UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO POSGRADO EN ESTUDIOS LATINOAMERICANOS PLANTEAMIENTO DE UN PROBLEMA: LA HETERODOXIA DE SAÚL ALEJANDRO TABORDA (1885-1944) T E S I S QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE: DOCTORA EN ESTUDIOS LATINOAMERICANOS P R E S E N T A MINA ALEJANDRA NAVARRO TRUJILLO DIRECTOR: DR. ANDRÉS KOZEL MÉXICO, D.F. 2011 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. ÍNDICE COMENTARIOS PRELIMINARES 1. LA EXPRESIÓN NACIONALISTA DE TABORDA EN JULIÁN VARGAS, A PROPÓSITO DE LA CONCIENCIA HISTÓRICA ARGENTINA 1.1 ¿Bombos y platillos en las vísperas de los festejos del Centenario? 1.2 El nacionalismo institucional argentino 1.3 Los intelectuales argentinos en la expresión del nacionalismo cultural 1.4 Julián Vargas vis-a-vis Carlos Riga 2. LAS REFLEXIONES SOBRE EL IDEAL POLÍTICO DE AMÉRICA EN LA HORA AMERICANA 2.1 Las Reflexiones de Taborda 2.2 La identidad latinoamericana del arielismo 2.3 La función histórica de Las reflexiones sobre el ideal político de América 2.3.1 Taborda y la generación del ’14 2.3.2 Ortega y Gasset y la condición intelectual de Taborda 2.4 El discurso americanista de Taborda 3. EL MELANCÓLICO LUGAR DE TABORDA EN LA CRISIS DE LOS TREINTA EN ARGENTINA 3.1 La productividad de la crisis 3.2 El trance decisivo en que nos hallamos… 3.3 Facundo, una revista crítica y polémica 4. EL REVISIONISMO HISTÓRICO Y LA SOMBRA DE FACUNDO 4.1 Juan Manuel de Rosas en las narraciones históricas de los orígenes nacionales 4.2 La construcción del “mito facúndico” 4.2.1 El Facundo de Sarmiento (1845) 4.2.2 Las “conferencias” de David Peña (1903) 4.2.3 Los compadres y gauchos, de Eduardo Gaffarot (1905) 4.2.4 Simulación, infidencia y tragedia de Ramón J. Cárcano (1931) 4.2.5 El general Quiroga de Gálvez (1932) 4.2.6 La prensa argentina en el centenario del asesinato de Facundo (1934-1935) 4.2.7 La concepción facúndica de Taborda COMENTARIOS FINALES BIBLIOGRAFÍA ANEXO I “Saúl Taborda” ANEXO II “Relación de los contenidos en las ediciones de El ideario argentino y la crisis espiritual” ANEXO III “Contenido de los números de la revista Facundo” ANEXO IV “Relación de las notas periodísticas en torno al centenario del asesinato de Juan Facundo Quiroga” 1 COMENTARIOS PRELIMINARES Esta investigación deriva de la tesis de maestría, enfocada en los jóvenes de la generación de 1914 y la Reforma Universitaria de Córdoba. Un trabajo realizado a partir de la historia intelectual que consistió en revisar las trayectorias de sus principales exponentes –Deodoro Roca, Arturo Capdevila, Arturo Orgaz y Saúl Taborda– en los años previos al estallido del movimiento.1 Ciertamente su actuación en la Reforma de ese año fue protagónica en tanto ideólogos del movimiento, sin embargo poco se sabía de sus quehaceres como inquietos letrados antes de ese momento decisivo. El trabajo buscó dar cuenta de su actividad político- intelectual en la formativa coyuntura de 1916. Las bases de la investigación que hoy se presenta derivan del último capítulo de aquel trabajo, dedicado a la figura de Saúl Taborda, suscitado por la sola pregunta: ¿por qué los argentinos han mostrado tan poco interés por Saúl Taborda? El objetivo principal de esta investigación es contribuir a la discusión de pensadores de frontera y de procesos de heterodoxia intelectual en América Latina a través del análisis de la reflexión en torno al mito facúndico de Saúl Taborda en términos del cumplimiento de su compromiso político, frente a la crisis política y moral argentina de la década de los treinta.2 ¿Quién es Saúl Taborda? Abogado de profesión pero escritor por vocación; autor de numerosos ensayos políticos que reflejan novedosas y tempranas recepciones intelectuales: Ortega y Gasset, Nietzsche, Dilthey, Heidegger, Stirner, Schmitt. Proveniente de un pequeño pueblo de la provincia de Córdoba situado casi en el límite con la Provincia de Santa Fe; participó protagónicamente, junto con Deodoro Roca, en el movimiento reformista de Córdoba en 1918. A fines de la década de los treinta y comienzos de los cuarenta colaboró con el gobierno de su Provincia, tanto en el periodo de Amadeo Sabattini (1936-1940) como en el de Santiago H. del Castillo (1940-1943), más comprometidamente, involucrándose en el 1 NAVARRO TRUJILLO, Mina Alejandra, La generación de 1916 y la Reforma Universitaria de Córdoba. Una mirada desde la historia intelectual, tesis de maestría, Posgrado en Estudios Latinoamericanos, UNAM, México, 2008. 2 Este trabajo se suma a los objetivos y tareas del Proyecto de Investigación Intelectuales y Frontera, adscrito al Cuerpo Académico “Procesos regionales y transformaciones culturales” de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Morelos. 2 proyecto fundador de la novedosa Escuela Normal Superior. Taborda dirigió el Instituto Pedagógico hasta que fue cerrado en 1943 por el golpe militar. Falleció un año más tarde.3 La figura de Saúl Taborda es ambigua, enigmática y diversa, como lo son también, su propio recorrido personal y la multiplicidad de referencias sobre su pensamiento. A pesar de que su nombre es familiar por su participación protagónica en la Reforma Universitaria de Córdoba en 1918 y por sus Investigaciones Pedagógicas, su obra política y filosófica, aunque visitada, ha distado de ser considerada entre las manifestaciones medulares de la intelectualidad argentina frente a las repercusiones de dos grandes hitos de la historia contemporánea, la gran guerra europea de 1914-1918 que conmovió al mundo entero, y la crisis mundial de 1919-1932, que en Argentina marcó el inicio de una década conservadora en términos políticos y sociales.4 Estas coyunturas históricas fueron decisivas en la vida de Taborda, en su concepción del mundo, viéndose así reflejado en su obra. “Vivió y pensó para su tierra”, expresa acertadamente su epitafio en la lápida de su tumba a un lado de su nombre. Como pensador del tiempo que le tocó vivir, Taborda asumió un compromiso político que se delineó desde su primer y seminal ensayo, Reflexiones sobre el ideal político de América publicado en 1918; que se fue afirmando y desplegando fundamentalmente, a mi modo de ver, en dos de sus posteriores obras: La crisis espiritual y el ideario argentino (1933) y la revista Facundo, crítica y polémica (1935-1939). Ciertamente se sabe de la presencia de Taborda en la Reforma Universitaria pero, ¿por qué su nombre es tan difuso e inconstante en los textos que tratan el movimiento reformista?5 ¿Por qué se conocen tan pocas imágenes de Taborda? ¿Por qué sus ideas no figuran en el pensamiento político argentino si fue un asiduo escritor? 3 En el ANEXO I se puede consultar la reseña biográfica de Saúl Alejandro Taborda. 4 Periodo que comienza con el golpe de Estado militar que derrocó al Presidente Hipólito Yrigoyen en 1930. 5 Un ejemplo notable es la antología de Dardo Cúneo, editada por Biblioteca Ayacucho, no tiene referencia alguna a Taborda. Cúneo se propuso, a la memoria de Gabriel del Mazo, un “enjuiciamiento de la empresa reformista entre su inicial 1918 y 1930, año ése en que la empresa está formulada y cede lo que podría suponerse su primer turno generacional”. Esta antología consta de documentos propios del movimiento y de comentarios contemporáneos que le dieron legitimidad; al final del texto tiene una cronología que agrupa las fechas reformistas en el orden latinoamericano, “bajo las improntas del clima de época y de las contradicciones regionales” (p. XXIII). Cúneo ubicó la reforma universitaria en “los capítulos de las luchas latinoamericanas de emancipación” (p. XXII). En este contexto, selecciona como comentaristas a Alejandro Korn, Deodoro Roca, Augusto Pi Suñer, Héctor Ripa Alberdi, Dardo Regules, Julio V. González, Germán Arciniegas, José Ingenieros, Aníbal Ponce, Víctor Raúl Haya de la Torre, Florentino V. Sanguinetti, Antenor Orrego, Carlos Quijano, Julio Antonio Mella, Manuel Ugarte. Extrañamente se olvidó de incorporar a Saúl Taborda. El texto de las Reflexiones… constituye una mirada clave del momento reformista. Cf. CÚNEO, Dardo, (Compilación, prólogo, notas y cronología), La reforma universitaria, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1980. 3 Situados en este interés, tanto el enfoque de la historia intelectual como los conceptos de frontera y heterodoxia –referidos para pensar la condición de un determinado tipo de experiencia intelectual– constituyen el sustento teórico de esta investigación en pos del logro del objetivo trazado. Precauciones de método: notas sobre historia intelectual y “frontera” Si se reúnen las nociones de contextualismo de Skinner, la semántica histórica de Koselleck, y la hermenéutica de Ricoeur, se ingresa en un ámbito en el que convergen la historia clásica de las ideas, la historia de la filosofía, la historia de las mentalidades y la historia cultural. Su ambición, advierte Dosse, es hacer expresar al mismo tiempo las obras, sus autores y el contexto que las ha visto nacer. De los límites de esta ambición quedan descartadas como objetivos de la historia intelectual tanto la sola lectura interna de las obras como la aproximación externa que destaque únicamente las redes de sociabilidad.6 Carl Schorske se refiere también a dos dimensiones o líneas de fuerza. La voluntad de prestar atención a ambas es el punto en el que Dosse sitúa el preciso objeto de la historia intelectual. El historiador, en la tarea de querer situar e interpretar la obra en el tiempo e inscribirla en la encrucijada de estas dos dimensiones, identifica una línea vertical diacrónica a través de la cual vincula un texto o un sistema de pensamiento a todo lo que le ha precedido en una misma rama de actividad cultural; la otra, una línea horizontal sincrónica, por la que la historia establece una relación entre el contenido del objeto intelectual y lo que se hace en otros dominios de la época.7 Agregaría a esto, una tercera línea, fuera de los tiempos de ambas dimensiones, que remite a la recepción del pensamiento o de las ideas en cuestión. En torno a la cláusula de frontera, la refiero con beneficios hermenéuticos para caracterizar una de las condiciones que definen a un intelectual o a las experiencias que sirvieron de marco para la gestación, enunciación y/o circulación de elaboraciones intelectuales. El registro de figuras, experiencias y textos a considerar es vastísimo, desde el estudio atento de antiguos testimonios de tomas de contacto con distintas formas de la alteridad hasta aspectos relacionados con los nombres, itinerarios y/o textos de intelectuales determinados. 6 DOSSE, François, La marcha de las ideas. Historia de los intelectuales, historia intelectual, trad. Rafael F. Tomás Llopis, PUB (Publicacions de la Universitat de Valencia), 2006, p. 14. 7 SCHORSKE, Carl, Vienne, fin de siécle, SEUIL, París, 1983, p. 13. 4 La cláusula de frontera se ha empleado y se emplea para hacer referencia a aspectos relacionados con los nombres, itinerarios y/o elaboraciones textuales de Domingo Faustino Sarmiento, Lucio V. Mansilla, Euclides da Cunha, Carlos Pereyra, Lisandro de la Torre, Saúl Taborda, Natalicio González, Ezequiel Martínez Estrada, José Vasconcelos, José María Arguedas, José Revueltas, Rodolfo Kusch, José Aricó, entre muchos otros. Fue precisamente José Aricó quien, en un texto clave publicado en 1983 en torno a la singularidad histórica de Córdoba y su autonomía intelectual, señaló que frontera equivale a punto de cruce, esto es, a un lugar de convergencia y confrontación de tradiciones en principio disímiles.8 Ahí Aricó reconoció a Taborda como un típico intelectual de frontera, que “fusionaba en su discurso no sólo las vertientes del comunalismo hispánico, sino también sus lecturas del ideario anarquista, de la filosofía alemana y de la experiencia soviética que seguía con profundo interés”,9 lo que lo volvía “imposible de ser encerrado en escuelas, tendencias o corrientes.”10 Frontera no es sólo confrontación ni es sólo convergencia; es ambas cosas simultáneamente, en proporciones y modalidades que fuera recomendable establecer en cada caso, a lo largo de aproximaciones sucesivas sobre un corpus latinoamericano/latinoamericanista cuyos contornos y cuya composición también resulta imperioso labrar y delimitar pacientemente. Es también una condición, de las tantas que se le pueden adjudicar al intelectual. Retomamos asimismo la idea de francotirador anacrónico, expresión sarmientina y martínezestradiana que Horacio Crespo empleó para pensar Radiografía de la Pampa.11 El intelectual francotirador se sitúa por fuera del paradigma; al margen del mainstream. Se reconoce en este camino a los escritores descalzos de Rodolfo Braceli, aquellos que tienen el coraje de bajar la guardia y desnudar sus costados menos calculados. El intelectual desprofesionalizado, la experiencia de investigación no-académica que caracterizó a Iván Illich junto a su grupo de trabajo. En esta senda se reconocen explícitamente, en la actualidad, Gustavo Esteva y Jean Robert. 8 ARICÓ, José, “Tradición y modernidad de la cultura cordobesa”, Plural (Revista de la Fundación Plural para la participación democrática), año I, núm. 13, Buenos Aires, marzo de 1989, pp. 10-14. 9 Ibídem, p. 13. 10 ARICÓ, José, “Saúl Taborda. De la reforma universitaria a la revolución nacional de Roberto Ferrero” (reseña), La Ciudad Futura, s/d, p. 28. 11 CRESPO, Horacio, “Exequiel Martínez Estrada: El francotirador anacrónico”, La Ciudad Futura, Revista de Cultura Socialista. Buenos Aires, Argentina, núm. 41, verano de 1994, pp. 37-38. 5 Corresponde destacar que, estar situado en los confines supone pensar en continuidades, fusiones, hibridaciones y traducciones, pero también, en incertidumbres, precariedades y soledades. La situación de frontera es reveladora de pensamientos transgresores y heterodoxos respecto de su tiempo, una expresión política –compleja y densa– de la realidad en cuestión, derivaciones de fusiones de tendencias, modas, corrientes culturales, ideologías, según la época y de acuerdo a las distintas interpretaciones. Podría agregar la noción de desencuentros ante las ideas hegemónicas. Nos encontramos ante un territorio pleno de resonancias y bifurcaciones, de inestabilidades y puntos ciegos; un territorio fascinante, brumoso y difícil de transitar. Caracterizar como intelectuales de frontera a un listado heterogéneo de nombres puede ser hermenéuticamente fructífero siempre y cuando se avance en un esfuerzo de clarificación, cotejo y contraste de los supuestos y connotaciones subyacentes. Este proyecto de investigación pretende aportar elementos a esta tarea. Braudel hace alusión a la “traición” que existe al cruzar la frontera: el individuo se expatria, “traiciona”. Deja tras él su civilización. Cruzar fronteras sugiere que quien lo hace debe reinventar tradiciones no en el interior del discurso de la sumisión, la reverencia y la repetición, sino “como transformación y crítica”. El cruzar fronteras compromete al trabajo intelectual no sólo en su especificidad y parcialidad, sino también en términos de la propia función intelectual como parte del discurso de la invención y construcción, antes que como un discurso de reconocimiento cuyo objeto sería revelar y transmitir verdades universales. En este caso, es importante remarcar que el trabajo intelectual ha sido forjado en la intersección de la contingencia. Frontera es una noción preñada de potencialidades hermenéuticas y analógicas concernientes al abordaje de rasgos cruciales de las dinámicas socioculturales contemporáneas, globales y específicamente latinoamericanas –América Latina ha sido pensada, in toto, como extremo, confín, otredad, frontera…; no conviene olvidar que los recientes abordajes sobre la frontera vienen destacando, alejados de cualquier tipo de visión estática y esencialista, su carácter poroso y permeable. Frontera es confrontación y convergencia, especificación y entrecruzamiento; es, a veces, soledad e intemperie… La necesariamente multidimensional e interdisciplinaria tarea que aquí se propone podrá constituirse en plataforma para repensar y debatir los conceptos clave a través de los cuales se ha venido abordando la dinámica 6 sociocultural del mundo contemporáneo y, muy especialmente, los procesos culturales latinoamericanos: mestizaje, transculturalidad, hibridación, heterogeneidad, inter y multiculturalidad, antropofagia, traducción/trasposición de significados. La lectura interpretativa de Taborda bajo la noción de frontera puede permitirnos diversificar y matizar los impermeables horizontes historiográficos, haciendo evidentes las grietas, rupturas y fracturas que dan cabida al florecimiento de pensamientos incomprendidos y marginales, que han pasado a la historia a contrapelo de lo dominante o de lo generalmente admitido. Tal es el caso de Taborda. Aunado a esto, el sentido del francotirador vuelve ostensibles las trincheras políticas, a partir de y en contra de las cuales Taborda fue enhebrando sus ideas. En este sentido, hablar de frontera habilita a pensar las relaciones, siempre problemáticas, entre tradición y modernidad, entre Europa y América, entre la representación política partidaria y el sufragio y el comunalismo; en la particular articulación de pedagogía, política y comunidad. Los alcances que ofrece la situación de frontera o francotirador vuelven permeable y perceptible la condición intelectual de Taborda en cuanto a su no-pertenencia a los círculos intelectuales o políticos; a sus convicciones políticas e ideológicas ideadas desde lo solitario. No se trata de concebir tanto un Taborda discordante con lo que le rodeaba como un Taborda disidente con las interpretaciones políticas e ideológicas hegemónicas de su tiempo, determinado por la posguerra, la depresión económica, el inmovilismo político argentino. Recepción de la obra de Saúl Taborda En la apreciación de sus ideas políticas y filosóficas, la recepción de la obra de Taborda revela variantes tanto para la definición de la actividad profesional que lo caracterizaría –filósofo, pedagogo, escritor, pensador, culturalista–, como para la caracterización de su definición política o ideológica –nacionalista, anarquista, vitalista, espiritualista, tradicionalista, hispanófilo… La tentación de acomodar la labor de Taborda dentro de esquemas del pensamiento político y filosófico argentino no suele resolver adecuadamente porque la recepción de su obra escrita ha tenido lugar a partir de dos criterios divergentes: la personalidad y la significación de sus ideas. Los nacionalistas no lo admitieron como uno de los suyos por haber sido uno de los creadores del ideario reformista; mientras que los reformistas e izquierdistas lo rechazaron por 7 la sospecha de corporativismo en su discurso nacionalista. Además, el haber dedicado los últimos años de su vida a las funciones como Director del Instituto Pedagógico de la célebre Escuela Normal Superior, fundada por el gobernador radical “sabattinista” Santiago H. del Castillo, aunado al prestigio de la publicación póstuma de los cuatro tomos de sus Investigaciones pedagógicas editados por sus discípulos en 1951, contribuyeron a que se le diera la fama póstuma de pedagogo, restando la atención a las ideas políticas “inquietantes”. Como es sabido, ha prevalecido en Argentina el enfático antagonismo entre lo nacional y lo liberal, presentados como conceptos, según Gregorio Caro Figueroa, no sólo excluyentes, sino incompatibles y antagónicos. Lo liberal –cargado de sentido peyorativo– se redujo a la dimensión económica, convirtiéndose en sinónimo de conservadorismo e insensibilidad. Lo conservador, a su vez, se equiparó a lo reaccionario, y lo nacional comenzó a certificar lo genuinamente patriótico.12 Estar interesado en lo nacional y ser sensible a lo social significaba no ser liberal. Para el liberal resultaba difícil asumir una posición nacional y, menos aún, tener una preocupación por los problemas sociales. Con el ascenso de Perón se incorporará al péndulo argentino ideológico el monopolio del populismo, que comenzó a ser entendido como el conjunto de los problemas sociales. Abusando de esos “conceptos contrarios asimétricos” se fueron delimitando los campos nacional y antinacional. 13 Durante los inicios del siglo XX, la fractura entre lo nacional y lo liberal es relevante en la apreciación ideológica de los pensadores, como una expresión visible de una grieta en las placas más profundas de la estructura argentina: la que abrió esa concepción según la cual la realización de la patria tenía que hacerse a expensas de libertad, retaceando a los ciudadanos el ejercicio de las libertades concretas y menospreciando el orden republicano de garantizarlas.14 ¿Cómo han sido recepcionadas las ideas de Taborda entre las generaciones argentinas que le sucedieron? ¿En qué lugar ha sido ubicado su pensamiento en el universo de la historia de las ideas argentinas? Uno de sus discípulos, Santiago Montserrat, expresó doce años después de la muerte de Taborda, hacia 1956, que Taborda “no [era] todavía muy conocido como pensador, y [que] de su obra se han dado interpretaciones peregrinas que no llegan al meollo de su significado 12 CARO FIGUEROA, Gregorio A., “Joaquín V. González, tan nacional como liberal”, Todo es historia, Buenos Aires, núm. 460, noviembre 2005, p. 4. 13 Ibídem. 14 Ibídem. 8 fundamental, o la desnaturalizan, porque no tocan, precisamente, su fondo esencial”.15 A mi modo de ver, lo que prevalece es un problema de incomprensión y de equívocos en torno al modo en que han sido recepcionadas las ideas de Taborda, que no se explica ni con una inexistente o débil recepción, ni mucho menos con la ausencia de autores que lo han referido. En la panorámica general existen una cierta cantidad de trabajos referidos a temas diversos de carácter político, educativo, cultural, que registran la presencia de Taborda dentro del campo intelectual argentino y que dan cuentan de los rasgos más generales de su aporte. A continuación, en los tres incisos siguientes, resalto los autores cuya lectura y profundización en el pensamiento de Taborda resultó fundamental en la tarea de analizar, en esta investigación, su corpus de ideas políticas y filosóficas: a) Santiago Monserrat y Adelmo Montenegro.- Por su temprana publicación, trasmitiendo con viveza y agudeza las ideas de su maestro recién fallecido. Monserrat publicó “El mensaje espiritual de Saúl Taborda” en 1945, a propósito de la reedición de uno de los textos de Taborda, La crisis espiritual. A continuación cito algunos fragmentos relacionados a la concepción de Taborda por sus discípulos.16 Montserrat situaba las ideas de Taborda en el despertar de una conciencia filosófica en Hispanoamérica, colocándolo “en el elenco de pensadores identificados con un nuevo momento ascensional de las ideas en nuestro país y en Iberoamérica, cuyo instante inicial se liga a los nombres de Varona, Hostos, Korn, Vaz Ferreira, Deustua, Caso, Molina, que vienen a ser algo así como “la generación insigne de los fundadores”.17 Este nuevo momento ascensional de las ideas es que hizo de la filosofía una tarea específica y autónoma, llamada a plantear y resolver con innegable autenticidad americana y universal, aparte de los problemas estrictamente filosóficos, las grandes cuestiones que subyacen en la vida y la cultura de América; problemas y cuestiones que habían estado circunceñidos al ámbito de los “estudios de índole literaria e histórica”, como lo ha hecho notar muy bien Francisco Romero.18 Un año después, Montenegro escribió “Saúl Taborda y el ideal formativo argentino”, publicado en 1947 en la revista tucumana Sustancia. Él identificó ahí la argentinidad como una de las preocupaciones fundamentales en el pensamiento de Taborda y destacó las 15 MONTSERRAT, Santiago, “El humanismo militante de Saúl Taborda”, en publicación de extensión universitaria, núm. 86, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, Instituto Social, 1956, p. 5. 16 Santiago MONTSERRAT. Filósofo cordobés, creador de la revista Tiempo Vivo. Autor de Córdoba: tradición y modernidad (1972). Adelmo Ramón MONTENEGRO (1911-1994). Filósofo cordobés, muy vinculado con el periodismo. Fue presidente del diario cordobés liberal La voz del interior y organizador de la Escuela de Ciencias de Información de la Universidad Nacional de Córdoba; de esta universidad llegó a ser decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Él junto con Montserrat promovieron la edición de Investigaciones pedagógicas de Taborda en cuatro tomos. 17 MONTSERRAT, Santiago, “El humanismo militante de Saúl Taborda”, en publicación de extensión universitaria, núm. 86, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, Instituto Social, 1956, p. 8. 18 Ibídem, p. 8. 9 complicadas circunstancias que en aquel momento pervivían. La severa crisis política de la oposición19 que a su paso distrae la atención pública representa un panorama adverso, según Montenegro, para la correcta recepción del pensamiento de su maestro.20 b) Alberto Caturelli y Roberto Ferrero.- Por su valor documental y desarrollo de análisis, desde una mirada filosófica, desde la derecha católica, en el primer caso, y desde el pensamiento nacionalista, en el segundo.21 c) Jorge Dotti.- Por la labor de profundización conceptual, cuya importancia reside en la revisión de la relación entre las ideas del pensador cordobés y la doctrina política de Carl Schmitt, con quien se sabe que mantuvo correspondencia epistolar.22 19 En 1945, la embajada de Estado Unidos a través de Spruille Braden [En 1945, la embajada de Estado Unidos a través de Spruille Braden, promovió la unificación de las fuerzas opositoras a Perón, conformando un gran movimiento anti-peronista con los partidos Comunista, Socialista, Unión Cívica Radical, Demócrata Progresista, Conservador, la Federación Universitaria Argentina (FUA), la Sociedad Rural (terratenientes), La Unión Industrial (grandes empresas), la Bolsa de Comercio y los sindicatos opositores. Perón ponía en peligro los intereses de Estados Unidos ante la sospecha de un régimen totalitario y de sus vínculos con el nazismo. Braden impulsó la publicación del informe “El Libro Azul” en el que se solicitaba la invasión militar a Argentina por su colaboración con las potencias del Eje, sustentada por documentos que habían sido recopilados por el Departamento de Estado estadounidense. Los partidos políticos que sostenían la candidatura presidencial de Perón publicaron la respuesta, “El Libro Azul y Blanco”, en el que se instaló hábilmente la consigna Braden o Perón], promovió la unificación de las fuerzas opositoras a Perón, conformando un gran movimiento anti-peronista con los partidos Comunista, Socialista, Unión Cívica Radical, Demócrata Progresista, Conservador, la Federación Universitaria Argentina (FUA), la Sociedad Rural (terratenientes), La Unión Industrial (grandes empresas), la Bolsa de Comercio y los sindicatos opositores. Perón ponía en peligro los intereses de Estados Unidos ante la sospecha de un régimen totalitario y de sus vínculos con el nazismo. Braden impulsó la publicación del informe “El Libro Azul” en el que se solicitaba la invasión militar a Argentina por su colaboración con las potencias del Eje, sustentada por documentos que habían sido recopilados por el Departamento de Estado estadounidense. Los partidos políticos que sostenían la candidatura presidencial de Perón publicaron la respuesta, “El Libro Azul y Blanco”, en el que se instaló hábilmente la consigna Braden o Perón. A esta crisis se refiere Montenegro, a la derrota de la Unión Democrática ante el triunfo electoral inesperado de Perón, implicando el ascenso de los partidos tradicionales, organizado por el Partido Laborista y la UCR Junta Renovadora. La Unión Democrática reunió a los partidos Unión Cívica Radical, Socialista, Comunista y Demócrata Progresista, llevando como fórmula presidencial a los radicales José P. Tamborini y Enrique Mosca. Sin embargo se disolvió al ser derrotada frente a Juan D. Perón - Hortensio Quijano. 20 MONTENEGRO, Adelmo, “Saúl Taborda y el ideal formativo argentino”, Sustancia, Tucumán, núm. 18, 1947, p. 3 (Apartado de 8 pp.). 21 CATURELLI, Alberto, Historia de la Filosofía en la Argentina 1600-2000, Buenos Aires, Universidad del Salvador, 2001; Historia de la Filosofía en Córdoba 1610-1983, tomo III, Córdoba, 1993. Alberto CATURELLI (1927- ?). Filósofo argentino oriundo de la Provincia de Córdoba. Entre sus obras: América bifronte, Historia de la Filosofía en la Argentina (1600-2000), Cristocentrismo, La Filosofía, El Hombre y la Historia, El concepto cristiano de patria, Reflexiones para una filosofía cristiana de la educación y Libertad y liberación. FERRERO, Roberto, Saúl Taborda. De la Reforma Universitaria a la Revolución Nacional, Córdoba, Alción, 1988. Roberto FERRERO. Historiador cordobés. Entre sus obras: Historia Crítica del Movimiento Estudiantil (2 tomos), Breve Historia de Córdoba (1528-1995). 22 DOTTI, Jorge, “Filía comunitarista versus estatalismo schmittiano”, en DOTTI, Jorge, Carl Schmitt en Argentina, Rosario, Homo Sapiens, 2000. Jorge Eugenio DOTTI (1947- ). Filósofo porteño. Entre sus obras: El mundo de Juan Jacobo Rousseau, Dialéctica y Derecho. El proyecto ético-político hegeliano, La letra gótica. Recepción de Kant en Argentina desde el romanticismo hasta los Treinta. 10 d) Carlos Casali.- Por ser un estudio exhaustivo y documentado, cuya virtud reside en ser hasta ahora el documento que aborda casi en su totalidad los aspectos biográficos y la obra escrita analizada desde el enfoque de la biopolítica.23 El estado de recepción de la obra escrita de Taborda se compone de ochenta y cuatro registros, de los cuales la mayoría son artículos de revistas o libros, y estudios preliminares. Los dos primeros esfuerzos de sistematización pertenecen, en orden cronológico, precisamente a Monserrat y a Montenegro. Existen cinco libros, que han sido dedicados completos a su trayectoria de vida e intelectual:24 1. El pensamiento filosófico de Saúl Taborda: del anarquismo al tradicionalismo hispánico de Alberto Caturelli; 2. Saúl Taborda. De la Reforma Universitaria a la Revolución Nacional de Roberto Ferrero; 3. La Pedagogía argentina de Saúl Taborda (Apuntes para una monografía) de Hugo A. Fourcade; 4. Saúl Taborda de Enrique N‟haux, 5. Filosofía y política en el pensamiento de Saúl Taborda de Carlos Casali. La cromática de estos libros es muy diversa: va desde la plataforma de la derecha católica en el caso del filósofo cordobés Caturelli hasta el escenario de la izquierda nacional de Ferrero, perteneciente a la escuela de Arturo Jauretche y Jorge Abelardo Ramos. En el caso de N‟haux se puede ver también un costado alimentado por las ideas de Abelardo Ramos. En los registros figuran cincuenta y tres autores diferentes, algunos de ellos con más de un escrito, como son los casos de Alberto Caturelli (1971, 1975, 1993, 1995 y 2001), Adelmo Montenegro (1947, 2 en 1984 y 2 en 1987), Fermín Chávez (1958, 1974, 1982, 1988), Horacio Sanguinetti (1959, 1968, 1984, 1984), Santiago Monserrat (1945, 1951, 1963). Como anticipamos, la recepción de la obra escrita de Taborda revela variaciones al momento de localizar sus ideas en los esquemas del pensamiento político y filosófico 23 CASALI, Carlos, “Filosofía y política en el pensamiento de Saúl Taborda”, tesis de doctorado, Lanús, Universidad Nacional de Lanús, 2009. 24 CATURELLI, A., El pensamiento filosófico de Saúl Taborda: del anarquismo al tradicionalismo hispánico, Córdoba, Fundación Véritas, 1995; FERRERO, Roberto, Saúl Taborda. De la Reforma Universitaria a la Revolución Nacional, Córdoba, Alción Editora, 1988; FOURCADE, H. A., La Pedagogía argentina de Saúl Taborda (Apuntes para una monografía), Paraná, Universidad Nacional del Litoral, Facultad de Ciencias de la Educación, Cuadernos de Historia de la Educación, núm. 4-004, 1971; N‟HAUX, Enrique, Saúl Taborda, Córdoba, Agencia Córdoba Cultura, Dirección de Letras y Promoción del Pensamiento, Programa Celebración del Pensamiento, 2000; CASALI, Carlos, “Filosofía y política en el pensamiento de Saúl Taborda”, tesis de doctorado, Lanús, Universidad Nacional de Lanús, 2010. 11 argentino. Por un lado, en cuanto a la caracterización de su actividad profesional, el título de pensador es el más empleado –tal es el caso de Santiago Monserrat–, seguido por el título de filósofo, referido por Francisco Romero y Alberto Caturelli básicamente; pedagogo puede ser quizás el más conocido, aunque no el más utilizado, debido a que entre las obras más difundidas de Taborda se cuentan sus Investigaciones pedagógicas; y la referencia menos recurrida es la del Taborda culturalista, identificable en los casos de Jorge A. Huergo y Nelly M. Filippa. En lo que toca a las variables relacionadas con la multiplicidad de su definición política o ideológica, se le ha reconocido con cierta naturalidad de nacionalista, tal es el caso de Fermín Chávez, Hernández Arregui, Arturo Jauretche y Roberto Ferrero; unos cuantos lo reconocen como espiritualista, entre ellos, María Eugenia Morey de Verstraete y Adriana Puiggrós; el carácter hispánico le ha sido endilgado en menor medida, pero no es de menor importancia por la fuerza de las argumentaciones –me refiero a Francisco Romero y Adelmo Montenegro–, la denominación libertaria tan sólo la aprovechó Gerardo Oviedo; como vitalista lo identificó Carlos Casali. Tal como lo advirtió Monserrat en su prólogo a las Investigaciones pedagógicas (1951), el pensamiento de Taborda es fundamentalmente complejo, diverso y ambiguo. Pero, como señaló Montenegro en su “Estudio preliminar” al texto publicado en 1988 se advierte de un hilo de continuidad que entreteje toda la obra, permitiendo identificar una suerte de sistema, en el que trabajó en paralelo anchas concepciones originales hacia los últimos años de su vida, el cual gira fundamentalmente en torno a la argentinidad y sus texturas, esto es a la obtención de las notas que definen la personalidad histórica argentina, “mediante un replanteo de cuestiones que nos aproximen rigurosamente a la realidad nacional auténtica y nos ayuden a resolver después sobre la base de esas notas originales, los problemas concretos de la vida argentina”.25 Existen tres textos en los que expresamente se ha trabajado la biografía de Taborda: Saúl Taborda, de Adelmo Montenegro; Saúl Taborda, de la Reforma Universitaria a la Revolución Nacional, de Roberto Ferrero y Saúl Taborda, de Enrique N‟haux. El primero fue publicado en Buenos Aires en 1984, en la coyuntura del 40º aniversario luctuoso de Taborda; la coedición estuvo a cargo de Ediciones culturales argentinas y el Ministerio de Educación y Justicia. El segundo se publicó bajo el sello de Alción Editora en la “ciudad docta”, cuatro años después, y el tercero 25 MONSERRAT, Santiago, “Prólogo”, Investigaciones pedagógicas, Córdoba, Ateneo Filosófico de Córdoba, 1951, p. XIX. 12 salió bajo el sello de la Agencia Córdoba Cultura, como parte del Programa Celebración del Pensamiento, en Córdoba, en el 2000. Montenegro brindó una visión panorámica de la figura y de la obra de Taborda, aunque con un enfoque, según Domingo Arcomano,26 muy academicista, lo cual habría limitado sus interpretaciones. Más allá de eso, este ensayo y antología representan un buen material introductorio ante la imposibilidad de conseguir directamente algún libro o artículo de Taborda. Asimismo incluye “La experiencia mística en la poesía de Texeira de Pascoes y de Rilke”. No obstante Montenegro omitió señalar la militancia activa de Taborda en el Frente de Afirmación del Nuevo Orden Espiritual (FANOE). Cuatro años más tarde, en junio de 1988, el diario cordobés La Voz del Interior anunció el lanzamiento del libro Saúl Taborda, De la Reforma Universitaria a la Revolución Nacional, de Roberto Ferrero. Dedicado a reconstruir la biografía político-intelectual, el texto ofrece referencias minuciosas que permiten recrear también su contexto político y cultural con la enorme limitante que significa no poder acceder a la correspondencia y a sus papeles privados. Sin embargo Ferrero es capaz de brindar, a decir del propio Aricó, una apretada síntesis del itinerario sobre la crisis argentina, en la cual reconoce con justeza, de Taborda, su independencia y originalidad. Ferrero atribuyó a las grandes fuerzas antinacionales que operaron durante la Década Infame la causa por la cual se apagó la voz de Taborda, y a la mayor difusión de las “Investigaciones Pedagógicas”,27 editadas en Córdoba por sus discípulos, la doble causa a la que debemos atribuir el aplastamiento de su pensamiento propiamente histórico-político.28 La publicación y difusión del libro de Ferrero contribuyeron a apoyar la difícil labor editorial del interior argentino.29 El trabajo de N‟haux tiene la característica, a diferencia de los anteriores, de estar muy influenciado por su participación política en el equipo de Domingo Cavallo en el periodo 1977-1998.30 N‟haux explora la posibilidad de plantear el “crecimiento económico” a partir de “la comprensión y aptitud de conducción de las particularidades geoculturales” que van 26 Domingo Arcomano reseñó el libro de Montenegro. Su publicación fue en Tiempo Argentino, “Rescate de un pensador nacional”, 17/03/1985, p. 6. 27 Los cuatro tomos, en dos volúmenes, fueron publicados en 1951 por el Ateneo Filosófico de Córdoba. 28 FERRERO, Roberto, Saúl Taborda de la Reforma Universitaria a la Revolución Nacional, Córdoba, Alción Editora, 1998, p. 12. 29 La Voz del Interior, 2/6/88. 30 N‟HAUX, Enrique, Saúl Taborda, Córdoba, Agencia Córdoba Cultura, Dirección de Letras y Promoción del Pensamiento, Programa Celebración del Pensamiento, 2000, p. 48. 13 creando el camino para relacionar una “Argentina profunda” con una “Córdoba profunda”. La pertinencia de Taborda en este interés radica en el análisis crítico de lo histórico cultural a partir de una perspectiva regional cuyas raíces se afincan de la tradición cordobesa.31 N‟haux nos presenta el Taborda conveniente y eficaz al diseño de un proyecto de modernización de Córdoba autónomo a la ciudad porteña. De este modo la Córdoba que N‟haux recupera de Taborda se presenta en términos de “un proyecto alternativo de Modernización”, en el que se fusionan dos horizontes, la modernidad proveniente desde Europa vía Buenos Aires y lo telúrico mediterráneo vía las tradiciones heredadas. En este punto N‟haux se remite a Horacio Crespo. Al margen del contexto político que envolvió la edición de este cuaderno, es interesante el modo en que N‟haux desmenuzó las ideas de Taborda en torno a la modernización y la tradición. Uno de los méritos de este trabajo está en situar la vigencia de su pensamiento en el debate político y cultural actual. La definición de la identidad cultural argentina es una cuestión que a la fecha sigue mostrando sus pendientes. ¿Qué visión justificaba política y culturalmente la heterogeneidad entre las provincias y la capital; entre los unitarios y los federales, entre la civilización y la barbarie? Para pensar estas preguntas, N‟haux rescató a un complejo pero no caduco interlocutor. A estos tres textos se suma un cuarto, el de Carlos Casali. Si bien no es su principal objetivo lograr una biografía, representa hasta el momento el estudio más completo sobre Taborda. La investigación de Casali constituye una reseña integral de la producción teórica de Taborda vista desde el paradigma biopolítico. En este trabajo se encuentra una clara y prolija, además de extensísima, biografía del pensador. Cabe pasar ahora a la recepción de la obra de Taborda en términos políticos, la que para fines de esta investigación viene a ser la más significativa pues sustentaría la diversidad y la continua renovación y perennidad o no, de sus ideas como una suerte de hermenéutica fértil a la hora de interpretar las realidades políticas y culturales de América Latina. Desde esta perspectiva, cabe señalar que en 1956, doce años después de la muerte de Taborda, aparecieron dos menciones que fueron muestra de un elevado reconocimiento a la figura de Taborda. El primer caso corresponde a Francisco Romero: con la mirada a la 31 Ibídem, p. 7. 14 provincia argentina, Romero destacó al filósofo humanista que había sido capaz de conciliar la tradición criolla e hispánica con el universalismo: Ambos [haciendo referencia también a Alberto Rougés], además de filósofos, han sido humanistas y han sido también dos almas generosas y limpias. Taborda […] conciliaba armoniosamente la tradición criolla e hispánica con un universalismo que supo nutrir en prolijos estudios y en viajes por Europa; buen conocedor de todo el pensamiento nuevo, y su preocupación capital iba hacia las aplicaciones pedagógicas y no fue ajeno a profundas inquietudes religiosas.32 El segundo es el historiador Fermín Chávez.33 Chávez situó el pensamiento de Taborda en el contexto de la propuesta dicotómica barbarie/civilización, confrontándolo con Sarmiento en los temas pedagógico y por ende, en los de organización nacional. Chávez explicó que “en gran medida el desconocimiento de los escritos y del pensamiento de Taborda tiene como responsable a sus propios compañeros de la Reforma del 18, y (a) algunos de sus discípulos, empeñados en no mostrar la evolución del pensador cordobés con posterioridad al año 1933.34 Leamos lo que escribió Chávez: Ocultar y silenciar a Saúl Taborda es, para alguna gente, una medida de precaución, en defensa de lo viejo, ya que el testimonio último del filósofo llegaría, sin duda, con sus resplandores al fondo de la caverna de nuestro liberalismo cultural.35 En cuanto a la obra pedagógica de Taborda se refiere, y a diferencia de los discípulos de Taborda, Chávez distingue la búsqueda de la verdadera historia argentina como una originalísima meditación sobre la tradición pedagógica nacional y una teoría política argentina facúndica o del comunalismo federalista, denominada así por el mismo Taborda. En este sentido agrega Chávez: La filosofía pedagógica de Taborda es única en nuestro país: ella proviene de un hombre que fue líder de la Reforma Universitaria del 18 y que buscó el ser nacional no tan sólo con serena militancia, sino también con base filosófica, sólida, rumiada. Hoy esa pedagogía conserva una vigencia sorprendente, como que se trata del claro y apasionado mensaje de quien dedicó su 32 ROMERO, Francisco, Sobre la filosofía en América, Buenos Aires, Raigal, 1952. P. 58. 33 Fermín Chávez fue un historiador, poeta y periodista entrerriano (1924-2006), discípulo de José María Rosa (autor de los 13 volúmenes de Historia Argentina). Chávez ccontinuó escribiendo la "Historia argentina" de José María Rosa de los tomos 15 al 21 en colaboración con Enrique Manson y otros autores. Estudioso del nacionalismo y la izquierda del peronismo; poeta y compilador de obras de destacados escritores argentinos; realizó sus primeros estudios humanísticos en la provincia de Córdoba y después cursó teología, derecho canónico, arqueología y hebreo antiguo en Cuzco, Perú. Se dedicó a la docencia en las universidades de Buenos Aires, La Plata y Lomas de Zamora, y ocupó diversos cargos nacionales y municipales en gobiernos justicialistas. 34 CHÁVEZ, Fermín, Civilización y barbarie en la cultura argentina [1956], Buenos Aires, Theoría, 2a edición corregida y aumentada, 1965, pp. 99-100. 35 CHÁVEZ, Fermín, Civilización y barbarie en la cultura argentina [1956], Buenos Aires, Theoría, 2ª edición corregida y aumentada, 1965, p. 100. 15 vida a elaborar una doctrina política argentina y una teoría de la formación del hombre rioplatense.36 Hacia fines de la década de los ochenta, dio comienzo una serie de creaciones intelectuales interpretativas en torno a la singularidad histórica de Córdoba, entre las que se distingue el paralelismo y la pertinencia a razón de la identificación de Taborda como un intelectual de frontera en el marco precisamente de la singularidad histórica y autonomía intelectual de Córdoba como campo de irradiación. Destacan, entre otros, los trabajos de José Aricó, Antonio Marimón, Héctor Schmucler, consagrados a la indagación acerca de la pertinencia e importancia de la singularidad histórica de la “ciudad docta” frente al contexto nacional, reconocida esta preocupación como el “fenómeno Córdoba”.37 Entre las recuperaciones de las singularidades en la historia de Córdoba se destacó el pensamiento complejamente entramado de Taborda.38 Desde la perspectiva de la historia intelectual, la singularidad histórica de Córdoba distingue la relación entre intelectuales y sociedad, en la que se puedan advertir las tramas vivas que caracterizan precisamente esa singularidad histórica, claramente referida en la formación de élites intelectuales, como es el caso de Saúl Taborda y sus compañeros reformistas. Aricó distinguió de Córdoba, a lo largo de su historia, el desempeño de una función: “la preservación de un equilibrio puesto permanentemente en peligro por las laceraciones de un cuerpo nacional incapaz de alcanzar una síntesis perdurable.”39 Él percibió la situación fronteriza de Córdoba durante el proceso de modernización experimentado en las tres primeras décadas del siglo XX: En los confines geográficos de las áreas de modernización, la ciudad tuvo un ojo dirigido al centro, a una Europa de la que cuestionó sus pretensiones de universalidad. Pero el otro dilataba sus pupilas hacia una periferia latinoamericana de la que en cierto modo se sentía parte. De espaldas a un espacio rural que la inmigración transformaba vertiginosamente, Córdoba la Docta formaba las élites intelectuales de un vasto territorio que la convirtió en su centro. Punto de cruce entre tantas tradiciones y realidades distintas y autónomas, Córdoba creció y se desarrolló en el tiempo americano como un centro de cultura proclive a conquistar una hegemonía propia.40 36 Ibídem, p. 100. 37 Plural (Revista de la Fundación Plural para la participación democrática), año I, núm. 13, marzo, Buenos Aires, 1989. 38 ARICÓ, José, “Tradición y modernidad en la cultura cordobesa”, Plural, Buenos Aires, año I, núm. 13, marzo, 1989, p. 11. 39 ARICÓ, José, “Tradición y modernidad de la cultura Cordobesa”, Plural (Revista de la Fundación Plural para la participación democrática), año I, núm. 13, marzo, Buenos Aires, 1989, pág. 10. 40 Ibídem. 16 A esta preocupación por la singularidad histórica y la autonomía intelectual se sumó el noveno número de la revista Estudios del Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Córdoba. Ahí se dedicó una sección entera a la memoria de Taborda, integrada por el Currículum vitae, redactado por el mismo Taborda en 1943, y un análisis de su pensamiento, de Silvia Roitenburd. Ella subrayó que: …la difusión de la obra de Saúl Taborda (1885-1944) responde tanto al objetivo de recuperar a un pensador singular del período de la Reforma Universitaria como de enriquecer los estudios sobre el papel de Córdoba como núcleo cultural autónomo, con vínculos propios con la cultura universal. En medio de la convulsión provocada por la Revolución Rusa, la Reforma del 18 y la crisis de entreguerras se recorta su figura como una de las pocas voces que configuró una tradición nativa pensada como fuerza impulsora de la reforma moral y cultural.41 Esto significó una muestra significativa que sacaba del destierro el pensamiento de Taborda, recuperando así a “un pensador singular del período de la Reforma Universitaria [y enriqueciendo] los estudios sobre el papel de Córdoba como núcleo cultural autónomo, con vínculos propios con a la cultura universal.” […] Se acotaba “su figura como una de las pocas voces que configuró una tradición nativa pensada como fuerza impulsora de la reforma moral y cultural”.42 El fenómeno Córdoba significaría pues, una primera creación interpretativa. Una segunda se refiere a lo que Silvia Roitenburd denominó nacionalismo católico cordobés, el cual reúne, entre otras cuestiones, los “desafíos a la ofensiva eclesiástica”. Este material es uno de los pocos trabajos que avanza en el análisis de los rasgos de la contraofensiva de un núcleo de matriz eclesiástica local y de las relaciones que va estableciendo con las distintas fracciones de las élites “liberales” que toman los resortes del estado, provincial y nacional.43 En el contexto de su análisis de la relación histórica entre intelectuales y sociedad en la Córdoba moderna, Horacio Crespo estableció un “cuerpo de ideas acerca de una supuesta particular situación de Córdoba en el conjunto de la cultura nacional argentina”.44 Ahí citó a Taborda: 41 ROITENBURD, Silvia, “Saúl Taborda: la tradición entre la memoria y el cambio”, Estudios, Centro de Estudios Avanzados-Universidad Nacional de Córdoba, núm. 9, Julio 1997 – Junio 1998, p. 163. 42 Ibídem. 43 ROITENBURD, Silvia, Nacionalismo católico 1862-1943. Educación en los dogmas para un proyecto global restrictivo, Córdoba, Ferreyra Editor, 2000. 44 CRESPO, Horacio, “Identidades/diferencias/divergencias: Córdoba como „ciudad de frontera‟ Ensayo acerca de una singularidad histórica”, La Argentina en el siglo XXI, Buenos Aires, Ariel / Universidad de Quilmes, 1999, pp. 162-190. 17 Hay tres momentos emblemáticos en la Córdoba moderna que pueden resultar de interés para abordar el modo en que se planteó históricamente la relación entre intelectuales y sociedad: el de la Reforma Universitaria, el de los años treinta en torno a la figura de Saúl Taborda, y el de los años sesenta-setenta [...]. Hay un hilo rojo que recorre todas estas experiencias permitiendo establecer entre todas ella una suerte de continuidad por encima de las distintas realidades históricas.45 La mirada de la provincia reaccionaria, monacal, ultramontana –visión que ha servido para describir la ciudad de Córdoba desde Sarmiento al Manifiesto liminar y a lo largo de toda la obra reformista– proviene de la mirada confusa e intrincada de la “prolongada y aguda tensión entre tradición e innovación, tradición y vanguardia, tradición y modernidad”.46 El aporte jesuítico con su cauda de racionalismo a lo largo del siglo y medio que condujo la Universidad; la controvertida tesis de Cárcano Sobre los hijos adulterinos, incestuosos y sacrílegos, rendida en 1884, y el resistido papel de la Corda Frates, una asociación de militantes católicos, son tan sólo algunas presencias que ejemplifican esas prolongadas y agudas tensiones a las que remite Crespo. Ciertamente Córdoba formó parte del proyecto hegemónico liberal, pero en él convergieron, tensándolo, focos de resistencia propios de la presencia secular de la Compañía de Jesús y de la fórmula discursiva inscrita en el nacionalismo católico, dando como resultado un conjunto de pautas políticas, sociales y culturales distintas a las preexistentes en Buenos Aires, ciudad en la que el catolicismo era casi nulo en el sentido de una real influencia política, al menos hasta la década de 1930. Lo que interesa retener es que los efectos políticos del debate entre la tradición y la modernidad apuntaron a un proyecto de nación divergente del programa liberal encabezado por Buenos Aires. La Córdoba católica se oponía a los intentos liberales, que en términos laicizantes pugnaba por lograr la inserción de Argentina en la modernización. Esa Córdoba, anatemizada por Sarmiento en el Facundo, demandaba, sin ninguna intención separatista, un proyecto de nación distinto, fundado, en parte, en la ortodoxia integrista del clericalismo católico y, en parte, en diseños liberales con matices propios. Saúl Taborda constituiría una demostración de autonomía intelectual cordobesa con respecto a la intelectualidad porteña. Taborda claramente diferenció la influencia “ultramarina” en la construcción de la historia argentina, sin incorporar la conciencia histórica del Interior. A mediados de la década de los treinta, se propuso leer el Facundo como significante histórico a 45 Ibídem, p. 189. 46 CRESPO, Horacio, “Córdoba, Pasado y Presente y la obra de José Aricó”, Estudios, Centro de Estudios Avanzados- Universidad Nacional de Córdoba, núm. 7-8, junio 1996/junio 1997. 18 través del cual se podía emprender una reconstrucción que proyectara un destino común argentino. Nuestro apresuramiento, excitado por las influencias ultramarinas, no tiene tiempo para detenerse en estas cuestiones. El caudillo es la causa de nuestro atraso –atraso que no sabemos en relación a qué– porque se resiste a la absorción centralista de Buenos Aires.47 Una última precaución de método tiene que ver con la relación de inherencia entre ciudad e intelectual de frontera. Con esto, lo que quiero decir es que a lo largo de este trabajo se hace una exposición de argumentos acerca de la heterodoxia de las ideas de Taborda, siendo ésta una forma de aportar elementos a su reconocimiento como un “intelectual de frontera”. Esta situación es independiente y ajena a ser oriundo de una ciudad que también ha sido identificada como “de frontera”. Hablar de la vigencia del pensamiento de Taborda tiene que ver con ese hilo de continuidad que atraviesa toda su obra escrita y además, con la radicalización hacia la madurez de aquellas ideas que en su juventud comenzó a esbozar, fundamentalmente desde su novela Julián Vargas y su primer ensayo Reflexiones. Es verdad que además de haber tenido el coraje de bajar la guardia y desnudar sus costados menos calculados, esas ideas han complicado su caracterización ideológica, profesional y política. Sus ideas son resultado de una hermenéutica de la vida histórica argentina alrededor de la crisis. El trazado del capitulado, que a continuación expongo, intentará dar cuenta de ello. Composición del capitulado La delimitación de los capítulos ha sido diseñada a partir de cuatro textos que denotan esa ambigua zona de frontera que transitó Taborda en la búsqueda de soluciones propias y originales a la crisis epocal, de la cual Argentina formaba parte inherentemente. Esta circunstancia incita a caracterizarlo como un intelectual de entreguerras y/o un intelectual de la crisis. Son dos las crisis a las que se hacen alusión: en primer lugar, la de 1914 con la guerra europea y el fracaso del modelo de civilización occidental; en segundo, la depresión económica del 1929 aunada a la crisis nacional argentina con que dio comienzo la década de los treinta. Las obras en cuestión son: 1) Julián Vargas, 1918 (novela); 2) Reflexiones sobre el ideal político de 47 TABORDA Saúl, “Meditación de Barranco Yaco”, Córdoba, Facundo, año I, núm. 1, febrero, 1935, pág. 3. 19 América, 1918 (ensayo); 3) La crisis espiritual y el ideario argentino, 1933 (ensayo); 4) Facundo. Crítica y polémica, 1935-1937 (revista). Capítulo Primero Comenzar esta investigación con el análisis de la primera novela de Taborda, Julián Vargas, responde a dos razones. La primera es que en su primera etapa intelectual sus ideas se reconocieron y situaron ostensiblemente con respecto a dos referencias generacionales diferentes: una, la sensibilidad histórica de la generación del 900; la otra, la generación del ‟14. Esto no lo veremos más en sus etapas posteriores; es más, en la medida en que fue madurando su obra, más complejo se volvió aun identificarlo con escuelas, tendencias o corrientes. La segunda razón se debe al carácter de la novela. Se trata de un relato casi auto- biográfico, que nos proporciona ciertas bases para introducirnos en el pensamiento y entorno del autor, rasgos que después son imposibles de encontrar en obras posteriores, con la reserva del curriculum vitae que él mismo redacto en 1943 y que es de relativamente fácil acceso. En este primer capítulo nos enfocaremos entonces en una primera delimitación generacional. A partir de la aseveración que hace Roberto Giusti, uno de los creadores de la revista porteña Nosotros, de la pertenencia de Taborda a la generación del 900, se profundizará y se analizará en lo que esto significa respecto de dicho ideario generacional y su probable relación con Taborda. Con esta finalidad se ha dispuesto el diálogo entre dos obras, Julián Vargas y El mal metafísico, ambas de carácter muy paralelo y género literario similar, que va desde la contemporaneidad de sus autores hasta la impronta naturalista y la transparente cercanía reflejada en los protagonistas de ambos textos. La sola diferencia evidente es la familiaridad que guarda Gálvez con el género literario de la novela: para ese entonces Gálvez lleva ya cierto recorrido en el campo; mientras que para Taborda Julián Vargas significa su primera experiencia –no así en otros géneros, puesto que para ese entonces Taborda ya contaba con algunos dramas y poemas, y ciertamente con una avanzada exposición política entre sus compañeros cordobeses, esto último a diferencia de Gálvez. A pesar de ello, la diferencia enriquece el análisis en cuestión porque permite ir situando, desde la propia trayectoria de Taborda, sus intereses, perfilando entonces su búsqueda de un género idóneo para la proyección de sus ideas y preocupaciones. 20 Segundo capítulo A partir de las nociones de transcreación y re-formulación en función del “Concretismo” de Haroldo de Campos, se analiza la función histórica del discurso americanista de Taborda en su ensayo Las reflexiones sobre el ideal político en América. En esa obra Taborda construye su discurso, su campo de batalla, su posición frente a todo sujeto central que lo ha constituido en el otro. Serán dos rasgos, el modernismo y el arielismo, que se tomarán como referencia para dar forma a su discurso. Hay dos elementos notables en la articulación de su discurso americanista de la época: la guerra de Cuba y los intentos panamericanistas de los Estados Unidos. A éstos se suma uno tercero y fundamental: la guerra europea, que para Taborda fue el marco fundamental a partir del cual superó la fórmula arielista con la expresión política de la democracia americana. Tercer capítulo Durante la década del treinta, en el marco de la Gran Depresión mundial y de la irregularidad institucional argentina proliferó un confuso mapa de corrientes intelectuales. Las contribuciones más destacadas de Taborda en ese tiempo fueron La crisis espiritual y el ideario argentino y la revista Facundo. Crítica y polémica. Ambos textos fueron concebidos como una respuesta a los males del siglo. Aricó escribió que la productividad de la crisis reside en colocar a los hombres ante una situación inédita en la que todo puede ser vuelto a pensar, en la que una virtual disposición al autoexamen tiene la posibilidad de precipitar en una visión diferente del presente y del pasado. En efecto, tanto en La crisis espiritual como en la revista Facundo se intentó construir un discurso que fue capaz de percibir un cambio de época. Al respecto, señala Manuel Rodeiro que, como otros hombres contemporáneos, Saúl Taborda presintió que se vivía en el recodo de un gran cambio; algo estaba en crisis y algo emergía en el horizonte.48 Respecto de la trayectoria intelectual de Taborda, la propuesta que caracteriza a la revista se condensa en el mito facúndico. Este concepto significa la línea medular del pensamiento tabordiano. Tras haber revisado detalladamente, en los capítulos previos, dos de sus obras previas –Reflexiones sobre el ideal político de América y La crisis espiritual y el ideario argentino–, 48 RODEIRO, Manuel, “Saúl Taborda” (separata), Córdoba, Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, septiembre de 1967, p. 18. 21 habremos trazado el camino, a mi modo de ver, pertinente y conveniente para comprender el sentido histórico, intelectual y cultural que para Taborda tuvo el diseño y definición del mito facúndico en términos del cumplimiento de su compromiso político. Cuarto capítulo Es indispensable contextualizar la iniciativa llevada adelante por Taborda con su revista Facundo. Acerca del revisionismo histórico en torno a la figura de Rosas y a su controversial actuación como gobernador de Buenos Aires profundizaremos en el primer apartado de este capítulo, enfocándonos en las obras escritas que comprenden el periodo que va desde la década de 1880 en adelante, hasta los cuarenta, previo al periodo peronista. Además de la reivindicación, por decirlo de algún modo, de la figura de Rosas, hubo otros casos encaminados a reivindicar a los históricos caudillos federales. Tal fue el caso de Ricardo Caballero y su discurso en el Senado Nacional, y de los poetas Rafael Hernández y Olegario Víctor Andrade, por ejemplo, en defensa del caudillo, también riojano, Ángel Vicente Peñaloza, apodado “El Chacho”. El segundo apartado del capítulo está dedicado a la revisión histórica habida en torno a la figura del caudillo riojano General Juan Facundo Quiroga, proceso del cual Taborda participó con la creación de su revista, dándole como título Quiroga. Crítica y polémica. La revisión tiene como punto inicial la primera obra dedicada al caudillo riojano, el Facundo de Sarmiento, publicado en 1845 desde el exilio y a tan sólo diez años de haber ocurrido el asesinato del caudillo en Barranca Yaco. El primer trabajo reivindicativo que sale a la luz es una serie de conferencias, a cargo de David Peña, en 1903. Hasta antes de esta publicación la figura de Facundo, aun con la impronta sarmientina, era sinónimo de barbarie, atraso y crueldad. A este esfuerzo se suma la publicación de uno de los nietos de Quiroga, Eduardo Gaffarot, Civilización y barbarie o sea Compadres y gauchos (1905). Una siguiente manifestación reinterpretativa “facundista” fueron los trabajos del cordobés y dos veces gobernador de la provincia de Córdoba, Ramón J. Cárcano: Juan Facundo Quiroga. Simulación, infidencia y tragedia (1931). Un año después, el novelista Manuel Gálvez publicó El General Quiroga (1932). No hay que olvidar que por entonces se cumplía el centenario del asesinato de Juan Facundo Quiroga. El esfuerzo de contextualización se completa con la recreación del ambiente de época a partir de la prensa: se incorpora así el análisis hemerográfico de periódicos 22 argentinos, tanto de Buenos Aires como de las provincias, que registraron los cien años del suceso de Barranca Yaco. La revisión de estos trabajos revela un incipiente interés reivindicativo y reinterpretativo de la figura de Juan Facundo Quiroga, lo cual nos encaminará a delinear la posible trayectoria que recorrió Taborda en su afán, además de contribuir a este esfuerzo historiográfico, de entablar fundamentalmente un diálogo con Sarmiento en cuanto a su política educativa y sus objetivos en el marco del proceso de unificación nacional argentina, al crear, en 1935, la revista Facundo. Anexos Se incluyen también cuatro anexos. El primero está dedicado a la reseña biográfica de Saúl Taborda que rebasa el período que abarca este trabajo. El segundo se refiere a la relación de los contenidos de las distintas ediciones de El ideario argentino y la crisis espiritual. El tercero muestra los índices de los siete números de la revista Facundo. Crítica y polémica. En el cuarto y último anexo se ofrece la relación de las notas periodísticas en torno al centenario del asesinato de Juan Facundo Quiroga. 1 I LA EXPRESIÓN NACIONALISTA DE TABORDA EN JULIÁN VARGAS, A PROPÓSITO DE LA CONCIENCIA HISTÓRICA ARGENTINA El objetivo de este capítulo es profundizar y analizar el modernismo y el nacionalismo del primer Taborda a través de su novela Julián Vargas. Una apuesta complicada, pues el periodo en el que se sitúa el relato de esta novela es la víspera de los festejos del Centenario, en los que si bien se está cuestionando la unificación identitaria vía el nacionalismo, también se está pregonando a todas voces la modernización que ha alcanzado en tan poco tiempo la Argentina. Debido al reconocimiento que Roberto Giusti, voz autorizada en el mundo intelectual argentino, hizo de Taborda al identificarlo con la generación del 900,1 he construido una suerte de puente/diálogo para destacar continuidades y discontinuidades mediante el contraste entre dos expresiones literarias con rasgos muy similares, elaboradas por autores que comparten una reconocida delimitación de contemporaneidad: Julián Vargas (1918, pero escrita en 1916), de Saúl Taborda (1885-1944), y El mal metafísico (1917), de Manuel Gálvez (1882-1962).2 Julián Vargas, el protagonista de la novela de Taborda, es un joven de San Andrés, pequeño poblado situado en las sierras cordobesas, al noroeste de Córdoba capital, asiento de la aristocracia cuya condición radicaba en el abolengo, en los títulos, en las ocupaciones y en las casonas, evidenciando toda la tradición de carácter hispanista.3 En Rosario, Vargas se embarcó 1 Roberto Giusti y Alfredo Bianchi crearon la revista porteña Nosotros en 1907, publicación que fue constituyente de toda una época. 2 Se hará mención de aquí en adelante a la edición de Ediciones de Novelistas Americanos, vol. X, 1922 [1917]. 3 La estratificación social, hasta antes de 1918, constituía un sistema de ordenamiento vertical de la población sobre la base de relaciones de poder, en un sentido más amplio. Dichas relaciones de poder ordenaban las ocupaciones de las gentes de la Ciudad de Córdoba y, con ello, establecía una escala de prestigio de esas ocupaciones a las que tenían acceso los miembros de los distintos estratos sociales. La aristocracia doctoral se situaba en la parte más alta de la pirámide en cuanto a prestigio ocupacional. De aquí que se le identifique a Córdoba con la ciudad docta. En la cumbre social hallábanse los letrados, el clero y los engreídos funcionarios procedentes, directa o indirectamente, de la metrópoli. De clara prosapia, depositarios de toda la ciencia de la 2 en “El Guaraní” rumbo a Buenos Aires, dejando atrás el mandato familiar que consistía en estudiar en la vieja Casa de Trejo, quedarse en la ciudad mediterránea y allí formar su hogar. La estadía de Vargas en la gran capital tiene un inicio entusiasta. Sin embargo, al paso de unos pocos meses comienza a ser presa de frustración tras frustración, denotando tanto lo vacuo de esa ciudad que disfrutaba del progreso y del enriquecimiento, como la futilidad de sus instituciones, en este caso de la universidad y del ejercicio de la abogacía. Por un lado, el protagonista constata que existe una endeble instrucción universitaria por parte de los profesores y una actitud poco respetuosa de los estudiantes hacia ellos. Por el otro, el protagonista sufre el fraude y estafa del señor Luciano Boillot. El acaudalado rentista de Buenos Aires se había comprometido con el padre de Julián a hacer devolver a los Vargas tierras heredadas detentadas por extraños, según lo señalado en las escrituras otorgadas por el rey, tres siglos atrás, al conquistador don Borja Vargas de Luján. La legitimidad, la buena fe y las formas honorables fueron arrasadas por la astucia y el dolo de Boillot, quien finalmente se quedó con las tierras. La quiebra de los valores se hace evidente en el relato. Al paso de unos meses, desengañado ante la universidad y sus usos; hurtado de su herencia, y despechado por el infortunado amor con Ernestina, Julián muere preso del dolor y de la pena. Las formas tradicionales de vida y sus códigos muestran una radical ineptitud para afrontar las nuevas prácticas y desafíos del mundo moderno. Con esto la novela se erige en su totalidad como una metáfora del conflicto histórico en curso. época, poseedores de los altos cargos y dignidades, los Doctores, Licenciados, Maestros y Bachilleres de la Casa de Trejo constituían una aristocracia libre y universalmente acatada, aparatosa y formulista, culta y devota, empapada del honor del título y prevalida de su notoria superioridad sobre el común de las gentes. La aureola de que la rodeaba la Colonia resistió a las niveladoras conmociones de la Independencia. Los rastros de su influencia se perciben sin esfuerzo en la trama de la vida nacional. Y aún hoy mismo [1905] el doctoral pergamino conserva cierto lustre prestigioso, tras el cual se precipita la juventud a las aulas universitarias. Seguido a la aristocracia doctoral, en un nivel de prestigio más bajo pero muy vinculado a ésta, se encontraban los estancieros, los dueños de ‘inconmensurables latifundios’ (especialmente situados al norte, centro y oeste de la provincia de Córdoba), normalmente heredadas de los tiempos de la colonia, la independencia y la conquista del desierto. En seguida se encontraban los pelucones, fundamentalmente comerciantes (de tejidos, sombreros, tabacos comestibles, propietarios de barracas de pieles o de cuero o de algún molino de harina o fábrica de bebidas), muchos de ellos (la mayoría) eran de origen extranjero, venidos de la Ciudad, a fines del siglo XIX, especialmente de origen español, italiano o francés. En la parte más baja de la pirámide de prestigio social se encontraban ‘las masas plebeyas’ que desempeñaban todas las otras funciones de la vida comunitaria, que iban desde el empleo burocrático de baja categoría en la administración provincial o municipal hasta las tareas de servicio. Constituían la ‘mano de obra’ de la comunidad que por tener una economía muy poco diversificada –casi una economía de subsistencia– limitaba las ocupaciones manuales a algunos sectores (dependientes de tiendas o de almacenes, construcción, obreros de alguna pequeña fábrica, changadores y artesanos). Los artesanos y los comerciantes pequeños independientes, dentro de este estrato, eran los más considerados, lo mismo que los ‘dependientes’ de tiendas grandes o los empleados del Estado. Cf. AGULLA, Juan Carlos, Eclipse de una aristocracia. Una investigación sobre las ELITES dirigentes de la ciudad de Córdoba, Buenos Aires, Ediciones Libera, 1968, pp. 26-36. 3 Se trata de un relato que sin ser auto-biográfico muestra afinidades con la vida de su autor. La crítica de la banalidad, de lo vacuo, del cosmopolitismo se vuelve característica: a lo largo de más de trescientas páginas, el autor se encarga de mostrar las diferencias existentes entre la gente de la provincia y de la capital; en específico, entre la “aristocracia” cordobesa y la “oligarquía” porteña. El protagonista de la novela de Gálvez, Carlos Riga es un muchacho santiagueño que, por mandato de su padre, viaja a Buenos Aires para continuar con sus estudios universitarios, también en derecho. Sin embargo, todos sus anhelos e intenciones van impregnándose paulatinamente de fracaso hasta conducirlo al desenlace previsible que es, una vez más, la muerte. A diferencia de la novela de Taborda, El mal metafísico es una obra literaria con una trama más compleja, una narración más desarrollada y una descripción del ambiente y de las formas de vida cotidiana mejor documentadas. En su relato, Gálvez se centra también en la ciudad de Buenos Aires, aunque cubre un periodo –de 1903 a 1910– más prolongado que el abarcado por Taborda, cuyo relato abarcaba tan sólo unos meses de 1909 y donde solamente se hace referencia al festejo nacional, próximo a conmemorarse. La novela de Gálvez se inscribe en el naturalismo, particularmente zoliano, con la impronta de una atmósfera ideológica aún positivista. Se describe la ciudad de Buenos Aires a principios de siglo XX, centrándose en la caracterización del ambiente de un círculo de jóvenes, provenientes de diferentes provincias argentinas, que aspiraban a ser escritores y a ganarse la vida con este oficio; efectivamente, Gálvez relata el difícil mundo en el que surgen los primeros escritores profesionales. En 1944, en sus memorias, Gálvez señaló que las condiciones que hicieron posible y tolerable ser escritor en el país se relacionaron con las dificultades de comienzos del siglo XX: En aquellos tiempos heroicos de 1903, no había editores, ni público para los libros argentinos, ni diarios y revistas que pagasen las colaboraciones de los principiantes, ni premio municipales o de otra índole. […] Los poetas de mi tiempo sólo obtenían el desdén general, y de todo hombre joven que escribía decíase: “le da por la literatura”, es decir, le da por la chifladura por escribir.4 Entre los detalles de los muchachos de la generación del 900, referidos en el relato de la novela, mencionamos algunos. La idea moderna, que por lo similar del título y el año de su 4 GÁLVEZ, Manuel, Amigos y maestros de mi juventud, Buenos Aires, Hachette, 1961 [1944], p. 43. 4 creación en la novela, es la revista Ideas, el órgano difusor de la generación; el personaje central, Carlos Riga, es el propio autor; Eduardo Iturbide es Ricardo Olivera, uno de los más cercanos amigos de Gálvez y cofundador de la revista Ideas (La idea moderna); Abraham Orloff, es Alberto Gerchunoff, el amigo entrerriano que creció en una colonia israelita hasta antes de viajar a Buenos Aires; Pedro Rueda es Alfredo López Prieto, un muchacho proveniente de Río Cuarto, que durante los treinta llegó a ser cónsul en Estambul; hay también un personaje muy parecido a David Peña, bajo el nombre de Moisés Roca. Esta última referencia no es cosa menor. En 1903, Peña dictó unas cuantas lecciones públicas, en la Facultad de Filosofía y Letras, sobre Facundo Quiroga que causaron gran sensación. Su importancia reside en que fue de los primeros que discutió la interpretación de Sarmiento acerca de Facundo como el signo de la barbarie en la provincia argentina en la época de Rosas.5 En las páginas de El mal metafísico se recrean la vida de los estudiantes de provincia en la casa de pensión; la participación de Riga en la huelga estudiantil que tuvo lugar en 1905; las reuniones de escritores e intelectuales en el café “La Brasileña”, ubicado en la calle Maipú; la figura del librero Arnoldo Moen, cuya librería, situada en la calle Florida, aparece en la novela como librería de Flaschoen: su vidriera representaba la confirmación para muchos jóvenes como escritores profesionales. En general, las actividades que desarrolla el protagonista como estudiante, no son sino el relato de la vida del joven Gálvez. Tanto en Amigos y maestros de mi juventud (1944) como En el mundo de los seres ficticios (1961), se explicita la historia de los muchachos de la generación del 900 a la que hacemos referencia en El mal metafísico.6 La pertinencia del diálogo Vargas / Riga se adscribe a ese posible reconocimiento de Taborda como parte de la sensibilidad literaria del 900. Desconozco si Taborda se asumió como tal, y dudo mucho que haya sido así, pues si bien la mayoría de los jóvenes del 900 son provenientes de distintas provincias argentinas, viajaron a Buenos Aires para quedarse, a diferencia de Taborda que ni siquiera vivió ni se estableció en Buenos Aires. Por esos años, entre 1908 y 1910, Taborda estudiaba derecho en la Universidad de La Plata; en 1910, participó como delegado estudiantil en el Segundo Congreso Internacional de Estudiantes, celebrado en Buenos Aires del 9 al 16 de julio. Con esto, lo que quiero decir que las referencias documentales que encontramos en Julián Vargas pueden ser vivencias de Taborda de estos 5 Se hace referencia al libro de David Peña, Juan Facundo Quiroga, Buenos Aires, CONI Hermanos, 1906. Sobre este tema profundizaremos en el cuarto capítulo de esta investigación. 