no por la sospecha de que el texto contiene significados ocultos que deban ser revelados. La apatía revolucionaria del siglo XX es la situación que requiere de esclarecimiento para la crítica de izquierda. Si Althusser pretendió, con su lectura de El capital, explicar por qué el siglo XX no estaba siendo la época liberadora que se esperaba, Jameson lo hizo con la lectura de textos literarios. De acuerdo con Nealon, la respuesta de Jameson no consistió en culpar a una clase social —como lo hace Althusser—, sino en incorporar el fracaso revolucionario en su sistema interpretativo: “rather than naming other classes, or social formations other than classes, to whose fortunes left intellectuals might pin their hopes, he makes an aesthetic turn that identifies in literary works the kind of fissures that reveal the failure, both of left-wing political hopes and of the projects of capital to quash them” (24–25). En esta lectura del trabajo de Jameson, Nealon resignifica la categoría de síntoma porque ésta pasa de ser una pista o un indicio que se interpreta, a ser una herramienta con la que se realiza la interpretación: “Jameson’s symptomatic style of reading emerges not as a hermeneutics of suspicion but as a hermeneutics of situation—a kind of reading that proposes texts 183 for our attention because they seem useful for historicizing the present” (25). Nealon califica como ‘marxista’ esta forma de entender el síntoma, que contrasta con lo que llama el ‘síntoma multicultural’ y cuya descripción se encuentra más cercana a la symptomatic reading que manejan Best, Marcus, Felski, Rooney, entre otros. El síntoma multicultural es en buena medida la consecuencia de dos procesos sociales ocurridos en Estados Unidos durante las décadas de 1980 y 1990. El primero fueron las culture wars, en las que los cánones literarios se cuestionaron enérgicamente en las humanidades y gracias a las cuales se forzó su apertura a incluir en los programas de estudio las voces de autoras y autores de grupos marginalizados por la historia literaria. El segundo fue el activismo que resultó del manejo fallido de la epidemia de sida y que devino en la fundación de organizaciones de ayuda sanitaria y de protesta en favor de los derechos de los miembros de la comunidad LGBTQ+. Este sustrato social provocó dos tendencias en los estudios literarios: The first describes what I think of as broadly multicultural reading practices, which point to the historical agency of other actors than, say, the white middleclass man; the second set of practices, which took up the tools of psychoanalysis and deconstruction, critique the idea of the autonomy of the liberal political subject that the middle-class white man comes to represent. (28) En el primer caso, la symptomatic reading se concibe como un ejercicio de excavación de la violencia histórica que ha ejercido el sujeto liberal blanco y heterosexual para alcanzar su autonomía por encima de otros grupos no hegemónicos. En el segundo, la lectura sintomática demuestra que este sujeto en realidad no goza de autonomía, puesto que se encuentra sujetado por las estructuras de un sistema que fabrica su ilusión de 184 agentividad. No cabe duda de que ambas tendencias resuenan con lo que en esta tesis se ha tratado como critique, por lo que no debe sorprender que el texto de Nealon —como parte de las lecturas adjetivadas que responden al agotamiento de esta forma de crítica literaria y cultural— proponga una ruta diferente retomando la noción de síntoma marxista para su situational reading. Al igual que la mayoría de los textos que proponen una lectura adjetivada, “Reading on the Left” termina con una puesta a prueba de la situational reading; sin embargo, Nealon no sigue con la tendencia de recurrir a la narrativa decimonónica para mostrar un ejemplo de análisis, sino que echa mano de poesía escrita en los últimos treinta años. Esta decisión no carece de un sentido ético, puesto que Nealon denuncia que la poesía pocas veces es estudiada en la crítica literaria de izquierda, “even as it has emerged, at least in Nort America, as an extremely fine-grained and inventive medium for understanding the present” (45). La situational reading de poemas de Michael Palmer, Lyn Hejinian, Harryette Mullen y Lisa Robertson,42 le permite a Nealon articular una relación entre la poesía en inglés escrita durante la última parte del siglo XX y las dinámicas que ha adquirido el capital en la misma época. No hay que olvidar que la situational reading adopta el supuesto de que todo texto literario está motivado por una historia de lucha social, y en el caso de las y los poetas que Nealon estudia esta lucha se manifiesta en figuras poéticas de alfabetización y de lectura, “not as ‘postmodern’ or self-referential tropes, but as indices to the history of poetry and to how its assembly of textual ‘matter’ competes with the massive organization of matter under capital” (45). Así, la situational reading que realiza Nealon busca en la poesía ejemplos 42 Las obras que refiere Nealon son las siguientes: “Sun” (1988), de Michael Palmer; The Cold of Poetry (1994), de Lyn Hejinian; Sleeping with the Dictionary (2002), de Harryette Mullen; y The Weather (2001), de Lisa Robertson. 185 de maneras de resistencia política para la izquierda ante el avance demoledor del capital en el mundo actual. La última lectura adjetivada que incluyo en este nodo no conlleva un quiebre tan radical con la tendencia de estudiar la narrativa decimonónica porque sigue concentrada en el siglo XIX, pero su enfoque se desplaza de la literatura hacia la fotografía victoriana. La curatorial reading es un estilo de lectura “predicated not just on an ethics but on a politics of care. The aim of such a practice is to restore a positive affective relation toward our objects of study while preserving the project of critique” (Hensley, “Curatorial Reading” 60). La propuesta de Nathan K. Hensley es adecuada para concluir con la descripción del nodo ético de las lecturas adjetivadas porque amarra muchos de los principios hermenéuticos de las prácticas explicadas en este apartado. Como es claro en la cita anterior y como se observa más adelante, la curatorial reading es un ensamblaje de la reparative con la paranoid reading, debido a que habilita un análisis que cuida la especificidad concreta de los objetos de estudio, pero que no renuncia al proyecto de la critique al interesarse por el daño histórico del que las obras son mediadoras (60). Para Hensley, lo que permite realizar ambos movimientos es un acto de curaduría, en el que se cifra la conexión entre la capacidad interpretativa y la habilidad de responder apropiadamente a los dilemas éticos y políticos que implican los objetos culturales. El texto de Hensley es ejemplar en cuanto que sigue la estructura argumentativa que identifiqué en la primera parte de esta tesis. En primer lugar, “Curatorial Reading and Endless War” revisa otras prácticas que se describen como métodos que operan de acuerdo con una epistemología positivista en la que hay una oposición entre los objetos 186 físicos y las formas de conocimiento. Estilos de lectura como la surface, la distant y la cognitive reading —que exploro en los siguientes dos nodos— confían en la habilidad del crítico de aprehender de manera directa un mundo de objetos que existe independientemente de la interpretación. Estas tendencias colocan al sujeto que lee en una posición más o menos pasiva para recibir el fenómeno externo, lo que provoca un abandono de la critique (Hensley, “Curatorial Reading” 62). Así como Nealon, Hensley reprocha la carencia de una postura política más activa en estas prácticas de lectura: “The price of such methods’ properly ethical stance within the reading encounter was therefore exacted in the form of an evacuation of the category of the (extrinsically) political, an outcome Best and Marcus seemed eager to embrace when they argued for depoliticization under the auspices of more modest critical postures” (“Curatorial Reading” 63). Ya sea por medio de descripciones pormenorizadas, de información cuantitativa o de estudios neurológicos, las prácticas que orientan su atención hacia los objetos han arrojado luz sobre sus características; sin embargo, Hensley argumenta que este tipo de estudios refuerza un status quo que quizás no sea lo suficientemente bueno, por lo que propone una forma de análisis que pretende ser políticamente activa al mismo tiempo que se mantiene cerca del objeto de estudio. En segundo lugar, el artículo propone la curatorial reading. Ésta surge de un esfuerzo por mantener una actitud paranoica ante los asuntos de violencia histórica, adoptando una perspectiva reparadora hacia los objetos interpretados: To do so, I work to displace conceptual activity from the critic to the object by means of a strategic rhetorical trope. My sense is that by displacing the work of thought onto our objects, we might dispense with poses of readerly 187 transcendence while keeping faith with the project of critique. I use the term “curatorial” to describe this experiment in an effort to reactivate that word’s etymological roots in the Latin curare: to care, to take care of. (Hensley, “Curatorial Reading” 64) Más que refrirse a la práctica museográfica, la curatorial reading toma su nombre del cuidado. Atento a las objeciones de otras lecturas adjetivadas con respecto a la heroicidad del crítico que revela secretos ocultos, es verdad que Hensley despoja al sujeto de la mayoría de la actividad interpretativa; sin embargo, la curatorial reading no renuncia al proyecto de la critique porque deposita el trabajo crítico principal en el objeto de estudio. Esto quiere decir que no es el sujeto, sino la obra la que lleva a cabo las operaciones conceptuales en el ejercicio hermenéutico. El tropo estratégico que Hensley introduce para fundamentar este supuesto analítico es la prosopopeya, en la que el objeto habla por sí mismo y no es el crítico quien impone una interpretación al texto: “To embrace the prosopopoetic logic of curatorial reading—as we enable objects to ‘express / . . . more sweetly than our rhyme’ (Keats 3–4)—would be strategically to imagine Victorian objects as particular kinds of subjects: dynamic agents of thought, speakers from the grave, commenting on their own historical conditions of emergence…” (“Curatorial Reading” 65). Esta dislocación del trabajo hermenéutico permite mantener tanto la actividad crítica paranoica, que toma una postura política ante casos de violencia histórica, como la confianza en los objetos de estudio, leyéndolos con la perspectiva reparadora que requiere el cuidado. En tercer lugar, Hensley pone a prueba la curatorial reading con un análisis de tres fotografías de Felice Beato. De origen veneciano pero súbdito del Imperio 188 británico, Beato fue uno de los primeros fotógrafos de guerra que documentó diversas regiones de Asia, desde Corea hasta la India; su trabajo participó en la mediación de las guerras durante la época victoriana para una cultura británica de la imagen que se volvía cada vez más burguesa (Hensley, “Curatorial Reading” 69–70). Las fotografías Landing Party (1864), The Hanging of Two Rebels (1858) y Secundra Bagh (1878) retratan escenas de la violencia derivada de la guerra. Como todas las imágenes documentales de Beato, éstas son fotografías obsesivamente construidas (66), pero no obstante las decisiones autoriales implicadas en la disposición premeditada de cada elemento en la composición, Hensley lee estas imágenes como agentes emancipados de actividad teórica. Así, la curatorial reading se empeña por entender el trabajo conceptual que llevan a cabo los objetos culturales, al margen de quien los produzca o los consuma. Por ejemplo, Landing Party retrata el bombardeo de Shimonoseki, en la costa suroeste de Japón: 189 Figura 2. Felice Beato, Shimonoseki. La 2ème Batterie de Matamoura (British Naval Landing Party at the Maedamura Battery, Shimonoseki), 1864. MIT Visualizing Cultures, https://visualizingcultures.mit.edu/yokohama/ya1230.html. Consultado el 13 de junio de 2022. Mediante el triángulo creado por la inclinación de los cinco cañones y por el borde del banco del estuario, Landing Party coloca el punto focal de la imagen en la bandera del Reino Unido. Arriba de ésta y hacia la izquierda del encuadre, se disipa una columna de humo en donde se encuentra la aldea japonesa de Shimonoseki. De acuerdo con Hensley, “What Landing Party shows … is neither a victory party nor a brutal act of asymmetrical war so much as the operation of transcoding by which brute violence might appear as something called victory: a landing party, as the caption has it” (68– 69). Hensley se concentra en la capacidad del objeto para teorizar un proceso que, a partir de atributos semánticos —la aldea, el bombardeo, la bandera— y sintácticos —las 190 diagonales, el punto focal, el pie de foto—, transforma un evento violento en un significante del éxito militar del Imperio británico. En otras palabras, Landing Party resalta críticamente los mecanismos de mediación y conceptualización que hacen comprensible la violencia bélica de acuerdo a las directrices de una cultura victoriana de la imagen. El ejemplo anterior muestra que la curatorial reading que hace Hensley de las fotografías de Beato se basa en una relación de cuidado que es tanto intrínseca como extrínseca, puesto que atiende a los objetos culturales por sí mismos y a la crítica que éstos llevan a cabo de la violencia contextual de la que son mediadores: “Responding curatorially to the pressure for judgment lets us view these photographs reparatively while maintaining a stance of critique toward the obscene violence of Victorian modernity they cannot but translate into form” (78). Esta práctica de lectura tiene la intención de ser ética y justa con los objetos culturales al tiempo que adopta una postura política ante la violencia histórica, lo que revela el repertorio hermenéutico de “Curatorial Reading and Endless Wars”: por un lado, adopta las trayectorias de la reparative y la surface reading; por el otro, sigue los proyectos de la paranoid y la symptomatic reading. El trabajo reunido en el nodo ético de las lecturas adjetivadas representa un conjunto de reflexiones en torno a la conexión entre la capacidad interpretativa y la habilidad de responder correctamente a los dilemas éticos y políticos que plantean los objetos culturales. Ya sea por medio del cuidado, la valoración de lo duradero, la atención, el ejemplo o la curaduría, cada texto académico traza una ruta para explorar estos problemas por caminos que sean diferentes a los de la critique. El impulso 191 presente en las lecturas adjetivadas por enfatizar la dimensión ética de los estudios literarios proviene de una larga historia de ansiedad sobre la relevancia social e institucional de la disciplina. Heather Love señala que prácticas de lectura como las que aparecen en este nodo responden a esta crisis “by going small” porque se desarrollan en niveles personales y echan mano de pocos objetos de estudio. En cambio, ella dice que las prácticas que exploro en el siguiente nodo responden “by going big”, ya que recurren a repertorios conceptuales y estrategias metodológicas que les permiten el procesamiento de una gran cantidad de información para el análisis literario (“Small Change” 420). No obstante, es más ajustado pensar la diferencia entre nodos en función de la intimidad. Preocupadas por las implicaciones éticas, políticas y empáticas, las lecturas de este nodo muestran un mayor apego hacia el texto literario; las del nodo descriptivo, por su parte, pretenden desapegarse del objeto de estudio con el afán de adquirir una perspectiva más precisa. Nodo descriptivo Dado su carácter metodológico, en las lecturas adjetivadas no podía faltar un cuestionamiento explícito de las dos principales herramientas de análisis en los estudios literarios: la descripción y la interpretación. Es razonable decir que durante el periodo de auge de la critique, la interpretación se colocó en el centro de las reflexiones gracias a la influencia de las ideas que aquí he asociado con la French Theory y que principalmente provinieron de la lingüística, de la filosofía y del psicoanálisis. Los resultados de este énfasis fueron ambivalentes; si bien se comprendió que la realidad no sólo es interpretable sino que nos llega ya interpretada, y se reveló que toda disciplina 192 científica o humanística se sustenta en una base discursiva y textual, también se advirtió sobre el riesgo de un relativismo excesivo y de reducir el mundo a un conjunto de actos del lenguaje. A su vez, en las lecturas adjetivadas se ha puesto el foco en la descripción. Este cambio de orientación es la consecuencia tanto de revisar críticamente los postulados anteriores, como de recurrir a los repertorios conceptuales de tradiciones intelectuales distintas, como la microsociología y la etnometodología. El interés por encontrar otras maneras de dar cuenta de los fenómenos literarios ha sido tan significativo que se ha reconocido la existencia de un giro descriptivo. De acuerdo con Love, esta tendencia fue identificada primero por François Dosse en la sociología que presta atención a la acción, a la experiencia cotidiana y a los objetos, además de que valida lo que dicen los actores acerca de su propio comportamiento, en lugar de buscar explicaciones estructurales (“Close but not Deep” 376). Este tipo de sociología ha llegado a los estudios literarios estadounidenses por medio del trabajo de autores como Erving Goffman y Bruno Latour, quienes evitan interpretar las intenciones ocultas en las acciones humanas y se concentran en la descripción de sus actividades y del efecto social que tienen: “This approach leaves no room for the ghosts of humanism haunting contemporary practices of textual interpretation. It also leaves little room for the ethical heroism of the critic, who gives up his role of interpreting divine messages to take up a position as a humble analyst and observer” (Love, “Close but not Deep” 381). A diferencia de las lecturas adjetivadas en el apartado anterior, que mantienen algunos de los valores del humanismo relacionados con la ética y la estética, las prácticas de lectura del nodo descriptivo se desapegan de estas preocupaciones para 193 encontrar espacios en el fenómeno literario que no han sido estudiados por los acercamientos tradicionales. La descripción es la llave de acceso a estos lugares, a pesar de haber sido menospreciada como herramienta analítica en los estudios literarios durante el siglo XX. Frecuentemente juzgada de aburrida, estática y reproductiva en lugar de creativa, la descripción se ha concebido como una operación engorrosa pero necesaria para