6 Cf. GÁLVEZ, Manuel, Amigos y maestros de mi juventud, Buenos Aires, Hachette, 1961 [1944]. 5 años, en los que estuvo más próximo a Buenos Aires; sin embargo, ellas no nos dicen nada sobre alguna aproximación o colaboración en la revista. Gálvez, por el contrario, no sólo se asumió parte de esta generación sino que formó parte del núcleo de este grupo por ser uno de los creadores de la revista Ideas, voz reconocida oficial de la generación.7 Gálvez precisó en el primer volumen de sus Recuerdos de la vida literaria, Amigos y maestros de mi juventud:8 La historia de mi generación está contada en mi novela El Mal Metafísico. Naturalmente que, por exigencias novelescas, he debido deformar muchas cosas. Algunos personajes reales han tenido que ser caricaturizados. Pero todo lo esencial está allí: nuestra vida cotidiana, nuestras inquietudes, nuestras ilusiones, nuestras tristezas.9 El tema de la modernidad es nodal en la historia política, social y cultural de América Latina. No es lo mismo referir la modernización de Buenos Aires que la modernidad en Córdoba. En el contexto histórico singular de Córdoba, ésta se ha visto enfrentada a la tradición, desplegándose una tensión desde la misma época jesuita.10 Desde entonces, como ya lo mencionamos en los comentarios preliminares, se ha suscitado la interpenetración recíproca de la cultura católica y la laica; a decir de Crespo, “dos caras de una dialéctica fundamental en el trazado del camino de la modernidad cordobesa.”11 A diferencia de Buenos Aires, la Córdoba de la primera década del siglo XX transitaba por un proceso de “modernidad sin modernización”.12 7 “La verdadera carrera literaria de Gálvez empieza en 1903, cuando tenía veinte años. Edita entonces con Ricardo Olivera, actual ministro argentino en Paraguay, una revista de Letras que debía producir sensación en la época. Ideas, publicación mensual, de carácter moderno, casi un centenar de páginas de material selecto, se mantuvo por espacio de dos años. Colaboraban allí firmas que han alcanzado luego consagración en el país: Julián Aguirre, escribía sobre música; Martín Malharro, sobre pintura; Emilio Becher, sobre libros franceses; Ricardo Rojas, sobre españoles; Juan Pablo Echagüe y el mismo Gálvez, sobre teatro argentino; Atilio Chiapori, Mario Bravo, Mariano Antonio Barrenechea y otros.” Referencias dadas por Pedro Alcázar Civit en su entrevista a Manuel Gálvez, publicada en el Hogar, núm. 1103, 4/dic/1930, re-publicada en Página 12, 14/feb/2006. 8 Recuerdos de mi vida literaria, sus memorias, se compone de 4 volúmenes: Amigos y maestros de mi juventud, 1944; En el mundo de los seres ficticios, 1961; Entre la novela y la historia, 1961; En el mundo de los seres reales, 1961. 9 GÁLVEZ, Manuel, Amigos y maestros de mi juventud, Recuerdos de la vida literaria, tomo I, Buenos Aires, Hachette, 1961 [1944], p. 43. 10 Este debate ha sido prolijamente planteado por Horacio CRESPO, “Identidades/diferencias/divergencias: Córdoba como ‘ciudad de frontera’ Ensayo acerca de una singularidad histórica”, La Argentina en el siglo XXI, Buenos Aires, Ariel / Universidad de Quilmes, 1999, pp. 162-190. 11 Ver prólogo de Horacio Crespo en NAVARRO, Mina Alejandra, Los jóvenes de la “Córdoba libre!” Un proyecto de regeneración moral y cultural, México, Ediciones Nostromo/Programa de Posgrado en Estudios Latinoamericanos- UNAM, 2009, p. XXII. 12 ROITENBURD, Silvia, Nacionalismo católico 1862-1943. Educación en los dogmas para un proyecto global restrictivo, Córdoba, Ferreyra Editor, 2000, pág. 172. 6 Demos paso a la contextualización histórica en que se sitúan los relatos de Taborda y de Gálvez. El análisis del antimodernismo en las vísperas de los festejos del Centenario implica revisar algunos aspectos políticos y sociales de la época, tocantes a los efectos de la llegada de cientos de miles de inmigrantes al país y al cosmopolitismo, así como a la sobrepoblación de Buenos Aires y del litoral como algunas de sus principales consecuencias, a partir de lo cual se entretejió una parte fundamental de la historia argentina. Según Fernando Devoto, ello llevó a muchos intelectuales y dirigentes a pensar en opciones para la integración de una sociedad cuya heterogeneidad complicaba la conformación de la identidad nacional.13 1.1 ¿Bombos y platillos en las vísperas de los festejos del Centenario? El festejo de la independencia en Argentina se rememora en dos fechas diferentes. En una tónica abiertamente liberal, bajo la cual se edificó la organización del estado argentino, se reconoce el 25 de mayo, que conmemora los sucesos de 1810; mientras que en un sentido de reivindicación del Interior, las provincias han sido más entusiastas en reconocer los festejos independentistas el 9 de julio, los cuales conmemoran la declaración de la Independencia en 1816, por el Congreso reunido en Tucumán. La distinción ideológica en la que se contraponen el espíritu centralista y el federalista hace visible el carácter bifronte de la celebración, el cual conduce a pensar en una desarticulación cultural, en parte aún vigente, entre Buenos Aires y el resto de las provincias argentinas.14 Para 1910, Argentina se mostraba como el granero del mundo; sus realidades políticas y económicas –enmarcables en el liberalismo– reflejaban el triunfo de la civilización, bajo el mandato de una clase dirigente, mejor referida políticamente como la “oligarquía”. La república oligárquica tendió a pensarse como enteramente incorporada al modelo de civilización europea, aún y cuando todavía la democracia era un ideal lejano. Argentina vivió un acelerado proceso de modernización, en consonancia con el avanzado proceso de industrialización que vivía Gran Bretaña, expresivo de la inmersión del mundo en 13 DEVOTO, Fernando, Historia de la inmigración en la Argentina, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2002. 14 La independencia argentina fue declarada formalmente el 9 de julio de 1816, proceso que se inició desde el 25 de mayo de 1810, cuando los notables criollos desalojaron a las autoridades españolas para constituir la Primera Junta de Gobierno en Buenos Aires. Desde 1811 el acto de voluntad política fue celebrado y se consagró en su memoria un monumento, la Pirámide de Mayo en la Plaza Mayor. Durante el gobierno de Rosas se festejó el 25 de mayo como fecha del nacimiento de la Argentina independiente. La posterior declaración de independencia realizada en la ciudad de Tucumán, el 9 de julio de 1816, no alteró la importancia de la primera fecha como el acontecimiento fundador, y en adelante se han festejado ambas fechas. 7 la expansión capitalista.15 Sin embargo, este proceso desentonó con las incipientes condiciones democráticas y con las implicaciones de una sociedad altamente heterogénea, efecto de la llegada de miles de inmigrantes y de una modernización que no tuvo la misma intensidad ni los mismos efectos en las distintas regiones. Con casi ocho millones de habitantes, Argentina disfrutaba del progreso y del enriquecimiento principalmente en el litoral y en la zona pampeana. En tan sólo treinta años se construyó una extendida red ferroviaria que sumaba los 34,000 kilómetros de vía para 1914; se modernizó la estructura productiva agropecuaria; se desarrolló un mercado de productos y bienes a nivel nacional; se construyeron puertos con el fin de facilitar el acceso de personas y mercancías.16 La economía argentina se había insertado efectivamente en el mercado mundial, colocándose así como uno de los países modernos del mundo. Un progreso que años más tarde fuera sintetizado por Joaquín V. González, de acuerdo al estilo de la época, en dos palabras: “Ferrocarriles y Escuelas”. Fue en la ciudad de Buenos Aires donde más se evidenció la modernización: ferrocarriles, transportes, telégrafos, puertos, fábricas, electricidad, escuelas, colegios, universidades, códigos, letras, legislación, edificios públicos, espacios verdes, debido a la preservación de una matriz histórica de pertinaz carácter centralista. No obstante, el estado de bienestar y opulencia contrastaba violentamente con el divorcio existente entre la política y la sociedad, visible en los oídos relativamente sordos de la oligarquía frente a las demandas laborales de la incipiente clase obrera, compuesta en su gran mayoría de los cientos de miles de inmigrantes que llegaron a la Argentina desde fines del siglo XIX. En 1909 los obreros llamaron a huelga general, exigiendo la derogación de la “Ley de Residencia”.17 Al año siguiente, año de los grandes festejos, se registró el mayor número de 15 Tulio HALPERÍN DONGHI, Una nación para el desierto argentino, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982, p. 33. 16 Para una revisión más detallada del periodo argentino 1870-1914, consultar CORTÉS CONDE, Roberto, “El crecimiento de la economía argentina, c. 1870-1914”, en BETHELL, Leslie (ed.), Historia de América Latina, “América del Sur, c. 1870-1914”, tomo 10, Crítica, Barcelona, 1992, pp. 13-40. 17 Esta Ley constituyó un medio represor y de contención de las luchas sindicales y políticas de los trabajadores extranjeros, principalmente de anarquistas y socialistas. Se le conoce también como Ley Cané a la ley Nº 4.144, sancionada en 1902, bajo la presidencia de Julio A. Roca, por el Congreso de la Nación. Habilitaba al gobierno a expulsar a inmigrantes sin juicio previo. Sucesivos gobiernos argentinos la utilizaron para contener y reprimir la organización sindical y política de los trabajadores, expulsando principalmente anarquistas y socialistas. Durante sus 56 años de vigencia se utilizaron diversos "criterios de expulsión", pero fundamentalmente dirigidos contra los movimientos de resistencia obrera -sobre todo en sus primeros tiempos de aplicación-. Esta ley, complementaba otras disposiciones represivas del Estado Nacional: el estado de sitio, el allanamiento de locales de la FORA y el 8 huelgas y disturbios por parte de los sectores sindicales anarquistas y socialistas. En el mes de febrero se aprobó la Ley de Defensa Social, con el objeto de hacer extensiva la represión contra los grupos anarquistas y socialistas. En el mes de junio, tuvo lugar un atentado en el Teatro Colón durante una de sus funciones. Ellos exigían la instauración de un sistema de sufragio universal que fuera capaz de integrar políticamente a los nuevos ciudadanos. Ciertamente se percibía la necesidad de un sentimiento nacional y de un conjunto de valores específicos que identificaran la argentinización de los inmigrantes. La respuesta del gobierno, en ese entonces presidido por José Figueroa Alcorta,18 fue prohibir la huelga y, tanto los diarios como los locales anarquistas fueron incendiados.19 El aumento de población había generado otra composición demográfica, que se hizo notablemente evidente en menos de treinta años;20 la asimilación de la nueva sociedad heterogénea y cosmopolita supuso dificultades tanto para los argentinos ya establecidos como Partido Socialista, incautación de sus publicaciones (“La Protesta” y “La Vanguardia”), la represión de huelgas y manifestaciones, arrestos de obreros activistas, etc. Su efecto recayó también en la deportación de tratantes de blancas u otros delincuentes. Si bien el artículo 1º condicionaba la deportación a la situación legal previa del inculpado, el 2º evidenciaba la posibilidad de su aplicación discrecional. Cf. SURIANO, Juan, Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires 1890-1910, Buenos Aires, Manantial, Cuadernos Argentinos, 2008. 18 José Figueroa Alcorta fue vicepresidente en la gestión de Manuel Quintana hasta 1906, fecha en que Quintana muere y asume la presidencia Figueroa Alcorta hasta el término del periodo, octubre de 1910. 19 Al finalizar el siglo XIX, en Argentina no regía ninguna ley de protección a los trabajadores, conforme a los principios de la justicia social. Con el aumento poblacional, hubo un crecimiento considerable de trabajadores, quienes se encontraban mal remunerados; sometidos a horarios excesivos de trabajo, y carentes de protección social en casos de accidentes laborales. Fueron estas malas condiciones de trabajo las que originaron la organización política entre la misma clase obrera, que en su mayoría estaba integrada por inmigrados. Joaquín V. González, en aquel entonces Ministro del Interior, propuso un proyecto de Ley Nacional del Trabajo que fue presentado al Congreso en el mes de mayo de 1904. Ese proyecto fue objeto de diversos cuestionamientos y Alfredo L. Palacios, el joven diputado del Partido Socialista y brillante orador, propuso que el proyecto se tratara en forma parcial y se consideraran los diversos artículos que pudieran resultar beneficiosos para los trabajadores. De este modo, el Dr. Palacios presentó una moción para que se tratara en forma separada la parte correspondiente al descanso dominical, moción que resultó aprobada y pocos días después la correspondiente Comisión de la Cámara de Diputados se pronunció sobre el proyecto que establecía el referido descanso. Todo aquello dio lugar a un amplio debate, y finalmente resultó sancionada la ley de descanso semanal Nº 4661, que fue promulgada en septiembre de 1905, estableciendo el descanso semanal en domingo en la Capital Federal. Mucho tuvo que ver la actuación de Alfredo L. Palacios en la efectividad para sancionar esa ley, siendo ésta la primera ley laboral argentina. 20 Argentina pasó de tener un millón 736,923 habitantes en 1869, según el Primer Censo Nacional, a tres millones 954,911 en 1895 (Segundo Censo Nacional), cifra que no es resultado del crecimiento natural sino responde en gran medida a la inmigración de extranjeros. Para 1914, de acuerdo al Tercer Censo Nacional, habían siete millones 885,237 habitantes, que equivalía a un 34% de incremento anual con respecto al censo anterior. De modo tal que, entre 1870 y 1914 arribaron al país casi seis millones de inmigrantes, principalmente españoles e italianos, representando en 1869 el 12.1% de la población total; el 25.4% en 1895 y el 29.9% en 1914. En los años sucesivos la tendencia se acentuó llegando los extranjeros a ser mayoría por un prolongado período en el grupo de 20 a 40 años de edad.20 Los jóvenes varones representaban la mayoría de los inmigrantes, factor que influyó notablemente, además de la composición de la población total, en el tipo de conformación de la fuerza laboral. La heterogeneidad poblacional, carácter que era muy distinto al periodo inicial de la modernización argentina,20 despertó ansiedades en cuanto a definir una identidad cultural. 9 para los recién llegados. Esta situación llevó al gobierno a plantearse la unificación nacional como una tarea urgente. Estas condiciones no fueron obstáculo para llevar a cabo la fastuosa organización de los festejos.21 La Argentina estaba lista para mostrarse al mundo y qué mejor oportunidad que los cien años de la Revolución de Mayo. Para la elite dirigente, estos festejos representaban la cumbre de tres décadas en el poder, que van desde la presidencia del general Roca hasta la de Figueroa Alcorta, pasando por los periodos de Pellegrini, Sáenz Peña y Juárez Celman.22 La oligarquía porteña, liberal en su forma institucional y oligárquica en su funcionamiento efectivo, emprendió el proyecto de conmemorar el centenario de la Revolución de Mayo en la tónica de pensamiento evidentemente liberal que tuvo por objeto construir la narración de 21 La organización de los preparativos comenzó formalmente en 1906 con la creación de la primera comisión del Centenario pero al poco tiempo se disolvió debido a los conflictos desatados entre el poder ejecutivo y el Congreso. No obstante, al siguiente año se comenzó con la selección de las estatuas de los integrantes del Primer Gobierno Patrio y se empezaron a recibir las obras escultóricas obsequiadas por colectividades extranjeras para ser ubicadas en espacios públicos. Para 1908, habiéndose inaugurado ya el Teatro Colón, uno de los primeros teatros líricos del mundo (A decir de Manuel Gálvez, en Amigos y maestros de mi juventud (pág. 21) se acordó terminar el Palacio del Congreso y reanudar las obras del Palacio de Tribunales. Asimismo se arreglaron los jardines de Palermo, tarea encomendada al arquitecto francés y nacionalizado argentino Carlos Thays. Para febrero de 1909, se creó la segunda comisión, bajo la sanción de la Ley 6286 para los festejos de la Revolución de Mayo. Ahí se hace mención de los monumentos y estatuas que se pensaban erigir, entre ellos: de la Revolución en la Plaza de Mayo, a la Asamblea de 1813, a la Bandera, a España, al Congreso de 1816, a Mariano Moreno, a San Martín, entre otros. Esta comisión encabezó la puesta en marcha de un dispositivo cultural destinado a la elaboración de cuadros, estatuas, estampillas y medallas sobre la revolución, y estuvo representada por Adolfo Pedro Carranza, quien había sido fundador del Museo Histórico Nacional y para los años del centenario ya había ocupado varios importantes cargos en la administración pública desde 1880. Fue en este momento en que se produjo casi toda la iconografía original de la revolución de mayo, casi cien años después de los hechos. 22 Los festejos del Centenario se tornaron en un proyecto de glorificación materialista. Los estudios culturales refieren la ciudad como un gran texto escrito en cemento en el que se inscriben adjudicaciones temporales distintas. La historia como la ciudad es una construcción, que a su vez oculta su pasado. Alrededor de los aniversarios nacionales, como lo expone Rocío Antúnez, suelen reconfigurarse la historia y el paisaje urbano en un sentido monumental (ANTÚNEZ, Rocío, “Montevideo en el Uruguay del Centenario: construcciones monumentales”, Signos Literarios y Lingüísticos, año IV, núm. 2, UAM, pp. 87-99). Hacia 1874, Nietzsche matizó el modo de concebir la historia: la monumental, la de los anticuarios y la historia crítica, y la conjunción de todas ellas para la vida y los estudios históricos (NIETZSCHE, Friedrich, “De la utilidad y de los inconvenientes de los estudios históricos para la vida”, en VITAL, Alberto (sel., pról.. y notas), Ensayistas alemanes (siglos XVIII-XIX), México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1995, pp. 197-274). De tal modo que, siguiendo estos planteamientos, nos atañe esbozar la narración monumentalista, a partir de los momentos de esplendor de los festejos del Centenario, para ubicar los componentes de ese relato homogeneizante logrado por la oligarquía, capaz de proyectar una identidad con la suma y resta de valores, imágenes, mitos que ayudaron o perjudicaron a su definición. Nicolás Shumway apelaría a las ficciones orientadoras, las cuales, según el autor, no pueden ser probadas, son creaciones tan artificiales como las ficciones literarias, sin embargo son necesarias para darles a los individuos un sentimiento de nación, comunidad, identidad colectiva y un destino común nacional (SHUMWAY, Nicolás, La invención de la Argentina: historia de una idea, Emecé, Buenos Aires, 2005, pág. 14). Coincido en parte con el planteo de Shumway en cuanto a las ficciones orientadoras, sin perder de vista su sentido histórico. A mi modo de ver, es el sentido histórico lo que precisamente nos permite contrastar los dos momentos históricos, uno en mayo de 1810 y el otro, cien años después, siendo este segundo dónde ubicaremos el papel de la ficción orientadora para explicar sus objetivos: proporcionar a los individuos un sentimiento de nación y un destino común nacional. 10 todo un siglo de historia de la Argentina. Dicha festividad representó precisamente la cima del estado de bonanza pero además la auto-adjudicación de un futuro todavía mejor. 1.2 El nacionalismo institucional argentino Desde un sentido institucional, la instauración tanto de la enseñanza obligatoria y laica, en 1884, como la del servicio militar obligatorio, en 1904, habían resultado inefectivas fundamentalmente porque se había estado, hasta este momento, dotando a la Argentina de una idea de patria que no estaba precisamente ligada al arraigo a la tierra, los hombres, la tradición, que son las instancias que eventualmente otorgan a la patria su fisonomía particular y constituyen su razón de ser, según los cánones nacionalistas que comenzaban a estar en boga entonces. La tarea fue emprendida por el mismo estado liberal oligárquico. Los instrumentos del proyecto nacionalista y “argentinista” se efectivizaron mediante la enseñanza de la historia argentina y la evocación patriótica. No obstante, como sostiene Halperín Donghi, la empresa dedicada al culto nacional fue aprehendida de forma más nítida por los mismos inmigrantes, quienes curiosamente incitaron la necesidad de edificar una conciencia argentinista.23 Fue precisamente la desproporción poblacional entre nativos e inmigrantes la que llevó a la república oligárquica a comenzar a diseñar un proceso de democratización de la vida pública, alcanzado en 1912 con el establecimiento del sufragio universal, secreto y obligatorio a través de la confección de un padrón electoral mediante la conocida Ley Sáenz Peña (ley 8,871 General de Elecciones). El carácter “universal” de la Ley Sáenz Peña incluía a los hombres argentinos nativos, dejando fuera a la mayoría de los obreros, que eran extranjeros. Sin embargo, a pesar de esto, en las primeras elecciones democráticas de la vida política argentina, celebradas en 1916 asumió el poder el radicalismo, con la figura del carismático Hipólito Yrigoyen, que no era el candidato de la oligarquía. Por su parte, el Consejo Nacional de Educación –en 1909– envió comisiones a diversos países europeos, entre ellos España, Francia, Alemania e Italia, con el fin de documentarse acerca del modo en que algunos países recurrían a la historia como propulsor del sentimiento nacionalista. Los resultados cristalizaron en los libros de Ricardo Rojas –La restauración 23 HALPERÍN DONGHI, Tulio, "¿Para qué la inmigración? Ideología y política inmigratoria en la Argentina (1810- 1914)", El espejo de la historia, Buenos Aires, Sudamericana, 1987, pp. 189-238. 11 nacionalista, de 1909– y de Ernesto Quesada –La enseñanza de la historia en las universidades alemanas, de 1910.24 Además de su vigorosa crítica al liberalismo en la educación, los esfuerzos de Rojas en la tarea de “argentinización” también se vieron reflejados en la monumental obra Historia de la Literatura Argentina, una síntesis del patrimonio literario argentino en cuatro volúmenes, publicados entre 1917 y 1922,25 y en la creación de la primera cátedra de Literatura Argentina en la Universidad de Buenos Aires. Sin duda alguna, ambas obras constituyen la mejor definición de las características e intenciones del proyecto cultural y político de Rojas y simbolizan el cumplimiento del cometido de nacionalizar la cultura a través del campo literario, incluso contando con quienes dudaban de su originalidad. Imaginemos el ambiente de incipiente cosmopolitismo que velozmente había comenzado a desplegarse en Buenos Aires; en cuanto a la literatura, la referencia inmediata era regularmente la europea, en particular la francesa. El sentimiento patriótico oficial en las escuelas argentinas se hizo palmario con la creación de manuales de historia, con la confección de un calendario de fiestas patrias, con la promoción del culto dedicado a los padres fundadores de la patria. San Martín, Belgrano, Mariano Moreno, Rivadavia, Sarmiento, Alberdi, Mitre fueron algunos de los grandes hombres que conformaron el Panteón Nacional. La exclusión de Rosas y los caudillos federales fue manifiesta, un verdadero “tabú” en la enseñanza escolar oficial argentina, dominada por la escuela histórica liberal “lopista” y por la herencia de Caseros y Pavón.26 El presidente del Consejo Nacional de Educación, José M. Ramos Mejía, aprobó “La educación patriótica” en 1908,27 informe del inspector general Pablo A. Pizzurno, en el que se especificaban las disposiciones para la formación de conciencia nacional en los alumnos a través de la enseñanza de historia. Derivado de esto se instituyó, a partir de ese mismo año, el izamiento de la bandera y canto en su honor a la entrada de la escuela, tanto en el nivel 24 ROJAS, Ricardo, La restauración nacionalista, primera edición, Buenos Aires, Ministerio de Justicia y de Instrucción Pública, 1909. QUESADA, Ernesto, La enseñanza de la historia en las Universidades Alemanas, 2 vols., La Plata, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, 1910. 25 ROJAS, Ricardo, Historia de la literatura argentina, 4 vols., Buenos Aires, La Facultad, 1917-1922. 26 Mitrista, pero parece que más que nada lopista, por V. F. López, cuyos postulados incidieron sobre los manuales escolares y en la formación de los docentes. Mitre y López polemizaron en su momento, pero en un sentido general la visión de ambos es liberal y antirosista. Véase DEVOTO, Fernando y María BARBERO, Los nacionalistas (1910-1932), Buenos Aires, CEAL, 1983. 27 Este informe se publicó en El Monitor de la Educación Común, Buenos Aires, Órgano del Consejo Nacional de Educación, año XXVIII, núm. 421, 31 de enero de 1908. 12 primario como en el secundario, y también la consagración, en casi todos los meses del calendario escolar, de un día específico a una fiesta patria, entre ellos: el 25 de mayo a la creación de la primera junta de gobierno; el 20 de junio al día de la bandera nacional y homenaje a su creador, el general Belgrano; el 9 de julio a la declaración de la Independencia; el 17 de agosto a la muerte de San Martín; el 11 de septiembre a la muerte de Sarmiento y también, día del maestro. Ciertamente la historia, desde su instrumentalización y profesionalización, estaba cumpliendo un papel estratégico en la definición del culto patriótico argentino, en un país donde la inmigración se había convertido en el sector mayoritario de la población de Buenos Aires, en relación con los nativos. Sin embargo, el carácter que la conciencia nacional asumía era estereotipado y cerrado, impidiendo cualquier tipo de reflexión, crítica o debate. La orfandad patriótica había sido resuelta a partir del reconocimiento de los padres fundadores en su condición no menor que heroica. Por un lado, se había conseguido aclarar el pasado y a la vez, unificar la perspectiva nacional desde el presente; por el otro, en su condición heroica, los hombres ilustres fueron ubicados en el panteón nacional orquestando en conjunto la historia oficial. Vale la pena resaltar que fue Yrigoyen quien introdujo la conmemoración de la llegada de Cristóbal Colón a América, quedando así el 12 de octubre como el “Día de la Raza”. Vemos aquí un interesante viraje de anclajes políticos en el tema de la conciencia nacional, transitando del eurocentrismo al hispanismo. De acuerdo al texto del decreto, Yrigoyen concebía a España como la “progenitora de las naciones a las cuales ha dado con la levadura de su sangre y la armonía de su lengua una herencia inmortal”. 1.3 Los intelectuales argentinos en la expresión del nacionalismo cultural Los festejos del Centenario significaron también expresión de euforias y nostalgias nacionalistas en el ámbito de las humanidades. Frente a la inexistente cultura nacional, los temas de “cultura y nacionalismo”, e “historia y nacionalismo” pulularon en las conferencias, 13 debates y textos de diversos círculos intelectuales desde principios del siglo XX.28 Cito: Canto a la Argentina, de Rubén Darío, compuesto de mil y un versos, encomendado por el diario La Nación expresamente para la conmemoración. Su publicación se llevó a cabo en el número extraordinario del 25 de mayo de 1910, ocupando tres páginas del periódico; Oda a los padres de la patria, de Enrique Banchs, un canto a los héroes cotidianos personificados en los hombres de trabajo: el herrero, el farolero, el panadero, y Los gauchos judíos, de Alberto Gerchunoff, un ejercicio nacionalista a la inversa, en cuanto que trata del testimonio de los que vieron en la tierra argentina la tierra prometida. Hubo también una expresión nacionalista nostálgica-crítica. En 1944, Manuel Gálvez precisó que fue justamente su generación, la del ‘900, “la primera que miró hacia las cosas de su tierra. Es verdad que Sarmiento, Lucio López, Julián Martel, Payró y Lugones hicieron obra argentina; pero sus trabajos fueron aislados y cada uno de ellos perteneció a una generación diferente.” Efectivamente, en 1883, Sarmiento formuló cuestionamientos acerca de la identidad nacional: “Es acaso ésta la primera vez que vamos a preguntarnos quiénes éramos cuando nos llamaron americanos, y quiénes somos cuando argentinos nos llamamos. ¿Somos europeos? […] ¿Somos indígenas? […] ¿Somos nación? […] ¿Argentinos?”29 Pero Gálvez se refería al carácter nacionalista de toda una generación: “Mi generación, pasado el europeísmo inicial, fue ardientemente ‘nacionalista’, dando a esta palabra un vasto significado, no el restringido que tiene ahora.”30 Aquí Gálvez diferenciaba el nacionalismo fundacional de la nación, materia de este trabajo, del nacionalismo surgido del revisionismo histórico a partir de los años veinte y treinta, con un sentido mucho más político y partidista, características muy acentuadas en el momento en que Gálvez escribió Amigos y maestros de mi juventud. Estas últimas características eran consonantes al nacionalismo estridente del golpe de estado ocurrido el 4 de junio de 1943. En esta misma línea “nostálgica”, reiterado ha sido el consenso alcanzado por la crítica en cuanto a destacar que fueron algunos de los jóvenes de la generación del 900 los precursores del nacionalismo cultural. A finales de los setenta, Carlos Payá y Eduardo Cárdenas situaron un primer nacionalismo argentino en las figuras de Ricardo Rojas y Manuel Gálvez, en virtud de 28 QUATTROCCHI-WOISSON, Diana, Los males de la memoria. Historia y política en la Argentina, trad. César Aira, Buenos Aires, Emecé Editores, 1998 1992, p. 39. 29 SARMIENTO, Domingo Faustino, Conflicto y armonías de las razas en América, tomo primero, Buenos Aires, Editor S. Otswald, 1883 (www.proyectosarmiento.com.ar , última consulta abril 2010). 30 GÁLVEZ, Manuel, Amigos y maestros de mi juventud, Buenos Aires, Hachette, 1961 [1944], p. 37. 14 sus obras La restauración nacionalista y El diario de Gabriel Quiroga, respectivamente.31 Sin que esto signifique, como ya lo vimos al comentar el caso de Gálvez, que previamente no hubiese habido otras manifestaciones de nacionalismo. Además de Gálvez y Rojas, otra de las manifestaciones nacionalistas del 900 fue el artículo de Emilio Becher, publicado en 1906 en La Nación. Becher, una figura poco sonada por su temprana muerte en 1921, apeló a estas mismas ideas sin emplear la palabra “nacionalismo”: “Todo debe, pues, inclinarnos –decía Becher– a defender el grupo nacional contra las invasiones disolventes, afirmando nuestra improvisada sociedad sobre el cimiento de una sólida tradición.”32 Los estudios de Payá y Cárdenas, enfocados en la generación del ‘900 y algunos de sus miembros, o en la historia de personas y familias argentinas de principios de siglo XX (Manuel Gálvez, Ricardo Rojas, Emilio Becher, Octavio Bunge), advierten que ese primer nacionalismo cultural argentino fue fundamentalmente la expresión de la generación del 900. Dicho de otro modo, la causa nacionalista identificó a los jóvenes de esta generación. No debemos restarle importancia al hecho de que estos jóvenes gozaban de su propio órgano difusor, la revista Ideas.33 Por ello, resulta natural pensar que el tema del nacionalismo, entre otros, fuera centro del debate entre ellos y que la interlocución formara parte de la elucidación que cada uno realizó y reflejó en sus escritos. Por su parte, Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano señalaron “que la generación del 900 desarrolló una actividad literaria propagandística en torno a los temas del nacionalismo cultural”.34 Si el razonamiento de Sarlo y Atamirano estuviera inscrito en la lógica de Payá y 31 PAYA, Carlos y Eduardo CÁRDENAS, El primer nacionalismo argentino en Manuel Gálvez y Ricardo Rojas, Buenos Aires; A. Peña Lillo Editor, 1978, p. 18. 32 GÁLVEZ, Manuel, Amigos y maestros de mi juventud, Buenos Aires, Hachette, 1961 [1944], p. 37. 33 La revista Ideas fue creada por Manuel Gálvez y su amigo de la infancia Ricardo Olivera en 1903, a partir de la iniciativa de otro amigo de la generación, Mariano Antonio Barrenechea. Se publicó hasta fines de 1905. Las principales secciones de la revista fueron redactadas por los mismos muchachos. De las letras argentinas se encargó Juan Pablo Echagüe; de las francesas, Emilio Becher; de las españolas e hispanoamericanas, Ricardo Rojas, y del teatro, Manuel Gálvez. Alberto Gerchunoff, Roberto Bunge, Alfredo López, y más tarde Abel Cháneton, Atilio Chiappori y Gálvez tuvieron a su cargo la crítica de libros argentinos, y Cháneton sustituyó a Gálvez en la sección de teatro. Había una sección más, de revista de revistas, redactada por Emilio Alonso Criado y Gálvez. Las secciones de música y artes plásticas estuvieron a cargo de dos críticos autorizados, ajenos a los jóvenes de esta generación: el eminente compositor, artista y escritor Julián Aguirre y el primero de los pintores de esos tiempos, Martín Malharro. Cf. GÁLVEZ, Manuel, Amigos y maestros de mi juventud, Buenos Aires, Hachette, 1961 [1944], p. 55. 34 SARLO, Beatriz y Carlos ALTAMIRANO, “La Argentina del Centenario: campo intelectual, vida literaria y temas ideológicos”, Ensayos argentinos. De Sarmiento a la Vanguardia, Buenos Aires, Ariel, 1997, p. 162. 15 Cárdenas, habría que cuidar en que no se esté restringiendo la expresión nacionalista cultural a aquellos autores que residían en Buenos Aires solamente, siendo así sólo ellos los autorizados para hablar del tema; dejando de lado cualquier otra mirada realizada desde las provincias. Siguiendo este razonamiento, si dilatamos este criterio de procedencia, entonces se podrían sumar otros interesantes enfoques nacionalistas culturales hechos desde sus propias provincias. Éste sería el caso del trabajo de Taborda en su novela Julián Vargas. Volviendo al tema de los jóvenes de la generación del 900 y su órgano difusor, la revista Ideas, ellos incursionaron en la nueva categoría, escritores profesionales, que parafraseando a Gálvez se refiere al “hombre que se dedica principalmente al trabajo literario, que publica libros con regularidad y que, aunque no intente vivir con sus ganancias de escritor, o de periodista, trata por lo menos, de ayudarse con ellas.”35 Las profundas modificaciones de las relaciones económicas y también de la estructura social que contrajo el ciclo político y económico iniciado bajo la primera presidencia del general Roca36 derivaron en un acelerado proceso de urbanización, tanto en Buenos Aires como en el área litoral. Los efectos de este proceso de modernización acelerada generaron, hacia los primeros años del siglo XX, una mayor complejidad en las relaciones sociales y también, lo precisan Sarlo y Altamirano, en el surgimiento de categorías con funciones más específicas, tal fue el caso del escritor profesional.37 En el mismo marco de la consideración de la expresión nacionalista, es referencia obligada El Payador, de Leopoldo Lugones (1913/1916), cuyo núcleo constitutivo se plasma desde Prometeo (1910).38 Lugones pronunció una serie de conferencias, en 1913, en el Teatro Odeón, bajo el título de “El Payador”, ante la presencia, entre otros personajes ilustres, del presidente en turno Roque Sáenz Peña. El tema principal de las conferencias, las cuales fueron publicadas en 1916, fue la consagración al poema gauchesco Martín Fierro y la exaltación de la figura del gaucho como prototipo nacional. En la obra de José Hernández, Lugones veía lo que él llamó 35 GÁLVEZ, Manuel, Amigos y maestros de mi juventud, Buenos Aires, Hachette, 1961 [1944], p. 36. 36 Julio Argentino ROCA (1843-1914). Político y militar tucumano. Durante la Presidencia de Nicolás Avellaneda (1874-1880) estuvo a cargo de la llamada Campaña al Desierto, que buscó incorporar los territorios patagónicos a costa de una crueldad genocida con la que se atacó a los aborígenes. Presidente de la Nación en dos oportunidades (1880-1886 y 1898-1904). 37 SARLO, Beatriz y Carlos ALTAMIRANO, “La Argentina del Centenario: campo intelectual, vida literaria y temas ideológicos”, Ensayos argentinos. De Sarmiento a la Vanguardia, Buenos Aires, Ariel, 1997, p. 162. 38 Véase el minucioso análisis de Andrés KOZEL acerca de Leopoldo Lugones y su obra en La Argentina como desilusión, México, Nostromo Ediciones - UNAM Posgrado Estudios Latinoamericanos, 2008, pp. 59-116. 16 la formación del espíritu nacional.39 Estas conferencias fueron muestra de la revalorización de la poesía gauchesca y por ende, el cambio de percepción en cuanto al Martín Fierro, texto que hasta entonces había sido considerado popular, en un sentido generalmente despectivo, por la élite. En El Payador se rescata lo argentino a través de la figura del gaucho. Otra referencia ineludible, pues cabe pensar que, sin ella, todas las mencionadas hasta este momento no habrían sido construidas del modo en que lo fueron, es la del político e intelectual riojano Joaquín V. González, autor de dos textos capitales: La Tradición Nacional (1891) y Mis Montañas (1893). El primer texto de González es una evocación legendaria en la que vinculó el paisaje, el folklore, la sociología y la historia del país. El segundo es, en una narración que no llega a ser precisamente una autobiografía, una descripción de la provincia de La Rioja, especialmente de los lugares más ligados a la vida del autor, como Chilecito, Nonogasta, Huaco y la capital, ubicando en estos espacios a personajes contemporáneos a él y a otros del pasado. Encontramos aquí algunos capítulos que pueden ser de “memorias”, pero también los hay de tradiciones, de enfoques históricos, de folklore, de cuadros costumbristas. Ambos textos se cuentan entre las primeras referencias de una tradición nacional elaborada desde las provincias, la cual trabaja sobre la construcción tripartita Tradición/Interior/Caudillismo, dando pie a un desplazamiento ideológico que problematiza desde otra óptica, contraponiéndosele, la tradición nacional planteada desde la ciudad de Buenos Aires. En la literatura argentina el surgimiento de la novela como medio constructor de un ideario nacionalista está en estrecha relación con el tema de la modernidad. Acerca de los escritores argentinos, veamos como los distingue Manuel Gálvez, uno de los principales exponentes y el más moderno de aquella generación del 900: Los escritores argentinos, en todos los momentos de nuestra literatura, han formado dos grupos bien distintos y caracterizados. Uno lo constituyen los que hacen literatura europea, tomando los procedimientos y los asuntos de la literatura francesa, española, italiana o inglesa. El otro grupo se compone de los escritores llamados criollos, que toman como tema exclusivo el campo y el gaucho y que usan procedimientos bárbaros y antiliterarios. Estos escritores son más humanos, más sencillos y más realistas que los otros; pero ignoran toda técnica y producen obras informes.40 39 Véase el prólogo de Jorge Luis Borges en la edición Ayacucho (LUGONES, Leopoldo, El payador, prólogo de Jorge Luis BORGES y selección, notas y cronología de Guillermo ARA, Caracas, Ayacucho, núm. 54, 1992 [1979], pp. IX-XXXVII). 40 GÁLVEZ, Manuel, Amigos y maestros de mi juventud, tomo I, RECUERDOS DE LA VIDA LITERARIA, Buenos Aires, Hachette, 1961 [1944], p. 178. 17 Gálvez reconoció la nueva generación de escritores argentinos en el segundo grupo –los criollos–, con la distinción de ser sus escritos los que abrían una nueva corriente acorde a los preceptos de la literatura nacional “bajo formas cultas y literarias”. Sin demasiadas pretensiones de aspirar a la realización de una obra “definitiva”, generacional y argentina, los jóvenes del 900 tuvieron la conciencia de haber estado preparando el camino para los escritores del porvenir.41 Leamos cómo lo concibió Gálvez: Las nuevas generaciones literarias, introduciendo los procedimientos simples y naturales del simbolismo, han concluido con la literatura meramente bárbara y rural, que predominaba sobre las tendencias románticas y retóricas. Y también han concluido con éstas. Ellos empiezan a realizar literatura nacional bajo formas cultas y literarias, y entienden por literatura nacional no sólo aquello que toma por asunto el campo y el gaucho sino también la provincia, el suburbio, la clase media, la ciudad y en definitiva todas las expresiones de la vida argentina y de la conciencia nacional.42 Si nos remitimos a esa clasificación de Gálvez, los intereses cultos y literarios de Taborda estarían más próximos al grupo de los criollos y la literatura nacional. En el rescate conceptual que efectúa Montenegro de la obra intelectual de Taborda se refiere a la categoría analítica fundamental de su pensamiento: “las dos tradiciones culturales”. Ahí Taborda identificó “el languidecimiento” de la última generación positivista y otra muy distinta, la centrada en “la tradición originaria”. Escribe Montenegro acerca de Taborda:43 Muy distinta era, en verdad, su situación respecto a la del grupo que, formado en el medio positivista, debía negarlo y superarlo desde su propio centro. Anheloso de un cambio efectivo en la constelación espiritual de su tiempo, no podía acudir a la “novedad” del positivismo o del cientificismo, a cuyo ocaso asistía, sino inspirarse en las reservas todavía intactas de la tradición originaria, exaltando lo que en el fondo de ella podía oponerse a la quiebra de los valores perdurables.44 La “tradición originaria” se ve plasmada en la personalidad de Julián Vargas, personaje que nos retrata el nativismo al que recurrió Taborda y que funciona en su itinerario como antecedente inmediato de su americanismo. La novela fue escrita en 1916, pero su publicación tuvo lugar dos años después, bajo uno de los sellos editoriales cordobeses. ¿Qué significación tiene en la lógica de la trayectoria intelectual de Taborda, la derrota del joven Vargas en la batalla contra la modernización? 41 Esta aseveración tanto es citada en El diario de Gabriel Quiroga como en Amigos y maestros de mi juventud, al momento de relatar la experiencia del grupo Ideas. 42 GÁLVEZ, Manuel, Amigos y maestros de mi juventud, tomo I, RECUERDOS DE LA VIDA LITERARIA, Buenos Aires, Hachette, 1961 [1944], p. 178. 43 MONTENEGRO, Adelmo, MONTENEGRO, Adelmo, Saúl Taborda, Buenos Aires, Ediciones culturales argentinas, Secretaría de Cultura – Ministerio de Educación y Justicia, p. 19. 44 Ibídem. 18 1.4 Julián Vargas vis-a-vis Carlos Riga El paralelismo entre Julián Vargas / Taborda (1885-1944) y Carlos Riga / Gálvez (1882-1962) involucra a dos jóvenes casi coetáneos pertenecientes a la nueva generación, la del 900; ambos provenientes del Interior (de la Provincia de Córdoba, en el caso de Taborda, y de Paraná, en el caso de Gálvez); ambos discordes con la modernización, el cosmopolitismo y la disipación cultural en las inmediaciones de los preparativos de aquellos monumentales y discrepantes festejos de 1910. Tanto Gálvez como Taborda se afincaron en el terreno de la ficción, desdoblándose y vertiéndose, con las mediaciones del caso, en sus personajes. El ambiente literario de la época estaba impregnado del modernismo rubendariano. En 1909 Taborda inició su trayectoria literaria con la publicación de un texto en prosa y verso, Verbo profano, que recibió los elogios de Alfredo L. Palacios, Rodolfo Moreno (hijo), Carlos Octavio Bunge y Juan Mas y Pi, además de una serie notas publicadas en los diarios La Nación, La Prensa, El Argentino (La Plata), La República (Rosario), La Reforma (La Plata).45 Podemos ver la transparente apelación a Las prosas profanas y otros poemas (1896) del poeta nicaragüense. Una referencia análoga encontramos en El mal metafísico. Riga comparte a sus amigos uno de sus poemas, Oda a los mares, “con voz gemebunda, arrastraba las palabras, se dormía en los finales de estrofa, aumentaba la desolación del bar [entiéndase, el café], agregaba en la cara del mozo, pinceladas fúnebres” (El mal metafísico, en adelante MM, p. 18). Su poema recordaba el Nocturno, de José Asunción Silva. Los amigos de Riga le expresaron su desagrado, burlándose: “Riga, sulfurado, nervioso, con la cara ardiendo, parecía a punto de llorar” (MM, p. 19). Gálvez cuenta en Amigos y maestros de mi juventud el recuerdo vago de que fueron esos versos que leyó Riga los que Gálvez comenzó a escribir por esos años y que, en una noche, en un bar, se los leyó a sus amigos, recibiendo análogos comentarios despectivos de Alberto Gerchunoff y de Alfredo López, es decir, los Abraham Orloff y Pedro Rueda de la novela. Es también verídica la referencia del poema de Gálvez/Riga, en cuanto al estilo quejumbroso de José Asunción Silva.46 Además de la alusión al poeta modernista José Asunción Silva, el poema que recitó Riga, Oda a los mares, mantiene una cierta entonación, un aire de alabanza similar que vemos en Canto a la Argentina de Rubén Darío, el acento modernista ad-hoc para los tiempos de las festividades nacionales. 45 Véase los comentarios en: TABORDA, Saúl, Verbo profano (episodio de la vida colonial), Córdoba, Bautista Cubas, 1916, pp. 162-167. 46 Cf. GÁLVEZ, Manuel, Amigos y maestros de mi juventud, Buenos Aires, Hachette, 1961 [1944], p. 150. 19 Tanto Taborda como Gálvez recurrieron al estilo literario naturalista para desplegar sus relatos novelísticos. En este sentido, decimos que ambos, a través de estas novelas, problematizaron el papel del intelectual y su relación con la sociedad. Desde el punto de vista documental, encontramos en el texto de Gálvez un trabajo mucho más acabado, un desarrollo novelístico mucho más elaborado, que avanza sobre el surgimiento de la figura del escritor profesional. No obstante, en Julián Vargas vemos una posición política más definida frente a la problemática social, más próxima a la prédica política que Taborda desplegaría en su ensayo Reflexiones sobre el ideal político de América (1918). A pesar de que este ensayo fue publicado en el mismo año que la novela, 1918, no olvidemos que la novela había sido escrita dos años antes, en 1916. Julián Vargas es un joven amable, de “educación fina” (Julián Vargas, en adelante JV, p. 13), que renunció al seminario ante la “curiosidad por la vida independiente y libre de las trabas de ritos y de cánones” (JV, p. 25), y continuó el bachillerato en el Colegio de Santo Tomás, ubicado en la capital cordobesa. Con las lecturas ahí realizadas se formó la idea de Buenos Aires como una gran ciudad, esplendorosa como las ciudades antiguas. A su llegada a la metrópoli se enfrentó a una ciudad diferente a como la había imaginado. Es aquí donde constatamos el primer enfrentamiento escenificado en la novela: tradicionalismo vs. modernización. A lo largo de las páginas este enfrentamiento es constante entre Vargas/Taborda y la joven Ernestina. Él, proveniente de la tradicional aristocracia cordobesa, y ella, de una familia oligárquica insertada en el nuevo proceso de riqueza y cosmopolitismo porteños. Revisemos el pasaje, ubicado al inicio de la novela, en el que los dos jóvenes se conocen, a bordo del barco que los lleva rumbo a Buenos Aires. En el barco, el señor Boillot, quien acompañaba a Julián, le presenta a Doña Clara Martínez de Soler y a su hija Ernestina, de quien Julián se enamora desde el primer instante. Así da comienzo la novela de Taborda. Los dos jóvenes conversaron detenidamente, jugaron naipes y compartieron el pericón. Vargas reiteró a Ernestina que este baile era una costumbre más de las sierras, Ernestina agregó que en Entre Ríos gustaba mucho (JV, p. 11). Según Carlos Vega, el pericón es un baile típico de la llanura pampeana que recién a principios del siglo XX invade francamente los salones aristocráticos de Buenos Aires. Momento que se ilustra en la novela cuando Ernestina incita a Julián para que compartan el baile. Sarmiento, siendo muy joven, lo bailó en San Luis hacia 1826, descrito así en sus 20 Recuerdos de provincia. El músico transcordillerano José Zapiola, sobrino del general José Matías Zapiola, nos recuerda: “San Martín con su Ejército en 1817 nos trajo el Cielito, el Pericón, la Sajuriana y el Cuando, especie de minué que al fin tenía su allegro”. En 1900, el actor y compositor Antonio D. Podestá, estrenó en el teatro de la Zarzuela (hoy Argentino) un "boceto lírico nacional" en un acto, con texto del propio compositor, titulado "Por María". La obra se presentó entre 1900 y 1901, en el Victoria y en el Apolo. La música del boceto fue compuesta a base de melodías populares u originales en estilo popular, y el Pericón de la quinta escena (original de Podestá) fue reducido de la orquesta al piano por G. Grossi. Esta versión, al ser impresa, fue adquirida por el público, agotando así numerosas ediciones del "Pericón por María".47 La referencia a este baile significa, por un lado, una reminiscencia tradicionalista, y por el otro, un rescate de lo que entonces se consideraba popular. Vemos el extraño desplazamiento de ciertas costumbres del Interior hacia la capital argentina. La elite porteña comenzaba a “apropiarse” de la figura del gaucho, el pericón, el teatro de la Compañía de los Podestá. En la novela de Gálvez, la importancia asignada al rescate de ese tradicionalismo se expresa también, aunque en menor medida. Ahí se recurre a los Caporal (haciendo referencia a los Podestá: la familia de acróbatas y de hombres de teatro).48 Riga se emocionó porque iba a conocer a los fundadores del teatro argentino, los Caporal, aquellos artistas de circo que habían maravillado su niñez en Santiago. La producción del teatro rioplatense está completamente relacionada a la loable labor de los uruguayos Podestá, los “Caporal”. Tanto José (1858-1937) como Pablo (1875-1923) fueron responsables del estreno de muchas de las obras de estos tiempos. Los apasionados circenses, descendientes de una familia genovesa radicada en Montevideo, fundaron su propio circo. En 1884, fue José J. Podestá quien le solicitó al porteño Eduardo Gutiérrez (1851-1889), a partir de su novela Juan Moreira, adaptarla a un mimodrama. Dos años más tarde, Podestá le dio a la obra forma dialogada, quedando un drama en dos actos. Y en el estreno del sainete Música criolla de Pedro E. Pico y Carlos Mauricio Pacheco, en el Teatro Apolo (1906), estuvo también presente el apoyo de José J. Podestá. Otro de los hermanos Podestá, Jerónimo, fue responsable de estrenar la primera obra teatral de Julio Sánchez Gardel, Almas grandes. 47 Véase VEGA, Carlos, Danzas y canciones argentinas. Teorías e investigaciones, Buenos Aires, Buenos Aires, 1936. 48 Cf. LAFFORGUE, Jorge (selección y cronología), Teatro rioplatense (1886-1930), núm. 8, Caracas, Ayacucho, 1977. 21 De este modo el teatro rioplatense (1880-1930) estuvo representado por un conjunto de dramaturgos que pusieron en práctica de forma asistemática pero consistente una especie de concepción protonacionalista que daba cuenta de la realidad cultural del interior. Para lograr esto, los teatristas recurrieron a la estética del nativismo, indiscutible en la puesta de escena de Martiniano Leguizamón, Calandria, en 1896. Entre los autores más destacados cabe mencionar al catamarqueño Julio Sánchez Gardel, 1879-1937 (La montaña de las brujas, El zonda); al uruguayo Otto Miguel Cione, 1875-1945 (El Corazón de la Selva); al porteño Alberto Vacarezza, 1888-1959 (La noche del forastero, Los montaraces, Los cardales); Alberto Weisbach (El guaso); al santafesino Enrique García Velloso, 1880-1938 (Mamá Culepina); a Carlos Schaefer Gallo (La novia de Zupay, La leyenda de Kacuy); al uruguayo Florencio Sánchez, 1875-1910 (Barranca abajo).49 A continuación cito el fragmento que Riga / Gálvez dedica a la aparición de los Caporal, por ser revelador de un fino trabajo testimonial, documental, etnográfico: Llegaban los Caporal a las ciudades provincianas, instalaban su lona en algún terreno baldío y a la tarde, ante la curiosidad de las gentes, recorrían las calles solitarias, despertando, con el estruendo abigarrado de su murga, el silencio eterno de la aldea. Poco a poco los Caporal habían ido abandonando el circo. A las milongas de Perico se agregaron las canciones criollas de Juanita: tristes del litoral, vidalitas, músicas dolientes que la muchacha cantaba con un sentimentalismo dulzón que aumentaba la melancolía del pobre circo. Años atrás, Perico tuvo la idea de alternar los espectáculos acrobáticos con escenas campestres: payadas de contrapunto, bailes junto al rancho, malones de indios, domas de potros. La escena del baile fue agrandándose con adivinanzas y diálogos. Y así apareció el gaucho viejo, ladino y dicharachero; Cocoliche, el italiano acriollado; el cura pelafustán, italiano también; el gaucho perseguido por la policía; “la prenda” del payador. Un escritor [Eduardo Gutiérrez] aprovechó estos elementos y convirtió en drama la novela Juan Moreira. Fue un éxito enorme. Se agregó entonces un escenario al circo, y en él representaron las escenas dramáticas. Pero la fiesta criolla era en la pista. El público deliraba de entusiasmo cuando, al son del pericón nacional o de la huella, entraban en la pista los Caporal, con sus trajes gauchescos –el chiripá, el calzoncillo cribado, el ancho chambergo con barbijo–, la melena nazarena, el facón al cinto, jinetes en briosos caballos con aparejos de plata. Luego vinieron las adaptaciones de novelas y poemas gauchescos. Apareció Santos Vega, el gaucho poeta, a quien sólo el diablo pudo vencer en la payada; Martín Fierro, el gaucho bueno, el personaje del genial poema de la raza; Juan Cuello, Julián Jiménez, los hermanos Barrientos. Eran parecidos aquellos dramas. Siempre la policía campestre, “la partida”, persiguiendo al desgraciado criollo; las luchas de Ilíada pampeana con los soldados; el abandono de la prenda; la fiesta junto al rancho, que terminaba en jornada sangrienta; los bailes, las canciones de la tierra. Y los Caporal, como en los tiempos de Lope de Rueda y de Agustín de Rojas, llevaban por toda la extensión de la República, con la capa del circo pobre, aquellos dramas profundamente nativos, dramas de heroísmo y de libertad, bravíos y tristes como la Pampa infinita. (MM, p. 158) 49 Véase LAFFORGUE, Jorge (selección y cronología), Teatro rioplatense (1886-1930), núm. 8, Caracas, Ayacucho, 1977. 22 Riga defendía de los dramas criollos la exacerbación del culto del coraje, “del matonismo” y, además, el hecho de que albergaban la poesía en el alma del pueblo; “aquella vida romántica, llena de peligros y de intrepidez, aquel amor anárquico del gaucho a la libertad, aquellas músicas profundas y dolorosas, han debido influir en el alma de nuestro pueblo” (MM, p. 159). A diferencia de Riga, sus amigos pensaban que se trataba de una literatura muy subalterna. Un pasaje que se suma a esa actitud anti-modernizadora es la forma en que Vargas viajó a Buenos Aires. Para viajar de Rosario a Buenos Aires él recurrió al barco, en vez del tren. El tren podía significar claramente un rasgo de la oligarquía porteña modernizadora. En el caso de Riga, el traslado desde Santiago del Estero a la ciudad no aparece más que como un recuerdo al comienzo de la novela, cuando está en compañía de su padre, quien también lo instala en una casa de pensión. Riga se encontraba completamente instalado en la ciudad, inclusive más involucrado en las artes literarias, considerando abandonar sus estudios en la Facultad para dedicarse de lleno al oficio de poeta. La cuestión del desplazamiento y del tránsito es contrastante entre ambas novelas. Mientras que Riga llegó a Buenos Aires con la idea de realizarse como poeta, paralelo a hacer la carrera de abogado, no llegó a plantearse la posibilidad de un retorno a su ciudad natal; antes murió en las condiciones más miserables. Por su parte, Vargas llegó a Buenos Aires con la sola idea de realizarse como abogado, pero en un lapso muy breve, el mismo que deja ver el relato de la novela, desiste y muere decepcionado con constantes evocaciones de su familia, de su procedencia, ocasionándole la culpa probablemente por no haber acatado el mandato de su abuela: estudiar en Córdoba, encontrarse con una mujer, casarse y hacerse de una familia. Ese sentido de pertenencia es mucho más marcado a lo largo del recorrido de Vargas que en el caso de Riga. Es una voz que constante retumba en la conciencia de Vargas, que en cada paso no dado le redobla esa sensación de estar cometiendo una falta a lo suyo. Silvia Roitenburd lo precisó acertadamente. En Julián Vargas vemos “el desconcierto ante el resquebrajamiento del mundo en el que había vivido su niñez y adolescencia; la herencia hispana a la que se negaba renunciar, el amor a la tierra nativa […]”.50 ¿Cómo fue develado y tratado el sentimiento amoroso en Vargas y Riga? Los dos jóvenes se enamoraron platónicamente de una joven perteneciente, en ambos casos, a la aristocracia 50 ROITENBURD, Silvia, “Saúl Taborda: la tradición entre la memoria y el cambio”, Estudios Revista del Centro de Estudios Avanzados, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, núm. 9, julio 1997- junio 1998, p. 170. 23 porteña. En el caso de Gálvez, Lita, una muchacha más sensible a la cultura, a la literatura francesa y por lo tanto, a contrapelo de la generalidad de las jovencitas de su entorno. Bien pudo haber recreado el perfil de su esposa, Delfina Bunge. En su lugar, Taborda recrea a una muchacha mucho más simple, Ernestina, carente de una vocación intelectual, mucho más adaptada a la vida aristócrata porteña. Más allá de que Vargas y Riga puedan parecer como inexpertos en los asuntos del amor, se despliega el tema del amor imposible, una cierta idealización del amor y de la mujer. Ernestina y Lita representan la razón vital para Julián y Carlos: el fracaso amoroso los llevó a la muerte a ambos, por la misma razón. La presencia de un provinciano en la gran urbe significa el tránsito en la cornisa entre el cosmopolitismo y el tradicionalismo. La familia Vargas descendía del fundador de la estirpe en tierras americanas, casi tres siglos atrás: el Capitán de campo don Borja Vargas de Luján. (JV, p. 50) Esto habla de una tradición que se hereda; una tradición que pervivía en el joven Vargas; reconocerla le podía garantizar el porvenir a través de sus descendientes. Hasta aquí se percibe una clara preocupación de carácter histórico en Taborda, quien destaca los malestares de una sociedad que se jacta de vivir en el progreso y el enriquecimiento con la carencia de un ancla que los identifique. Para Taborda estos factores no eran suficientes para mantener los ideales vivos, las tradiciones. El progreso y enriquecimiento, procesos aun no tan evidentes en el Interior, constituían una relación de fractura con el pasado. Este análisis conllevó a cuestionar a la generación del ’80, los constructores de la historia oficial, y por ende, a oponerse al pensamiento liberal y positivista, marco ideológico a partir del cual se había entretejido el andamiaje nacionalista cultural en las tres décadas siguientes (1880-1910). Es precisamente en este punto donde ubicamos la importancia de la novela de Taborda, Julián Vargas, anticipado heraldo del revisionismo histórico y de la renovación cultural hispanista que sería una característica notable de las corrientes adversativas al liberalismo dominante en los círculos hegemónicos. Acerca del hispanismo, en el caso del MM de Gálvez, no destaca el tinte hispanista, sino que sucede todo lo contrario. En una de las charlas que sostuvieron los muchachos alrededor de la salida del primer número de la revista Ideas, en la que lanzaban fuertes críticas a los burgueses: “se hacía indispensable gritar, insultar a los filisteos, que eran una recua de imbéciles en el sentido más ofensivo de la palabra”. En aquella reunión “se dijeron pestes de los políticos, de los abogados, de los ricos, hasta que quedó el país a la miseria”. Uno de ellos, 24 Pedro Rueda, “indicó la conveniencia de que nos conquistaran los Estados Unidos, y lamentó el fracaso de las invasiones inglesas. De este modo nos habríamos librado de “la roña española”. (MM, p. 73) Es cierto, empero, que estas palabras las pronuncia un miembro del grupo, no Riga, quien, como vimos, en ciertos momentos, reacciona de modos que lo singularizan. Con todo, otro panorama de hispanismo muy diferente es el que Taborda proyectó en su personaje. La aristocracia cordobesa la definió a partir de la ubicación geográfica del pueblo del que era oriundo Julián, San Andrés. Éste se situaba al noroeste de la ciudad de Córdoba, zona “traslasierra”, donde se asentaron las primeras familias aristócratas de raigambre hispánica. La raigambre hispánica del personaje es inclusive referencia fidedigna de los orígenes de Taborda. Aunado a esto, traigo a colación las referencias evocadas por Vargas como pilares de su formación intelectual: autores españoles tradicionales. Vargas presumió su conocimiento de autores como Balmes, Donoso Cortés, Pereda y el padre Coloma, a la vez que manifestó su entusiasmo por la lectura reciente que había hecho del Quijote (JV, p. 115). Y los rasgos de renovación estuvieron por parte de Bergson y William James, en cuanto al ejercicio de su argumentación. Un segundo hallazgo fue El anticristo de Nietzsche, referencia que le escuchó mencionar –combatiéndole– al decano de la Facultad de Derecho, el doctor Rivolta, en el discurso inaugural de cursos. Revisemos el diálogo que sostuvieron al respecto Julián y su amigo Marcos: Al llegar al escaparate de una librería, se detuvieron, Julián preguntó: - Quién es Nietzsche? El doctor Rivolta le mencionó en el discurso combatiéndolo. - Es un pensador alemán. - Mencionó también a Marx y a Renan tratándole como a verdaderos herejes. Desearía conocerlos. Entremos. Compró un buen número de obras de los autores recordados, así como de otros que tenía curiosidad en conocer porque los sabía condenados por el Index; dio al librero las señas de su casa y prosiguieron el camino. (JV, p. 115). ¿Qué significación tiene la muerte de Vargas en sentido figurado, en el plano simbólico de Taborda? Infiero que la muerte de Vargas supone en cierto sentido una parte de Taborda que muere, que renuncia a la adaptación y aceptación de las implicaciones de la modernización. Las formas tradicionales de vida junto con sus códigos representan para Taborda la radical ineptitud para afrontar las nuevas prácticas y desafíos del mundo moderno; hay también una resistencia y obturación a la expresión de sus ideas a través del género literario de la novela. Aquello que murió con Vargas fue la ficción de Taborda. En adelante, y a diferencia de Gálvez, 25 Taborda continuaría con el ensayo como medio para expresar sus ideas políticas y filosóficas. Se observa un viraje de intereses o quizás, un reajuste de preocupaciones después de la guerra de 1914. Gloso de nuevo a Iturbide, personaje de la novela de Gálvez: demasiado artistas, incorregibles soñadores, ¿cómo pueden adaptarse a la estupidez, al prosaísmo, a la bajeza de la vida moderna? (MM, p. 235) Eso valdría también para Vargas/Taborda. Taborda comenzó escribiendo poesía y prosa en 1909 (Verbo profano); hacia 1916 escribió su primer drama (El mendrugo); dos años más tarde publicó su primera novela (Julián Vargas), y en ese mismo año, 1918, escribió su primer ensayo filosófico político (Reflexiones sobre el ideal político de América).51 A través del estudio de sus ensayos podremos observar que, a lo largo de su obra intelectual, lograría expresar de forma mucho más acabada sus ideas políticas y filosóficas. De ahí en adelante, en Taborda el ensayo vino a significar el instrumento por excelencia para la expresión de su compromiso político. Taborda se sumó a las manifestaciones de un nacionalismo cultural antes y después de los festejos nacionales argentinos; sin embargo, en su caso la prédica nacionalista no tuvo el éxito que sí logró Gálvez al poder articular el ideario nacionalista a partir de la cristalización de sentidos, lograda con la capacidad de trabajar sobre ciertos tópicos y con su enfático reclamo por la escritura de novelas. Ferrero arguye que la visita del joven filósofo Ortega y Gasset en 1916, a la ciudad de Córdoba, tuvo que ver con el distanciamiento que Taborda tomó respecto de los temas nacionales.52 En cuanto al surgimiento de la novela en Argentina, Fabio Espósito señala que la formación del género novelístico tiene que ver con la expansión de la prensa, precisamente como un agente modernizador de gran envergadura. No sólo porque contribuyó a incrementar sus lectores sino porque multiplicó sus funciones al convertirse en vehículo de difusión y defensa de las posiciones de las diferentes facciones políticas; la prensa, al mismo tiempo, informaba lo que sucedía en la ciudad, en el país y en el mundo, transformándose así en un espacio en el que se iba modelando el imaginario de los habitantes de la ciudad.53 51 Acerca de la trayectoria intelectual de Taborda, previa e inicios de la Reforma Universitaria de Córdoba en 1918, se puede consultar un trabajo anterior: NAVARRO, MINA ALEJANDRA, Los jóvenes de la Córdoba libre!, México, Ediciones Nostromo/UNAM-Posgrado en Estudios Latinoamericanos, 2009. 52 FERRERO, Roberto, Saúl Taborda, de la reforma universitaria a la revolución nacional, Córdoba, Alción Editora, 1998, p. 30. 53 ESPOSITO, Fabio, La emergencia de la novela en Argentina (1880-1890), tesis doctoral en Letras, La Plata, Universidad Nacional de La Plata, www.fuentesmemoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.295/te.295.pdf , p. 7. 26 A esta aventura se pudo haber sumado Taborda en su interés por expresar su posición política, bajo los preceptos de lo culto y lo literario. A pesar de esto, la reacción nacionalista que identificó a la generación del 900 quedó rebasada por una preocupación de carácter moral y política. La visión de Taborda se concentró nítidamente en la forma de un compromiso político tras la guerra europea, como una de las respuestas a la crisis. Ahí se situó Taborda. Este hecho histórico le proporcionó las bases políticas, en un primer momento, para definir su mirada sobre América. Partiendo del tradicionalismo asumido frente a las carencias del nacionalismo institucional argentino, tras la guerra europea Taborda redefinió su sentido patriótico con los mismos tintes de tradicionalismo e hispanismo. Lo que murió en Vargas fue la ficción de Taborda. A través del ensayo pudo encarar los tiempos que le tocaron vivir, asumiendo su compromiso frente a la crisis. En primera persona dio continuidad a la expresión de sus ideas políticas y filosóficas. No se desdobló más en sus personajes. Demos paso al análisis de su siguiente obra, su primer ensayo, Reflexiones sobre el ideal político de América. II Las reflexiones sobre el ideal político de América EN LA HORA AMERICANA El objetivo de este capítulo es analizar la función histórica del discurso americanista en Las reflexiones sobre el ideal político de América; dilucidar desde dónde Taborda construyó su discurso, su campo de batalla, reconociendo y distanciándose de una serie de textos y autores con el fin de legitimar su posición. Este análisis se hará en contraste con el arielismo de José Enrique Rodó, atendiendo especialmente al tratamiento de dos elementos notables en la articulación del discurso americanista de la época: la guerra de Cuba y en intento panamericanista de los Estados Unidos del siglo XIX. Se reconoce en el discurso americanista la necesidad de definir un factor de identificación, en el sentido de una “comunidad imaginada”,1 que trabaja en el plano ideológico sobre aquellos que se sientan identificados con ella. Benedict Anderson concibe la nación como una comunidad construida socialmente, esto es imaginada por aquéllos que se perciben a sí mismos como parte de ésta. Son los aportes de la antropología simbólica los que han enriquecido los estudios de la alteridad, y en este sentido, Clifford Geertz advierte que “la acción de pensar, la conceptualización, la formulación, la comprensión o lo que se quiera consiste, no en un espectral proceso que se desarrolla en la cabeza de alguien, sino en un cotejo de los estados y procesos de modelos simbólicos con los estados y procesos del mundo exterior”.2 A esto se suma el método antropológico de Robert Darnton, que en su opinión consiste en “leer el código, desenterrar la gramática de un sistema que es otro, y de comunicarse, de traducir. Y veo el trabajo de interpretación cultural como un trabajo de traducción: el ir y venir entre yo y 1 ANDERSON, Benedict, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, Fondo de Cultura Económica, México, 1993. 2 GEERTZ, Clifford, La interpretación de las culturas, México, Gedisa, 1991, p. 187. otro... El símbolo no es una especie de decorado de un sistema social y que es producido por él, sino que forma parte de lo social y es, a la vez, cultural, social, económico y político”.3 En razón de lo anterior, resulta sugerente la discusión que Horacio Crespo planteó respecto a la posibilidad de una historia de la cultura de y en América Latina en torno a su cultura a través de la perspectiva crítica de Haroldo de Campos, el “Concretismo”: Lejos de limitarse a una formulación contraída a posicionar la particularidad de América Latina en relación con Occidente desde una representación vinculada al paradigma de la originalidad, el ensayista brasileño fue más allá de ese importante diseño interpretativo sobre el que se construyó un largo y fructífero periodo de reflexión teórica y producción historiográfica sobre la cultura latinoamericana –hoy replanteado desde nuevos enfoques– para dejar expuesta la problematicidad de una historia de la cultura y las condiciones epistemológicas que podrían fundarla. […] el “Concretismo” […] propone la transcreación de los textos literarios provenientes de las distintas tradiciones, incluyendo la brasileña […]; supone la reinvención de los textos literarios creados en una determinada lengua; reinvención que no supone, por lo mismo, repetición, pero que tampoco consiste en la simple modificación de los textos originales sino más bien la re-formulación del texto para rescatar de él su sentido original, primero, aquél que fue producido en la lengua original de creación y dentro de la tradición en la cual se inserta.4 Como afirma Eduardo Milán, uno de los más lúcidos lectores de Haroldo de Campos, siguiendo en este mismo razonamiento, “la tradición tomada como perspectiva dialógica y no como referencia canónica o espacio de reverencia, lugares comunes en que se sitúan los textos considerados clásicos según la lectura académica o la recepción no especializada”. A lo que se refiere la razón antropofágica, “dialogicidad no reverencial, apropiación y no acatamiento”.5 Sobre el tema de la identidad latinoamericana se han interesado y preocupado una serie de autores, obras y empresas intelectuales. Tanto el interés como la literatura referida al tema no son novedosos. Se puede remontar al momento en que los españoles americanos fueron tomando conciencia de sí mismos como americanos ante el despojo del que se sentían objeto por parte de los peninsulares.6 Las luchas emancipadoras evidenciaron el carácter americano de la revolución. “Luchando por la emancipación del continente”, según Roubik y Schmidt, “se trabajaba por la de la patria pequeña.”7 Hubo oficiales argentinos al mando del ejército chileno 3 DARNTON, Robert, "De la historia de las mentalidades a la historia cultural", entrevista de Patricia Nettel, La Jornada Semanal, México, núm. 215, 25/0793, pp. 32-33. 4 CRESPO, Horacio, “Poética e historia de la cultura latinoamericana”, Nostromo revista crítica latinoamericana, México, año II, núm. 2, otoño 2008- invierno 2009, p. 16. 5 Eduardo MILÁN, citado en CRESPO, Horacio, “Poética e historia de la cultura latinoamericana”, Nostromo revista crítica latinoamericana, México, año II, núm. 2, otoño 2008- invierno 2009, p. 17. 6 BRADING, David, Los orígenes del nacionalismo mexicano, México, ERA, 1980, pp. 15-23. 7 ROUBIK, Caroline y Marcela SCHMIDT, Los orígenes de la integración latinoamericana, México, IPGH, 1994, p. 7. y numerosos voluntarios chilenos que lucharon por la libertad del Plata. El proyecto emancipador de Francisco de Miranda, precursor por antonomasia de tales iniciativas; el Congreso Anfictiónico de Simón Bolívar en Panamá; la labor humanista e intelectual de Andrés Bello por la definición civilizatoria, son tan sólo algunas de las propuestas que insinuaron la idea de una patria y una ciudadanía común a la América Latina como un mismo país que se diferenciaba de España. A pesar de las tesis segregacionistas y los efectos de la formación de los estados nacionales, la utopía unionista resurgió a finales del siglo XIX. Martí, en el Congreso de Washington de 1889, urgió a convocar la segunda independencia: De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia.8 Durante la segunda mitad del siglo XIX la mayoría de los gobiernos de las incipientes naciones instauraron el modelo liberal estadounidense sin lograr el esperado funcionamiento del traslado de las instituciones estadounidenses a los países latinoamericanos, originando –a decir de Edmundo O´Gorman– una realidad inoperante.9 La república del Norte dejó de ser objeto de consideración e imitación para sectores importantes de las elites intelectuales latinoamericanas; en ocasiones se la llegó a pensar incluso como amenaza. A fines del siglo XIX y comienzos del XX, la reinterpretación del tema del Calibán –en la definición de la identidad latinoamericana– sirvió de referente simbólico, según Liliana Weinberg, como un modelo de la identidad de América Latina, y de América Latina como totalidad.10 El impacto ha sido tal que el contenido significativo de estos símbolos han sido retomados una y otra vez, a lo largo del siglo XX, actualizando y resignificando nuevos sentidos acorde con el acontecer histórico. Bajo la bandera panamericanista, el intervencionismo político y expansionismo comercial de Estados Unidos sobre Hispanoamérica desplazó paulatinamente la injerencia política y económica de los países europeos y derivó en la aparición de voces que se dieron a la búsqueda de elementos que distinguiera a los países del Sur de la América sajona. Con la lucha cubana por su independencia de España, esta situación 8 MARTÍ, José, Nuestra América, Linkgua ediciones, 2008, p. 77, http://red-ediciones.net. 9 O’GORMAN, Edmundo, México: el trauma de su historia, México, UNAM, 1977, p. 41. 