llegar a procesos de pensamiento más sofisticados, como la explicación, la evaluación o la interpretación. No obstante, la descripción es más compleja de lo que parece, puesto que traducir un objeto o un fenómeno a un tipo de información que sea útil para la reflexión no es una tarea sencilla: “Description can take many forms, including lists, case studies, sequences, taxonomies, typologies, genealogies, and prevalence studies, and it involves many actions, including observing, measuring, comparing, particularizing, generalizing, and classifying, using words, images, and numbers” (Marcus, Love y Best 2). En su afán por reconfigurar los repertorios conceptuales de los estudios literarios, los textos de las lecturas adjetivadas de este nodo abogan por repensar la descripción como una manera de ver más y con mayor atención, así como un medio de conexión entre quien describe, lo que se describe, quienes hicieron lo que se describe y otras personas que describen (Marcus, Love y Best 14). El reconocimiento de la variedad y la complejidad de las prácticas descriptivas no sólo ha abierto la puerta a explorar nuevas formas de análisis, sino que también ha provocado el replanteamiento de conceptos clave en la disciplina, como el de historia e influencia literarias. En las lecturas adjetivadas, el interés por la descripción se desarrolla en discusiones articuladas por tres ejes. En primer lugar, los textos agrupados en este nodo 194 reflexionan en torno a la naturaleza y al tratamiento de la información para el estudio literario, preguntándose qué tipo de datos son pertinentes, cómo se recopilan, cómo se procesan y cómo se presentan. En segundo lugar, el nodo descriptivo explora el fenómeno de la escala, relacionada tanto con los textos literarios como con los académicos, es decir, de qué tamaño es el objeto de estudio y cuál es la magnitud del enfoque que adopta la investigación. Por último, la noción de archivo ocupa un lugar importante en la reflexión porque activa cuestionamientos con respecto al resguardo y a la organización de la información que se utiliza en el análisis, así como con respecto a la diversidad de acervos de datos presentes en los textos literarios. Tomando en cuenta lo anterior, es claro que una de las preocupaciones centrales de estas lecturas es la tensión entre la materia fuera del texto y la información que la representa textualmente. Según Heather Houser, esta tensión se resuelve en los textos académicos de este nodo gracias a que la descripción implica un gesto cognitivo decisivo: “Description is a tool for suturing extratextual matter, perception, and language…” (12). A continuación analizo las diferentes suturas que las lecturas adjetivadas llevan a cabo. Siguiendo a Houser, divido los acercamientos en dos: aquéllos que enaltecen la información (distant reading y macroanalysis) y aquéllos que glorifican la materialidad (surface y denotative reading) (2). Por supuesto, ambos grupos presentan las intersecciones y los traslapes característicos de estas prácticas de lectura. Junto con la propuesta de Sedgwick, la distant reading ocupa el lugar fundador de las lecturas adjetivadas. No cabe duda de que el trabajo de Moretti ha sido uno de los más controvertidos e inspiradores, como lo demuestran las múltiples réplicas que ha 195 recibido a lo largo de los años.43 Los detractores de la distant reading advierten, por ejemplo, del peligro que implica transformar el análisis literario en una tarea de cuantificación que puede ser desempeñada por una máquina. Los simpatizantes de la práctica, como Joseph North, consideran que la propuesta de Moretti destaca en los estudios literarios porque es un esfuerzo por dejar atrás “the project of criticism— aesthetic education for something resembling, in aspiration if not in fact, a general audience—and embrace of the project of scholarship—the production of cultural and historical knowledge for an audience of specialists” (Literary Criticism 115). Pero más que revisar lo mucho que se ha escrito a favor y en contra de la distant reading, en esta tesis me interesa ponderar el repertorio conceptual del que Moretti echa mano y la manera en que su práctica de lectura realiza la sutura entre la materia extratextual, la percepción y el lenguaje. Ambos aspectos están íntimamente relacionados, por lo que identificar el primero lleva a una explicación más cabal del segundo. Moretti es explícito con respecto a las disciplinas de las que toma préstamos metodológicos: “while recent literary theory was turning for inspiration towards French and German metaphysics, I kept thinking that there was actually much more to be learned from the natural and the social sciences” (Graphs, Maps, Trees 2). Los campos de estudio que Moretti aprovecha varían dependiendo de la investigación en turno; por ejemplo, en “Modern European Literature: A Geographical Sketch”, recurre a la teoría evolucionista y a la geografía; en “Conjectures on World Literature”, sigue la línea de la historia económica y la historia comparativa; en “The Slaughterhouse of Literature”, retoma la teoría económica; y en “Style, Inc.: Reflextions on 7,000 Titles (British 43 Un ejemplo paradigmático es el libro Reading Graphs, Maps, Trees. Responses to Franco Moretti (2011), editado por Jonathan Goodwin y John Hoolbo, que compendia ensayos sobre el libro de Moretti (2005), así como sus propias respuestas a estos cuestionamientos. 196 Novels, 1740–1850)”, se apoya en la Escuela de los Annales y la sociología cuantitativa. Semejante eclecticismo hace patente el hecho de que la distant reading utiliza un repertorio teórico heterogéneo; sin embargo, la presencia de estas disciplinas en el trabajo de Moretti no se limita a un conjunto de conceptos que han sido extrapolados, sino que se manifiesta en principios heurísticos y epistemológicos que alejan la distant reading de los procedimientos convencionales en los estudios literarios. En aras de adquirir otra perspectiva, la distant reading modifica la relación entre la investigación y los resultados. Moretti sostiene que para que los estudios literarios produzcan verdadero conocimiento es necesario cumplir con el eslogan de Marc Bloch: “years of analysis for a day of synthesis” (Distant Reading 47). No harán falta quienes argumenten que en eso consiste el estudio de la literatura: muchos años de lecturas para la redacción de un artículo académico que ocupa apenas 20 páginas. No obstante, el desbalance que Moretti tiene en mente entre la investigación y los resultados es notoriamente más pronunciado, puesto que no está pensando en el trabajo de una sola persona, sino en el de una colectividad. Para ejemplificar este quehacer, Moretti menciona una obra de Immanuel Wallerstein, en la que su síntesis ocupa un tercio o un cuarto de página, mientras que el resto del texto está compuesto por citas: “Years of analysis; other people’s analysis, which Wallerstein’s page synthesizes into a system” (Distant Reading 48). Con el afán de emular esta lógica, los estudios literarios deben separarse de la close reading que sigue los principios del New Criticism, optando por otro tipo de lectura minuciosa, una que evite “the messy intimacies of traditional forms of humanistic inquiry” (Love, “Close but not Deep” 374) y que se desapegue de la idea del texto literario como una unidad orgánica: 197 Distant reading: where distance … is a condition of knowledge: it allows you to focus on units that are much smaller or much larger than the text: devices, themes, tropes—or genres and systems. And if, between the very small and the very large, the text itself disappears, well, it is one of those cases when one can justifiably say, Less is more. If we want to understand the system in its entirety, we must accept losing something. We always pay a price for theoretical knowledge: reality is infinitely rich; concepts are abstract, are poor. But it’s precisely this ‘poverty’ that makes it possible to handle them, and therefore to know. This is why less is actually more. (Moretti, Distant Reading 48–49) Moretti entiende que los resultados de un estudio literario amplio, que considera grandes cantidades de información recopilada por muchas personas, requieren una forma sintética. En otras palabras, la distant reading no produce ‘opulentas’ tesis de 300 páginas que dan cuenta de una investigación de cuatro años, sino que presenta una ‘escueta’ gráfica que cabe en la mitad de un folio y destina la otra mitad a una descripción que la explica. ¿De dónde provienen los datos de esta gráfica? Una vez que se renuncia al supuesto de que el estudio literario depende de textos en cuanto que unidades de análisis, las fuentes de información se multiplican tanto en tipo como en número, lo que aumenta el tamaño del archivo disponible para la investigación. Por un lado, se abre la puerta al uso de información que convencionalmente se considera periférica al análisis textual, como muestreos, estadísticas, series, títulos, concordancias e íncipits (Distant Reading 67). Por otro lado, el texto literario se descompone en partículas más pequeñas —artículos, pronombres, recursos narrativos— o se integra en fenómenos más grandes 198 —géneros, tradiciones, movimientos—. Por lo tanto, la noción de escala es fundamental para entender el funcionamiento de la distant reading. De acuerdo con Jin, en el trabajo de Moretti “scale does not stand in for some physical perspective. Quantitative analysis is neither ‘further from’ nor ‘closer to’ the text … Instead, [it] combines the scalar logic of size with the logic of what one might call numerical scale” (114). Esta combinación se advierte en un ensayo como “The Slaughterhouse of Literature”, en el que Moretti grafica la información que resulta de la observación del dispositivo narrativo de la pista (nivel micronumérico) en 158 relatos de misterio ingleses de la última década del siglo XIX (nivel macronumérico): Figura 3. El grosor de las líneas sugiere la cantidad de relatos publicados por año en los que la pista está ausente, evocada, presente, etcétera. (Distant Reading 81) Lo que se vuelve evidente a partir de la gráfica anterior es que el tratamiento de la información en función de su naturaleza y de su escala es una herencia metodológica de las ciencias sociales a las que recurre Moretti. 199 Con el afán de explicar la sutura que realiza la distant reading entre la materia extratextual, la percepción y el lenguaje, es necesario reconocer que la propuesta de Moretti se encuentra firmemente anclada a uno de los repertorios más fundamentales de los estudios literarios: el formalismo. Algunos de los diferentes nombres que ha recibido esta práctica de lectura suelen incluir el término: quantitative formalism, formalism without close reading; incluso Moretti se ha referido a su método interpretativo como un formalismo sociológico: “Forms are the abstract of social relationships: so, formal analysis is in its own modest way an analysis of power. (That’s why comparative morphology is such a fascinating field: studying how forms vary, you discover how symbolic power varies from place to place)” (Distant Reading 59). Mediante el seguimiento de los cambios que experimentan las formas en distintos espacios y a lo largo del tiempo, Moretti ha reformulado la manera en que se concibe la historia literaria, ya que sus experimentos posibilitan pensar el fenómeno literario no como un conjunto de relaciones entre textos, sino entre formas: “Texts are real objects—but not objects of knowledge. If we want to explain the laws of literary history, we must move to a formal plane that lies beyond them: below or above; the device, or the genre” (Distant Reading 77). Las historias literarias que presentan los trabajos de la distant reading suelen estar organizadas por la relación entre una forma pequeña y una grande: pista+relato de misterio, en “The Slaughterhouse of Literature”, y título+novela británica de 1740 a 1850, en “Style, Inc.”.44 Asimismo, la orientación formalista del trabajo de Moretti se conjuga con los préstamos conceptuales que toma de las ciencias 44 “Style, Inc.” representa quizás uno de los estudios más radicalmente distintos de historia literaria porque su formalismo se centra por completo en un análisis lingüístico de los títulos de las novelas y no hace ninguna referencia a sus tramas o a sus recursos narrativos (Distant Reading 180). 200 naturales y sociales porque estos repertorios privilegian la descripción por encima de la interpretación. Además de una explicación que acompaña los esquemas, los mapas y los árboles que ilustran los resultados de la observación y la cuantificación, en la distant reading la descripción vincula diferentes tipos de información: textual, numérica, gráfica y conceptual. Este procedimiento implica dos conversiones, una metonímica y otra metafórica. La primera traduce el discurso a números y a formas geométricas. Cuando Moretti, en “Style, Inc.”, transforma los títulos de las novelas británicas en cifras, sucede una conversión metonímica porque la relación entre ambos tipos de datos se basa en una contigüidad de partes. A diferencia de la sinécdoque, que requiere de una relación entre una parte y su todo, la metonimia puede describirse como “the modality of part-part relationships, on the basis of which one can effect a reduction of one of the parts to the status of an aspect or function of the other” (White citado en Jin 117). Si bien el número que representa la cantidad de palabras de un título conlleva una reducción, la cifra no es una parte del discurso, así como éste no es el todo de aquélla. Lo mismo sucede con los puntos que transforman los números en información gráfica: 201 Figura 4. La tendencia de la gráfica es que la longitud de los títulos de las novelas británicas se redujo con el transcurrir del tiempo. (Distant Reading 187) Cada punto se encuentra en una relación metonímica con el número que representa porque ambos son partes contiguas de dos todos distintos: la gráfica, por un lado, y el cómputo de la cantidad de palabras en los títulos, por el otro. Así, la primera conversión vincula la información textual con los datos numéricos y gráficos. La segunda conversión es metafórica y enlaza todos los datos anteriores con información conceptual. Aquí se lleva a cabo la síntesis de la que habla Moretti en relación con el trabajo de Wallerstein, puesto que en este proceso no sólo se requiere de tiempo, mano de obra y recursos para reunir los textos, cuantificarlos y graficar los números, sino que también tiene lugar una abstracción que —siguiendo la formulación de Moretti— ‘empobrece’ la realidad para que pueda ser trabajada. En “Conjectures on World Literature”, Moretti toma prestadas las metáforas cognitivas del árbol y la ola, utilizadas por los historiadores para analizar la cultura en una escala global: 202 The tree describes the passage from unity to diversity: one tree, with many branches: from Indo-European, to dozens of different languages. The wave is the opposite: it observes uniformity engulfing an initial diversity: Hollywood films conquering one market after another (or English swallowing language after language). Trees need geographical discontinuity (in order to branch off from each other, languages must first be separated in space, just like animal species); waves dislike barriers, and thrive on geographical continuity (from the viewpoint of a wave, the ideal world is a pond). (Distant Reading 60) En este texto, las metáforas del árbol y la ola sirven para explicar el devenir del género novelístico alrededor del mundo. Moretti conceptualiza la forma de la novela como una ola que recorre múltiples áreas geográficas y que se interseca con los árboles de las tradiciones literarias locales. Esta descripción permite comprobar la hipótesis que Moretti retoma de Jameson y que funciona como punto de partida para “Conjectures on World Literature”: “when a culture starts moving towards the modern novel, it’s always as a compromise between foreign form and local materials” (Distant Reading 52). La negociación entre los rasgos formales del género y el contenido de la literatura local es lo que provoca las variaciones que se observan cuando se comparan las novelas producidas en distintas partes del planeta. Mediante esta conversión metafórica, la distant reading sintetiza y produce el conocimiento al que Moretti aspira. La distant reading se incluye en este nodo de las lecturas adjetivadas porque la descripción es tanto una manera de registrar los hallazgos de sus experimentos, como un rasgo estructural constitutivo que proviene de los repertorios del formalismo y de las ciencias naturales y sociales. En el trabajo de Moretti, la sutura que realiza esta 203 herramienta entre la materia extratextual, la percepción y el lenguaje tiene una lógica metamórfica que traduce diferentes tipos de información para revelar fenómenos literarios imposibles de observar mediante un acercamiento más convencional. Puesto que la distant reading es concreta y explícita con respecto a su proceder metodológico, no es una sorpresa que se haya puesto en práctica en múltiples ocasiones, por lo que es razonable argumentar que su retórica y su hermenéutica se han conjugado en un protocolo repetible para diversos objetos de estudio literario. Asimismo, esta lectura adjetivada ha habilitado la aparición de otras propuestas que se rigen por principios similares, pero que introducen variaciones en las características de sus análisis. El macroanalysis de Matthew L. Jockers se traslapa con la distant reading en principios epistemológicos, herramientas metodológicas y repertorios conceptuales. Así como Moretti, Jockers está interesado en plantear una forma de estudio literario que siga el ejemplo de las ciencias: “Science has a methodological advantage in the use of experimentation. Experimentation offers a method through which competing observations and conclusions may be tested or ruled out. With a few exceptions, there is no obvious corollary to scientific experimentation in literary studies” (6). Es verdad que en los estudios literarios las conclusiones a las que llega una persona no son comprobables como en las disciplinas científicas, puesto que los procedimientos de investigación no son replicables de la misma manera en la que lo es un experimento. En su lugar, las humanidades demuestran hipótesis por medio de la presentación estratégica de argumentos y evidencias que sustentan racionalmente la interpretación de un fenómeno. No cabe duda de que ésta es una manera de producir conocimiento porque la interpretación que demuestra una persona provoca que otra observe aspectos del 204 fenómeno que pasaron desapercibidos y que, por lo tanto, pueden considerarse previamente desconocidos. No