10 WEINBERG, Liliana, “La identidad como traducción. Itinerario del Calibán en el ensayo latinoamericano”, Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, vol. 5, núm. 1, enero-junio 1994, www.tau.ac.il/eial/V_1/magis.htm se intensificó debido a la intervención de Estados Unidos y del imperialismo que impuso sobre Cuba, situando a las elites latinoamericanos en una posición ambigua: por un lado veían con simpatía y, por ende, apoyaban la independencia cubana de España; por el otro, temían la creciente influencia de Estados Unidos, los cuales no sólo se habían apoderado de Cuba y Puerto Rico, sino que habían penetrado en el Océano Pacífico a través de Filipinas hasta llegar a Panamá, a través de la abierta promoción de su independencia artificial como nación para facilitar la construcción del canal. Este equilibrio de poder, de un lado al otro del Océano Atlántico, que había alcanzado Estados Unidos hacia 1898 significó un acontecimiento internacional, afirmándose la importancia por el surgimiento de un nuevo orden internacional y el cambio del equilibrio de poderes en América Latina. Queda claro que todos estos cambios fueron de la mano de una transformación, también ideológica. Se vislumbra pues el inicio de una reacción ideológica, según José Luis Abellán, contra la filosofía que amenazaba con dominar el planeta desde la más rigurosa unidimensionalidad.11 A continuación, el resumen de las Reflexiones sobre el ideal político de América de Taborda (en adelante, Reflexiones) en que se destacan los problemas de cada uno de los apartados que componen el ensayo. Teniendo en cuenta sus preocupaciones, ubicaremos algunos puntos de diálogo y encuentro con el Ariel de Rodó con el objeto de poder sumar este ensayo en la serie de textos que se interesaron por la búsqueda de referentes que enriqueciera el discurso americanista. Asimismo el ánimo de Taborda, distintivo por su ánimo de apropiación de lo americano, mediante una solución cultural idealista. 2.1 Las Reflexiones de Taborda “Una voz” es el título de la primera de las reflexiones. La voz del autor insta a superar la estructura capitalista, promotora del utilitarismo y materialismo, que había invadido la esfera social a través del imperativo histórico. Las primeras líneas refieren la escena de una de las obras de Demetrio de Merejkoswski, de los primeros y más eminentes ideólogos del simbolismo ruso: 11 ABELLÁN, José Luis, “Modernismo: Ariel como símbolo”, Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, núm. 17, Madrid, 2000, p. 220. un faraón del Egipto legendario poseía una manada de monos amaestrados en el arte del baile. Protegidos por máscaras de hierro y ataviados con púrpura suntuosa, los simios del relato ejecutaban en presencia de su amo y de la corte, con eximia maestría, la danza guerrera de los epirianos. Pero una vez alguien tuvo la ocurrencia de arrojar un puñado de nueces al tablado, y fue lo suficiente para que perdieran la ficticia compostura y se tomasen a golpes y a mordiscos mientras rodaban las máscaras envueltas en jirones de púrpura real. No es baladí la referencia que de un simbolista ruso hace Taborda para expresar su más férrea crítica al determinismo económico a través de “la mano impaciente del capitalismo” que se ha extendido “a la manera de tentáculos de pulpo gigantesco, la sombra de sus garras sobre los mercados del mundo para que las naciones europeas que hasta ahora ejecutaban a compás inimitable la danza de la civilización repitieran la mueca de los simios de que habla Merejkoswski.” Seguido a esta alusión rusa, el autor alude a Plutus, “dios de la riqueza que nos invade”, para caracterizar el capitalismo, concebido a través de la historia como “el recuento de las fórmulas sociales inventadas por el genio de la raza para afirmar su condición”. Los modos del capitalismo, según él, han sido los causantes del colapso espiritual en Europa: “la sombra del dios áureo es sombra de manzanillo para toda belleza y todo ideal”. El Ariel había pretendido fundamentar la búsqueda en la herencia clásica, cimentada en los valores espirituales, en la cultura. En este sentido, Abelardo Villegas destacó que Ariel representa “el imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irracionalidad; es el entusiasmo generoso, el móvil alto y desinteresado en la acción, la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la inteligencia, el término ideal a que asciende la selección humana, rectificando en el hombre superior los tenaces vestigios de Calibán, símbolo de sensualidad y de torpeza, con el cincel perseverante de la vida.”12 El enaltecimiento del espíritu también derivó en contrariar el experimentalismo, el escepticismo, la frenología, la psiquiatría. En el caso de Taborda, la historia representaba la madre de las ciencias del espíritu, aseveración que estaba impregnada de la lógica de Dilthey. A través de la historia era posible tender puentes, desde el presente, entre el pasado y el futuro, rectificando el pasado y a la vez 12 VILLEGAS, Abelardo (prólogo y notas de) en, RODÓ, José Enrique y Roberto FERNÁNDEZ RETAMAR, Ariel y Calibán. Apuntes sobre la cultura en nuestra América, México, SEP-UNAM, 1982, p. 13. promoviendo horizontes de esperanza, anclados en que en este caso corresponden a América. Atendamos a cómo lo expresa Taborda: […] la más alta función del pensamiento es la de ser ojo en los instantes supremos de la historia y es también la de cantar sobre los escombros de todo lo caduco la perenne canción de la esperanza. […] Una nueva estructura se levantará sobre el orden de cosas abatido. ¡América, hazte ojo! ¡América, hazte canto! (p. 59, 2006 [1918]) Se refería al advenimiento de los tiempos americanos tras el derrumbe occidental, que ante el curso natural de la historia, el genio de la raza reclamaba sin titubear. Él asumía “que aún no [había] concluido la obra comenzada un siglo atrás con la declaración de la independencia americana” y que hablar de tiempos americanos significaba la hora de una “cultura genuinamente nuestra [argentina]”. En el segundo apartado, “La enseñanza del positivismo”, Taborda, a la vez que reconoce su formación dentro de dicha corriente, pone en cuestión su efectividad y anuncia su obsolescencia. Para él hay una guerra incesante del “hombre contra el hombre”, cuyo proceso de civilidad no ha alcanzado “el esfuerzo realizado por el instinto de la especie para hacer efectiva la convivencia cordial y solidaria de los hombres”; al contrario, “los pueblos europeos [...] levantaron su edificio sobre la base deleznable y transitoria de la desigualdad en el reparto de los bienes”. La noción de reparto de bienes nos introduce en el tercer capítulo, “El Estado”. Encontramos aquí una reseña histórica sobre el origen de esa forma de organización política y un conjunto de referencias a elementos de teoría política, comunes al marxismo y al anarquismo. Para Taborda es claro que el estado reconoce su origen y su fundamento en la propiedad privada. Su existencia, que se remonta a las épocas lejanas de las comunidades primitivas, es la síntesis más fiel del proceso negativo de la lucha del hombre contra el hombre. No importando la forma que asuma el poder (militar, sacerdotal, aristocrático, feudal, burgués), el estado por su origen es para Taborda “un instrumento de lucha y de dominación”. Este punto ha significado la justificación, resultado de una lectura muy superficial, para identificar a Taborda como partidario sin más del anarquismo. Dejemos dicho por el momento que sí hay en Taborda una impronta libertaria que se revela al concebir el estado como instrumento de lucha y de dominación. Taborda identifica un problema mayúsculo en la naturaleza imperialista del Estado, situado en la “inmaterialidad del pensamiento”. El pueblo alemán, de todos los pueblos europeos, es la expresión superlativa de la insania colectiva que ha divinizado la idea de Estado: “El Estado para el Estado; el Estado como un fin definitivo: he ahí el dogma que se deduce de la realidad germánica”. En palabras del autor, “el Estado desligado del hombre y de su condición”. Más adelante retoma su preocupación sobre la inmaterialidad del pensamiento. “La escuela de Maquiavelo”, siguiente capítulo, está dedicado a la naturaleza de lo político. Si el Estado deriva “históricamente del acaparamiento de la riqueza por una minoría”, por consiguiente “no puede corresponder otra política militante que no sea la de clase”, también referida por el autor como “política objetiva”. Esto significa que “la actividad política y el juego de las fracciones cívicas no puede ser otra cosa que una continua manifestación del empeño de los unos de vivir a costa de los otros”. A través de una revisión histórica, Taborda señala que la política militante a cargo de los burgueses, tanto en la Revolución Francesa como en la Industrial, es falaz y embustera. Taborda cuestiona la legitimidad que tienen los partidos políticos, entendidos por el autor como “sindicatos organizados para la conquista del poder”. Ubica su origen en la revolución de 1789. Sin excepción alguna, así como el Estado se impone como un fin en sí mismo, los partidos “aspiran a imponerse ellos; postergan al pueblo”, haciéndose extensivo también al partido socialista, que aun y con la declaración de las más profundas tendencias innovadoras, nada indica que pueda desarrollar una dinámica diferente. Taborda colige que “la política no se ha basado nunca en el ideal”. Hace mención del caso estadounidense: El fraude, la inmoralidad, la astucia y el engaño elevan al gobierno a los mediocres que dirigen las fracciones políticas. Los puestos públicos y las coimas los mantienen. El presupuesto da tanto o más que las minas de hulla que explota Rockefeller. Las concesiones, los fallos de los jueces, la propiedad, el honor, la vida misma de los ciudadanos, depende(n), en Norte América, de los partidos políticos. La alusión que hace a Maquiavelo reside en destacar el éxito de su escuela –y de todas las doctrinas de filiación aristotélica– debido a que “su política guardó siempre una estrecha relación con la realidad”. La política militante, para Taborda, debe contar con el patrimonio del “ideal como expresión suprema del espíritu de un pueblo” y debe adquirir “una verdadera función social”. Esto implica que la política deje “de ser un recurso en manos de las fracciones, se identifique con el pueblo en la práctica y en el fin”. De nueva cuenta, en el sentido de la “inmaterialidad del pensamiento” (noción que había aparecido en el capítulo dedicado a “El Estado”), Taborda discute la exclusión de los hombres de pensamiento de la política, viabilizando el triunfo de los mediocres. El ejercicio de la política militante de clase “ha fomentado, en todos los tiempos, un falso nacionalismo cuyo resultado morboso es el odio al extranjero”, haciendo referencia al Estado potencia de dominación del imperio alemán, “debía ser el kaíser quién premiase el himno al odio del mediocre Lissauer. La política, en este sentido advierte Taborda, ha significado siempre una agresión constante en el orden internacional. Rodó expresó en el Ariel (1900) que en tanto la democracia no enalteciera su espíritu por la influencia de una fuerte preocupación ideal que comparta su imperio con la preocupación de los intereses materiales, ella conduciría fatalmente a la privanza de la mediocridad.13 En esta lógica se sitúa El hombre mediocre (1913) de José Ingenieros: desde las primeras páginas advierte que al poner la proa visionaria hacia una estrella y tender el ala hacia tal excelsitud inasible, “afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad”, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal.14 La figura del mediocre aparece también en el Manifiesto Liminar, relacionada con la burocracia que obstaculiza a la ciencia: “Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza y el ensanchamiento vital de los organismos universitarios no es el fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria.” Ni siquiera la reforma Matienzo significaba una posible solución: “[…] no ha inaugurado una democracia universitaria; ha sancionado el predominio de una casta de profesores. Los intereses creados en torno de los mediocres han encontrado en ella un inesperado apoyo.” La sensibilidad política enaltecía los ideales: “El sentido moral estaba oscurecido en las clases dirigentes por un fariseísmo tradicional y por una pavorosa indigencia de ideales”. En su lugar, Taborda aludió al mediocre a través de la historia política: “Las coronas y los cetros que viejos pergaminos hacían derivar en línea recta de la potestad divina; la púrpura imperial de Carlomagno que durante tantos siglos ornamentó el festín de Belsasar de los mediocres coronados […]”. Para él, el triunfo de los mediocres se debe a que el “ideal como expresión suprema del espíritu de un pueblo no ha sido nunca patrimonio de la política militante”, porque ella “ha limitado el ejercicio de los derechos cívicos a las agrupaciones 13 Véase RODÓ, José Enrique, Ariel, prólogo de Carlos Real de Azúa y cronología de Ángel Rama, Caracas, Ayacucho, núm. 2, 1976. 14 INGENIEROS, José, El hombre mediocre, Buenos Aires, Tor, 1955 [1913], p. 5. formadas para escalar el poder y para defender intereses inmediatos y utilitarios y ha excluido de su participación a los hombres de pensamiento”. En los capítulos subsiguientes: “la justicia”, “la política agraria”, “la política docente” y “las instituciones eclesiásticas”, Taborda se concentra en trazar las tramas que hilvanan su concepción en torno a la política pública. En “La justicia” nos dice que los escritores del derecho público se han visto satisfechos a partir de la creación de los partidos políticos. En este sentido se entiende su afirmación según la cual el Estado saca provecho del llamado derecho público. Así como el “derecho común es el medio por el que se asegura la relación inmediata del hombre con las cosas”, […] “el derecho público sólo existe para aquellos que detentan el poder”, y por lo tanto, “el derecho civil sólo existe para aquellos que [están] ligados a la riqueza por el vínculo de su posesión”. Taborda describe que las instituciones argentinas tienen la huella de la prédica de Alberdi, quien fuera seducido “por el brillo de las doctrinas filosóficas”, “al traer a América las instituciones de derecho público y derecho común de los pueblos de Europa”. Se hace una dura crítica a los hombres argentinos al frente del gobierno ante “la necesidad de dictar una legislación constructiva destinada a proteger el proletariado”. Destaca su incapacidad para observar el desenvolvimiento de los fenómenos sociales, así como su insensibilidad para resolver las cuestiones relacionadas con “la pavorosa contienda entre el capital y el trabajo”. Esto es, a la negación de lo que la tarea del hombre de gobierno debiera ser: la del observador paciente y desinteresada del desenvolvimiento de los fenómenos sociales. “La política agraria”, el sexto capítulo, constituye un tema argentino de gran relevancia para él, en virtud de que “la constitución política de un pueblo deriva en línea recta de la situación jurídica de la tierra”. En este sentido, Taborda recupera la labor de Rivadavia. Para Taborda, hay claramente dos tendencias “perfectamente caracterizadas” que “aparecieron en los primeros tiempos de la independencia en el escenario político argentino”. La primera respondió “a los beneficios por el régimen hispano”, haciendo referencia a “los dueños de la tierra y demás fuentes de riqueza”. La segunda respondió “a los más esclarecidos espíritus de la época, que pretendían legislar en la Argentina de acuerdo con las teorías más avanzadas que se sustentaban en Europa”. Aquí situaba “un grupo poco numeroso, pero selecto”, a quienes les había llegado “el dolor de las antiguas civilizaciones”, comprendiendo “todos ellos con mayor o menor exactitud la causa del malestar de las naciones, a través de los utopistas franceses”, “convencidos de que para hacer efectiva la democracia era menester consolidarla con una constitución económica correlativa”. En este tenor de ideas, es que Taborda reconoció la labor de Rivadavia. Para Taborda, él “se destacó de los ideologismos y tuvo entonces el chispazo genial”. A la par que “se hallaba atareado en combatir los privilegios eclesiásticos, en rebajar los derechos aduaneros sobre los productos alimenticios, los vestidos, los útiles de labranza y los materiales de construcción”; a la vez que “imponía las herencias y meditaba en la supresión de las aduanas y en la empresa de un canal que uniría los Andes con el Plata” –resaltando esto como “la concepción económica y política de más fuste que haya tenido un estadista”–, “culminó su magna obra con la legislación agraria y aventajó de un solo golpe a todos los Solones de la tierra”. Su enfiteusis de 1826 consistió en arrendar las tierras por un término de veinte años, renovable de modo indefinido. Al Estado le correspondería el 4% anual del valor del suelo agrícola y el 8% del suelo de pastoreo, según tasación decenal; y sólo se eximía de tales cánones a aquellos enfiteutas que se instruían en los métodos científicos de cultivar la tierra. No renovándose el contrato, el Estado abonaba las mejoras a su dueño con un espíritu de justicia por cuyo retorno está clamando ahora mismo más de una voz autorizada en el Congreso. Taborda resalta que esta ley fue “un expediente que no tuvo otra finalidad que solventar la deuda pública contraída en 1822”, y que sus autores “carecieron de la visión profética del porvenir de la república”. A esto Taborda argumentaba que, si bien era cierto que “la medida procuraba una salvación en un momento difícil de las finanzas públicas, “resultaba inexacto que Rivadavia y su ministro no comprendieran en todas sus consecuencias y proyecciones el propósito de dicha ley”. Seguido a esto, se encuentra la cita de Agüero, quien señalaba que era “preciso forzar el tiempo y que las autoridades nacionales no se libraran solamente a los que los años puedan dar, y esperar del tiempo las mejoras que los pueblos puedan recibir”. Continúa el argumento de Taborda, al decir que “imputado al progreso del país el ascendente valor del suelo que habían permitido a muchos “levantar fortunas gigantescas en cuatro días” por medio del latifundio, la ley rivadaviana se propuso combatirlo, confiscando la renta no ganada por el esfuerzo personal. En esta lógica, Taborda se atreve a decir que Rivadavia, “le superó en la concepción”, a lo que más tarde vendría a enunciar Henry George, al sentar “con una precisión genial el principio de la socialización de la tierra, ‘porque la apropiación de la tierra (citando a Rivadavia), en vez de ser un derecho del hombre en sociedad debe reservarse al Estado”. Por desgracia, apunta Taborda, este proyecto fue deshecho por la reacción hispano- colonial. “Rivadavia y su constitución no fue vencido por los habitantes del campo en lucha con los hombres de la ciudad, fue vencido por el sistema feudal legado por España”. “La gauchocracia que poco después se apoderaba del poder público, derivaba de los conquistadores hispanos”. Para Taborda, en este sentido, Rosas significó España. Él distinguía claramente que la tiranía provenía del “latifundio bonaerense en complicidad con el feudalismo provinciano”. Así, “el federalismo fue su fruto, fruto sin sazón que no hemos podido madurar en el transcurso de 65 años de constitución política. Lavalle, que no conocía ciencias sociales pero que tenía una delicada sensibilidad, intuyó el advenimiento de nuestros males y creyó conjurarlos, […] fusilando a un caudillo [refiriéndose a Dorrego]. Este hecho para Taborda significó no cosa distinta que la que hacen los anarquistas, “asesinando un rey para abatir un régimen social”. En cuanto a Rosas, para evitar que éste llegara desde el fondo de la Pampa y “se afianzara en la tiranía hubiera sido menester fusilar a todos los estancieros de la provincia de Buenos Aires.” Señala Taborda, “no era pues, como dice Sarmiento [en el libro de Facundo] la lucha de la campaña contra la ciudad, en el fondo, era la lucha de dos sistemas económicos; feudal, el que combatía desde la estancia; revolucionario, el de la ciudad.” Del párrafo anterior conviene destacar un par de observaciones evidentes en relación a las continuidades y rupturas en las ideas medulares de Taborda a lo largo de su producción intelectual. La primera es su relación con el federalismo: mientras que en este texto se aleja de él, vinculándolo con la figura de Rosas, hacia la década de los treinta, según veremos, se aproxima y lo personaliza, no en la figura de Rosas, sino en la del caudillo Facundo. La segunda tiene que ver con el distanciamiento que muestra respecto de la idea de España, como concepción de lo colonial, posición común en esos años. Véase esta misma orientación en Ingenieros. Se observa de nueva cuenta un alejamiento evidente respecto del antecedente hispano colonial, posición que para la década de los treinta será contraria, al reconocer en España uno de los antecedentes de pertenencia argentina en cuanto a la conveniencia de retomar el modelo de administración municipal colonial. En el capítulo siguiente, “la política docente”, se plantea unos de los puntos capitales de la obra escrita de Taborda: el sistema educativo argentino, caracterizado por la confluencia de dos sistemas: el político y el cultural. “Los institutos de enseñanza [para él] son el crisol en que se plasman y se modelan la contextura psíquica y afectiva de los pueblos”. En el marco de los regímenes autocráticos, Taborda critica al positivismo en cuanto ideología hegemónica: “Conocedores de las fuerzas biológicas o naturales, adormecen los instintos egoístas, los rectifican y reforman, los encauzan y los dirigen, de una manera calculada para asegurar la existencia de la forma consagrada, del Estado que se ha impuesto, de la casta, de la clase o de la agrupación que gobierna por medio del Estado”. Destaca del modelo democrático francés “la relativa libertad con que se desarrollan sus fuerzas”, en contraste con el español, caracterizado por “su obstinada resistencia al libre juego de las corrientes que actúan en su seno”. En las colonias americanas, “la política docente de España […] se redujo a consolidar el estado de cosas clérico-monárquico”. Una vez “establecidos los nuevos Estados americanos sobre la base teórica de la democracia”, era de esperarse “que la función de las instituciones educativas se [amplíe] en el sentido de formar la mentalidad de los hombres destinados a vivir y a realizar la nueva fórmula social”, sin embargo esto no ocurrió, “las instituciones docentes se nos presentan sin rumbo determinado y sin un propósito que [guarde] relación con los principios que presidieron el nacimiento de la nacionalidad”. Taborda reivindica la labor de Rivadavia en este sentido, en cuanto a haber tenido la sagacidad de mantener una correspondencia entre el sistema educativo y el régimen de tierra libre, y reconoce la labor educativa de Sarmiento en tanto haber sido expresión de la alta política americana. No obstante el acecho sobre la constitución del año ‘26, desde sus raíces mismas, “borró la ley de enfiteusis y cerró todas las escuelas”. Para Taborda, discorde con estas ideas, advertía que era consecuencia del divorcio de la cultura con la democracia. Las universidades, tanto las primeras, entre ellas la de Córdoba, como las de reciente fundación, no han entendido “en su integridad el pensamiento democrático”. El plan de enseñanza que debe atender una universidad americana debe ser ante todo un programa de democracia. Taborda señala que cualquier enseñanza dirigida por un credo es imposición y no enseñanza. “La universidad de la democracia debe referirse al conocimiento de la vida, identificándose con ella, aclarándola, iluminándola, dondequiera se manifieste, en la calle, en la plaza, en el taller; en las ciudades y en los campos”. El malestar, a decir de Taborda y también de Deodoro Roca, no reconocía su solución al interior de la institución universitaria porque los síntomas los provocaba la discordancia entre la cultura genuinamente argentina y la democracia. Se destaca que esa admiración que aquí manifestó tener Taborda por Sarmiento en tanto expresión de la alta política americana, diferirá críticamente hacía los treinta. Entonces cuestionará el carácter americanista de Sarmiento a través de su fórmula dicotómica barbarie- civilización y del énfasis sobre la autenticidad de la cultura argentina. Al tratar el tema del mito facúndico ahondaremos en esta discusión. Puede apreciarse que Taborda continúa la línea rivadaviana trazada por Sarmiento, misma que prosiguió el rosarino David Peña en su clase de historia argentina en la Facultad de Filosofía y Letras, en 1899. En el siguiente apartado, “las instituciones eclesiásticas”, se analiza la función real y efectiva de las instituciones eclesiásticas coloniales y de la encomienda, a sabiendas de haber sido depositarios de la religión importada por los españoles, convertida aquí en “un paganismo vulgar y grosero, acaso por la ausencia de ideas morales”. Taborda diferencia la organización del sentimiento religioso en las colectividades simples como fuerza de cohesión de las creencias promovidas por las instituciones eclesiásticas, que, semejantes a las instituciones militares, “han sido siempre un poderoso apoyo del absolutismo laico al que han absorbido en muchos casos constituyendo a su vez un absolutismo teocrático”. Al parecer este apartado había sido publicado en una revista en 1909. En el apartado dedicado a “la moral”, Taborda redondea las concepciones morales, jurídicas, religiosas y artísticas, y el espacio donde se han reflejado “en todos los tiempos y en todos los países, ese estado de beligerancia social”. Muestra la existencia de dos morales, o el carácter ambiguo de la moral, según se quiera ver, que deriva de una actitud universal, consciente y deliberada, “la una para los amos, la otra para los oprimidos”. Esto ha sido resultado de que el trabajo se ha tomado como riqueza y ésta, como símbolo de independencia. Los males domésticos, según Taborda, de los que adolecen los pueblos americanos “son frutos morbosos de las costumbres europeas, sedimentadas por las corrientes inmigratorias”. En este sentido, el autor hace mención de la “doctoromanía”, como los designios que distinguen a las personas para vivir solamente del presupuesto. La moral, según Taborda, debe estar relacionada con el fenómeno social, próxima a un concepto común de justicia. “Rectificar a Europa” es el apartado en el que Taborda, una vez planteados “los valores creados o adoptados de una civilización que ahorra cierra un ciclo”, da paso a una suerte de introspección de índole política que supone el deber americano. A decir de Taborda: Europa ha fracasado. Ya no ha de guiar al mundo. América, que conoce su proceso evolutivo y así también las causas de su derrota, puede y debe encender el fuego sagrado de la civilización con las enseñanzas de la historia. ¿Cómo? Revisando, corrigiendo, depurando y trasmutando los valores antiguos, en una palabra, rectificando a Europa. Europa dio a América “todo lo bueno que podía darnos” pero al “imponernos su fórmula social, nos endosó sus vicios y sus fallas”. América necesita “romper el compromiso que liga su cultura a la cultura europea”. Se hace alusión a la noción de originalidad ante la europeización dominante durante y después del Coloniato. Taborda entiende la originalidad a partir de “la creación de instituciones civiles y políticas que guarden relación con nuestra idiosincrasia”. El siguiente apartado, “los síntomas del mal”, comienza anunciando la tarea más urgente y apremiante: “poner manos a la empresa de reducir ‘el enemigo’ que llevamos con nosotros por obra de la herencia y del contagio”, quien ya prospera en el medio americano, y debido a “que las mismas causas producen resultados idénticos”, tarde o temprano, América “sufrirá las consecuencias de una guerra más bárbara y sangrienta, que la guerra europea del presente”. En el contexto de la modernidad, Taborda critica en la figura de Ingenieros la clave positiva con que se ha enseñado a referir los problemas del mundo y de la vida con datos cada vez más ponderados de las ciencias naturales. Esta mención adquiere mayor relevancia si añadimos que este ensayo fue dedicado a José Ingenieros, pudiéndose entender esta dialéctica ya sea como parte de un reconocimiento intelectual y, a la vez, de un parricidio intelectual, develando la insuficiencia e impertinencia de sus ideas en el cobijo de las nuevas necesidades americanas. Veamos cómo se explicita esto en el texto: Ingenieros, que es sin disputa una de las más fuertes y robustas mentalidades del continente, no ha podido referirse a la política americana sin imbuirla de conclusiones biológicas. Para él es evidente que “cada agregado social tiene que luchar por la vida con los que coexisten en el tiempo y lo limitan en el espacio. Los más fuertes vencen a los más débiles, los asimilan como provincias o los explotan como colonias”. La potencia de un pueblo reside en su riqueza y en su fuerza. La consecuencia inevitable y necesaria de esta premisa es el imperialismo que él define como una “función tutelar de las grandes naciones sobre sus vecinos pequeños”. (p. 137, 2006 [1918]) A pesar del posible parricidio intelectual, es cierto que Ingenieros, también impactado por la guerra, mostró apertura a las nuevas ideas en boga. A decir de Francisco Romero,15 uno de los primeros críticos del positivismo fue José Ingenieros, a través de las Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía,16 publicadas en 1919, tres años después de la primera visita de Ortega y Gasset a Argentina. Coriolano Alberini relató que Ortega se asombró del positivismo reinante en la Facultad de Filosofía, refiriéndose a la Universidad de Buenos Aires, evidenciado el desfase de la filosofía respecto de las nuevas corrientes del siglo XX. Ortega y Gasset señalaba que la Argentina, como el resto de los países latinoamericanos, carecía de pensamiento filosófico original.17 Taborda identificó esta clave positiva, en la que “el imperialismo aparece como una función tutelar y no de conquista”, también culpable de haber arrastrado a Europa a la tragedia. No deja de llamar la atención la temprana alusión de Taborda a “los discípulos de Nietzsche que adoran al maestro sin entenderle y le siguen con la docilidad con que sigue a un amo”.18 Para Taborda la guerra europea significó el choque de dos sistemas jurídicos: “Alemania y Austria-Hungría son pueblos fuertes por sus riquezas y por sus ejércitos” vs. “Francia, que sólo es fuerte por sus riquezas y por su espíritu”. Taborda destacó que “Verdun [era] la prueba del fuego de la libertad”. Taborda recorre el panteón de héroes argentinos: “’gobernar es poblar’ enseñó Alberdi. Sarmiento trajo sabios; Rivadavia agricultores”. Critica la acción de Alberdi porque “poblar, sobre todo de la manera insensata y sin cordura con que lo han hecho las repúblicas de América, es hacer agregaciones de personas, es formar cosmópolis sin alma y sin ideal”. Para Taborda, “gobernar, en el más alto sentido del vocablo, en el sentido puramente americano, es innovar, es corregir, es depurar los valores sociales creados por las formas precedentes”. Vemos como Taborda manifestó una valoración poco positiva de los efectos que los inmigrantes tuvieron para la Argentina en cuanto a generar componentes identitarios genuinos. No obstante, arguye que “no es que nuestros hombres del pasado ignorasen y dejaran de prever el porvenir de grandeza” a partir del modelo europeo. Lo que sucedió, según Taborda, 15 ROMERO, Francisco, Sobre la filosofía en América, Buenos Aires, Raigal, 1952, p. 39. 16 INGENIEROS, José, Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía, Buenos Aires, Rosso, 1919. 17 MOLINUEVO, José Luis (ed.), José Ortega y Gasset Meditación de nuestro tiempo, las conferencias de Buenos Aires, 1916 y 1928, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 12. 18 Según Carlos Casali, Taborda puede estar aludiendo a Lugones al referirse a “los discípulos de Nietzsche”. es “que estaban demasiado imbuidos en el ambiente en que se habían educado para que no creyeran con toda buena fe, con toda el alma, que para ello bastaba con traer al nuevo mundo el comercio, la industria, el arte y la ilustración elaborados en Europa”. Taborda destaca nuevamente la singularidad de la labor de Rivadavia, quien “tuvo un instante en sus pupilas la visión del destino americano” con su política agraria. Seguido de este capítulo, aparece “la beligerancia americana”,19 en el que se describe la inminente disyuntiva política en que ha situado la guerra a toda América: neutralistas o aliadófilos. “Llamémonos a juicio”, escribe Taborda. El mesianismo histórico de América le obliga estar con ni una ni la otra, sino “consigo misma”. Oigamos la proclama de nuestro autor: Forje América el escudo de su ideal para oponerlo al invasor esperado y presentido; forje América el escudo del ideal refundiendo en su crisol los valores ya caducos si no quiere sentirse sojuzgada. El ideal no se conquista. Y el ideal es el alma de los pueblos. ¡América, la hora! ¡América, la democracia! El capítulo posterior, el punto álgido de estas reflexiones, se refiere a “la democracia americana”. Aquí nos encontramos con varias ideas que en 1933 Taborda volverá a trabajar en su texto La crisis espiritual y el ideario argentino. Ahora comienza delimitando la democracia americana. Tras revisar diferentes casos de países que practican la democracia, el autor señala que “el pensamiento americano no puede ver en tales nociones una definición de su ideal”. Para él, La democracia es una concepción general de la vida y se refiere al proceso universal de la civilidad. Es, a la vez, la conciencia del esfuerzo continuado de la especie hacia la realización de su destino superior y el proyecto inteligente que rectifica el pasado para realizarlo sobre él en un momento próximo o remoto. […] La democracia americana no se concreta a ser una función electoral;20 la comprende, como comprende también a la justicia, a la propiedad, a la educación, a la religión, al arte y a 19 Alguna relación probablemente pueda haber con la publicación de Leopoldo Lugones, Mi beligerancia, en 1917. No obstante, mientras que Lugones se mostró desde un inicio aliadófilo, no así el caso de Taborda, que se pronunció neutralista. 20 Durante la última etapa de los gobiernos oligárquicos se logró un paso relevante en materia democrática, relacionado a la transformación de las condiciones electorales que hasta ese entonces eran manipuladas desde el gobierno o abiertamente fraudulentas. El presidente del país era elegido por un sector restringido sobre el acuerdo mayoritario en la élite del poder hasta que en 1912, el presidente Roque Sáenz Peña promulgó una ley (conocida como Ley Sáenz Peña) por la cual el voto pasó a ser obligatorio, secreto y “universal”, comprendiendo toda la población masculina mayor de 18 años. Para 1918, Sáenz Peña había fallecido cuatro años atrás. Lo que se propuso políticamente con esta Ley General de Elecciones fue acallar la conflictividad social que reinaba en aquel entonces. El avance de los anarquistas ya era una amenaza para aquellos detentadores de los intereses económicos y burocráticos del país. De este modo, el voto universal actuaba como una válvula de escape para el pueblo argentino, siendo también una forma de restar interés a las propuestas libertarias que pretendieron organizar la la moral. No está sólo en el comicio; está también en el pupitre de la escuela, en la oración del creyente, en la inspiración del poeta y en la canción del yunque. Respecto de los comicios, merece ser advertida “la concepción de la democracia como función electoral contiene todavía una grave inexactitud: la soberanía popular como fundamento de la libertad de sufragio”. La soberanía popular, entendida como “la autonomía de la comunidad para la realización de su destino”, equivale a decir que “la igualdad es indiferente” en el contexto de la democracia americana. “En ella solo es igual el punto de partida. No es nivelación de capacidades y de estados; es simple posibilidad de desarrollo”. No más Estado de clase, no más política de clase y de fracciones; no más justicia con distingos; no más propiedad monopolizada e inmovilizada; no más ilustración unilateral; no más instituciones eclesiásticas como elemento de dominación; no más moral de esclavos: la democracia americana es el fallo inapelable, irrevocable, que expropia en beneficio de los pueblos el Estado, la política, la justicia, la propiedad, la ilustración, la religión y la moral. La democracia americana se nutre “del pensamiento y de la vida”; no es “una fórmula elaborada por el cerebro de tal o cual pensador” sino “la expresión sensible de un estado de simbiosis”. Una formulación más concreta de esta idea de democracia es la de “estado social cooperativo”. Contra esa concepción cooperativista atentan el individualismo tanto como el colectivismo. Taborda considera desacertado y equívoco el aniquilamiento de un régimen de gobierno en el contexto de las prácticas libertarias. Esto nos permite matizar el costado anarquista de nuestro autor. Si bien Taborda concibe al Estado como una fuerza de dominación, no significa que entonces haya que prescindir de él y, por ende, de un régimen político. La idea sola de concebir el estado como instrumento de dominación no convierte a Taborda en un anarquista. Una de las finalidades de este texto es la de enunciar los males que llevaron a la civilización occidental al fracaso y sensibilizar a los hombres que están al frente del gobierno argentino de los fenómenos sociales. Taborda no concibe un régimen que prescinda del Estado; su argumento parte de la ausencia del fenómeno social en el estado argentino y entonces advierte sus peligros. En su lugar, él concibe un estado social cooperativo que debe ser plasmado en una democracia americana. sociedad soslayando la presencia gubernamental. Con la ley del sufragio “universal” se ambicionaba suscitar la benevolencia en el pueblo hacia las autoridades gubernamentales por ser éste el que les estaba permitiendo elegir a sus gobernantes. “El ideal político de la filosofía”, el siguiente apartado, nos sitúa en la máxima de Protágoras “el hombre es la medida de todas las cosas”. Taborda señala que “el hombre es el sujeto de la vida”, por ende “el hombre es el fin de la democracia”. En este sentido este capítulo se sustenta en la filosofía, entendida “como el pensamiento humano proyectándose constantemente sobre la condición del sujeto de la vida”. Se busca que la democracia americana concilie y armonice los mirajes propuestos por los dos mil seiscientos años trascurridos desde la formulación de este pensamiento. Apreciar el esfuerzo de la filosofía significa “desligarla, rescatarla de los intereses materiales que la desnaturalizan”, […] “es la obra que corresponde realizar a la democracia”. Para que la filosofía se afirme hasta ser el triunfo del pueblo, Taborda piensa que “ella debe quitar de las manos de los déspotas las obras de Hegel y de Aristóteles”. Para Taborda, su concepción de democracia americana no está enfrentada ni con el individualismo y tampoco con el colectivismo. “Tanto el uno como el otro no llegarán nunca aunque caminen siempre por distintos senderos sino a un punto de destino común, el hombre, que es el sujeto de la vida doquiera que la vida se manifieste”. La democracia, entendida como advenimiento del hombre, termina suprimiéndose a sí misma en cuanto forma de gobierno: “la aparición del hombre será […] el punto final de la democracia”. Continuamos con “el programa de la democracia”. En él se reúnen las ideas que el autor fue problematizando a lo largo del texto: el Estado, la justicia, la escuela, la Iglesia, la moral. En torno a la relación entre la democracia y el Estado: “la democracia americana es la integración del Estado. Lo acepta y lo reconoce como una realidad histórica”. No obstante, porque el Estado es resultado de la necesidad del pueblo, sólo puede subsistir para beneficiar al pueblo. La democracia americana reconoce un Estado sensible a los fenómenos sociales, lejos de repudiarlos. “Lo quiere así como cooperación para la paz, lo quiere así como cooperación para la simbiosis de los hombres sin diferencias ni distinciones, sin vencidos ni vencedores, sin clases, ni castas, ni partidos, ni fracciones”. La noción de cooperativismo está definida a partir de que el Estado es resultado de un fenómeno de conciencia colectiva, se identifica así a la voluntad de la nación entera. “Así, la democracia americana salvará y pondrá en práctica para bien de todos los hombres el más preciado tesoro espiritual de la cultura antigua”. Presenta aquí Taborda una concepción –para ese momento– utópica del Estado, que podría encontrar en suelo americano su posibilidad de realización. Vemos aquí una evidente reminiscencia de platonismo: la democracia americana en cuanto gobierno de la opinión pública que es “volición social consciente e ilustrada” atribuye a “los sabios la dirección de los negocios públicos”. “La justicia de la democracia americana, de la misma manera que la política, ha de ser la fiel expresión de la conciencia jurídica del pueblo”. En relación a la enseñanza, debe ser menester de esta democracia “que no haya un solo analfabeto”. “Los institutos han de ir al pueblo”. La democracia americana no puede ser enemiga de la creencia religiosa, en tanto no sea un elemento de dominación, sino la restitución de “la creencia al único santuario donde es grande: al santuario de la conciencia”. Por último, la moral americana “es la norma de conducta que emana del Esfuerzo”. En el marco de la democracia americana, la moral del Esfuerzo es la moral de la vida. Finalmente, “las ciudades” es el apartado que cierra este ensayo, en el que se hace referencia explícita a la cultura antigua como el más preciado tesoro espiritual. Derecho, Justicia, Amor y Belleza son los pilares de la humanidad, a partir de los cuales está construido el pensamiento filosófico. A lo largo de los 2600 años que Taborda delimita, tenemos la enunciación de leyes que no han girado en torno al hombre como su eje. En el llamado a esa cultura antigua, Taborda se pregunta ¿retornarán los dioses? 21 La exaltación de la cultura antigua como referente de un baluarte espiritual en el contexto es propia del estilo modernista, muy al estilo arielista, en tanto alusiones a las culturas lejanas como deseo de trascender la realidad en la cual los escritores de este movimiento vivían. Lo exótico es rasgo característico de esta escuela al incluir en su temática la Grecia eterna, el lejano Oriente, a la Francia de la época borbónica a los y mitos clásicos, germánicos y precolombinos. Esto les llevó a rememorar imágenes tomadas de culturas exóticas, europeas, de Oriente o pertenecientes a otras épocas, como es el caso de la apelación de la Cultura Antigua. 21 Esta pregunta, ¿retornarán los dioses?, se plantea nuevamente en La crisis espiritual y el ideario argentino (1933), en torno a “la áspera crisis en que hoy se debate la concreta existencia del hombre, la técnica mera y simple que señorea sobre sus ruinas, sobre las cosas y sobre las almas, acaba de anunciarnos, por la telefonía sin hilos de un avión lanzado sobre el Olimpo, la ausencia de los dioses...” TABORDA, Saúl, La crisis espiritual y el ideario argentino, Universidad Nacional del Litoral, 1933, p. 25. 2.2 La identidad latinoamericana del arielismo En 1898, Ruben Darío publicó “El triunfo del Calibán”, donde deja a un lado la sutileza y se lanza contra los bárbaros del norte, denunciando el peligro de un pragmatismo y un materialismo desmedidos en virtud de la penetración política y cultural norteamericana en América Latina. No, no puedo, no quiero estar de parte de esos búfalos de dientes de plata. Son enemigos míos, son los aborrecedores de la sangre latina, son los Bárbaros. Así se estremece hoy todo noble corazón, así protesta todo digno hombre que algo conserve de la leche de la Loba.22 De acuerdo con Weinberg, ella señala que este primer “Calibán” de Darío, está más próximo al Calibán de Renan en Suite de Tempéte que al de La tempestad de Shakespeare. Sus argumentos residen en la consagración que, con el modernismo, la intelectualidad latinoamericana hace de la cultura francesa el modelo y puente con la civilización europea. Por otra parte, la interpretación del Calibán de Renan (1877) estuvo planteada en términos de la sociedad de su época, recuperando “el carácter no civilizado de Calibán, que progresivamente se erige en representante del pueblo bajo, iletrado, [contrapuesto] al idealismo de Ariel.”23 Darío encontró en la preocupación de Renan la posibilidad de reinterpretar la amenaza del materialismo sobre la espiritualidad para describir lo que también acechaba en América Latina. Vio en Calibán a los Estados Unidos como potencia expansionista, representada así la civilización norteamericana que Ariel debía vencer. Ariel, concebido en 1898 y publicado en 1900, se constituyó en un libro clásico y fundamental, porque en él quedaba claramente delineado un programa para la cultura latinoamericana del siglo. Atendiendo al momento histórico en que apareció Ariel, la expansión continental de los Estados Unidos y el éxito de sus valores pragmáticos y materialistas, es que Rodó instó que América Latina debía desarrollar sus propios valores espirituales, “el genio de su raza”, para ello propuso como símbolo de semejante proyecto al personaje Ariel, contrapunto de Calibán (anagrama de caníbal) que simboliza al craso utilitarismo estadounidense. El Calibán de Rodó, siguiendo la lógica de Weinberg, cobra sentido a través de 22 El artículo salió publicado en El Tiempo, en Buenos Aires, el 20 de mayo de 1898. 23 WEINBERG, Liliana, “La identidad como traducción. Itinerario del Calibán en el ensayo latinoamericano”, Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, vol. 5, núm. 1, enero-junio 1994, www.tau.ac.il/eial/V_1/magis.htm la reinterpretación que Darío hizo de la fuente indirecta, es decir de la adaptación de Shakespeare realizada por Renan. Fue en torno a esta reacción ideológica que se entretejió una profunda y compleja complicidad intelectual y afectiva entre Rubén Darío (1867-1916) y José Rodó (1871-1917). Tanto el escrito centrado en el análisis de Azul y Prosas profanas como la necrológica breve con motivo del fallecimiento de Darío en 1916 son muestra de la gran admiración que Rodó tuvo por él. De manera inversa, en 1905, Darío apareció Cantos de vida y esperanza, dedicado a Rodó. El pensador uruguayo estimaba que la espiritualidad de Ariel no se situaba en la cultura del país norteamericano. Tal espiritualidad fincaba sus raíces en el ideal grecolatino de belleza y el ideal cristiano de caridad, componentes indispensables para forjar una sociedad moderna valiosa no sensualista. Pero una sociedad así debía basarse en un sistema democrático, que capacitaría a los mejores para ubicarse como dirigentes y aspirar a una cultura superior. Por el contrario, una sociedad sólo preocupada por valores materiales se condena irremediablemente a la mediocridad. Contra esto, la salvación es la que procura la elite de los mejores, encarnada en los jóvenes intelectuales que contribuirían a elevar a su sociedad sobre el materialismo. Rodó creyó encontrar así una solución cultural a la profunda problemática económico-política de América Latina. A diferencia de Renan y su concepto aristocratizante de la cultura, Rodó no negaba que una democracia funcional debía basarse en un nivel de vida adecuado y en igualdad de oportunidades educativas para todos. Ello era el prolegómeno para algo más grandioso, la constitución de un ideal supranacional que tenía que conducir a la unidad de las fragmentadas naciones latinoamericanas, inspirando así a los pueblos y a los individuos un alto sentido de acción más allá de los meros fines nacionales. En tanto que un sólo país podía tener poca tradición cultural, América Latina, considerada como una totalidad, poseía una vasta y profunda tradición. Rodó descubrió que entre las naciones latinoamericanas preexistía unidad cultural por encima de las diferencias que las separaban. El concepto arielista de integración y unidad cultural latinoamericana, probablemente fue la contribución más importante de Rodó a la ideología nacionalista burguesa de su tiempo. Al ensayista uruguayo empero no se le ocultaban los efectos del impacto y acelerada penetración de la cultura estadounidense en América Latina, por lo que la cruzada arielista tenía igualmente como objeto combatir la nordomanía que padecían los latinoamericanos. Nordomanía consiste en la búsqueda a toda costa de asimilarse a los valores pragmáticos y materialistas de Estados Unidos, perdiendo en consecuencia los valores del espíritu. Debía evitarse que el Ariel latinoamericano se transformara en el Calibán estadounidense. Para ello, Rodó promovió la reivindicación de todo nuestro pasado, que va desde el grecolatino hasta la cultura francesa, pasando por el hispánico. Sin embargo, aun y cuando en Ariel Rodó no hizo una sola mención de Estados Unidos, ni siquiera de su actitud intervencionista o de su representación como Calibán, es inevitable pensar que los peligros a los que los valores del espíritu podían ser vulnerables era precisamente, a aquellos valores pragmáticos y materialistas que Estados Unidos venía reflejando a través de su interés panamericanista. Acerca del antiimperialismo rodoniano, se destaca el aporte de Rodríguez Monegal, al rescatar y enfatizar un texto muy poco conocido de Rodó, en el que se puede apreciar su preocupación antiimperialista. Para ello, señala el autor, es necesario reconocer “tautológicamente que Rodó es Rodó”.24 El texto es un editorial del periódico El Telégrafo, que, como es de imaginarse, apareció publicada sin firma. El ejemplar es del día 4 de agosto de 1915. Decía así: En principio, toda intervención extranjera en asuntos internos de un estado soberano, máxime cuando estos asuntos no tienen complicaciones de hecho que hieran directamente las inmunidades o la dignidad de otros Estados, debe excluirse con resuelta energía, haciendo de esa exclusión uno de los fundamentos esenciales de toda política internacional americana. Aceptar transacciones o condescendencias en la aplicación de ese principio significaría un gravísimo precedente, que, más que a nadie, debería alarmar a las naciones de escasa extensión territorial, condenadas –si ese criterio quedase autorizado– a la afrenta de las intervenciones de afuera, siempre que la apreciación, justa o injusta, de sus vecinos poderosos creyera llegada la oportunidad de inmiscuirse en sus querellas internas.25 La editorial continúa con el análisis detallado de la política intervencionista de Estados Unidos. Veamos como sigue: La política internacional de los Estados Unidos del Norte tiene antecedentes conocidos, en cuanto a su injerencia en las cuestiones domésticas de los pueblos de este Continente. El propósito de intervención que ahora se insinúa resultaría en cualquier caso lógico y consecuente con esa orientación histórica de la política norteamericana, pero para los demás pueblos del Nuevo Mundo –consultados con cortés oficiosidad– se presenta la ocasión de resolver si les toca cooperar, directa o indirectamente, al desenvolvimiento de una norma internacional que tienda a establecer, en América, algo como una tutela protectora y filantrópica de los fuertes y ordenados sobre los débiles y revoltosos. Que, valida de la superioridad de su fuerza, la poderosa nación del Norte haya efectuado sus intervenciones desenmascaradas, como en Cuba y Panamá, y ejerza una intervención constante y encubierta en los negocios públicos de otros Estados hispanoamericanos, es cosa que no constituye gran baldón para las demás repúblicas del Continente si se considera que no les es exigible con justicia una acción internacional proporcionada a los medios y recursos 24 Ibídem, p. 496. 25 Citado en el texto de RODRÍGUEZ MONEGAL, p. 499, tomado de las Obras de Rodó (pp. 1078-1079). de su enorme vecino. Pero que todo eso vaya a continuar y completarse con el conocimiento expreso y la colaboración complaciente de los propios pueblos de la América Latina, es una aberración que jamás podrá disculparse y contra la cual deben prevenirse seriamente los gobiernos consultados para dar forma al propósito interventor de que se habla.26 En este sentido, el arielismo, en la lógica de parábola de la meditación política americana de Rodó,27 expresó una visión idealista de la cultura latinoamericana como modelo de nobleza y elevación espiritual en contraposición a la cultura de los Estados Unidos como ejemplo de sensualismo y grosería materialista, fundada en una concepción elitista que debía guiar a la sociedad siguiendo un ideal desinteresado. 2.3 La función histórica de Las reflexiones sobre el ideal político de América28 En tanto su originalidad creadora, la difusión del Manifiesto liminar significó uno de los episodios más representativos del movimiento reformista.29 El 21 de junio de 1918 (seis días después del estallido del movimiento) fue publicada la proclama en una edición extraordinaria de La Gaceta Universitaria, órgano de los estudiantes, dirigida “A los hombres libres de Sudamérica”. Simultáneo a este episodio se celebró el Primer Congreso Nacional de Estudiantes Universitarios. Al término, Taborda ofreció una cena en su casa a varios de los congresales, a quienes les “aportó su reciente libro, escrito con vistas a los actores del movimiento, titulado ‘Reflexiones sobre el ideal político en América’ (en adelante, Reflexiones), y lo expuso en síntesis.”30 El ensayo se compone de dieciséis reflexiones que giran en torno a los síntomas del mal que padeció la decadente civilización occidental: el Estado, la política, la justicia, la propiedad, la ilustración, la religión y la moral, con el sólo objetivo de edificar el ideal americano a través de la fórmula histórica de la democracia americana. Leamos la 26 Ibídem. 27 Tomado del artículo, fundamental para el entendimiento del antiimperialismo de Rodó: RODRÍGUEZ MONEGAL, Emir, “Sobre el Anti-imperialismo de Rodó”, Revista Iberoamericana, Universidad de Pittsburgh, núm. 80, vol. XXXVIII, julio-septiembre de 1972, pp. 495-501. 28 Las citas tomadas para este resumen fueron tomadas de la edición 2006, accesible en: www.cecies.org/imagenes/edicion_113.pdf (Reflexiones sobre el ideal político de América, Comentarios de Carlos Casali, Buenos Aires, Grupo Editor Universitario, Colección Pensamiento Nacional e Integración Latinoamericana, núm. 6, 2006). 29 Cf. BOURRICAUD, François, Los intelectuales y las pasiones democráticas, México, UNAM, 1989. 30 Notas de Gabriel del Mazo dirigidas a Sergio Díaz. “Caja Taborda”, Archivo personal de José Aricó, Biblioteca “José Aricó”, Universidad Nacional de Córdoba. Como modo de recepción, podemos encontrar este hecho a grandes rasgos en el texto de Roberto Ferrero: Saúl Taborda de la Reforma Universitaria a la Revolución Nacional (Alción Editora, Córdoba, 1998, p. 48). impresión de uno de los asistentes esa noche. Del Mazo31 cita las siguientes palabras que Taborda pronunció aquella noche: Es urgente hacer de modo que la manía furiosa de europeización que nos domina no nos impida ser originales, esto es, americanos, por la creación de instituciones civiles y políticas que guarden relación con nuestra idiosincrasia. Que América no esté circunceñida a pensar, sentir y querer como piensa, siente y quiere Europa.32 Su gran amigo, Deodoro Roca estuvo a cargo del discurso del cierre del Congreso. En una transparente sintonía con las ideas de Taborda en torno a América, expresó las siguientes palabras: Faltan hombres y hombres americanos. Andamos por la tierra de América sin vivir en ella. Debemos adentrarnos en nosotros mismos y encontrar los hilos que nos atan a nuestro universo. Esto no significa que nos cerremos a la sugestión de la cultura que nos viene de otros continentes. Significa sólo que debemos abrirnos a la comprensión de lo nuestro.33 La percepción que de Roca y Taborda se tenía por aquellos años, leamos lo que Gabriel del Mazo escribió al respecto: “Saúl Alejandro Taborda y Deodoro Roca […] fueron dos maestros jóvenes que todos en 1918, en la orfandad, conseguimos; pero particularmente, lo fueron en el sentido de la autenticidad cultural que la Reforma había señalado como un deber.” Y agrega: “En 1918, Taborda tenía 33 años y Deodoro 26. Desde entonces, siempre estuvieron unidos con nosotros los estudiantes, y entre sí. Les tuve tanto afecto como admiración. Eran dos argentinos.” 34 De la cita de Gabriel del Mazo, el reconocimiento de “jóvenes maestros” que tenían Roca y Taborda, en tiempos de “orfandad”, constituía “el drama de una ansiedad discipular sin respuesta, o con la indignante falsificación de una respuesta […] por eso la autodocencia [era] 31 Gabriel DEL MAZO (1898-1969). Ingeniero, político y parlamentario radical, nacido en Buenos Aires. Uno de los líderes de la Reforma Universitaria de 1918 y presidente de la Federación Universitaria Argentina en 1920. 32 Notas de Gabriel del Mazo dirigidas a Sergio Díaz. “Caja Taborda”, Archivo personal de José Aricó, Biblioteca “José Aricó”, Universidad Nacional de Córdoba. Como modo de recepción, podemos encontrar este hecho a grandes rasgos en el texto de Roberto Ferrero: Saúl Taborda de la Reforma Universitaria a la Revolución Nacional (Alción Editora, Córdoba, 1998, p. 48). El fragmento forma parte del libro, en el apartado “Rectificar a Europa”. 33 Notas de Gabriel del Mazo dirigidas a Sergio Díaz. 34 Notas de Gabriel del Mazo dirigidas a Sergio Díaz. Gabriel del Mazo se convirtió en uno de los referentes cardinales del movimiento universitario debido a las compilaciones más completas acerca del movimiento y la cantidad de referencias de primera mano que en ellos podemos encontrar. Reforma Universitaria y cultura nacional, compilación y notas, pról. Luis Alberto Sánchez, Buenos Aires, 1947; Estudiantes y gobierno universitario. Bases doctrinarias y técnica representativa en las universidades argentinas y americanas, Buenos Aires, El Ateneo, 1946; La Reforma Universitaria, “El movimiento argentino (1918-1940)”, La Plata, Ediciones del Centro Estudiantes de Ingeniería, Universidad de la Plata, tomo I, 1941; La Reforma Universitaria Prolongación Americana (1918-1940), compilación y notas, La Plata, Ediciones del Centro Estudiantes de Ingeniería, Universidad de la Plata, tomo II, 1941; La Reforma Universitaria Ensayos críticos (1918-1940), compilación y notas, La Plata, Ediciones del Centro Estudiantes de Ingeniería, Universidad de la Plata, tomo III, 1941. la única salida en el conflicto.35 Fue casi simultáneo en toda América Latina, restándole consistencia casi por completo al positivismo, según Luis Alberto Sánchez, […] que fue precisamente en este escenario distintivo [el del neoidealismo bergsoniano] en el que surgió el movimiento de reforma.36 En 1918, Roca hizo referencia al autodidactismo y sus significaciones. Atendamos lo que dijo al respecto: Vivimos en perpetua improvisación de hombres y cosas. Por cada uno que se logra, noventa y nueve muerden el polvo del fracaso. El único maestro cierto que existe, es, por otra parte, caprichoso: se llama Azar. Entre nuestros mismos escritores las pocas individualidades originales son, ciertamente, autodidactas.37 La autoenseñanza fue una de las líneas de acción que caracterizó a la juventud reformista. Si el movimiento tuvo maestros no los había encontrado en las aulas universitarias, sino fuera de ellas. Las aulas no tenían nada que enseñar. En el Manifiesto se describió “cuando la oscura universidad mediterránea cerró sus puertas a Ferri, a Ferrero, a Palacios y a otros, ante el temor de que fuera perturbada su plácida ignorancia.” En las Reflexiones se denunciaba lo siguiente: Ahora mismo la Universidad de Córdoba, por cuyos claustros yerra en la soledad de la noche la sombra de fray Fernando, y en cuyo frontispicio la democracia no ha borrado aún el signo de la realeza, se niega obstinadamente a oír la voz de una juventud que está pegando recios aldabonazos para que abra sus puertas y sus ventanas al ideal del siglo.38 Los universitarios reformistas exigían maestros; los identificaban entre reconocidos intelectuales: José Ingenieros, Alfredo L. Palacios, Alejandro Korn, lo cual también proveyó al movimiento una suerte de cruce transgeneracional intelectual. José Ingenieros, a pesar de la tendencia europeizante que deja ver la primera etapa de su pensamiento, advirtió en el movimiento juvenil la “fecunda y sana vertiente para una construcción del porvenir sobre bases americanas”.39 Jorge Orgaz, militante del movimiento, señaló de Ingenieros que “algunos profesores, muy pocos, eran positivistas, es decir, suscribían una filosofía enteramente contraria al teísmo y, por consecuencia, a la enseñanza a través de dogmas religiosos. De ese 35 Documento que está incluido en: DEL MAZO, Gabriel, Estudiantes y gobierno universitario, Buenos Aires, El Ateneo, 1955 [1946], p. 62. Reforma universitaria y cultura nacional, Buenos Aires, Raigal, 1955 [1950], p. 62. Ver en qué libro es de los tres en el que se encuentra la cita y anotar el que sea en la bibliografía. 36 SÁNCHEZ, Luis Alberto, La universidad actual y la rebelión juvenil, Buenos Aires, Losada, 1969, p. 61. 37 ROCA, Deodoro, “La nueva generación americana” (1918), El drama social de la universidad, prólogo y selección de Gregorio BERMANN, Córdoba, Editorial Universitaria, 1968, p. 182. 38 Esta idea se plasmó en el apartado dedicado a la política docente. (2006 [1918], p. 115) 39 DEL MAZO, Gabriel, Estudiantes y gobierno universitario, Buenos Aires, El Ateneo, 1955, pp. 70-79. Reforma universitaria y cultura nacional, Buenos Aires, Raigal, 1955 [1950], pp. 70-79. Estudiantes y gobierno universitario, Buenos Aires, El Ateneo, 1955 [1946], pp. 70-79. Ver en México qué libro es de los tres en el que se encuentra la cita y anotar el que sea en la bibliografía. positivismo del que fue representativo un hombre olvidado, el Dr. Antonio Piero, surgió luego José Ingenieros, que se perfiló pronto como un ‘maestro de la juventud’ educada en la escuela de la mente desprejuiciada y en la valoración integral de los fenómenos. A Ingenieros siguió, entre otros, Aníbal Ponce.”40 Del Mazo recuerda la aparición de José Ingenieros con un tono desafiante en una de las multitudinarias asambleas estudiantiles, en los momentos de mayor ebullición del año 1918: El pensamiento de esta asamblea incide acertadamente sobre el aspecto de la corrupción local, pero no está a la altura de la magnitud del movimiento al que pertenece, porque recorta su programa. ¿Será necesario que dentro de veinte años algún historiógrafo llegue a demostrar a los militantes actuales que por aquí estaba pasando la historia nacional? Si la reforma no bate a la reacción universitaria en todos sus aspectos –y subrayó el ‘todos’–, movilizadas como están de nuestra parte las fuerzas necesarias para el combate, sólo nos quedará a los universitarios, la vergüenza de ser argentinos [...] Ingenieros [agrega Del Mazo], no sólo modificó radicalmente ciertas posiciones anteriores, como la de la guerra europea, por ejemplo, sino que en el transcurso del 18 y bajo el nuevo influjo –en vigoroso contagio de nueva fe– fue trasladando poco a poco a América las claves de su pensamiento social y los motivos todos de su interés intelectual. 41 En poco tiempo Ingenieros se convirtió en un gran animador de los reclamos reformistas, convencido de que “la Universidad debía ser una escuela de acción social, adaptada a su medio y a su tiempo”.42 El socialista Alfredo L. Palacios señalaba que “mientras subsista el actual régimen social, la reforma no podrá tocar las raíces recónditas del problema educacional”.43 Alejandro Korn, el primer decano reformista en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, contribuyó en profundizar la reflexión filosófica sobre los principios del movimiento renovador y la búsqueda de referentes auténticos y americanos. Para Korn, en la Reforma Universitaria se hallaba “un 40 ORGAZ, Jorge, Reforma universitaria y rebelión estudiantil, Buenos Aires, Ediciones Libera, 1970, p. 53. 41 DEL MAZO, Gabriel, Estudiantes y gobierno universitario, Buenos Aires, El Ateneo, 1955, pp. 70-79. Reforma universitaria y cultura nacional, Buenos Aires, Raigal, 1955 [1950], pp. 70-79. Estudiantes y gobierno universitario, Buenos Aires, El Ateneo, 1955 [1946], pp. 70-79. Ver en México qué libro es de los tres en el que se encuentra la cita y anotar el que sea en la bibliografía. 42 INGENIEROS, José, La Universidad del Porvenir y otros escritos, Buenos Aires, Meridión, 1956 [1920], p. 15. Este trabajo, “La Universidad del Porvenir”, fue originalmente presentado en 1916, en el II Congreso Científico Panamericano, llevado a cabo en la ciudad de Washington, EE.UU. La primera edición (1920) fue publicada en Buenos Aires por Ateneo. 43 Alfredo L. Palacios procuró imprimir a sus mensajes en sentido americano. Esto puede revisarse en: La Universidad nueva. Desde la Reforma Universitaria hasta 1957, Buenos Aires, M. Gleizer Editor, 1957. anhelo de renovación, un deseo de quebrantar las viejas formas de la convivencia social, de trasmutar los valores convencionales”.44 Si se describiera la relación que hay entre el Manifiesto y las Reflexiones, la palabra indicada sería la de complementariedad. Mientras que el Manifiesto –debido a su condición panfletaria– se plantea como cometido proclamar la revolución y vaticinar la hora americana, el ensayo de Taborda asume la tarea del análisis y profundización de ese cometido, inclusive estirando la situación de derrumbe moral de la institución universitaria a un plano nacional. El Manifiesto reunió las voces de la Federación Universitaria de Córdoba y saludaba a los compañeros de la América toda para advertirnos de estar en la revolución: “Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”.45 Las Reflexiones hablan del porvenir tras la crisis: “Una nueva estructura se levantará sobre el orden de cosas abatido. ¡América, hazte ojo! ¡América, hazte canto! ¡América, la hora!” (p. 59, 2006 [1918]). Ciertamente ambos textos están definidos por una sensibilidad política epocal. Por un lado, el Manifiesto denuncia el diagnóstico crítico sobre la Universidad, aunado a las pretensiones de carácter político de los jóvenes estudiantes en torno a sus intereses por reformar y renovar la Universidad. Por el otro, las Reflexiones tuvieron entre sus objetivos principales exponer de “manera sintética los valores creados o adoptados por la civilización”, que en aquel entonces cerraban un ciclo de la historia. Escribe Taborda: Inaptos para realizar las nuevas concepciones del espíritu, empeñándose a todo trance en sostener y cohonestar un orden de cosas anacrónico, su Estado, su política militante, su justicia, su régimen agrario, su ilustración, su Iglesia y su moral de clase, estarán de más en más fuera de su órbita y de su tiempo porque de más en más serán incompatibles con las más altas aspiraciones de la especie. Ambos textos, inscritos en la sintonía modernista de Darío y de Rodó, propugnaron la revolución americana y denotaron su reacción antipositivista. La recepción de ambos textos fue inmediata. El periódico filo-liberal cordobés La Voz del Interior publicó al día siguiente de haberse dado a conocer el Manifiesto: 44 KORN, Alejandro, “La Reforma Universitaria y la autenticidad argentina” en La Reforma Universitaria 1918-1958, Buenos Aires, Federación Universitaria de Buenos Aires, 1959, p. 68. Para un mejor conocimiento de su pensamiento ver sus Obras completas (Buenos Aires, Claridad, 1949). 45 MANIFIESTO LIMINAR, tomado de SANGUINETTI, Horacio y CIRIA, Alberto, “Los Reformistas”, en LOS ARGENTINOS, tomo VI, Ed. Jorge Álvarez, Argentina, 1968, pp. 271-276. […] jóvenes inquietos de hondas y lejanas inquietudes, sintieron un asco invencible. Abrieron las puertas y tomaron lo suyo, sin pedírselo a nadie. Anidaba su mente un profundo anhelo de renovación. El pueblo comprendió el significado de aquélla cruzada... su contenido ético y social y los jóvenes tomaron las Universidades... proclaman el derecho a darse sus propios maestros.46 Las Reflexiones… recibieron los comentarios elogiosos de Osvaldo Magnasco, reconocido profesor de la Universidad de Córdoba: “América no contaba desde hace un cuarto de siglo con una obra de tal envergadura, trascendencia y significado histórico”.47 En cuanto al legado arielista, tanto en el Manifiesto liminar como en las Reflexiones se percibe su presencia como fuente de inspiración en torno al movimiento de regeneración moral y cultural desde América. Deodoro Roca hizo alusión a este texto en un par de ocasiones, en momentos en que pareció ser importante en la definición ideológica y en la precisión de la función de los jóvenes de la generación del ’14. La primera fue en 1915, leamos cómo lo recuerda: Recordemos la hermosa parábola de Rodó: la de aquel niño que paseaba ufano su gozo por el jardín golpeando acompasadamente con un junco su copa de cristal, hasta que en un arranque de volubilidad cambió el motivo de su juego y llenó la copa hasta los bordes con arena del sendero. Ya la nota del herido cristal no vibraba en el aire. Ante el fracaso de su lira los ojos húmedos del niño se detuvieron ante una flor muy blanca del cantero inmediato. Cortándola la sujetó en la propia arena del vaso enmudecido y continuó paseando por el jardín su ingenuo goce nuevo.48 Para 1918, Roca refirió al pensador uruguayo como el “que traía la fórmula del universo y la única luz que nuestros ojos podían recoger”.49 Observemos que mientras Rodó fijó históricamente su condición americanista a partir de la invasión del Estados Unidos de Theodore Roosevelt a Cuba, Roca y Taborda la definieron en el marco de la guerra europea, su orfandad respecto de Europa, en cuanto al modelo de civilización occidental hasta entonces enaltecido y legitimado en Argentina. En este sentido, si bien no podemos decir que por consiguiente hay un distanciamiento entre estos jóvenes y Rodó por la relación tejida hacia Europa, sí podemos decir que compartieron, cada uno en su 46 ROCA, Deodoro, La Reforma Universitaria 1918-1958, Edición de la Municipalidad de Córdoba, 158, p.87, citado en MARCÓ DEL PONT, Luis, Historia del Movimiento Estudiantil Reformista, Córdoba, Científica Universitaria, Universitas, Colección Temática, 2005, p. 146. 47 SANGUINETTI, Horacio y Alberto CIRIA, “Los Reformistas”, en Los Argentinos, tomo VI, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1968, p. 286. 48 ROCA, Deodoro, “Ciencia, maestros y universidad”, Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, año II, núm. 9, noviembre, 1915, p.179. 49 ROCA, Deodoro, “La nueva generación americana” (1918), El drama social de la universidad, Prólogo y selección de Gregorio Bermann, Córdoba, Editorial Universitaria de Córdoba, 1968, p. 22. momento histórico, la necesidad identitaria creada desde América. Aunado a esto, también podemos decir que tanto el Manifiesto liminar como las Reflexiones son muestra del cumplimiento del legado rodoniano endilgado a los jóvenes de América. Dicho esto, se puede decir entonces que Ariel cumplió dos cometidos entre los jóvenes reformistas de la generación del ’14, tanto para Roca como para Taborda significó saberse como jóvenes responsables de su porvenir; segundo, que este porvenir era americano. Esto puede corroborarse al ver que una vez sucedida la guerra europea, ellos enunciaron el derrumbe de la civilización occidental, optando por el camino americano. Ahí, como señaló Aricó, por primera vez se sintieron americanos. En razón de lo anterior, Taborda se ha perfilado como un intelectual americano e ideólogo del movimiento reformista. El desempeño de estos roles implicó un proceso de construcción relacionado, a mi modo de ver, a dos situaciones fundamentalmente. La primera tiene que ver con la identificación generacional, delimitada y reconocida por el propio Deodoro Roca, la generación del ’14, a la que se sumó Taborda. La segunda se refiere a las resonancias de la visita del joven filósofo español José Ortega y Gasset al visitar la ciudad de Córdoba en 1916. 2.3.1 Taborda y la generación del ’14 En el primer capítulo de este trabajo se analizó la pertinencia de Taborda en relación a la generación del 900. Una segunda acotación generacional, en la que Taborda sí se reconoció, corresponde a la generación del ’14, en la que se reconocieron Deodoro Roca (1890-1942) y Arturo Orgaz (1890-1955), los menores del grupo, con veinticinco años; Arturo Capdevila (1889-1967), un año más grande y Taborda (1885-1944), de treinta años. Todos ellos cordobeses, los tres primeros de la ciudad y el último, Taborda, de Chañar Ladeado. Tanto Roca, Orgaz como Capdevila cursaron sus estudios en la Casa de Trejo, mientras que Taborda realizó sus estudios en la Universidad de La Plata y el doctorado en la del Litoral. Todos se graduaron en leyes. Arturo Capdevila y Arturo Orgaz se graduaron de leyes en 1913; mientras que Deodoro Roca lo hizo en 1915. Tanto Capdevila, como Orgaz y Roca fueron docentes de la Universidad de Córdoba después del estallido del movimiento reformista en 1918. Saúl Taborda fue designado profesor de Sociología en la Universidad del Litoral. De allí pasó a ocupar el rectorado del Colegio Nacional de la Universidad de la Plata en 1921, cargo que desempeñó simultáneamente con el de Consejero de la Facultad de Derecho de Córdoba. En el contexto internacional, la Primera Guerra Mundial representó el derrumbe del modelo de civilización occidental tal como se había redondeado en la belle époque y, junto con ello, de todo su sistema de valores. Desde hacía un siglo que no se registraba una guerra en la que confluyeran todas las grandes potencias, o la mayoría de ellas.50 Se desplomaba la civilización de carácter capitalista desde el punto de vista económico; liberal en su estructura jurídica y constitucional; burguesa por la imagen de la clase hegemónica característica y brillante por los adelantos alcanzados en el ámbito de la ciencia, el conocimiento y la educación, así como por el progreso material y moral. Asimismo, sabiéndose central en Europa, cuna de las revoluciones científica, artística, política e industrial, cuya economía había extendido su influencia sobre una gran parte del mundo y cuyos principales estados constituían el sistema de la política mundial. En Argentina, disparadas por el criticismo generado por la conflagración europea, la mirada ejercida por sectores importantes de las élites juveniles sobre la Revolución Mexicana a partir de 1910 y aún con mayor intensidad la mirada sobre la Revolución Rusa de 1917, permitieron ir perfilando esperanzados horizontes de renovación como fundamento de proyectos alternativos a los regímenes políticos y a las estructuras culturales hegemónicas. Estas perspectivas de regeneración no se acotaron al país del Plata, sino que multiplicaron en otros centros de irradiación intelectual en diversos puntos de América Latina: además de Buenos Aires y La Plata, podemos mencionar Lima, Santiago, La Habana, México, entre otros. La ciudad de Córdoba, específicamente, constituyó uno de esos espacios de novedad, muy influyente, a partir de una serie de acontecimientos acaecidos en 1916 que desembocaron en el movimiento llamado Reforma Universitaria iniciado en junio de 1918, con alcances continentales. Los protagonistas fundamentales de este proceso en la ciudad mediterránea argentina fueron los jóvenes que se auto-reconocieron como la generación del ’14. En 1915, durante el discurso de colación de grados, Deodoro Roca aprovechó para identificarse como “los jóvenes de hoy”, a quienes les “ha tocado nacer en el trance más 50 En ese momento, el escenario lo componían las seis “grandes potencias” europeas (Gran Bretaña, Francia, Rusia, Austria-Hungría, Prusia –desde 1871 extendida a Alemania- y, después de la unificación, Italia), Estados Unidos y Japón. oscuro de la historia”.51 En 1918, en la misma línea de conciencia histórica, Roca anunciaba en el discurso de cierre del Congreso el advenimiento de una nueva sensibilidad, “la de 1914": Pertenecemos a esta misma generación que podríamos llamar “la de 1914”, y cuya pavorosa responsabilidad alumbra el incendio de Europa. La anterior, se adoctrinó en el ansia poco escrupulosa de la riqueza, en la codicia miope, en la superficialidad cargada de hombros, en la vulgaridad plebeya, en el desdén por la obra desinteresada, en las direcciones del agropecuarismo cerrado o de la burocracia apacible y mediocrizante.52 La guerra europea constituía así un tema que resaltaba en los discursos de estos jóvenes. Su mensaje, con ecos también arielistas, se destacaba por el compromiso unificador de los jóvenes ante la tragedia europea en la construcción del porvenir. Atendamos lo que expresó Roca en 1915: A los jóvenes de hoy nos ha tocado nacer en el trance más oscuro de la historia. Amigos: la tragedia de Europa es algo más que una guerra; allí está ardiendo una civilización. El humo denso, cargado de miasma, llegará hasta aquí. Preparemos entonces los ojos para distinguirnos en la sombra. Preparemos el espíritu para comprender el sentido de lo que vendrá. Preparemos el oído para distinguir las voces amigas entre el ronco grito de los descontentos. En adelante, todo ha de gravitar sobre América. Aquí han de tener final los viejos pleitos humanos. Será éste el campo de vasta experiencia. Mientras tanto estudiemos! Estudiemos sin descanso y sin fatiga; no nos sorprenda la tempestad en lo más apartado del bosque, ocupados en pasatiempo inocente! 53 La generación del ’14 asimiló la ruptura que aconteció en Occidente, y frente a su impacto en América se comprometió con un proyecto de regeneración cultural a mi modo de ver inmanente al pensamiento americanista. Por primera vez, como lo advirtió Aricó, “se sintieron americanos”: Expresando una nueva sensibilidad que emanaba de la conciencia de formar parte de una generación de ruptura con la anterior introdujeron una verdadera divisoria de aguas respecto de su relación con Europa. Acaso por primera vez luego de un siglo se sintieron americanos.54 La actuación de estos jóvenes en el estallido de la Reforma Universitaria fue protagónica en tanto ideólogos del movimiento, sin embargo no fue este movimiento el punto de inicio. Su actividad política-intelectual viene desde la formativa coyuntura de 1916, con el episodio de las conferencias de la Biblioteca Córdoba. Tras los intentos de censurar –por parte de la iglesia– 51 ROCA, Deodoro, “Ciencia, maestros y universidad”, Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, año II, núm. 9, noviembre, 1915, p. 186. 52 ROCA, Deodoro, “La nueva generación americana” (1918), El drama social de la universidad, prólogo y selección de Gregorio BERMANN, Córdoba, Editorial Universitaria, 1968, p. 22. 53 ROCA, Deodoro, “Ciencia, maestros y universidad”, Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, año II, 9, noviembre, 1915, Córdoba, p. 186. 54 ARICÓ, José, “Tradición y modernidad de la cultura Cordobesa”, Plural (Revista de la Fundación Plural para la participación democrática), año I, núm. 13, marzo, Buenos Aires, 1989, p. 12. las disertaciones ahí dictadas, los jóvenes se constituyeron como Asociación Córdoba libre. El carácter contestatario que asumió la Asociación fue decisivo en el proceso intelectual del grupo, dando forma así al surgimiento de una nueva sensibilidad, reflejo de sus quehaceres político- intelectuales y culturales; de sus intereses de lectura, de sus escritos y de su sociabilidad (con sus coetáneos y también con intelectuales de otras generaciones); de su presencia en la ciudad. Es el episodio de las conferencias de la Biblioteca Córdoba el antecedente más inmediato de la Reforma Universitaria a través del cual se fundamenta que una de las banderas iniciales del movimiento reformista, sin duda alguna, haya sido el anticlericalismo. En el discurso del nacional catolicismo,55 el sufragio universal, la extensión de los ferrocarriles, la inserción al mercado mundial, el ingreso de capitales extranjeros, la inmigración, la diversidad de prácticas religiosas; los intentos de reforma universitaria y todo aquel intento de modificar el orden social preexistente, figuraban como fuerzas adversas a la tradición católica de Córdoba, de añejo enraizamiento, protagonizada por todo un sector de la vieja aristocracia local con ambiciones ideológicas y políticas mucho más amplias que las relativas al ámbito puramente provincial.56 Aunado a otros acontecimientos previos como la significativa labor de la Compañía de Jesús hasta antes de su expulsión en 1767; el rectorado del Deán Funes, de espíritu progresista y abierto a los nuevos desarrollos de la ciencia y la técnica;57 las reformas académicas de modernización impulsadas por el rector Manuel Lucero, entre 1860 y 1880; la incorporación de profesores extranjeros especializados en ciencias naturales y exactas durante la presidencia de Sarmiento,58 son procesos que apuntan sin duda alguna a reiterar que Córdoba formó parte, con los matices y tensiones aludidas, del proyecto hegemónico liberal: en Córdoba convergieron focos de resistencia ligados a la presencia secular de la Compañía de Jesús y a las 55 ROITENBURD, Silvia, Nacionalismo católico 1862-1943. Educación en los dogmas para un proyecto global restrictivo, Córdoba, Ferreyra Editor, 2000, p. 37. La investigación en torno al nacionalismo católico cordobés reúne, entre otras cuestiones, los “desafíos a la ofensiva eclesiástica”. Este material es uno de los pocos trabajos que avanza en el análisis de los rasgos de la contraofensiva de un núcleo de matriz eclesiástica local y de las relaciones que va estableciendo con las distintas fracciones de las élites “liberales” que toman los resortes del estado, provincial y nacional. 56 CRESPO, Horacio, “Identidades/diferencias/divergencias: Córdoba como ‘ciudad de frontera’ Ensayo acerca de una singularidad histórica”, La Argentina en el siglo XXI, Buenos Aires, Ariel / Universidad de Quilmes, 1999, pp. 162-190. 57 Distinguido este periodo rectoral también, por la proyección de profundas reformas a los estudios y la introducción de nuevas materias (aritmética, álgebra y geometría, entre otras). 58 Se incorporaron siete profesores alemanes a la Universidad Nacional de Córdoba, responsables de la impartición de los cursos de ciencias físico-matemáticas. fórmulas discursivas del nacionalismo católico, dando como resultado un conjunto de pautas políticas, sociales y culturales distintas a las preexistentes en Buenos Aires, ciudad en la que el catolicismo era casi nulo en el sentido de una real influencia política, al menos hasta la década de 1930. Los efectos políticos del debate entre la tradición y la modernidad apuntaron a un proyecto de nación divergente del programa liberal encabezado por Buenos Aires. La Córdoba católica se oponía a los intentos liberales, que en términos laicizantes pugnaban por lograr la inserción de Argentina en la modernización. Esa Córdoba, anatemizada por Sarmiento en el Facundo, demandaba, sin ninguna intención separatista, un proyecto de nación distinto, fundado en parte, en la ortodoxia integrista del clericalismo católico y, en parte, en diseños liberales con matices propios. Existe una visión, la más difundida sobre la reforma universitaria, que parte de una matriz ideológica liberal-progresista, trabajada con un marcado tono de historicismo. Bajo este enfoque, la ciudad de Córdoba se perfila únicamente como adalid de clericalismo y conservadorismo. Sin embargo, tan sólo las acciones que emprendieron los jóvenes de la generación del ’14, apelando al discurso anticlerical, da la pauta de la existencia de otra Córdoba. Nos refiere una ciudad que está en la lucha por preservar su hegemonía como centro cultural desde finales del siglo XVI, en la condición de lo que acertadamente caracterizó Raúl Orgaz, de bifacialidad cordobesa. Desde esta posición se entiende la situación de frontera que Aricó atribuye a la ciudad Córdoba. Imaginemos dos Córdobas, la clerical y la liberal, cuyos discursos han estado intrincados históricamente. A la luz de lo anterior, cabe señalar que, mientras que la confrontación ideológica en Buenos Aires fue representada por la oposición entre liberales y conservadores, en Córdoba lo fue entre laicos y clericales. El nacionalismo católico en la docta ciudad representó la fuerza de resistencia de cara a las fuerzas liberales, distintas a las suscitadas en Buenos Aires. La gestación del movimiento reformista fue en la base de una confrontación ideológica entre el clericalismo y el laicismo. El elemento religioso jugó un papel determinante en cuanto primera bandera del movimiento reformista representó el anticlericalismo. Después se sumó la causa antiimperialista. Jorge Orgaz, también participante activo del movimiento reformista y rector de la Universidad de Córdoba hacia 1960, observó que otro hubiera sido el enfrentamiento de 1918 si la presencia católica hubiera actuado de forma conciliar. El escenario de batalla que estelarizaron los laicos y clericales representa una de las singularidades del epicentro del movimiento, Córdoba. En Buenos Aires la contienda, reitero, se dio entre liberales y conservadores. El uso de una enaltecida retórica caracterizaba a los jóvenes del ’14 en su denuncia hacia ciertas instituciones –la Universidad, la Iglesia– y hacia el sistema capitalista. Arturo Capdevila criticó a la Iglesia católica durante su conferencia en la Biblioteca Córdoba en 1916; Arturo Orgaz expresó públicamente una fuerte crítica a la Casa de Trejo en el Teatro Rivera Indarte en este mismo año; dos años más tarde, Deodoro Roca recogió estas críticas y redactó el Manifiesto liminar, el ideario condensado de la Reforma Universitaria; paralelamente, Saúl Taborda publicó sus Reflexiones sobre el ideal político de América, documento político y filosófico de gran envergadura, que expresó el malestar de su época y representó la configuración de nuevos horizontes para los tiempos americanos que estaban anunciando. La consolidación del estado-nación desde 1880 constituyó una de las cuestiones relevantes en cuanto a los temas que conformaron su cultura política. En los textos se puede identificar una preocupación central: la búsqueda de fundamentos de estabilidad política y cultural, junto con la exigencia de un afianzamiento moral. Si bien la guerra europea había advertido acerca de la necesidad de construcción de un escenario de valores elaborado desde América, en el quehacer nacional urgía la consumación de una propuesta de renovación política, pero sobre todo cultural y moral. En este sentido, la joven intelectualidad cordobesa mostró distancia respecto de la generación del ’80, como promotora del proyecto de modernización. En la Argentina, el esplendor del positivismo se vincula con el papel que la generación del ’80 desempeñó frente al proyecto de modernización en el marco de un contexto liberal. Veamos como Roca, en 1915, refirió su disgusto al mundo moderno: El mundo moderno ofrece el espectáculo de una confusión indescriptible. Todo vacila en sus cimientos, pero no brillan las piquetas de los rudos trabajadores. […] Se acentúa la crisis de todos los valores. […] Se vé (sic) que comienza en todas las cosas la era inevitable de la mediocridad. La igualdad genera la uniformidad y sólo se desembaraza de lo malo sacrificando lo excelente, lo notable y lo extraordinario. […] El estadístico registrará un progreso creciente y el moralista una decadencia gradual; progreso en las cosas decadencia en las almas.59 59 ROCA, Deodoro, “Ciencias, maestros y universidades”, Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, año II, núm. 9, noviembre, 1915, p. 181. Si había un reconocimiento generacional en estos jóvenes, lo era por los románticos del ’37. En el hilvanado de su conciencia grupal, en paralelo a la visión que fueron elaborando de su propia genealogía,60 una referencia ineludible en esta dirección, de aproximaciones políticas, es la conformación del núcleo del romanticismo argentino con la denominada Generación del ’37 a partir del Salón Literario organizado por Marcos Sastre en el Buenos Aires de los primeros tiempos de la dictadura del general Rosas (1835-1852). En 1912, Arturo Orgaz, uno de los integrantes de la nueva generación, realizó una monografía sobre Esteban Echeverría, en la que destacó el significativo y poco reconocido papel fundacional de los intelectuales románticos frente al compromiso de la unificación del país y la organización del estado-nación. En las ideas políticas de los integrantes de la generación del ’37 destacan evidentes presencias del pensamiento europeo. Mientras que la organización política del país había sido la principal preocupación en los jóvenes del ’37, en los del ’14 la instauración del régimen democrático aparece como eventual garantía para la continuidad de aquel proyecto político unificador y, a la vez, para la edificación del porvenir americano. La generación del ’14 legitimó históricamente su actuación política intelectual, el emprendimiento de un proyecto americano, con el proyecto surgido en Buenos Aires y elaborado en el destierro por los miembros de la generación del ’37. La monografía que Orgaz realizó en 1912 es muestra de la identificación política que caracterizó en ambos grupos el compromiso generacional vis-a-vis con la historia política del país.61 El momento político en el que se concibe la generación del ’37 fue propio de un acontecer histórico colmado de acciones orientadas hacia la organización de la República Argentina, inspiradas en una representación positiva e imitativa respecto de la civilización occidental. Para los jóvenes de la generación del ’14 la coyuntura marcada por la guerra europea los situó en la necesidad de virar la mirada dirigida a Europa y fijarla en América. Desde América se propusieron una regeneración cultural y moral a partir del quehacer intelectual. 60 “La genealogía no se opone a la historia como la visión altiva y profunda del filósofo ni se opone a la mirada de topo del sabio; se opone, por el contrario, al desplegamiento metahistórico de las significaciones ideales y de las indefinidas teleologías. Se opone a la búsqueda del ‘origen’”, FOUCAULT, Michel, Nietzsche, la genealogía, la historia, Valencia, Pre-Textos, 2004, p. 13. Aquí el filósofo francés está entendiendo el término origen en el sentido de fundamento teleológico que le otorgó el historicismo. Esta es la perspectiva en la que nos situamos desde la historia intelectual, y es desde aquí que intentamos verificar el mismo procedimiento con los jóvenes del ’14. 61 Arturo Orgaz elaboró esta monografía como trabajo práctico que el profesor de sociología Dr. Enrique Martínez Paz encargó a sus alumnos para abordar el tema del pensamiento social en los autores del siglo XIX, cf. MARTÍNEZ PAZ, Enrique, Trabajos de la clase de sociología, Córdoba, La Italia, vol. I, 1912. La monografía se puede consultar íntegra en el Anexo de mi libro Los jóvenes de la “Córdoba libre!” Un proyecto de regeneración moral y cultural, México, Ediciones Nostromo/Programa de Posgrado en Estudios Latinoamericanos-UNAM, 2009. El reconocimiento generacional, tanto de los jóvenes del ’37 como del ’14, a mi modo de ver, reposa en la necesidad de una revolución moral. Sin embargo, advertimos una diferente inspiración en el proyecto de renovación de ambas generaciones. En el caso de los primeros prevalecía el proyecto nacionalista-liberal, representado en la construcción del estado-nación argentino con la impronta de la modernidad y la civilización fundamentalmente europea, y en todo caso (especialmente para Sarmiento) fueron consideradas también sus derivaciones en Estados Unidos. Esta propuesta se fue confeccionando desde la victoria de Monte Caseros sobre Rosas en 1852 y se consolidó una vez que Mitre triunfó sobre Urquiza en Pavón en 1861 y abandonó el proyecto federal de la Confederación. Para los integrantes de la generación del ’14, en cambio, si bien se luchaba por el mismo proyecto de base democrática moderna, éste debía fincarse sobre instituciones e ideales americanos y, concretamente se articularía en la construcción de una proyecto capaz de cubrir el modelo civilizatorio que la guerra europea había vaciado de toda significación. La percepción negativa de la guerra europea es un hecho histórico que entrecruzó las trayectorias intelectuales de los que se auto-reconocieron como participantes de esa generación. Mientras que en los jóvenes románticos hay un sentido de logro por consolidar, en los segundos hay una especie de pérdida que regenerar. En cuanto a la causa latinoamericana y/o americana y el enfoque generacional es preciso agregar que, a decir de Roberto Ferrero, “el movimiento reconocía así naturalmente en sus concepciones más generales la influencia de la ‘Generación del 900’ y de la subsiguiente llamada ‘del Centenario’, abanderadas de la idea latinoamericanista: Manuel Ugarte, David Peña, Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas, Manuel Gálvez, Alfredo Palacios”.62 Había voces que proclamaban la necesidad de una cultura propia. Algunas de jóvenes brillantes que provenían del interior, otras de hombres más entrados en edad que gozaban de notable reconocimiento intelectual, sumergidas en un ambiente cuyas preocupaciones se concentraban en las de carácter materialista orientadas hacia Europa y las otras, derivadas de la inmigración iletrada, que no se escuchaban fácilmente. La difusión de las ideas del Manifiesto liminar y las de Reflexiones sobre el ideal político de América, en el contexto de la Reforma Universitaria, suscitó el espacio de convergencia, en una suerte de consistencia y concordia entusiasta de todas esas voces americanas. 62 FERRERO, Roberto, Saúl Taborda, de la reforma universitaria a la revolución nacional, Córdoba, Alción Editora, 1998, p. 44. En medio del proceso de delimitación generacional que asumió ente grupo de jóvenes, aconteció la visita del filósofo español José Ortega y Gasset a la ciudad de Córdoba, en compañía de su padre. 2.3.2 Ortega y Gasset y la condición intelectual de Taborda Durante la década de los treinta, Samuel Ramos advierte sobre la presencia de una generación mexicana que, inconforme con el romanticismo filosófico de Caso y Vasconcelos, y sin querer volver al racionalismo clásico, se encuentra más identificada con la filosofía histórico-vitalista de Ortega y Gasset. El autor de Meditaciones del Quijote, va aclarando conciencias y permitiendo a la generación mexicana hablar de la formación de una cultura propia, una filosofía nacional para el mundo; será precisamente uno de los discípulos más destacados de Ortega, José Gaos, en la década de los cuarenta, quien impulse una nueva actitud de la filosofía en México e Hispanoamérica, centrada en el gusto por las meditaciones sobre la realidad americana.63 El primer viaje de Ortega a la Argentina, en 1916, además de Buenos Aires, incluyó Tucumán, Córdoba, Mendoza, Rosario y, del otro lado del Río de la Plata, Montevideo, Uruguay.64 Este viaje significó para Ortega su primer encuentro con América. Para ese año, había completado un primer ciclo de dedicación política activa a España y había decidido convertirse en “Espectador”. En esta lógica, el joven filósofo se despedía, no sólo de una España, sino también de una Europa que respiraba espíritu aldeano. Europa había dejado de ser un ideal para Ortega y Gasset; la guerra le parecía una lucha fratricida en que la voluntad ciega había ganado la batalla a la inteligencia.65 Ortega fue invitado a Buenos Aires, en 1916, por la Institución Cultural Española de Argentina, en el marco del programa de acercamiento hispano-argentino.66 El primer invitado a 63 En Colección de Cuadernos Americanos, “Leopoldo Zea”, Prólogo de Hernando Restrepo Toro, CEESTEM / Editorial Nueva Imagen 1984, p. 9. 64 MEDIN, Tzvi, Ortega y Gasset en la cultura hispanoamericana, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 21. 65 MOLINIEVO, José Luis (ed.), José Ortega y Gasset Meditación de nuestro tiempo, las conferencias de Buenos Aires, 1916 y 1928, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 8. 66 En 1914 se creó la Institución Cultural Española con el objeto de atraer la atención de los grupos más cultivados de la Argentina sobre la producción científica y, también sobre la producción artística y literaria de España. Su primer presidente, el anatómico Avelino Gutiérrez, sostuvo la cátedra universitaria de cultura española y fomento de intercambio cultural hispanoargentino como uno de los objetivo principales de la institución. La Cátedra fue inaugurada por el lingüista y filólogo Menéndez Pidal; en 1916 le siguió el filósofo Ortega y Gasset, y en 1917, el matemático Rey Pastor. (Cfr. ORTEGA Y GASSET, José, “Discurso en la Institución Cultural Española”, en Meditación del Pueblo Joven, Buenos Aires, Emecé Editores, Biblioteca de la Revista de Occidente, esta cátedra universitaria fue Menéndez Pidal, dos años antes. En esta ocasión, a diferencia de la visión reaccionaria de Menéndez Pidal, Ortega proyectaba una España nueva.67 Proveniente de Tucumán, Ortega y Gasset llegó a la ciudad de Córdoba a mediados del mes de octubre de 1916, invitado por el rectorado de la Universidad de Córdoba y por el Centro de Estudiantes de Derecho con el objeto de que dictara una conferencia en la Casa de Trejo. Es importante destacar que, en Buenos Aires, la organización de sus conferencias estuvo a cargo de la Facultad de Filosofía, mientras que en la Universidad de Córdoba lo fue el Centro de Estudiantes de Derecho. Los comentarios y opiniones acerca de las resonancias del filósofo español, en el caso de Buenos Aires, provinieron de filósofos como Coriolano Alberini, Alejandro Korn, Octavio Bunge; en el caso de Córdoba vinieron de los abogados, entre ellos, Deodoro Roca, Saúl Taborda, Ceferino Garzón Maceda.68 La introducción del positivismo doctrinario, señaló Francisco Romero, fue tardía en la Argentina, como lo fue también en la mayor parte del resto de Hispanoamérica. La crítica del positivismo y los intentos de sustituirlo fueron, por tanto, tardíos también.69 Leamos las impresiones de Carlos Alberto Erro70 en cuanto a su formación, imbuida plenamente en el positivismo: Los recuerdos de mi adolescencia se ligan sobre todo a los maestros del positivismo: Renan, Guyau, Herbert Spencer, Augusto Comte: los leí siendo casi un niño y se adueñaron de mí profundamente [...] sus normas metodológicas encierran un gran contenido ético: expresan la moral del desinterés, desde que proclaman el acatamiento de lo objetivo, la sumisión a la razón austeramente gobernante [...] Me imaginaba a los investigadores científicos, a los hombres de laboratorio y a los hombres de la nueva ciencia histórica [...] como a heroicos caballeros del desinterés que defendían a la verdad contra quienes, con avaricia, pretendían hacerlo interesadamente para acomodarla a sus deseos.71 Fue durante la década del diez que comenzaron a manifestarse en Argentina los brotes de inconformidad respecto del positivismo. Se trató de una batalla, un fenómeno de renovación de ideas que abarcó tres campos: el filosófico, el político y el cultural; dicho proceso ha sido 1958, p. 41; BABINI, José, “La evolución del pensamiento científico argentino”, http://www.planetariogalilei.com.ar/ameghino/obras/babini/evolu4-1.htm, acceso abril 2009). 67 PALCOS, “José Ortega y Gasset. El sentido de la filosofía”, Nosotros, Buenos Aires, año X, núm. 88, agosto 1916, p. 202. 68 Uno de los firmantes del Manifiesto liminar. 69 ROMERO, Francisco, Sobre la filosofía en América, Buenos Aires, Raigal, 1952, p. 39. 70 Carlos Alberto ERRO (1903-1968). Dirigió la Revista de América. Entre sus obras: Diálogo existencial, Tiempo lacerado. 71 ERRO, Carlos Alberto, Diálogo existencial, Buenos Aires, Sur, 1937, pp. 13, 14-5, 181. llamado genéricamente “reacción antipositivista”.72 El epicentro de esta reacción se ubicó más en el ambiente universitario que entre los medios cultos ajenos a la academia; ellos se inclinaron más por lo literario. La sociología, disciplina científica que pretendía definir las leyes de la vida colectiva en el marco del positivismo, también fue el escenario para ejercer agudas críticas al mismo. Por esos años, cuando Taborda comenzaba a ser reconocido como autor teatral, en el ámbito ideológico, “la batalla, hacia fines del siglo XIX, [comenzó] a librar una gran variedad de corrientes y tendencias contra ese poderoso enemigo común que estuvo encarnado por el naturalismo y el cientificismo”. Coriolano Alberini en Buenos Aires, Luis Martínez Villada en Córdoba y Alberto Rougés en Tucumán. La cosmovisión positivista se vio puesta en entredicho por el krausismo, el vitalismo (Schopenhauer, Nietzsche, Bergson, Spengler, Unamuno y Ortega y Gasset), el pragmatismo (James y Dewey), el neokantismo, el neohegelianismo (Croce, Gentile), el marxismo, el neotomismo (Maritain), la fenomenología (Husserl, Scheler), y el existencialismo (Heidegger y Sartre). Entre los exponentes latinoamericanos críticos del positivismo, se reconocen: Carlos Vaz Ferreira y José Enrique Rodó en Uruguay; José Vasconcelos y Antonio Caso en México; Alejandro Deustua y Francisco García Calderón en Perú; Enrique Molina en Chile y Silvio Romero en Brasil. En Argentina, entre los adversarios del positivismo se ubicaron los católicos: José Manuel Estrada, Pedro Goyena, Manuel D. Pizarro, Carlos Gómez Palacios y Nemesio González hasta Joaquín Lejarza, José M. Liqueno, Luis Martínez Villada, César Pico, Antonio Rodríguez y Olmos o Tomás Casares; grupos laicos, tales como Coriolano Alberini y el Colegio Novecentista, la Sociedad Kantiana, la revista Inicial, Alejandro Korn, José Gabriel, Homero Guglielmini, Carlos Cossio, Saúl Taborda, Carlos Astrada, Vicente Fatone y otras más figuras incentivadas por los rebrotes idealistas y románticos.73 Sumamos las fuerzas provenientes del exterior, figuras como Ortega y Gasset, D’ Ors y García Morente; en el plano nacional también cabe mencionar a Macedonio Fernández. En este sentido, la visita de Ortega y Gasset significó una fuerza propulsora, quien aunado a su gran talento literario y oratorio, despertó las inquietudes entre los jóvenes argentinos por 72 FALCÓN, Ricardo, “Militantes, intelectuales e ideas políticas”, Nueva Historia Argentina, tomo VI, Democracia, conflicto social y renovación de ideas (1916-1930), Buenos Aires, Sudamericana, 2000, p. 326. 73 BIAGINI, Hugo E., Lucha de ideas en nuestra América, Buenos Aires, Leviatán, Colección El hilo de Ariadna, 2000, pp. 67 y ss. la filosofía alemana contemporánea a través de tres reconocidos nombres: Husserl, Scheler y Meinong. El joven filósofo español representa una de las figuras más emblemáticas y de mayor relieve intelectual en las relaciones entre argentinos y españoles. La conferencia que dictó Ortega al día siguiente de su llegada, a la cual asistió Taborda, versó sobre “Cultura Filosófica”. Su exposición fue brillante. Académicos, profesores y alumnos asistieron al Salón de Grados de la Universidad. “Una magnífica lección de filosofía”, anunciaba La Voz del Interior.74 Enrique Martínez Paz, director de la revista de la Universidad y quién sería candidato a rector en 1918, se refirió al orador como “la capacidad más fuerte y original que en filosofía ha tenido España desde hace mucho tiempo”.75 Naturalmente entre los asistentes se cuenta a Deodoro Roca y a Saúl Taborda quienes además, tuvieron oportunidad de conversar con el conferencista. Según Roberto Ferrero, el encuentro fue decisivo quizá en el abandono de “la temática nacional que da cuenta su producción teórica posterior a su novela Julián Vargas. De todos los pensadores hispánicos, argumenta Ferrero, Ortega y Gasset era el menos español de todos, actitud que le acusaba Unamuno años atrás.76 La impronta de Ortega y Gasset en la generación del ’14 tiene que ver con la autorización intelectual que el joven español proporcionó al proyecto de regeneración cultural y moral emprendido por la nueva sensibilidad cordobesa. Los aportes de Ortega y Gasset son relevantes en la conformación de la misión histórica de las generaciones y la función del intelectual. Claro está también el papel protagónico que el arielismo les había concedido a los jóvenes como los principales constructores del porvenir. Entre los años 1923 y 1927, Taborda realizó un viaje por Europa. Según Sergio Díaz, Taborda asistió a la Universidad de Marburgo por sugerencia de Ortega y Gasset, incluso se llegaron a encontrar en Europa. Asimismo la impronta del idealismo alemán procede de esa visita del español en Argentina. Sin embargo, Gabriel del Mazo advirtió que el apego de Taborda al idealismo alemán se debió no tanto a Ortega sino más bien a Enrique Martínez Paz; por ello supuso que él también fue quien le pasó sus contactos en Alemania. Lo que es cierto es que hubo intercambios de ideas entre Ortega y Taborda en momentos muy productivos intelectualmente. La lectura de textos seguramente también jugó un papel. Los textos son 74 “Huéspedes Ilustres”, La Voz del Interior,21/10/1916, p. 4. 75 MARTÍNEZ PAZ, Enrique, “Notas. José Ortega y Gasset”, Revista de la Universidad de Córdoba, año III, núm. 8, octubre, 1916, p. 479. 76 FERRERO, Roberto, Saúl Taborda, de la reforma universitaria a la revolución nacional, Córdoba, Alción Editora, 1998, p. 30. reflejo de reminiscencias e interlocuciones, entendido esto en la lógica que apunta Aricó: “los hombres encuentran en los textos lo que están buscando, lo que están intuyendo, lo que aún no tiene una expresión verbal o escrita en su mente”.77 2.4 El discurso americanista de Taborda Con el objeto de comprender la dinámica que Taborda proyectó a su discurso americanista, propongo seguir la lógica del “Concretismo” de Haroldo de Campos debido a que una de las primeras preocupaciones que hubo en Taborda fue realizar un programa renovación cultural y moral de y en América Latina a través de una fórmula política idealista en clave modernista: democracia americana. Llevó a cabo la transcreación de una serie de teóricos, exponentes de la cultura occidental; reinventó su fórmula política con la impronta de originalidad que consistió en la creación de instituciones civiles y políticas que guardaran estrecha relación con la idiosincrasia americana. El ritmo modernista que caracteriza al discurso americanista de Taborda se identifica con esa revolución estética que irradió el pensamiento literario argentino tras la llegada del poeta nicaragüense Rubén Darío a Buenos Aires en 1893. Darío (1867-1916) es considerado como el maestro del modernismo, el primer gran poeta exquisito de nuestro idioma –según Rodó– cuya influencia se esparció por América y España. En 1890 fue Rubén Darío el que se refirió al modernismo como una corriente del pensamiento literario y en 1899, esta palabra fue incorporada al Diccionario de la Real Academia Española a instancias de Menéndez y Pelayo. Él se dio a conocer en Argentina desde antes con su libro Azul (1888) y sus colaboraciones enviadas al periódico La Nación desde 1889. A su llegada en Buenos Aires, el poeta fue recibido como un maestro y reconocido en el culto ambiente intelectual y por la bohemia de la ciudad. En cuanto a la actualización literaria, previo a que Darío publicara Azul (en prosa y verso) y Prosas profanas (en verso), los comienzos del modernismo se sitúan en el cubano José Martí (1853- 1895) y el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895). 77 José Aricó habla de la liquidación del concepto de influencia al responder acerca del influjo soreliano en Mariátegui: “Hay un encuentro de Mariátegui con Sorel y es un encuentro que se deriva del hecho de que Sorel responde a preocupaciones que tiene Mariátegui. Sorel es un hombre que está instalado en el punto de reflexión que versa sobre las condiciones de constitución de un movimiento nacional popular”, ARICÓ, José, Entrevistas, 1974-1991, edición de Horacio Crespo, Córdoba, Centro de Estudios Avanzados-Universidad Nacional de Córdoba, 1999, p. 136. Hablar del modernismo de Darío como revolución estilística tiene que ver con la renovación de la métrica y combinación de versos que hasta ese momento eran inconciliables – el endecasílabo y el alejandrino– utilizando el de nueve sílabas, muy poco empleado. Esto deriva de su vinculación con los poetas franceses de las escuelas simbolistas y parnasianas. Aunado a esto, Darío fue y es reconocido por su profundo conocimiento del idioma castellano. El modernismo significó, entre otras cosas, el vehículo estilístico a través del cual los “retadores” e inquietos pensadores antipositivistas emitieron las voces del porvenir americano. En este razonamiento, el Manifiesto y las Reflexiones se proyectaron como expresión de ratificación americana, esto es, latinoamericana, llevando a cabo una renovación de los los valores espirituales, contrapuestos a ese pragmatismo de Calibán –personificado implícita o explícitamente no solamente por argentinos e hispanoamericanos en general– en las prácticas imperialistas y/o intervencionistas del Estados Unidos de Roosevelt. Dicho lo anterior, es posible sostener que en el discurso americanista de Taborda se han transcreado el modernismo y el arielismo y se los ha re-formulado en la tesis de la democracia americana. La democracia americana representa uno de los aportes fundamentales de Taborda. Es un pensamiento con resonancias claras del arielismo. No solamente se ubica la complicidad al unísono del advenimiento de la hora americana con el Manifiesto liminar, sino que rebasa inclusive el arielismo al proponer la consolidación del tiempo americano a través de sintetizar la consigna democrática arielista en la instauración precisa de la “democracia americana”. Aunada a la propuesta de un gobierno de carácter democrático, Taborda acompaña este razonamiento, con el de la moral y el de la beligerancia americanas. La tonalidad modernista se deja ver en cuanto a que es “la democracia americana [la que] salvará y pondrá en práctica para bien de todos los hombres el más preciado tesoro espiritual de la cultura antigua.” Con la expresión “paradigma arielista”, nos queremos referir a una forma de pensar y definir América Latina por ser justamente un manifiesto identitario a través del cual se definió una diferenciación no-beligerante entre América Latina y los países sajones. A través del discurso modernista, caracterizado por el acentuado componente espiritualista, surgía una expresión identitaria que encarnó la latinidad en sus componentes moral, racial y lingüística, distanciándose así de las fórmulas utilitaristas emprendidas por Calibán, el emblema materialista del Norte. Es en este sentido, como el modernismo y el americanismo están relacionados en la noción de “hora americana”, en un modo recíproco sin desarticular sus sentidos. El pensador uruguayo consideraba que la espiritualidad de Ariel no se encontraba en la cultura del país norteamericano. Dicha espiritualidad afincaba sus anclas en el ideal grecolatino de belleza y el ideal cristiano de caridad, componentes indispensables para forjar una sociedad moderna valiosa, pero no sensualista. Taborda, concibiendo también la cultura antigua como el más preciado tesoro, creía como Rodó que una sociedad así debía estar basada en un sistema democrático, dando así lugar a una cultura superior. El agregado, que viene a ser novedoso incluyendo a los preceptos de Rodó en esta cuestión, es la noción “democracia americana”, siendo así ésta la condición para acceder a esa cultura superior arielista. Por el contrario, una sociedad sólo preocupada de los valores materiales se condicionaba insalvablemente a la mediocridad. Ante esto, la renovación de las elites, proyectada en los jóvenes intelectuales, contribuiría a enaltecer su sociedad por encima del materialismo. En sus Reflexiones, denunció la mediocridad y la ausencia no sólo de maestros sino, como ya lo mencionamos en párrafos anteriores, de hombres de pensamiento. Declaraba así la existencia de la inmaterialidad del pensamiento en el marco de la inefectiva política partidaria: El ideal como expresión suprema del espíritu de un pueblo no ha sido nunca patrimonio de la política militante, ni lo será hasta el día que la política militante adquiera una verdadera función social, hasta el día que, dejando de ser un recurso en manos de las fracciones, se identifique con el pueblo en la práctica y en el fin. Tal circunstancia ha limitado el ejercicio de los derechos cívicos a las agrupaciones formadas para escalar el poder y para defender intereses inmediatos y utilitarios y ha excluido de su participación a los hombres de pensamiento. Ha facilitado, en suma, el triunfo de los mediocres. Sin embargo hay en las Reflexiones una referencia directa al “príncipe de Shakespeare”, como lo llama Taborda en sus Reflexiones. Leamos a continuación la declamación americanista con ecos de la tragedia Hamlet: ¡América, la hora! El dilema de hierro del príncipe de Shakespeare es también el dilema americano. To be or not to be. Ser, o no ser. Estamos en el punto en que se cruzan los senderos. La mano del destino ha renovado el trazo de la espada del conquistador. ¡Ahora o nunca! ¡Ahora o nunca más! […] Cien años hace que nos dijimos libres: ¡comencemos a serlo! Seamos americanos. Seamos americanos por la obra y por la idea. ¡Ahora o nunca! ¡Ahora o nunca más! O simples factorías al servicio de Europa, o pueblos independientes al servicio del ideal. He ahí la alternativa. ¡América, la hora! Un segundo rasgo que distingue el discurso americanista de Taborda es su tono antiimperialista, el cual en las Reflexiones se concentró en una serie de alusiones adjudicadas a las acciones de Estados Unidos en América Latina. Mientras que el Manifiesto se concentra en denunciar la tiranía en la Universidad, lo cual es en sí uno de sus propósitos para instaurar en su lugar el régimen democrático; las Reflexiones se concentran con gran ahínco en la denuncia de las prácticas imperialistas en América Latina. Es así como el antiimperialismo, como uno de los males que se debía rectificar, constituye, lo reitero, una de las particularidades de esta obra. Se cree plausible la transcripción de las citas que denoten el modo en que lo evidencia el autor a lo largo del texto: La única libertad que poseemos es la de fusilarnos con las armas que Plutus ha puesto en manos del bandido de Méjico, del esclavo de Santo Domingo, del populacho centroamericano, del indio levantisco del Paraguay, del gaucho peleador del Uruguay; la única libertad es la de entretenernos en el juego indecente y deshonesto de nuestra politiquería de tahures; pero ¡guay de nosotros si, hiriendo sus derechos, provocamos la cólera del amo! (p. 61, 2006 [1918]) […] a Estados Unidos, en fin, que para satisfacer a una minoría de terratenientes e industriales despojó a Méjico, se anexionó el Hawai, se adueñó de la aduana de Santo Domingo y dio el zarpazo de Panamá. (p. 81, 2006 [1918]) […] España trasladó su régimen agrario a las colonias americanas. Desde Méjico al cabo de Hornos y desde el Pacífico al Atlántico, los territorios conquistados se entregaron en feudos y en mercedes a una reducida minoría. Tres siglos duró el imperio del sistema, dando aquí peores frutos que en la Península. El espectáculo de entonces era el de un pequeño grupo de soldados aventureros, hidalgos arruinados y monjes acostumbrados a la ociosidad eclesiástica, medrando a expensas de los indios esclavizados y constreñidos a recoger los productos del suelo y de las minas para rehabilitar la bolsa de sus amos. (p. 104, 2006 [1918]) […] Los fundos de Chile son de propiedad de una aristocracia improvisada que vive del trabajo de una población miserable y analfabeta. La Constituyente de Querétaro acaba de dictar una carta fundamental para Méjico, cuyo primer propósito es el de destruir el latifundio señalado como causante de las revoluciones que han agitado y convulsionado a aquel país. Solicitada por la precaria situación de la clase trabajadora, ha dictado medidas de protección y al mismo tiempo ha contraloreado la influencia del capital extranjero. En suma, el congreso de Querétaro, ha declarado la verdadera independencia de Méjico, que hasta no hace mucho dependía de la voluntad del presidente de la «Harvester Company». El Brasil está plagado de latifundios y el privilegio acaba de consolidarse con la codificación civil. La Argentina está en vías de ver toda su tierra en el patrimonio privado. Desde el año 60, esto es, desde la fecha de su organización institucional, toda la política agraria ha consistido en fomentar la especulación, favorecida en un principio, por el oro brasileño que nos llegaba en pago de las provisiones para la guerra del Paraguay. «Por el más imprevisor sistema de colonización que haya enseñado pueblo alguno -decía Sarmiento en 1868- la parte más poblada de la república está ya poseída, sin que el inmigrante encuentre un palmo de superficie exento de las trabas que a su adquisición opone la propiedad particular.» (p. 105, 2006 [1918]) La legitimación de la posición de Taborda frente a todo sujeto central que lo constituyó en el Otro lo observamos también en expresiones deícticas gentilicias. En las Reflexiones se diversifica el apelativo de lo americano a lo latinoamericano e hispanoamericano. Para Taborda “no entraña un desconocimiento deliberado de nuestra filiación; no es vano empeño o soberbioso desplante de mal entendido americanismo la idea de que América debe desligarse de una vez de la tutela varias veces centenaria de Europa.” Recurre a lo latinoamericano para diferenciar el modelo de democracia norteamericana, acotado por el “escritor famoso” Alexis Tocqueville, de las democracias instauradas en la región latinoamericana, incluido el caso de Brasil. Hasta no hace mucho tiempo el prestigio de un escritor famoso dio éxito extraordinario a la novela de la democracia norteamericana. Se la creyó un modelo, más concluido todavía que el de Suiza y el de Francia, y no fueron pocas las naciones latinoamericanas que pagaron tributo a aquella invención copiando al pie de la letra su carta fundamental. Emplea el término de hispanoamérica para discutir propiamente la cuestión universitaria, resaltando su raigambre, pero como vemos a continuación, incluye también en esta problemática a la clase universitaria de Estados Unidos. En casi todas las naciones hispanoamericanas y en Estados Unidos se está acentuando la formación de una clase universitaria en estrecha alianza con los detentadores del poder. La voz “América, ¡la hora!” constituyó el momento de romper el yugo con Europa y alcanzar la libertad por la que un siglo atrás se había logrado en la lucha de independencia. El cometido del deber americano implicaba “la creación de americanos por la creación de instituciones civiles y políticas que guarden relación con nuestra idiosincrasia”, para que “América no esté circunceñida a pensar, a sentir y a querer como piensa, siente y quiere Europa”. Sin embargo, “si América quiere edificar su porvenir sobre los sólidos y firmes cimientos que aquélla proporciona, es preciso apurarse a revisar, corregir; desechar o trasmutar, según sea conveniente, los valores creados por Europa. Revisar, corregir, desechar o transmutar los valores europeos, así cueste lo que cueste, por el hierro y por el fuego si fuere menester, es, a mi juicio, la misión que nos compete en este instante decisivo de la historia.” Y una vez lograda esta tarea, según Taborda, las condiciones estarían dadas para instaurar la genuina democracia americana, alejada de la simple democracia electoralista, a merced de la clase parasitaria y “mediocre”, así como del sistema de partidos carentes de soberanía y abundantes en cuanto autoridad. Dicho lo anterior concebimos las Reflexiones como una voz joven idealista, humanista y modernista que revisó, corrigió, depuró y trasmutó los valores antiguos, es decir, rectificó – transcreó– a Europa y a la propia tradición cultural latinoamericana. Tomando lo americano como la expresión de ratificación latinoamericana frente a las prácticas imperialistas para los E TO defensores de los valores espirituales, no solamente de argentinos, sino hispanoamericanos, como contraposición al pragmatismo y al materialismo. III EL MELANCÓLICO LUGAR DE TABORDA EN LA CRISIS DE LOS TREINTA EN ARGENTINA Los ejes principales del pensamiento de Taborda –afirmación de la historicidad, libertad, compromiso, “genio nativo”– se recrearon en la crisis del humanismo de la década de los treinta, una coyuntura de cambios, de cuyo análisis y discusión partimos en este capítulo. El estudio de lo que sucedió con dichos ejes en ese periodo puede conducirnos a una adecuada comprensión de la respuesta dada por Taborda a los “males del siglo”. Durante la década del treinta, signada por el contexto mundial de la Gran Depresión y la irregularidad institucional argentina, proliferó un confuso mapa de corrientes y obras intelectuales. Entre éstas, menciono las creadas por Saúl Taborda: La crisis espiritual y el ideario argentino y su revista Facundo. Crítica y polémica. Ambas fueron construidas desde el melancólico lugar del periodo de entreguerras como una respuesta a los males del siglo. El golpe militar de 1930, que derrocó al Presidente Hipólito Yrigoyen, constituyó la interrupción de la continuidad institucional iniciada con Mitre en 1862 y la censura, por largo tiempo, al intento de analizar críticamente uno de los momentos más complejos y contradictorios de la vida nacional argentina. La proclama revolucionaria, de inspiración fascista, fue redactada por Leopoldo Lugones y el sustento ideológico del Golpe se basó en la “Doctrina de Facto”, cuyo principal objetivo fue dar solución al “desgobierno” que supuestamente habían provocado los regímenes populares. En este sentido, las medidas adoptadas –disolución del Congreso, declaración de estado de sitio, intervención de todas las provincias– evidenciaron la instauración de un gobierno elitista autoritario de carácter fascista. Uriburu miraba con buenos ojos el proyecto político corporativista del gobierno fascista de Mussolini. En cuanto al papel del Ejército, ahora representante de la autoridad jerárquica, orden y tradición, pasó a ser el depositario de los intereses de la Nación.1 1 La intermitencia dictatorial se prolongó de 1930 hasta 1943, con los gobiernos encabezados por José Félix Uriburu (1930-1931), Agustín Pedro Justo (1932-1938), Roberto M. Ortiz (1938-1940) y Ramón S. Castillo (1940- 1943). Para entonces se había incorporado un nuevo elemento de antagonismo ideológico, las corrientes afines a los totalitarismos europeos de derecha. Los partidarios de las ideas de los totalitarismos europeos fueron identificados en Argentina como nacionalistas. A mediados de la década del treinta y bajo el liderazgo de ese peculiar presidente pseudoconstitucional que, según Alfredo Aguirre, fue el General Agustín P. Justo, comenzó un proceso de industrialización que respondía tanto a la crisis mundial del treinta, como al interés de los militares por industrializar a través del autoabastecimiento para la defensa nacional.2 Aunados a los efectos de la depresión económica mundial, los acontecimientos mencionados fueron en general poco esperanzadores: el país se vio ampliamente afectado. Para referir la crisis de esta década, las novelas históricas de Manuel Gálvez constituyen un referente interesante en el campo de la historia y literatura; en el terreno de la historiografía, el revisionismo rosista patentizó cómo la crisis había agudizado sus demandas en busca de remedios de lo que ellos veían como una severa crisis nacional. 3.1 La productividad de la crisis Las guerras son esa punta del iceberg de una crisis mayor que bien podría resumirse en una sola palabra: deshumanización. Al lado de la “lucha del hombre contra el hombre”, entendida como la síntesis más fiel del proceso negativo en que había derivado el Estado,3 estaba el hecho de que el hombre seguía siendo la medida de todas las cosas, tal como lo proclamaron el sofista Protágoras y los humanistas italianos del Quattrocento. La crisis, según Isaiah Berlin, es un “melancólico lugar común”.4 Una vivencia de encrucijada –con la conciencia de transitoriedad. Este tipo de ubicaciones históricas coyunturales han generado incertidumbre; resquebrajamiento de paradigmas escasamente vigentes, donde los nuevos aún están por emerger. Y como toda fase crítica, los casi tres lustros de intermitencia dictatorial argentina, llevaban en sí igualmente el germen de su renacimiento. Después de haber cribado la realidad, fue buen momento para encontrar uno que otro nuevo recurso. 2 AGUIRRE, Alfredo Armando, Argentinas: crisis pandémicas sistemáticas, http://www.sappiens.com/castellano/articulos.nsf/Pol%C3%ADtica/Argentinas:_crisis_pand%C3%A9micas_si stem%C3%A1ticas/E8D0939239ECA461C1256C6600487C7F!opendocument 3 TABORDA, Saúl, Reflexiones sobre el ideal político de América, Comentarios de Carlos Casali, Buenos Aires, Grupo Editor Universitario, Colección Pensamiento Nacional e Integración Latinoamericana, núm. 6, 2006 [1918], p. 63. 4 BERLIN, Isaiah, El fuste torcido de la humanidad. Capítulos de Historia de las Ideas, Barcelona, Península, 1995, p. 167. Aricó escribió que la productividad de la crisis reside en colocar a los hombres ante una situación inédita en la que todo puede ser vuelto a pensar, en la que una virtual disposición al autoexamen tiene la posibilidad de precipitar en una visión diferente del presente y del pasado. De ser esto posible, tanto en La crisis espiritual como en la revista Facundo vemos de qué modos se intentó construir un discurso que fuera capaz de percibir el cambio de época. En este sentido suscribo lo que Manuel Rodeiro advirtió que Saúl Taborda presintió, como otros hombres contemporáneos, que se vivía en el recodo de un gran cambio: algo estaba en crisis y algo emergía en el horizonte.5 Además de las culturas nacionalistas de derecha o populares en expansión, la tradición liberal venía debilitándose y, con ello, se debilitaba también la pérdida de confianza en la democracia como régimen de gobierno tanto en Argentina como en el mundo. Si pensáramos en las ilusiones de los intelectuales en relación a la política en la década de los treinta habría que señalar, con Aricó, una serie de temas específicos: Deodoro Roca y la revista Las Comunas; el debate en Nosotros sobre la eventualidad de la guerra; el proyecto de Facundo de Taborda; De la estructura mediterránea argentina de Canal Feijóo; La evolución ideológica de Ramón Doll; el proyecto del FANOE; los temas recurrentes del municipio libre; Lisandro de la Torre y el debate sobre el fascismo; el descubrimiento de la historia nacional en el Partido Comunista Argentino. Todas estas iniciativas se dieron en medio de difíciles condiciones en las que la sociedad era incapaz de verse a sí misma a la luz de los cambios que en ella se estaban gestando, limitada a la visión maniquea de las cosas y de las acciones de los hombres, de quienes empeñó su futuro y provocó un arbitrario y pertinaz rechazo de su pasado. En esta atmósfera, a diferencia de aquéllos que se obstinaron en pensar que se trataba de un mal pasajero, “un descreimiento visceral en la capacidad de recuperación de la nación”, se abrieron paso los que a costa de las diferencias ideológicas y filiaciones políticas no llegaron a coincidir en una convicción compartida: “el país había arrancado mal y la pérdida de rumbo era la consecuencia inevitable de su mala constitución.”6 ¿Con qué celeridad una sociedad está en condiciones de percibir la magnitud de los cambios moleculares provocados? De ser así, ¿quiénes están en condiciones de percibirlo? Son preguntas éstas sobre las que reflexionaron tanto Engels como Marx. En este contexto, Aricó 5 RODEIRO, Manuel, “Saúl Taborda” (separata), Córdoba, Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, septiembre de 1967, p. 18. 6 ARICÓ, José, “La ilusión de los intelectuales (Intelectuales y política en los años ’30)”, escrito inédito, s/f. advierte acerca de esos factores escondidos por mucho tiempo, que de repente emergen violentamente a la superficie. La bruma que oculta esos cambios a la mirada del hombre es espesa, sin embargo, ellos reclaman ser traducidos. Entre los que contribuyeron a esta labor de traducciones se cuenta José Luis Romero, a quien se le deben sustantivos aportes en materia de investigación historiográfica, sin prejuicios y de manera crítica, muy próxima, como diría Aricó, a los problemas vivos de nuestro tiempo. En contraste con la otra historiografía, cada vez más ceñida a las peticiones políticas específicas de construcciones ideológicas, bien salió a flote en cuanto a que pudo resolver una de las necesidades más apremiadas para ese entonces: “vincular pasado y presente para entender lo que en el país ocurría”.7 De este modo este revisionismo llegó a ser la tradición cultural en la que la opinión de la mayoría en Argentina se sintió expresada. A una década del estallido del movimiento reformista, uno de los reproches que aquella generación les planteaba a las clases dirigentes fue precisamente haber dejado de lado a quienes por méritos propios se creían destinados a gestionar el poder. En 1933, una de las figuras de mayor relieve intelectual de dicha generación reformista, Saúl Taborda, expresó en su Ideario, además del divorcio del intelectual con las masas, algunos otros síntomas de la crisis, entre ellos: la estructura estadual, la crisis del Parlamento, la racionalización industrial, el problema agrario. 3.2 El trance decisivo en que nos hallamos… Es el nombre de su segunda gran obra y texto clave en cuanto a su pensamiento político La crisis espiritual y el ideario argentino. Fue inicialmente el tema de la conferencia “La crisis espiritual del presente y el ideario argentino”,8 pronunciada en 1933 bajo los auspicios del Instituto Social de la Universidad Nacional del Litoral. Ese mismo año fue publicada por la editorial de la Universidad, apareciendo tres ediciones más, 1942, 1945 y 1958, bajo el sello de “Extensión Universitaria” de la misma Universidad.9 Excepto la primera, las restantes ediciones fueron publicadas de modo póstumo. Si ponemos atención en la tercera edición, destaca la presencia de uno de sus discípulos, Santiago Monserrat, quien estuvo a cargo del prólogo, pero también 7 HALPERÍN DONGHI, Tulio, “La historiografía argentina en la hora de la libertad”, Sur, núm. 237, nov-dic. 1955, p. 120. 8 DÍAZ, Sergio, “Saúl Taborda, el anarquizador”, Comercio y Justicia, Córdoba, 13/06/2008. 9 En el Anexo 2 de este trabajo se pueden apreciar los contenidos de cada una de las ediciones. de una función como “compilador”. Más que una tercera edición, tenemos una nueva compilación: Monserrat suprimió, respecto de la primera edición, toda la primera parte y agregó uno de los artículos que salieron publicados en la revista Facundo, “la Declaración de Lima”. En fechas más recientes, el texto, en su primera edición, ha sido incorporado en El pensamiento filosófico de Saúl Taborda: del anarquismo al tradicionalismo hispánico, de Alberto Caturelli, y en Escritos políticos 1918-1934, de Matías Rodeiro.10 Previo al análisis del Ideario, atendamos a una precaución de método. Además de encontrarnos con las resonancias propias de la década de los treinta, tanto en el mundo como a nivel nacional, al Ideario le anteceden una serie de artículos que hasta 1955 fueron reunidos en dos tomos bajo el nombre de Investigaciones pedagógicas. En este tema, Taborda comenzó a trabajar desde 1929, recién llegado del viaje que había realizado por varias ciudades europeas, entre ellas Alemania, Italia y España, de 1923 a 1927. Si bien este capítulo se enfoca al análisis de la Crisis espiritual y el ideario argentino y de la revista Facundo, obras que a mi modo de ver son la expresión directa del pensamiento de Taborda ante la crisis argentina de la década de los treinta, no debemos pasar por alto el interés que para estos años ya había ante estas cuestiones. Taborda se concentra en las tendencias modernas alemanas: Dilthey, Scheler, Hartmann, y analiza la formación de la personalidad y su articulación inherente a la comunidad, cuyo planteamiento deviene de la disertación sustentada en Kant, Nietzsche, Scheler y Gentile. Con este último, tuvo oportunidad de conversar en Italia. Con bases en la pedagogía antropológica alemana, pudo relacionar la pedagogía, la comunidad y la cultura, distanciándose todavía más del enfoque más positivista, que identificaba a la sociedad como un organismo animal. La importancia de los escritos de Taborda acerca de la pedagogía reside en afirmar el campo relativamente autónomo de la investigación pedagógica. En este sentido, piensa que no se concibe a la pedagogía ni a la educación, sino sobre la base de un determinado concepto de hombre. Se trata así de crear una pedagogía que logre sintetizar la autoridad y la libertad (Gentile) y de lograr “la personalidad que forja la cultura y se somete a ella. El subjetivismo del individuo se ha disuelto en el objetivismo de la cultura.”11 10 CATURELLI, Alberto, El pensamiento filosófico de Saúl Taborda: del anarquismo al tradicionalismo hispánico, Córdoba, Fundación Véritas, 1995; RODEIRO, Matías (prólogo y edición), Escritos políticos 1918-1934, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, 2009. 11 TABORDA, Saúl, Investigaciones Pedagógicas, Córdoba, Ateneo Filosófico de Córdoba, 1951, p. 183. Estas investigaciones se vieron plasmadas en el plan de reformas educativas que aplicó Santiago Horacio del Castillo –previamente acordadas con Taborda– al asumir el gobierno de la Provincia de Córdoba, en 1940. El ideal argentino del hombre, la eficacia de la educación para la reparación argentina desde los profundos valores del hombre precapitalista, y el educar en asegurar la permanencia y el acrecentamiento de los valores, fueron algunas de las ideas que se consideraron en dichas reformas.12 Hecho este somero repaso, demos paso a la exposición detallada del Ideario. Para Taborda, la salida a la crisis requería de dos tareas sucesivas: reconocer los síntomas y segundo, reconducir lo humano. Los síntomas están expuestos a lo largo de cinco grandes temas: El viento de Chebar, El problema agrario, El reformismo georgista, Homenaje a Rivadavia y La sociedad de naciones. Los cuatro últimos temas han sido también identificados como agregados, los cuales son los que variaron en las en las ediciones posteriores.13 “El viento de Chebar” comprende a su vez trece apartados. El primero de ellos, “Fundamentos de occidente”, describe la “atmósfera estremecida de presentimientos aciagos”; “las zozobras que pueblan el aire que respiramos”, en detrimento del “fresco optimismo que comunicaba una nota particular al genio nativo” y visible en la pérdida de la “conciencia de nosotros mismos”. Taborda alude este “perdernos, inevitable y seguro” al precio con que se paga el conocimiento, a decir de Valery: “una civilización tiene la fragilidad de una vida”. Taborda prosigue y se pregunta si la fragilidad frente a la vida es una experiencia suministrada por los acontecimientos mundiales de los últimos tiempos, refiriéndose a “la terrible lección de cosas de los cuatro años de guerra”, los cuales habían destruido “de un golpe el magnífico edificio de la cultura europea”. Retomando uno de los temas expuestos en las Reflexiones, relativo a la ausencia del espíritu social en la política y a la inefectividad política de los partidos políticos, advierte ahora que “el orden social quedó librado a la violencia”, situándose en ésta su propia estabilización. A “la unidad de la razón abstracta”, “el fomento del particularismo ligado a los intereses privados y a los designios de los partidos” se debe el desplazamiento de la “pérdida de la comprensión de la totalidad de la vida” y “la antigua unidad espiritual”. 12 SEQUEIRA, Adolfo, Antonio Sobral, separata, Córdoba, Agencia Córdoba Cultura, 2001. 13 En el Anexo 2 se puede consultar la relación de los contenidos en las cuatro ediciones del ensayo. Además de proseguir la disposición hostil frente a los partidos políticos, Taborda continúa analizando la figura del Estado en el Ideario; persiste la percepción del Estado como “un instrumento de coerción en lo interno y de predominio en lo externo”, incorporándole un rasgo que parece prefigurar las teorías de Althusser y de la reproducción, “el Estado es el sustentador y el educador del capitalismo, en la forma que cubre sus nuevos países; pero él mismo se ha creado con esta misión su estructura, su esencia y contenido”. En esta lógica, “la evolución material se ha apoderado de la democracia política y parlamentaria”. Para Taborda el tema del Estado continúa siendo una de sus principales preocupaciones, más aun en el periodo de irregularidad institucional e intermitencia dictatorial argentinos de esos tiempos. Taborda retoma de Fichte algunas ideas sobre el Estado para construir su concepción, específicamente respecto a su papel como realizador de la unidad espiritual. Con este panorama nos introduce al impacto que la dictadura va teniendo en todas las latitudes de la tierra. Para él esto viene a ser “el testimonio más evidente de su muerte (del Estado)”, que responde “psicológicamente a un estado de desesperación nacida de la propia impotencia para relucir las fuerzas insumisas y sin norte que se mueven en la anarquía caótica de la hora presente.” Taborda advierte que el cumplimiento del viejo sueño de paz requiere que “cobre alguna vez los relieves de una realidad relativa”; que se “concierten la paz entidades, políticas vivientes, esto es expresiones de cosmos de valores dispuestos para realizar el destino del hombre”. Recordemos en las Reflexiones, cuando se hizo alusión al llamado inexorable del destino, Argentina y toda América se encontraba dividida en dos tendencias que respondían a propósitos distintos. Leamos como describió Taborda cada una de esas posiciones y sus implicaciones en el razonamiento de la paz, que en el Ideario refiere como ese viejo sueño de paz, a través de las coaliciones, las alianzas, las ligas: Llamémonos a juicio. El mesianismo histórico de América no está, no puede estar, ni con Alemania ni con la Entente: está consigo mismo. Declararse neutral es lesionarlo y de la misma manera, declararse aliadófilo también es ir contra él. Lo uno es claudicar. La inacción no ha creado nada porque nada se crea sin el esfuerzo. Declararse neutral es declararse derrotado a mitad de la jornada, es rendirse, es suicidarse. No cabe duda de ello. La voluntad de ser, la divina voluntad de sellar con la personalidad todas las cosas no es compatible con el quietismo, que reduce toda empresa a la mera satisfacción de exigencias materiales. Lo otro es tornar imposible toda acción y toda obra genuinamente americana. Importa el compromiso de secundar a los pueblos de la alianza, reconociéndolos depositarios exclusivos del derecho y la justicia. En el Ideario, Taborda polemiza sobre el modo en que se puede superar la crisis que atraviesa el Estado. En el ámbito internacional, “el propio anhelo de constitución de una sociedad de naciones destinada a asegurar la paz y la justicia internacional late todavía el sentido ecuménico de la vida.” Dicho sentido, según él, “fue roto por el Estado capitalista al reemplazar la antigua idea del imperium por el concepto de la soberanía estadual absoluta y cerrada”, generando en cada Estado “una entidad insolidaria, irresponsable y extraña” a las sanciones del derecho internacional. Si fuera verdad que “el hombre occidental está obligado a realizarse dentro de las formas políticas típicas traídas consigo por el propio proceso histórico al cual pertenece, no se debe perder de vista que se trata siempre de su suerte y que consiguientemente, es su eternidad lo que nos importa.” Esta idea de eternidad la plasmó en sus Reflexiones en el marco de la democracia y la moral americanas. Atendamos cómo la esboza: Por eso la moral americana es la norma de conducta que emana del Esfuerzo. El trabajo asegura la simbiosis; luego su moral es la que emerge del trabajo. La democracia americana hace un auto de fe con los libros conciliatorios que hablaron a las generaciones del pasado de una moral que era la mutilación de la naturaleza y coloca en su lugar las nuevas tablas de la moral fundada en el trabajo, en el trabajo rehabilitado, ensalzado, glorificado. La moral del Esfuerzo es la moral de la vida. Solo el Esfuerzo tiene la virtud de hablar al espíritu con palabras de eternidad. Sin embargo la época que le tocó vivir se caracteriza por un enfático menosprecio a la idea del hombre, en parte debido a “la técnica victoriosa” que se ha escapado de las manos del hombre y lo ha convertido en su servidor. “Lo ha desalmado para tecnificarlo”. Mientras que el alma era el sentido de la totalidad, ahora la técnica maneja y domina todos los “resortes vitales –arte, religión, economía, política, ciencia”. Este proceso de tecnificación explica que “las grandes concepciones del humanismo han perdido sus resonancias en los espíritus”, “el alto ideal del hombre total con que una vez llenó las escuelas de comprensiva y esperanzada claridad el pensamiento ateniense occidental.” Veamos aquí de nueva cuenta la referencia a la cultura antigua, en el mismo sentido que la refirió en sus Reflexiones: ¡Salve Atenas de la Belleza inmortal! “Las ideas y la vida”, el segundo apartado, es clave en cuanto a que evidencia la persistencia del idealismo como eje medular de su pensamiento. Para él, la escuela de las ideas constituye “la tabla de salvación” que puede resolver la encrucijada de la historia, pues, a diferencia de los hechos, y del conocimiento al que se remite el positivista, el hombre de ideas “se aferra a los mitos y a las cristalizaciones que constituyen el inventario mental de nuestros antepasados.” Además de hacer referencia a la falta de pulso político en Argentina ante el régimen dictatorial que se ha instaurado, se destaca aquí uno de los fundamentos que dará solidez a su formulación sobre el “mito facúndico” (1935), en cuanto al papel que juega el mito y las cristalizaciones como inventario mental de los antepasados. Para Taborda “el auge del radicalismo fue la irrupción irracional”, que “no aportó ideas porque un flujo irracional y romántico carece de ellas y por eso su actividad gubernativa se resolvió en variaciones coreográficas, en gestos declamatorios y en exaltaciones emocionales frente a la esfinge de los problemas”, acentuando “la impotencia para afrontarlos dando la sensación de una irremediable descomposición de todo los principios rectores.” Entonces “volvió a apoderarse manu militari de los resortes del Estado”. Leamos a Taborda, constitutivamente crítico, para comprobar cómo campea la palabra crisis, por segunda vez, desde ese lugar melancólico, en el sentido de Berlin. Si la primera vez tuvo lugar cuando escribió las Reflexiones, en ocasión de la guerra europea, esta vez, sin desprenderse de las preocupaciones de ahí derivadas, agrega las incertidumbres que la Argentina está viviendo en la década de los treinta: ¿Qué soluciones han dado a la crisis sus decretos económicos y financieros apoyados en doctrinas periclitadas, sus medidas fiscales expoliativas, sus represiones violentas de la agitación proletaria ejercidas en nombre de la libertad de trabajo, su avasallamiento de los institutos educacionales en nombre de los principios autoritarios retrógrados y anacrónicos, y su rencorosa ceguera frente a las aspiraciones y los reclamos de la juventud universitaria? Esta última pregunta nos introduce en el siguiente apartado, “El hombre de las ideas”, en el que expresa uno de sus principales reclamos: el divorcio del intelectual con respecto a las masas; el distanciamiento que ha sufrido el intelectual de los asuntos políticos en el gobierno. Una voz idealista convoca a posicionarse “en esta hora teñida de imperativo de civilidad”. Es incomprensible cómo “un extraño apoliticismo” ronda en la inteligencia argentina, alejándola “del vivo contacto con los graves problemas que atañen al destino de nuestra comunidad.” Refiriéndose por inteligencia tanto a las tareas espirituales como a aquellos que realizan esas tareas: escritores, pensadores, académicos, profesores, profesionales. Ciertamente ellos crean la cultura, pero cuantitativamente, situación que ha cobrado ya “los pronunciados relieves de una escisión entre el pensamiento y la vida.” Taborda se pregunta acerca de la cultura: ¿Existe acaso una disposición psicológica en cuya virtud la propia actividad espiritual puede inhibir en un momento dado a los hombres que se entregan a ella para comprender las nota novedosas de la realidad que afloran en el mundo que les circunda? ¿Es que de un modo necesario, por mandato de una intrínseca ley, el concepto de la cultura debe ligarse inexorablemente a una obliteración civil? La cultura, para Taborda, procede de la vida. “Tiene sus hondas raíces en ese suelo común y comienza a ser tal desde que el espíritu, superando lo meramente animal, se decanta en principios ordenadores de la manifestaciones religiosas artísticas sociales científicas económicas y técnicas. Si estos principios están dotados de contenidos y formas propias, y están gobernados por una lógica peculiar, entonces existe una autonomía. De lo contrario, emancipando de la “pulsación originaria”, tenemos “productos inertes”, en “contraposición a la fluencia creadora.” Se ha instaurado pues un “dominio extraño y adverso a las fluctuaciones históricas”, ante el cual “el hombre culto –el formado– se ve sometido al dilema que le propone la contradicción entre la cultura y la vida”. “Sólo un camino permite escapar de la disyuntiva”, “el que se gana acordando y compenetrando dúctil, flexible y vivamente el espíritu y la vida”. Esta armonía buscará afanosamente “el más depurado pensamiento contemporáneo”. Se pueden percibir aquí resonancias simmelianas a través de El tema de nuestro tiempo de Ortega y Gasset. Taborda diferencia dos generaciones en el poder. Una pasada que representa “natura naturata, la vida vivida,” de la generación que sube que representa, “natura naturans, la vida no vivida”. “De un lado, el intelectual como hombre de ideas; del otro lo nuevo, lo que todavía no tiene nombre.” Lo que sí se sabe de este último es que acentúa la “desviación incivil de la cultura”, viviendo escindido de la realidad creadora. Esta situación puede ser notoria en las actividades docentes, especialmente, según Taborda, en el ámbito de su universidad, más bien, de la universidad de ellos pues la basada en el presupuesto oficial no es, “desde hace mucho tiempo la universidad de todos los argentinos.” En este punto nos introducimos en un punto planteado en el Manifiesto liminar y en las Reflexiones de Taborda, cuando describe su universidad como un “hortus conclusus”; ahí “no se barajan más que las cristalizaciones conceptuales de una vieja paleontología mental”; refiere que “ningún reclamo de la vida encuentra en sus aulas la más leve repercusión.” Además de las actividades universitarias, el intelectual de las ideas también ha demostrado “su congénita incapacidad para estimular un auténtico esfuerzo espiritual.” Manco y tan torpe como el político, así como para las restantes manifestaciones de la inteligencia. Es en este punto donde inserta uno de los puntos más resaltantes que ha ofrecido la vida política argentina en aquellos últimos tiempos: “la exclusión de los intelectuales de la gestión de negocios públicos decretada por el radicalismo triunfante.” Partido al que caracteriza como “tan denso y nutrido que ha conseguido contar con una mayoría extraordinaria de sufragios en todo el país”, pero que “en ningún momento se ha dirigido a los intelectuales para encomendarles las tareas del gobierno”. Para Taborda, la actitud del radicalismo ha contribuido a aclarar el problema del intelectualismo. Dicha actitud la describe Taborda como “una revuelta plebocrática contra el espíritu”, que recluta “sus conductores entre los hombres más dispuestos a favorecer la ascensión de las masas con todas sus fuerzas elementales, ocultando “su ojeriza contra ‘la plata dorarla’ de la universidad y del periodismo.” Aun y el socialismo, con su prédica servida por hombres de ideas y de reconocida solvencia moral” ha obtenido