obstante, la interpretación depende de la observación y ésta, como método para recopilar información, suele ser inconsistente (Jockers 6). Al igual que la distant reading, el macroanalysis aspira a tener herramientas metodológicas que correspondan con sus ambiciones epistemológicas, de modo que la observación resulta insuficiente. Resonando con la aseveración de Moi de que metodológicamente hablando los estudios literarios “simply look and think”, Jockers señala que la principal práctica de observación en esta disciplina es la close reading, cuya falla radica en su incapacidad para procesar grandes cantidades de información: “Like it or not, today’s literary- historical scholar can no longer risk being just a close reader: the sheer quantity of available data makes the traditional practice of close reading untenable as an exhaustive or definitive method of evidence gathering” (9). Así como a lo largo de esta tesis se ha hecho énfasis en la historicidad de las prácticas de lectura, la cita anterior revela que las formas de análisis en los estudios literarios son coyunturales y que no es posible aislarlas de las condiciones históricas en las que están insertas. Puesto que el archivo de información sobre el fenómeno literario es más grande hoy que en la época del New Criticism, es lógico que las estrategias para recopilar datos que se usaron hace 80 años no cumplan con las expectativas del mundo actual, especialmente cuando se considera el alto valor que la sociedad deposita en la acumulación y el resguardo de la información. El macroanalysis está moldeado por esta situación, por lo que echa mano de recursos de cómputo y cuantificación que pueden trabajar con grandes acervos de 205 datos, lo que le permite lidiar con las limitaciones que implican las prácticas convencionales de observación. Es en este punto que convergen las lecturas adjetivadas con las humanidades digitales porque el trabajo de Jockers no sólo utiliza las herramientas digitales de forma auxiliar a la investigación —como ha sucedido en la mayoría de las disciplinas humanísticas—, sino que también se aprovecha de ellas para proponer nuevos objetos de estudio. Con el afán de estrechar la relación metodológica entre el macroanalysis y las humanidades digitales, es necesario que la escala de las preguntas corresponda con la de las herramientas disponibles: We have not yet seen the scaling of our scholarly questions in accordance with the massive scaling of digital content that is now held in twenty-first-century digital libraries. In this Google Books era, we can take for granted that some digital version of the text we need will be available somewhere online, but we have not yet fully articulated or explored the ways in which these massive corpora offer new avenues for research and new ways of thinking about our literary subject. (16–17) Jockers sostiene que esta falta de correspondencia se debe a que los estudios literarios están acostumbrados a pensar en una escala reducida: el texto. Cuando en la disciplina se utilizan herramientas digitales, éstas suelen estar dirigidas al análisis de una sola obra —por ejemplo, las visualizaciones de TextArc—, lo que ha limitado la variedad de estudios que podrían desarrollarse si se aumenta la escala y se exploran más opciones metodológicas, como la minería de datos. 206 Hasta este punto podría decirse que la distant reading y el macroanalysis caminan hombro con hombro; ambas prácticas se proponen diseñar investigaciones que emulen los procesos epistemológicos de las ciencias y recurren a metodologías cuantitativas para la recolección y sistematización de información. No obstante, sería ajustado precisar que el macroanalysis toma una vía más ambiciosa que la distant reading en cuanto al tamaño de sus archivos, al volumen de datos y al uso de herramientas digitales se refiere. Nuevamente, me parece que esto es el resultado de una coyuntura histórica, dado que hay más de una década de desarrollo tecnológico entre los primeros trabajos de Moretti sobre distant reading (2000) y la publicación de Macroanalysis: Digital Methods and Literary History (2013). En cuanto a sus repertorios conceptuales, si bien estas dos lecturas adjetivadas comparten el impulso por explorar campos de estudio distintos a los humanísticos, no es posible ver el eclecticismo de la distant reading en el macroanalysis, puesto que éste se inspira sobre todo en la economía y, más específicamente, en la macroeconomía (Jockers 24). De esta decisión es que se desprenden las características distintivas de la propuesta de Jockers. La forma más sencilla para empezar a explicar el funcionamiento de esta práctica de lectura es por medio de una analogía. Mientras que la microeconomía se ocupa de estudiar el comportamiento económico de consumidores y negocios individuales (¿quién compra?, ¿quién vende?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿cuánto?, etcétera), la macroeconomía es el estudio de toda la economía con el objetivo de identificar patrones de comportamiento numérico (24). En términos literarios, el estudio de textos individuales es análogo a la microeconomía porque su propósito es explicar el comportamiento semántico o sintáctico de un rasgo específico dentro de su contexto 207 particular. Las tensiones, contradicciones y ambigüedades textuales tan atractivas para la close reading son fenómenos producidos por el contenido o la forma de elementos lingüísticos en una situación literaria. A su vez, el macroanalysis es semejante a la macroeconomía en su interés por reconocer patrones de comportamiento de datos y de información en el sistema literario. Las tendencias del comportamiento numérico de una palabra en todos los textos digitalizados no son producto de su significado o su significante, sino del agregado de sus apariciones, que son cuantificables tanto en frecuencia como en cantidades totales. Si bien debe considerarse el nivel micro para que los resultados en el nivel macro puedan ser contextualizados, el macroanalysis no se detiene en los casos específicos porque lo que le interesa es observarlos dentro del conjunto. En otras palabras, la particularidad del texto literario, tan valorada por los análisis tradicionales, es puesta en suspenso para observar fenómenos que sólo pueden encontrarse en el agregado de cantidades masivas de información. A partir de este alejamiento de las formas de estudio convencionales y de una preferencia por la descripción es que Jockers justifica llamar a su práctica macroanalysis, en lugar de utilizar la fórmula adjetivo+reading: “The former term [analysis], especially when prefixed with macro, places the emphasis on the systematic examination of data, on the quantifiable methodology. It de-emphasizes the more interpretive act of ‘reading’” (25). Esto no quiere decir que el macroanalysis desestime por completo prácticas interpretativas; así como todas las lecturas adjetivadas exploradas con anterioridad, la propuesta de Jockers implica una coordinación entre modos de lectura porque las escalas micro y macro trabajan en tándem, informándose mutuamente (26). Esta conjunción y la orientación cuantitativa del macroanalysis 208 ofrecen acceso a lugares que no están disponibles para las prácticas convencionales de interpretación: “At its most basic, the macroanalytic approach is simply another method of gathering details, bits of information that may have escaped our attention because of their sheer multitude. At a more sophisticated level, it is about accessing details that are otherwise unavailable, forgotten, ignored, or impossible to extract” (26–27). La propuesta de Jockers, por lo tanto, abre la puerta a una dimensión numérica que siempre ha estado presente en el fenómeno literario, pero que no había sido explorada hasta la fabricación de herramientas metodológicas y digitales apropiadas. El macroanalysis realiza la sutura entre la materia extratextual, la percepción y el lenguaje por medio del número porque le permite traducir informaciones de naturaleza disímbola a un código único. Gracias a esta conversión numérica, esta práctica equipara temáticas literarias, rasgos estilísticos, datos biográficos, detalles sobre lugares de publicación y categorías de clasificación bibliográfica (o metadata), para llevar a cabo una lectura amplia de los diferentes aspectos involucrados en la producción, circulación y consumo de los textos literarios: “The result of such macroscopic investigation is contextualization on an unprecedented scale. The underlying assumption is that by exploring the literary record writ large, we will better understand the context in which individual texts exist and thereby better understand those individual texts” (27). No cabe duda de que una de las tareas más difíciles en el estudio literario es encontrar y evidenciar las correspondencias entre aspectos de una obra tan dispares como su dibujo de personajes, sus ventas en librerías y el género de quien la escribió. El macroanalysis propone un camino para comprender mejor estos 209 fenómenos a partir de los cruces de datos que se facilitan mediante la conversión a cifras cuantificables de todo tipo de información. Si bien la distant reading sorprendió a propios y extraños con la presentación de sus hallazgos en gráficas, mapas y árboles, el macroanalysis hace un despliegue de instrumentos que supera con creces la variedad que se encuentra en el trabajo de Moretti. Jockers utiliza todo tipo de gráficas, tablas, matrices y redes. Estas últimas son ideales para explorar lo que los formalistas rusos llamaron evolución literaria, pero que Jockers prefiere llamar influencia. El estudio de la influencia que plantea el macroanalysis es diferente al de Harold Bloom, ya que éste se lleva a cabo sobre pocos textos combinando close reading e información anecdótica, mientras que aquél se realiza con una cantidad masiva de información procesada a partir de los rasgos temáticos y estilísticos de un archivo de miles de obras. En otras palabras, la influencia literaria de Jockers no pretende dibujar una genealogía creativa individualista e individualizada en un grupo reducido de autores consagrados, sino que se propone identificar y explicar fenómenos de cambio en los contenidos y las formas literarias a lo largo del tiempo en un corpus numeroso. Con el afán de cumplir este objetivo, el macroanalysis considera que todo texto desciende de, y se encuentra conectado con, los textos que le precedieron. A partir de esta idea es que Jockers adelanta una hipótesis: “writers may consciously or unconsiously adopt the habits of prose that are typical to their time period, their gender, their nation, or the genre in which they are writing” (162). La comprobación de este supuesto requiere de una serie de conversiones numéricas cuyos resultados se presentan visualmente mediante una red. 210 Como es constante en las lecturas adjetivadas, el macroanalysis también ha estudiado la narrativa decimonónica. Aunque ya he mencionado que la elección del objeto de estudio suele ser estratégica en cuanto a que cada práctica de análisis escoge los objetos que mejor se presten a sus procedimientos, la novela del siglo XIX es muy conveniente para poner a prueba la propuesta de Jockers. Esto se debe a que la narrativa decimonónica es cuantiosa, más o menos estable tanto en formas como en contenidos y, no menos importante, ha sido extensamente digitalizada. Para observar la influencia literaria a lo largo del siglo XIX, Jockers procesa la información temática y estilística de 3,346 obras, determinando rasgos de similitud y traduciendo sus coincidencias a distancias con el uso de una métrica euclidiana. El resultado del cómputo arroja una matriz de distancias que distribuye las obras en función de su similitud, de manera que las novelas más parecidas se encuentran más cerca unas de otras y los textos que son diferentes se ubican a una distancia mayor. Esta organización prefigura una red, en donde los nodos son las novelas y las distancias entre ellas son los filamentos que las conectan. Para visualizar la información, Jockers importa la matriz de distancias al software generador de redes Gephi: 211 Figura 5. El sombreado de la red no indica la cantidad de obras, sino la progresión temporal del siglo XIX, es decir, el extremo izquierdo más claro corresponde a las primeras décadas y el extremo derecho más oscuro, a las últimas. (165) Es importante notar que las novelas en la red no fueron agrupadas basándose en sus fechas de publicación; de hecho, Jockers menciona que las fechas no participaron en determinar la cercanía de las obras entre ellas ni su distribución en la visualización: “Books are being pulled together (and pushed apart) based on the similarity of their computed stylistic and thematic distances from each other. The fact that they line up in a chronological manner is incidental, but rather extraordinary. The chronological alignment reveals that thematic and stylistic change does occur over time” (164). La hipótesis de la evolución literaria se comprueba porque numéricamente se observan fenómenos progresivos de cambio temático y estilístico provocados por relaciones de influencia entre textos literarios. Mientras que la figura 5 muestra una relación de influencia conducida por el paso del tiempo, la figura 6 revela una influencia marcada por el género de quien escribe: 212 Figura 6. El sombreado diferencia las novelas en cuanto al género de autoría: los nodos grices corresponden a las obras escritas por hombres y los nodos negros, a los textos escritos por mujeres. (166) La red es la misma que la anterior en perfil y distribución de los nodos, pero el sombreado de la figura 5 revela que las obras escritas por hombres, acumuladas en la parte superior de la imagen, son similares entre sí y las novelas escritas por mujeres, agrupadas en la parte inferior, son semejantes entre ellas y distintas del primer grupo. De acuerdo con Jockers, “At the macro scale, we see evidence of time and gender influences on theme and style” (168). Ambas redes dan cuenta con fundamento numérico de una realidad que sólo puede ser intuida si se utilizan formas de análisis tradicionales. Además, la posibilidad de sombrear las redes siguiendo otras lógicas (por género literario, por lugar de publicación, por éxito editorial) y la opción de superponer distintas versiones de la misma gráfica permiten el estudio de la literatura decimonónica a partir de un contexto más amplio, que coincide en escala a la cantidad masiva de información disponible en archivos y bases de datos digitales. 213 Tanto la distant reading como el macroanalysis son prácticas de lectura descriptivas que basan su trabajo en la acumulación de datos. Este principio no sólo es consonante con la lógica acumulativa de la hermenéutica del repertorio de las lecturas adjetivadas, sino que también se ve reflejado en el eclecticismo de préstamos conceptuales de otras disciplinas y en la variedad de instrumentos metodológicos para la presentación de resultados. Las suturas entre la materia extratextual, la percepción y el lenguaje se realizan mediante una serie de conversiones —metonímicas y metafóricas en la distant reading; numéricas en el macroanalysis— que traducen la información textual y contextual a códigos que facilitan el cruce de datos de naturaleza heterogénea, lo que motiva la exploración de espacios poco visitados en el fenómeno literario y la reconfiguración de nociones clave en su estudio, como historia, evolución e influencia literarias. Asimismo, este nodo alberga otras lecturas adjetivadas que fundamentan su trabajo en la descripción, pero que en lugar de enfatizar la información, colocan su atención en la materialidad. La siguiente práctica es parte de las surface readings que Best y Marcus compilan en la revista Representations. Ya he mencionado que en su introducción al número, los editores proponen que la superficie puede entenderse desde la materialidad y una de las maneras de trabajarla es a partir de la historia del libro: “Bibliography attends to the literal surfaces of books themselves, making signs inseparable from their material supports. Histories of reading, publication, and circulation study books as things that link their producers, sellers, and users” (9). Éste es el camino que toma Leah Price cuando suspende la atención que se le ha puesto a la obra literaria como estructura lingüística y se concentra en el libro como cosa material. Es cierto que el estudio de la 214 lectura se ha movido de lo abstracto a lo concreto, puesto que en la actualidad son más comunes los trabajos sobre actos de lectura situados y encarnados que aquéllos sobre lectores en cuanto que abstracciones universales. No obstante, Price señala que la lectura es apenas uno de los muchos usos que puede dársele a los libros: “Bought, sold, exchanged, transported, displayed, defaced, stored, ignored, collected, neglected, dispersed, discarded, books can be enlisted … in a range of transactions and rituals that stretch far beyond the literary or even the linguistic” (120). El interés en los actos de lectura es consecuencia de un sesgo epistemológico hacia el sujeto que relega al objeto a un segundo plano, por lo que considerar el espectro completo de las prácticas sociales en las que está involucrado un libro desplaza a los individuos que lo utilizan y realza el trayecto de la cosa. El tipo de surface reading que propone Price recurre a repertorios conceptuales distintos a los frecuentados por la critique, pero a diferencia de Moretti y Jockers, ella no voltea a ver a las ciencias sociales y naturales, sino a los estudios bibliográficos. Esta decisión supone un cambio de concepción del objeto de reflexión, puesto que “the shift from text to book implies a slide from the literary to the literal, from the abstract to the concrete” (122). Después de la critique, en donde el texto reinó de manera absoluta, esta surface reading interesada por el libro modifica perspectivas cristalizadas en frases de uso común durante las décadas de los 1980 y los 1990. Por ejemplo, ‘escribir desde los márgenes’, que transmite un principio contestatario y crítico, dio paso a ‘escribir en los márgenes’, que ilustra la importancia del lugar en donde suele encontrarse la evidencia más significativa en los estudios históricos del libro; a su vez, la frase que destila sospecha y paranoia ‘no es accidental que’ se sustituyó por un nuevo interés en los 215 accidentes que suceden en los paratextos de una obra (122). Así como otras lecturas adjetivadas, el enfoque de Price adopta un tono menos beligerante que el de la critique y está abierto a las sorpresas que resultan tan irritantes para las prácticas herederas de la hermenéutica de la sospecha. Una transformación en la concepción del