escaso éxito electoral, lo que indica que las soluciones –eventuales, inmediatas y circunscriptas, intelectualistas tipo siglo XIX– que propone no satisfacen las exigencias vitales. “El hombre de las ideas, señala, es un dehors ahora porque carece del don de la comprensión histórica que es el único título habilitante para ser hombre de su tiempo”, diferente era seis lustros atrás, en el que “poseía un bagaje de ‘conocimientos’ tan considerable como el que posee en los días que corren; pero jugaba un rol tanto más altamente estimado”. Este desplazamiento responde al “inesperado planteamiento de cuestiones de toda índole, especialmente de cuestiones económicas, y comenzó a tomar cuerpo una dialéctica de clases sociales”, viéndose las instituciones vigentes sometidas a una crítica demoledora que carecía de una tradición de suficiente cultura a mostrarse en las horas difíciles las grandes líneas de los esquemas ideales que presiden el pensamiento grecolatino.” Evoca Taborda aquella “generación rebelde, ardorosa, enamorada del riesgo del peligro, de la violencia” que “acomete contra la existencia burguesa muelle y anquilosada”, esto es la generación reformista de 1918; que “postula el instinto y la intuición”, “frente a la forma sin contenido el heroísmo creador”. Y se pregunta “¿hacia dónde?” “Desde los días de Nietzsche y desde la prédica de Sorel, izquierdas y derechas intuyen la inconsistencia del pacifismo inventado por la cobardía interesada del yanqui sin eternidad y sin historia.” Preguntas que dejan ver un acercamiento con el Lugones en su periodo jerárquico. Hemos perdido el camino. Este es el desafío histórico en el que se ubica Taborda, en el ocaso del Estado, del Estado de Europa y del argentino. Es en “la áspera crisis en que hoy se debata la concreta existencia del hombre, la técnica mera y simple que señorea sobre sus ruinas, sobre las cosas y sobre las almas, que acaba de anunciarse “por la telefonía sin hilos de un avión lanzado sobre el Olimpo, la ausencia de los dioses…” Esta “ausencia” fue referida también en las Reflexiones. Pasamos al siguiente apartado “Ser y deber ser”. Para 1933, Taborda era parte de la “tremenda desesperación que estremeció aquel grito de Mussolini: ‘Nada fuera del Estado, nada contra el Estado, todo para el Estado’”, aun no medida en toda su extensión. “¿Es que el fascismo, a pesar de todo su aire petulante y soberbioso, posee menos orientaciones espirituales que nuestro confuso radicalismo? ¿Es que, de un modo más general, todo flujo vital no es otra cosa que una levadura histórica que necesita cuajar en formas adecuadas y en normas reguladoras de su ritmo?” Si es cierto que “el caos ama la forma”, “a la filosofía de la vida tenemos que agradecer el poder valorar de nuevo la riqueza de lo individual en todo lo existente y el habernos libertado de la deshumanización y abstracción mecanicista de la vida en virtud de un racionalismo amorfo”, –cita del jurista universal clásico Heller, de su libro en alemán, Europa y el fascismo,14 en el cual se condena al fascismo. En este sentido Taborda arguye que “la destrucción impone la obligación de construir.” Por lo tanto, “la estética del heroísmo es una anunciación de la fantasía creadora que pugna por instaurar un ideal ético en el destino del hombre”. Recurre a Spengler y a su esteticismo para “afirmar que aquel soldado que dio muerte a Arquímedes en el asalto de Siracusa, ha tenido posiblemente más influencia histórica que el sabio con todos sus descubrimientos científicos”, pues “si el soldado es aquí la vida, nadie desconocerá que sin Arquímedes y sus descubrimientos ella carecería de sentido y de grandeza.” En pos de todo lujo vital, advierte, cobra siempre una renovada resonancia la sentencia hegeliana: ‘Aquello que debe ser simplemente, sin ser, carece de verdad’”. Taborda retoma la pregunta ¿hacia dónde?, con la que da inicio “El mensaje de Fichte”. En este apartado se advierte que la crisis responde a la ineficacia de un sistema de valores, y que el camino no es otro que el de la “instauración de un cosmos espiritual que sirva de estricta referencia a cada uno de sus problemas concretos”. Dicho esto, cabe destacar que para Taborda es fundamental retomar la filosofía práctica de Fichte, cuando comenzó a diseñarse la estructura del Estado moderno, una década después de la Revolución de 1789. Su filosofía 14 La edición al castellano salió hasta 2006, sin tener conocimiento de una anterior, con certeza se puede inferir que Taborda leyó este texto en su idioma original durante su estancia en Europa. La referencia de la cita es: HELLER, Hermann, Europa und der Fascismus, Berlín, Walter de Gruyter, 1929, p. 52. La traducción al castellano fue hecha por Francisco Javier Conde (2006). concilió el nacionalismo y el socialismo en términos tales que hoy, acota Taborda, “en el violento antagonismo en que se hallan por obra de la propia evolución del Estado, cobra el valor de un punto de partida para la solución del problema de la justicia social en sus aspectos político y económico, y constituye toda una verdadera rectificación de los rumbos equivocados.” Taborda destaca que Fichte advirtió que “los Estados modernos deben su nacimiento, antes que a la voluntad contractual de los individuos, a la disgregación de la familia europea medioeval organizada eclesiásticamente con un jefe visible a la cabeza”, por lo que buscó un puente que derivó en que su Estado de razón reposara en el contrato de propiedad, entendida como derecho natural. “Todo hombre tiene derecho a las cosas y no a la persona de otro.” Con respecto a la ley, acorde a Taborda, ésta es de por sí un concepto. “Para vivir necesita la fuerza que lo asegure “mediante la formación de una institución adecuada y esa institución es el Estado.” “El Estado deducido de aquellas premisas concilia la voluntad de cada uno con la voluntad común y por eso Fichte la llama contrato civil de Estado. No hay derecho sin coacción; no hay coacción sin Estado.” Veamos dos ápices en el pensamiento de Taborda, el derecho y la filosofía, en cuanto a la instauración de un cosmos espiritual que sirva de estricta referencia a cada uno de sus problemas concretos. Hay pues, según Taborda, una afirmación en el fondo del pensamiento de Fichte: la propiedad es algo que corresponde a todos los miembros de un Estado. “El hecho de que en la realidad las cosas pasan de otro modo, en nada afecta su validez. Sólo indica que hay que empeñarse en acomodar gradualmente la realidad a la concepción de la razón, pues éste es el cometido de la política filosófica.” “¿Cuál es el primer problema que debe resolver ese Estado? Indudablemente, el del reparto de la propiedad, puesto que es de aquí donde se asegura a cada uno lo suyo.” En el orden medioeval la libertad de comercio se imponía de forma lógica hasta que “aparecieron los Estados particulares, diferenciados y delimitados por sus respectivas fronteras.” Nos introducimos aquí en otro de los puntos medulares de este texto relacionado con la defensa del orden medieval. La alusión al mensaje de Fichte, reconociéndole todas las imperfecciones que quepa atribuir a su Estado, tiene que ver con el rescate de ese “sentido cósmico con el cual quiere salvar la armonía propia de las fuerzas que actúan en el seno de la sociedad.” Fichte veía en esa armonía un presupuesto común del pensamiento grecolatino que floreció en la estructura social del Medioevo, en la cual las manifestaciones político- económicas se subordinan a los fines morales y es en esta razón donde reside, citando a uno de los biógrafos de Fichte,15 “la más vigorosa afirmación del Estado nacional que maduraba en la conciencia del tiempo como una imperiosa exigencia ética.” Además de sentar las bases de la concepción estadual, Fichte viene también a ser sustento de la defensa de la tierra, una de las proclamas principales de Taborda, al decir que “la tierra no es susceptible de derecho exclusivo porque su destino es el de servir para el uso de todos. ‘La tierra es de Dios’”". “Es decir, de la patria, porque la patria, que es la eternidad de Dios que se hace visible en la historia, es el título de la eternidad de los hombres.” Demos paso a “la estructura estadual”. Aquí Taborda comienza por justificar la pertinencia histórica de la concepción de Estado de Fichte, debido a la cercanía de su discurso con la tradición espiritual de Occidente. En el fondo del orden en que han sido estructuradas las corrientes constitutivas del Estado moderno late “aquella idea de totalidad propia del pensamiento de Occidente”. Explica Taborda que, “hasta mediados del siglo pasado, la vida era simple y discurría por debajo de la doctrina política como el agua por debajo del puente. El puente comenzó a estorbar cuando comenzaron a acrecentarse las fuerzas capitalistas. La técnica las excita. El comercio se extiende. Europa, el mundo entero, se industrializa. Advienen las ciudades tentaculares. Los medios de comunicación se multiplican favoreciendo el domino de toda la tierra.” En todo este proceso, ¿qué acontece con el Estado? Acontece, primero, que con la plena conciencia de ser un todo, adquiere el ritmo de aquel movimiento y trata de ganar todas las dimensiones que aquél va obteniendo con un dinamismo incontenible. La nacionalidad, que está a su base, desde que la nación se hizo estadual, escapa de las fronteras. Campea en el exterior, contratando, comerciando, discutiendo mercados y amenazando, según sean las posibilidades de su juego expansivo. La libre concurrencia capitalista siguió el monopolio. El monopolio se expresó en las distintas formas que puede adquirir la fusión: cartells, sindicatos, consorcios, trusts. Una inclinación previsible y, acaso obligada del monopolio lo llevó a invadir la esfera política antes asignada el Estado, y así concluyó apoderándose del Estado. El Estado con sus más típicas instituciones estáticas la familia y la tierra cayeron en sus manos y fueron triturados para servir al designio capitalista. La familia disuelta, proveyó de brazos al mercado de la oferta y la demanda, y la tierra convertida actualmente en bien inmueble - con tanto mayor motivo cuanto que no tardaron en cobrar extraordinaria importancia los yacimientos de materia prima entró al torrente circulatorio. Este acontecimiento trasciende en que el derecho comercial ocupará el puesto de ley común que todavía ocupa el derecho civil, citando al jurisconsulto Thaller durante su 15 Giuseppe Maggiore, abogado y filósofo del derecho penal (1882-1954), discípulo de Benedetto Croce y de Giovanni Gentile. exposición en la celebración del cincuentenario del Código Napoleón. La ruina del Estado significa que la economía, absorbiendo la esfera política, introduce un desequilibrio que es de por sí la propia disolución de la institución. “El capitalismo dueño del Estado se tornó agresivo.” Derivado del tratamiento del cúmulo de transformaciones económicas, se desprende el siguiente apartado dedicado a “la crisis del Parlamento”. La organización de partidos políticos íntimamente ligados al dinero, considerados como órganos polarizadores de la opinión: es “innegable que necesitan de recursos económicos para la consecución de sus fines.” Para ilustrar esta situación cita los grandes escándalos ocurridos en Estados Unidos. En este capítulo se cita a Carl Schmitt en relación con la identificación del liberalismo y la democracia. Mientras que “la división de los poderes es la constitución misma”, es lo que determina su concepto, se infiere que “la dictadura no es contraria a la democracia ‘sino esencialmente, es la supresión de la división de los poderes’”. En este sentido, Taborda reabre “el conflicto entre el derecho y la fuerza” e instaura instancia en favor del absolutismo. En esta inferencia racional, Schmitt no ha necesitado apelar al absolutismo de Maquiavelo ni al de Mussolini porque le ha bastado atenerse a la realidad inmediata para justificar su concepción amoral del Estado, “[…] para convertir la religión y la ética en instrumentos sometidos a la ‘razón de Estado’.” Si para Maquiavelo la esencia del Estado radica en una forma particular de gobierno, la conclusión de Schmitt no lo desmiente, “por lo que la supresión de la división de los poderes es compatible con la democracia.” En esta lógica, “el sistema de partidos es ya insostenible”; de acuerdo con Schmitt “tanto las grandes decisiones políticas y económicas que se refieren al destino del hombre como el control fundado en la discusión y en la publicidad, escapan a la influencia del debate parlamentario.” Tras haberse convertido la publicidad y la discusión de la actual actividad parlamentaria en formalidades, el Parlamento –según Schmitt– ha perdido su fundamento y su sentido. Abrimos paso a “nuestra experiencia”, capítulo en el que Taborda cuestiona la eficacia de la democracia parlamentaria y de partidos. Señala que la democracia argentina “ha ensayado para realizarse el camino de la representación popular”, colocando al Parlamento como su más fuerte sostén, o sea como “el palenque de la dialéctica de las corrientes sociales que trabajan históricamente en la comunidad”. Sin embargo, “mientras más hemos exaltado, extendido y rodeado de precauciones el ejercicio del sufragio menos nos hemos encontrado representados en el órgano de expresión de la voluntad nacional.” “Hemos perdido la confianza en nuestro órgano legislativo.” “Porque no es una simple coincidencia el hecho, pleno de sugestiones, de que, al día siguiente del pronunciamiento del seis de septiembre, cuyo primer acto fue la disolución del Congreso, Lloyd George nos haya revelado, desde las columnas de La Prensa, de Buenos Aires, los vicios intrínsecos de la institución y la desesperada desilusión del pueblo inglés en presencia de su ineficacia, cada vez más acentuada y notoria.” “Es una desvalorización cuya data cronológica se puede fijar con certeza en la fecha en que se promulgó la ley Sáenz Peña, ley que ‘abrió las compuertas que comprimían el sufragio popular’, según la expresión del Dr. Ibarguren, respondió al propósito de salvar de la muerte a la doctrina racionalista de donde procede, sin percatarse de la realidad histórica de nuestro país.” “A virtud de este designio, no reexaminado ni rectificado hasta ahora vivimos bajo el imperio de una ideología que ya ha hecho su ciclo.” Su clara oposición a la democracia parlamentaria y partidaria debido a su carácter filocorporativizante, apunta en su lugar a la democracia funcional, idea que empalma con su apuesta en el comunalismo. Taborda describe su concepción de democracia, leamos con atención los elementos que la componen: Justamente porque el principio del autogobierno es nuestro principio de nuestra democracia tenemos conciencia de ser una comunidad. Comunidad con un pasado y con un porvenir; comunidad espiritual dentro de la cual el argentino de carne y hueso se realiza como persona en la comunión con los bienes y los valores que ella custodia: comunidad para hoy y para todos los tiempos que comunica resonancias eternas al nombre argentino. Como miembros de tal comunidad, somos responsables en ella. Somos responsables en ella como ella lo es en nosotros. Personal moral, no simple cuerpo gregario; nación y no emporio. Porque somos nación es que participamos libre y responsablemente en el manejo de los negocios comunes. Libre y responsablemente y no por mandato de una ley que obliga y desconoce el auténtico concepto de la personalidad al sospecharle carencia de virtudes civiles. No existe hombre tocado de sentido ético que no sea esencialmente político. Somos esencialmente políticos. Nuestra vinculación con la comunidad es indestructible. Ella se manifiesta en fa labor del educador que medita en la formación de la personalidad; en la obra del trabajo que crea productos; en la actividad del industrial que maneja el fondo económico de la nación; en la creación del artista que decanta las formas de la belleza; en la meditación del pensador que descubre senderos ideales y en la tarea del conductor que vela los intereses comunes. Somos políticos en el más alto sentido de la palabra y queremos practicar con plenitud el principio del autogobierno. Tanto que, de hoy en más ningún despotismo ninguna dictadura contara con nuestra adhesión. Hay en esta cita varios puntos que se articulan con lo que Taborda fue construyendo al trabajar su concepción facúndica, explicitada en la revista Facundo. Vemos aquí ya el énfasis idealista en el papel de la comunidad y sus derivaciones en la actitud esencialmente política, libre y responsable de sus miembros. En este sentido, lo que aquí y ahora importa cuestionar es si el partido como única organización del sufragio responde a las exigencias del autogobierno. A continuación veamos cómo hace mención del siguiente tópico que enfáticamente también desarrollará en su revista, el comunalismo. ¿La fórmula? No poseo la fórmula salvadora. Nadie la posee todavía, pero muchos la buscan. Tengo para mí que lo que nos conviene es instaurar una democracia funcional porque me parece ser la que responde con más eficacia a una expresión de la voluntad nacional que sea móvil, rápida, fluyente y dinámica, como lo es la hora moderna. Forma ágil y presta que se acomode a las sucesivas variaciones del flujo vital, forma que disponga del recurso inmediato y no la pasada maquinaria que hoy nos dicta una ley de energía muchos años después de pasada la necesidad que la reclamara, como lo muestra la situación de la agricultura, indefensa a merced de la especulación de la banca internacional; como lo muestra la situación del petróleo; como lo muestra la situación de las clases pobres; como lo muestran todos nuestros problemas irresolutos. No poseo la fórmula salvadora. Pero está fuera de duda que sólo podrá encontrarla quien sepa compenetrarse de las aspiraciones de la conciencia argentina en este momento de su historia y pueda revisar el sistema vigente a la luz de un orden acorde con ella. No es esta una misión que pueda ser encomendada al partido político. A ningún partido político se le puede pedir que se decrete el suicidio o que, por lo menos, comparta con otros órganos de nueva creación el manejo de la política nacional. Es una misión que incumbe a la reflexión comprensiva y creadora. Está ahí todo su contenido. Su contenido, que no puede ser otro que el de dotar de formas adecuadas a la expresión de nuestra conciencia para que la tierra de los argentinos sea tierra de productores que plasman en creaciones originales la eternidad de su nombre. Expuesto lo anterior, Taborda ha ganado claridad en torno a los temas de la disolución del ecuménico medioeval y de la bancarrota de las entidades surgidas de ahí, discurriendo que es “la exaltación teratológica y unilateral de las fuerzas económicas la que ha roto el equilibrio, la esencia del orden.” Con esto da paso a su siguiente apartado, “Anunciaciones y signos”. La insuficiencia de los principios espirituales ha derivado en la descomposición del sistema de valores imperantes, allanando “el camino a la ‘rebarbarización’”. “Una cosa empero se salva incólume en medio de la incertidumbre de la crisis y esa cosa, islote provisor de tierra firme, es el sentido de la totalidad. Ese sentido de la totalidad reclama un orden.” Para Taborda, todo lo anterior, es signo de un momento crítico ante el cual se prepara el mundo contemporáneo, se trata de la disolución de la cultura del siglo XIX. El llamado de anunciación es a integrar una nueva cultura. “El hombre de hoy puede tener mucho del hombre de la Edad Media. Pero tiene más de la conciencia que ha ganado en la tragedia de su destino y que le ha creado ya para siempre, la idea de su propia personalidad.” En la esfera propiamente económica, gana terreno, según Taborda, la “racionalización industrial”, título del siguiente apartado. Se tiene ya “un racionalismo capitalista y un racionalismo socialista. Pues, derecha e izquierda concuerdan en la existencia del caos producido por la ruptura del equilibrio.” “El primero de ellos se propone el mantenimiento del estado de cosas todavía vigente en el mundo; el segundo anuncia las líneas generales de la estructura que adviene.” Tras hacer una revisión de la situación en Estados Unidos, Rusia, Japón e Inglaterra, Taborda advierte que “una cosa se salvara del naufragio y ese algo es el sentido unitario de la civilización y gracias a ese sentido, la industria y el trabajo y el comercio y la técnica podrán entrar, alguna vez, a un sistema de fines adecuados para realizar el destino del hombre.” “El alma precapitalista” es el capítulo siguiente. Comienza preguntándose: ¿El destino del hombre? ¿De esto se trata? Pero, ¿es que el destino del hombre depende solamente de las fuerzas económicas? ¿Es que el destino del hombre depende solamente de las instituciones sociales creadas por el poder unilateral de ideas sociales puestas en movimiento por la estructura económica? Prosigue: “El sindicalismo que ha rectificado recientemente la doctrina de Sorel, de Bert y de Lagardelle, afirma, con Béracha, que las ideas de construcción social son productos de la revolución económica que se realiza en la infraestructura social mediante la transformación de la vida material.” Y continúa preguntándose: ¿Qué sitio queda para los restantes valores esenciales de la personalidad? ¿Qué respuestas puede dar a las exigencias del alma el tipo socialista, el hombre socialista, el hombre socialista que reta en sus entrañas la revolución? A decir de Taborda, todo lo dicho hasta aquí devela los perfiles de un hombre precapitalista: Estaba ahí antes que el racionalismo marxista formulase su crítica del capitalismo. Estaba allí con su ideal de justicia, eterno, como el ideal de justicia. Estaba en la propia Edad Media, insertado vivamente en un orden en el cual los artesanos y los compañeros estuvieron reconocidos como miembros de una comunidad presidida por una tabla de valores que realizó su justicia hasta el día en que un sesgo histórico quebrantó aquella tabla y el sentimiento del derecho igual que le servía de norte. Fue aquél el día en que el patrón quiso adueñarse del productor y el productor comenzó a sufrir ese “complejo de inferioridad social”, en términos freudianos. “Desde entonces data ese estado emocional proveniente de la conciencia del derecho violado y la correspondiente protesta que reclama la justicia social la debida reparación. Reparación que el socialismo no cumplirá si en lugar de atenerse a una ciega acusación materialista y a un afán desesperado que se aferra al incremento de la producción por amor a las virtudes que le atribuye, no responde a las imperativas exigencias del hambre total.” Acerca del socialismo advierte que se trata de una “fe operante y creadora”, “fuente nutricia de toda relación que aspira a decantarse en símbolos representativos” pero que “que permanece siendo siempre una actitud radical que no se agota en lucubraciones intelectuales.” “Por eso la técnica que se vale de la aplicación de las relaciones de producción y de cambio es una mera elección de medios, cuyo valor depende de su adecuación al ideal que la determina. Marx, crítico demoledor de la estructura capitalista, es un hombre precapitalista y vale más que por sus escritos plenos de teorías por sus fervientes anhelos de moral y de justicia que animan aquellas teorías y se trasuntan en el indomable heroísmo de su propia Biblia.” Concluye Taborda constatando que “se trata sí del destino del hombre. Pero del hombre total. No de su sombra.” Con respecto al dominio de los bienes materiales, otro síntoma que anuncia el sentido del orden es la actitud relativa a la situación de la tierra, “la adecuación de los bienes agrarios a la comunidad.” Con esta preocupación se anuncia el siguiente apartado: La tierra es de dios. Los más distintos sectores del pensamiento coinciden en esto. “Desde muchos decenios atrás, la filosofía, la economía, la sociología, el derecho y la propia política, dirigen recios ataques a las concepciones romanistas que definen la propiedad como la facultad reconocida al individuo para usar, gozar y abusar de las cosas de un modo perpetuo.” “Las más recientes constituciones y los más recientes códigos civiles hacen justicia de un modo más o menos decidida y radical al nuevo sesgo impreso a la manera de considerar la propiedad privada y ya nada parece más admisible que el principio que revoca el absolutismo individualista.” “Se ha inspirado en disposiciones similares de Alemania, México, Ecuador y Lituana,” respondiendo en el fondo a una actitud psicológica precapitalista.” España, según Taborda, es uno de los pueblos occidentales en los que menos asidero ha encontrado el ideal del hombre faber exaltado por el siglo XIX.” Debido a esto, tanto España como Rusia han pasado por ser pueblos incapaces para acomodarse al ritmo de la era industrial y carentes de las aptitudes favorables al aprovechamiento de la técnica. “La norma valorativa que finca su estimativa en la producción de bienes económicos, la juzgó siempre con disfavor a virtud de su falta de poder productor, y por ello llego a considerarla copio condenada a una insalvable decadencia.” Precisamente la condición precapitalista de España, esa actitud radical de su alma, le permite afrontar el problema agrario con una notoria concordancia con su tradición. Individuo y Estado significan aquí, ante todo, una viva reciprocidad de obligaciones y deberes y no el contraste insalvable y violento que caracteriza al Estado capitalista. Taborda se pregunta: ¿Qué quiere decir todo esto? ¿Quiere decir que estamos retornando lisa y llanamente a la Edad Media? Se trata de una rectificación de las instituciones del siglo XIX realizada por el fondo permanente y radical del hombre precapitalista que es quien sucre y advierte las consecuencias atomizantes que resultan de la exacerbación unilateral de determinadas potencias sociales. Tal como en la Edad Media, la tierra empieza a adunar el derecho a la obligación. Con ello se marcha hacia el antiguo estado en el cual el propietario no era sólo señor sino, al mismo tiempo, servidor del pueblo, de la comunidad. “Aquellas formas conservan el prestigio de las cosas que llevaron en su seno la historicidad del hombre, pero nuestro presente necesita construir su arquitectura civil para hombres de hoy, para hombres enriquecidos con las experiencias de dos siglos de ensayos de esperanzas y de derrotas que están indestructiblemente ligados a su destino y no para hombres de un pasado irresucitable.” “Venimos de la historia y vamos a ella. Eso es todo. Por eso, justamente por eso las palabras de Fichte están cobrando hoy el prestigio de un rumbo: La tierra es de Dios.” Habiendo sido enfatizada la presencia de Fichte en el tema de la tierra, Taborda cierra su ensayo con “la tradición argentina”. “¿Pero no es precisamente en esta verdad en la que el pensamiento argentino, el pensamiento argentino precapitalista se liga para siempre con la tradición española, cuyas raíces se hunden en la colonización de la meseta leonesa castellana? ¿No vibra, acaso, en la enfiteusis rivadaviana el sentido totalista que dio nacimiento a la propia enfiteusis española?” El conjunto de ideas planteadas en este libro que ha hablado sobre la crisis del presente tiene el objetivo, señala Taborda, de ir despejando de errores y de prejuicios las perspectivas históricas. “El aparente retorno a las formas periclitadas que ensaya el mundo moderno, el corsi e ricorsi del espíritu ahincado en la solución de las incertidumbres de esta hora genérica nos está revelando la filiación que liga nuestra alba, anterior a todo capitalismo, con la eternidad de Castilla.” Seguido a esto, Taborda retoma explícitamente los tiempos que circundaron sus Reflexiones en 1918, y agregó: “América tuvo un día la intuición aguda de la nueva conciencia histórica. Fue en su adolescencia, todavía no lejana. Su virgen mentalidad conjugada con ponderados valores de la cultura europea superó a su progenitora en muchos y fundamentales aspectos tanto en hermosura de concepción como en destreza ejecutiva.” Prosiguiendo: “La catástrofe de la guerra le encontró con el ojo atento, avizorando las alternativas de la crisis, y gracias a ello Europa no estará sola en la tarea reconstructiva. La joven América, que, de haberse librado a tiempo de la sombra de manzanillo del capitalismo europeo, hubiera elaborado la miel de una civilización sobrepujada le aportará, el tesoro de sus ideas con el tesoro de sus granos. Las catorce proposiciones de Wilson, que recuerdan las trece proposiciones de Bakounine expresaron en el momento de prueba en que fueron pronunciadas las disposiciones históricas del pensamiento americano.” “Es el propósito colectivo de la energía americana el crear una civilidad que trasmute y rectifique en beneficio del mundo la civilización europea.” El camino para purificar la vida política, Taborda no lo tenía. Sin embargo predicaba la instauración de una democracia, definida como “funcional”, que tenía como trasfondo la experiencia soviética, no la fascista. Si se trataba de encontrar una fórmula salvadora, ésta no podía ser encomendada al partido político. Taborda se inclinaba por que retornara a manos de quienes la proyectaran, es decir, de los intelectuales. Esta tarea consistiría en dotar, a través de la reflexión comprensiva y creadora, la expresión de la conciencia argentina, con el solo objeto de “que la tierra de los argentinos sea tierra de productores que plasman en creaciones originales la eternidad de su nombre”. Restituidas estas ideas a su época histórica, sin ser leídas desde el presente, no puede dejar de reconocerse el énfasis puesto en la búsqueda de nuevas formas políticas, sociales y culturales. En 1933, en el periódico Noticias Gráficas Taborda definió la época […] por la búsqueda desesperada de nuevas formas políticas y sociales. Es la cultura actual en todas sus manifestaciones –especialmente las nuevas corrientes filosóficas– la que acentúa esa búsqueda como un remedio para corregir la crisis que abate el alma desilusionada del hombre contemporáneo. Por eso señala el desorden de una economía insumisa a toda escala de valores como la causa inmediata del caos que impera por doquier. Ninguna organización puede subsistir en la situación anárquica de las fuerzas materiales, y todos ven bien la urgencia de someterlas a las exigencias de los más altos valores. ¿Cómo se operará ese sometimiento? Por la reducción del capitalismo. ¿Cómo se realizará esta reducción? La respuesta exige un libro. Rusia con su concepción sovietista está ofreciendo sugestiones de extraordinaria importancia.16 16 “La revolución francesa y la crisis espiritual de Occidente”, Noticias Gráficas, julio 1933. Incluido en la antología de Horacio SANGUINETTI y Alberto CIRIA, Los reformistas, Buenos Aires, Jorge Álvarez Editor, 1968, pp. 301-305. De lo anterior podemos encontrar los elementos políticos e intelectuales que posibilitaron ciertas combinaciones, tales como la experiencia del Frente de Afirmación del Nuevo Orden Espiritual (FANOE), inspiración de Taborda y de Carlos Astrada, en 1932. Esta iniciativa reunió tanto a personajes que después adoptaron formas más extremas del fascismo criollo, como Giordano Bruno Genta o Alberto Baldrich, junto a otros que claramente se alinearon en contra del fascismo, como Francisco Romero, José Luis Romero o Juan Mantovani. Para 1934, esta propuesta se había disuelto, sofocada por la crítica de la izquierda que la identificaba con el fascismo. Sin embargo, más allá de que por esos tiempos, esta crítica concebía el fascismo y el capitalismo como términos intercambiables, lo que en realidad se rechazaba del FANOE era su pretensión de liderazgo intelectual por un lado, y por el otro, su no adhesión al esquema de la revolución anticapitalista defendida por los comunistas y sus aliados. A pesar de haber sido tan corta la duración del FANOE, lo que se puede percibir es la incisiva búsqueda de salidas que no pasaban –tal y como lo advierte Aricó– por la restauración de un orden que se consideraba, con razón, perimido. 3.3 Facundo, una revista crítica y polémica En este mismo sentido, se suma otra experiencia a este orden de ideas: la revista Facundo, Crítica y polémica, una propuesta con una clara vocación democrática tanto en Taborda, su impulsor, como en los intelectuales que lo rodearon. El 16 de febrero de 1935, para los cien años de la tragedia de Barranco Yaco –el asesinato del caudillo riojano–, apareció el primer número de la revista Facundo. Crítica y polémica.17 La redacción y la administración de la revista se llevaron a cabo desde la casa de Taborda, en Unquillo, un poblado minúsculo ubicado al oeste de la ciudad de Córdoba. En el segundo número aparece como administrador Tomás Bordones, que acababa de romper con los comunistas18 y, como nuevo domicilio, la ciudad de Córdoba. Se trata de una obra intelectual – recoleta– con solamente tres colaboraciones –Santiago Monserrat, Manuel Gonzalo Casas y Oscar Marcó del Pont– en el quinto número (octubre de 1938), distintas a las de su director. 17 El Brigadier Comandante Juan Facundo Quiroga fue la figura central del federalismo de las provincias del “interior” argentino, asesinado el 16 de febrero de 1835 en Barranca Yaco, al norte de la provincia de Córdoba. Su figura tomó fuerza diez años después, en 1845, cuando Sarmiento publicó Civilización y barbarie y delineó su concepción acerca de la barbarie, personificándola en la figura del riojano Juan Facundo Quiroga, y la de civilización, en la del propio autor sanjuanino. 18 DÍAZ, Sergio, “Saúl Taborda, el anarquizador”, Comercio y justicia, 13/06/2008. Aunado a la aparición de dichos autores, a partir de este número aparece en la portada el precio por ejemplar, veinte centavos argentinos, y por suscripción, un peso, lo que da cuenta de una clara intención de difusión. Bajo estas condiciones, la publicación significó un espacio de debate y de difusión de cultura. Desafortunadamente, un año más tarde, en diciembre de 1939, apareció el último número de la revista. Fue a propósito de la reconsideración de la figura del caudillo riojano que Taborda desarrolló su idea del comunalismo federativo como la organización político-social más conveniente a la idiosincrasia americana y que desplegó su concepción sobre lo facúndico como la categoría que muestra la esencia de la nacionalidad argentina preexistente, esto es, el “genio nativo”, el plasma vital argentino. En esta lógica, planteó el comunalismo federalista, del que se desprende su expresión natural: el caudillismo. Dicha expresión de raíz comunal castellana ha sido históricamente suprimida intencionalmente por el centralismo unitarista, aunado a la supresión de la voluntad radical autonomista inherente a su base telúrica. En el primer número de la revista, Taborda abre con su “Meditación de Barranca Yaco”. Señala: Europa nos ha ayudado a liberarnos de España y reclama su recompensa. Sólo espera una señal para venir a civilizarnos. Espera la señal de su recompensa. ¿Qué falta? Falta que concluyamos de negarnos, despreciando en todo lo que tiene sello castellano lo profundamente castellano que tenemos en la sangre. Necesitamos ser una raíz amputada de la raíz de la estirpe. Taborda veía en la unificación estadual, la denegación de la voluntad independiente de las comunas y en la expansión del capitalismo, la desaparición del lazo de corresponsabilidad entre el individuo y el grupo al que pertenece. La esencia telúrica está articulada a la mística del alma castiza, dándole así un sentido de trascendencia. En el nuevo hombre americano decantó la mística española, y así Taborda caracterizaba la tipología facúndica del ser nacional. En esta lógica, lo “facúndico” comprendía la fisonomía espiritual y también la destinación histórica. Esto constituyó en Taborda su propuesta de reestructuración de un nuevo orden, en el cual –según Silvia Roitenburd– debían modificarse sustancialmente todos los niveles organizativos de la Nación.19 Para Taborda, la Nación es una forma de vida cultural que se va desplegando en el tiempo. En Taborda la Nación no solamente es una comunidad orgánica, sino que también es un acto espiritual constituyente que según su última ratio procede en términos de guiarse por un destino político, regido por la voluntad. De modo que la preexistencia 19 ROITENBURD, Silvia, “Saúl Taborda, la tradición entre la memoria y el cambio”, Estudios, Córdoba, Centro de Estudios Avanzados, Universidad Nacional de Córdoba, núm. 9, julio 1997-junio 1998, p. 171. del estilo de vida de las comunas argentinas en su raigambre castellana constituye la herencia del espíritu objetivo del genio nativo que va moldeando el alma del pueblo con respecto a la realización de la voluntad política de sus comunas. Él veía un acto de voluntad en la Nación, una asociación de hombres para la vida común establecida a partir de la voluntad plebiscitaria diaria. En la voluntad aparece lo político para Taborda. Tanto el idioma como la historia condensarían el alma colectiva y la conciencia pública. Para Taborda, la vida de un pueblo era una realidad tejida de historia y de cultura. La cultura, señala Taborda, acusa las direcciones espirituales inherentes al destino particular y es elaborada por cada individuo consciente de la vida y del mundo.20 Por ello, Taborda la cree personal e intransferible. Taboda entiende la cultura como la representación del espíritu místico del pueblo, la sangre y la tierra a la que pertenece el pueblo. Esta percepción nos remite al romanticismo alemán a través del Volkgeist, el espíritu del pueblo. Herder fue quien utilizó el concepto de Volkgeist en su obra Geschichte Philosophie (Otra Filosofía de la Historia), en la que expone las bases para un nuevo razonamiento, dando así el estereotipo de poeta-filósofo que prevalecería en la Alemania durante toda la época romántica. Así Herder se posiciona como el exponente de la intuición contra el análisis, de la fe contra el intelecto, de la historia como la ciencia. En el caso de Taborda no entra en cuestión el tema de las nacionalidades al reconocer la ineficacia de éstas por bastardear el sentido del orden, mostrándose “como meros instrumentos de opresión de clases en lo interno y de beligerancia agresiva y conquistadora en lo externo”.21 Su validez ha sido de carácter histórica en tanto se han organizado como orden de valores acorde con el modo íntimo de ser de los grupos geográficos respectivos. Ante este panorama, él va cayendo en la cuenta de “que la idea totalitaria de las grandes épocas históricas solo es realizable en la comunidad local, ajustada, y definida como recíproca responsabilidad del individuo y de su grupo.”22 Dicho lo anterior, el federalismo comunalista de Taborda se entiende a partir del caudillismo. Lo inherente a “lo facúndico” caracteriza la tradición política radical de la nacionalidad hispanoamericana preexistente., dejando atrás su antigua admiración por la figura y obra de Rivadavia. En parte, la Revolución de Mayo logró realizar el ideario comunalista; sin 20 TABORDA, Saúl, “Meditación de Barranca Yaco”, Facundo. Crítica y polémica, Córdoba, año I, núm. 1, febrero, 1935, pág. 2. 21 TABORDA, Saúl, “Meditación de Barranca Yaco”, Facundo. Crítica y polémica, Córdoba, año I, núm. 1, febrero, 1935, pág. 5. 22 Ibídem. embargo, el unitarismo, con clara tendencia iluminista, organizó la cultura de acuerdo a una lógica racionalista e individualista. La propuesta política de Taborda se funda filosóficamente en el comunalismo confederativo, en la concepción de autorrealización política popular que puede trascender la época burguesa y el parlamentarismo. La comunidad es la base de acción política, económica, jurídica y cultural, y representa la unidad instituyente del federalismo argentino, en la que se privilegia una forma de organización que rescata el papel fundamental del municipio, de la provincia, de la región. Este proyecto fue publicado en el cuarto número de la revista (1938), el cual estuvo involucrado con el periódico de Deodoro Roca, Las Comunas. Siendo la comuna el modo de vida preciso, entendida como resultado del acuerdo corresponsable del individuo con su grupo, el estado del federalismo comunalista está basado en la coordinación democrática de las instancias básicas que la constituyen. La instauración del estado federal intercomunal se logra a través del voto directo de los consejos comunales, conformados por los mismos ciudadanos. Esta propuesta política, según Taborda, sería capaz de fracturar la hegemonía del estado unitario burgués que ha estado gobernando las repúblicas americanas hasta el presente. Según Aricó, la idea de que una república verdaderamente democrática solamente era posible a partir de un federalismo efectivo caracterizaba el pensamiento no sólo de Taborda sino de otros pensadores de la época, tal fue el caso de Deodoro Roca y Las Comunas. IV EL REVISIONISMO HISTÓRICO Y LA SOMBRA DE QUIROGA Hablar de un método propio de la historia nos lleva a referir la ciencia histórica del siglo XVII, esmerada en la obtención de un mayor perfeccionamiento en sus métodos de investigación y de crítica. Las narraciones o crónicas centradas en biografías y aspectos teológicos de la Edad Media dedicada a la recopilación de todos los datos posibles sobre los santos católicos caracterizó la labor lograda particularmente de los benedictinos y de los bolandistas.1 Dicha labor se engarzó con las orientaciones de la filología, hasta plasmarse –en el siglo XIX– en lo que es reconocible como un método propio de la historia. Los representantes más significativos de esta orientación fueron Niebuhr, Ranke y Mommsen.2 Con la Ilustración ocurrió el desplazamiento de las explicaciones religiosas del campo de la historia, siendo la razón, característica fundamental en la modernidad, la protagonista en la historiografía de los siglos XIX y XX. La historia se afirmó en el carácter científico de los conocimientos que alcanzaba, en tanto desarrolló su capacidad de crítica hacia las fuentes y la conquista del dato objetivo. Su principal preocupación fue la de aproximarse a los modelos metodológicos más perfectos, provenientes de las ciencias naturales. En una época de plena hegemonía del cientificismo, la historia aspiró a situarse como las ciencias naturales en la búsqueda de la objetividad absoluta, tal como la que Ranke postuló. De este modo se identifica la conquista de reglas precisas en el desarrollo histórico. Este esfuerzo, nada menor, proporcionó invaluables logros a la historia. Se fueron acumulando numerosos trabajos debidamente trabajados, introduciendo nuevas vías para saber 1 El grupo se creó con la finalidad científica de recoger y someter a examen crítico toda la literatura hagiográfica existente, valorando las fuentes referentes a los santos incluidos en los martirologios, distinguiendo los datos históricos de los legendarios, de forma que se pudiera llegar a una historia y espiritualidad de los santos y beatos reconocidos por la Iglesia. El Acta Sanctorum fue iniciada por el Padre Jean Bolland (1596- 1665) en Amberes. Hasta la fecha se han publicado 68 volúmenes y el trabajo aun no está concluido, comprenden los santos cuya celebración se conmemora desde el 1º de enero hasta el 10 de noviembre. 2 Barthold Georg NIEBUHR (Dinamarca, 1776 – Prusia, 1831). Historiador y político. Su principal obra: Historia de Roma. Historia de los Papas (1834-1836). Leopold von RANKE (1795-1886). Historiador alemán. Sus obras: Historia de los pueblos latinos y germánicos de 1494 a 1514 (1824); Christian Matthias Theodor MOMMSEN (1817-1903). Jurista, filólogo e historiador alemán. más acerca de temas poco explorados hasta ese entonces. Se logró saber cosas con certeza y descartar datos inseguros o inexactos así como también muchos conceptos habitualmente utilizados. La historia identificada con la sola erudición fue valorada desde ahí, desde la significación científica. La búsqueda por la búsqueda misma” –según José Luis Romero– pareció más importante que el hallazgo,3 siendo en ocasiones el único objetivo el de acumular datos, confección cuyo esfuerzo significó el desvanecimiento relativo del trabajo de interpretación. Las eruditas síntesis de conjunto comenzaron a ser reemplazadas, aunque no desde su valor científico, por las monografías eruditas. Nos enfrentamos a la naturaleza bifronte de la historia, tan bien descrita por José Luis Romero en “Crisis y salvación de la ciencia histórica”.4 Dos caras que se expresan de igual modo, “como mero saber y como historia viva o conciencia de la vida histórica”, plasmándose zigzagueantes entre el ejercicio de la conciencia histórica y el prolijo menester de la investigación; tanto como conciencia o como ciencia, la actitud histórica dispone de capacidades muy disímiles, proyectando objetivos muy distintos: por un lado la máxima objetividad, en tanto ciencia erudita, sustentada en la prueba minuciosa y, por el otro, el complejo organizado, en tanto conciencia, resultado de un esquema intelectivo. En este mismo razonamiento, la actitud histórica a la que hace referencia Romero, ha conllevado a la reconstrucción inevitable de datos, intereses y tendencias, sin embargo, si se pone énfasis en la búsqueda del sentido profundo de los datos que se le ofrecen, entonces se comenzaría a percibirse un distanciamiento de ese ideal científico. En el caso de la historiografía argentina moderna, los estudios históricos se consolidaron durante las últimas décadas del siglo XIX a partir de las obras de Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López. Mientras que en el caso de Mitre vemos una estricta cercanía a los documentos escritos, López abre espacio tanto los relatos orales como también a sus propios recuerdos. Al hablar de revisionismo histórico argentino, es preciso referir la superposición de criterios en las diferentes demarcaciones desde las cuales se suele considerar este movimiento. Fernando Devoto y Nora Pagano resaltan tres perspectivas historiográficas: la institucional, en la que el revisionismo sería considerado un movimiento desde la sociedad civil, en contra de las instituciones estatales; la ideológico-política, entendida como una lectura del pasado 3 ROMERO, José Luis, “Crisis y salvación de la vida histórica”, La vida histórica (ensayos compilados por Luis Alberto Romero), Argentina, Siglo Veintiuno Editores, 2008, p. 35. 4 Ibídem. proveniente en un primer momento del nacionalismo y luego del peronismo, y una propiamente historiográfica, en la que el revisionismo sería una nueva interpretación del pasado argentino, especialmente del período que va desde 1820 hasta 1852. Devoto y Pagano se propusieron escribir una historia de la historiografía argentina y, sin desconocer los criterios de cada una de las perspectivas arriba señaladas, se dieron a la tarea de buscar una perspectiva que pueda abarcarlos e integrarlos. En este sentido, proponen considerar el revisionismo a partir de su dinámica temporal, esto es, pensarlo tanto como una secuencia divisible en etapas, como una tradición que va acumulando distintos rasgos, problemas y elementos que la identifican a lo largo de diversos contextos políticos o culturales.5 En razón de lo anterior, el revisionismo histórico argentino, desde una perspectiva política-ideológica, se ha orientado a defender la figura de los caudillos federales, considerados inicialmente como símbolos de atraso político y cultural –principalmente, de Juan Manuel de Rosas, que había sido sepultado como el causante de lo peor que le había pasado a la Argentina–, y a los conquistadores y colonizadores españoles, a los cuales el liberalismo del siglo XIX había condenado como suma de todos los males. Sin embargo, una especie de embotamiento de la criticidad ha impedido suscitar revisiones históricas a partir de otras demarcaciones. Una de ellas, la que en esta investigación se propone se refiere a la figura de Juan Facundo Quiroga. Primero abordaremos el análisis del revisionismo histórico rosista y, seguido a esto, plantearemos los criterios que pueden hacer posible pensar en otro ejercicio revisionista, aquel que replanteó la significación en la historia argentina de la figura del general Facundo Quiroga. 4.1 Juan Manuel de Rosas en las narraciones históricas de los orígenes nacionales Juan Manuel de Rosas (1793-1877), militar y político argentino, dominó la escena política argentina desde 1829 hasta 1852, tiempos en los que todavía no se establecía un gobierno nacional. Después de haber derrotado a Juan Lavalle, Rosas asumió el gobierno de la provincia de Buenos Aires, la más rica y la más poblada de las catorce provincias, y durante veinticuatro años procuró ejercer el mando absoluto, constituyéndose como el principal dirigente de la denominada Confederación Argentina (1835-1852). Si bien él representaba a todas las provincias hacia el exterior, gracias al mandato otorgado en 1831, los poderes dictatoriales le fueron concedidos solamente 5 Cf. PAGANO, Nora y Fernando DEVOTO, Historia de la historiografía argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, en particular los capítulos tercero y cuarto, dedicados a la Nueva Escuela Histórica y al revisionismo histórico. por la legislatura de su provincia, además de honrarle con el título de “Restaurador de las Leyes e Instituciones de la Provincia de Buenos Aires”. Durante su gobierno, Buenos Aires fungió como la capital informal del país al convertirse muchas de sus políticas de incumbencia a la nación entera. “El rey es como un padre: amar, castigar y recompensar” es la frase que por excelencia refleja prolijamente lo que fue su ejercicio político y de poder –lo más cercano a un gobierno nacional. A pesar de que en 1832 la legislatura lo reeligió sin concederle las facultades extraordinarias, no fue sino hasta 1835 que Rosas asumió el poder, esta vez, con todas las facultades y la unanimidad de la opinión pública. Rosas permaneció en el poder hasta 1852, al ser derrotado en la Batalla de Caseros. Murió exiliado en Southampton en 1877. La figura de Rosas en el ejercicio del poder político argentino alcanzó tal magnitud que ninguna de las escuelas historiográficas argentinas puede pasarla de lado ni por error. Rosas ha representado una figura polémica para los historiadores. El desempeño de su política lo ha colocado como un intransigente frente a las fuerzas más importantes que actuaron en su época, es decir, a las fuerzas provenientes del exterior, reflejadas en el interés por diversificar las condiciones económicas de la tierra y en el impacto de las nuevas ideas provenientes de Europa. Rosas, un estricto conservador, fue tiro blanco principalmente de los escritores liberales. La literatura antirosista comenzó a proliferar durante su mandato en la propaganda adversa procedente de sus enemigos, persuasivos y prolíficos escritores. Los juicios a partir de los cuales se critica a Rosas son temas incandescentes en su tiempo –la libertad, la soberanía nacional y la centralización del gobierno–, y que aun hoy continúan teniendo vigencia. En este sentido, ha sido muy complejo concretar juicios imparciales entre los argentinos acerca de la figura de Rosas.6 Los textos escritos entre 1830 y 1880 cuyos autores fueron literatos, propagandistas políticos e historiadores carecieron del sentido de objetividad. La mayoría de sus autores, pertenecientes a la escuela liberal, fueron exiliados políticos durante el régimen de Rosas. Tanto las obras antirrosistas de Domingo Faustino Sarmiento como de José Rivera Indarte fueron muy difundidas e influyentes aun en tiempos de su dictadura.7 Una vez que Rosas fue expulsado muchos de estos exiliados retornaron a la Argentina, destacándose su actividad en el 6 LUNA, Félix, Hipólito Yrigoyen, pueblo y gobierno: su vida, Buenos Aires, Raigal, 1954, p. 14. 7 SARMIENTO, Domingo Faustino, Civilización i barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga i aspecto físico, costumbres i ábitos de la República Argentina, Santiago, Chile, Imprenta de El Progreso, 1845. RIVERA INDARTE, José, Rosas y sus opositores, Montevideo, El Nacional, 1843. ámbito político. Domingo F. Sarmiento (1811-1888), Bartolomé Mitre (1821-1906), Vicente Fidel López (1815-1903) fueron líderes políticos, sanjuanino el primero y porteños los dos últimos, que estuvieron muy involucrados en el proceso de unificación de la Argentina entre 1852 y 1880, y fueron autores de escritos que adjudicaban a Rosas y a sus partidarios la culpa de todos los problemas que habían afligido a la Argentina durante la generación anterior.8 Las acusaciones a Rosas irrumpieron también en el campo de la literatura de esos tiempos, la novela clásica Amalia (1851) del porteño José Mármol (1818-1871): “Ni el polvo de tus huesos la América tendrá”, lo constata.9 La reconstrucción histórica de los asuntos argentinos desde 1810 hasta 1852 fue propia de un análisis simple –blanco y negro–, una perspectiva fragmentada que cedía todo el crédito al grupo militante en turno, y ninguno a los del bando contrario, a los opositores. De manera breve, la síntesis lograda fue la siguiente. Los héroes que ganaron la Independencia de España se convirtieron, después de 1810, en líderes de un partido nacional llamado unitarios o centralistas cuyos propósitos fueron la Independencia, la unidad política, un gobierno democrático y el desarrollo tanto económico como educativo, en conjunto bajo la égida de un gobierno central que estaría situado en la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, estos héroes –José de San Martín, Juan Martín de Pueyrredón, Bernardino Rivadavia, Manuel Belgrano–10 distinguidos por su asertividad y sagacidad se enfrentaron a problemas que no pudieron resolver. Máxime que las áreas marginales, si alguna vez formaron parte del virreinato de Buenos Aires, para ese entonces, Paraguay, Uruguay y parte de Bolivia se separaron de Buenos Aires. Poco tiempo después, en 1815, surgió en las provincias argentinas un partido llamado federal que resistió todos los iluminados esfuerzos de los centralistas. La facción federal se resistió a la unidad 8 MITRE, Bartolomé, Historia de Belgrano y de la Independencia argentina, primera edición en 1858. La última edición arreglada por el mismo autor fue la cuarta edición en 1887, ampliada a tres volúmenes. Ver también Mariano DE VEDIA y Bartolomé MITRE, El Manuscrito de Mitre sobre Artigas (1937). LÓPEZ, Vicente Fidel, “Historia de la República Argentina”, en Revista del Río de La Plata, Buenos Aires, IV, 1872, ff; en revisión final, 10 volúmenes, 1883-1893. López dirigió esta revista de 1871 a 1877, junto con Juan María Gutiérrez y Andrés Lamas. 9 José Mármol (1817-1871). Poeta, novelista y periodista. Perteneció a la Asociación Joven Argentina, junto a Domingo F. Sarmiento (1811-1888), Bartolomé Mitre (1821-1906), Mariano Fragueiro (1795-1872) y Vicente Fidel López (1815-1903), una agrupación literaria y política que desde 1830 pasó abiertamente a la oposición de Rosas. 10 José de SAN MARTÍN (Yapeyú, Virreinato del Río de la Plata, 1778 - Boulogne-sur-Mer, Francia, 1850). Sus campañas militares fueron decisivas para las independencias de la Argentina, Chile y Perú.; Juan Martín de PUEYRREDÓN (Buenos Aires, 1776-1850). Falta agregar por qué es considerado héroe; Bernardino RIVADAVIA (Buenos Aires, 1780 – Cadiz, 1845). Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, cargo y título creado por ley del Congreso del 8 de febrero de 1826. Considerado el primer titular de los presidentes de la República Argentina; Manuel BELGRANO (BUENOS AIRES, 1770-1820). Pueyrredón, Belgrano y San Martín desempeñaron el cargo de Generales en Jefe del Ejército del Norte. nacional, fomentando con ello el caos y, ayudada por la degradada condición del país en 1829, logró la derrota del partido centralista y el exilio de algunos de sus líderes. El jefe principal organizador que tuvo que ver con la catástrofe mencionada de 1829 fue – prosigue esta versión– el caudillo de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas (1793-1877), en contubernio con Estanislao López (1786-1838), de Santa Fe, y Juan Facundo Quiroga (1788-1835), de La Rioja. Rosas concentró su lucha contra todo aquello que los líderes de la Independencia y del centralismo habían trabajado tan duramente; mantuvo a la Argentina apartada de influencias extranjeras como la inmigración y la inversión de capitales externos; rechazó cualquier acción que favoreciera la unificación nacional y el progreso de las tradiciones democráticas en la política, y obstaculizó cualquier avance económico que significara prosperidad. La etapa de Rosas fue concebida en dichas obras con una suerte de “edad sombría”, que va desde los días gloriosos de la Independencia y el periodo transcurrido entre 1852 y las inmediaciones con 1914, periodo en el que la Argentina alcanzó su unificación política y se convirtió en un país muy próspero. Como acertadamente lo ha observado Bottiglieri, esta escuela creó una “mitología patriótica” con sus héroes, dioses y semidioses, junto a un “infierno poblado de espíritus infernales,11 en el cual Juan Manuel de Rosas es sin duda el peor: un villano, degollador, salvaje y malvado. Sus amigos y confederados, por ende, aparecían como malvados de su tipo, montoneros o fanáticos, cohabitando en un estado de barbarie beduina.12 Esta escuela histórica, que dominó el campo de la investigación profesional hasta la mitad de los años cuarenta del siglo XX, se basó en un tipo de liberalismo decimonónico sustentado por la clase de elite dirigente para la que había sido creado. Los escritores de la escuela consagraron la idea del progreso materialista y positivista, y por supuesto, en los inicios del proceso de modernización, eran infinitamente optimistas acerca del futuro de la nación. Este clima difirió profundamente ante la llegada de la creciente masa de inmigrantes. La heterogeneidad despertó ansiedades en cuanto a la definición cultural identitaria, conflictos 11 BOTTIGLIERI, Mario A., “Hacia una concepción realista de la historia argentina”, Cuadernos Americanos, XCII, marzo-abril, 1957, pp. 92-100. 12 Haciendo referencia a “[…] la barbarie desnuda o disfrazada, el chispear de los puñales, el cadalso del terror [...]”. Tomado de José Manuel ESTRADA, “Lecciones sobre la historia de la República Argentina”, Buenos Aires, Revista Argentina, 1868; 2ª. edición, 1898, vols. 2-3 de sus Obras Completas. laborales y políticos e, inclusive, incertidumbre creciente en cuanto al futuro del país.13 En sus escritos de historia política, ellos exaltaron el programa de su propio partido y clase, que era el de la justicia y la ley, educación pública, gobierno civil, libertad religiosa y una dispuesta bienvenida a hombres de negocios del exterior y a inmigrantes, quienes contribuían a la expansión de la economía argentina. La mayor parte de los trabajos históricos escritos a partir de la época de Mitre y López obedece a estos ideales. A partir de 1880 se identifican dos intentos por realizar una revisión de la prevaleciente síntesis liberal de la historia argentina. Los dos movimientos, uno que va de 1880 a 1914 y el otro, desde los comienzos de los años veinte hasta 1960, han sido identificados comúnmente bajo el nombre de “revisionismo”. Si bien es cierto que en un sentido representan una única escuela histórica, con puntos de partida, métodos y objetivos semejantes, cada intento corresponde a un contexto de escritura diferente y a una posición asumida distinta, con inferencias, motivos, objetivos, utilización de métodos históricos y otros contenidos bibliográficos. Tomando en consideración esto habrá que revisar lo relacionado a la visión del dictador Rosas en cada uno de los movimientos; mostrar cómo ésta difiere de la historiografía liberal y después, comparar las dos escuelas revisionistas entre sí para situar las similitudes y diferencias significativas. El primer gran desafió de la escuela histórica liberal prevaleciente se produjo después de 1880 como un llamado –limitado y moderado– a llevar a cabo un juicio balanceado concerniente a la época de Rosas. Esta nueva visión apareció paulatinamente alrededor de treinta años en los escritos de hombres con diferentes intereses políticos. Aun cuando es evidente la familiaridad en los escritos, entre estos primeros revisionistas no existía una noción de grupo. Sus objetivos, claramente fueron dos. El primero consistió en dar una explicación más racional sobre las guerras civiles argentinas o la edad de los “caudillos”, que va desde 1820 a 1852, incluso hasta 1880, cuando se logró la federalización de Buenos Aires. El segundo radicó en someter a discusión la famosa proposición de Sarmiento según la cual la población del campo representaba la barbarie en aquellos días y que solamente la ciudad, es decir Buenos Aires, representaba la civilización. 13 HALPERÍN DONGHI, Tulio, “Canción de otoño en primavera: previsiones sobre la crisis de la agricultura cerealera argentina (1894-1930)”, Desarrollo Económico, Buenos Aires, vol. 21, núm. 95, 1984. Estos planeamientos no eran del todo novedosos para 1880. Ya José Hernández en su Martín Fierro y en otros trabajos había redondeado su análisis la vida argentina.14 Probablemente más importante, vanguardista en aspectos decisivos del nuevo revisionismo histórico, fue Juan Bautista Alberdi,15 básicamente un hombre sin partido. En la década de 1870, sus escritos sobre el pasado argentino reciente eran ya voluminosos; por esos años logró una de las más feroces críticas a la obra de Sarmiento ya publicada, Facundo.16 Fue hacia fines de siglo que dos escritores de familias unitarias y de convicción liberal, Adolfo Saldías y Ernesto Quesada, a partir de los archivos privados de las familias rosistas, se dieron a la tarea de construir una interpretación más allá de las posturas partidistas. Si bien estas obras no modificaron en nada la visión dada por la enseñanza, la literatura y las obras de divulgación, no puede negarse que fueron el resultado de la consulta sistemática de fuentes hasta entonces desconocidas, y que que contribuyeron así a la conformación de una versión menos maniquea de la época rosista. Adolfo Saldías fue autor del primer juicio integral de revisión histórica concerniente a Rosas en un largo trabajo primero publicado entre 1881 y 1887.17 En ese texto, Saldías argumentó que Rosas no era esa persona mala como había sido retratado, sino que debía ser entendido como una manifestación acorde a esos tiempos de desorden y que mucho se podía decir sobre el esbozo anticipado de un gobierno nacional y también de una fuerte defensa hacia los intereses nacionales contra los ataques extranjeros de Gran Bretaña y Francia entre 1838 y 1850. Este argumento fue considerado por Mitre como excesivamente audaz y atrevido.18 Mitre, para ese entonces era considerado el patriarca intelectual de la Argentina. El trabajo de Saldías fue crecientemente utilizado por los académicos en sus estudios. De mayor influencia que Saldías, fue Ernesto Quesada. Sus primeros ensayos sobre Rosas aparecieron en 1894, seguidos por un trabajo de mayor envergadura dado a conocer 14 HERNÁNDEZ, José, Rasgos biográficos del General Angel Vicente Peñaloza, Paraná, 1863; 2ª edición, Paraná, 1865. José HERNÁNDEZ (Perdriel, San Martín, 1834 - Buenos Aires, 1886). 15 Juan bautista ALBERDI (San Miguel de Tucumán, 1810 - Neuilly-sur-Seine, Francia, 1884). 16 “Facundo y su biógrafo”, reimpreso en sus Grandes y pequeños hombres del Plata, París, 1912, pp. 281-394. 17 Sus trabajos más importantes aparecieron entre 1881 y 1887: Historia de Rozas y de su época, 3 volúmenes, París; la segunda edición apareció en 1892, en 5 volúmenes, bajo el nombre Historia de la Confederación Argentina; Rozas y su época, y la tercera edición, también en 5 volúmenes, de 1911. 18 ROJAS, Ricardo, Historia de la literatura argentina, tomo VIII, 1920, pp. 138-139. cuatro años más tarde.19 Su argumento se desarrolló a lo largo de la misma línea de Saldías pero de una manera mucho más analítica y para muchos lectores, en una más completa y acabada obra literaria. Al igual que Saldías, Quesada argumentó que la época de Rosas debía ser contemplada en la historia nacional, tomando en cuenta los elementos constructivos y consistentes que habían contribuido a la vida argentina. El mismo Rosas inclusive, señalaba Quesada, debía ser incluido entre las figuras dirigentes del pasado argentino. Proponía por ejemplo que el gobierno de Rosas, lejos de ser un mero caos de caudillos, había sido una confederación explícitamente regulada por tratados interprovinciales y otras leyes.20 En este sentido, planteó que el gobierno en la época de Rosas constituía un precedente básico para el gobierno federal, tal como se le entendía en la época del autor. En 1898, David Peña, un escritor joven y creativo, fue llamado al profesorado de la Facultad de Filosofía y Letras (que había sido fundada en 1896), como profesor suplente de Historia Argentina. En el mismo sentido reinterpretativo referido, Peña dictó en 1903 una serie de lecciones públicas acerca del caudillismo, específicamente sobre Facundo Quiroga, el caudillo de La Rioja en el tiempo de Rosas, las cuales causaron gran sensación. Estas lecciones, tituladas Contribución al estudio de los caudillos argentinos. Juan Facundo Quiroga, se editaron y fueron publicadas en 1906 bajo el título de Juan Facundo Quiroga: conferencias en la Facultad de Filosofía y Letras con ampliaciones y notas, bajo el sello editorial de Coni Hermanos. En la actitud histórica de Peña es explícito el reconocimiento de la historiografía liberal de Mitre y Sarmiento. En el primer caso, al afirmar que el periodo inicial de la historia argentina “tuvo sus exponentes en Belgrano y San Martín, que salvan las fronteras para librar combates con enemigos externos”; y en el segundo caso, al simbolizar la lucha de conformación interna en Quiroga y Rivadavia. Siendo su objetivo la personalidad de Facundo, Peña fue al punto medular al rechazar la interpretación de Sarmiento acerca del caudillo riojano como signo paroxístico de la barbarie. A grandes rasgos uno podría pasar de largo los minuciosos aportes que Peña hizo de Facundo, respecto de todo lo que ya había dicho Sarmiento en 1845. Sin embargo, la lectura minuciosa de su intervención da cuenta de un nuevo Facundo: un hombre 19 La época de Rosas, su verdadero carácter histórico (1898); con pequeños cambios en el título, la reimpresión corresponde al volumen XVIII de Publicaciones del Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad de Buenos Aires, 1923 (prólogo de Narciso Binayán). La Época de Rosas, en 5 volúmenes es una edición que incluye éste y otros de sus trabajos (1926-1927). 20 QUESADA, Ernesto, La época de Rosas, su verdadero carácter histórico, Publicaciones del Instituto de Investigaciones Históricas, vol. XVIII, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1923 1898, p. 97. joven de buena educación y de buenas intenciones que pelea contra la traición y la violencia identificable tanto en su propio partido, el federal, como en el enemigo, el unitario. Para Clifton Kroeber, es la obra de Peña punto convergente de las dos principales proposiciones de la historia revisionista: destacar lo bueno del periodo de Rosas y resaltar la expresión de las provincias contra el poder despótico de Buenos Aires.21 En relación con la segunda proposición destacada por Kroeber –el poder de Buenos Aires en la vida nacional–, el rosarino Juan Álvarez abordó el tema en un ensayo corto sobre las guerras civiles argentinas, publicado en 1912.22 Este ensayo fundamental se sostiene en escasas pero contundentes evidencias, que interesan aquí en dos aspectos. Primero, el uso de una tesis económica muy elaborada para explicar las fuerzas opuestas en Argentina en el periodo 1810- 1880. Segundo, el hecho de que Álvarez expusiera su punto de vista desde su provincia natal, Santa Fe, que había sido a la vez rival político-económico y títere de Buenos Aires durante las guerras civiles. Su interpretación muestra como se fue consolidando gradualmente el poder en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires; que ese poder había crecido de modo paulatino a través de los años y a pesar de las fórmulas partidarias o de las personalidades de caudillos que atravesaron todo este periodo. El estudio de Álvarez fue leído ampliamente desde su primera publicación.23 La evidente posición no partidista y también el empleo de una perspectiva económica, significaron un punto de vista diferente y legítimo al de la escuela liberal de historia. Álvarez no asumió ningún juicio a partir de lo correcto o benéfico sobre las políticas emanadas de los gobiernos de Buenos Aires. Los trabajos revisionistas de Saldías (1849-1914), Quesada (1858-1934) y Álvarez (1878- 1954), porteños los dos primeros y rosarino el tercero, fueron tan sólo una parte de la serie de escritos de esa generación, que tomados en conjunto representaron un notable estímulo para los estudios históricos, trazando nuevos enfoques en el campo historiográfico. Escritores como Lucas Ayarragaray (Paraná, Entre Ríos, 1861-1944), José María Ramos Mejía (Buenos Aires, 1849-1914), José Ingenieros (Palermo, Italia 1877 - Buenos Aires, 1925) y Paul Groussac (Toulouse, 1848 - Buenos Aires, 1929) obtuvieron una difusión generalizada con las diversas 21 KROEBER, Clifton B., “Rosas and the revision of Argentine history, 1880-1955”, Inter-american Review of Bibliography, vol. X, num. 1, January-March, 1960, pp. 3-25. 22 ÁLVAREZ, Juan, Estudio sobre las guerras civiles argentinas, 1912. 23 Ver Rómulo de CARBIA, Historia crítica de la historiografía argentina, 2ª edición, Buenos Aires, Coni, 1940, p. 292 y 280-282. interpretaciones sobre la historia argentina.24 Existe un trabajo que bien puede ser sumado a estos últimos, la Historia de Sarmiento, de Leopoldo Lugones, en particular el capítulo dedicado al medio histórico, en el que Sarmiento es retratado de forma más sensible como un hombre de su tiempo, distanciándolo así, al menos en parte, de la imagen de semidios.25 Algunos de estos escritores ofrecieron, de forma elemental, nuevas explicaciones psicológicas de los comportamientos personales y colectivos.26 Groussac ejerció una fuerte influencia a favor de los estudios académicos metódicos, siendo uno de los primeros, después de Mitre, Saldías y Quesada, en concentrarse en destacar la importancia del documento, en tiempos en que la mayor parte de la historia era subjetiva y fruto de opiniones personales o de tradiciones familiares y partidistas.27 Los puntos de vista intelectuales y sociológicos de Ingenieros, por su parte, lo conllevaron a sintetizar un completo recuento de las ideas políticas argentinas con gran resonancia en su tiempo, constituyéndose la suya en una de las más ambiciosas construcciones históricas sobre la época rosista. Mejor que ningún otro escritor, fue capaz de caracterizar los ideales, las fortalezas y las debilidades de los partidos políticos argentinos y de sus líderes entre 1810 y 1880.28 A pesar de ser interés común de los revisionistas la época de Rosas, cada uno de ellos escribía y difería uno de otro en sus opiniones y escritos. No se trataba de un grupo unificado. Saldías y Quesada pertenecieron a aquellos que estuvieron ligados a los sentimientos de la vieja facción rosista.29 Para ellos era ya el momento en que “su” Argentina fuera aceptada como parte de la tradición nacional. En contraste, David Peña se interesó en la calidad dramática inherente a la época de Rosas con sus figuras trágicas, causas perdidas y escenas heroicas. Él no escribió en realidad una historia única sino un ciclo completo de piezas teatrales en torno a figuras históricas del temprano siglo XIX.30 24 AYARRAGARAY, Lucas, La anarquía argentina y el caudillismo; estudio psicológico de los orígenes argentinos hasta el año 24, 1904, edición revisada en 1925, 3era edición en 1935. RAMOS MEJÍA, José María, Rosas y su tiempo, 3 volúmenes, 1907; la extensa introducción a este ensayo se publicó por separado en 1908, bajo el título Las multitudes argentinas. 25 Este trabajo le fue solicitado a Lugones por el entonces presidente del Consejo Nacional de la Educación, José María Ramos Mejía en 1911. Hubo una segunda edición en 1945. Lepolodo LUGONES (Villa de María, Córdoba, Argentina, 1874 - San Fernando, Buenos Aires, Argentina, 1938). 26 Ver CARBIA, Rómulo de, Historia de la historiografía argentina, La Plata, 1925, pp. 185-217. 27 Ver AITA, Antonio, La literatura argentina contemporánea, 1900-1930, Buenos Aires, Rosso, 1931, pp. 101-101. 28 INGENIEROS, José, La evolución de las ideas argentinas, 2 volúmenes, 1918; Sociología argentina, Madrid, 1913. 29 ROJAS, Ricardo, Historia de la literatura argentina Literatura, tomo VIII, 1948, p.135. 30 Sus obras de Manuel Dorrego, Facundo Quiroga, Santiago Liniers, Carlos de Alvear, y las no publicadas: de Manuel Belgrano, Justo José de Urquiza y el chileno José Miguel Carrera, están citadas en Leopoldo KANNER, “Ideas historiográficas de David Peña”, Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas, Rosario, Universidad En 1906, cuando sale publicado el libro de Peña, se puede distinguir, además de este revisionismo, un incipiente sector que mostraba un evidente interés por el cultivo de sentimientos nativistas en torno al gaucho, visto como figura romántica de un pasado reciente cada vez más idealizado. El gaucho prácticamente había desaparecido de la pampa argentina alrededor del año 1880; sin embargo, su recuerdo en tanto carácter sospechoso de las afueras de las ciudades y los pueblos argentinos perduró durante algún tiempo. Era considerado una suerte de relegado peligroso, aun y cuando el romanticismo literario favorable a él había comenzado antes de su desaparición histórica.31 Ciertamente, desde 1900, el sentimiento de la gente urbana estaba cambiando rápidamente hacia sus parientes nómades; se había comenzado a idealizar al gaucho, haciendo de él un arquetipo nacional. Aun antes de que el gaucho semiurbanizado se dejara de ver más por los pequeños pueblos de la pampa y los rudos suburbios de Buenos Aires, en la ciudad se habían formando clubes tradicionalistas y también, periódicos gauchescos a raudales. Cientos de novelas sobre la vida gaucha, así como sobre Rosas y Quiroga, aparecieron en ese periodo, acompañadas por un teatro gauchi-criollo que también apelaba a las clases medias y bajas.32 En estas obras teatrales, la figura central en un inicio fue retratada como desafiante y villana; sin embargo hacia 1900, el gaucho comienza a ser mostrado en las escenas dramáticas como un héroe que formaba parte de las masas oprimidas. Este fue el nuevo sentimiento por el gaucho que destaca Leopoldo Lugones en La guerra gaucha, texto en el que se rememoran las guerrillas salteñas durante la lucha de independencia y especialmente, a su líder, Martín Güemes.33 Un nuevo aporte al creciente folklor del personaje fue El Payador en 1916 (1913), del mismo Lugones. Nacional del Litoral, 1957, p. 156. Ver también COMETTA MANZONI, Aida, “David Peña”, Noticias para la historia del teatro nacional, núm. 2, Instituto de Literatura Nacional, Universidad Nacional de Buenos Aires, 1937, pp. 33-71. 