objeto de estudio acarrea también un cambio en la información que se considera pertinente para la investigación, es decir, se requiere de un cambio de archivo. Las historias del libro que se interesan por los agentes humanos (quien escribe, quien edita, quien lee) indagan en fuentes como biografías, historias editoriales y reseñas. La surface reading de Price, orientada hacia los objetos y sus circulaciones, requiere información de otras prácticas sociales relacionadas con los libros: “Analytical bibliographers have taught us that books accrue meaning not just at the moment of manufacture, but through their subsequent uses” (123). Una historia del libro que coloque a la cosa en el centro de la reflexión debe considerar transacciones entre obras y sujetos además de la escritura y la lectura: compra, venta, intercambio, distribución, almacenamiento, catalogación, restauración, destrucción, reciclado, etcétera (124). Con la intención de encontrar un modelo para este tipo de trabajo académico, Price no sólo echa mano de los estudios bibliográficos, sino también de la literatura. Ella propone indagar en el cruce entre las it-narratives (autobiografías ficcionales en las que una cosa narra los avatares de su existencia al pasar de unas manos a otras) y el Bildungsroman. A primera vista, ambos géneros podrían parecer antitéticos. Por un lado, la it- narrative está concentrada en los objetos y el Bildungsroman, en los sujetos. Por otro lado, mientras que el periodo de auge de la it-narrative se extiende de la segunda mitad 216 del siglo XVIII a la primera del XIX, el apogeo del Bildungsroman sucede durante la época victoriana y continúa en los inicios del siglo XX, es decir, cuando un género empieza a menguar, el otro inicia su época más próspera. No obstante estas diferencias, Price sostiene que “in both cases … questions about agency are routed through a particular category of object, the book” (133). Si bien esta idea es evidente en el caso de la it-narrative, para demostrarla en el Bildungsroman Price hace referencia a momentos específicos de David Copperfield (1850), de Charles Dickens, en los que el crecimiento del personaje principal es catalizado, mediado y consumado por su contacto con la cultura impresa: “If it-narrative corresponds to the bibliographical project that tracks the provenance and transmission of a particular printed copy, then the Bildungsroman bears a closer resemblance to those methods that chart the development of an individual’s literary sensibility (whether under the name of reception history or close reading)” (134). Mediante el cruce de estos dos géneros, Price comienza a explorar un modelo para su tipo de surface reading que analiza la materialidad del libro de una manera más integral, puesto que considera tanto los usos mundanos como los intelectualizados de los objetos. Aunque ubico la propuesta de Price en el nodo descriptivo, esta surface reading presenta correspondencias con las lecturas adjetivadas del nodo ético. En primer lugar, es inevitable señalar nuevamente la recurrencia de la narrativa decimonónica para poner a prueba los modos de análisis. En segundo lugar, el proceder metodológico de Price es similar al de Emily King, debido a que ésta incluye en su repertorio conceptual una obra literaria, Lady Audley’s Secret, para encontrar modelos literarios de reparative reading que le permitan poner a prueba la práctica y seguir teorizándola más allá del trabajo de 217 Sedgwick. Finalmente, si se considera que el tropo principal de la historia del libro es la personificación (Price 136), la lógica prosopopéyica de la curatorial reading resuena con esta forma de surface reading porque ambas lecturas desplazan del sujeto al objeto las capacidades significantes e interpretativas. Estas coincidencias revelan las conexiones que pueden establecerse entre las lecturas adjetivadas de los nodos que he identificado hasta ahora; sin embargo, es necesario afirmar que para el acercamiento de Price es más importante la descripción que la toma de una postura ética. En esta surface reading, la descripción amarra el mundo extratextual, la percepción y el lenguaje a la materialidad de uno de los objetos más complejos jamás fabricados. La relevancia histórica, social y cultural del libro se complementa con su densidad filosófica, científica y artística. Price coordina los diferentes repertorios conceptuales de la historia del libro (Roger Chartier, Robert Darnton), de los estudios bibliográficos (Ann Blair, Peter Stallybrass) y de la literatura (it-narrative, Bildungsroman), para llevar a cabo un análisis que esté a la altura de su objeto de estudio. Asimismo, ella decide concentrarse en el libro porque, de acuerdo con Matthew Brown, quienes se dedican a las teorías generales de la materialidad y que se interesan por una variedad más amplia de objetos suelen preguntarse cómo los libros representan cosas y no tanto cómo los libros son cosas (Price 136). Esto no quiere decir, por supuesto, que esta surface reading esté desconectada del trabajo en torno a la thing theory, como el de Bill Brown o el de Arjun Appadurai. La última lectura adjetivada de este nodo también se interesa por lo material porque pondera una variedad de objetos más amplia que la propuesta de Price, pero su atención no se deposita en la materialidad de las cosas, sino en la del lenguaje literario. 218 La denotative reading —también llamada literal reading— sustituye la oposición superficie/profundidad por el binario literal/figurado para dar cuenta tanto de lo que está oculto en los textos, como de lo que se encuentra a simple vista. De acuerdo con Cannon Schmitt, esta perspectiva obliga a una reconsideración más sostenida de lo literal, aunque “The figurative, repressed, or ideological resonances of texts would not be abandoned; rather, they would be understood as incomplete if not worked out in close relation to the sheer facticity of fictional worlds” (15). En otras palabras, la denotative reading concilia aspectos de la symptomatic reading y de la surface reading con el propósito de llevar a cabo análisis más completos y precisos que exploren los textos en las múltiples dimensiones que construye el lenguaje literario. Para teorizar la denotative reading, Schmitt sigue el ejemplo de Elaine Freedgood. En The Ideas in Things: Fugitive Meaning in the Victorial Novel (2006), Freedgood propone una lectura ‘metonímica fuerte’ de la representación en la novela victoriana de objetos como la caoba, el algodón y el tabaco. En oposición a una lectura ‘metonímica débil’, que lee las cosas en las narrativas como meros instrumentos de caracterización —pensando, por ejemplo, que las pertenencias de un personaje sólo cumplen la función de dibujar su psicología—, una lectura metonímica fuerte parte del supuesto de que los objetos se representan a sí mismos. Esto quiere decir que no es posible menospreciar las cosas mencionadas en los textos, sino que es necesario brindarles una atención casi exhaustiva. Freedgood realiza largos rodeos documentales fuera de las páginas de las novelas victorianas y reconstruye las historias detrás de los objetos para regresar a los textos literarios y ubicar esos relatos materiales en paralelo con las narrativas de los sujetos: “Such an out-and-back movement looks to me like the 219 most productive itinerary for literal reading, which does not refuse the moment of the deep or figurative so much as it defers that moment in the interests of gathering more, and different, data” (Schmitt 16). La forma de lectura de Freedgood recopila información de los objetos diegéticos en todo tipo de fuentes —históricas, científicas, económicas—, por lo que su proceder metodológico se rige por los principios de acumulación y contextualización extrema que he identificado en las otras prácticas de este nodo. Si bien se inspira en el trabajo de Freedgood, la denotative reading no se mueve del texto a los objetos y de vuelta a la obra literaria, sino que traza “a textual circuit that begins and ends with fiction but dwells between times among dictionaries, nautical charts, and tide tables” (Schmitt 16–17). Schmitt menciona estas fuentes en específico porque en “Tidal Conrad (Literally)” lleva a cabo la puesta a prueba de su prototipo con Heart of Darkness (1899). Así como otras obras de tema marítimo, la novela de Joseph Conrad es profusa en lenguaje especializado que motiva la inclusión de glosarios en ediciones posteriores a la segunda mitad del siglo XX.45 La presencia de estos paratextos habilita la trayectoria de la denotative reading porque requiere de un movimiento constante desde el texto literario a la información técnica y de regreso. Este acto de lectura consiste en reunir todos los datos disponibles de cada componente de la narrativa, lo que brinda una construcción más precisa de lo representado. En el caso de la novela de Conrad, el discurso está plagado de términos náuticos que no son explicados ni definidos directamente porque el texto supone un lector implícito que ya los conoce. Para Margaret Cohen, quien ha dedicado su trabajo a las narrativas 45 Schmitt refiere específicamente la edición de Cedric Watts, Heart of Darkness and Other Tales (2002), publicada por la Oxford University Press. 220 marítimas, este tipo de escritura puede entenderse como una ‘descripción activa’ que cumple el doble propósito de crear verosimilitud y de respaldar la autoridad de quien escribe (Schmitt 19). Schmitt concuerda con esta apreciación, pero considera que este tipo de descripción también incita a que se interrumpa la lectura del texto literario para que quien lee se documente acerca de los términos desconocidos y si su regreso a la novela se prolonga lo suficiente, será capaz de registrar consecuencias interpretativas que arrojen luz sobre la obra. Después de leer de esta manera el inicio de Heart of Darkness, Schmitt parafrasea lo que sucede en el primer párrafo de la novela: a two-masted sailboat (we don’t need to worry about the position of the mizzen- mast for the moment—although, strange to say, it will be important later) must anchor in a river (the Thames, as it happens). It must do so because those sailing it wish to make their way out to the sea but lack wind. Without any other source of power, they also lack the ability to make headway against the flood or incoming tide. They must therefore wait for the tide to begin to run back out again before they can proceed on their journey. (18) Schmitt reconoce que este tipo de análisis corre el riesgo de ahogar el interés de quien lo lee en una avalancha de detalles técnicos, pero sostiene que está dispuesto a aceptarlo para demostrar que los eventos en Heart of Darkness están articulados tan específicamente, que intentar aprehender la totalidad de estas particularidades es fundamental para una comprensión más cabal del texto. Lo anterior se hace patente cuando se consulta la tabla de mareas del río Támesis y se constata que durante el día hay dos mareas altas y dos bajas, con una 221 separación de seis horas entre los extremos de la bajamar y la riada. Dado que el relato del personaje Marlow en Heart of Darkness inicia en algún punto de la crecida y continúa hasta el comienzo de la marea menguante, puede suponerse que su narración no sólo dura seis horas, sino que también está motivada por la espera. El velero Nellie no puede salir del estuario sin la ayuda de la marea, por lo que antes del cambio de ésta la tripulación no tiene otra cosa que hacer más que esperar y contarse historias. En otras palabras, “During the waiting—‘within the tides,’ to quote the title of a collection of Conrad’s stories—the narrative that is Marlow’s contribution to Heart of Darkness unfolds” (21). Por medio de la consulta y la asimilación de información técnica, la denotative reading de Schmitt realiza una aportación significativa a la discusión tradicional sobre los marcos narrativos de la novela de Conrad porque este hallazgo obliga a considerar que “the indispensable frame for this novella is provided not by a character but by water moving irresistibly contrary to its characters’ desires” (22). Inclusive, la enunciación del narrador anónimo que circunscribe el relato de Marlow está enmarcada por la marea, ya que ésta provee las condiciones temporales y espaciales para que la narración se lleve a cabo en primer lugar. Al exponer la importancia simbólica de un componente de la narrativa que es explícito pero que pasa desapercibido, la denotative reading concilia lo literal y lo figurativo en una forma de análisis que ensambla características de la symptomatic y la surface reading. Dos años después de “Tidal Conrad (Literally)”, Freedgood y Schmitt editaron un número especial de la revista Representations en donde reúnen artículos que continúan la reflexión en torno a la denotative reading. En la introducción, los editores critican cómo la lectura de literatura tiende a desestimar el lenguaje denotativo porque 222 se piensa que el lenguaje literario nunca significa sólo lo que dice. Asimismo, este prejuicio provoca que mucho del texto no sea realmente leído, bajo el supuesto de que las obras contienen fragmentos que —siguiendo a Cohen— son descripciones activas o que únicamente cumplen un papel accesorio: Insofar as we are readers who leave much language unread, however, as if it were denotative, literal, and technical, and therefore in some sense concede that it either means what it says or stands outside our purview, we create or recreate these categories of language within the literary, lightening our work but also thinning texts to predetermined sites of meaning or interpretive possibility. We also create the denotative, technical, and literal as sites of dense and difficult meaning and then ignore them. (Freedgood y Schmitt 1) Pocas personas se toman el tiempo de conocer los términos náuticos presentes en Heart of Darkness o el lenguaje técnico de la minería en Germinal (1885), de Émile Zola. La enorme inversión de tiempo y energía que requeriría la consulta de manuales y textos especializados no parece redituable y por eso la mayoría se contenta con echar un vistazo ocasional al glosario o al diccionario; sin embargo, para la denotative reading esto no es suficiente. Si bien inicia con la necesidad de averiguar el significado de un término, esta práctica no se detiene ahí. La denotative reading se expande interminablemente porque las definiciones revelan que en realidad es necesaria una red de connotaciones y asociaciones para situar una palabra de manera apropiada en una cadena de significados: “Nonfigurative reading requires an overactive research imagination, a desire for what Pearson calls ‘unnecessary information,’ because knowing more means 223 reading more. It also requires a methodology for putting the literal, denotative, or technical in connection with other (figural, narrative, structural, ideological) elements of the text in which it appears” (3). El propósito de leer más en cantidad y variedad de información técnica y literal es la manifestación en la denotative reading de la lógica acumulativa de la hermenéutica del repertorio de las lecturas adjetivadas. A su vez, esta práctica de lectura no es una forma de explicar o aclarar el texto literario, sino todo lo contrario: es una manera de devolverle oscuridad y densidad a un lenguaje que es supuestamente tan claro y directo, que el acto de lectura no tiene por qué detenerse en él (Freedgood y Schmitt 4). La denotative reading sutura el material extratextual, la percepción y el lenguaje al hipertrofiar el fenómeno de la denotación porque leer cada palabra denotativamente requiere de la consulta constante de diccionarios, manuales técnicos, fuentes históricas, mapas, taxonomías, registros geológicos, tablas de mareas y un largo etcétera. Al igual que en las otras prácticas de este nodo, en la denotative reading no sólo la información y la escala aumentan, sino que también lo hace el archivo disponible para el análisis literario. Además del uso de fuentes distintas a la obra, esta práctica implica un método para descubrir archivos contenidos en los textos que no han sido estudiados con detalle (Freedgood y Schmitt 10). Desde esta perspectiva, cada término es una puerta de entrada a un acervo masivo de datos que directa o indirectamente participan en un texto literario. Y así como la consulta de archivos es una tarea demandante y laboriosa, “to read literally, denotatively, or technically is to read slowly, repeatedly, even stumblingly. It is not efficient, and will not make for increased productivity. It does not accord well with the current curriculum, with massive survey 224 courses, or with the idea of ‘coverage’” (10). Aunque lo que dicen Freedgood y Schmitt es verdad, valdría la pena ponderar un posible cruce entre su propuesta y las herramientas digitales del macroanalysis, puesto que el uso de software con capacidades de procesamiento superiores a las humanas podría hacer más asequible la monumental y potencialmente infinita tarea de archivo que se plantea la denotative reading. Al inicio de la revisión de esta práctica de lectura señalé que su trabajo con la materialidad no se concentra en los objetos, sino en el lenguaje. Para Freedgood y Schmitt, la materia de las obras es un efecto de la denotación que conecta el discurso literario con múltiples archivos de naturaleza diversa. En ese sentido, “the literal is … a research program rather than a reification” (Freedgood y Schmitt 11) porque en lugar de detenerse en el reconocimiento de los atributos tangibles de los textos literarios en cuanto que objetos, la denotative reading extiende indefinidamente las cadenas de referencias contenidas en cada enunciación. Este rastreo se interseca con el principio ético de rescatar lo que ha sido omitido o desatendido en el estudio literario, debido a que un conocimiento de los archivos conlleva también la consciencia de sus carencias: “These absences have given rise to a willingness to bring new materials into the never closed fold of an increasingly metaphorical archive …” (12). De esta manera se revela cómo la denotative reading no sólo se encuentra conectada con las lecturas adjetivadas que se distinguen por su carácter descriptivo, sino que también establece asociaciones con las prácticas del nodo ético. Ya sea mediante un trabajo ambicioso con la información o a partir de una atención novedosa en la materialidad, las lecturas adjetivadas del nodo descriptivo 225 abren caminos para que los estudios literarios puedan lidiar con lo que Cohen llama the great unread (59). A la luz de los acercamientos que revisé, éste no sólo consiste en todos aquellos textos que no han sido estudiados (como lo concibe Moretti), sino que también se compone de dimensiones presentes en el fenómeno literario (como la numérica, para Jockers, o la denotativa, para Schmitt) pero que no han sido exploradas por limitaciones metodológicas o por vicios profesionales. La descripción como herramienta de análisis que sutura la materia extratextual, la percepción y el lenguaje es la llave que utilizan el macroanalysis, la distant, la surface y la denotative reading para acceder a estos territorios desconocidos. El siguiente nodo congrega lecturas adjetivadas que se proponen la exploración de otra terra ignota en la que los estudios literarios se han aventurado equipados con el repertorio conceptual de las ciencias cognitivas. Nodo cognitivo No es una novedad que los estudios literarios se interesen por procesos mentales. La representación explícita o implícita de la mente en las obras de literatura ha sido un rasgo atractivo para acercamientos psicológicos y psicoanalíticos que se proponen explicar fenómenos cognitivos, como motivaciones, deseos y traumas, ya sean de autores o de personajes de ficción. Asimismo, la exploración de la mente ha tenido lugar en las reflexiones sobre el acto de lectura. El trabajo de I. A. Richards, a partir del cual se desarrolló la close reading, está orientado a comprender cómo las personas pueden utilizar los textos literarios para ordenar sus mentes: “The work of literature, for Richards, was to be a kind of therapeutic technology, and the critic was therefore to be something like a doctor of applied psychology, helping us to use that technology to 226 improve our minds” (North, “What’s ‘New Critical’ about ‘Close Reading’?” 143). Los experimentos en Practical Criticism (1929) tuvieron el objetivo de mapear contextos de recepción y la close reading “was a way to intervene in the context of reception, which is to say, the minds of the actual, living readers. Criticism, as Richards saw it, was to be a project of aesthetic education” (146). Si bien las lecturas adjetivadas se han preocupado por entender el funcionamiento de la mente de personajes, autores y lectores, y se han involucrado en discusiones pedagógicas, los textos de este corpus optan por caminos diferentes a los de la psicología empírica de Richards y del psicoanálisis. Las ciencias cognitivas actuales son un ensamblaje de disciplinas que incluyen —al menos— la psicología cognitiva, las ciencias de la computación, la antropología, la lingüística cognitiva, las neurociencias y la filosofía de la mente (Martinez Benedí 130). Este campo comenzó a consolidarse alrededor de la década de 1950, cuando se conjugaron la lingüística generativa de Noam Chomsky y los trabajos en torno a la inteligencia artificial. Esta primera etapa cuestionó el conductismo, argumentando que no sólo los comportamientos observables podían estudiarse científicamente sino también sus procesos cognitivos subyacentes, y desarrolló la metáfora de la mente como una máquina o una computadora. Esta manera de entender el funcionamiento del cerebro, no obstante, ha caído en desuso; hoy en día la cognición se concibe como un proceso encarnado y situado, puesto que depende tanto del cuerpo, como de las interacciones con el ambiente natural y social (Martinez Benedí 131–132). El desarrollo de nuevas teorías sobre la mente y el diseño de la tecnología para estudiarla han hecho 227 de las ciencias cognitivas un espacio dinámico con diferentes modelos conceptuales conviviendo y traslapándose constantemente. Los estudios literarios cognitivos también presentan este tipo de actividad. De acuerdo con Lisa Zunshine, “It is fitting then that the definition of cognitive literary studies should focus not on the boundaries, goals, or methods of the field but on its dynamic, relational nature” (“Introduction” 1). Debido a la variedad de acercamientos para estudiar la mente y la literatura, es posible encontrar estudios literarios cognitivos queer, poscoloniales, historicistas, narratológicos, ecocríticos, postestructuralistas, feministas: “At this point, cognitive literary studies have something to offer to a scholar of almost any theoretical persuasion; the entry point into the field can be as individualized as one wishes” (3). Basta echar un vistazo a las más de 680 páginas de The Oxford Handbook of Cognitive Literary Studies (2015) para constatar la heterogeneidad de análisis que combinan los enfoques más convencionales en la disciplina con ideas y metodologías de las ciencias cognitivas. Fieles a su hábito de recurrir a diferentes repertorios conceptuales, las lecturas adjetivadas han contribuido al giro cognitivo con reflexiones sobre la actividad cerebral involucrada en el acto lector. Es importante precisar, sin embargo, que no incluyo en este nodo los trabajos que estudian las habilidades mentales y mecánicas necesarias para el procesamiento de información textual. Esto se debe a que estas investigaciones no suelen presentar la retórica del prototipo identificada en la primera parte de esta tesis — por lo que difícilmente se desarrollan con la estructura argumentativa de revisión y propuesta—, ni implican procedimientos de análisis que aspiren a desarrollar una hermenéutica, es decir, “a mode of reading that allows us to produce novel 228 interpretations of texts” (Crane 76).46 En cambio, las prácticas de este nodo proponen estrategias metacognitivas que pretenden arrojar luz sobre la posible conexión entre la intrincada forma de un texto y la complejidad de la mente humana. Hay varias razones por las que los estudios literarios convencionales han desestimado los acercamientos cognitivos. En primer lugar, dada su influencia científica, estos análisis tienden a aseverar verdades basadas en una perspectiva empirista, la cual no suele tener una buena reputación en las disciplinas interpretativas; en segundo, se inclinan por universalismos y esencialismos que se han vuelto prácticamente intolerables en las humanidades actuales; y en tercero, se les ha acusado de que sus trabajos no están los suficientemente historizados (Crane 76). Mary Thomas Crane propone una forma de cognitive reading que responde a estas objeciones concentrándose en la metaforicidad del lenguaje, puesto que ésta es una ventana para observar la manera en que quienes escriben conceptualizan la naturaleza del pensamiento y del significado. Crane dice que las metáforas espaciales son particularmente reveladoras porque se trata de agentes tanto racionales, como sentimentales: The spatial imaginary of a text can be a way for an author to resolve contradictions that are irresolvable in abstract theoretical formulations, since it 46 Éste es el caso de “Cognitive Science and the History of Reading”, de Andrew Elfenbein, que busca tender puentes entre la psicología cognitiva y los estudios literarios al extrapolar vocabulario de la primera a los segundos para estudiar fenómenos en el acto de lectura que han sido menospreciados, como la comprensión. Esto se debe a que las habilidades más básicas de la lectura se han vuelto una rutina para quienes estudian la literatura: Critics for whom a term like routinization has negative connotations may be surprised to see it positively valued by psychologists studying the reading process. Such valorization is a reminder that assumptions about reading in literary criticism have often bypassed many of its most fundamental processes by focusing on the interpretation of exceptionally intricate texts, like novels. The mechanistic vocabulary privileged in cognitive psychology shifts attention away from complex interpretive questions to more basic aspects of reading, which ground even the most advanced analysis. (485) 229 operates according to a very different logic, one that is image based and inflected by feeling. Cognitive theory lets us understand how and why the unconscious is deeply spatial, and also allows us to notice, and to interpret, spatial metaphors that we would otherwise take for granted. (Crane 77) La cognitive reading de Crane supone que es posible presentar nuevas interpretaciones de un texto si se conciben sus metáforas no sólo como elementos estilísticos, sino también como herramientas mentales que sirven para ilustrar ideas complejas y resolver contradicciones teóricas. Así, esta práctica de lectura evita la aseveración de verdades, la postulación de universales y la falta de contextualización histórica, al mismo tiempo que se mantiene sustentada por un repertorio cognitivo. El carácter metacognitivo del trabajo de Crane se hace patente cuando lleva a cabo una lectura de un texto que, por sí mismo, ya es una lectura: The Political Unconscious, de Frederic Jameson. No es posible menospreciar la relevancia de esta obra para los estudios literarios estadounidenses y para las lecturas adjetivadas, en particular, puesto que no sólo fue controvertido desde su publicación en 1982, sino que también su symptomatic reading ha sido un referente constante de comparación y contraste en las reflexiones metodológicas de los últimos veinte años. Pero a diferencia de Sedgwick, Marcus y Best, que definen sus prácticas en función de una oposición inicial a la symptomatic reading, Crane utiliza The Political Unconscious para poner a prueba su propuesta historicista de cognitive reading. Con esta intención, ella parte del supuesto de que la teoría cognitiva permite observar que el sistema hermenéutico de Jameson se basa en una concepción espacial de los textos como entidades que poseen superficie y profundidad. Dado que la formulación de ideas es un proceso mental, Crane 230 sostiene que una lectura cognitiva de la symptomatic reading —es decir, una metalectura— explica su forma particular. Crane se concentra en dos estructuras conceptuales básicas en la argumentación de Jameson: el inconsciente y la metáfora conceptual de los textos como objetos compuestos por profundidades y superficies. El primero se encuentra íntimamente ligado a la segunda porque Jameson entiende el inconsciente a partir del psicoanálisis, lo que da por sentado la existencia de procesos de represión que ocultan significados detrás o debajo de significantes que no se refieren directamente a lo que ha sido reprimido. En la dimensión textual, el significado oculto representa la profundidad y el significante alegórico o simbólico, la superficie. Para Jameson, el lector diagnostica la superficie como un conjunto de síntomas para acceder a la profundidad del texto. Si bien dota de agentividad a quien lee porque transforma la lectura en un gesto activo de descubrimiento y revelación, este planteamiento sólo es posible si se resuelven contradicciones teóricas mediante un sistema de metáforas conceptuales. El acercamiento cognitivo de Crane pretende observar cómo se manifiestan estas soluciones: “A cognitive reading of surface and depth images through history and in Jameson’s text allows us to see the kind of work the spatial unconscious can do to reconcile theoretical aporiae around issues of agency and to represent reading as a form of progressive activism” (Crane 78). Una lectura cognitiva de la symptomatic reading inicia con la redefinición de las dos estructuras básicas de Jameson. En cuanto a las metáforas conceptuales, Crane establece que el pensamiento no se mueve en una sola dirección, sino que presenta trayectorias paralelas porque el cerebro es capaz de procesar múltiples estímulos de manera simultánea; además, es un 231 fenómeno complejo, ambiguo, encarnado, moldeado por la emoción y profundamente metafórico (78). Desde la lingüística cognitiva de George Lakoff, Crane entiende las metáforas conceptuales como herramientas mentales que dependen de experiencias kinésicas y espaciales, ya que solamente a partir de vivencias concretas es posible la generación de pensamientos abstractos, incluida, por supuesto, la imagen de la mente: “we imagine our mind as a space within which ideas are created and housed; we imagine it as a conduit through which ideas are conveyed to other people; we imagine ideas as buildings that are constructed, we imagine ideas as people, plants, products, and commodities; we imagine understanding as seeing or grasping” (80). Si bien conocemos e identificamos estas metáforas, sus procedimientos de producción y estructuración de pensamiento no suelen suceder de manera consciente. Sobre la segunda estructura básica del texto de Jameson, Crane recurre a una noción del inconsciente que no identifica la represión como la principal razón por la que no es posible acceder a distintos procesos mentales. La symptomatic reading de Jameson establece una división entre las acciones conscientes y las inconscientes para que el analista lea un mensaje como la manifestación sintomática de significados que no se expresan explícitamente. Las ciencias cognitivas, por su parte, sostienen que la mayoría de la actividad mental simplemente no está disponible para la consciencia porque el cerebro realiza demasiadas operaciones a una velocidad abrumadora (Crane 80). Esto quiere decir que no existe una barrera clara entre la consciencia y el inconsciente, sino que toda la actividad mental es un flujo continuo de procesos simultáneos e interconectados: “If the conscious and unconscious functions of the mind exist on a continuum (rather than as binary opposites) and if what is processually 232 unconscious exists on a continuum with what has been repressed, any attempt to definitively separate symptom from ‘normal’ functioning is doomed to failure” (82–83). Así, en lugar de una analista que tiene el objetivo de diagnosticar un inconsciente que ha sido producido por la represión, Crane asume la postura de una observadora que se propone estudiar las metáforas conceptuales de Jameson para explicar cómo estructuran su pensamiento y cómo resuelven sus contradicciones teóricas. Dado que la intención de Crane es proponer una forma de cognitive reading que implique una hermenéutica, ella señala los patrones en el uso de metáforas espaciales en The Political Unconscious para después interpretarlos con el sustento de información histórica: “A reading of Jameson’s spatial metaphors in relation to the history of metaphors of textual depth can help us understand the historical conditions that produced a theory of symptomatic reading, and also its appeal at a particular historical moment” (83). Aunque el desarrollo de la profundidad en el arte se remonta a la pintura renacentista con la invención de la perspectiva y del punto de fuga, Crane rastrea el origen de las imágenes espaciales que utiliza Jameson hasta la novela del siglo XIX, en la que se consolidó el sentido tridimensional del texto literario a medida que la profundidad fue considerándose una característica positiva en las obras literarias. Esto sucedió tanto en el contenido como en la forma de las narrativas; al mismo tiempo que los personajes comenzaron a valorarse en función de la profundidad de sus personalidades y las tramas giraron en torno a la revelación de ‘verdades profundas’, “the realistic novel of the nineteenth century works structurally to create the illusion of a three-dimensional world, peopled by rounded characters and projecting a convincing inscape for them to inhabit” (Crane 87). Asimismo, Jameson siguió el ejemplo del 233 psicoanálisis y del marxismo, dos sistemas hermenéuticos de principios de siglo XX que utilizaron el contraste entre la superficie y la profundidad para teorizar acerca del individuo y de la sociedad. The Political Unconscious extrapola las estrategias de estos dos sistemas a la lectura, lo que facilita el análisis de una supuesta variedad de profundidades de significado en los textos literarios. El rastreo histórico del origen de las imágenes espaciales de Jameson habilita la interpretación de la symptomatic reading como una práctica que se fundamenta en metáforas cognitivas que resuelven contradicciones teóricas sobre la agentividad que adquiere el sujeto cuando lee un texto sintomáticamente. El análisis de Crane se concentra en tres metáforas que Jameson utiliza para describir la profundidad de los textos. En primer lugar, la textualidad se imagina como un conjunto de capas de sedimento en el que las ideologías se conciben como estratos geológicos. Mediante un ejercicio de excavación, el lector puede estudiar rastros de contextos históricos acumulados en la profundidad de la obra y diagnosticar cuáles son las ideas del pasado que moldean la superficie textual. En segundo lugar, The Political Unconscious desarrolla metáforas indumentarias que conciben la superficie de las obras como un ropaje que oculta contenido reprimido. La labor del lector consiste en desnudar el texto de la alteración que introducen las prendas de vestir para exponer su forma verdadera. En tercer lugar, Jameson combina las dos imágenes anteriores al postular una suerte de armadura o exoesqueleto que el texto secreta desde sus profundidades para protegerse de la acción penetrante de la lectura. Finalmente, “in an image that combines the figures of exoskeleton and horizon, the threedimensional space of the text is seen to be generated by or spun out from some central point that may, in fact, be a gap or 234 rupture” (Crane 90). La idea de horizonte remite a la perspectiva lectora, lo que implica que la profundidad textual en realidad es producida por quien lee. A lo largo de este trayecto metafórico, la agentividad del lector va en aumento porque se mueve de la excavación, al desnudamiento, a la penetración y, por último, a la generación de profundidad. Vista de esta manera, la symptomatic reading entraña una contradicción porque la profundidad textual es un resultado tanto de la actividad lectora, como de las características propias del texto literario. Las metáforas cognitivas de Jameson posibilitan la convivencia de ambas posibilidades: “Meaning is generated by both text and reader; reader is both passive discoverer and active unmasker; meaning represents access to traces of history or access to the gap that lies where history once was. Spatial imagery allows Jameson to entertain contradictory alternatives that may not be satisfactorily resolvable in theory” (92–93). La cognitive reading que realiza Crane del texto de Jameson evidencia cómo las imágenes espaciales que se utilizan para pensar no sólo están influidas por diferentes contextos culturales, sino que también pueden resolver problemas teóricos que no necesariamente son formulables en un lenguaje no metafórico. Una vez descrita la metalectura de Crane, es necesario dirigir la atención hacia dos rasgos distintivos de su cognitive reading. Por un lado, es llamativa su representación de las metáforas de Jameson porque parece mantenerse muy cerca del fundamento psicoanalítico de The Political Unconscious. Por momentos, el léxico que utiliza Crane remite al campo semántico de la sexualidad —especialmente cuando menciona la desnudez y la penetración―, que suele ser uno de los aspectos de la mente 235 humana que provocan más represión psíquica. Valdría la pena preguntarse si esta proximidad semántica se reproduciría en lecturas cognitivas de las imágenes espaciales de textos que tienen otros fundamentos teóricos, es decir, habría que preguntarse cómo serían las representaciones de las imágenes espaciales de un análisis de la denotative reading, por ejemplo. Por otro lado, es evidente que la propuesta de lectura de Crane no sólo es cognitiva, sino también sintomática, como ella lo reconoce: My cognitive reading of Jameson’s text is itself a symptomatic reading because it identifies a pattern of imagery that reveals and resolves contradictions that are implicit, but not directly articulated, in Jameson’s theoretical exposition. In a way, I have treated Jameson’s spatial imaginary as a symptom of unresolvable tensions that arise between Lacanian concepts of the subject and a utopian (Marxist) desire to produce readings that change the course of history. (93) Así como la mayoría de las lecturas adjetivadas, la cognitive reading de Crane es un ensamblaje de prácticas de análisis literario que utiliza un repertorio conceptual heterogéneo. La exploración de las metáforas que ilustran el pensamiento en un texto es una estrategia metacognitiva porque implica pensar en cómo se piensa. En el caso del estudio cognitivo de The Political Unconscious, esta estrategia evidencia que su intrincada forma está conectada con procesos mentales que dependen de nociones espaciales concretas y que se llevan a cabo principalmente de manera inconsciente. Si bien las metáforas en las que Crane está interesada tienen un sustrato que es inaccesible para la consciencia, no hay que olvidar que se trata de herramientas conceptuales diseñadas intencionalmente por Jameson para formular una práctica interpretativa. Esto quiere decir que en The Political Unconscious, Crane estudia un 236 acto de lectura depurado y editado, por lo que las imágenes de Jameson representan las últimas versiones de prototipos conceptuales que fueron trabajados hasta adquirir su forma más terminada. Éste no es el único camino que puede tomarse para estudiar la lectura a partir de una definición cognitiva del inconsciente. Peter Schwenger examina las imágenes que se activan de manera involuntaria cuando se lee: “I want to pay attention to images that flicker so briefly at the borders of reading that we are scarcely aware of them. They are to some degree repressed during the process of constructing meaning while reading because they are judged to be irrelevant to that process” (117). Aunque sean descartadas debido a las convenciones que siguen los lectores para la producción de significado, estas imágenes forman parte de los procesos mentales que acontecen durante el encuentro con el texto. Siguiendo el trabajo de Elaine Scarry en Dreaming by the Book (1999), Schwenger responde a la idea de que los textos literarios incluyen explícita o implícitamente una serie de instrucciones para ser leídos, sobre todo en relación con la evocación de imágenes: “In Scarry’s model, the text is pedagogical; it instructs us in what to do at any moment. A ‘good’ reader will dutifully follow directions; another kind of reader—shall we call this a ‘bad’ reader?—will follow indirections to find directions out” (119). Por supuesto, la práctica de lectura que Schwenger tiene en mente es aquélla que se fija en lo que sucede paralelamente a las instrucciones de la obra, en las reminiscencias que no pueden llamarse alusiones porque están desprovistas de premeditación por parte del autor o del texto. Estas imágenes son relativas al bagaje personal de quien lee y pertenecen a cadenas de asociaciones que suelen alejarse de las posibilidades interpretativas que ofrece la obra, pero eso no implica que no cumplan un 237 papel en el acto de lectura: “Some of these will be no more meaningful than static on the radio; others will contribute to an effect of intimacy that is part of our pleasure in reading; all are involved in a process of meaning making that always comprehends more than any particular meaning made” (119). Schwenger no desestima el trabajo de Scarry porque considera que las instrucciones que provee el texto para la lectura son, de hecho, un catalizador de las imágenes involuntarias que pretende explorar; más bien, su respuesta a la teorización de Scarry radica en que merece la pena observar todo lo que sucede cuando se siguen las indicaciones de las obras para la producción de imágenes. Esta propuesta no sólo está en consonancia con la lógica acumulativa de las lecturas adjetivadas, sino que también abre la puerta al estudio de nuevos espacios en el fenómeno literario. Como ejemplo inicial, Schwenger retoma un fragmento de Scarry en el que analiza el primer párrafo de Tess of the d’Urbervilles (1892), de Thomas Hardy. La lectura de Scarry tiene la intención de evidenciar las instrucciones implícitas del texto, de modo que agrega corchetes al párrafo para resaltar la manera en la que convencionalmente se procesa su información.47 Por su parte, Schwenger realiza un ejercicio similar, pero en lugar de las instrucciones tácitas del texto, introduce en los corchetes las imágenes que se detonaron espontáneamente en su proceso de lectura: 47 Después del trabajo de Scarry, el párrafo queda de la siguiente manera: On an evening in the latter part of May [picture this] a middle-aged man was walking homeward from Shaston to the village of Marlott, in the adjoining Vale of [hear the names] Blakemore or Blackmoor. [Look closely at the walker’s legs.] The pair of legs that carried him were rickety, and there was a bias in his gait which inclined him somewhat to the left of a straight line. [Let your eyes drift up to his face now.] He occasionally gave a smart nod, as if in confirmation of some opinion, [drift now to the region of his skull] though he was not thinking in particular. [Look, now, at his arm: tell us what you see so we know looking at his arm.] An empty egg- basket was slung upon his arm. [Picture a second person.] Presently he was met by an elderly parson [look closely at the color] gray mare, who, as he rode, [hear the sounds coming now] hummed a wandering tune. [Hear a voice saying] “Good night t’ee,” [and look to see who it comes from] said the man with the basket. (Schwenger 117–118) 238 On an evening in the latter part of May [Keats in the dark] a middle-aged man was walking homeward from Shaston [a bright spike] to the village of Marlott [ominous purple], in the adjoining Vale [like Windermere] of Blackmore or Blackmoor [Blackamoor? No, Blackmoor. Why two names?] / [valley of shadow] The pair of legs that carried him [quick image of self-propelling legs shading into a shapeless bundle on top, probably derived from Codex Seraphinianus image] were rickety [rickets? / open slats of a leaning shed], and there was a bias in his gait [gaiters on the legs] which inclined him somewhat to the left of a straight line [mathematical diagram] / [There was a crooked man]. He occasionally gave a smart nod, as if in confirmation of some opinión, though he was not thinking of anything in particular [tic? Senile jerks?]. An empty egg-basket [sense of an airy hemisphere surrounded by wicker] was slung [it becomes a bit heavier] upon his arm. [To market, to market] Presently he was met by an elderly parson astride [riding to Canterbury] on a gray mare [the old g.m., she ain’t what she used to be], who, as he rode, hummed a wandering [wandering Willy] tune [faint trace of an aimless line]. ‘Good night t’ee,’ [??=To yee. Yee?] said the man with the basket. (118) 239 No cabe duda de que esta práctica representa un reto práctico, puesto que resulta difícil concebir cómo podría comprenderse la lectura al mismo tiempo que se registra todo lo que pasa por la mente y el cuerpo cuando se transita por el texto. Así como las dimensiones numérica y fáctica a las que dan acceso el macroanalysis y la denotative reading, esta dimensión de imágenes espontáneas siempre ha estado presente en la literatura, pero no ha sido explorada sistemáticamente por los estudios literarios a falta de herramientas conceptuales y metodológicas adecuadas. El modelo de los borradores múltiples de Daniel Dennett es una de ellas porque postula que el funcionamiento de la consciencia es similar a la producción de una serie de borradores que van corrigiéndose y ajustándose a medida que se procesa más información: “as consciousness makes meaning—including the meaning of a text—it casts an extraordinarily wide net … It must sift through associations and connections that may be entirely random before discarding some, retaining others” (120). A pesar de la semejanza entre esta concepción de la consciencia y la teoría de Wolfgang Iser sobre la lectura, Schwenger precisa que mientras que ésta no toma en cuenta las conjeturas que se alejan radicalmente de la línea trazada por el texto, aquélla brinda la posibilidad de observar la errancia de los numerosos procesos mentales que suceden al mismo tiempo que se construye el objeto estético de Iser: “These [processes] are not so task-oriented; they do not wander merely as a preliminary to settling down, but create—to steal a phrase from Hardy’s page—their own ‘wandering tune’” (121). Schwenger utiliza la palabra obbligato para nombrar esta dimensión de imágenes renegadas que parpadean en la mente cuando se lee un texto literario. 240 El término obbligato proviene del léxico musical y tiene significados antitéticos porque en una partitura puede referirse a aquello que es indispensable en la interpretación, como un instrumento o una sección que no debe modificarse, y al mismo tiempo hace referencia a las partes de una pieza que pueden interpretarse a voluntad, como en ciertos pasajes solistas o en momentos en los que se requiere una contramelodía. La diferencia de definiciones es histórica, por supuesto, y en la actualidad el término obbligato difícilmente aparece en las partituras porque se da por sentado que todo lo que está escrito es imprescindible para la interpretación de la pieza. Schwenger combina este concepto del repertorio musical con su acercamiento cognitivo para proponer la obbligato reading: On the one hand, a reader, while following the story line as (tacitly) instructed, will freely embroider that line with associations that are nothing if not ad lib. On the other hand, this is something that a reader is always “obliged” to do; the associations arise in the mind unbidden, so that it is almost never possible to read at the denotative level alone, even assuming that that was what the author intended us to do in the first place. If at times we do seem to be reading at that level, it is because the associative obbligato is always a provisional one, part of a series of rapid-fire draftings, most of which will be discarded. (121) La obbligato reading tiene el propósito de recuperar el proceso asociativo espontáneo pero ineludible que constituye una parte de la creación de significado. Asimismo, Schwenger sugiere que este material provisional que aparece en la mente por un instante y que después se desecha es una de las fuentes de placer personal más importantes en un acto de lectura. En este sentido, la obbligato reading resuena con las 241 ideas de Roland Barthes en torno al placer del texto porque éste surge cuando se suspende el imperativo de obedecer la obra y uno decide entregarse a la deriva de las asociaciones disparadas por el lenguaje: “That these motions of the mind are barely admitted to consciousness doesn’t matter all that much. For when we read, we are aware not only of the shapes of phrases and sentences; not only of the particular ‘meaning’ that words like nets enmesh; but also of the associative reticulations of our own minds” (Schwenger 122). La capacidad de poner atención al obbligato de la lectura es la estrategia metacognitiva que esta práctica propone para el examen de las relaciones entre la complejidad del texto literario y la de la mente. Específicamente, la obbligato reading se suma a los acercamientos metodológicos que tienen el objetivo de explicar por qué y cómo los textos literarios provocan respuestas afectivas tan potentes. A diferencia de la mayoría de las lecturas adjetivadas que he revisado, Schwenger pone a prueba su prototipo con literatura modernista anglófona. Me parece que éste es un ejemplo más de cómo la escritura teórica escoge estratégicamente los textos literarios que mejor ilustran sus propuestas. En este caso, los experimentos formales del modernismo y la fuerte influencia psicoanalítica en sus temas motivan el tipo de lectura asociativa que la obbligato reading examina. Por un lado, Schwenger menciona Nightwood (1936), de Djuna Barnes, como un texto que es representativo de una escuela que se regodea en un lenguaje recargado y excesivo, lo que facilita que los lectores se abandonen a la deriva de sus imágenes periféricas. Por otro lado, The Waves (1931), de Virginia Woolf, se señala como una obra que no sólo incentiva la lectura errante, sino que también la representa en algunos de sus personajes. Esto sucede particularmente con el personaje de Bernard, cuyo fracaso como escritor se debe a un 242 conocimiento íntimo del proceso de escritura, lo que ha provocado su incapacidad de confiar en las historias relatadas de manera directa: “While Bernard cannot believe in stories with their neat sequences, he senses that there are other ways of ‘joining one thing to another,’ of making connections. Indeed, it is only by virtue of wandering that a thread of coherence can emerge at all” (Schwenger 126). La novela de Woolf funge como una suerte de espejo para quien la lee, pues el texto muestra situaciones en las que los personajes aparentan transitar por los mismos procesos mentales de fabricación y descarte de borradores cognitivos que, según Dennett, son característicos de la consciencia. Sólo resta comentar dos asuntos para terminar con la revisión de la obbligato reading. En primer lugar, considero pertinente destacar las correspondencias que tiene esta práctica con la close reading, de hecho, no sería muy aventurado describir la propuesta de Schwenger como una especie de close reading cognitiva. Es verdad que la close reading realiza su trabajo minucioso con el propósito de detectar fenómenos textuales intrínsecos y la obbligato reading se interesa por las evocaciones extrínsecas que motiva el texto; sin embargo, es posible traslapar ambas prácticas de lectura porque sus modos de interpretación se basan en una atención intensa a los detalles y, en principio, no requieren de información ajena a la obra literaria. En segundo lugar, es llamativo el hecho de que, a la fecha, la obbligato reading no haya sido reproducida por otros académicos o por el mismo Schwenger. Como mencioné anteriormente, esta práctica de lectura podría formar parte del conjunto de metodologías que se emplean para el estudio de los afectos. Schwenger concluye que “The associations that flicker around the business of making sense of a text may indeed be vague and elusive. But 243 they have always been a part of the reader’s experience; a necessary part of meaning- making; and no small part of reading’s pleasure” (128). No obstante, hasta el momento no ha habido una propuesta para sistematizar el registro de estas asociaciones con el objetivo de ponerlas al servicio de interpretaciones literarias más completas. Es probable que una limitante sea la dificultad para mapear los patrones de procesos mentales como los que le interesan a la obbligato reading, que se caracterizan por desarrollarse en niveles y trayectorias múltiples. El trazado de patrones en los procedimientos de la mente relacionados con la narrativa es una de las principales actividades de Lisa Zunshine, cuyo trabajo no podía quedar fuera del nodo cognitivo de las lecturas adjetivadas. Además de la editora del ya mencionado The Oxford Handbook of Cognitive Literary Studies, Zunshine es una de las exponentes más importantes de la narratología cognitiva. Why We Read Fiction: Theory of Mind and the Novel (2006) establece las bases de una forma de análisis literario que recurre a la teoría de la mente o mindreading, un acercamiento cognitivo que estudia la capacidad humana de comprender y anticipar el estado mental propio y ajeno mediante la observación del comportamiento de las personas. Desde la psicología evolutiva, esta capacidad se define como una adaptación cognitiva que facilitó el desarrollo del Homo sapiens en un animal gregario, puesto que contribuyó al establecimiento y, aun más importante, al mantenimiento de relaciones sociales complejas entre individuos. Para los estudios literarios, “This evolved cognitive adaptation, Lisa Zunshine argues, ‘makes literature as we know it possible’ since ‘literature capitalizes on and stimulates Theory of Mind mechanisms that had evolved to deal with real people’” (Martinez Benedí 141). Con el sustento del trabajo de psicólogos 244 como Leda Cosmides y John Tooby, Zunshine se propone dar cuenta de la manera en que los lectores se involucran cognitiva y emotivamente con personajes y situaciones de ficción. Aunque en sus inicios la narratología cognitiva fue criticada por tener un carácter ahistórico, puesto que fácilmente sus conjeturas podían entenderse como aseveraciones que generalizaban el funcionamiento de la mente humana al margen de contextos y condiciones individuales, el trabajo de este campo de estudio se ha movido a considerar que la habilidad humana de leer la mente moldea, y está moldeada por, situaciones socioculturales y factores históricos: “literary critics working on theory of mind (or, more broadly, on fictional representations of consciousness) do not lose sight of their relevant historical period: variances on strategies of literary mind-reading or on representations of fictional minds are posited as functions of cultural, historical or social change” (Martinez Benedí 142). El libro más reciente de Zunshine, The Secret Life of Literature (2022), adopta esta perspectiva, ensamblando las ciencias cognitivas y la historia literaria para identificar los patrones que han sido básicos para la imaginación literaria desde hace miles de años. Zunshine complementa su trabajo en torno a la teoría de la mente con la metáfora de la incrustación (embedment) de estados mentales, que describe el proceso cognitivo mediante el cual identificamos una situación en la que un estado mental se encuentra alojado dentro de otro(s). Una ilustración de este fenómeno es la siguiente, en donde los estados mentales están originalmente enfatizados con letras cursivas:  “My last name begins with a Z” contains no mental states, embedded or otherwise. 