31 Los inicios importantes del mito del gaucho en la literatura se pueden ver en Estanislao del CAMPO, Fausto, 1866; Hilario ASCASUBI, Santos Vega, París, 1872, y en los dos trabajos de HERNÁNDEZ: Martín Fierro (1872) y La vuelta de Martín Fierro (1879). 32 KANNER, “Ideas historiográficas de David Peña”, Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas, Rosario, Universidad Nacional del Litoral, 1957, p. 154; GIMÉNEZ PASTOR, Arturo, Historia de la literatura argentina, tomo II, Buenos Aires, Labor, 1944, pp. 391-ff, pp. 400, 402-403; NICHOLS, Madelaine W., The Gaucho Cattle Hunter, Cavalryman, Ideal of Romance, Durham, N.C., 1942, esp, pp. 58-62; QUESADA, Ernesto, El criollismo en la literatura argentina, 1902, pp. 33-37, 47-48, 105, 112. 33 Martín Miguel de GÜEMES (Salta, 1785-1821). La estética del nativismo del teatro rioplatense claramente se puede percibir en el caso de Martiniano Leguizamón, Calandria, en 1896.34 El conjunto de dramaturgos puso en práctica de forma asistemática pero consecuente una especie de concepción protonacionalista que daba cuenta de la realidad cultural del interior.35 Los autores que figuraron en esta corriente están: el catamarqueño Julio Sánchez Gardel (1879-1937), La montaña de las brujas, El zonda; el uruguayo Otto Miguel Cione (1875-1945), El Corazón de la Selva; el porteño Alberto Vacarezza (1888- 1959), La noche del forastero, Los montaraces, Los cardales; Alberto Weisbach, El guaso; el santafesino Enrique García Velloso (1880-1938), Mamá Culepina; Carlos Schaefer Gallo, La novia de Zupay, La leyenda de Kacuy; el uruguayo Florencio Sánchez (1875-1910), Barranca abajo. El punto de inflexión está en torno al mito gaucho, en cuanto a reforzar o hacer más tolerable la visión del dictador Rosas –homologado de alguna manera al gaucho– que había presidido precisamente la gran era de la argentina gaucha. Escritores como David Peña tuvieron conciencia de que los nuevos sentimientos que emergían en el alma popular hacia el gaucho y a figuras históricas, tales como Rosas y Facundo Quiroga, asociadas con las del héroe popular en la mente del pueblo. A pesar de haber sido Peña un apasionado artista literario en muchos sentidos, es de reconocerle la perspicacia para situar razonablemente su argumento histórico.36 Él deseaba mostrar que la ciudad y el campo en el tiempo de Rosas constituyeron aspectos de Argentina contrapuestos pero complementarios, visión vigente aun en sus días. A este respecto señaló: “[…] toda esta interesante época […] desde la Independencia hasta el final de la dictadura de Rosas […] está representada por las dos vidas paralelas que comprendían la suma de la nacionalidad: Rivadavia, el hombre estadista, Buenos Aires; Facundo, en cambio, el hombre de la Llanos, las provincias.”37 Estos primeros escritores revisionistas fueron importantes inclusive a pesar de sus motivos apologéticos y su imperfecto uso de los métodos historiográficos. Todos ellos pertenecían a la clase dirigente y escribían para la gente de su mismo nivel, integrantes todos ellos de la 34 MARTINIANO LEGUIZAMÓN (Entre Ríos, 1858-1935). Escritor argentino. Sus dramas: Los apuros de un sábado (1878), Calandria (1896). Entre sus narrativas: Montaraz (1900), Recuerdos de la tierra (1896), Alma Nativa (1906), De cepa criolla (1908), Fiesta en la estancia (1917). Dejó sin acabar Papeles de Rosas y La cuna del gaucho. 35 DUBATTI, Jorge, “Antonio Berni y el teatro”, http://web.mac.com/karpa1/Site_2/Dubatti_-_Berni.html 36 KANNER, “Ideas historiográficas de David Peña”, Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas, Rosario, Universidad Nacional del Litoral, 1957, p. 156. 37 PEÑA, David, Contribución al estudio de los caudillos argentinos. Juan Facundo Quiroga, Buenos Aires, Coni Hermanos, 1906, p. ix. generación del ‘80. Obviamente, la obra de Saldías es una narrativa de poco poder imaginativo, y tanto Quesada como Peña y Álvarez fallaron en hacerse y emplear la imponente fuente de datos de archivos que sus temas requerían. Sin embargo, el significado de las obras de estos escritores y de las de muchos de sus contemporáneos supera por mucho estas fallas. Su importancia reside en el criterio crítico con el que se suscriben sus obras en materia historiográfica y la nueva concepción que a través de estas logra proyectar la moderna historia técnica. Ellos recurrieron al uso de fuentes de archivo, al conocimiento de puntos de vista en la economía, en la sociología, en la psicología y en la historia universal, y al deslinde de consideraciones personales de familia y/o de partido en la interpretación del pasado. Ellos fueron la voz del primer revisionismo, todavía moderado. Esta escuela de historia, sin embargo, dejó una huella no tan marcada como sus méritos lo hubieran garantizado en los escritores posteriores, aun si consideráramos solamente el criterio de los sentimientos argentinos acerca del pasado de la nación y su presente, y su conformidad con los miembros de la generación del ’80. La visión moderada en historia puede ser revisada, sin embargo, en un libro de texto publicado en 1920 por Julio Cobos Daract,38 en el que se puntualiza que la historia de la era de Rosas no había sido aun escrita merecidamente. El espíritu moderado se manifiesta cuando el autor, hablando de Ángel Vicente Peñaloza “El Chacho”, un caudillo que murió en 1863, refiere: Peñaloza no fue como nos lo presenta la leyenda, un hombre malo, y mucho menos, un forajido. Era un general sin instrucción, pero de buenas intenciones y de gran corazón, a lo que unía un valor a toda prueba. La historia de la vida de este hombre todavía no se ha hecho ni es posible hacerla, como lo mismo ocurre con todo lo referente a nuestro pasado inmediato, porque muy vivos aún los vínculos que en una u otra forma nos unen a los hombres que entonces actuaron, no es cierto el dominio necesario de la imparcialidad de juicio. Al mismo autor de esta obra no obstante la riquísima documentación y fuentes directas de información oral que posee sobre las causas, naturaleza y forma en que se desarrollaron esas resistencias al gobierno nacional del 62 al 68 no le es posible entrar al estudio detenido de las mismas porque en ella actuaron contra el Chacho sus antecesores inmediatos.39 Mientras tanto, los eventos de la década de 1910 a 1920, con todas sus dificultades domésticas en las organizaciones del trabajo, en política y los ajustes producidos por la gran guerra, tuvieron un fuerte impacto en los escritores jóvenes. Fueron diversas las tendencias que los historiadores profesionales y también los aficionados desarrollaron en diferentes campos. Primero, algunos de los literatos y ensayistas continuaron el ejemplo de David Peña, apelando 38 COBOS DARACT, Julio, Historia Argentina, 2 volúmenes, 1920; cf. vol. II, pp. 289, 325-326, 409, passim. 39 COBOS DARACT, Historia, vol. II, pp. 409. a las cualidades dramáticas de la era de Rosas, utilizándolas para sus poesías y novelas. Tal es el caso de Roberto Giusti. Él escribió: La poesía raramente encuentra inspiración en las vidas angélicas y los héroes sin tacha […]. Rosas es asunto poético […] no cabe duda. Capdevila, Groussac entre los buenos, así lo han visto recientemente […]. La propia curiosidad de los investigadores es estética antes que histórica. Es asunto poético el cuadro entero: el ambiente, el pueblo, la multitud, el tirano y su corte…40 Segundo, muchos de los historiadores profesionales se embarcaban en estudios que los llevaban en una dirección imprevista, tales como las del periodo colonial o el movimiento de la independencia de 1810. Habían buenas razones para poner su atención sobre estos temas, las cuales pueden resumirse en el argumento de que la historia argentina necesitaba un estudio cuidadoso desde sus comienzos, para dar continuidad a los trabajos ya conocidos de Mitre, López y Groussac. Había mucho por hacer en diversos aspectos, en cuanto a investigación se refiere: recolección de material de archivos, compilación de bibliografías y realizaciones de estudios especializados de todo tipo. Sin embargo, con relación a la era de Rosas, la escuela liberal de historia se eximió de hacer la suficiente investigación básica para llegar a nuevas síntesis que pudieran modificar lo que ya ofrecían los libros de texto. Por consiguiente, en los círculos profesionales, la era de Rosas seguía siendo tratada como un hiato en la historia nacional, entre el periodo de independencia y la era constructiva iniciada después de la Constitución de 1853. Un tercer grupo de escritores encararon una nueva revisión del periodo de Rosas. Dentro de este grupo destacan dos sectores con intereses muy diferentes. Aquellos que estudiaban la historia de las provincias a partir de su significación nacional y aquellos que buscaban la rehabilitación de Rosas. Los historiadores provincialistas fueron los que más produjeron durante la década del veinte, logrando unificar en escala nacional la vida de la Argentina durante el tiempo de Rosas. Estos escritores simplemente continuaron enfatizando el temprano revisionismo en cuanto a la tradición democrática argentina y su manifestación en la experiencia de las provincias. Tal fue el caso de José Luis Busaniche con su Estanislao López, de 1927, y también, el de Modesto Álvarez Comas en el libro Santa Fe: el federalismo argentino, de 40 GIUSTI, Roberto F., Crítica y polémica, tercera serie, Buenos Aires, Agencia General de Librería y Publicaciones, 1927, p. 103. 1929.41 La escuela formuló también algún enunciado doctrinario. Carlos Rodríguez Larreta en Las cumbres de la historia (1923) comparó a Rosas con el saliente presidente Hipólito Yrigoyen, en el sentido del apoyo popular y del significado democrático.42 Estos escritos formaban parte todavía de la escuela del revisionismo moderado, en el sentimiento de nacionalismo de sus autores y en la idea de que su provincia había contribuido con precedentes significativos y experiencias a la nación. El otro grupo de revisionistas se consagró a trazar una apología del régimen de Rosas, enfatizando la rehabilitación de su figura histórica. Si bien es cierto que los inicios de esta tendencia no son claros, son visibles poco después de la primera guerra mundial; desde ese tiempo, el nuevo revisionismo en torno a Rosas atrajo a muchos escritores y a un amplio público lector. Con el tiempo, esta literatura histórica, de raíz polémica, se fue subordinando al dogma amargo ultranacionalista y antidemocrático que una serie de escritores cultivaría durante la década de los sesenta. Desde sus inicios, esta tendencia se convirtió en un movimiento consciente de sí mismo, hasta un grado que de ninguna manera la escuela del viejo revisionismo prenovecentista y novecentista. Formaron sus propias organizaciones y rápidamente compartieron puntos de vista y un vocabulario. Desde luego el revisionismo rosista no es ciertamente una escuela académica sino más bien un grupo de escritores altamente conscientes del desarrollo político, de otras consideraciones de orgullo nacional y de la posición de la nación en un mundo que había desplegado grandes poderes. Ellos fueron claramente nacionalistas. De hecho los revisionistas rosistas se vieron a sí mismos en la confrontación de una situación de emergencia nacional. En sus escritos, dicha emergencia se puede identificar en el deterioro de un individualismo argentino; un servilismo nacional ante los poderes extranjeros; el estancamiento del progreso nacional debido a la ineptitud por parte del gobierno o debido a una condición de control oligárquico, de los ricos sobre la vida nacional. Muchos de estos escritores compartían el sentimiento de que la Argentina, desde 1852, había sido constantemente bloqueada por las maquinaciones de traidores y enemigos para ocupar el lugar a la que la hacía acreedora su grandeza. La nueva corriente mostró un vigoroso sentimiento de nacionalismo que desde los tempranos años veinte hacia los años sesenta fue moviéndose 41 ZORRAQUIN BECÚ, Ricardo, “Rosas y las actuales tendencias históricas”, Anuario de Historia Argentina, Buenos Aires, Domingo Viau & Cía, 1940, pp. 111-112. 42 Ibídem. gradualmente hacia un extremo chauvinismo. Esto está discutido en la obra de Ernesto Palacio. Él hace mención de nuevas influencias como el grupo Nueva República (1928) y la revista católica Criterio. 43 Los comienzos del revisionismo rosista se sitúan años antes y después de la primera guerra mundial. Ciertamente el elevado optimismo de muchos jóvenes quedó abatido por la guerra, sin embargo los eventos domésticos tuvieron probablemente su parte en este cambio de sentimientos. En lo concerniente a esta pérdida de optimismo, desde la década próxima a la guerra, muchos argentinos quedaron muy disgustados con el partido Radical, apartándose de éste para 1930. El optimismo de los jóvenes argentinos hasta antes de 1910 se deja ver en Roberto Giusti: “Éramos partidarios de un vago internacionalismo. Creíamos, al igual que en el siglo XIX, en el progreso indefinido, y confiábamos, pese a todas las apariencias en contrario, en el establecimiento de la paz entre las naciones y la paz universal.”44 Incluso en ese entonces, ante el shock de desilusiones, desencanto por la guerra y por el tratado de Versalles, hubo un nuevo brote hacia una afirmación patriótica y de orgullo nacional, una especie de conversión hacia un nuevo sentimiento nacionalista, tal como lo creyó el propio Giusti. También fue el caso de Ricardo Rojas, en una profunda enseñanza de la historia nacional en las escuelas.45 Para 1920, ¿qué resultado hubo con respecto al nacionalismo de preguerra y la desilusión que contrajo la posguerra? Es complicado explicarlo, pero lo que sí parece claro es que muchos escritores de la década de los veinte y de los treinta46 mostraron una indiferencia con respecto al liberalismo del siglo XIX, situación contraria a la que había prevalecido hasta antes de la guerra. Mientras que el revisionismo rosista se desarrolló en el campo de la historia; en la literatura, tanto en la novela, la poesía, el ensayo, y también en los ensayos de los mismos historiadores, se dejó ver una suerte de chauvinismo. De estas obras no es posible unificar los tipos de ánimo de los escritores, en algunos podemos notar cierta euforia y en otros, un cierto sentido de malestar. 43 PALACIO, Ernesto, Historia de la Argentina, 1515-1938, Buenos Aires, Alpe, 1954; 2ª edición, 2 vols., Buenos Aires, A. Peña Lillo, 1957 (el título se modificó: 1515-1957). 44 GIUSTI, Roberto, “Una generación juvenil de hace cuarenta años”, Siglos, escuelas, autores, Buenos Aires, Problemas, 1946, p. 358. 45 Ibídem, pp. 356-357. Ver también ROJAS, Ricardo, La restauración nacionalista, Buenos Aires, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, 1909. 46 PALACIO, Ernesto, Historia de la Argentina, 1515-1938, Buenos Aires, Alpe, 1954, p. 617. En el caso de Manuel Gálvez, Leopoldo Lugones y más tarde Carlos Ibarguren (político nacionalista) se distingue un sentimiento de pesimismo, con sus variaciones, respecto de los asuntos públicos. Su concepción es dudosa en cuanto a las posibilidades de que Argentina pueda solventar y dar continuidad a la organización social, económica y política que venían implementando años atrás. Lugones, que en su juventud había llegado optimista y entusiasta a Buenos Aires, ahora mostraba profundas manifestaciones de depresión. Muchos de sus escritos de los últimos años abogaban el poder militar y la disciplina social en la sociedad moderna.47 Gálvez, mientras tanto, estuvo oprimido francamente por la idea de que la sociedad y el gobierno argentinos se encontraban en un proceso de disolución, concentraba su atención en el avance de Benito Mussolini en Italia y de Primo Rivera en España para extraer de ahí lo que pudiera ser de ayuda en el caso argentino. Igual que Lugones, el percibía la emergencia nacional en la falta de disciplina social y en la indecisión gubernamental tanto en materia de política interior como en la exterior.48 Sin embargo Gálvez, junto a otros que se convirtieron en los líderes del revisionismo rosista, hizo sus juicios centrales recién después de 1930. En 1922 Carlos Ibarguren dictó una serie de conferencias a favor de Rosas, en el marco de su cátedra de historia en Buenos Aires;49 pero su influyente biografía sobre Rosas apareció recién en 1930.50 En ese año, el golpe con el que Félix Uriburu derrocó el partido Radical del gobierno de Hipólito Yrigoyen, trajo como consecuencia el retorno de la clase alta al poder y del grupo de oficiales militares de su exilio de la política nacional. Estos acontecimientos fueron poco esperanzadores para los revisionistas rosistas,51 sin embargo muy rápido, con los efectos de la depresión económica mundial, afectando ampliamente al país, ellos, como muchos otros argentinos, expresaron un profundo sentido de apremio y ansiedad. Los revisionistas rosistas agudizaron sus demandas en busca de remedios de lo que ellos veían como una crisis nacional. Al hacer esto, se precipitaron en su hábito de acusar a sus enemigos históricos y contemporáneos de mala fe y traidores. Estas tendencias, aunque de alguna manera aparecen 47 La patria fuerte (1930); La Grande Argentina (1930); Política revolucionaria (1931) y El estado equitativo (1932). 48 PALACIO, Ernesto, Historia de la Argentina, 1515-1938, Buenos Aires, Alpe, 1954, p. 617. 49 IBARGUREN, Carlos, La historia que he vivido, Buenos Aires, Peuser, 1955, pp. 175-176. 50 IBARGUREN, Carlos, Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama, su tiempo, Buenos Aires, La Facultad, 1930. 51 Manuel Gálvez, que fuera uno de los fundadores del grupo “La Nueva República” (1928); Julio Irazusta que describe sus reacciones ante los sucesos de este periodo en las primeras páginas de sus Ensayos históricos (1934). en el libro de Ibarguren de 1930,52 se vuelven mucho más marcadas en los trabajos publicados después. Ahora la predicción, hecha hace un siglo y medio por un enemigo de Rosas –el general Tomás de Iriarte– se hizo realidad: Rosas podía ser presentado a los argentinos como un héroe del siglo xx.53 En los años ’30, Julio Irazusta comenzaba su trabajo, por el cual pronto fue identificado como uno de los principales estudiosos del revisionismo rosista. Ciertamente este ensayo fue un anticipo de lo que continuó desarrollando en trabajos posteriores. Sus principales puntos de vista pueden revisarse en el libro que escribió en colaboración con su hermano Rodolfo en 1934, La Argentina y el imperialismo argentino.54 En 1934, Manuel Gálvez contribuyó oblicuamente a esta nueva historiografía con un libro muy vigoroso acerca de lo que él concebía como una emergencia política y social. Este pueblo necesita fue un texto que se convirtió más tarde en propaganda peronista. En 1940, Gálvez continuó con su muy popular Vida de don Juan Manuel de Rosas, en la que una generación de jóvenes lectores adquirió puntos de vista básicos sobre la historia nacional. En 1941 comenzó a aparecer la obra mayor de Irazusta, Vida política de Juan Manuel de Rosas: a través de su correspondencia: 1835-1840, una muy minuciosa edición anotada de los documentos políticos de Rosas. Mientras tanto, otra de las figuras representativas de esta escuela, Vicente Sierra, había publicado su pequeño libro sobre Rosas como líder político (1940).55 Para 1938, este grupo de escritores creó un instituto histórico en Buenos Aires, que paralelamente editó su revista de estudios devota de Rosas y de su régimen: Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Se trazó claramente una línea de ataque hacia la escuela liberal de historia y también, los revisionistas atrajeron un áspero criticismo en los escritores que se consideraban dentro y fuera de la tradición liberal.56 El descontento sobre los asuntos argentinos cundió no sólo entre los revisionistas rosistas sino en varios sectores más. Esa actitud combativa también la hemos referido en el caso de 52 IBARGUREN, Carlos, Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama, su tiempo, Buenos Aires, La Facultad, 1930, pp. 186 y 195. 53 IRIARTE, Tomás de, Memorias, tomo IX, Buenos Aires, Ediciones Argentinas S.I.A., 1853, pp. 140-141. 54 IRAZUSTA, Julio, Ensayo sobre Rosas, en el centenario de la suma del poder, 1835-1935, Buenos Aires, Tor, 1935. 55 SIERRA, Vicente D., Dos conferencias sobre Rosas, Buenos Aires, Instituto Rosas, 1940. 56 ZORRAQUIN BECÚ, “Rosas y las actuales tendencias históricas”, Anuario de Historia Argentina, Buenos Aires, Domingo Viau & Cía, 1940; LAPLAZA, Francisco P., “El rosismo y la historia”, Nosotros, año V, 2ª época, XII, marzo-abril, 1940; FERNÁNDEZ, Juan Rómulo, “La producción histórica reciente”, Nosotros, año XXVIII, 1ª época, LXXXI, 1933. Lugones, Gálvez e Irazusta. Sin embargo nos encontramos también, por ejemplo, con el caso de Eduardo Mallea, quien no tiene nada en común con aquellos ni en la interpretación de los hechos políticos ni en la de los estéticos, pero vemos ideas similares en obras de esa época, en cuanto al sentimiento de desesperación. Esto no significa, por supuesto, que deba ser ubicado a lado de los revisionistas.57 Una situación similar es la del crítico Raúl Scalabrini Ortiz58 y la del líder del partido demócrata progresista y senador Lisandro de la Torre, originario de la provincia de Santa Fe.59 Este último escribió sobre el problema de los frigoríficos y la corrupción del gobierno. Tales escritores compartieron parecida visualización de una suerte de enfermedad en la sociedad argentina y se mostraron opositores al gobierno, el cual favorecía a sus ojos la dominación británica en la economía argentina. No cabe duda que estos sentimientos fueron genuinos, y no resultado de una interesada propaganda. Los observadores, los menos apasionados, de las tendencias del revisionismo histórico afirman que el nuevo revisionismo rosista se extendió en gran medida debido a los cambios que teóricamente experimentó el Estado en el siglo XX. Ricardo Zorraquín Becú, famoso historiador del federalismo, afirma que esta renovación del espíritu de Rosas respondió a profundas causas, sería muy arriesgado decir que eso solamente estuvo ligado a la emergencia de un sentimiento familiar o simplemente una moda pasajera. Era, según él, el signo de los tiempos en los cuales se vivía.60 Durante los inicios de la década de los treinta, hubo una clara diferencia entre la escuela liberal de historia y el nuevo revisionismo que reposaba en las ideas opuestas acerca de la función del gobierno y de las relaciones entre el pueblo y el estado. Para finales de la década de los treinta y comienzos de los cuarenta, los revisionistas rosistas representan a un vasto sector de opinión que contribuyó a abrir camino a gobernantes militares como: Pedro Pablo Ramírez (1943 y depuesto en 1944), Edelmiro Farrell (1944-1946) y Juan Domingo Perón (1946- depuesto en 1955). Unos cuantos, pero no todos, los revisionistas rosistas, apoyaron activamente el régimen peronista. Sin embargo, el régimen peronista no adoptó el punto de vista de la escuela 57 ANDERSON-IMBERT, Enrique, Historia de la literatura hispanoamericana, Fondo de Cultura Económica, México, 1954, p. 346. 58 ESCALABRINI ORTIZ, Raúl, Política británica en el Río de la Plata, Buenos Aires, Reconquista, 1940; ver también sus ensayos de los treinta reunidos en Historia de los ferrocarriles argentinos (1940) y El hombre que está solo y espera (1931). 59 Ver el volumen II de las Obras Completas de Lisandro de la Torre. 60 ZORRAQUIN BECÚ, ““Rosas y las actuales tendencias históricas”, Anuario de Historia Argentina, Buenos Aires, Domingo Viau & Cía, 1940, p. 111. revisionista ni acogió plenamente a sus portavoces en el campo de la historia. Perón no recurrió a los historiadores revisionistas para desempeñarse en las universidades, archivos o museos. El programa del gobierno peronista incluía un plan de desarrollo económico y de nacionalismo económico, y un acentuado control ejecutivo del gobierno aunado a un marcado énfasis en el nativismo. Todos estos puntos habían sido subrayados por los revisionistas, inclusive compartían algunos enfoques históricos. Tanto Perón como los revisionistas atacaban a los líderes políticos, desde 1852, por haber “entregado” la economía argentina a los extranjeros. Ambos sostenían que la enseñanza del pasado sugería la necesidad de instaurar un gobierno fuerte que resolviera los problemas de la Argentina. Sin embargo, las diferencias históricas fueron más importantes que todas las semejanzas antes mencionadas. Perón no otorgó a Rosas la primacía entre los héroes nacionales sino que la entregó a la exaltación de José de San Martín, a quien incluso se dedicó el año del ’50, año del Libertador. Asimismo, Perón proclamó una propaganda constante contra los principales terratenientes a quienes identificaba como la oligarquía, una influencia en la Nación que debía ser destruida. En cuanto a los asuntos exteriores, la propaganda recurrió a la historia del colonialismo económico en Argentina para contraponer la nueva libertad alcanzada con las influencias externas. La historia de Perón fue, en suma, demasiado optimista y demasiado convencional para los revisionistas. Es así como la escuela rosista o revisionismo rosista pareció pesimista en todo lo relacionado con el pasado, presente y futuro de la Argentina. A pesar de que sus escritos continuaron en una incesante corriente a través de todos los años de Perón hasta 1955, no apareció ningún nuevo enunciado o tesis al avance historiográfico que haya logrado el consenso de los revisionismos antes mencionados. Estos escritores trabajaron arduamente en la ampliación de sus intereses y de sus investigaciones de archivo. Los principales conceptos revisionistas parecen haber llegado a un estado de madurez y conformación en los comienzos de los años veinte, sin embargo parecían haber alcanzado un punto de cristalización, comparable con los vigentes en el temprano revisionismo de 1880-1914. Por diversos motivos, comenzando por sus objetivos, ambos revisionismos difieren fundamentalmente. Los revisionistas de 1900 buscaron conciliar intereses así como reconocer las contribuciones de las provincias en la democracia argentina. Viviendo y escribiendo inmediatamente después de 1852, sus representantes tendieron a creer que las distinciones entre unitarios y federales representaban no pasajeras, sino permanentes tendencias políticas y que los objetivos de ambos partidos necesitaban ser entendidos y respetados en beneficio de todos los argentinos. Por contraste, los revisionistas de los cincuenta estaban interesados principalmente en una regeneración del espíritu argentino, acompañada de un nacionalismo extremo y ciertos cambios radicales en la vida social, política y económica. El primer grupo estaba satisfecho con la Argentina, el segundo, no. Miembros de ambos grupos tendieron a militar en fracciones políticas minoritarias, mientras que los tempranos revisionistas mostraron haberse sentido parte integrante del proceso político, los del segundo revisionismo demostrarían ser parte de grupos marginales y sus escritos ser la expresión de un eco de resentimiento de aquellos que no habían jugado roles significativos en la política. Todas estas apreciaciones sugieren un contraste mayor entre uno y otro grupo, sin hacer la referencia obvia al interés común en la figura de Rosas. Los escritores tempranos estuvieron interesados en que figuraran las provincias argentinas como fuentes de tradición nacional y como escenas de iniciativas políticas. Ellos sabían que, para 1900, Buenos Aires habría ganado de tiempo atrás, la lucha política del control del país, debido a esto buscaban recordar como las otras provincias también habían contribuido a crear la tradición democrática en Argentina. Por el contrario, los escritores del segundo revisionismo dibujaron sus intereses fundamentales a partir de cómo percibían los problemas actuales, dando así poca importancia o resituando los viejos asuntos del siglo XIX en la lucha entre la capital y las provincias. Podemos suponer que esta variación de intereses en realidad refleja dos distintos mundos, en los que estos escritores existieron. Los tempranos revisionistas podían recordar personalmente o a través de sus tradiciones familiares los tiempos en los que las autoridades provinciales poseían poderes sustanciales. De modo directo todavía les tocó a ellos sentir el impacto de la lucha por el poder nacional que no fue más después de 1880, esto es, con la federalización de Buenos Aires. Los revisionistas rosistas fueron más bien parte de un gobierno central y de su gran poder. Ellos no se sentían identificados con el asunto histórico de la autonomía provincial, no dando cabida a tal asunto en la Argentina de los cincuenta. De ninguna manera esta cuestión merodea en sus escritos. En cuanto a sus métodos, existen más diferencias que similitudes. El viejo escritor era apologético, con una actitud reivindicatoria, tanto en la selección de sus datos como en la discusión de los mismos. Los integrantes del segundo revisionismo están más inclinados a extraer conclusiones de sus argumentos y a dejarse llevar por juicios un tanto aventurados. Tales diferencias pueden ser vistas claramente en el tipo de uso de sus fuentes. Los primeros revisionistas seleccionaron sus datos de un patrón amplio de fuentes de historias, muchos de ellos amistosos, y sin desechar las noticias desfavorables. La nueva escuela revisionista estuvo mucho más orientada a basar sus razonamientos inspirados en la propaganda, la legislación o en la correspondencia política que el mismo Rosas produjo en su régimen. En general admitieron muy pocas actitudes dubitativas ante sus conclusiones históricas y excluyeron a los escritores neutrales u hostiles. Finalmente ambos grupos de revisionistas fueron débiles en recurrir a archivos y a fuentes inéditas. Ambos fueron débiles en el sentido de haber trabajado con un sistema de ideas cerrado. Se ciñeron a demostrar solamente su oposición a Rosas. La temprana escuela es apologética mientras que la segunda es evangélica, en el sentido de buscar una fe secular –más en el sentido de fanatismo. En el plano de las inferencias fundamentales se presenta un mayor número de disimilitudes que semejanzas, como es obvio suponer en escritores que se encuentran separados por cambios políticos y socio-económicos ocurridos durante medio siglo. Los escritores del segundo revisionismo fueron acentuadamente románticos en su visión del pasado argentino. Para la mayoría de ellos, sino para todos, el pasado había sido mejor que el presente. Vicente Sierra coloca una parte de este sentimiento como sigue: No se puede negar que el gran cáncer de la Argentina es el urbanismo, devorador de personas y origen de todas las sujeciones que destruyen la libertad del hombre. Es en las ciudades donde los políticos, hijos de la civilización y extraños a la cultura occidental, pervierten a las masas. Spengler asegura que el campesino es el único hombre orgánico que subsiste.61 La visión de que la Argentina era mejor cuando tenía pocas ciudades y muchos más gauchos infunde el camino trazado por algunos escritores de que la libertad se hacía más presente en la Argentina de 1840, diluida hacia 1940. Los viejos escritores – los primeros revisionistas– sabían más de esto. Ellos no se crearon ninguna ilusión, no concebían que en 1900 hubiera habido peores condiciones de vida que en 1850. El temprano revisionismo tenía una visión muy positiva y optimista; en todo caso, la cuestión negativa que enfatizaban residía en demostrar que los enemigos de Rosas fueron al menos tan violentos como él. Entre los segundos revisionistas son poco frecuentes los puntos de vista positivos, siendo más bien la mayoría, pesimistas. Sus argumentos poco se avistan en la temprana literatura revisionista. Los conceptos de clase y grupo son, por ejemplo, más utilizados en los historiadores del segundo 61 SIERRA, Vicente D., Historia de las ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, Nuestra Causa, 1950, pp. 599-600. revisionismo. Los “oligarcas” se refieren a los hombres de grandes negocios en las ciudades, algunas veces los judíos y los masones y todas las demás, los liberales y extranjeros son usados como epítetos, formas de descargar su ataque. Ellos también piensan que los unitarios de 1820 fueron traidores a la Nación. El segundo revisionismo retrató la vida argentina en estado de peligro, de desastre ,y se esforzó en encontrar las raíces de este peligro para así poder escribir la historia de la decadencia nacional desde la época de Rosas. En este sentido, estos escritores se dedicaron a escribir epítetos de la misma manera en que la escuela liberal los había empleado para condenar los actos y las intenciones de Rosas. Las palabras favoritas de los segundos revisionistas fueron traición, entrega, vendepatria, antinacional, extranjerizante, claudicaciones, desvíos y supercherías. En los inicios de los treinta, en la biografía que Carlos Ibarguren logra de Rosas, uno encuentra que el partido unitario de Buenos Aires, en su intento de unificar el país durante los años de 1820, gravitaba en “una oligarquía aristocrática dirigida por una logia [masónica] criminal de anarquistas que desafiaban el orden social”.62 En esta amarga visión de los enemigos, presentes y pasados, está señalada por ejemplo la asunción implícita que las dificultades argentinas derivan en buena medida de un complot consciente entre sus enemigos, tanto extranjeros como domésticos. Los complotados son usualmente identificados como los británicos imperialistas y los magnates comerciales de Argentina, además de todos aquellos que los asistieron. También hay otras ayudas identificadas como los universitarios, los judíos, los izquierdistas, socialistas, comunistas y todos los “liberales”, tomando en cuenta que el liberal es anatema en el lenguaje de esta escuela, que considera que el liberalismo siempre fue un error en la Argentina. El único grupo importante que escapa a la condena es el de los grandes propietarios de tierras, presuntamente porque Rosas mismo fue un líder del partido de los estancieros en la provincia de Buenos Aires. De igual importancia es el hecho de que los revisionistas modernos no ven en los terratenientes una amenaza para la estabilidad de la vida argentina en la década de los cuarenta y cincuenta. Los puntos de vista extremados y la discusión agobiante recién mencionada no hacen más que corroborar que en la Argentina un sentimiento de nacionalismo restringido fue en aumento desde los inicios del siglo xx. Aunque los revisionistas de 1900 fueron también nacionalistas, ellos compartieron el mismo sentido liberal del sentimiento nacional que poseía 62 IBARGUREN, Carlos, Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama, su tiempo, Buenos Aires, La Facultad, 1930, p. 140. la clase alta a finales del siglo XIX. Este sentimiento, tan característico de la generación de 1880, no comprende ningún sentido notable de inferioridad o de resentimiento hacia las naciones extranjeras. El nacionalismo de 1950, por el contrario, está planteado en los trabajos de los revisionistas rosistas en tanto dogma compuesto por explicaciones históricas simples empleadas en su favor y llevadas al extremo. La más notable sobresimplificación en esta escuela de escritores es la insistencia en decir que la Argentina anterior a 1852 fue una sociedad estática, donde la equidad social y la democracia política reinaron como nunca antes. Esta visión no es la de la generalidad de los escritores argentinos de 1950. Hay a este respecto similitud entre los revisionistas de 1900 y los de 1940-1950 pues todos ellos tienden a exaltar el papel del líder en la política y en la sociedad. Los primeros escritores revisionistas, intentando rehabilitar a Rosas, aprueban el personalismo en la política desde antes de 1852. Han hecho de Rosas un verdadero gran hombre que encarna una suerte de mito carismático. Es muy frecuente que estos escritores hayan intentado hacer resurgir una tradición del personalismo en la historia y la política argentina. Mientras que los historiadores más profesionales parecen estar más lejos de expresar este sentimiento. Los primeros revisionistas partieron del punto de vista de que en la vida se nos presentan opciones dificilísimas, disyuntivas adversas. David Peña por ejemplo, mostraba que los hombres que tenían la misma base de educación, experiencias y origen político actuaron de diverso modo durante las guerras civiles. Juan Álvarez señaló que los hombres y los partidos de principios opuestos hubieran ejercido una misma política si sus intereses económicos hubieran sido los mismos. Estos primeros escritores fueron conscientes de que la vida en Argentina había cambiado en la última mitad del siglo XIX e hicieron pocas denuncias de las figuras históricas que ellos discutían y estudiaban. En todos estos aspectos, el viejo revisionismo contrastó con la escuela rosista más moderna, con la idea de que en la vida nos enfrentamos a decisiones complejas; que los hombres no son necesariamente buenos o malos, y que las condiciones han ido cambiando en el curso de los últimos cien años. En resumen, podemos decir que el viejo revisionismo fue un momento de balance en la historia por escrito, cuyo péndulo oscilo entre dos extremos del nacionalismo. En torno a la década de 1880, el péndulo se balanceó a un punto muy alto, en el marco de un exuberante y acrítico espíritu de celebración de la prosperidad material. Esta fue una generación que se vanagloriaba de la nueva unidad nacional y del poder que de ella provenía. Luego, algunos escritores argentinos captaron, con una mirada menos complaciente, la historia que va desde la Independencia hasta la primera guerra mundial. Finalmente la creciente complejidad de la vida del siglo XX, especialmente desde los años treinta, conllevó a numerosos escritores a explicar la historia nacional en términos de fracaso en el pasado y pesimismo en el futuro. Esto persistió hasta la caída de Perón, en 1955, que fue el espíritu del revisionismo más reciente en los historiadores argentinos. Persistió también después, pero el tratamiento de esa etapa rebasa nuestros fines. A manera de conclusión de este apartado, no está de más señalar que todas las escuelas de historiadores argentinos entraron a una nueva fase a partir de la caída de Perón. Sin duda alguna, la nueva atmósfera respondió a los cambios sociopolíticos y socioeconómicos del medio siglo anterior, incluido el incremento del nacionalismo; fue también resultado de la maduración de la escuela académica que había sido encaminada desde los tiempos de Bartolomé y Mitre. Los historiadores académicos o liberales no eran del todo desapasionados para 1940, por ejemplo, Ricardo Zorraquín Becú pudo apropiadamente decir que la enseñanza de la historia “no tendía a especificar una individualidad nacional sino un sentimentalismo vagamente humanitario y cosmopolita, incubado en el positivismo liberal”,63 cuando el mito liberal del salvaje Rosas todavía permanecía incólume. Sin embargo, después de 1940, la escuela liberal comenzó a elaborar nuevos juicios y puntos de vista propios de la introducción de rigurosos métodos de investigación. Dirigida por Emilio Ravignani, a la cabeza del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad de Buenos Aires y por Ricardo Levene, presidente de la Academia Nacional de Historia, y también profesor y presidente de la Universidad de La Plata, la escuela liberal comenzó a rellenar los vacíos y a rectificar el extremismo heredado de escritores de un siglo antes. Ravignani, combativo político liberal, impulsó serias investigaciones para revisar y ampliar la historia argentina en el siglo XIX, incluyendo la era de Rosas. Tomó la iniciativa de copiar, para ser publicado por la Universidad de Buenos Aires, el archivo privado de Juan Facundo Quiroga, con la idea de echar luces sobre el caudillo controversial del que Sarmiento y Peña habían referido en sus obras, con tan diferentes finalidades. En los escritos de Ravignani, como en su corto trabajo Inferencias sobre don Juan Manuel de Rosas, de 1945, lo vemos en busca de una 63 ZORRAQUIN BECÚ, Ricardo, “Rosas y las actuales tendencias históricas”, Anuario de Historia Argentina, Buenos Aires, Domingo Viau & Cía, 1940, p. 111. posición moderada, que se articula a su vez con algunos de los argumentos de los historiadores revisionistas rosistas. Por su lado, Ricardo Levene se hizo cargo de una difícil y larga tarea en la Academia Nacional de la Historia, en años en que distintos tipos de peligros desafiaban la vida académica e intelectual: de 1943 hasta 1955. Él y todos aquellos que lo apoyaron tuvieron logros muy positivos en la instrucción de estudiantes, en el diseño de nuevas investigaciones y en la publicación de materiales, en el marco de un riguroso y positivo modo de la historiografía argentina. La Academia alentó un extenso patrón de investigación histórica; notablemente, mucho de esto en relación con la historia provincial. Levene mismo editó una historia de la Argentina hasta 1862 en varios volúmenes, conteniendo una gran cantidad de escritos nuevos y desapasionados que pueden encontrarse en la nueva escuela liberal, por ejemplo los capítulos sobre la era de Rosas que escribió Enrique Barba.64 Estas cambios dentro de la escuela liberal y académica pudieron ser la base para la conformación, en torno a 1955, de una nueva atmósfera moderada y exploratoria en los estudios históricos que se había visto solamente una vez antes, en torno a 1900. Dicho lo anterior, para 1955, la escuela liberal se había desplazado considerablemente de sus antiguos intereses, encontrando esto articulación con los criticismos legítimos de los espíritus más moderados de la escuela rosista: que la historia del siglo XIX debía ser escrita y reescrita; que la herencia española y a las condiciones nativas de la historia argentina debían ser revaloradas y enfatizadas, y que la tendencia partidaria debía ser completamente desterrada del campo historiográfico. Todo esto incrementó vigorosamente la actividad de historiadores profesionales. Para ellos, el viejo revisionismo les significó un ejemplo en varios sentidos. 64 LEVENE, Ricardo, Historia de la nación argentina, 10 volúmenes, 1936-1950. 4.2 La sombra de Facundo. El otro revisionismo Esa cordobesada bochinchera y ladina (meditaba Quiroga) ¿qué ha de poder con mi alma? Aquí estoy afianzado y metido en la vida como la estaca pampa bien metida en la pampa. “El general Quiroga va en coche a la muerte” Jorge Luis Borges Juan Facundo Quiroga nació en San Antonio, La Rioja en 1788, en el noroeste de la actual República Argentina. Fue uno de los protagonistas, como caudillo regional, de las décadas de luchas intestinas entre provincias y regiones, tras la declaración de la Independencia de Argentina. Su padre, José Quiroga, era un hacendado sanjuanino que migró a la provincia de La Rioja, estableciendo su estancia en la zona llamada Los Llanos. En 1815, instalado en Buenos Aires, Facundo recibió alguna formación militar por un breve período. En 1817 fue nombrado jefe de las milicias de la comarca, con el grado de capitán, y participó en las luchas por la independencia organizando milicias, persiguiendo desertores y enviando ganados al Ejército del Norte y al Ejército de los Andes. En particular, colaboró con el comandante Nicolás Dávila,65 segundo jefe de la columna del Ejército de los Andes que liberaría Copiapó en Chile en 1817. Asimismo fue sucesor provisional de Dávila en 1823. Se le recuerda como “El Tigre de Los Llanos” y fue novelado por Domingo Faustino Sarmiento en uno de sus libros más recordados, Facundo, Civilización y Barbarie, con una primera edición de 1845 en Santiago de Chile. Siendo una obra de apreciable calidad por estilo y redacción, el Facundo es considerado por muchos libro fundacional de la literatura argentina; ha sido motivo de ataques por los revisionistas históricos. Sarmiento, sanjuanino como su padre, tenía vinculación familiar con los Quiroga. En 1834, tras declararse un enfrentamiento entre las provincias de Salta y Tucumán, enemistadas por la cuestión de la autonomía de la provincia de Jujuy, el gobernador de la  En Luna de enfrente, 1925. 65 Nicolás DÁVILA, 1786-1876. Militar riojano que participó en la guerra de independencia y en las guerras civiles de su país. Segundo gobernador de la Provincia de La Rioja (1820-1823). provincia de Buenos Aires, Manuel Vicente Maza,66 envía al general Quiroga con instrucciones de Rosas escritas especialmente para él, de mediar entre los contendientes. En el viaje de ida Facundo es informado de un posible atentado contra su vida en el trayecto al norte. Al llegar a Santiago del Estero se entera de que la guerra civil ha finalizado y de que el caudillo salteño Latorre ha sido asesinado.67 Facundo trabaja para lograr una serie de tratados entre las provincias del norte, en cuyas cláusulas figura la autonomía jujeña. Ya en 1835 inicia el camino de retorno. El 16 de febrero, una partida al mando del capitán de milicias cordobés Santos Pérez68 embosca su carruaje en la breña de Barranca Yaco, al norte de la provincia de Córdoba. Quiroga se asoma por la ventana de la galera, y recibe en un ojo el tiro de Santos Pérez. Todos los demás miembros de la comitiva mueren también. El cadáver de Facundo Quiroga, por decisión de sus familiares, se llevó a Buenos Aires, al Cementerio de la Recoleta. Allí se conservó el monumento funerario, pero el féretro fue escondido en una pared tras la caída de Rosas en 1852, con el fin de evitar venganzas sobre su cadáver de parte de los enemigos de ambos. El 9 de diciembre de 2004 fue descubierto el escondite. 4.2.1 El Facundo de Sarmiento (1845) ¡No, no ha muerto! Vive aún! ¡Él vendrá! Sarmiento El ímpetu romántico pleno, la energía de la imaginación y el apasionado torrente de palabras, junto con una vivaz percepción de los hechos y rápido fluir de pensamiento, son algunos de los dones que atribuyó Henríquez Ureña a Domingo Faustino Sarmiento. El “genuino representante de nuestro romanticismo” no aspiró solamente –prosigue el sabio dominicano– a ser un escritor, sino que sirvió a su patria argentina, a Chile, a toda la América española. Sus 66 Manuel Vicente MAZA, 1779-1839. Abogado y político federal porteño. Es el encargado de redactar la reglamentación, que lleva su nombre, para la administración de la justicia. Fue gobernador interinato de la Provincia de Buenos Aires y encargado del poder ejecutivo (1834-1835), predecesor de Juan Manuel de Rosas. 67 Pablo LATORRE, c. 1790–1834. Caudillo federal salteño, que combatió en la guerra gaucha. Gobernador de la provincia de Salta (1830-1831). Asesinado en 1834. 68 El capitán Santos Pérez fue un antiguo soldado, que controló el departamento cordobés de Tulumba desde la época en que la provincia estuvo gobernada por el general Bustos. Entusiasta adicto de los Reinafé, a cuyas órdenes sirvió siempre. Emigró con ellos a Santa Fe, cuando el general Paz se apoderó del gobierno cordobés. Incursionó por las sierras de esta provincia cumpliendo órdenes de sus antiguos jefes y llegó a formar en aquellos lugares una pequeña republiqueta. Cuando los Reinafé regresaron a Córdoba con el ejército confederado, estuvo al lado de ellos. No sabía leer ni escribir, pero su inteligencia natural le permitió suplir tales conocimientos. (Cf. www.lagazeta.com.ar) estudios en el latín significaron la entrada para más tarde adquirir el francés y el inglés. Leyó todo lo que pudo encontrar en materia de filosofía, historia, doctrinas políticas, pedagogía.69 En 1839, fundó su primer periódico en San Juan, El Zonda, con el objetivo de combatir la libertad y el progreso, desde el cual dirigió duras críticas al gobierno rosista,70 “la más sublime y la más triste página de la especie humana”.71 Fue por sus constantes ataques al gobierno federal por lo que fue apresado en 1840 y nuevamente obligado a salir desterrado. Establecido en Chile, se relacionó con el reconocido estadista Manuel Montt, quien sin ningún titubeo le encomendó la organización de la primera escuela normal de la América española (1842). Ese mismo año fundó el primer periódico de Santiago, El Progreso. En 1845 se dio a la tarea de estudiar sistemáticamente del despotismo en la Argentina,72 concentrando su preocupación en la vida de Aldao, el fraile militar que se había convertido en jefe militar. Seguido a esto comenzó a aparecer Facundo. Si bien desde 1844 había comenzado a escribir acerca de la barbarie, misma que personificó en la figura de Juan Facundo Quiroga, su primer nota salió publicada en 1845, en el número 769 de El Progreso. Fue entre mayo y junio de 1845 que fueron apareciendo “los manuscritos” en la sección de folletines: Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga.73 Las veinticinco entregas, señala Eduardo Brizuela 69 HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro, “Perfil de Sarmiento”, México, Cuadernos Americanos, núm. 5, sept.-oct. 1945, vol. XXIII, pp. 199-206. 70 El primer periodo abarcó de 1829 a 1832 y el segundo periodo, de 1835 hasta 1852. El 3 de febrero de 1852 Rosas fue derrotado por el gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, en la batalla de Caseros. Y será Urquiza quien asuma la primera presidencia constitucional de los argentinos. 71 SARMIENTO, Domingo Faustino, Facundo, prólogo de Noe Jitrik, notas y cronología de Nora Dottori y Silvia Zanetti, Caracas, Ayacucho, 1977, p. 20. 72 Para ese tiempo, la palabra Argentina se fue difundiendo lentamente durante el Virreinato y después de 1810, especialmente con valor de adjetivo. Su origen se relaciona con la denominación de Plata, río descubierto por Solís, siendo usada por primera vez por Martín del Barco Centenera y es título de la crónica de Ruy Díaz de Guzmán. La Argentina recibió diversos nombres oficiales durante el siglo XIX. En 1810 se le conoció como Provincias del Río de la Plata; el Acta de la Independencia de 1816, Provincias Unidas de Sud América; en 1825 el Congreso decide el uso de Provincias Unidas del Río de la Plata. Recién entonces se le comienza a llamar República Argentina y Nación Argentina, continuando los tres nombres en el primer gobierno de Rosas. Confederación Argentina comienza a usarse en 1835, y convive con otros similares hasta imponerse durante todo el período rosista (Cf. notas y cronología de Nora Dottori y Silvia Zanetti, en SARMIENTO, Domingo Faustino, Facundo, Caracas, Ayacucho, 1977, p. 35). Para ese entonces Sarmiento hablaba de catorce ciudades capitales de provincia por su colocación geográfica: Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, a las márgenes del Paraná; Mendoza, San Juan, Rioja, Catamarca, Tucumán, Salta y Jujuy, casi en línea paralela con los Andes chilenos; Santiago, San Luis y Córdoba, al centro. Cf. SARMIENTO, Domingo Faustino, Facundo, prólogo de Noe Jitrik, notas y cronología de Nora Dottori y Silvia Zanetti, Caracas, Ayacucho, 1977, p. 29. 73 La palabra civilización apareció por vez primera en 1757 de forma anónima, en L'Ami des hommes, del fisiócrata marqués de Mirabeau. Existió también el borrador de una obra que Mirabeau dejó inédita (aproximadamente de 1768), donde señala que debiera titularse L'Ami des femmes ou traite de la civilisation. La referencia a las mujeres es en relación con la civilización como bien que ellas traen a la sociedad, es decir la mujer significaría, en el espíritu de la época, algo así como “urbanidad”. Había en Mirabeau un esfuerzo por atraer al individuo a observar espontáneamente las reglas de conducirse correctamente y por transformar en el sentido de una mayor urbanidad Aybar, no fueron del todo regulares; sin embargo la distribución formal hace pensar la intención de conformar un libro o, al menos, su compilación en conjunto,74 y ciertamente un interés porque el texto fuera leído por sus contemporáneos.75 Un mes después fue publicado como libro con dos capítulos finales adicionales, bajo el título: Civilización i barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga i aspecto físico, costumbres i ábitos de la República Argentina, por Domingo F. Sarmiento, Miembro de la Universidad de Chile, I Director de la Escuela Normal (Santiago, Imprenta del Progreso, 1845).76 En términos generales, el libro fue organizado en dos partes: “la una, en que trazo el terreno, el paisaje, el teatro sobre que va a representarse la escena; la otra en que aparece el personaje, con su traje, sus ideas, su sistema de obrar; de manera que la primera esté ya revelando a la segunda, sin necesidad de comentarios ni explicaciones.”77 Sin embargo, en los hechos, la obra consta de tres partes. La primera parte del libro está formada por cuatro capítulos que describen el territorio nacional, su gente, su cultura y la lucha independentista argentina. Estos primeros capítulos resultaron sumamente influyentes en el posterior desarrollo de la literatura y la cultura argentina. La segunda parte es la biografía del caudillo “bárbaro” de la provincia de La Rioja, Facundo Quiroga, al cual Sarmiento transforma en un estudio de la barbarie. La tercera parte es el programa político liberal con el que se identificaban Sarmiento y sus compañeros de la Generación del 37, entre ellos Bartolomé Mitre, Esteban Echeverría, Juan B. Alberdi, Vicente F. López y José Mármol. las costumbres de la sociedad. Su uso ha sido muy recurrido en los escenarios propios de los tiempos modernos. El concepto, además de designar el proceso creciente del refinamiento de las costumbres, rápidamente equivalió a ser sinónimo de “movimiento” o “tránsito” hacia el cual la humanidad se dirigía procedente de una barbar ie; de igual forma, definió un “estado”, observable en ciertas sociedades europeas. Estas nuevas acepciones dieron a pie a una nueva concepción de la historia, claramente esquematizada como un proceso dinámico y universal (Cf. MARAVALL, José-Antonio, “La palabra ‘civilización’ y su sentido en el siglo XVIII”, Centro Vistual Cervantes, cvc.cervantes.es) Hacia 1828, François Guizot escribió: “civilización significa progreso y desarrollo. La palabra despierta, al ser pronunciada, la idea de un pueblo en movimiento, no para cambiar de lugar sino de estado, un pueblo cuya condición consiste en extenderse y mejorar (Cf. GUIZOT, François, Historia de la civilización en Europa, trad. Fernando Vela, pról. José Ortega y Gasset, Madrid, Alianza, 1966 [1828], p.62). 74 BRIZUELA AYBAR, Eduardo, El sistema expresivo de Facundo, San Juan (Argentina), Editorial de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de San Juan, 2000, p. 21. 75 CASTRO LEAL, Antonio, “El ‘Facundo’ de Domingo Faustino Sarmiento”, en Cuadernos Americanos, México, sept.-oct. 1945, año IV, núm. 5, vol. XXIII, pp. 147-149. 76 La versión usada fue: SARMIENTO, Domingo Faustino, Facundo, prólogo de Noe Jitrik, notas y cronología de Nora Dottori y Silvia Zanetti, Caracas, Ayacucho, 1977. En adelante las citas referidas corresponden a esta edición. 77 SARMIENTO, Domingo Faustino, Facundo, prólogo de Noe Jitrik, notas y cronología de Nora Dottori y Silvia Zanetti, Caracas, Ayacucho, 1977, p. 18. Refiero la prolija y acertada descripción de Alberto Palcos en cuanto al contenido de la obra. En la primera parte, señala Palcos, el autor describió la Pampa y a los tipos que engendra. Lo hace intuitivamente: nunca había estado en la Pampa. En su niñez sólo llegó hasta San Luis y Córdoba. Más tarde, derrocado Rosas, tendrá ocasión de contemplarla en toda su inmensidad y celebrar la exactitud de su pintura. Le sirven para trazarla los libros de Azara, Head y Andrews, las descripciones poéticas de Echeverría y la de los arrieros sanjuaninos que la recorrían y la de los militares argentinos residentes en Chile. La Pampa está admirablemente llevada al libro con cuanto tiene de característico y de pintoresco. El baqueano, el rastreador, el gaucho malo, el cantor son magníficos cuadros; humanizan típicamente la escena. Algunos trabajos sueltos anteriores –Los mineros, La Venta de zapatos, Un viaje a Valparaíso– los preludian. Los mejores escritores de la literatura universal no desdeñarían firmarlos.78 En la segunda parte, continúa Palcos: […] la dramática narración de la vida de Quiroga: adquiere un relieve único. Además de pintor, Sarmiento es el psicólogo de Quiroga. Parece como insinuarse entre los más escondidos repliegues de su alma. A decir verdad, la sombra siniestra de Facundo, evocada con cierta fuerza shakesperiana en las palabras iniciales del libro, no podría explicar el misterio de su vida y menos el de la política argentina. Pero don domingo la hace hablar, la revive y transfigura bajo el soplo de su arte prodigiosamente animador.79 En la tercera parte, agrega Palcos, “el tono lírico se apodera del autor: habla del porvenir argentino”: Facundo pone en contraste dos políticas: la del sobreviviente pasado y la del porvenir. Rosas y él las resumen, respectivamente. La aceptación del reto es completa y tremenda la audacia con que lo afronta. Sabe escoger el momento. El Restaurador está en pleno apogeo. Pero él lee misteriosamente en el futuro, y no se equivoca. Anuncia su caída y prepara los andamios del gobierno por venir. Y para que no haya sorpresas adelanta su plataforma. Aspira a que en su torno se aúnen todos los argentinos adversos a don Juan Manuel. Y no hay remedio. Aquel libro inmortal se adentró en el alma e ilumina las coincidencias.80 Al parecer, en la publicación del libro hubo cierta precipitación debido a la llegada del enviado de Rosas –Baldomero García– ante el gobierno chileno. Para ese año, habían transcurrido tan sólo diez del asesinato de Facundo; el gobierno de Rosas pasaba por su segunda etapa, siendo en ésta más autoritario al obligar a la gente a apoyar el régimen. Leamos las referencias que escribió Sarmiento del falaz federalismo de Rosas: He señalado esta circunstancia de la posición monopolizadora de Buenos Aires, para mostrar que hay una organización del suelo, tan central y unitaria en aquel país, que aunque Rosas hubiera gritado de buena fe: “¡Federación o muerte!”, habría concluido por el sistema unitario que hoy ha establecido. Nosotros, empero, queríamos la unidad en la civilización y en la 78 PALCOS, Alberto, Sarmiento La vida, la obra, las ideas, el genio, Buenos Aires, Emecé Editores, 1962, p. 77. 79 Ibídem. 80 PALCOS, Alberto, Sarmiento La vida, la obra, las ideas, el genio, Buenos Aires, Emecé Editores, 1962, pp. 79-80. libertad, y se nos ha dado la unidad en la barbarie y en la esclavitud. Pero otro tiempo vendrá en que las cosas entren en su cauce ordinario. Lo que por ahora interesa conocer, es que los progresos de la civilización se acumulan en Buenos Aires solo: la pampa es un malísimo conductor para llevarla y distribuirla en las provincias, y ya veremos lo que de aquí resulta. El ánimo de Sarmiento al escribir Facundo significó algo más que la expresión de su descontento con Rosas. Atendamos en la siguiente frase que su atención estaba puesta explícitamente en Facundo Quiroga: El que haya leído las páginas que proceden, creerá que es mi ánimo trazar un cuadro apasionado de los actos de barbarie que han deshonrado el nombre de don Juan Manuel de Rosas. Que se tranquilicen los que abriguen este temor. Aún no se ha formado la última página de esta biografía inmoral; aún no está llena la medida; los días de su héroe no han sido contados aún. Por otra parte, las pasiones que subleva entre sus enemigos son demasiado rencorosas aún, para que pudieran ellos mismos poner fe en su imparcialidad o en su justicia. Es de otro personaje de quien debo ocuparme: Facundo Quiroga es el caudillo cuyos hechos quiero consignar en el papel.81 Sin embargo, además de reconocer la importancia de los caudillos en la revolución argentina, inclusive su paso por la figura de comandantes de Campaña, distinguía la naturaleza diferente entre Facundo y Rosas: ¡Cierto! Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento; su alma ha pasado a este otro molde, más acabado, más perfecto; y lo que en él era sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse en Rosas en sistema, efecto y fin. La naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambióse en esta metamorfosis en arte, en sistema y en política regular capaz de presentarse a la faz del mundo, como el modo de ser un pueblo encarnado en un hombre, que ha aspirado a tomar los aires de un genio que domina los acontecimientos, los hombres y las cosas. Facundo provinciano, bárbaro, valiente, audaz, fue reemplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos Aires, sin serlo él; por Rosas, falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión y organiza lentamente el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo.82 En esta lógica, siendo una de sus preocupaciones primordiales, “vencer al monstruo que nos propone el enigma de la organización política de la República”,83 se propuso: …desatar este nudo que no ha podido cortar la espada, estudiar prolijamente las vueltas y revueltas de los hilos que forman, y buscar en los antecedentes nacionales, en la fisonomía del suelo, en las costumbres y tradiciones populares, los puntos en que están pegados.84 81 SARMIENTO, Domingo Faustino, Facundo, prólogo de Noe Jitrik, notas y cronología de Nora Dottori y Silvia Zanetti, Caracas, Ayacucho, 1977, p. 15. 82 SARMIENTO, Domingo Faustino, Facundo, prólogo de Noe Jitrik, notas y cronología de Nora Dottori y Silvia Zanetti, Caracas, Ayacucho, 1977, p. 9. 83 Ibídem. 84 Ibídem. Por ello, creyó viable explicar la revolución argentina con la biografía de Juan Facundo Quiroga, porque: creo qué explica suficientemente una de las tendencias, una de las dos fases diversas que luchan en el seno de aquella sociedad singular.85 […] porque en Facundo Quiroga no veo un caudillo simplemente, sino una manifestación de la vida argentina, tal como lo han hecho la colonización y las peculiaridades del terreno, a lo cual creo necesario consagrar una seria atención, porque sin esto, la vida y hechos de Facundo Quiroga son vulgaridades que no merecerían entrar, sino episódicamente, en el dominio de la historia.86 En la labor de recolección de datos para delinear la biografía de Quiroga, se filtra la preocupación de carácter identitaria, que a lo largo de la primera parte del libro desarrolla el autor. Esto es, Sarmiento también advirtió la naturaleza americana de Facundo, legitimando así su posición frente a todo sujeto central. Facundo Quiroga, empero, es el tipo más ingenuo del carácter de la guerra civil de la República Argentina [denominación anticipada que usó Sarmiento]; es la figura más americana que la revolución presenta. Facundo Quiroga enlaza y eslabona todos los elementos de desorden que hasta antes de su aparición estaban agitándose aisladamente en cada provincia; él hace de la guerra local, la guerra nacional, argentina, y presenta triunfante, el fin de diez años de trabajos, de devastaciones y de combates, el resultado de que sólo supo aprovecharse el que lo asesinó.87 Son dos los elementos, a mi modo de ver, que permiten a Sarmiento interpretar, si esto fuera posible explicarlo así, la dicotomía “barbarie o civilización”. El primero es la extensión, es decir el mal que aqueja a la República Argentina, caracterizada de una cierta tintura asiática. La extensión es entendida a partir de la escasa población y de su dispersión en un amplio territorio deficientemente comunicado. Según Sarmiento, “el desierto la rodea por todas partes, y se le insinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado sin una habitación humana, son, por lo general, los límites incuestionables entre unas y otras provincias.”88 Y, en efecto, hay algo en las soledades argentinas que trae a la memoria las soledades asiáticas; alguna analogía encuentra el espíritu entre la pampa y las llanuras que median entre el Tigris y el Eufrates; algún parentesco en la tropa de carretas solitaria que cruza nuestras soledades para llegar, al fin de una marcha de meses, a Buenos Aires, y la caravana de camellos se dirige hacia Bagdad o Esmirna.89 85 Ibídem, p. 15. 86 Ibídem, p. 16. 87 Ibídem, p. 15. 88 Ibídem, p. 23. 89 Ibídem, pp. 26-27. A través de esta tintura asiática, Sarmiento articula el medio físico-geográfico en relación con sus habitantes. De este modo trabajó la vinculación que hizo entre la figura del capataz, en el contexto asiático, y la del caudillo, para el entorno argentino. De ahí la sensata referencia de beduinos americanos: Es el capataz un caudillo, como en Asia, el jefe de la caravana: necesítase, para este destino, una voluntad de hierro, un carácter arrojado hasta la temeridad, para contener la audacia y turbulencia de los filibusteros de tierra, que ha de gobernar y dominar él solo, en el desamparo del desierto.90 El segundo elemento es la ociosidad y su influencia en el carácter y el espíritu de los habitantes. Se trazan las diferencias entre las personas civilizadas de Buenos Aires, donde predomina la presencia extranjera producto de las inmigraciones europeas, y la barbarie del pueblo de las campañas. Para Sarmiento es distinta la raza americana que vive en las villas nacionales, en la más completa inacción, de los habitantes de las colonias de inmigrantes, en movimiento y acción continuos. La villa nacional es el reverso indigno de esta medalla [refiriéndose a la de las colonias alemana o escocesa]: niños sucios y cubiertos de harapos, viven con una jauría de perros; hombres tendidos por el suelo, en la más completa inacción; el desaseo y la pobreza por todas partes; […] y un aspecto general de barbarie y de incuria los hacen notables.91 Respecto de la raza americana, diferente a la española, en el marco derivado de la colonización, Sarmiento señala: Las razas americanas viven en la ociosidad, y se muestran incapaces, aun por medio de la compulsión, para dedicarse a un trabajo duro y seguido. Esto sugirió la idea de introducir negros en América, que tan fatales resultados ha producido. Pero no se ha mostrado mejor dotada de acción la raza española, cuando se ha visto en los desiertos americanos abandonada a sus propios instintos.92 Mientras que, en el contexto de los procesos inmigratorios europeos, la colonia alemana o escocesa, ubicadas al sur de Buenos Aires, viven en condiciones contrapuestas: Da compasión y vergüenza en la República Argentina compara la colonia alemana o escocesa del sur de Buenos Aires y la villa que se forma en el interior: en la primera, las casitas son pintadas […]. Ordeñando vacas, fabricando mantequilla y quesos, han logrado algunas familias hacer fortunas colosales y retirarse a la ciudad, a gozar de las comodidades.93 90 Ibídem, p. 27. 91 Ibídem, p. 28. 92 Ibídem. 93 Ibídem. Sarmiento percibía dos sociedades diferentes, dos hombres diferentes: el de ciudad y el de campaña. El hombre de la ciudad viste el traje europeo, vive de la vida civilizada, tal como lo conocemos en todas partes: allí están las leyes, las ideas de progreso, los medios de instrucción, alguna organización municipal, el gobierno regular, etc. Saliendo del recinto de la ciudad, todo cambia de aspecto: el hombre de campo lleva otro traje, que llamaré americano, por ser común a todos los pueblos; sus hábitos de vida son diversos; sus necesidades, peculiares y limitadas; […]. Aún hay más: el hombre de la campaña, lejos de aspirar a semejarse al de la ciudad, rechaza con desdén, su lujo y sus modales corteses, y el vestido del ciudadano, el frac, la capa, la silla, ningún signo europeo puede presentarse impunemente en la campaña. Todo lo que hay de civilizado en la ciudad, está bloqueado allí, proscripto afuera, y el que osara mostrarse con levita, por ejemplo, y montado en silla inglesa, atraería sobre sí las burlas y las agresiones brutales de los campesinos. La extensión se refiere al aspecto físico de la República Argentina; la ociosidad indica el marco del carácter antagónico entre la civilización europea y la barbarie indígena. Precisamente la extensión legitima la eterna divergencia y oposición de los bárbaros de los pueblos de las campañas con los civilizados de las ciudades. A este respecto, Sarmiento advierte de una “barbarie normal”, a partir de un esquema organizacional político unitario: El progreso moral, la cultura de la inteligencia descuidada en la tribu árabe o tártara, es aquí no sólo descuidada, sino imposible. ¿Dónde colocar la escuela para que asistan a recibir lecciones, los niños diseminados a diez leguas de distancia, en todas direcciones? Así pues, la civilización es del todo irrealizable, la barbarie es normal, y gracias, si las costumbres domésticas conservan un corto depósito moral. La religión sufre las consecuencias de la disolución de la sociedad; el curato es nominal, el púlpito no tiene auditorio, el sacerdote huye de la capilla solitaria o se desmoraliza en la inacción y en la soledad; los vicios, el simoniaquismo, la barbarie normal, penetran en su celda y convierten su superioridad moral, en elementos de fortuna y de ambición, porque, al fin, concluye por hacerse caudillo de partido.94 Los aspectos físicos de la República Argentina son determinantes para Sarmiento. A partir de estas condiciones, el autor identifica cuatro personajes característicos de la vida pastoril: el rastreador, el baqueano, el gaucho mal y el cantor. La referencia literaria en este caso, así como lo fue Volney en cuanto a la alusión asiática en las soledades de las llanuras argentinas, es Fenimore Cooper, como el exponente idóneo del romanticismo que logra trasmitir la dicotomía entre las razas indígenas y la raza sajona, y que Sarmiento retoma para advertir que los accidentes de la naturaleza producen costumbres y usos peculiares. En este sentido, Orgaz se refirió a Sarmiento como el Cooper de las Pampas. 94 Ibídem, pp. 31-32. Son precisamente los aspectos físicos los que llamaron la atención de este libro en Europa. Fue la Revue de Deux Mondes, en el número correspondiente al primero de octubre de 1846 la que le dio el espaldarazo literario a través de una nota que le publicó Charles de Mazade. A de Mazade le llamó la atención la descripción del aspecto físico donde se desarrolla “el drama terrible” del que Quiroga fue protagonista. Este juicio conlleva a pensar que en el ambiente literario francés, donde Saint-Beuve ejercía en aquel entonces la crítica, se podía aquilatar el libro de Sarmiento. En este sentido, Cárdenas de Monner Sans reconoce a Sarmiento como “el único romancista argentino que haya logrado hacerse un nombre europeo”.95 Es también el Facundo reconocido, de las novelas americanistas, el que inicia la serie. García Prada lo llama “la epopeya del pueblo iberoamericano”, porque está hecho de sus mismas esencias, informes y bravías, además, por contener una síntesis extraordinaria de la emoción de las tierras tropicales de América, de las tradiciones y de la lengua del pueblo, y del ideal más o menos claro que anima su recia voluntad de resistir a todo lo foráneo. En esa serie le seguirían: Los de abajo en México, La vorágine en Colombia, Doña Bárbara en Venezuela, Don Segundo Sombra en la Argentina, y El mundo es ancho y ajeno en el Perú. La intención americanista en el Facundo, a diferencia de los títulos arriba mencionados, aparece en sentido inverso, con una energía en reversa, sin embargo por esto no deja de ser cierta y evidente.96 Tenemos pues, en el Facundo la propuesta de una tesis amplia de interpretación, de base sociológica, del hombre americano. Sarmiento divide el desarrollo social nacional en dos etapas, “civilización” y “barbarie”. El hombre, según su visión, evolucionaba de lo más simple a lo más complejo. En su estadio más simple el hombre era un ser “salvaje” y en su estadio más complejo debía alcanzar el estado de “civilización”. La “barbarie” era un estadio intermedio de desarrollo, desde el cual el hombre podía retroceder al salvajismo o progresar a la civilización. Los representantes de la barbarie en Argentina eran los gauchos y los caudillos. En el territorio nacional había también seres “salvajes”: los indígenas que habitaban y dominaban el extenso territorio sur del país, pero Sarmiento, desde su perspectiva política, no los consideraba integrantes legítimos de la nación. 95 CÁRDENAS DE MONNER SANS, María Inés, “Estudio preliminar”, en ETCHEVERRY, Delia S. (edición y notas), Domingo Faustino Sarmiento. Facundo, Buenos Aires, Ediciones Estrada, 1959, p. XVI. 96 GARCÍA PRADA, Carlos, “La americanidad del ‘Facundo’”, Cuadernos Americanos, núm. 5, sept.-oct. 1945, vol. XXIII, p. 152-154. En razón de lo anterior, diversos han sido los géneros literarios adjudicados al libro. Por su carácter político, hay quienes lo han referido como un panfleto contra Rosas. En una carta que Sarmiento envió a su nieto Augusto Belín Sarmiento, dirigida a París en marzo de 1874, recomendándole la inclusión de los dos capítulos finales de la edición Hachette, llama al Facundo “una especie de poema, panfleto o historia”.97 Rojas lo definió como un “glorioso panfleto”.98 Palcos refirió el trazo de un objeto político con la publicación del libro: “Rosas quiere callar su prédica [la de Sarmiento] en Chile. Él acepta el duelo, responde con el Facundo. […] Montt le da el sabio consejo:99 –Contésteles con un libro.”100 A todo esto, Palcos pensaba que se trataba de un libro complejo, “que escapa a toda clasificación”: “un libro de combate político, obra literaria que participa de la novela, la historia, la biografía y documento sociológico”.101 A este respecto, Raúl Orgaz señaló que, “en nombre de la moral y del derecho, Sarmiento iba a procesar a Rosas ante la conciencia del mundo civilizado; en nombre de la ciencia, iba a exhibir, ante la crítica, el mecanismo y las fuerzas de la disolución nacional del Río de la Plata.”102 También le ha sido conferido el género biográfico. Escribió Orgaz, “veníale de su misma pasión por la praxis, esto es, del amor a la acción y del afán de adoctrinar; pero que, a la vez, encontró en la biografía de los hombres representativos de un país o una época, un interés científico, nacido de considerar a tales hombres como los puntos de inserción de incontables relaciones, aspiraciones, ideales y prejuicios colectivos.”103 En 1967, en el mismo sentido que apuntó Orgaz, Ana María Barrenechea agregó que la biografía respondió “a ese interés centrado en lo humano que caracteriza toda su obra [la de Sarmiento] y al mismo tiempo puede incluirse como una manifestación más de su preferencia por dar al pensamiento la forma expresiva de lo vivo y lo concreto”.104 Parafraseando a Orgaz, Sarmiento escribió al respecto: “la biografía ‘es la tela más adecuada para estampar las buenas ideas’ y quien la 97 PEÑA, David, Juan Facundo Quiroga, Buenos Aires, Hyspamérica, Biblioteca Central Argentina de historia y política (colección dirigida por Pablo Constantini), 1986 [1906], p. 14. 