245  “I’m glad that my last name begins with a Z because the teacher may not get to the end of the list today” contains just one mental state: my being happy about being at the end of the class list.  “I am afraid that the teacher will remember that she hasn’t called on me for a while” contains two embedded mental states: my thinking about what my teacher may be thinking.  Finally, “I wonder if the teacher realizes that I’m hoping that she won’t call on me today because my last name begins with a Z and will thus on purpose start at the end of the list” contains three embedded mental states: my thinking about the teacher’s thinking about my thinking. (The Secret Life 2) Las situaciones de arriba ejemplifican los distintos niveles de incrustación de estados mentales y evidencian la capacidad cognitiva de identificar su funcionamiento en interacciones sociales. El último caso es el más complejo porque muestra la mayor cantidad de estados mentales incrustados y la habilidad más pronunciada de metacognición: la estudiante piensa sobre cómo piensa la maestra acerca de lo que la estudiante está pensando. Es verdad que en la vida cotidiana estos tres niveles de incrustación no suelen ser la norma; es más común que la gente se encuentre en situaciones en las que debe considerar sólo dos estados mentales. A su vez, Zunshine sostiene que la literatura crea constantemente escenarios intersubjetivos que dependen de al menos tres estados mentales incrustados: “Specifically—and this is what I call the secret life of literature—to make sense of what’s going on in novels, plays, and narrative poems, as well as in memoirs focused on imagination and consciousness, we constantly embed mental states on at least the third level” (The Secret Life 3–4). La 246 conjugación de la teoría de la mente y la metáfora de la incrustación hacen de la mindreading de Zunshine una herramienta ideal para estudiar esta característica del fenómeno literario, que distingue a la literatura de otros discursos como los textos de no ficción, puesto que éstos principalmente se aprovechan sólo de uno o dos estados mentales incrustados. Si bien la mayoría de las embedments en las obras literarias son implícitos, Zunshine escoge ejemplos explícitos para poner a prueba su mindreading. En ese sentido, este trabajo es uno de los más ambiciosos en las lecturas adjetivadas porque The Secret Life of Literature inicia su análisis en textos de publicación reciente y retrocede paulatinamente en la historia literaria hasta llegar a la Epopeya de Gilgamesh. Zunshine no sólo transita entre épocas, sino también entre áreas geográficas; su revisión incluye textos de Elena Ferrante, Sally Ronney, Rachel Cusk, Tsitsi Dangaremba, Jokha Al Harthi, Ben Lerner, Joy Williams, Philip K. Dick, Shirley Jackson, E. M. Forster, León Tolstói, Jane Austen, Cao Xueqin, William Shakespeare, Nizam Ganjavi, el poeta anglosajón de “The Wanderer”, Petronio, Homero, etcétera. La empresa es monumental y por eso mismo resulta tan convincente la evidencia que Zunshine presenta para demostrar que el fenómeno literario como se concibe en la actualidad depende de la teoría de la mente y de por lo menos tres niveles de incrustación de estados mentales. Es importante señalar que esta mindreading implica más que la identificación de pasajes textuales en los que algún personaje piensa lo que otro piensa que piensa. Why We Read Fiction desarrolla este tipo de narratología cognitiva porque se limita a analizar los estados mentales presentes en obras como Mrs. Dalloway (1924) y Lolita (1955). The Secret Life of Literature, por su parte, asume una perspectiva histórica y 247 cultural que considera que las “complex embedments are not merely in the text, ready to affect the same way whoever opens the book. Instead, they emerge as a specific reader acts on what they are reading by intuitively choosing a context in which to make sense of a potential embedment” (29). Aunque las incrustaciones sean un componente estructural de los textos literarios, sus formas específicas se moldean a partir de actos de lectura encarnados y situados, por lo que la mindreading que propone Zunshine arroja luz no sólo sobre las características de la obra literaria, sino también sobre los aspectos cognitivos de los agentes sociales que la producen y la reciben. Esta práctica de lectura consiste en hacer evidentes los estados mentales incrustados de una narrativa para que pueda trazarse un mapa que permita observar patrones: While embedded mental states in their natural environment are often implied, distributed over a paragraph or a scene, and embodied, we spell them out and force them into sentence-like propositions. “He thinks that she thinks that he wants X”; “she remembers that she used to think that were X to happen, she would feel Y.” But who in their right mind would enjoy reading that kind of stuff? If a work of fiction is a living, breathing body, then a map of embedded mental states is a skeleton, with all the appeal and charm of a skeleton. (36–37) Para el analista cultural, las radiografías de estos esqueletos aportan información valiosa sobre los procesos sociales que condicionan las maneras en las que la gente interactúa con las obras. En ese sentido, la mindreading se suma a las prácticas de lectura que se proponen explorar espacios desconocidos en el fenómeno literario porque sus resultados 248 revelan patrones de representación que pueden cruzarse con información de otra naturaleza. Por ejemplo, algunos tipos de personajes son consistentemente retratados como poseedores de una mayor capacidad para reconocer múltiples niveles de incrustación de estados mentales, a lo que merece la pena preguntarse: “What factors inform the intuitive decision, on the part of the author, to make one character more ‘sociocognitively complex’ than another? More often than not, the decision seems to be influenced by the character’s social status, which is figured out along the lines of class, gender, or race” (Zunshine, The Secret Life 7–8). Asimismo, la reflexión puede extrapolarse a tradiciones literarias completas: “What combinations of cognitive/cultural/historical contingencies make it more or less likely that a particular literary tradition would be characterized by a commitment to complex embedments?” (8). Al utilizar la mindreading en un corpus de textos literarios no sólo se podría comprobar la intuición de que la literatura con mayor capital cultural tiende a enfatizar la complejidad cognitiva de sus personajes, sino que también se evidenciaría que el valor social vinculado a una representación específica de la inteligencia es el resultado de políticas educativas y editoriales materializadas en las obras que sus intereses promueven y distribuyen. Si la cognitive y la obbligato reading utilizan estrategias metacognitivas para examinar la posible conexión entre la intrincada forma literaria y la complejidad de la mente humana, la mindreading hace de la metacognición tanto su herramienta de análisis como su objeto de estudio. Las lecturas adjetivadas de este nodo han superado la crítica más común realizada a los estudios literarios que recurren a metodologías de las ciencias cognitivas 249 —a saber, que se limitan a describir cómo la mente procesa la información contenida en las obras— porque han ensamblado los repertorios conceptuales de ambos campos al mismo tiempo que han encontrado la forma de contextualizarlos histórica y culturalmente. Es justo decir que esta consciencia social es en buena medida herencia de la critique, lo que revela que la respuesta de las lecturas adjetivadas ante el agotamiento de ésta no consiste en descartarla, sino en acumularla junto con otros acercamientos para tener acceso a dimensiones del fenómeno literario que siempre han estado presentes, pero que no han sido estudiadas del todo. Entendido como un aspecto de la mente humana que no está regido únicamente por la represión, sino por un conjunto de procesos neurológicos que suelen suceder de manera inadvertida, el inconsciente es la terra ignota que las prácticas adjetivadas de este nodo se han propuesto mapear. 250 Epílogo. Concordia en la acumulación En la segunda parte de esta tesis sostuve que en las lecturas adjetivadas predomina una hermenéutica que se explica con la noción del repertorio. A partir de los trabajos de Even-Zohar y de DeLanda en torno a las dinámicas culturales que conforman los sistemas conceptuales de las sociedades, definí el repertorio como un conjunto de entenidades heterogéneas agrupadas en función de un propósito. En el caso de mi objeto de estudio, la noción de repertorio ayudó a estudiar los ensamblajes conceptuales de las prácticas de lectura porque sus herramientas hermenéuticas se acumulan, se coordinan y se traslapan para abrir posibilidades de análisis literario que antes no se habían contemplado. El estilo de hermenéutica de las lecturas adjetivadas es el resultado de un ambiente académico estadounidense que desde su profesionalización se ha mantenido ávido por la invención teórica; es por esto que en el cuarto capítulo exploré las condiciones contextuales que habilitaron la aparición de la hermenéutica del repertorio. En primer lugar, revisé la fabricación del producto institucional French Theory, que no sólo es el sustrato conceptual de lo que posteriormente sería llamado critique, sino que representa uno de los momentos más determinantes en el desarrollo histórico de las humanidades estadounidenses. Desde la década de 1960 y hasta el final del siglo XX, la importación de ideas francesas implicó un considerable trabajo de asimilación para adaptar los términos a las necesidades locales. Después de una serie de procesos textuales, editoriales e institucionales, el discurso académico se pobló de neologismos que otorgaron un poder explicativo nunca antes visto a las humanidades, en general, y a los estudios literarios, en particular. A pesar de —o debido a— las modificaciones que 251 se introdujeron en los conceptos, el nuevo arsenal teórico se distribuyó rápidamente en el sistema educativo superior en Estados Unidos, además de que reforzó la base conceptual de quienes se propusieron realizar análisis culturales que tuvieran intereses sociales. En segundo lugar, examiné cómo la energía inyectada por la French Theory a los estudios literarios se encontró con una práctica que a lo largo de los años se había vuelto la metodología distintiva de la disciplina: la close reading. Adaptada de los trabajos de Richards y de Empson, la close reading no sólo fue conveniente por cuestiones pragmáticas —resultó ser una herramienta pedagógica eficiente para educar a una población universitaria en crecimiento—, sino que también adquirió las características ideológicas del New Criticism, relacionadas con el conservadurismo sureño de Estados Unidos y con una visión neokantiana del arte. La mezcla entre la close reading y la French Theory aportó el ambiente hermenéutico ideal para la aparición de las lecturas adjetivadas. Por un lado, se mantuvo el análisis minucioso concentrado en el texto y se introdujo un eclecticismo epistemológico que motivó los préstamos conceptuales entre distintias disciplinas. Por el otro lado, el clima ideológico universitario se atemperó, ya que la orientación conservadora de la close reading se matizó con la French Theory, así como la tendencia liberal de ésta se atenuó con la influencia de aquélla. Una situación institucional ideológicamente más estable se conjugó con los procesos de estandarización en la formación y la escritura académicas que estudié en la primera parte de esta tesis, lo que explica tanto el tono más ecuánime de los textos de las lecturas adjetivadas, como su interés por el diálogo —hay que 252 recordar que la mayoría de los artículos del corpus se refieren mutuamente— y la abundancia de sus innovaciones metodológicas. El último capítulo exploró las aportaciones de los textos del corpus a la práctica de la lectura académica. Con la intención de sistematizar el análisis, identifiqué tres nodos en la red de conocimiento que conforman las lecturas adjetivadas. En primer lugar, el nodo ético recurre a repertorios conceptuales interesados en las implicaciones morales y políticas del estudio cultural. Prácticas de lectura como la reparative o la surface reading reflexionan sobre la conexión entre la capacidad de interpretar textos literarios y la habilidad de responder correctamente a los dilemas que plantean. En segundo lugar, el nodo descriptivo sostiene que la descripción es la manera de resolver la tensión entre la materia fuera del texto y la información que la representa textualmente. Echando mano de disciplinas y metodologías diversas, como el análisis cuantitativo, la macroeconomía o los estudios bibliográficos, el macroanalysis, la distant y la denotative reading encuentran varias maneras de utilizar la descripción: conversiones númericas y metafóricas, perspectivas materialistas e hiperbolización de la denotación. En tercer lugar, las prácticas del último nodo encuentran en las ciencias cognitivas herramientas que les permiten aventurarse en el estudio del inconsciente no psicoanalítico y de la debatida correspondencia entre la intrincada forma literaria y la complejidad de la mente humana. Por medio del diseño de estrategias metacognitivas, la cognitive, la obbligato y la mindreading proponen análisis textuales que están sustentados en las ciencias cognitivas pero que conciben el acto de lectura como un fenómeno encarnado y situado. 253 Como sucede en cualquier red, todos los nodos están conectados entre sí y aunque separé las diferentes lecturas adjetivadas en estos tres grupos, cada una extiende sus asociaciones más allá del conjunto en el que fue estudiada. Una prueba de este rasgo es que todos los textos del corpus no sólo ensamblan repertorios conceptuales a partir de una variedad de disciplinas, sino que también coordinan y traslapan las lecturas adjetivadas mismas, de manera que, por ejemplo, la reparative reading no puede practicarse sin la paranoid reading, la distant reading no funciona sin la close reading y la cognitive reading requiere de la symptomatic reading. Sobra decir que por razones prácticas esta tesis ha dejado fuera algunas formas de lectura, como la la narratography de Garret Stewart, la dialectical reading de Carolyn Lesjak o la topological reading de Andrew Piper; en investigaciones posteriores habrá tiempo y espacio para abordarlas adecuadamente. El preámbulo de la segunda parte de esta tesis realizó un despliegue de las controversias sobre hermenéutica que se advierten en el debate académico estadounidense de las últimas décadas. El estudio aquí realizado muestra que las lecturas adjetivadas no comulgan con una sola forma de hermenéutica; más bien, plantean integrar varios estilos interpretativos. Si bien las controversias no han cesado, es justo decir que las lecturas adjetivadas tienen un punto de acuerdo en la acumulación de repertorios y prácticas de análisis literario. 254 Conclusiones Prototipos, repertorios y protocolos El propósito de este trabajo fue explicar por qué surgieron las lecturas adjetivadas en los estudios literarios estadounidenses y por qué los textos que las conforman presentan las características que los distinguen como un fenómeno académico propio de las dos primeras décadas del siglo XXI. Mi hipótesis sostuvo que las lecturas adjetivadas son una respuesta al agotamiento de la critique como forma de análisis dominante en el trabajo de las humanidades en Estados Unidos. Esta respuesta se manifiesta en un conjunto de textos académicos que reflexionan sobre la metodología de los estudios literarios mediante una retórica del prototipo y una hermenéutica del repertorio. Con esto en mente, las conclusiones de esta tesis indagan en las razones por las que algunas de estas lecturas han continuado practicándose y otras se han quedado únicamente formuladas en los textos que las propusieron en primera instancia, es decir, resta comenzar a preguntarse por qué la concomitancia entre la retórica del prototipo y la hermenéutica del repertorio ha provocado que algunas lecturas adjetivadas hayan alcanzado la condición de protocolo, mientras que otras no lo han hecho. No cabe duda de que una de las virtudes de los protocolos es su replicabilidad. Dado que se trata de un instrumento que documenta un conjunto de reglas y pasos a seguir, un protocolo aspira a ser funcional en diferentes situaciones. Por un lado, es verdad que en las lecturas adjetivadas no necesariamente se observan secuencias de procedimientos —como sucede en los protocolos científicos—, pero sí se explicitan lineamientos que conducen los análisis literarios por una variedad de obras. Por otro lado, también es cierto que esta variedad no es tan diversa, ni para las lecturas 255 adjetivadas en general, ni para cada práctica en particular —por ejemplo, hay que recordar la frecuente aparición de textos narrativos decimonónicos como espacios de prueba para las propuestas conceptuales—. Es por esto que en lugar de observar solamente las situaciones literarias en las que las lecturas adjetivadas podrían replicarse, merece más la pena reflexionar sobre dos aspectos de los que depende la protocolización de sus prácticas: la naturaleza de cada lectura y el perfil actual de la institución universitaria estadounidense. Conjeturas y certezas En el último capítulo dividí las lecturas adjetivadas en tres nodos de acuerdo a los rasgos de los repertorios conceptuales que informan sus análisis. Esto reveló que estas propuestas no sólo echan mano de ideas que son diferentes a las que se recurrió en la critique, sino que también utilizan una heterogeneidad de acercamientos que provienen de otras disciplinas académicas. Para empezar a preguntarse sobre la protocolización de las prácticas de lectura desde la perspectiva de sus naturalezas, es necesario dividirlas en dos tipos: aquellas lecturas que parten de conjeturas y aquéllas que lo hacen de certezas. Esta división además implica que las primeras requieren de un grado más alto de abstracción, a la vez que las segundas, de mayor concreción. Es importante mencionar que ambos grupos trabajan tanto en el nivel abstracto como en el concreto, por lo que la diferencia radica en el énfasis y el orden de sus procedimientos. Dentro de las prácticas cuyo punto de partida es una conjetura —y limitándome a las que revisé en esta tesis— considero la reparative, la situational, la curatorial, la obbligato y la cognitive reading de Mary Thomas Crane. Estas lecturas requieren de 256 presupuestos iniciales que deben establecerse antes de la observación de los textos literarios, es decir, el lector necesita una abstracción previa para acercarse al texto y posteriormente producir la evidencia concreta que sustenta su interpretación. En primer lugar, la conjetura de la reparative reading es la suposición de que la obra y quien la lee se encuentran en una relación de receptividad y de apertura a las sorpresas, independientemente de que éstas sean buenas o malas. Esta condición tiene el propósito de evitar actos de lectura paranoicos que pretendan adelantarse a cualquier imprevisto en el contacto con el texto. En segundo lugar, la situational reading precisa del presupuesto de que las obras literarias pueden funcionar como ejemplos para comprender la situación en la que la persona lectora se encuentra inmersa. Es mediante la supuesta guía de la literatura que la situational reading busca soluciones a problemas contemporáneos. En tercer lugar, la conjetura de la curatorial reading es que los textos culturales son inherentemente críticos de las violencias sociales de las que son mediadores, lo que habilita la posibilidad de que el sujeto tome una perspectiva de cuidado tanto hacia los objetos interpretados, como hacia las condiciones en las que fueron producidos. La obbligato reading, en cuarto lugar, supone que los pensamientos espontáneos que se detonan con la lectura son determinantes para establecer un vínculo afectivo con el texto literario. Esta práctica da por sentado que es posible realizar un gesto doble mientras se lee: por un lado, deben seguirse las instrucciones textuales para la producción de significado y, por el otro, registrarse las imágenes derivativas provocadas por la obra. Finalmente, la cognitive reading de Crane parte de la idea de que las metáforas espaciales fungen como herramientas mentales que resuelven contradicciones en textos teóricos. Esta conjetura predispone la atención que se brinda a 257 estas figuras retóricas, de modo que el objetivo de la lectura es evidenciar su capacidad resolutoria en encrucijadas argumentativas. Con excepción de la reparative reading, que ha sido replicada en otros estudios sin mucho éxito, ninguna de estas prácticas ha trascendido los textos originales en los que fueron propuestas. En el grupo de lecturas cuyo punto de partida es una certeza incluyo la just, la surface, la denotative, la distant reading, el macroanalysis y la mindreading. Considero que estas prácticas parten de una certeza porque primero observan el texto literario y después conceptualizan una serie de aseveraciones que constituyen una interpretación. En otras palabras, estas lecturas llevan a cabo un procedimiento similar al del grupo anterior pero en dirección opuesta: en lugar de moverse de lo abstracto a lo concreto, transitan de la evidencia a la abstracción. Para empezar, la just reading y la surface reading parten de la certeza de que el texto literario no entraña nada más que lo que es evidente y explícito en su construcción lingüística. Aceptar la obra sin pretender otorgarle un significado que no se encuentra a simple vista es el camino que toman la just y la surface reading para acceder a las abstracciones de la justicia y la libertad interpretativas. A su vez, la denotative reading concentra su atención en la información que, debido a su prosaísmo, suele pasarse por alto en una interpretación convencional. Esta práctica observa la materialidad concreta del lenguaje con el propósito de abrir puertas a los archivos técnicos contenidos en las obras y de devolverle abstracción a la literalidad de los textos. Por su parte, la distant reading y el macroanalysis son probablemente las lecturas adjetivadas que más iteraciones han tenido. Sus metodologías cuantitativas recopilan evidencias textuales para convertirlas en información numérica que revela los patrones a partir de los que se abstraen 258 explicaciones conceptuales. Por último, la mindreading inicia con la observación de situaciones en las que se representa una variedad de estados mentales incrustados. La frecuencia de estos momentos concretos en un estudio diacrónico de la tradición literaria le permite a la mindreading postular mapeos abstractos del movimiento del capital cultural en la literatura que retrata ciertos procesos cognitivos. No cabe duda de que el destino de estas lecturas ha sido significativamente distinto al del conjunto anterior, puesto que se han replicado tanto por quienes las acuñaron en primer lugar, como por otras personas. La discrepancia entre el grado de protocolización de cada grupo es llamativa y me parece que uno de los factores que han condicionado la replicabilidad de las prácticas abstractas es que el paso inicial en el análisis es propenso a adquirir formas más diversas. En otras palabras, debido a que las conjeturas necesarias para llevar a cabo la reparative o la curatorial reading son presupuestos complejos que ponen en juego no sólo principios epistemológicos sino también sistemas axiológicos, resulta más complicado que varios estudios realizados por personas distintas con obras diferentes comiencen en el mismo punto. En contraste, las lecturas concretas se proponen empezar el trabajo con la información que implica la menor cantidad de ambigüedad. La sencillez del número, como en la distant reading y el macroanalysis, ayuda a que los estudios adquieran perspectivas más homogéneas porque las operaciones de cuantificación suelen ser más directas que los procedimientos de conceptualización. Asimismo, merece la pena considerar los obstáculos pedagógicos que entrañan las lecturas que parten de conjeturas, puesto que dependen en mayor medida de la capacidad docente para enseñar maneras de pensar. Ésta es una tarea más difícil que 259 enseñar maneras de hacer (know how), como parece ser el caso de las lecturas cuyo punto de partida es una certeza y que a primera vista se antojan más en sintonía con el perfil actual de la institución universitaria estadounidense. La universidad corporativa y neoliberal Hace falta una última y breve revisión histórica para indagar en la protocolización de las lecturas adjetivadas en relación con las instituciones de educación superior en Estados Unidos. A lo largo de esta tesis, he señalado que las transformaciones industriales y económicas han tenido efectos directos e indirectos en el quehacer universitario, especialmente en la manera en la que se concibe el trabajo académico. Heather Steffen elabora una panorámica del desarrollo de esta concepción que vale la pena citar extensamente: In the university’s first decades, the 1870s through the 1930s, faculty struggled to achieve economic and job security, professional status, shared governance, and academic freedom. The majority were contingent teachers, and professionalization spread unevenly and slowly as colleges expanded. By midcentury, the 1940s through the 1970s, professors had succeeded in cementing tenure, control over the curriculum, peer review, and shared governance in university policy. With no small help from exploding enrollments, an influx of federal funding, and a sustained period of national economic stability, the US university and its faculty enjoyed a brief “golden age” of public support, financial security, and professional recognition. This infrastructure started to crumble in the 1980s when casualization and 260 privatization began to redefine faculty working conditions. These processes, accelerated by political-economic currents beyond the university, have disassembled the material and institutional structures that supported the midcentury “academic revolution” and have unraveled the advances made by early faculty professionalizers. The academic labor system today bears more resemblance to its early twentieth-century ancestor than to the “golden age”. (115) Este devenir se interseca con otros procesos referidos en este trabajo; por ejemplo, la profesionalización de los estudios literarios, la fundación de asociaciones como la MLA, la incorporación de jóvenes que regresaron de las Guerras Mundiales o la transición de las instituciones hacia una organización de corte empresarial y orientada al mercado. Tanto lo anterior como el trazado que hace Steffen enfatizan las condiciones de quienes trabajan en la universidad. Desde una perspectiva informada por los derechos laborales, estas condiciones han empeorado, pero desde una perspectiva que se interesa por el avance capitalista, la universidad corporativa actual es la realización de un desarrollo iniciado hace más de cien años. El origen de la universidad corporativa data de 1894, cuando se establecieron estructuras institucionales que apuntalaron una ideología basada en el concepto de la eficiencia académica. La transformación de la educación superior estadounidense fue parte de un movimiento corporativo más amplio en el que el gobierno nacional y los gobiernos estatales se propusieron implementar un programa liberal corporativo no sólo en la economía, sino en toda organización social, cultural y gubernamental “in such a way as to construct a capitalist mode of production—that is, a capitalist society or 261 capitalist system—as opposed to a merely capitalist economy operating within a larger non-commodified social formation” (Barrow 17). Una revisión pormenorizada de este fenómeno excede el espacio disponible en esta conclusión, por lo que aquí es necesario hacer un salto hacia la actualidad, cuando la lógica corporativa implementada a principios del siglo XX ha cristalizado en un sistema educativo con las características del neoliberalismo: “consumerist, market-driven learning; the privatization, corporatization, and branding of the university; the decline in public spending on higher education; … outcomes assessment and other efficiency-oriented interventions; and the casualization of academic labor” (Maskovsky citado en Greyser y Weiss 789). Un vistazo al ecosistema académico es suficiente para comprobar que las disciplinas con una mayor orientación hacia la tecnología y hacia los negocios, como las ciencias o las ingenierías, se han adaptado mejor que las humanidades a este perfil de universidad. Dado este ambiente, no es una coincidencia que las lecturas adjetivadas más parecidas a las ciencias hayan sido más protocolizadas que aquéllas que tienen mayor semejanza con las humanidades tradicionales. Las estrategias descriptivas de la surface y la denotative reading recuerdan no sólo los principios metodológicos de las ciencias naturales, sino también procedimientos como la descripción densa del antropólogo Clifford Geertz en las ciencias sociales. Aun más cercanas a las dinámicas propias de disciplinas científicas y tecnológicas son la distant reading y el macroanalysis, tanto por sus metodologías cuantitativas como por su uso de herramientas digitales. No obstante, la resonancia más significativa radica en que estas prácticas de lectura académica piensan su trabajo en términos de una producción de conocimiento que trasciende el campo de los estudios literarios y que tiene aplicabilidad en otras esferas 262 sociales afines, como las empresas editoriales o la industria del entretenimiento. El manejo y procesamiento de grandes cantidades de información se ha vuelto una habilidad relevante en el ámbito de la cultura de masas, en especial con la aparición de plataformas de streaming (Netflix, Amazon Prime Video, Disney+, etcétera), que ya empiezan a producir contenido a partir de patrones numéricos hallados con algoritmos.48 Al respecto, es importante mencionar que Matthew Jockers ha dejado recientemente su carrera académica por un trabajo en Apple, lo que da cuenta de la importancia que puede adquirir una práctica de lectura como el macroanalysis en un sistema económico neoliberal. Sobra decir que la naturaleza de cada práctica y el perfil de las instituciones universitarias son apenas un par de razones por las que algunas lecturas adjetivadas se han protocolizado y otras no lo han hecho. En conjunto con una indagación más profunda en los factores que he esbozado, sería necesario ponderar las características de la educación mediante la que se transmite este tipo de conocimiento, es decir, sería menester evaluar la correspondencia entre enfoques pedagógicos y prácticas de lectura para determinar el éxito o el fracaso de la impartición de estos contenidos. Asimismo, faltaría observar la manera en la que cada lectura adjetivada ha sido difundida. En este caso no sólo importa el circuito editorial en el que se exponen las prácticas, sino también la cantidad de espacios, sus alcances y los nombres que se les asocian; no es lo mismo que alguien que apenas inicia su carrera académica proponga un modo de lectura, a que lo haga una superestrella como Franco Moretti. 48 Un ejemplo de una película escrita con la ayuda de un algoritmo es The Gray Man (2022), producida por Netflix y dirigida por Anthony y Joe Russo. 263 Protocolos metodológicos para humanidades en crisis Junto con la replicabilidad, la virtud más valiosa de un protocolo es la guía que provee en una crisis; siempre es mejor tener lineamientos que determinen por anticipado cuál es la forma de actuar cuando una situación se vuelve álgida. En esencia, los protocolos son un conjunto de decisiones para contextos críticos tomadas en condiciones de calma, por lo que previenen errores en momentos cuando éstos podrían tener consecuencias catastróficas. No es una novedad que las humanidades se encuentren en crisis; de hecho, si se observa su desarrollo institucional desde el establecimiento de la universidad moderna a finales del siglo XIX, abundan los académicos que se lamentan amargamente del estado de las disciplinas humanísticas, lo que prácticamente ha conformado un género melodramático en sí mismo. No obstante, quizás la diferencia entre esta época y las anteriores es la presencia de protocolos metodológicos que podrían ayudar a saber qué hacer en la situación crítica actual, al menos en el ámbito de los estudios literarios. Si bien las lecturas adjetivadas han adquirido la suficiente fuerza como para considerarse una respuesta a un momento crítico, este fenómeno es en realidad sólo una opción entre otras. La crisis de las humanidades estadounidenses es diferente a la que transitan las humanidades mexicanas, pero me parece que es sensato observar sus protocolos para el diseño de los propios. En ese sentido, en lugar de tomar las soluciones específicas que he revisado en esta tesis, lo más productivo para la academia mexicana sería retomar aquello que impulsa la propuesta de prácticas de lectura: la reflexión en torno a lo que se hace y cómo se hace. Desde un punto de vista pedagógico, esto implicaría abordar de frente la tensión que existe entre la enseñanza de formas de 264 pensar y la enseñanza de formas de hacer. Durante mucho tiempo las humanidades han cifrado su relevancia social en su capacidad para fomentar las distintas versiones de pensamiento crítico, pero poca atención se ha puesto en la necesidad de valorar las habilidades que estas disciplinas transmiten y que podrían ser útiles para las condiciones del México actual. Desde una perspectiva profesional, reflexionar acerca de lo que se hace y cómo se hace obligaría a quienes nos dedicamos a las humanidades a entablar relaciones con esferas sociales aparentemente desconectadas de nuestro trabajo cotidiano. Probablemente éste sea un buen punto de partida para la producción de protocolos metodológicos que nos digan cómo actuar en la eterna crisis de las humanidades. Como asevera ANT, la relevancia y la fuerza de un actor en una red no radica en su complejidad o en su sofisticación, sino en la cantidad de asociaciones que establece con otros actores. Consideraciones finales La red de la figura 1 (página 162) condensa el análisis de aproximadamente 60 textos académicos publicados durante un periodo de 20 años. La representación gráfica de este diagrama es un ejemplo de cómo estudiar fenómenos intelectuales semejantes al de las lecturas adjetivadas más allá de periodizaciones y de relaciones de causalidad. No cabe duda de que las características del objeto de estudio de esta tesis motivaron la elección de su enfoque particular. En el transcurso de esta investigación se volvió evidente que un acercamiento meramente cronológico sería insuficiente para ponderar de manera correcta la complejidad tanto de las condiciones que habilitaron la aparición de las lecturas adjetivadas, como de sus interacciones; sólo tomando en cuenta la 265 heterogeneidad de actores involucrados y su capacidad de asociarse, a pesar de limitantes temporales y espaciales, pude acceder a la perspectiva panorámica necesaria para la elaboración del diagrama de la figura 1. En una academia que tradicionalmente se fundamenta en la lógica de la periodización, esta tesis ha aportado una forma alternativa de concebir trabajos historiográficos que abordan el desarrollo de fenómenos teóricos y metodológicos en los estudios literarios y en las humanidades en general. Además de implicaciones epistemológicas, la extrapolación de un pensamiento que enfatiza las conexiones puede tener efectos institucionales, puesto que “In English departments, especially, identification with period remains the marker of professional expertise, announced in the books that are footnoted, the conferences attended, the jobs advertised” (Felski, Limits 161). En ese sentido, merece la pena preguntarse: ¿qué tipo de educación y de investigación sería resultado de planes de estudio y de organigramas profesionales que sigan lógicas relacionales multidireccionales? ¿Cuáles serían las materias que se ofrecerían al alumnado del nivel superior y cómo se describiría el campo de especialidad de una persona? ¿Qué factores determinarían el perfil de los departamentos en las universidades y qué puertas se abrirían para seguir extendiendo el trabajo interdisciplinario? Junto con un desarrollo más amplio y profundo de la propuesta de esta tesis, un vistazo a ideas que se desprenden de la reflexión medioambiental ―como la generación de parentescos de Donna Haraway o el pensamiento micótico de Allison Mackey— podría ayudar a esbozar algunas respuestas. 266 Bibliografía Adams, Charles Francis, A College Fetich: An Address Delivered Before the Harvard Chapter of the Fraternity of the Phi Beta Kappa, In Sanders Theatre, Cambridge, June 28, 1883. 3era ed., Lee and Shepard, 1884. Anker, Elizabeth S. y Rita Felski. “Introduction”. Critique and Postcritique, editado por Elizabeth Anker y Rita Felski, Duke University Press, 2017, pp. 1–28. Auyoung, Elaine. “What We Mean by Reading.” New Literary History, vol. 51, no. 1, 2020, pp. 93–114. Barrow, Clyde W. The Entrepreneurial Intellectual in the Corporate University. Springer International Publishing Imprint: Palgrave Macmillan, 2018. Bartholomae, David. 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