98 ROJAS, Ricardo, Historia de la literatura argentina, ensayo filosófico sobre la evolución de la cultura en el Plata, Buenos Aires, tomo I, 1948, pp. 354-355. 99 Don Luis Montt fue el primer compilador de las obras de Sarmiento. 100 PALCOS, Alberto, Sarmiento La vida, la obra, las ideas, el genio, Buenos Aires, Emecé Editores, 1962, p. 77. 101 Ibídem, p. 79. 102 ORGAZ, Raúl A., Sarmiento y el naturalismo histórico, Córdoba, Imprenta Argentina, 1940, p. 38. 103 Ibídem, pp. 56-57. 104 Citado en BRIZUELA AYBAR, Eduardo, El sistema expresivo de Facundo, San Juan (Argentina), Editorial de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de San Juan, 2000, p. 35. escribe ejerce “una especie de judicatura, castigando el vicio triunfante y alentando la virtud oscurecida”.105 Sería fácil explicar el historicismo de Sarmiento por las fuentes literarias de su época. Al año siguiente de la publicación de Facundo, en 1846, Echeverría, exiliado en la Banda Oriental del Uruguay, publicó en Montevideo su Ojeada retrospectiva, que trató sobre el movimiento intelectual en el Plata desde 1937. En 1852, el mismo año en que cayó Rosas, Alberdi dio a conocer en Chile sus Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. Ahí estudió la situación política del país y ofreció un modelo constitucional que influyó profundamente en la concepción política y redacción de la constitución argentina de 1853. Para Raúl Orgaz, fueron ellos los máximos representantes del realismo en la evolución de las ideas sociales en la Argentina, con diferencias de matiz: Echeverría en la política, Alberdi en el derecho y Sarmiento en la ciencia social. Esta corriente argentina sería la que se engarzó con el credo positivo de la generación del ochenta, cuyo evolucionismo, según Orgaz, a pesar de su especie mecanicista, procedió, en buena medida, de Hegel.106 Sin embargo, ¿cómo llegar hasta ese “peculiarísimo yo de Sarmiento”?107 Es una tarea complicada ésta ante la dificultad de poder averiguar las fuentes escritas y orales que fueron dando forma a sus ideas. Se puede aludir con certeza su romanticismo, introducido en el Río de la Plata a través de Esteban Echeverría en 1830, llegando hasta Sarmiento en San Juan, hacia 1838. Este sello, advierte Anderson Imbert, le proporciona a su obra un aire de familia, un repertorio de preocupaciones y un lenguaje generacional (p. 167). En este sentido, los escritos de Sarmiento, Echeverría y Alberdi contribuyeron –bajo la influencia del romanticismo francés– al estudio de la problemática argentina de su hora –la justificación de la ruptura total con España, la expresión de las emociones que suscitó el paisaje americano y el planteamiento de un sistema político liberal. En este sentimiento de la propia vida como drama pueden reconocerse los elementos de toda una concepción romántica de la historia, pero fundamentalmente de esta tendencia sobresalía su historicismo. La crítica al racionalismo del siglo XVIII fue posible a través de las corrientes románticas, basada en las propuestas de Vico y Herder esencialmente. Sus ideas se llevaron a la práctica en la esfera política francesa del siglo 105 ORGAZ, Raúl A., Sarmiento y el naturalismo histórico, Córdoba, Imprenta Argentina, 1940, p. 19. 106 Ibídem, p. VII. 107 ANDERSON IMBERT, Enrique, “El historicismo de Sarmiento en el centenario del ‘Facundo’”, Cuadernos Americanos, núm. 5, sept.-oct. 1945, vol. XXIII, p. 167. XIX, convirtiéndose el historicismo en conciencia moral, en militancia cívica, en ideal progresista y humanitario, en religión de la libertad. Fue así, como el liberalismo llegó al Río de la Plata. La historia, decían los románticos, es una unidad de naturaleza, vida, espíritu, en proceso hacia fines superiores; y esa unidad dinámica consiste en que, a través de pueblos diversos, a través de condiciones naturales distintas, siempre se va cumpliendo un plan providencial de civilización. Cada nación tiene, pues, su voz profunda; y si pudiéramos oír el coro universal de “las voces de los pueblos” se nos revelaría el advenimiento de una humanidad cada vez más próxima a bienes morales supremos.108 Es una suerte de panteísmo histórico, a decir de Anderson Imbert, que trató de aprehender el sentido de los fenómenos culturales específicamente en un lugar y en un tiempo, incluido en esto el paisaje, el folklore, las disposiciones sociales y los modos de vivir.109 En el caso de Sarmiento, que estaba todavía en San Juan impregnado por una atmósfera iluminista, el historicismo romántico le llegó a través de los jóvenes sanjuaninos que retornaban de sus estudios realizados en Buenos Aires, becados por Rivadavia, con los libros de moda. En sus Recuerdos (1838), escribe al respecto Sarmiento: […] fue a San Juan mi malogrado amigo Manuel Quiroga Rosas,110 con su espíritu mal preparado aún, lleno de fe y entusiasmo en las nuevas ideas que agitan el mundo literario en Francia, y poseedor de una escogida biblioteca de autores modernos. Villemain y Schlegel en literatura; Jouffroi, Lerminier, Guizot, Cousin, en filosofía e historia; Tocqueville, Pedro Leroux en democracia; la Revista Enciclopédica, como síntesis de todas las doctrinas; Carlos Didier, y otros cien nombres hasta entonces ignorados para mí alimentaron por largo tiempo mi sed de conocimiento. […] Hice entonces, y con buenos maestros a fe, mis dos años de filosofía e historia, y concluido aquel curso empecé a sentir que mi pensamiento propio, espejo reflector hasta entonces de las ideas ajenas, empezaba a moverse y a querer marchar.111 Aunado a la serie de dones que se le pueden reconocer a Sarmiento, ya señalados en párrafos anteriores, Anderson Imbert lo identifica como un sentidor, no como un teórico. Anderson Imbert argumenta que cada vez que queramos meterlo en las hormas ya consagradas de las escuelas filosóficas se nos escapará por los costados. Sus opiniones fueron a veces como iluminista, otras, como romántico, sin llegar a ser éstas lo bastante originales y consistentes en conjunto para fundar una posición nueva. Con el pulso intelectual, político y social, leamos lo 108 Ibídem, p. 168. 109 Ibídem. 110 Manuel Quiroga Rosas fue para Sarmiento lo que Echeverría había sido en Buenos Aires para Alberdi y Gutiérrez: el promotor de una revolución intelectual, al acercarlo a una serie de autores hasta entonces desconocidos por él, tal como se describe en la cita. Véase ORGAZ, Raúl A., Sarmiento y el naturalismo histórico, Córdoba, Imprenta Argentina, 1940, p. 6. 111 Tomado de ANDERSON IMBERT, Enrique, “El historicismo de Sarmiento en el centenario del ‘Facundo’”, Cuadernos Americanos, núm. 5, sept.-oct. 1945, vol. XXIII, p. 169. que Sarmiento escribió, un año después de la publicación del Facundo, acerca de su concepción historiográfica. En carta a Tejedor, señala: “la escuela moderna de historia, no bien se presentó, que hubo desnudado mi espíritu de todos los andrajos de las interpretaciones en uso”.112 En lo que respecta a la renovación de los estudios históricos en Francia, tan bien aprehendida por su fraternal compañero de tareas, Vicente Fidel López, durante su expatriación en Chile, le fue trasmitido a Sarmiento. Atinado es el señalamiento que hace Orgaz al decir que las ideas generales de un escritor proceden del temperamento y de la primera educación; las ideas de la época proceden de la mayor o menor sugestibilidad a los modelos vigentes, trasmitidos por la amistad o por las lecturas. Así se puede magníficamente describir la formación de las ideas en Sarmiento, cuando el haber sido un autodidacta puede restarle algún mérito intelectual. Dando continuidad a las opiniones de Sarmiento acerca de la historia, cabe recordar que en 1844 escribió: La historia, tal como la concibe nuestra época, no es ya la artística relación de los hechos, no es la verificación y confrontación de autores antiguos, como la que tomaba el nombre de historia hasta el pasado siglo: es una ciencia que se crea sobre los materiales trasmitidos por las épocas anteriores. […] El historiador de nuestra época va hasta explicar, con el auxilio de una teoría, los hechos que la historia ha trasmitido, sin que los mismos que los escribían alcanzasen a comprenderlos.113 A esta renovación, agrega Orgaz, le acompañaron las ideas de Chauteaubriand, Hugo, Guizot, Thierry, Buchez, Michelet y otros. Decir que el historicismo de Sarmiento es genuino permite comprender por qué leer a Sarmiento posibilita comprender el país. El estudio del país significa toparse por todos los caminos con la figura de Sarmiento. Él edificó la imagen de una Argentina libre, progresista, abierta a la inmigración europea, delimitada tanto por un modelo educativo liberal, como por una constitución de carácter democrático. En este mismo razonamiento, Facundo fue la intuición genial del país por un joven ansioso de actuar como fuerza interna en esa plástica sociedad que describe a lo largo del libro. En los tres estadios en la vida argentina: la Colonia, la Independencia y la Restauración, el espíritu tuvo que enfrentar y luchar con las resistencias de la naturaleza. Tanto en Facundo como en Rosas, según Sarmiento, se personifican las resistencias que dominaban la Argentina. Una vez 112 Citado en ORGAZ, Raúl A., Sarmiento y el naturalismo histórico, Córdoba, Imprenta Argentina, 1940, p. 13. 113 Ibídem, pp. 13-14. muerto Facundo, había que acabar con Rosas. Él mismo, Sarmiento, será uno de los que lo derribará en nombre del espíritu. Sarmiento visualizaba dos estirpes morales: los “caudillos” de las montoneras, manifestaciones bravías de estados naturales, y los “grandes hombres”, los que provocaban fases progresivas en el correr de la civilización. En esta lógica, Facundo era el caudillo, Sarmiento, el gran hombre. Es magnífica la forma como describe Anderson Imbert el esquema dinámico con que Sarmiento dio sentido a su percepción del país, a partir de la fórmula “civilización contra barbarie”: […] la sombra terrible de Facundo cobró una pujante realidad artística porque no era tema retórico, sino una patética presencia en sus entrañas. En este sentido Facundo es una creación fantástica de Sarmiento. Nos impresiona como personaje vivo precisamente porque lo que le dio vida es la fantasía del autor. Y los trazos exagerados con que Sarmiento nos pinta la criminalidad, lascivia, coraje y primitivismo de Facundo, no responden al propósito político de denigrarlo, sino a que, de veras, para el romántico Sarmiento, la naturaleza toda, Facundo incluído, estaba estremecida por algo fascinante, tremendo, catastrófico; y al sobrecogerse Sarmiento ante el horroroso misterio de la barbarie dió a sus evocaciones un trémolo de melodrama. Del mismo modo, Cúneo argumenta que Sarmiento se convierte con el Facundo en su resurrector e inmortalizador, cuando él pasa por alto a Barranca Yaco, “y una nueva vida, una vida realmente verdadera, física, completa, recomienza a vivir Facundo en el libro de Sarmiento sin que otros pistoletazos le cubran el camino”. “Facundo no ha muerto”, escribió en las primeras páginas de su libro.114 Sarmiento falleció en 1888. En 1911 se conmemoró el centenario de su natalicio Reconocidos intelectuales de la época expresaron su admiración por el sanjuanino. Entre ellos, Leopoldo Lugones, a quien se puede identificar como de los primeros en señalar la importancia del Facundo en el conjunto de su obra. Así lo escribió en su libro Historia de Sarmiento: El Facundo constituye todo el programa de Sarmiento. Sus ideas literarias, su propaganda política, sus planes de educador, su concepto histórico, están ahí. Es aquella nuestra gran novela política y nuestro estudio constitucional: una obra cíclica. El primer escritor argentino digno de este nombre había nacido. […] Los recuerdos de provincia, libro más sobrio y maduro, el mejor de Sarmiento literariamente hablando, son de aquella simiente. Representan con Facundo la tentativa lograda de hacer literatura argentina, que es decir patria; puesto que la patria consiste ante todo en la formación de un espíritu nacional cuya exterioridad sensible es el idioma. Sarmiento ha dejado de ser ya un escritor romántico. Perdida toda reminiscencia de escuela, es esta cosa eterna y enorme: el padre de una literatura, el representante de un pueblo. Aquel doble poema queda incorporado a la nacionalidad de una manera irrevocable. 114 CÚNEO, Dardo, “Sarmiento y Unamuno (Sarmiento, el hombre de carne y hueso de Unamuno)”, Cuadernos Americanos, núm. 5, sept.-oct. 1945, vol. XXIII, p. 187. Desapareciera ésta y todavía el espíritu argentino quedaría vivo en él. Sarmiento y Hernández con su Martín Fierro, son los únicos autores que hayan empleado elementos exclusivamente argentinos, y de aquí su indestructible originalidad. El país ha empezado a ser espiritualmente con esos dos hombres.115 La obra más admirada de la generación de los proscriptos fue, como señaló Orgaz, el Facundo. Resultado del consumado consorcio de la observación y de la imaginación, de lo práctico y de lo teórico. Para Orgaz, en el fondo de la obra se aloja una sociología del caudillismo, siendo evidente este rasgo en el título y subtítulo del libro. En la primera edición, el título fue Civilización y barbarie, y el subtítulo, Vida de Juan Facundo Quiroga. En la tercera edición (1868), el título fue Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas. La designación más breve es la que ha prevalecido hasta el día de hoy.116 La advertencia de Orgaz constituye el punto de partida de nuestro análisis, dedicado a una suerte de revisionismo histórico alrededor de la figura de Facundo. La referencia al Facundo de Sarmiento debía ser el comienzo de esta revisión. 4.2.2 Las “conferencias” de David Peña ¡Feliz el caminante a quien el sol de cada día alcanza un paso más hacia adelante en la interminable senda! DAVID PEÑA  Algunas notas sobre el autor En la búsqueda del sentido profundo de la actitud histórica, de acuerdo a la lógica de Romero, se puede contextualizar la posición crítica histórica de David Peña, en los albores del siglo XX,117 en el marco de la historia oficial de las obras paradigmáticas de los porteños Bartolomé 115 LUGONES, Leopoldo, Historia de Sarmiento, 1911. Esta primera edición salió publicada bajo dos sellos editoriales: Otero y Cía Impresores y el Monitor de Educación. Esta cita fue tomada de MONTENEGRO, Adelmo (estudios y notas), Domingo F. Sarmiento. Facundo, Córdoba, Banco de la Provincia de Córdoba, 1989, p. 18. 116 Cf. ORGAZ, Raúl A., Sarmiento y el naturalismo histórico, Córdoba, Imprenta Argentina, 1940, p. 20.  PEÑA, David, Juan Facundo Quiroga, Buenos Aires, Hyspamérica, Biblioteca Central Argentina de historia y política (colección dirigida por Pablo Constantini), 1986 [1906], p. 11. Las citas subsecuentes de este texto hacen referencia a esta edición. 117 BARBOSA, Susana y Silvia FRIDMAN, “Congresos del Centenario”, en BIAGINI, Horacio y Arturo Andrés ROIG (dirs.), El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX: Identidad, utopía, integración (1900-1930), vol. 1, Buenos Aires, Biblos, 2004, p. 441. Mitre118 y de Vicente Fidel López119, pilares de la consolidación de los estudios históricos argentinos en las últimas décadas del siglo XIX. El rosarino Félix David Peña fue periodista, dramaturgo, historiador, diplomático, funcionario, abogado, político, profesor, escritor, poeta. De sus aficiones, las que más perduraron fueron las del teatro y las de la historia. Nacido en 1862,120 perteneció a esa generación del ochenta, de brillantes “amateurs” que daban dulces picotazos en las cosas, embriagada por la alegría de vivir en esta tierra sorprendente; generación que debió servir para todo antes que las especialidades se dividieran. Esos hombres, algo impacientes e indóciles, tuvieron la vocación de lo grande, y dejaron fragmentos reveladores de lo que hubiera sido la obra integral. Llegaron a la vida en un momento de transición, cuando la riqueza nueva produjo una desorientación colectiva.121 De esta atmósfera también fue parte David Peña. Fue algo de lo que debió ser, según Amadeo, pero no lo fue todo. Los retazos de su vida revelan que el conjunto hubiera sido magisterial. Junto a otros historiadores, como Gabriel Carrasco y Estanislao Zeballos, fungió como numerario en la Junta de Historia y Numismática, que fuera fundada por Bartolomé Mitre, actual Academia Nacional de la Historia. Peña llegó a conocer a Alberdi, con quien entabló amistad y a quien le tomó singular aprecio. A este sentimiento respondieron las diferentes conferencias y escritos, en su interés por reivindicar al tucumano. Cultivó asiduamente el periodismo y fue un exitoso autor de piezas teatrales –obras costumbristas y de sátira social– entre las que cabe subrayar ¿Qué dirá la sociedad?, La lucha por la vida y Próspera; y de dramas históricos, entre los que cuentan Facundo, Liniers y Dorrego. Respecto de estos títulos, según Amadeo señala que Peña fue un abogado de los grandes procesados de la historia: de 118 Bartolomé Mitre (1821-1906). Político, militar, historiador, hombre de letras, estadista y periodista argentino. Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y Presidente de la Nación Argentina (1862-1868). Sus obras: Historia de Belgrano [originó polémica con Dalmacio Vélez Sarsfield (1854), sintetizada en dos libros (ambos de 1864): Rectificaciones Históricas: General Belgrano, General Güemes de Vélez Sarsfield y Estudios Históricos sobre la Revolución de Mayo: Belgrano y Güemes, de Mitre; y una segunda polémica con Vicente Fidel López, sintetizada en: Debate Histórico, Refutaciones a las comprobaciones históricas sobre la Historia de Belgrano, de López y Nuevas comprobaciones sobre historia argentina de Mitre, ambas de 1882]; Historia de San Martín (1887, 1888, y 1890). Bibliógrafo y lingüista, propietario de una de las mejores bibliotecas sobre lenguas americanas, accesible en la que fue su casa y desde 1907, Museo Mitre. Fundador del periódico La Nación (4/01/1870) bajo la consigna La Nación será una tribuna de doctrina. 119 Vicente Fidel López (1815-1903). Historiador, abogado y político, nacido en Buenos Aires. Formó parte del Salón Literario de Marcos Sastre y la Asociación de Mayo. Opositor a Juan Manuel de Rosas. Rector de la Universidad de Buenos Aires (1873 y 1876); diputado nacional (1876 y 1879); Ministro de Economía de Carlos Pellegrini (1890-1892). Autor de Debate histórico. Refutaciones a las comprobaciones históricas sobre la historia de Belgrano (1882), resultado del célebre debate con Bartolomé Mitre; Introducción a la historia de la República Argentina y La Revolución Argentina (ambas de 1881), y diez volúmenes de Historia de la República Argentina (1883-1893). 120 David Peña murió en 1930. 121 AMADEO, Octavio, Vidas argentinas, Buenos Aires, Roldán Editor, 1934, p. 183. Facundo, Liniers, Carrera, Alvear, de Dorrego, de Alberdi.122 Tanto sus disertaciones como libros, de principios de siglo XX, proyectan su carácter eminentemente nacional. Asimismo se cuentan los trece volúmenes de su revista Atlántida y dos grandes tomos interrumpidos de la Historia de las Leyes. Después de la oficial aparición de la obra Civilización i barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga i aspecto físico, costumbres i ábitos de la República Argentina, de Sarmiento (1845), no fue sino David Peña quien incidió en el tema del caudillo riojano. En 1903 pronunció una serie de conferencias en torno a la figura de Quiroga. En abril de ese año, Peña presentó una nota al decano en turno, Miguel Cané, en la que le comunicaba que en los cursos anteriores había seguido un procedimiento a través del cual representaba los sucesos principales de una época a través de la figura de un héroe o un caudillo; en el último curso había llegado hasta Rivadavia. El curso que recién acababa de presentar –señaló– partía del año 1825 y se identificaba con la figura de Facundo, ya que creía, como Sarmiento, que Facundo simbolizaba el núcleo de la guerra civil en la República Argentina. Peña aclaró que su programa contendría información especial pues era la primera vez que esta figura “tantos años repudiada del tranquilo examen” se introducía en la cátedra sustrayéndose “a la vorágine de su propia leyenda”. El programa contenía también una amplia bibliografía debido a que creía que debía la explicitación de las fuentes de su información a alumnos y superiores, dada la controvertida imagen de Facundo. Esa extensa lista, advertía, constituía el único amparo en que podían asilarse sus conclusiones.123 El escenario de tan brillantes lecciones, por más rutinario que pareciera el nivel de la historia impartido ahí –a decir de su entonces decano, Miguel Cané–124 fue la Facultad de Filosofía y Letras, a la cual Peña había ingresado en 1899 como profesor suplente de Historia Argentina.125 En este ámbito, su posición fue crítica frente a la historia oficial de las obras de 122 Ibídem, p. 184. 123 Citado en BUCHBINDER, Pablo, Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, EUDEBA, 1997, p. 63, del Archivo de la Facultad de Filosofía y Letras, David Peña al Sr. Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, Dr. don Miguel Cane, 30/04/1903, Caja 23, Legajo núm. 63. 124 Ibídem. 125 Entre los iniciales académicos titulares fueron designados Carlos Pellegrini, Manuel Quintana, Indalecio Gómez, Bernardo de Yrigoyen, Bernardino Bilbao, Valentín Balbín, Francisco L. García, Joaquín V. Gónzález, Estanislao Zeballos, Manuel F. Mantilla, Enrique García Merou, Ernesto Weigel Muñoz y Rafael Obligado. Entre los primeros catedráticos figuraron Enrique García Merou en Geografía, Antonio Tarnassi en Literatura Latina y Juan J. García Velloso en Literatura Española, los porteños Bartolomé Mitre y de Vicente Fidel López.126 Las narraciones históricas, tanto de Mitre como de López, forman parte de las obras fundadoras de la historiografía oficial argentina. De acuerdo al primer plan de estudios sancionado por la Facultad de Filosofía y Letras, Historia Argentina era un curso de cuarto año, después de haber recibido en los años previos contenidos sobre la Civilización Antigua y Moderna en primero y segundo, respectivamente, y nociones de la Civilización Americana en tercero. La primera cátedra de Historia de la Facultad estuvo a cargo de Enrique García Merou. En 1896 García Merou dedicó su curso, tras un breve apartado introductorio, a las civilizaciones antiguas hasta la caída del Imperio Romano y, en 1897, a un análisis histórico que comenzaba con la Edad Media y culminaba con el siglo XIX. Para 1899, cuando David Peña se hizo cargo de la cátedra de Historia Argentina, presentó un programa provisorio que, sostenía, se aproximaba la crítica histórica sin abandonar la crónica. Peña dedicó su programa a la Historia Política desde el descubrimiento de América hasta la presidencia de Rivadavia. Las conferencias de Peña gozaron de una extraordinaria repercusión pública. El anfiteatro estuvo colmado de oyentes, en una facultad, que como recuerda Roberto Giusti, estaba más bien casi desierta.127 Según Amadeo, Peña fue uno de los conferencistas más completos, “por la fluidez elegante y armoniosa del estilo, la articulación perfecta, por la voz cálida y confidencial, que infundía su propia emoción.”128 Al término de sus conferencias, describe el rosarino Emilio Becher, el General Quiroga ganó más partidarios que la batalla del Tala. “Ello no me 126 Bartolomé Mitre (1821-1906). Político, militar, historiador, hombre de letras, estadista y periodista argentino. Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y Presidente de la Nación Argentina (1862-1868). Sus obras: Historia de Belgrano [originó polémica con Dalmacio Vélez Sarsfield (1854), sintetizada en dos libros (ambos de 1864): Rectificaciones Históricas: General Belgrano, General Güemes de Vélez Sarsfield y Estudios Históricos sobre la Revolución de Mayo: Belgrano y Güemes, de Mitre; y una segunda polémica con Vicente Fidel López, sintetizada en: Debate Histórico, Refutaciones a las comprobaciones históricas sobre la Historia de Belgrano, de López y Nuevas comprobaciones sobre historia argentina de Mitre, ambas de 1882]; Historia de San Martín (1887, 1888, y 1890). Bibliógrafo y lingüista, propietario de una de las mejores bibliotecas sobre lenguas americanas, accesible en la que fue su casa y desde 1907, Museo Mitre. Fundador del periódico La Nación (4/01/1870) bajo la consigna La Nación será una tribuna de doctrina. Vicente Fidel López (1815-1903). Historiador, abogado y político, nacido en Buenos Aires. Formó parte del Salón Literario de Marcos Sastre y la Asociación de Mayo. Opositor a Juan Manuel de Rosas. Rector de la Universidad de Buenos Aires (1873 y 1876); diputado nacional (1876 y 1879); Ministro de Economía de Carlos Pellegrini (1890-1892). Autor de Debate histórico. Refutaciones a las comprobaciones históricas sobre la historia de Belgrano (1882), resultado del célebre debate con Bartolomé Mitre; Introducción a la historia de la República Argentina y La Revolución Argentina (ambas de 1881), y diez volúmenes de Historia de la República Argentina (1883-1893). Ambos formaron parte, junto con Carlos Guido, del consejo de académicos honorarios al momento de ser creada la Facultad de Filosofía y Letras el 13 de febrero de 1896 por decreto del presidente en turno, José E. Uriburu. Cf. BUCHBINDER, Pablo, Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, EUDEBA, 1997, pp. 31-32. 127 GIUSTI, Roberto, Visto y vivido, Buenos Aires, 1965, pp. 156-162. 128 AMADEO, Octavio, Vidas argentinas, Buenos Aires, Roldán Editor, 1934, p. 184. extrañará”, agrega Becher, “como el personaje de Shakespeare, Peña tiene un filtro para hacerse amar… quiere hechizarnos para que aceptemos sus ideas.”129 Tres años después, en 1906, las conferencias fueron publicadas bajo el título Juan Facundo Quiroga: conferencias en la Facultad de Filosofía y Letras con ampliaciones y notas.130 En sus primeras páginas se lee la dedicatoria al Dr. Pedro Nolasco Arias, su primer maestro de Historia, “en homenaje a la mejor lección: su vida”.131 Uno de los elogios que el texto recibió fue del entonces decano de la Facultad de Filosofía y Letras, doctor Cané, quien destacó con interés la obra de Peña: Por mi parte he seguido con interés el ensayo de reivindicación de uno de nuestros más sombríos personajes, hechos por un joven profesor de esta casa, lleno de brío y talento, ensayo que, si bien más brillante que eficaz, constituía a mis ojos una verdadera lección sobre las distintas maneras como la historia puede encararse.132 Para 1906, Lugones ya había publicado La guerra gaucha, obra que había logrado sacudir la antipatía hacia el gaucho, situación en la que mucho contribuyó el Juan Moreira “inventado” por Podestá. El libro de Peña, advierte Kanner, “grave y sereno en muchos aspectos,” recibirá del tiempo la jerarquía de juicio.133 Antes de dar paso al análisis del contenido del texto, cabe referir algo sobre las fuentes éditas y de los documentos a los que accidentalmente le dio acceso el Dr. Eduardo Gaffarot, uno de los nietos de Quiroga. Al respecto leamos a Kanner: D. Alfredo Dimarchi dice en una carta a David Peña: “Cuando asistí a las conferencias que Ud. dio en la Facultad de Filosofía y Letras, me di cuenta que Ud. había estudiado muy minuciosamente la personalidad y actuación de mi citado abuelo. Le ofrecí entonces, para ampliación de sus investigaciones, poner a su disposición el Archivo del General Quiroga, de cuyos papeles ha utilizado Ud. algunos de los que tenía en su poder, mi primo el Doctor Eduardo Gaffarot, cuando estaba escribiendo sus comentarios a Civilización y Barbarie.”134 129 BECHER, Emilio, “Una defensa de Quiroga”, en Diálogo de las sombras y otras páginas, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1938, p. 202. 130 PEÑA, David, Juan Facundo Quiroga: conferencias en la Facultad de Filosofía y Letras con ampliaciones y notas, Buenos Aires, Coni, 1906. 131 La referencia que hace Peña es al Colegio Nacional de Rosario, en el que el doctor Pedro Nolasco Arias figuró como ente sus profesores iniciales. El doctor Nolasco, para David Peña, sobresalía el elegante salteño, de apacibles modales. Arias ejerció con gran éxito la profesión de abogado, fue consultor del Banco Nacional y escribió en La Opinión Nacional bajo el seudónimo de Anaxágoras. Cf. KANNER, Leopoldo, David Peña y los orígenes del Colegio Nacional de Rosario, Rosario, Banco Provincial de Santa Fe, 1974, p. 87. 132 Nota tomada de la “Advertencia”, sección con la que da inicio el texto de Peña. Ver página 9. 133 KANNER, Leopoldo, Ideas historiográficas de David Peña, Santa Fe, 1957, p. 14. 134 Ibídem. Sobre esta cuestión, el mismo Peña refiere algunos datos en un pie de página (pp. 370-372 de la cuarta edición y pp. 272-273 de la quinta). Efectivamente, Peña aceptó la invitación de Dimarchi y ahondó su búsqueda. Juan Facundo Quiroga: conferencias en la Facultad de Filosofía y Letras con ampliaciones y notas Las conferencias se dedican al estudio de la personalidad de Juan Facundo Quiroga, aludiendo de modo preciso la visión sarmientina del Tigre de los Llanos como arquetipo de la “barbarie”. Según Peña, en la obra del sanjuanino se condensaba el material literario que inspiró la tiranía, alcanzando esta producción múltiple su mejor expresión en el Facundo, “libro de infinita belleza literaria que encarna como ninguno la personalidad de quien lo escribe”. Es Facundo “el libro más afortunado de la literatura argentina”.135 Fascinación, subyugación y hasta tormento por Sarmiento había en Peña.136 Definiéndolo como “el cíclope, el colosal, el grande”; sin embargo, y al margen de esta apreciación, Peña percibió en el Facundo de Sarmiento la “falsa contextura” y una “perniciosa influencia como obra de historia”, intentando construir una imagen más precisa del personaje, en quien reconocía, por sobre todo, al intérprete de las aspiraciones de uno de los pueblos más postergados del interior argentino. David Peña advierte al lector desde las primeras páginas del texto que su objetivo es estudiar la “personalidad simpática y grandiosa [de Juan Facundo Quiroga], velada hasta hoy en el claroscuro de una leyenda aterradora”,137 además de rescatar el federalismo y su papel en la historia argentina, a través de la figura del caudillo, representado por el personaje de Facundo Quiroga. El estudio de la personalidad de Juan Facundo Quiroga, además de la advertencia del autor, consta de quince apartados que corresponden a cada una de las conferencias que dictó en la facultad. Comienza con el origen del Facundo de Sarmiento, y finaliza con el episodio de Barranca-Yaco.138 En la primera conferencia, Peña comienza diciendo: “Facundo es el libro más 135 KANNER, Leopoldo, David Peña y los orígenes del Colegio Nacional de Rosario, Rosario, Banco Provincial de Santa Fe, 1974, p. 8. 136 Ibídem, p. 7. 137 PEÑA, David, Juan Facundo Quiroga, Buenos Aires, Hyspamérica, Biblioteca Central Argentina de historia y política (colección dirigida por Pablo Constantini), 1986 [1906], p. 9. 138 La primera edición salió en el año 1906, bajo el sello editorial de Coni Hermanos, en Buenos Aires. Las citas que se harán a lo largo de este capítulo y del trabajo corresponden a la edición del año 1986, de la colección dirigida por Pablo Constantini, Biblioteca Central Argentina de historia y política, editorial Hyspamerica (Buenos Aires). afortunado de la literatura argentina”, prosiguiendo con cuatro párrafos en los que resume el contenido del libro, que llevan a pensar al lector a qué se refiere Peña cuando reconoce lo “afortunado” del Facundo. A continuación se transcribe la reseña: Comienza por la pintura –única– de los tipos que anuncia como representativos de los actores de su drama. Todo ello es poesía, aliviada de reproches y amarguras; dulce poesía descriptiva y épica de la pampa abandonada y del gaucho que la cruza como dueño. Para todos, este libro es una mansa invitación, con voz patriótica, a interesarse más allá; es una doliente revelación de la naturaleza melancólica de la llanura, apoyada en el más grande de los poetas de esa edad –Echeverría–, continuada con el majestuoso perfil de su habitante nómade: el rastreador, el baqueano, el gaucho malo, el cantor. Preludia la sociología del instante y entra luego, repentinamente, a las aventuras del caudillo con el incentivo de la anécdota; de la anécdota en que la hazaña y el peligro dan a las novelas de los héroes la atracción irresistible que no tiene otro género literario. Ningún libro como éste en aquella hora de proscripción y de duelo. Era el alimento fuerte del desterrado y su solaz; y de parte aun de los seres que estaban al servicio de la tiranía, era, si bien su anatema y vilipendio, un cierto consuelo entre el martirio del apóstrofe, canallesco y bárbaro, del panfletista procaz. La reseña va a saltos por el tupido razonar y desordenado comentario, siempre rico en luces y sonidos, como agua serpenteadora o de torrente. Inunda a veces tanto dato feliz, fruto de lecturas sin cuento y de una fantasía pulimentada en facetas múltiples, y cuando se cree perdido en esas ondas el personaje principal, vésele reaparecer, como el cuerpo de Neptuno, más armado a la contienda. No abandona a Quiroga en su catástrofe. Siguen en la obra dos capítulos de filosofía política, después de Barranco-Yaco, que don Valentín Alsina le aconsejó y que él convino en suprimir. Y así como la obra empieza con una evocación a la sombra terrible de Facundo, termina con una plegaria a Dios en favor de las armas de su enemigo, el general Paz. ¿Qué libro es éste y a qué género literario pertenece?, pregunta Peña. Si bien Sarmiento lo coloca en el grupo de las biografías, para Peña, es la “visión evocada fantásticamente con el auxilio del pavor”. Debido a que una biografía es verdad humana, la de Juan Facundo Quiroga, argumenta Peña, “es un trasunto apoyado en la imaginación, forjado en la quimera, tal, es cierto, como podría ser la de un hombre que si no ha existido, bien pudo existir, de manera que el caso convenga a cualquier país de barbarie en que el estado natural perdure sobre el estado de civilización.” Dar cuenta de esto, implicó que Peña se despojara “de la grandiosa admiración” que le profesaba a Sarmiento y que “desandar(a) el camino que media de sus años gloriosos a los de su primera juventud”, es decir, que se asomase “a los de aquella primera vacilante manifestación de su existencia, susceptible de caer bajo el frío análisis.” Esto por un lado; por el otro, estudiar el libro en la vida de quien lo haya escrito. Siguiendo está lógica, existe para Peña una admirable relación entre una voz y su eco al descifrar el Facundo a partir de la primera vida de su autor. ¿Qué se proponía Sarmiento al escribir Civilización y barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga? La respuesta la extrae de su propio autor: “Escribí este libro, que debía ser trabajo meditado y enriquecido de datos y documentos históricos, con el fin de hacer conocer en Chile la política de Rosas”.139 Esto significa que, agrega Peña, “ataca a Facundo para dar a conocer la política de Rosas.” Entonces “si Quiroga es un tigre feroz de pueblos oprimidos ¿no hizo bien Rosas en eliminarlo…? ¿Es ésta la política de Rosas que Sarmiento se propone combatir?”, él se pregunta. Cualquiera pensaría, de cierto, que Quiroga es una especie de engendrador o aparcero del déspota que Sarmiento va a señalar indeleblemente con la cólera del autor de Les châtiments.140 La respuesta a esto se tradujo en uno de los objetivos de las conferencias de Peña: “Yo me propongo a fe vuestra, con la fuerza de la mía, que Quiroga no merece ser considerado como baluarte de ningún despotismo; y que el sacrificio de su vida batalladora se debió lógicamente a su visible resistencia a poner sus diez años de combates como pedestal de una ambición que no fuera la de organizar definitivamente la República.” Para Peña, “el Sarmiento del ‘45 es una prolongación radiante del sableador de cuartel, pasado en donación a un reyezuelo de tropa. “¡Y ése no puede”, reclama, “conquistarme en feudo!” Las observaciones críticas que, una vez publicado el libro, le anotó Valentín Alsina en 1846, aunque recién pudo enviárselas a Sarmiento, incompletas, 1850 sustentan lo que hasta ahora viene sosteniendo Peña. “Comparad el Facundo de Sarmiento no ya con el de la historia, sino con el que emerge de las páginas austeras de don Valentín Alsina [1802-1869]; y advertiréis que por algo éste no rodea la figura del caudillo de atributos miserables.” Peña no alcanza a distinguir en la pintura de don Valentín, “el prototipo del unitario, del porteño, del rivadavista, del defensor de Buenos Aires, aquel bárbaro Tigre de los Llanos desprovisto de patriotismo y de lástima: veo, toco, alcanzo, por el contrario, una imagen humana a la que puede aplicársele el juicio, no sé dónde recogido y para quién, de que era como las figuras de Rembrandt: por un lado muchas sombras y por otro mucha luz.” La descripción que a continuación vemos de Quiroga, venida de Peña, reitera esa “visión evocada fantásticamente”: Aquel Quiroga “en cuyo carácter no entraba el engaño ni la hipocresía”; aquel Quiroga que defendía como nadie a su enemigo el general Paz, desechando adulaciones; aquel Quiroga que pide y estudia la Constitución y los diarios de sesiones del Congreso de 1827; que acude a la prensa para dirimir sus derechos, “que seguía los consejos con admirable docilidad” y que 139 Peña no proporciona la fuente de esta cita. 140 Se hace alusión al objetivo que Víctor Hugo dio a sus poemas, Les châtiments, el de desacreditar y derrocar el régimen de Napoleón III, tras su exilio ante el golpe de estado de 1851, con la llegada al poder de Luis Napoleón Bonaparte. arranca este reproche honrado y textual en don Valentín; “ante pruebas ‘prácticas’ así ¿cómo dudar de su buena fe?”; aquel Quiroga, decía, ¿lo habéis hallado por ventura en alguna ocasión en la obra de Sarmiento? Peña lamenta que la palabra de don Valentín hubiera estado sepultada a lo largo de cincuenta años en el archivo Sarmiento, “cincuenta años en que solo hemos visto brillar el punzón del escritor de Chile, terrible y luminoso con un rayo de Júpiter.” “Facundo hijo es de César”, es la prédica que da inicio a la segunda conferencia, “La juventud de Quiroga”. Así da inicio la batalla de Peña por emancipar el criterio de Quiroga de todos los prejuicios. ¿Quién aventaja a Facundo en el caballo y las armas? Peña reconoce que Facundo no escribió Comentarios, ni dibujó en su razón la conquista de Galias, ni trazó los cimientos de una legislación general; no obstante distingue a Facundo de los demás caudillos de su patria y de su época. En cambio ve en ambos que: Nacen con una ambición inmensa como el mar, como la pampa, como el mundo. Los dos forman legiones a un toque de sus cornetas guerreras, rehaciéndose en las derrotas que truecan en victorias sobre los campos y desfiladeros. Ambos son los engendradores de la guerra civil: César contra Roma, Facundo contra Buenos Aires. Su amor por los soldados es uno mismo: César y Facundo juran no cortarse la barba ni el cabello hasta no vengar la derrota de Titurio y de Oncativo. Ambos son inclementes hasta la crueldad con el tímido; con el traidor. Ambos elevan la caterva hasta la distinción cuando el valor la realza. Los dos tienen un caballo milagroso, anunciador de victorias y desastres. Los dos aman el oro, las joyas, la grandeza hasta el delirio, y no hay quien no reciba de ellos favores públicos o particulares. […] Mantienen relación con lo ignoto, con las sombras, con el misterio. Son augures de sí mismos. Viven rodeados de una divinidad que espanta y arroba; pero donde más se juntan y confunden es en la celeridad portentosa de sus marchas, rápidas como el pensamiento, como la flecha rápidas. La campaña de Cuyo es la del Ponto: ambos escribieron el cartel: Veni vidi vici, que ningún otro capitán ha repetido íntegro en sus partes. […] Terminada la guerra civil, ambos abandonan el gobierno de provincia y elevan la vista a la República. ¿Quién vino después de ellos? ¡Rosas y Augusto! La salud de César y la de Facundo cae y cae en vísperas de los idus de marzo. Ambos mueren como habían querido, en una sola forma: inesperada y rápida. En cuanto falleció César, dice Suetonio, todos huyeron. Sí, todos huyeron. La nota al pie seguida a esta descripción en paralelo de ambos personajes, robustece esta relación espectral. Se citó anteriormente La tradición nacional, en donde el riojano Joaquín V. González (1863-1923) ya había dicho algo de César hablando de Facundo: “Hay algo de César en este general de la llanura”. Y agrega González no estar sólo, en virtud de que antes ya lo había exclamado Sarmiento: “Toda la vida pública de Quiroga me parece resumida en estos datos. Veo en ellos el hombre grande, al hombre genio, a su pesar, sin saberlo él; el César, el Tamerlán, el Mahoma”.141 A mi modo de ver, la alusión al hombre grande a la que apeló 141 La cita de González proviene de La tradición nacional, p. 76. Citado así en el texto de Peña. Sarmiento, responde más al interés de articular su Facundo con el concepto de Cousin (1792- 1867) en torno al “grande hombre”. Retomando a González y La tradición nacional, a propósito de Facundo, Peña refiere un pasaje del escritor, quizás, su primer acercamiento fuera de las aulas con la tragedia de Barranca Yaco. Leamos el pasaje: He oído, siendo estudiante en Monserrat, a un loco del pueblo cantar con la guitarra el trágico episodio de Barranca-Yaco. Mi imaginación excitada por el encierro semiclaustral del colegio, y el sentimiento propio de mi corta edad, me hicieron oír aquella música con deleite extraordinario. La sombra de Facundo se levantaba a mis ojos revestida con el sublime prestigio de las grandes desgracias. Así como en mí arrancó una lágrima el relato cantado en el instrumento de las trovas nacionales, el pueblo, niño por su grado de cultura, que presenció los hechos y se conmovió ante el horror de las escenas; también sintió removerse sus fibras por una emoción compasiva hacia ala terrible víctima y por una admiración secreta hacia el que miraba como un mártir de su propio valor y de la traición humana… González considera que: Dos son pues, las faces que presenta este singular personaje a la vista de su posteridad: el hombre público que ha sido condenado por la historia fría y razonadora, por sus errores y sus maldades, y el genio de la tierra, sombrío, fantástico, misterioso, irresistible como el torbellino, fascinador como el relámpago, que ha sido idealizado por la leyenda, por la poesía y por la música de los desiertos. ¿En cuál de esas dos fases distintas le contemplará la inmortalidad? Como Peña, González es un hombre del interior, que tuvo su primer acercamiento a la figura de Facundo cuando era un niño. Mientras estudiaba en el Monserrat en Córdoba escuchó la canción que narraba la tragedia, significándole un suceso muy triste. Él se refiere a la inmortalidad de Facundo, y reflexiona acerca del modo en que lo puede seguirlo pensando muerto. Aquí se aprecia una vecindad de pensamiento con lo que Taborda enunciará en su revista. Especial dedicación merece uno de los personajes que Sarmiento no tuvo en su reino, como diría Peña, pero que en la política riojana desempeñó un papel: el presbítero Pedro Ignacio de Castro Barros (1777-1849). Su “memoria ha sido defendida con la tenacidad apasionada” que caracteriza las producciones del doctor don Jacinto R. Ríos,142 en uno de sus trabajos que estimuló la Academia Literaria del Plata con premios. En la opinión de Peña, fuera por “la interesada tentación que mueve la pluma de los concurrentes a un concurso, o porque, en este caso, la obra resulta difícil a cualquiera si se extrema, fuerza es convenir que el loable 142 Candidato a vicedecano de la Facultad de Teología, que para 1881 se pensaba crear como parte de la Universidad de Córdoba. Las pugnas entre el gobierno, posición en la que se ubicaba Jacinto R. Ríos, y el obispado derivaron en que el proyecto se haya dejado de lado. intento no ha movido las piedras del camino.” Peña se propone, además de profundizar el retrato que vemos de él en las páginas cálidas de Sarmiento, recomponer la relación entre Castro Barros y Facundo con respecto a lo que supuso López en su Historia. Facundo no fue discípulo de Castro Barros como lo describe López. Peña escribe que “de niño, este sacerdote lo impresionó con los sermones que pronunciaba en las plazas públicas; pero la propia exageración de sus imágenes, la extrema y aparatosa exhibición de sus actos religiosos, el fanatismo que lo caracterizaba aun en sus comunicaciones privadas, lo independizó de su influjo, a pesar de los vivos empeños del vehemente sacerdote por conservar en su mano los hilos de la política riojana.” En cuanto a una posible relación de mentor o guía de sus acciones, agrega que “en los años en que más trata Castro Barros de gobernar las acciones de Facundo, más viva es la comunicación de éste con el doctor Salvador María del Carril, gobernador de San Juan.” El doctor Castro se percata de la posición que ha logrado Facundo y se pone a su servicio, a quien proclama como una providencia; sin embargo, cansado de sus desaires, lo abandona y se va con su enemigo, el general Paz, hallando en él al hombre que necesita. “El doctor Castro Barros era un enfermo de fanatismo”, percepción que se sustenta con la minuciosa correspondencia a los personajes de La Rioja, “a quienes habla como un pastor a su grey, excepción hecha de Facundo, para quien cambia de tono, volviéndose sumiso y adulador.” “Hácele creer a Facundo que su destino consistía en salvar la causa de Dios, como los antiguos macabeos, al frente de legiones invencibles, guiados a la victoria por la bandera del milagro; y engendra, desde temprano, fuerte prevención contra Buenos Aires, porque de allí vendría, como sucedió después, el demonio de la reforma, o sea la guerra a la religión. Tal el punto de partida de aquellos lábaros, de simbolismo espeluznante, de aquellos lemas singulares e implacables: ‘Federación o muerte’.” Fuera de la de González, Peña refiere la opinión del doctor don Vicente Fidel López, quien había conocido a Facundo. Acerca de su perfil moral y de sus “virtudes instintivas”,143 López había escrito: Este hombre, que había surcado una huella indeleble de sangre y de ruina en nuestra tierra, tenía, como los sectarios de Jehová que habían alucinado los años de su juventud, ciertas virtudes instintivas que no es raro ver encarnadas en las almas encandecidas por el fanatismo 143 El resaltado es del autor debido a que en el siguiente capítulo, la Conjuración de San Luis Potosí, pone en relieve esas virtudes distintivas de Facundo. místico-religioso. No se le conocen actos de torpe lujuria como los que inflamaban las costumbres de Bolívar. No cometió jamás acto ninguno de traición ni de infidelidad o perfidia contra los intereses o contra los hombres con quienes se hubiera ligado. Era casto e incorruptible.144 Aunado a esto, dice el historiador López, que Belgrano, hablando de Quiroga, lo recomendó por la actividad y excelencia de sus servicios, en el tiempo en que se formó la expedición a Chile y se obtuvo en Argentina, el primer triunfo de las armas argentinas en Copiapó. Se aprecia claramente que el conjunto de referencias que Peña proporciona van delineando su búsqueda por encontrar el Facundo “verdadero”. Damos paso a la tercera conferencia, que trata de “la conjuración de San Luis”, sucedida el 8 de febrero de 1819. Aquí, Peña recurre a este hecho histórico para recrear lo que para él, es un caudillo, cómo se forman y qué ley es la que marca su origen. Para Peña el caudillo “es la cabeza dirigente de una agrupación, llámese tribu errante o pueblo civilizado. La humanidad, comparada a rebaño por su tendencia a vivir en apretada agrupación, se sometió a este pastor en todas sus edades, bajo todas las latitudes, en la paz y en la guerra, en todas las ocasiones de su historia.” Apenas se diseñó la sociabilidad, el país tuvo a sus caudillos “con vigorosos e interesantes contornos propios, no apreciados aún por lo elegantes observadores de ‘ciudad’”, quienes “no conocen otro factor engendrador”, “a usar una expresión de Izoulet”, de fenómenos sociales que la élite. Recurre al historiador Clemente L. Fregueiro (1853-1923), que sostiene “que aquellas entidades rudas, agrestes, semibárbaras como era el pueblo argentino de entonces (…) son admirables si se les considera en sus lineamientos característicos”. Para Fregueiro, los caudillos “son constituyentes del rasgo más prominente de la sociabilidad argentina en la época en que se operaron sus más trascendentales transformaciones.” Pensar en la formación de los caudillos nos llevaría, señala Peña, al “estudio de las raíces hondas de la psicología popular argentina, y después de regresar de incursiones a la herencia, nos detendríamos en las condiciones del ambiente, de la influencia física y del factor económico, tan poderoso en la producción de los hechos del hombre.” Tomando en cuenta de que este estudio ha sido iniciado por muchos, en el esbozo de la vida de un caudillo, la mayor preocupación de Peña es “suministrar elementos reales a los que lo han de proseguir, 144 La cita de López se tomó de su Historia de la República Argentina, tomo X, p. 152. Citado así en el texto de Peña. apartándome, de intento, de ese género de disertaciones más propias de la psicología que de la crítica histórica.” A través de la crítica histórica, Peña nos va introduciendo en el debate histórico, monarquía vs. república, que tuvo lugar recién declarada la independencia con España y que para Peña constituye uno de los núcleos principales para entender la formación de los caudillos y su asimilación como “bárbaros” respecto de los que en aquel entonces detentaban el poder, recién independizada la Argentina de la Corona española. Asimismo, este debate esclarece los “lineamientos característicos” a los que se refería Fregueiro. Peña describe que, por esos años, en la Argentina se encontraban “los pobres pueblos del interior”, que aportaban “su sangre y sus ahorros en favor de la causa de la Independencia propia y ajena”, y “los hombres dirigentes, esparcidos en el Congreso, en el Poder Ejecutivo y en el Ejército”, que “trabajaban con cierta clandestinidad por la forma monárquica, dentro y fuera de las Provincias Unidas”. El misterio era posible hasta cierto punto pues en “el seno del ejército, por ejemplo, se agitaban espíritus oriundos de la clase popular que estaban en contacto directo con el más sincero propagandista de la monarquía incásica, y ya eran corrientes las versiones de los esfuerzos de Belgrano por atraer a estas ideas a hombres como Artigas, al que más tarde tendrá que repudiar.” Aun Rivadavia, que tan radicalmente se mostró en contra de San Martín, “se dobla ante la pujante fuerza de los acontecimientos y trabaja en Europa por la fórmula monárquica.” Peña toma una nota del segundo tomo de los Anales históricos de Carlos Calvo (p. 303), en la que se constatan las preferencias de San Martín por la instauración de la monarquía. San Martín le escribió a Godoy Cruz en mayo de 1816, las observaciones que en caso de ser diputado haría al Congreso, “sacrificando el americano republicano por principios y por inclinación”, en aras del “bien de su patria”. En esta misma línea, suma a esto un hecho que le fue referido por “el venerable patriota” D. Gregorio Gómez, “en el cual tomó parte, corrobora el juicio emitido por el ilustrado autor de la Historia de Belgrano [Mitre]”, en torno a las ideas monárquicas de San Martín: A fines de 1812 el Sr. D. Antonio José Escalada, después suegro del inmortal general San Martín, daba en su casa un gran banquete al jefe del regimiento de Granaderos a Caballo, y al cual asistieron los miembros del gobierno y los personajes más caracterizados de la revolución; entre éstos se distinguían los señores San Martín, Belgrano, Rivadavia, Pueyrredón, Zapiola, Murguiondo, Alvear, Anchoris, Monteagudo, Gómez (D. Valentín), Passo, etcétera. Al servirse los postres, San Martín se levantó e invitó a los concurrentes para que le acompañaran a brindar por que todos los buenos patriotas, uniendo sus esfuerzos, concurriesen resueltamente al establecimiento de una monarquía constitucional, como base indispensable para asegurar la independencia y consolidar un orden de cosas estable y adecuado a la educación del pueblo, cuyos hábitos y tradiciones de tres siglos le imponían esa forma de gobierno como la única salvadora; el coronel San Martín terminó demostrando elocuentemente la absoluta falta en que se encontraban las antiguas colonias hispanoamericanas de los elementos más necesarios para fundar, con algún éxito, el sistema democrático adoptado por nuestros hermanos del Norte. El Sr. Rivadavia, con ese entusiasmo de los primeros años, con ese amor a la libertad que la grandiosa obra del inmortal Washington había inspirado a los corazones americanos, contestó el coronel San Martín rechazando enérgicamente su proyectada monarquía, increpándole falta de patriotismo, y sosteniendo que todo el ardor de su pasión, la posibilidad de arraigar las instituciones democráticas en el suelo argentino. La irritación que ese pensamiento produjo en el ánimo del ilustre patriota llegó a tales proporciones, que amenazó a San Martín con una botella de agua, la cual habría lanzado sobre su adversario sin el brazo de Alvear, que lo contuvo. Los efectos del discurso derivaron en la división de opiniones entre los concurrentes, siendo fácilmente notorio que la mayoría apoyó a San Martín. Tanto Belgrano, Murguiondo, Alvear, Zapiola, Anchoris y Pueyrredón se hicieron notar en esta mayoría; Monteagudo, Passo y Gómez (D. Valentín) se pronunciaron calurosamente por las ideas expuestas por Rivadavia. Lo ocurrido en el banquete se propagó rápidamente en toda la ciudad de Buenos Aires: todo lo más ilustrado e inteligente de la sociedad porteña acogió con viva simpatía el proyecto de monarquía constitucional propuesto por San Martín. Imaginemos entonces –prosigue Peña– la sensación que causó en “las sencillas gentes vendedoras de San Lorenzo, Las Piedras, Salta, Tucumán, Chacabuco y Maipú, que contemplaban animosas las proezas de Güemes al norte, de Artigas al sur, y que se aprestaban a continuar luchando para independizar otras y otras naciones de la monarquía española”. “Cuán violento no debía ser el choque de sus ideas y patriotismo al encontrarse que aquel decantado amor de libertad e independencia, que aquella sangre esparcida por campos y montañas, que aquel sueño de grandeza por llegar a ser también una nación soberana, se quebraba como una pompa de jabón.” Refiriéndose a los caudillos, “los humildes, los sin luces, los privados de civilización, sentían el férvido amor de la patria de otro modo.” Peña exclama tener por verdad que, del trascendental erro de aquella hora verdaderamente histórica de nuestros grandes hombres, nacieron los caudillos argentinos, o sea esa encarnación de fuerza autónoma que suplanta a la fuerza pensadora, ilustrada, pero sin carácter, y desprovista de ese influjo singular que no requiere el hechizo intelectual, sino el denuedo. “Facundo observa estos primeros fenómenos políticos que comienzan a producir vibraciones en su espíritu, a prepararlo, diremos así, a la ocupación de la escena toda entera.” Por esos años, él era “una especie de intermediario entre el gobierno de La Rioja y el ejército situado en Tucumán, cargo que lo habilita y obliga a abandonar a cada instante la provincia para conducir ganado mostrenco, maíz y desertores que escapaban de las provincias nativas para internarse en La Rioja.” Fue este vagar constante el que lo relacionó con los acontecimientos nacionales, moviendo sus ideas. Peña advierte que Facundo sabe que la montonera se agita en el litoral, pero como hijo de la disciplina, sin haber “un hecho, un sólo acto, que autorice a declarar que, arrebatado por Artigas o Ramírez, se deje subyugar por el desorden y pacte con aquella explosión primitiva contra la dirección vacilante que comenzaba a notarse en los hombres superiores.” En cuanto a su instrucción militar, Facundo la inicia en la Plaza de Retiro; tanto “que al llegar a La Rioja, sus servicios de capitán son excelentes; que por ellos se le declara benemérito, y que por su firme lealtad reemplaza a su comandante, mereciendo toda la confianza del gobernador y el alto elogio de Belgrano”, mismo que referimos en párrafos anteriores. Toda esta aclaración, que se refiere a los años de 1815 a 1819, permitió a Peña corregir “la antojadiza afirmación” de Sarmiento, “de que Facundo resolvió un día incorporarse a la montonera del litoral.” Demos paso pues su tratamiento de la conducta de Facundo en los sucesos de San Luis (1819), favorable al orden, valorada por ello con singular premio, y devuelto “al frente de su compañía y de su departamento en el mismo ejercicio de sus funciones anteriores.” Para Peña, la detención de Facundo en San Luis se debió, quizás, a una confusión, en particular, al hecho de que pudieran haberlo tomado como un aliado de López contra Bustos, enredados a la sazón en un fuerte rencor, en el contexto de las órdenes severas que había impartido Belgrano a fin de impedir que elemento alguno fuese a engrosar las fuerzas de Artigas. La provincia de San Luis había sido destinada, por su posición geográfica, a ser cárcel y depósito de presos, prisioneros, confinados, de todo linaje y jerarquía. Allí estaba, Monteagudo, caído ahí en desgracia ante San Martín por sus desinteligencias con Guido; estaban, también, “los restos de los bravos tercios españoles; desde el gaucho desertor hasta ese delincuente sin proceso y muchas veces sin delito designado con el mote de ‘montonero’”.145 Facundo estuvo muy poco tiempo en la cárcel de San Luis. Brevemente Peña relata los hechos en torno a la conspiración de algunos jefes superiores de los que allí residían en calidad de prisioneros vencidos en Salta, Chacabuco y Maipú, “hombres todos de cultura y trato afable”. Ellos, tomando provecho de las relativas franquicias y aun de cierta libertad y ventajas, muy diferentes a las de los prisioneros del Callao o de Oruro, enfrentaron al gobernador y a su comitiva, sin embargo. la sublevación, que debió estallar al mismo tiempo en la cárcel y en las calles, fracasó en forma desventurada para los españoles. Los jefes realistas comprendieron que estaban perdidos. Uno solo prefirió darse muerte con su carabina: Primo de Rivera. Fue Juan Facundo Quiroga el que había anulado el concurso que los sublevados esperaban de los presos y desbarató el plan de los prisioneros. Quiroga se encontraba en San Luis como preso político, no como criminal. Andaba por la ciudad de día e iba a dormir al cuartel como única obligación. Por eso este suceso lo encontró en la vía pública. Lo del macho de sus grillos, como describe Sarmiento, “es tan ilusorio como el germen de satánica anarquía que se le atribuye en todos los pasajes de su existencia.” Estamos, destaca Peña, “en presencia de uno de esos pasajes o episodios producido bajo la psicología de la desventurada o desesperante situación de un hombre confinado, falto de libertad, alejado de su ambiente y de los suyos, y aun así no se alía, como Alvear, con los enemigos de su patria”. He aquí esas “virtudes distintivas” a las que se hizo alusión en la conferencia anterior, apoyado en autores severos, como don Benjamín Vicuña Mackenna en La guerra a muerte, el general Mitre, el profesor Fregueiro, el doctor don Ángel J. Carranza, y en el invariable deseo de ser justo. La cuarta conferencia, “En La Rioja”, aborda la última etapa de la juventud de Facundo. Para así dar paso, de la individualidad, a las corrientes de la historia. Uno de los procesos que debe ser explicado en esta etapa de Facundo es el servicio militar. Éste se reducía “a transformar en milicianos los soldados reclutas, dividirlos en compañías y tenerlos a permanente disposición del gobierno o intendencia gubernativa bajo capitanes dependientes de 145 Respecto del montonero, Peña advierte que “cada época turbulenta de la historia tiene epítetos que expresan la sanción del odio, o el distintivo de clases, bandos o partidos. Montonero, en nuestra guerra civil, es el hereje de la guerra religiosa de la España de Felipe II; el salvaje unitario o mazorquero de otro periodo argentino; el anarquista de hoy. comandantes, que era, por entonces, la más alta graduación en la campaña.” Las diferentes tareas ahí suministradas “mantenían en permanente trajín a las fuerzas militares de todas las provincias argentinas, viniendo a resultar que el servicio era tan obligatorio para el rico como para el pobre y casi única la carrera militar”. La exigencia fue impresa primera por el genio de San Martín y de Belgrano, con motivo de la guerra de la Independencia, quedando firmemente adheridos a los hábitos de cada lugar, “que vio así excluidos sus mocetones de toda industria, de toda labor, de todo trabajo, de toda arte, cualesquiera que fueren sus necesidades geográficas o las tendencias de sus hijos.” Así también, en el ambiente de la reciente guerra de Independencia, “los gobiernos de provincias representaban, al principio, meras tenencias dependientes de Buenos Aires y al solo fin de allegarle contribuciones para la revolución nacional; y de este carácter participaron durante varios años, aun pasada la necesidad y la dependencia aparente.” Paulatinamente se fueron dando los gobiernos propios y sus fines de bandería, imposible para ese entonces modular la palabra “partido”, en una hora tan embrionaria como aquélla. Este sentimiento de autonomía fue el que comenzó a trasmitir Artigas a través de bandos que significaban chispas para la ambición localista. Ésta, advierte Peña, se trata de la primera expresión federalista. Artigas estimuló “a desvincularse de la prepotencia de Buenos Aires y a organizar un Congreso a condición de la libertad de todas y de cada una de las provincias argentinas”. Las fuerzas para estos movimientos de desvinculación del Directorio y suplantación de gobiernos domésticos, las milicias desparramadas en la campaña constituían la base de operaciones y de cálculos. “Facundo es el alma de las de su departamento, primero, y de toda La Rioja después, a punto que todo gobernante lo halaga y teme desde mucho antes que él muestre el conjunto de sus prestigios.” “Las ideas se arrastraban penosas entre la espesa niebla. Los ilustrados proyectaban monarquías y los analfabetos soñaban con desligarse del ‘yugo opresor’ de Buenos Aires. La patria no aparecía entretanto.” No obstante, continuando en La Rioja, a esta altura, Quiroga, “de poco más de treinta años, conoce los extremos de la ondulante línea: subió hasta el deleite de una acción victoriosa y descendió hasta el confinamiento o el destierro”. “Ya su fama debió haber corrido de uno a otro confín en 1820, para que el general Güemes, encargado por San Martín de procurar recursos en favor de la expedición al Perú, le solicitase ayuda como a un jefe de provincia. Güemes no en vano acudió a Facundo.” Peña sostiene, citando al historiador Saldías, que Quiroga “le remitió todo el material de guerra de la división.” Hacia mayo de 1823, San Martín le escribe a Facundo, próximo a batirse con el gobernador de La Rioja, para proteger “la sangre preciosa de nuestros paisanos, que se va a verter”, el “crédito de nuestra revolución santa, y las consecuencias fatales que la libertad de nuestro país va a experimentar, tanto más en las circunstancias críticas en que nos halamos por los contrastes de nuestros ejércitos, los que exigen imperiosamente ahora más que nunca una concentración de unión íntima si es que queremos ser verdaderamente libres.” El pedido llegó tarde, una vez que las fuerzas de Facundo ya se batían con las del gobierno. Éste es el Quiroga a quien San Martín vuelve a escribir en diciembre de ese mismo año: “He apreciado y aprecio a Vd. Por su patriotismo y buen modo de conducirse, y porque Vd. me ha manifestado una completa deferencia a la parte que, como simple particular, tomé en las desavenencias de La Rioja sin otro objeto que el de evitar se derrame la sangre americana.” Éste es –señala Peña– el Quiroga de la historia, “ya que es menester comenzar a separarlo del de la leyenda”. “Si privamos a las fantasías excitados de un héroe pavoroso y terrible”, como lo pintó Sarmiento, “atraemos en cambio a la verdad un ejemplar nuevo de este tipo del guerrero argentino jamás desprovisto de nobleza y en quien la hidalguía es una ley tan permanente como el color de su piel, como la intensidad de su arrojo.” “El caudillo aparece en esta hora con el mérito de sus atributos materiales y morales. Es bravo, es generoso y es activo.” Todo aquel que quiera descifrar la psicología del caudillo se topará con “el corazón y la mente de Facundo”, temas que además darán la clave de su “superioridad sobre la colectividad subyugada.” Hasta aquí, Facundo “no tiene propiamente en su accidentada juventud ninguno de esos hechos imponderables que decidan un destino.” En la quinta conferencia, “El Congreso del año 24 y las minas de La Rioja”, Peña ubica a Quiroga al frente de los destinos de su provincia. Parte de enfocar los dos periodos próximos de gobiernos de Rivadavia, de 1821 a 1824 como ministro de don Martín Rodríguez, y de 1826 a 1827 como presidente de la República, con el objeto de enmendar “algunos errores en la imputación de ciertas medidas políticas correspondientes a la administración de Rodríguez unas, a la intermedia de Las Heras otras, y las últimas al Congreso de la época presidencial”, error del que tampoco había escapado el mismo ilustre autor de Facundo. Ciertamente, paralelo al pensamiento de la emancipación, “se desenvuelve y ensaya el de la organización y constitución del país”. “Nadie escapaba al sentimiento o aspiración de la Constitución, desde la culta Buenos Aires hasta la aldehuela más remota; del pensador político al más levantisco de los caudillos interiores.” “El ideal de una misma y grande república, estaba siempre vivo y palpitante en todos los corazones”. A Rivadavia (1780-1845) le tocó estudiar el problema de la organización nacional cuando se incorporó al gobierno como ministro de Rodríguez y bajo su responsabilidad estuvo el envío de la representación al congreso que se proyectara en Córdoba, donde gobernaba Bustos. Aquel enviado fue el deán doctor don Diego Estanislao Zavaleta (1760-1843), presidente del senado del clero y miembro de la honorable Junta de Representantes. Facundo, según Sarmiento, “recibió en La Rioja la invitación y acogió la idea con entusiasmo, quizá por aquellas simpatías que los espíritus altamente dotados tienen por las cosas esencialmente buenas.” Sin embargo, nos recuerda Peña, no había dicho previamente Sarmiento que Facundo era rival de Rivadavia. Si Facundo aceptó la invitación, repara Peña, es porque desde 1823, cuando Rivadavia anunció la organización de un congreso nacional, dio a conocer los positivos bienes que en el sentido de todos y cada uno de los pueblos constituiría la República. Hecha esta aclaración, Peña revisa las causas que tuvo Rivadavia para encarar con tanto entusiasmo la idea del Congreso Constituyente casi al finalizar su ministerio. Esto se debió a que además preparaba su elección presidencial. El Congreso efectivamente se instaló el 16 de diciembre de 1824. En mayo, Rivadavia había entregado el mando, como gobernador delegado, al general Las Heras. Las instrucciones del deán Zavaleta se cumplen en cuanto al propósito de conformar una nación administrada bajo el sistema representativo por un solo gobierno y un cuerpo legislativo, sin contener sus palabras algo relacionado a la fundación de la Casa de la Moneda ni utilización de capitales ingleses para la explotación de las minas. En forma abstracta, solamente se mencionaba “que se proveería a las provincias del capital posible al comercio e industria de cada pueblo.” Pero todo lo que no se mencionó sucedió. Se fundó la Casa de Moneda, se derramó en la tierra deshabitada el capital de Europa y se autorizó a sí mismo a para promover la formación de una sociedad en Inglaterra, destinada a explotar las minas de oro y de plata que existían en el territorio de las Provincias Unidas. Ante este escenario no era posible acompañar a Rivadavia en sus intentos. “Alea jacta est. ¡Los dados estaban echados! Rivadavia desembarcaba en esos días.” La sexta conferencia, “La Madrid”, es continuación del episodio político de Rivadavia, en el que se pone en relieve el temple y las acciones del coronel don Gregorio Aráoz de La Madrid. “Era un héroe de novela este romancesco tipo que entraba a la liza comiendo caramelos, indómito como un corcel de estepa y que al clavar sus espuelas partía como una exhalación de lo Terrible, para llegar, al fin de la refriega, con su sable arqueado, tibio de sangre, decapitador como la guadaña de la muerte.” Además de La Madrid, entre las figuras que asistieron aquel congreso histórico, Passo, el coronel Lucio Mansilla, Alejandro Heredia, Vélez Sarsfield y Laprida, don Santiago Vázquez, don Manuel Moreno y el doctor don Vicente López. Una de las resoluciones del Congreso fue la guerra contra los brasileños, que además del entusiasmo que suscitó, supuso que las provincias cederían el paso a una creación nueva, a una entidad nueva: la Nación. Asimismo era necesario simplificarlo todo, porque como “se trataba de una guerra exterior reclamaba la concentración del gobierno de las provincias en una sola mano. El cuerpo que las provincias constituían exigía también una cabeza: esa cabeza sería Buenos Aires. Ellas tendrían un solo tesoro, un Banco: y por sobre todo este cuadro nuevo, un gobernante único, que venía de Europa con un montón de cosas nuevas: don Bernardino Rivadavia. La sucesión de hechos, en particular los de La Madrid, evidenciaba un malestar de oposición que aumentaba por momentos. Fue enviado a Catamarca a reunir voluntarios, pero se enredó en una guerra civil local entre dos candidatos a gobernador. Uno de ellos lo convenció de volver a Tucumán y derrocar a Javier López. Tras una batalla breve, se hizo elegir gobernador por la Sala de Representantes y se pronunció abiertamente a favor de Rivadavia y de la constitución unitaria, ganándose así la enemistad de los gobernadores federales del interior. “Las líneas estaban tendidas frente a frente, hasta con denominaciones precisas; aquí el partido de la unidad, los unitarios, los que querían despojar a Buenos Aires de sus viejas credenciales y otorgárselas a Buenos Aires capital, asiento del Poder Ejecutivo nacional, del nuevo gobierno regenerador,” y “los que representaban el viejo amor a la provincia y que poco a poco fueron designándose ‘federales’”. “Fue Dorrego, posteriormente, quien, dando salida a sus fuegos interiores, apareció de súbito jefe de oposición, apoyándose en el federalismo como se hubiera apoyado en la unidad a ser Rivadavia federal. Fue Dorrego, conocedor del vasto territorio, quien se puso al habla con los hombres de prestigio del litoral e interior; y unas veces ayudado de Alvear, otras de Bustos, multiplicó su actividad, sus energías, sus arrojos, apareciendo hombre legión en el Parlamento, en la prensa, en la vía pública.” “¡Unitarios y federales! Estamos en la aurora de una época extraordinaria en que se balbucean estas palabras para expresar principios.” “Rivadavia se encontró con que La Rioja había procedido a constituir, a medias con su fisco, el Banco y Casa de la Moneda de que era presidente el señor Costa y accionista el general Quiroga, y que esta institución estaba legalizada y amparada por el mismo Congreso que él ideó, la ley del 23 de enero de 1825.” Para Peña, como para don Valentín Alsina, fue un gran error el que Rivadavia, en vez de irse un año a Londres, no se encaminara a las provincias, a fin de “recorrer esos lugares que guardan las más grandes hazañas de a leyenda patria y que él no conoció jamás, habría penetrado al fondo mismo del alma nacional.” “Se habría sentido el más útil de los intérpretes del país”. Las intenciones de Rivadavia se vieron rebasadas, “hay fatalidades en la historia de los pueblos como en el curso de las aguas. Si un guijarro tuerce la corriente, un hombre basta para cambiar el sentido de las cosas. Este hombre resultó Quiroga.” La conferencia que sigue, “Coneta, Tala y el Rincón”, describe en el curso de estas batallas la caída de Rivadavia y el ascenso de Dorrego, y con ello la reconstrucción del gobierno provincial. Estamos en el año de 1826, y a la serie de desencuentros, fracturas y oposiciones que ofrecía los contornos de un déspota, “un haz de leña más vino a aumentar el fuego de la hoguera: la cuestión religiosa.” “El tratado con Inglaterra, las medidas, sin medida de tiempo, del gobernador del Carril, empeñado en convertir a San Juan en sucursal de Buenos Aires, como Buenos Aires aspiraba a ser la sucursal de Europa, todo ello fue un aliado imponderable que utilizó Facundo para estampar un lema nuevo y claro a los ojos de los soldados gauchos.” “Quiroga no hizo más que imitar a Belgrano y San Martín, al inscribir en sus pendones ‘Religión o Muerte’, sin llegar a encomendar el gobierno al Señor de los Milagros…” Para empezar, el gobierno de La Rioja resolvió por medio de su Sala de sesiones, el 18 de septiembre de ese año, no reconocer en esa provincia a don Bernardino Rivadavia por presidente de la República, ni tampoco ley alguna de las emanadas del Congreso general constituyente, hasta la sanción general de la nación y declarar la guerra a toda provincia e individuo que atentase contra la religión católica. Esta declaración salió publicada en los periódicos El Tribuno y El Federal, el 15 de octubre de 1826. Tras la narración de los hechos de estas batallas, Peña se cuestiona dónde está la ferocidad de Quiroga; dice haber abierto el libro de Zinny donde escribe que “La Madrid y su hermano político don Ciriaco Díaz Vélez, que también había sido herido, fueron perfectamente asistidos en Vipos por Quiroga.” “¿Refutará Sarmiento?”, escribe Peña. “En verdad que a medida que estudio este personaje de la hora semioscura de nuestra historia, más me afana el contraste entre las sombras que le arrojan y el resplandor que de él brota. ¿Dónde está, pues, el fruto de la crueldad, de la barbarie? Tengo necesidad de saberlo, porque él me ha de decir cómo era la psicología de la raza en este ensayo de la nacionalidad argentina: cómo era el germen del hombre de gobierno, manejador de pueblos: si un híbrido producto del indio atroz y del conquistador sin entrañas, o un genuino reflejo de la tierra, inconmensurable”. “Que Montesquieu lo ha dicho y luego la ciencia positiva, que es la naturaleza la que imprime su señal al carácter de los hombres como a la sustancia de las cosas”. Ahora sí da inicio, según Peña, la personalidad de Facundo como entidad nacional. Tras el triunfo de su provincia, alcanzó su primer triunfo exterior, nada más y nada menos que sobre don Gregorio Aráoz de La Madrid. “De aquí comienza su espíritu a aletear en lo amplio.” La Rioja, Catamarca, Tucumán, San Luis, son suyos; Córdoba y Santiago, aliados que le obedecen. Estas noticias caen efectivamente sobre la capital como “heraldos de catástrofe”. Ahora nadie se anima “ya a reír con desdén, de esta figura repentina brotada de lo desconocido, que acaba de adueñarse de un puñado de Estados como de un puñado de monedas. Rivadavia velozmente dispone que el Congreso en masa se reparta y corra a apagar aquel incendio”. “Castro a Mendoza; Vélez a San Juan; Gorriti a Córdoba; Tezanos Pinto a Santiago; Castellanos a La Rioja; Andrade a Santa Fe; Zavaleta a Entre Ríos. “¡Nada de porteños!”, advierte Peña. Al paso de unos años, ¿qué escenario tenemos? La entera escena se transforma: “Quiroga vive en Buenos Aires, Rivadavia está expatriado” y, al volver a su país, “el gobierno de Viamonte, por sugestiones de Rosas, le prohíbe residir en él. ¿Quién es el único que se irrita y censura esa medida de crueldad para con el grande hombre? Facundo. ¿Quién es el único que se ofrece de fiador para que pueda vivir entre los suyos? Facundo. ¡Falta esa página de reconciliación y de enseñanza en la historia de esos dos hombres tan opuestos y tan próximos!”, exclama Peña. La oposición de Buenos Aires, los caídos y los desalojados, engrosó con ímpetu las filas de Dorrego. “Empeñada una guerra cuerpo a cuerpo entre Buenos Aires y las provincias; entre Facundo y Rivadavia, la disyuntiva era de fierro: o Rivadavia vencía una entidad deshecha, desangrada, que hubiera reclamado el permanente apuntalamiento de las armas, o Facundo hubiera arrancado la civilización, el gobierno, las instituciones todas de la ciudad capital, como aristas echadas a los vientos.” El curso que siguió la historia se simboliza en la imagen de Buenos Aires con la silla presidencial recién astillada: se acaba de arrojar la banda presidencial al suelo… “La unidad vencida” es el tema de la octava conferencia. Quiroga había conseguido su propósito de un modo inexorable: salvar a las provincias del régimen unitario, proclamado en el Congreso sin consentimiento de las unidades interesadas y merced a un avasallamiento, basado únicamente en los prestigios de la preparación y del talento, que a veces pesa tanto como una tiranía. La masa gaucha, brava, inconsciente y temeraria, constituía la misma cosa en Buenos Aires y en las provincias: era el instrumento de ejecución. “No obstante Quiroga sobresale en la historia porque es el primero y el único en darse cuenta de que el porvenir de las provincias depende ante todo de su fuerte unión, y el primero y el único que alcanza este resultado de un modo positivo y máximo, merced a un incontrarrestable poder de actividad.” “En un año, Facundo ha organizado el gobierno de La Rioja, ha marchado de acuerdo con Bustos e Ibarra; ha obtenido que siete provincias despojen a Buenos Aires de las prerrogativas que ella se arrogara, ha alcanzado tres grandes victorias militares y ha dado en tierra con la presidencia de Rivadavia.” Se pregunta Peña: “¿será que un sino bárbaro protegía el desenlace del caudillo por ser él, y no don Bernardino, el exponente de la civilización de aquella hora? ¿Será que en la balanza de la casualidad los hombres de pensamiento eran resortes en escasa minoría?” “Se ha dicho hasta el cansancio que en las provincias faltaba un derrotero mental que les hiciera saber lo que pensaban, lo que querían como ideal.” “No es cierto.” “Donde faltaba ese derrotero era en la mente de Buenos Aires, en todos sus componentes, en todas las capas de su sociabilidad.” En lo que respecta a Dorrego, no mereció al principio muy fuerte adhesión de parte de las provincias, las que prefirieron mantenerse observando su conducta. Respondieron “sus comunicaciones con sobriedad y solo mejoraron el tono al acusar recibo de la agradable nueva de haberse celebrado la paz con el Brasil.” Para Peña, el triunfo de Dorrego corresponde al autonomismo de Buenos Aires, que se encontraba herido por el grupo rivadaviano, el cual la había despojarlo de su gobierno, de su capital, de su riqueza. La aceptación de Dorrego ocurrió como hubiera pasado con cualquier otro que hubiera traído aquella reivindicación puramente provincial, porteña. Sin embargo, Dorrego distaba mucho de ser considerado una personalidad nacional, “porque en esos tiempos no existía figura política que pudiera ser mirada como la expresión de la totalidad del sentimiento argentino.” Esta situación de aparente armonía cambió una vez terminada la guerra con el Brasil, con el regreso de las fuerzas al país. Regresaban sus bravos jefes y soldados cubiertos de gloria: Alvear, Lavalle, Paz, Martínez, Olazábal, Olavarría. Es entonces que el gobierno de Dorrego fue amenazado: “El partido unitario había estado trabajando estas fuerzas sin descanso durante la campaña exterior, juramentándolas para un motín.” “Si la unidad estaba vencida con la derrota de Rivadavia, mucho más lo estaba con la usurpación de Lavalle”. Para Peña, éste es el comienzo de la vigorización del partido federal, dentro y fuera de la capital de la República: “Rivadavia y Agüero se alejaron furtivamente al extranjero, y el partido unitario quedó bajo el terrible peso de aquel fusilamiento que no vengaba ninguna tiranía, ningún rencor, ningún agravio.” “Quiroga exalta a sus ‘paisanos’ con el grito de sus arengas”: “si los grandes peligros exigen grandes sacrificios, llegado es el tiempo de que en este rincón de la República se repita la voz de alarma para hacer frente a la anarquía, que al amanecer del día 1º del presente mes, ha estallado en Buenos Aires”. En la siguiente conferencia, “El general Paz”, Peña sigue recreando la figura de Facundo, ahora en relación con la figura de Paz. En esta ocasión se concentra en la batalla de La Tablada, en la que Paz derrotó a Quiroga. Veamos primero cómo Peña dibuja la figura de Paz. Se pregunta, al inicio de su conferencia: “¿qué ha extendido más el nombre y los méritos del general Paz a su posteridad? ¿Su papel en las guerras nacionales o su participación en las luchas intestinas?” Se responde que esto último y que en aquéllas, había adquirido “el conocimiento de la táctica –en la que no fue superado por nadie– desde 1810 a 1820, aplicando con tanta fortuna sus talentos militares, que las cinco batallas civiles que preparó y dirigió, fueron cinco éxitos completos.” “A la luz de una crítica inexorable, la conducta del general Paz aparecería manchada con la sombra de la defección de Arequito, en 1820,” tras sublevar (el general Bustos, acompañado por los coroneles Heredia y Paz) a una parte importante del ejército que volvía a Buenos Aires, vuelven a Córdoba y Bustos se apodera del gobierno de la provincia contra la posición de Paz. “Tan fatal a los principios y a la felicidad de la Nación, y aún considerado como antecedente histórico de las traiciones, infidelidades, deslealtades, que han oscurecido el nombre y la bandera de tantos cuerpos del ejército, posteriormente; como asimismo nadie podría disculparlo de que él, hombre de inflexibilidad moral, abrazara con efusivo acatamiento, a los ocho años de su rebelión con Bustos, la enseña revolucionaria del general Lavalle, quien arroja por medio de un motín a un gobernador legal y lo suplanta, después de hacerlo sacrificar, rendido, con los soldados que arribaban gloriosos de una guerra extranjera.” “Pero en el general Paz se modifica por excepción el juicio póstumo, merced a un encadenamiento de grandes y pequeños hechos que lo favorecen. Es el primero la circunstancia de que el carácter que revestían los caudillos se resume en forma siniestra en una sola personalidad: en Rosas, que usurpa aquel carácter y todos, siendo el general uno de sus más encarnizados, constantes combatientes. Su ataque al tirano lo redime de sus ataques anteriores a las provincias y aun produce la sensación, invirtiendo tiempos y personas, de que la odisea de Paz contra la tiranía, a partir del año 40, es la prolongación de la de diez años atrás contra Quiroga.” Es a partir de 1840 que la figura del general Paz reaparece “sin injustos móviles, consagrada al único de destruir la tiranía que retrasaba la organización del país y endurecía el gobierno en las sangrientas manos de un déspota; y esta sola atención, que en él tenía el perfil de un apostolado patriótico, por su aureola de martirio, le vale como un manto de indulgencia que la posteridad agradecida conviniera en echar a su pasado.” Peña advierte que por fuerza se desentiende de Lavalle, “que queda a merced de los hilos de su error, preparando el advenimiento del tirano,” para internarse con Paz en el corazón de la República, listo a atacar a Quiroga, que no es por cierto “el monstruo que lo ha de devorar.” “Paz ha vencido fácilmente a Bustos en San Roque y ha complicado y distraído a Quiroga con anticipación en sucesos revolucionarios de Catamarca y Mendoza, que sofoca momentáneamente José Benito Villafañe y que le resultan desfavorables al final.” Acerca de la valoración de la figura de Bustos, Peña no comparte al concepto general esparcido en casi todos los libros que tratan estos tiempos, de que fuera la figura central en el cuadro de las provincias, la fuerza directriz de los sucesos y el superior, por tanto, de Quiroga. El error histórico, señala, “proviene de confundir los hombres con los lugares. Córdoba era el asiento de la cultura de la inteligencia en múltiples manifestaciones, a la vez que, por su posición geográfica, era el centro de la República. Dadle a Córdoba un ancho brazo de agua que la comunique con el mar y ese día priváis a Buenos Aires de todo privilegio, porque Córdoba estaría llamada a suplantarla hasta por haberla dotado la natura de mejor clima y hermosura. Por su posición, pues, por ser fábrica de ideas, por su origen, la política argentina de todos los momentos ha considerado a Córdoba un gran factor, y en más de un acontecimiento nacional de los últimos tiempos su peso ha decidido en la balanza general. Os afirmo que de haber nacido Facundo en la tierra de Bustos, la historia argentina registraría páginas distintas a las actuales, pues los acontecimientos se hubieran hecho sobre el protoplasma de aquella voluntad singular. Quiroga nace, se desarrolla, crece en un rincón de una provincia andina, aldea misérrima, bañada tan solo por un sol de Arabia; y aun así, parte agita, convulsiona.” Hay evidentes diferencias entre Bustos y Quiroga. El primero era “el cachorro pesadote y somnoliento que acomoda la cabeza sobre sus manos y parpadea el sueño plácido.” El segundo es “león de selva, despierto a toda hora, majestuoso y potente, que ora husmea en el abra silencioso, ora en la encrucijada hirsuta, ora en lo espeso del tupido matorral.” Y en términos de esclarecer el vínculo entre ellos dos, agrega Peñaque “Facundo tenía desprecio por Bustos. Esto explica la causa de que Paz encuentre separado a Quiroga de Bustos en San Roque y el por qué la batalla de La Tablada va a tener por única cabeza, único mando, al general Quiroga”. “La Tablada es, señores, tan grande como Chacabuco y Maipú. De un lado se divisa al guerrero matemático, que mueve las piezas de combate como pieza de ajedrez; soldado de la Europa, militar de la civilización, jefe-libro, puro cálculo. Del otro, todo entero, aparece el denuedo originario de la tierra, genial expresión de lo que fuimos en la hora del heroísmo primitivo, más fuerte que el acero, más rápido que el rayo, más arrebatador que el turbión que encrespa y alza las olas de los mares.” “La Tablada es un combate griego. No se cuentan sus jornadas por horas como todos los combates: ¡se cuenta por días! Tres días se mantuvo indecisa la victoria. ¡Tres días! Facundo es rechazado cuantas veces atropella con sus pelotones, que caen deshechos por la metralla o se dispersan, como las aves de una bandada herida, por los aires. Diezmado hasta la ruina, está ahí, lanza en mano, a la espalda de las tropas que retornan en vértigo. […] El campo ha quedado cubierto de cadáveres: son mil. Los clarines y las músicas y el estridente vocerío rompen al fin el terrible silencio que precediera el último combate. La victoria es del general Paz. […] ¡Asombraos, señores! Es Facundo, que ha sentido revolver su orgullo de león encadenado.” Paz dijo a todos, en rueda de capitanes de la batalla de La Tablada: “me he batido con tropas más aguerridas, más disciplinadas, más instruidas, ¡pero más valientes, jamás!” La batalla fue comentada en Europa, La revue de deux-mondes le consagró un estudio al general Paz. El cierre de esta conferencia mereció el lamento de Peña ante “el fusilamiento de veintitrés oficiales y ciento y tantos soldados ‘quintados’”. “¡Negra noche de dolor y de odio! Habéis abierto vuestras alas sobre el alma campesina de la patria. ¡Gauchos! ¡Ea! ¡He ahí como festejan sus glorias los guerreros de la civilización! ¿Dormís, paisanos?” La décima conferencia está dedicada al tema “Entre La Tablada y Oncativo”. Tras la derrota, Facundo se aleja de La Rioja durante su campaña en Córdoba. Mientras tanto, Don José Patricio del Moral “azuza los ánimos y da por extinguida toda influencia de Quiroga, festejando públicamente su derrota.” “¿Conque lo creían vencido y expresaban su esparcimiento en pública algazara? ¿Conque utilizarían la desgracia del caído para subvertirlo todo? ¡Ah, libertos! ¡Por primera vez va a hacer uso de su fama!” “Quiroga sabe que Paz va a enviar a La Madrid a gobernar La Rioja, y su primer mandato es que todo el vecindario se retire a Los Llanos, condiciendo consigo los ganados y granos; que se quemara todo lo que no pudiera conducirse y que se talasen los campos, viñas y heredades.” Ahora vemos a un Facundo desplegando mayor actividad y habilidad para rehacer el espíritu público, su prestigio y el equipo de su ejército, como antes nunca se había visto. Y aunado a esto, a Peña, tenaz, dilucidando tanto anécdotas como calumnias que le permitan delinear el “verdadero” Facundo, como ya nos lo señaló en conferencias anteriores. Esta vez saca a relucir un libro, posterior al Facundo, redactado por el señor Damián Hudson, Recuerdos históricos sobre la provincia de Cuyo. Este señor, miembro conspicuo del partido unitario pero metido al servicio de los federales de esos tiempos, fue amigo de Sarmiento. Peña confronta las versiones de Hudson y de Sarmiento sobre un mismo suceso. Resultan del cotejo dos versiones diferentes. Mientras que Sarmiento narra el paso de Facundo por Mendoza, como comerciante, preguntando cuánto da por la vida de dos prisioneros, Hudson relata que a la noticia de la llegada de Facundo, un prisionero perdió el juicio y el otro murió de la impresión que le causó. Efectivamente Quiroga abandona momentáneamente La Rioja y parte a la Provincia de Cuyo. Tal como lo escribe Hudson, el mal huésped que dio asilo a los prisioneros para que descansaran, también se ocupa de enloquecer ciudadanos unitarios o de matarlos con el anuncio del nombre de Facundo. Entonces, lo que se le ocurre a él hacer en Mendoza, es dar limosnas y dádivas entre las familias pobres. En cuanto a las contribuciones de guerra, las devuelve al regresar de sus campañas. “Quiroga se detiene a esta altura de las luchas sangrientas provocadas y ratificadas por el aplauso y el sostén de Buenos Aires y mira el cuadro desolador de las provincias. Se defiende de la guerra de injurias de que se ha sido preferentemente víctima y con el fuerte acento de quien no conoce la mentira ni la pusilanimidad, provoca a que se le cite ‘un solo acto’ en que él aparezca arrojando innobles desahogos contra algunos de sus encarnizados enemigos.” Mientras tanto en Buenos Aires ha declinado tan repentinamente la situación y el prestigio de Lavalle, que ya no queda ni sombra de aquél, su temerario dicho, de que desearía tener reunidos a “todos los gauchos de los caudillos provinciales para deshacerlos con quinientos de sus coraceros denodados. De sus errores y reveses ha resultado triunfante la personalidad de Rosas, que gobierna a través de la figura de Viamonte y con el auxilio de sus propios ministros García y Guido.” “Asistimos, pues, al nacimiento de la idea madre y aparente que ha de dividir el curso de estas dos corrientes vertiginosas que se llaman Rosas y Quiroga, ya que son las dos figuras que han de quedar en la escena, de las cuatro que hoy la ocupan. Las demás, como las anteriores, pasan rápidas: nunca mejor que entonces pudo compararse la vida pública a un cinematógrafo. ¿Dónde está Bustos, que ha poco aspiraba a manejar el timón de la corpulenta nave? Laxo, flojo, ha pasado con su generalato a la retaguardia de las fuerzas de Quiroga y ya su disco comienza a penetrar en la zona perdida donde muere el resplandor de las glorias fugitivas. ¿Dónde está La Madrid, que volteaba gobernaciones de provincia con el anca de su caballo? Sus vivas y vidalitas se han apagado ante la turba vencedora de Facundo. ¿Y sabéis algo, mirando corriente abajo, de aquellas figuras imponentes y graves que atravesaron con túnicas como si fueran de la Academia del Filósofo?” “¿Dónde están? ¿Qué queda de ellas?”, pregunta Peña. “El valor y el pensamiento, las dos fuerzas que ya os dije se disputaban la dirección de los negocios, entran, brillan, mueren en esta época excepcional de la formación interna de la patria.” “Desgraciadamente Paz y Quiroga eran dos vanidades tan inconmensurables como el concepto que ambos tenían de su valor y fuerza. Más por si acaso la conjunción de una y otra hubiera sido posible, Rosas se encarga de obstaculizarla con el consejo final dado a Facundo: de que no transara con el general Paz ‘sino a condición de que él y sus jefes saliesen del territorio de la República’.” Peña cierra esta conferencia con la siguiente metáfora: “el drama de la historia es como el drama artístico. Por entre el rodar de los sucesos, alcanzaréis a percibir siempre el Deux ex machina.” “En derrota” es la conferencia número once. Peña se ubica en la Batalla de Oncativo. “El general Paz consideraba decisiva la batalla que iba a librarse. Si favorable al general Quiroga, éste recuperaría con ese golpe de dados toda su fortuna política y militar, volviendo a enseñorearse de Tucumán al norte, y todo Cuyo; si favorable a él, habría desalojado para siempre al bravo caudillo de sus posiciones y echado los cimientos de su aspirada supremacía nacional.” Cualquiera que sea el criterio con que se estudien estas crónicas vamos a la verdad definitiva: queda en el ánimo una cierta dosis disgustante hacia la conducta del general Paz, que repita con Quiroga la acción que con Bustos en San Roque, o sea sorprender el adversario. Dícese que Quiroga estaba entretenido en festejos y despliegues de sus tropas en honor de los comisionados cuando fue asaltado por Paz en el paraje denominado Oncativo u Laguna Larga, veinte leguas de la ciudad de Córdoba.” Peña funda su acusación en el texto de las Memorias de Paz, pues Quiroga no accedió a suministrar informes ni prorrumpió en quejas en contra de su conducta. “Por este rasgo moral, que los enemigos reconocen en Facundo, puede verse su natural predisposición a no aceptar el aplauso para sí y la censura contra el adversario cuando es a condición de lo que él juzga una superchería.” “Decía que Facundo era tan notablemente arrogante que no cayó jamás en la inclinada pendiente por donde ruedan, según La Bruyère, los caracteres inferiores, desde la cual se agravia satíricamente, burlonamente a los ausentes.” La acción de Oncativo, señala Peña, “no me sabe a batalla. Por primera vez en la vida de Facundo hay algo así como cansancio de pelear.” “Nadie aceptó, pues, como derrota la batalla de Oncativo, sino el mismo general vencido.” Quiroga permanece en Buenos Aires, alojado en casa de su amigo don Braulio Costa, y allí también le acompaña su primogénito Ramón Quiroga, de quien nos dice el doctor López, don Vicente Fidel, su compañero de estudios, que por sus calidades positivas se sabía captar el cariño y aprecio de todos sus condiscípulos. En este mismo pasaje, es que agrega don Vicente: “Quiroga amaba y respetaba a su mujer. Amaba a sus hijos, de quienes se puede decir que fueron todos ellos excelentes y laboriosos ciudadanos los varones y excelentes madres de familia las mujeres.” Don Braulio Costa, citado varias veces por Peña, fue padre de don Eduardo y don Luis, casado con una nieta de Pueyrredón, que para 1906 aún vivía. Era un aristócrata en toda la acepción que esta palabra podría tener en aquella época más apegada entonces a la aristocracia verdadera por su reciente impresión del molde español. Usaba chaleco de raso a diario, describe Peña; era esbelto y fino como un lord. Caballero completísimo, su fortuna se extendía hasta en el Entre Ríos, donde poseía campos y ganados. Había sido el primer presidente del Crédito Público. Su casa era reunión de políticos y rentistas de nota. Se vuelve evidente la parcialidad de los escritores unitarios, advierte Peña: “sabed que cuando relatan las ejecuciones de Facundo en el campo de batalla las clasifican de crueldades de tigre.” Si las atrocidades de La Madrid, “que saborea el poder a lo rey Midas”, las hubiera cometido Quiroga, a esta hora un nuevo apóstrofe mancharía su memoria. “La revolución de Entre Ríos y la presencia de Quiroga en Buenos Aires determinan la celebración de acuerdos apremiantes y entre ellos, el primero, el Pacto Federal o tratado del litoral de 4 de enero de 1831, en concordancia perfecta con las ideas expresadas en la comunicación de un año atrás de Facundo a Paz; tratado que importaba la ratificación del celebrado en el Pilar en 1820, y en Santa Fe en 1822, y que algunos escritores consideran como expresión final, testamentaria de las provincias argentinas al morir envueltas en la tiranía.” Una vez ratificado el tratado del litoral, quedan al frente, por un lado, Paz como representante del sistema unitario; y del principio federal, López, Rosas y Quiroga. López quedó reconocido como general en jefe de las operaciones a ejecutarse; Quiroga debía reconquistar sus posiciones de Cuyo, y Balcarce comandar la reserva. Las primeras escaramuzas corrieron por parte de López, por intermedio de los hermanos Reinafé, “jefes montoneros, hijos de un irlandés Reinafé, de la época de las invasiones inglesas, que se tornaron y crecieron bajo la protección de don Estanislao, y con quien han de pasar envueltos en la tragedia de Barranco-Yaco, tumba de Facundo.” Por su parte, Facundo iba a reconquistar la gloria desde el fondo de la derrota. Peña finaliza esta conferencia, exclamando: “¡Ha mordido el polvo del vencido y siente hervir su sangre ante los desvaríos de La Madrid en La Rioja! Esta vez es decisivo y último su esfuerzo.” La siguiente conferencia es “La campaña de Cuyo”. “Facundo ha sobrellevado su desastre con visible dignidad, sin ceder un palmo al desconcierto que produce en nuestras facultades la derrota.” Tal como lo ilustró en la anterior conferencia, “huésped de un hombre distinguido, contrae en su hogar vinculaciones de amistad con personajes tan importantes como el general Alvear y otros también conspicuos, que le dan la clave de los complejos fenómenos políticos del momento.” Quiroga “no declina un ápice en su afán de que las provincias se organicen sobre la base de un gobierno federal. Hoy más que nunca este pensamiento se hace carne en el caudillo ante el desastre que Lavalle y su círculo han sufrido en Buenos Aires. Si los unitarios han sido desalojados de su plaza fuerte, no pueden aspirar a echar raíces en el interior, pues las provincias no han demostrado jamás su conformidad con la unidad ni sus intérpretes.” “Quiroga parte a San Juan personalmente para reforzar aquel improvisado ejército que le ha dado tres victorias en un mes, pues sabe que La Madrid lo espera a pie firme en Tucumán y no puede ni quiere retrasar mucho el encuentro. Tampoco quiere que López sea el vencedor de Paz. ¡Eso no! ¡Él ha de vengar en persona aquellas cuentas de La Tablada y Oncativo!, en parte comenzadas a cobrar con el desastre de tres jefes superiores de ese ejército, guerreros los tres que acaban de ser de la Independencia.” Una vez llegado a San Juan, “el alma de Facundo es sacudida en Mendoza por una emoción terrible,” al saber los despojos que La Madrid ha estado cometiendo, entre éstos, el asesinato del doctor Bustos, cuyo cadáver fue arrastrado por las calles. Facundo recibió una comunicación de muerte: “¡han asesinado a José Benito Villafañe, tomándolo dormido!”, el más leal de sus amigos. “Y con esta raya de sangre que cruza su visión, despavorido junta todos los demás accidentes: su esposa huyendo con sus hijos, camino de los Andes: su madre encadenada, sus tesoros saqueados, sus deudos afligidos, sus soldados humillados, sus amigos escarnecidos.” “¿Conque lo creían tan cobarde que no podría regresar a que le vieran la cabeza que el facón enemigo acariciaba? ¡Bueno, pues! —¡Comandante Bargas! Y el trueno va ondulante a todos los rincones del cuartel, estremeciendo como el eco mismo del cañón. ¡Qué momento terrible! ¿Quieren sangre? ¿Quieren horrores y crueldades? ¡Ah! la pena del Talión la saben desde niño sus ojos y su alma. “¡Navarro ha asesinado a Villafañe!, ruge —¡Pronto! ¡Ya! ¡Una compañía de tiradores! Pase usted por las armas a los prisioneros de Los Troncos. Cita de Hudson: “Caía la tarde de un domingo apacible como la agonía del cielo. Una, dos, tres descargas de fusilería dan aviso de que la orden de un hombre ha enviado a la eternidad un montón de vidas útiles. Veintiséis prisioneros son echados, colgantes, en cuatro carros del tráfico que llevan su carga al cementerio de la caridad.”146Al respecto, Sarmiento escribió: “Facundo decía que un solo remordimiento lo aquejaba: la muerte de los veintiséis fusilados en Mendoza.”147 Mientras tanto La Madrid espera a Quiroga en Tucumán, “animado del propósito de escarmentar para siempre al obstinado.” Quiroga enseña y mantiene su disciplina: “Soldados, dice, no hay otro punto de reunión que el campo de batalla. Allí nos debemos encontrar todos, ¡todos! de pie o caídos, ¡vencedores o muertos!”. Quiroga derrotó a La Madrid. La batalla de La Ciudadela, para Peña, “es de una innegable importancia. Militarmente, revelaba todo el provecho de las indicaciones de Alvear, en las tertulias de Costa, tanto más apreciable, cuanto que la base de las tropas de Facundo fueron soldados bisoños que llevó como plantel al interior; políticamente, era el broche que cerraba la contienda de seis años atrás, dejando triunfante, después de diez batallas inexorables y terribles, la forma federativa, marcada con torrentadas de sangre desde Coneta al Rincón, desde Río Cuarto a Córdoba.” Sin embargo, se lamenta Peña de lo más cruento que exigiría el federalismo: “el martirio de una tiranía que asombraba su disco en el horizonte tormentoso de esos días.” Esta conferencia se cierra con Peña advirtiendo acerca de una enseñanza determinante de actitud frente a la historia argentina, representada en Quiroga: “Cuando una aspiración, señores, soporta desde su engendro lágrimas, destierros, luto; cuando para triunfar, batalla con el denuedo de las inmolaciones, no penséis que es una aspiración informe y transitoria: ¡ella es la expresión de la voluntad de un pueblo y guarda en su fondo la realidad de sus destinos!” La antepenúltima conferencia trató sobre “la conquista del desierto en Buenos Aires”. “A la vez que la guerra civil desgarraba la entraña de la República, otro mal le devastaba por el 146 Citado en el libro, Recuerdos históricos sobre la provincia de Cuyo, página 335, de Damián Hudson (tomo II), mencionado ya en una conferencia anterior. 147 SARMIENTO, Domingo Faustino, Facundo, prólogo de Noe Jitrik, notas y cronología de Nora Dottori y Silvia Zanetti, Caracas, Ayacucho, núm. 12, 1977 [1845]. norte, por el sur y del lado de los Andes: los indios, reavivando el choque contra la conquista como dos siglos atrás. Los indios escucharon el tronar de la contienda intestina y se dieron la voz para caer a un tiempo sobre las poblaciones indefensas, fieros, como que los empujaba desde el fondo una represalia secular.” “Las provincias de Cuyo y hasta la ciudad de Mendoza se vieron amenazadas de una confederación de tribus, que obligó a una improvisada creación de fuerzas defensivas al mando de vecinos esforzados, que pagaron con su vida su denuedo.” Los preliminares de la conquista del desierto comienzan por la demanda que Rosas hace, en su carácter de gobernador legal de Buenos Aires, al enviar una buena carga de armamento, misma que Quiroga agradece. La conquista del desierto constituye para Peña, el cambio de pronto en el eje y en la dirección, pues Rosas, que terminaba en esos momentos su primer periodo de gobierno regular, comprendió que debía apoyarse en un acontecimiento sensacional como éste para imponerse de nuevo y para siempre en la conciencia de los hombres de su partido.” En cuanto a Quiroga, él lo adivino en seguida y asumió la actitud que le correspondía asumir, prestándose a coadyuvar a la expedición sin ponerse al frente de ella. En el corazón de estos trabajos de unión entre Facundo y Rosas, en tan complicados momentos, estuvo doña Encarnación Ezcurra, mujer napoleónica, nervio, fibra, fuerza, verdadera ninfa inspiradora de los planes de su esposo. Quiroga aceptó, más de nombre que en el sentido efectivo, el cargo de director en jefe de la expedición al desierto. Quiroga, ante el peligro de quedar en el retiro de cualquiera de las provincias de Cuyo, donde ningún atractivo podía retenerlo, se instaló en Buenos Aires con su familia. Adquiere “una propiedad, dota de los mejores maestros a sus hijos; los vincula a la mejor sociedad; casa a sus hijas con hombres distinguidos y entra de lleno en el juego de la política sobre la base de su popularidad, de su fortuna y de la gama extraordinaria, singular, de sus talentos, que lo presentan ahora como un hombre de salón, irreprochablemente puesto, franco en el decir, sincero en el pensar, patriota siempre y desenvuelto y honrado en el sentir” Seguido a esto, Peña cita al doctor Saldías: “La vida de la capital virreinal que lo ponía en contacto con la buena sociedad a que se incorporó desde luego; un fuerte apego a ese medio ambiente acariñador, al que se abandonaba con cierto candor infantil, como para resarcirse de todo el tiempo en que sugestiones dañinas lo mantuvieran alejado de ese centro del pensamiento y de la iniciativa argentinos; y la satisfacción íntima que encontraba al fin, en su hogar, donde sus hijos iluminaban días serenos para él, después de una existencia azarosa que arrostró, siempre con la lanza y a caballo, habían reformado los hábitos, los sentimientos y las ideas del general Juan Facundo Quiroga.” A todo aquel que lo hubiera visto, hacia fines de 1834, le habría parecido un rico hacendado de Buenos Aires retirado a la ciudad para cuidar de la educación de sus hijos y compartir con su familia y sus viejos amigos “las horas de expansión y de placer que se proporcionaba con sus rentas.” Lo que más podía llamar la atención es que buscaba “conexiones con los unitarios que se hallaban en Buenos Aires y que los argumentaba acerca de la necesidad de que contribuyesen a la organización nacional bajo el régimen federal, porque tal era la voluntad inquebrantable de los pueblos.” Del trabajo histórico del doctor López, extrae Peña una cita con la que da cuenta del giro de Quiroga con relación a la solución constitucional: “quizá porque veía amenazado su influjo por la evolución metropolitana que el poder personal de Rosas estaba realizando en Buenos Aires: sin que sea justo negar que por su fulgurosa fantasía y por su inclinación a lo grandioso, propia de su naturaleza agreste y primitiva, animada ahora por otros y más lúcidos horizontes, tuviera realmente propósitos más geniales y sinceramente orgánicos.” Peña pensaba que Quiroga “había avanzado demasiado en sus propósitos y trabajos por la consolidación de la República, sin duda porque lo impulsaba el remordimiento de haberla obstaculizado cuando la preparó Rivadavia, o porque no aparecería en la escena quien poseyera su capital positivo para llevarla a efecto.” Sin embargo, Quiroga se percata a raíz de la Revolución de los Restauradores (1833) de que Rosas está retrasando el momento de dar al país la Constitución soñada. Mientras tanto, él continúa frecuentando la alta sociedad porteña y vinculándose por grados con los hombres políticos que representaban el partido unitario o se mantenían ligados a la personalidad y al recuerdo de don Bernardino Rivadavia. Intimó con Alvear, trató a Alsina, a Guido. A todo esto, Peña agrega las dificultades que comenzaron a mostrarse ante los reclamos de Rosas para amoldarse a su servidumbre. En cuanto a Quiroga, podía haber una sensibilidad a alguna docilidad, en tanto se tratara de talento superior, “jamás a la del influjo despótico”. Peña finaliza esta conferencia con un presagio: “Quiroga era expresión informe, indefinida de un vago ideal político sin término ni medida; Rivadavia, un credo firme. Vedlos, ahora, próximos a unirse en la desgracia como aparecen posteriormente unidos sus espíritus en la Constitución que nos gobierna, Mas ¡ay! Que sobre aquellas dos figuras fulguraba en la sombra el ojo sagaz y desconfiado de Rosas, ya siniestro.” Nos aproximamos al cierre de esta serie de las conferencias de Peña. La penúltima de ellas trata, como es de esperarse, de “la misión al norte” que Rosas encomendó a Quiroga en su nombre. Una vez más, atinado es Peña en dar inicio a esta plática con el tema de la solución constitucional entre Rosas y Quiroga. Ciertamente que Rosas no contrariaba el propósito constitucional de Quiroga, sino que lo difería hasta el momento oportuno, y ese momento era hasta que todos se acostumbrasen “a la obediencia y al respeto de los gobiernos”, tal como había escrito en 1830. “Hasta tanto reparan sus males y calman sus pasiones”, había agregado en 1832. Para 1834, repite a Quiroga: “que tan luego como las provincias estuviesen en paz”. Previo a introducirnos en el discorde episodio suscitado entre las provincias de Tucumán y Salta, Peña cita el día en que Rosas dio aviso a Quiroga “de que sus enemigos del interior pensaban matarlo.” La reacción de Quiroga, que se consideraba desligado de las seducciones del vivir, no teniendo otro anhelo que el tantas veces enunciado de dejar constituida la República, desconcierta a Rosas, que creyó “que su golpe le daría vibraciones muy distintas.” Bajo estas circunstancias se produjo una de las tantas discordias entre el general Heredia y el general Latorre, gobernadores federales de Tucumán y Salta respectivamente. Heredia pretendía poner a su hermano Felipe al frente de Salta con el objeto de aumentar su poderío; Latorre se aprestó a la defensa rápidamente. Jujuy, dependiente de Salta, buscó aprovechar la rencilla para plantear su separación o independencia. El doctor Maza, a nombre del gobierno de Buenos Aires, encargado de las funciones tutelares de toda la Nación, ofrece a Quiroga el cargo de mediador en esta contienda de gobernadores amigos. ¿Por qué no iría Rosas?, pregunta Peña. “Harto sobrado en el pleito local para que el de provincias tan distantes pudiera preocupar a aquel político. Para el mes de diciembre de 1834 se recibieron nuevas notas que anunciaban que Fazio, gobernador de Jujuy, y Heredia estaban decididos a arrancar por las armas la renuncia de Latorre. Peña reflexiona acerca de la importancia que se le dio a este hecho antes y después de la tragedia de Barranca- Yaco. Antes, no se creyó necesario ni dar aviso a la Sala para la confirmación del comisionado y el pedido de fondos consiguientes, requisito que se llenó hasta febrero 17 del año siguiente. De haber sido después, se hacía ver de aquella misión confiada al general Quiroga hasta la felicidad de la República, como “que esa alteración de la paz resultaba uno de sus augurios previstos por el Restaurador de las Leyes en sus renuncias sibilinas.” Los hechos fueron que la alteración tucumana, ayudada por Latorre, no tuvo la suficiente difusión. José M. Laciar le escribió a Alberdi: “Yo espero que tú me dirás cómo ha sido esa revolución, que se ha querido tramar en ésa, pues aquí estamos impuestos superficialmente”. Meses después se suscitó otro choque armado, pero en Catamarca, el cual pasó menos desapercibido para los hombres del gobierno de Buenos Aires. ¿Por qué aceptó Quiroga esa misión, entonces? Para Peña existen tres razones: la vanidad, la asfixia que Buenos Aires a veces le provocaba y su idea de lograr la organización política de la República. Al recibir Quiroga la proposición de Maza, pidió previamente una entrevista con Rosas. En este hecho se detiene Peña con el fin de aclarar lo que ha generalizado un error, aun en los prolijos escritos de los doctores López y Saldías. Según Reyes, hubo una entrevista en la Estancia del Pino y otra más en Flores. Aquí afirma el doctor López que “Maza pretendió excusar a Rosas”, pero que éste tuvo que ceder ante la insistencia formal de Quiroga. Quiroga le escribió a Rosas el 14 de diciembre y al día siguiente, Rosas le respondió que le parecía bien que se encontraran, considerando aquel viaje “urgentemente necesario” si su salud se lo permitía. Y agregó: “Más, como convendría que antes hablásemos algo y como además deseo despedirme de usted y acompañarlo un poco, espero se servirá avisarme con tiempo cuál será el día de su salida para esperarlo en Flores, en la quinta de mi compañero Terrero…” Peña agrega a esto: “Es Rosas, pues, quien solicita y facilita la entrevista. Quiroga se había limitado a pedirle su opinión ‘con franqueza’, acerca de su misión”. La reunión se llevó efectivamente a cabo en Flores pero se desconoce lo que ahí se habló debido a que Peña ningún papel halló que le diera claves acerca de los pensamientos ahí vertidos. Peña se vale pues del doctor Saldías, que debe sus informes al señor Máximo Terrero, quien se encontraba en la quinta de su padre, y al señor Antonino Reyes, oficial de la secretaría de Rosas. La discusión se llevó a cabo entre Maza, Rosas, Terrero y Quiroga en torno a la actitud que debiera tomar el comisionado si Heredia y Latorre se rehusaran a un arreglo, conviniéndose en que el gobernador de Buenos Aires comunicara a los del tránsito la misión del general Quiroga, pidiendo a la vez le facilitasen los medios de transporte. Los gobernadores del tránsito eran precisamente López, de Santa Fe, y los Reinafé, de Córdoba, los enemistados con Quiroga, aunque aparentemente se guardaban las consideraciones oficiales y personales que son fáciles a los hombres cultos… y a los hombres falsos, explica Peña. Estas conferencias duraron dos días, en los que se redactaron documentos oficiales relativos a la misión, mismos que se hallaron en el equipaje de Quiroga y en el de su secretario, el doctor José Santos Ortiz. El día 16 salió un chasque a Santiago con comunicaciones del gobernador Maza, de Rosas y de Quiroga, entregadas al correo Carlos Gámez, en diciembre 27. En la madrugada del 19 de diciembre (no del 17, corrige lo dicho por el doctor Saldías) emprendió el viaje Quiroga, acompañado por el doctor Ortiz. Todavía Rosas se encontró con Quiroga en la plaza de Flores, y se trasladaron a su galera particular en Luján. Continuaron su viaje y se detuvieron a inmediaciones en San Antonio de Areco, parando en la estancia de Figueroa. En este punto tuvieron la última entrevista, en la que Rosas promete a Quiroga hacerle llegar con un chasque la carta que ha de demostrar su mutuo acuerdo. El historiador Saldías señala que es en este momento cuando Rosas le reitera el ofrecimiento de una escolta, que, según Terrero, le había ofrecido antes en Flores: “tenga cuidado, no vaya Ud. A ser envuelto en esas cosas y le jueguen nuestros enemigos una mala pasada.” Estas palabras, según Peña, pueden ser interpretadas bajo distintos criterios, ya sea como un cordial aviso de amistad para quienes no imputan a Rosas la muerte de Quiroga; o como distracción a la propia víctima al señalar como “nuestros enemigos” a los unitarios. La carta ofrecida en el momento del adiós debía ser congruente con lo hablado en las conferencias de Flores y en las largas horas del camino a Areco. Con relación a conflicto de Heredia y Latorre no hay duda alguna. Pero, ¿qué se dijo, a que conclusión se arribó sobre la organización nacional en esas célebres últimas entrevistas sostenidas entre estas dos figuras que reconcentraban en esa hora la mayor suma de fuerza y ambición? Debióse, advierte Peña, tocar necesariamente el punto de dar al país un gobierno general. Tal como fue comprobado después, Quiroga debió ser asesinado en el monte de San Pedro, departamento de Tulumba. Peña explica que le faltó “valor al individuo encargado por los mismos Reinafé de perpetrar esta muerte.” Quiroga llegó a Pitambalá y Carlos Gámez entrega a Quiroga la carta de Ibarra que informa que “el choque de Latorre con fuerzas de Jujuy ha tenido lugar, cayendo prisionero el gobernador de Salta. Las fuerzas de Heredia no han terciado.” En este punto Quiroga dirige su primera comunicación a Rosas. Esto se conoce por la comunicación privada del doctor don José Santos Ortiz. Está fechada en Santiago del Estero, el 15 de enero de 1835, y se puede leer en La Gaceta del 31 de marzo de ese año. La carta buscada, Peña la pudo conseguir gracias al valioso archivo de Quiroga, que para los años de estas conferencias le fue puesto a su disposición con mayor liberalidad por sus nietos los señores Alfredo Demarchi y Eduardo Gaffarot. Allí, Peña afianzo sus “nociones sobre la difícil época revolucionaria, esbozadas en estas conferencias de 1903, tocando el pasado y sus pasiones a través de copiosas piezas que empiezan en 1816 y acaban en 1839. Esta carta fue devuelta a la viuda del general Quiroga en la distribución que hiciera el mismo Rosas, ya como gobernador, en diciembre de 1835. La rúbrica que lleva al pie corresponde al escribano mayor de gobierno, don José Ramón de Basavilbaso. De esta carta se desprende que la carta fechada por Rosas en Areco a 20 de diciembre del año pasado aun no había llegado a manos de Quiroga. Uno de los puntos que Peña destaca de la carta que Quiroga envió a Rosas son los argumentos que saca el general Quiroga para hacer ver que los dos gobiernos están con “nosotros”, “la ninguna predisposición que por su parte manifiestan los pueblos por constituirse, ‘cuando por otra no se oye otra voz que la de Constitución’”. Sobre la tan esperada carta de Rosas, mucho se ha aseverado que ésta fue dada a conocer recién en 1851, siendo publicada por el mismo Rosas en El Archivo Americano y en La Gaceta Mercantil de ese año. Esto lo afirman Saldías, López y Mármol. Pero Peña corrige el dato al decir que la carta ya había sido publicada antes de la fecha del pronunciamiento de Urquiza, pues en 1839 Alberdi la transcribió y comentó en varios artículos de El Nacional, que redactaba en ese entonces en Montevideo. Este dato, aclara Peña, deshace la insinuación del doctor López, de que la carta fue rehecha por don Pedro de Ángelis en 1851. Esto se lo debe Peña al editor de las obras de Alberdi, don Francisco Cruz, que es el primero en haberlo corroborado en la página 709 del tomo XIII de sus Escritos póstumos, tomada la nota editorial de la glosa de Alberdi y la carta de Rosas del número 124 de El Nacional, de Montevideo, de abril 18 de 1839. Posteriormente la carta apareció en varios periódicos contrarios a Rosas. El original de este interesante documento que abre, según Peña, “el pensamiento institucional de Rosas, que lo muestra en toda su capacidad de hombre de gobierno”, estaba en manos del doctor Saldías, publicada fotográficamente en su valiosa colección de Papeles de Rosas, entregas 9 y 10. Al pie de la foto, el doctor Saldías escribió: Esta carta, rubricada por el juez de la causa criminal seguida a los Reinafé y Santos Pérez, ‘llevábala consigo el general Quiroga cuando fue asesinado en Barranco-Yaco’. La mancha que se ve en el papel es la sangre de Quiroga, la cual con el tiempo ha tomado un color terroso. Terminada la causa con el fusilamiento de aquéllos, Rosas recuperó la carta y la pasó en depósito al ministro de S.M.B. Mr. Mandeville, quien la conservó hasta últimos del año de 1839… Peña prosigue con los detalles de la residencia de Quiroga en Santiago del Estero. Heredia permaneció en Santiago desde el 6 de enero. Incorporáronse también al grupo de Quiroga, Ibarra y Heredia, don Juan Antonio Moldes, ministro del nuevo gobernador de Salta, y el general don José Antonio Fernández Cornejo. “¿Qué asuntos se ventilaron en aquella rueda de gente experta e informada?”, pregunta Peña. Desde luego, los temas inherentes a la misión de paz del general Quiroga. “También se arribó a un plan para cerrar el camino a la supremacía de Rosas, ya evidente. ¿De dónde lo deduzco? No tan sólo de los antecedentes personalísimos, ya expuestos, de Quiroga, y de su ascendiente sobre Ibarra; no tan solo de las condiciones elevadas de Heredia, hombre de cultura y de brillante foja como militar del Ejército Nacional y miembro de Congresos ilustres como el de 1828. Peña reproduce de la autobiografía de Alberdi, el siguiente pasaje elocuente: De regreso (Quiroga) de su misión, como es sabido, fue asesinado en Barranco-Yaco, lugar de la provincia de Córdoba. Con ocasión de ese fin trágico, me escribió el general Heredia lamentándolo por haber perecido con él los más hermosos y grandes proyectos. Yo supuse que los habían acordado juntos antes de regresar a Buenos Aires. Nunca los conocí de un modo positivo, pues poco después fue asesinado Heredia. Yo he maliciado que se referían a planes y proyectos de la Constitución de la República… (Escritos póstumos, tomo XV, página 205). Se había facultado al gobierno de Tucumán a dirigirse en nombre de los tres, a los demás gobiernos de la República para que se adhirieran al presente tratado, al bien nacional, debiendo comunicar el resultado oportunamente. Este tratado fue conocido por Rosas después del asesinato de Quiroga, naturalmente, apenas lo leyó, lo desaprobó. Pocos días antes de la tragedia, “Quiroga recibe un anónimo de Córdoba avisándole que los Reinafé se preparan para matarlo. Ya lo sabe. El gobernador Navarro le da el mismo alerta desde Catamarca. Ya lo sabe. Es cierto que vacila entre dirigirse a Cuyo, donde Yanzón, Molina y Rincón, sus protegidos lo esperan. Pero un hecho súbito lo decide a regresar, a volver a Buenos Aires. ¡Pronto! ¡Acaba de llegar un chasque, mediados de febrero, con la carta de Rosas! Fechada en 20 de diciembre del año pasado en la estancia de Figueroa. —¿Cuándo salió usted de Buenos Aires? —Hace diez días, señor. —¿Qué pasa? La carta de Rosas es extensa, muy extensa, pero él se la devora a la luz de las llamaradas de sus ojos. ¡Ah! ¡Aquella carta es una perfidia!” A continuación transcribo los párrafos que cierran la penúltima conferencia de Peña: Nada ni nadie detiene a Quiroga un solo instante; ni su terrible reumatismo, que aprieta y muerde como tenazas sus huesos enfermos, ni el aviso repetido de que los Reinafé lo esperan para asesinarlo. Quiroga viaja con un voluminoso archivo. En un baúl de madera tachonada de refuerzos metálicos guarda su papelería y su dinero; pero esta nota va con él, necesita llevarla sobre su pecho y repasarla en el camino, repasarla, repasarla. Por eso una mancha de sangre le pone el rojo que de entonces distingue cuanto procede de Rosas. Fue hallada en la chaqueta de alamares que desprendiera uno por uno Santos Pérez. ¡Sangre del pobre viejo Duncan: si vivisteis en la piel de Lady Macbeth, ésta os imita! La sangre de Quiroga ha salvado tiempos y distancias enormes. ¡Aún existe adherida a los tejidos del papel que contiene el pensamiento político de Rosas! Hemos llegado así, a la última de las conferencias, “Barranco-Yaco”, dedicada, no tanto a los hechos materiales que se refieren a la muerte del general Quiroga por ser ya muy conocidos y fáciles de afirmar, ni, tampoco, a quiénes fueron sus ejecutores y cómplices, sino a tratar la participación de Rosas en esa muerte, y en caso cierto, su grado de culpabilidad. Para ello se propone Peña presentar un resumen brevísimo de las opiniones que él conoce acerca de este punto y enunciar la de él “cuan desvalida es”. El tratado del 6 de febrero de 1835, que puso fin a la misión del general Quiroga, habría sido desaprobado tan pronto hubiera arribado a Buenos Aires, por estar suscripto también por un gobierno unitario como se presumía el de Salta. “La demorada ruptura de estos caracteres antagónicos iba a producirse de un modo u otro.” “La tragedia nos llama.” Convaleciente de su último ataque, demacrado de rostro, sacudido el ánimo por esas voces interiores precursoras de catástrofes, Quiroga se pone en viaje con su amigo el doctor don Ortiz y el correo Marín. Parten de Santiago, “donde tanto se empeña Ibarra por acrecentar sus demostraciones de lealtad hacia Quiroga.” “¿Por qué no le admite una buena escolta? Quiroga es demasiado soberbio para demostrar a nadie que teme.” “Ha resuelto sus dificultades cara a cara y siempre en el camino leal.” En el camino alertan al doctor don Ortiz de no entrar a Córdoba y traen un caballo listo. La partida de los Reinafé está preparada. Quiroga se pasea silencioso, “echando su ojo por la vega montuosa.” El doctor Ortiz se le acerca: —luego, ¿es cierto? Quiroga no cree que puedan los Reinafé atreverse a asesinarlo por el peso que para ese entonces representaba. —¿Rosas, pues? “¿Quién sino Rosas? A la magnitud del hecho corresponde el tamaño del autor y viceversa.” ¡Sólo Rosas puede mandar asesinar al general Quiroga!, arguye Peña. La galera continúa su camino. Tras el largo viaje de ese día, “Quiroga desciende trabajado por el largo viaje que lo ha tomado débil, dolorido, enfermo; su asistente le prepara la cama, se envuelve en su manta y acepta, a instancias, cualquier alimento.” ¿Piensa? ¿Siente? El general va a descansar. Mientras tanto el doctor Ortiz no duerme y nuevamente le comunican los rumores, esta vez, el maestro de la posta. El doctor Ortiz decide despertar al general Quiroga. Él lo calma, no es hora de retroceder. Al apagarse el brillo de las estrellas, Quiroga ordena que se aliste la galera. Cruzan y cruzan regiones. “El correo José María Luejes se ha incorporado. El otro correo, Agustín Marín, marcha atrás de la galera con el peón del doctor Ortiz. Doblan por la curva de Sinsacate y bajan después, a paso regular, por el recodo del camino, apretado por laderas de matorral espeso que hacen encantador, pero siniestro el sitio, propio para emboscadas. ¿Será allí? ¡Alto! Grita la voz gruesa y firme de Santos Pérez. Quiroga asoma la cabeza. Cae el primer asaltante. “¿Qué significa esto?”, pregunta Quiroga. “Pues esto, contesta Santos Pérez descerrajando su pistola.” “La bala entra por el ojo izquierdo de Quiroga y da con él en fondo de la galera.” Nadie escapó, con excepción del correo Marín y del asistente de Ortiz, que se salvaron, porque al oír las detonaciones se desviaron en precipitada fuga hacia el este. Los asaltantes desjarretaron caballos, mataron, degollaron. Hasta aquí los pormenores de crónica, para dar paso a lo principal del propósito de Peña. Apenas llegó la noticia del asesinato de Quiroga, los gobiernos que eran adictos al caudillo exigieron un castigo ejemplar, señalando desde el primer momento a los Reinafé como los autores del “nefando hecho”. Los unitarios aprovecharon para atizar el viejo encono desde Bolivia, Chile y Montevideo. En Córdoba, San Juan, Tucumán, Santiago, en los círculos de Rosas, La Rioja, San Luis, Salta, se señalaba a los Reinafé como los autores del crimen. Los Reinafé intentaron señalar a Ibarra como el autor del hecho. Por su parte, Rosas temía que el asesinato hubiera sido obra de los unitarios. La infeliz viuda despachaba chasques en todas direcciones. “De pronto, por esas extrañas, clarividencias colectivas, todas las conciencias se pusieron tácitamente de acuerdo: era Rosas. ¡Rosas, el verdadero autor de la muerte de Quiroga! Y un trueno sórdido se dilató de Tucumán a La Rioja, a San Juan, a Mendoza, a San Luis, a todas partes, ¡Rosas!” Rosas determinó salir de su escondrijo, “donde su actuación convertía a Maza en instrumento muy vulgar, y hacerse cargo del gobierno”. Le pudo la muerte de Quiroga, esto es, “el bramido de las olas encrespadas de todo el interior, que podrían volcarse sobre Buenos Aires en la más formidable de las guerras civiles.” Ante esto asumió el mando pidiendo previamente las facultades extraordinarias en forma más tenaz. Decide aplacar la tempestad convirtiéndose en el vengador del general Quiroga y sacrificando a los Reinafé. A este punto Peña regresa después. A continuación, expone algunas de sus opiniones con las siguientes referencias. La primera de ellas es la pronunciación de Urquiza en 1851 en contra de la prolongación de Rosas en el Gobierno nacional. Ahí, con motivo de la publicación que Rosas hiciera de su carta al general Quiroga, Urquiza se expresó así: “A mí no me ha de mandar asesinar, como al general Quiroga, por el delito de querer también organizar la República.” Urquiza invitó al hijo del general Quiroga, don Facundo Quiroga, a trasladarse a la Concepción del Uruguay “para ponerlo en posesión ‘de las pruebas’ que delataban a Rosas como autor de la resolución de matar a su padre.” La siguiente referencia es de don Valentín Alsina, en sus Notas a Sarmiento, que en 1839 hizo una publicación en Montevideo en donde revela que hasta su suegro, el doctor Maza, se había distanciado de Rosas, “probando que fue Rosas quien asesinó a Quiroga.” José Rivera Indarte, en quien se apoya Saldías, señala a Rosas como el autor principal, a través de un francés llamado Coret, que tenía relaciones en Córdoba con el doctor don Calixto María González, consejero del gobernador Reinafé, que aconsejara a éste de matar a Quiroga a su tránsito por Tucumán, “porque en su muerte ganaría mucho la Confederación y él se aseguraría en el gobierno de Córdoba”. Joaquín V. González, quien ha estudiado de cerca, pero parcialmente, la figura de Quiroga, señala que si bien está abierta la pregunta, lo cierto es que, muerto su rival, el poder de Rosas no tiene límites y se extiende sobre todo el país. El misterio estaba así develado “porque hay en la naturaleza de aquel dualismo la luz que lo ilumina. Rosas asesina a Facundo para afianzar la férrea unidad que consolida con el degüello y el incendio.” Mansilla reproduce en Rosas, “con su alma trabada por la duda”, el anónimo dirigido a su padre en 1837, desde Santa Fe, en el que se le dice que su cuñado Rosas le prepara otro Barranca-Yaco. También cuenta que su tío don Juan Manuel acostumbraba obsequiar tres cosas a los sobrinos que iban a saludarlo los sábados: un peso fuerte (plata blanca), una docena de divisas coloradas y una litografía con el retrato de Quiroga acompañado de estas palabras: “Tome este retrato, sobrino; es de un amigo que los salvajes unitarios dicen que yo he mandado matar.” Zinny reconoce que la creencia general condena a Rosas; pero su en su opinión éste no tuvo participación alguna, argumentando el hecho de que Rosas ofreció una escolta a Quiroga por tener “el convencimiento” de que estaba en peligro su vida. Un hijo de Ibarra afirma haber encontrado entre los papeles de su padre la prueba inequívoca de que fue López quien mandó matar a Quiroga, y se pregunta si Rosas fue ajeno al crimen. Esa cuestión, dice, es inaveriguable. Según Mariano A. Pelliza, la muerte de Quiroga fue para Rosas un hecho fuera de toda previsión. Lassaga se limita a establecer que no existen documentos que comprueben la participación de López. Saldías pasa en revista los fundamentos más serios en favor de la inculpabilidad de Rosas, para pensar que puede afirmar que ese asesinato fue una obra preparada por don Estanislao López y su ministro don Domingo Cullen, de acuerdo con los cuatro Reinafé. Sarmiento ha dado base también a Saldías para que Rosas fuera acogido en el tribunal de la duda, pero, tras la publicación de Facundo, no vacila en afirmar que fue Rosas quien lo mandó matar. Don Vicente Fidel López, por último, en su Manual de Historia (su obra capital no llega hasta esa fecha), hace un escudriñamiento minucioso del proceso que remata con la muerte de Quiroga, llegando a la conclusión de que si don Estanislao López la autorizó bajo la sugestión diabólica de su ministro Cullen, y los Reinafé la ejecutaron, Rosas fue quien les proporcionó, con todo conocimiento, la “ocasión segura” de llevarlo a cabo. Para Peña, Rosas es el autor del asesinato de Quiroga, argumenta: “me lo dice la revelación cruel del personaje sin túnica, sin máscara, apenas desaparece Quiroga de la escena; el drama de Maza, de pocos años después, la ejecución de Camila, el fusilamiento de Cullen, las tablas de sangre del déspota impasible y pavorosa, desvelan su alma trágica en toda su satánica y fácil preparación para eliminar de la vida los obstáculos. Medid, comparad el Rosas que gobierna antes con el Rosas que gobierna después de la muerte de Quiroga. ¿Creéis por ventura que a vivir éste se hubiera dejado tan de lado el Tratado del Cuadrilátero de 1831?” “Si no muere el año 35, a los 47 de edad, Quiroga habría llegado a fundar la organización de la República (V. F. López).” Peña finaliza la serie de sus conferencias con los siguientes enunciados, leamos con atención: ¡Sombra ensangrentada! No has sido entonces el mito aterrador que el nombre de Facundo evoca. Fuiste el general Juan Facundo Quiroga, nervio, centro, fuerza, pensamiento y acción representativos de esas entidades humildes, candorosas y lozanas que se llaman las provincias, en la hora crepuscular de su incorporación a este núcleo incontrastable que formara la patria. Representas en germen un ideal que unido al del vasto laboreo, da origen después a la organización de que hoy gozamos. Yo no te exalto: te defiendo de la pasión tormentosa que ha cubierto tu recuerdo con un tendal de crímenes, y te señalo a la luz de la verdad histórica como expresión de una edad que elaboró el destino de esta Nación que aún tiene en su naturaleza agreste tu mismo sello personal y portentoso. Y en cuanto a aquel que tanto daño te hizo, escucha y sabe ¡oh Facundo! Que algo como una vindicación suprema, última, nació de la propia pluma que hiriera. Es Sarmiento quien, hablando de su sangre y de la tuya, nos lega este desahogo: “¡Nuestras sangres son afines!” (Obras, tomo XLVI). Vemos como aparece el “grande hombre” de Cousin en estas líneas que Peña cita Sarmiento al referirse a la figura de Facundo, representante más o menos cabal que en todo gran pueblo se suscita.148 Bajo reserva del parentesco que existe entre Sarmiento y Facundo, cuándo Sarmiento advierte sobre la afinidad de sus sangres, simbólicamente podemos vincularlo con la interpretación tan perspicaz que hace Martínez Estrada en Radiografía de la pampa, al señalar que detrás del frac se halla también el chiripá. Siguiendo este razonamiento, A Sarmiento no le es ajena la barbarie. Él también proviene de ahí. Estar provistos de la civilización supone un proceso mucho más complejo que el trazado por los inciales constructores de la nación argentina. 148 Véase ORGAZ, Raúl A., Sarmiento y el naturalismo histórico, Córdoba, Imprenta Argentina, 1940, p. 49. Como ya lo mencionamos, Peña cierra su última conferencia con estas líneas, condenando la figura de Rosas a lo largo de sus otras conferencias y reivindicando a Facundo, a diferencia de lo que hizo Sarmiento. Mientras que Sarmiento ubica tanto a Rosas como a Facundo en la barbarie. Peña traza un camino diferente historiográficamente en su apreciación por Facundo. En este sentido ubicamos la labor de Peña como precursora del revisionismo histórico, camino al que se sumará Taborda años después en el cumplimiento del primer centenario del asesinato de Quiroga. Es de llamar la atención que si bien no existe alguna referencia explícita que Taborda sobre Peña en los años en que fueron dictadas sus conferencias, sí podemos creer posible que él estuvo al tanto de la hazaña histórica que Peña llevó a cabo en la Facultad de Filosofía y Letras. No debemos pasar de largo que en el teatro, tanto Peña como Taborda, en periodos distintos, tuvieron gran incidencia en cuanto a la expresión de ideas poco generalizadas y consensuadas. El arte dramático representaba un modo de expresar la doxa política de aquellos tiempos. Por esto resulta fácil pensar que Taborda supo de los dramas o de más obras de Peña. En 1935, la referencia a las conferencias sobre Quiroga es explícita, reconociéndole el carácter reivindicativo con el que rescata la figura del vilipendiado caudillo riojano. 4.2.3 Los compadres y gauchos de Eduardo Gaffarot (1905) Nieto del general Juan Facundo Quiroga, Eduardo Gaffarot Quiroga fue hijo de Jesusa Quiroga Fernández y de José Gaffarot.149 Nació en Buenos Aires, en 1876. Se desconoce la fecha de su muerte. Existió otro nieto de Facundo Quiroga, el ingeniero Alfredo Demarchi Quiroga,150 hijo de Antonio Demarchi Trezzini y Mercedes Quiroga Fernández, la otra hija del general Quiroga. Bajo su resguardo estuvo el archivo de su abuelo. 149 Juan Facundo Quiroga Argañaraz (1788-1835) se casó con Dolores Fernández en 1817. Ellos tuvieron cinco hijos: Juan Ramón (1817-1869), Jesusa, Juan Facundo (1819-1881), Mercedes (1827-1868) y José Norberto (?- 1862). Jesusa Quiroga se casó con Eduardo Gaffarot (1876- ?), tuvieron un hijo, Eduardo. Mercedes Quiroga se casó con Antonio Demarchi Trezzini (?, Italia-1879, Suiza) y tuvieron a Oscar, Arturo y Alfredo (1857-1937). Cf. genealogiafamiliar.net 150 Desempeñó una destacada trayectoria científica, política y social. Fue miembro del Partido Radical. Fue vicegobernador de la Provincia de Buenos Aires y Ministro de Agricultura de la Nación. Es el nombre de una localidad del centro de la Provincia de Buenos Aires, perteneciente al partido de Nueve de Julio. Alfredo Demarchi compró las tierras de esa zona a Carlos Salas. Al paso de unos años el ferrocarril proyecta la extensión de la línea ferroviaria del oeste, desde Bragado (Provincia de Buenos Aires) hasta General Pico (Provincia La Pampa). Para llevar a cabo tal proyecto solicita a los dueños de los campos la donación de los terrenos en el trayecto donde pasarían las vías, poniendo los nombres de los donantes a las estaciones ferroviarias respectivas. Alfredo Demarchi solicita que la estación que se creara en sus terrenos, en lugar de llevar su nombre, se la Dos años después de haberse llevado a cabo la serie de conferencias de David Peña, en 1905, salió a la luz una publicación, bajo el título de Civilización y barbarie o sea Compadres y gauchos,151 en cuya portadilla se advierte que el autor, el doctor Eduardo Gaffarot, es nieto de Quiroga. Esta aclaración desautoriza pensar este escrito como la natural protesta de argentino. Sin más preámbulos el epígrafe está dedicado a Sarmiento: Retrato del insigne y nunca bien ponderado D. F. Sarmiento.- Profesor de viajes, aprendiz de literato y misionero provincial para servir de estorbo á la educación primaria seguido de un soneto compuesto por J. M. Villergas: Este escritor de pega y de barullo Que delira, traduce y no hace nada, Subir quiere del Genio á la morada De sus propias lisonjas al arrullo. Fáltale ciencia pero tiene orgullo, La paz le ofende y la virtud le enfada, Es ciego admirador de Torquemada Y enemigo mortal de Pero Grullo. Tal en resúmen es mi pensamiento, Acerca de este autor que lleva el nombre, O apellido, ó apodo de Sarmiento. Nada hay en el que agrade o que asombre: Carece de instrucción y de talento; en todo lo demás es un gran hombre" J.M. Villergas El libro de Gaffarot Quiroga tuvo como objetivo hacer “un alegato demostrativo de lo contrario de aquello que el autor de Facundo se propone persuadir”. Gaffarot, al referirse a Sarmiento, se ocupó del joven provinciano autor de Facundo, “aquel que los pueblos conocían bajo el apodo de ‘el loco Sarmiento’”. Sobre el Exmo. Señor presidente de la República, general D. Domingo Faustino Sarmiento no emite opinión porque “ése” no le interesa, y todo aquello que vino después, “cuando la convivencia con la gente culta del extranjero le hubo ilustrado, y los Varela, los Mansilla y otros, le hubieron elegido.” Para Gaffarot, el loco Sarmiento no se parece al viejo Sarmiento. designara el nombre de su abuelo Facundo Quiroga a modo de homenaje; así también, las calles de la localidad tienen los nombres de sucesos históricos relacionados con la vida del caudillo riojano. 151 Véase GAFFAROT, Eduardo, Civilización y barbarie o sea Compadres y gauchos, Buenos Aires, Imp. Europea de M. A. Rosas, 1905. Desde las primeras líneas, Gaffarot advierte estar consciente de exponerse “a las iras y a los ladridos de los cuzcos o feligreses de la diosa Rutina, al escribir la presente crítica de la obra maestra de Sarmiento.” Da por sentado que le tienen sin cuidado las diatribas, los diplomas y alabanzas: éstas “no aumentan la substancia cortical del cerebro”, y aquéllas, “no disminuyen la que cada cual recibió en dote.” “Las sociedades de ayuda y admiración mutuas no me cuentan de accionista.” La crítica, la desarrolla al mismo bajo nivel de la obra que comenta. Él aclara que se limitará al capítulo en que Sarmiento trata la muerte de Quiroga, pues el resto le parece “fastidioso”. A lo largo del libro vemos que la tarea le resulta difícil de llevar a cabo. Así lo demuestra, por citar un ejemplo, la “solfa preliminar”, una suerte de fe de erratas, que pudieran ser disculpables, señala el autor, en quien escribiera sin pretensiones literarias, incluso en las primeras ediciones, pero inadmisible en la cuarta edición después de infinitas expurgaciones (p. 23). Una de las primeras denuncias que se hace al Facundo es que ha devenido texto sagrado que se enseña en las escuelas, “como una gloria patria”, que “posee más fuerza que la dinamita”, provocando “una tiranía con cimientos de 20 años.” Hay en el libro de Sarmiento “faltas de lógica que comete el autor a cada paso; sus evidentes contradicciones, sus palmarios e inconscientes confesiones; sus incoherencias en las ideas, así como en su exposición y desarrollo; la pedantería que campea en toda la obra; y por último, la ausencia de un basamento científico, de educación clásica, que se revelan por grietaduras y derrumbes aplastadores, tal como aquello de comparar la frenología con la anatomía, para hallar semejanzas entre individuos de la raza humana y los de otras especies animales.” Para Gaffarot existen explicaciones a tales entusiasmos. “La audacia desmedida del autor de Facundo, la cínica desfachatez para mentir que le caracteriza, le hizo formar en la obra una proposición que, de ser exacta, quedaría justificada la actitud bastante sospechosa de los unitarios en lo tocante a manejos con el extranjero.” De aquí nace, según Gaffarot, “el desmedido afán de enaltecer al libro como que constituye la defensa de todo un partido.” En este sentido, el autor nos introduce a la explicación del segundo título, Compadres y Gauchos, en el que deja ver lo difícil que resulta identificar la civilización en los aldeanos y la barbarie en los gauchos. Partiendo de la base del bajo nivel de cultura en el que nos dejó y mantuvo el coloniaje, se nos presenta en el Facundo las capitales de provincia como miserables villorios. Allí tenemos, en la Gran Aldea, en la primera línea, como gente de mayor arraigo, a los comerciantes, respetables gallegos “de la más pura rancianidad”, dueños de boliches; en seguida a sus dependientes y empleados, “los del mismo jaez del joven Sarmiento”, lava-copas de pulpería, zapateros, monjes y funcionarios ignorantes; rastaquores, es decir, “grotescas imitaciones caricaturas de sabios, políticos, literatos y de dandis atrasados de figurines”, en resumen, compadritos. Con estos elementos se nos pide que los personifiquemos como la civilización. En el otro lado, y en oposición, se nos muestra a los señores feudales, dueños de inmensas territorios, que, en vez de vasallos, tienen partidarios, atraídos por la gratitud y los servicios; habitantes incultos y soberbios de la pampa, cuya riqueza les liberta de todo yugo que venga de la naturaleza o del hombre, y que sin embargo han entregado su carne para alimento del cañón que dio mártires a la Revolución, gauchos, en fin; y en ellos, personifiquemos la barbarie. “¿No resulta la clasificación algo así como pour-rire?”, se pregunta. No obstante, incultos o no, los habitantes de las aldeas merecen los respetos debidos. Para Gaffarot, no se puede exigir que los pueblos nazcan hechos y derechos. “¿Cuántos pueblos, en su infancia, han sido más civilizados? ¿Cuántos pueden ostentar más noble sangre que la muy señorial que nos legó España?” Resulta inadmisible para Gaffarot que se puedan personificar aquellos elementos en las dos fracciones que luchaban durante la organización del país, en los unitarios y federales, ni siquiera en los habitantes de las ciudades y en los moradores de la campaña; incluso, niega que la civilización deba más a los compadres que a los gauchos, debido a que éstos nos dieron con su valentía y arrojo, por lo menos, independencia y patria. Ésta constituye una de las ideas medulares del libro que nos presenta el nieto de Quiroga. Tras la llegada de la independencia, el poder se instaló en manos de los literatos, de los charlatanes, de los Sarmiento. Los adelantos en el país han sido operados a despecho de esos gobernantes, “cuya acción no se ha hecho sentir sino en lo tocante a exacciones, los que adoptaron la igualdad como base del impuesto (que afecta a los artículos de primera necesidad), de modo que éste ahogue al pobre sin alcanzar a humedecer el calzado del poderoso.” Con el fin de arrasar con el caudillaje, se han mandado arrasar provincias enteras. “Una serie de sanciones legislativas (los de tierras públicas, por ejemplo), la colección de reglamentos y ordenanzas para sustituir la tiranía de Rozas con el más insoportable de los despotismos.” Aquí se cita a Spencer y a Bacon para evitar que la crítica pueda ser exagerada, ilustrándose las mejores condiciones que se procuran en Inglaterra en este sentido. La dictadura ha existido en la República, la tiranía si se quiere, pero, ¿quién ha sido el creador de ella? Aquí está la siguiente crítica que hace Gafarrot al libro de Sarmiento. Mientras que ahí se describe que “la Nación había caído de rodillas bajo el látigo de los tiranos, puesto que se declara que la opinión pública había cedido al terror, que la cobardía reinaba”. Gaffarot sostiene que no es ahí donde “hay que herir para dominar a las naciones: se necesita apuntar más alto, es preciso corromper las costumbres, la moral, infiltrar en el alma algún veneno activo, que, cuando es rechazado por la inteligencia del adulto, se propina al niño, tal cual procede en el país el enemigo de la libertad.” Pretender que una tiranía “se ha impuesto por la sangre y por un sólo hombre, por asesino que se le suponga es desconocer la historia.” Él no comparte la reflexión de Sarmiento acerca de Rosas, cuando se le concibe como una manifestación social, una fórmula de una manera de ser de un pueblo. Gaffarot aclara que Rosas es una persona, tomado en sentido figurado como la encarnación del tirano, debe ser necesariamente una manifestación social, y aquí está el dilema, pues si fue un gobierno monstruoso con todos los colores que le han dado nuestros historiadores, el país que lo produjo sería el mismísimo infierno; si nuestra patria jamás llegó en su descenso a identificarse con éste, no debió ser Rosas tan feroz como lo pintan. Advierte enfáticamente, seguidamente a esta exposición de motivos, que él no tiene porqué ni para qué justificar al tirano: al contrario, como tal y como presunto asesino de su abuelo, lo execra. “No hay motivo de alborotar al mundo a causa de que el miedo haya influido, después de la anarquía en la marcha de la Nación; pues, como lo dice M. Adams, la civilización tiene por causas principales el terror y la avidez, predominando en las primeras fases del movimiento, en la evolución de la barbarie a la civilización, el miedo, para dejar luego y a medida que la evolución avanza, el lugar a la avidez.” Gaffarot señala que es “elemental para juzgar a los hombres (que) se tenga muy en cuenta la atmósfera que los rodea, pues ellos, como las plantas, toman todo de la tierra y del aire que los circunda. Así, al juzgar al autor de Facundo, debemos fijar los límites dentro de los cuales se movía”, los cuales eran los siguientes: al Norte, la ignorancia con todas sus sombras; al Sud, la pobreza azuzando con sus hambres al odio y todas las bajas pasiones del ambicioso; al Este, sus correligionarios políticos de aldea con toda la vil chismografía de campanario; al Oeste, sus enemigos con todas sus hostilidades.” Esta idea tiene cierta familiaridad con lo que Peña había expresado en una de sus primeras conferencias sobre las conveniencias de estudiar el libro en la vida de quien lo haya escrito. De este mapeo, se deduce a priori, la inferioridad de la obra intitulada Facundo, sin ser responsable de esto el autor pues tuvo a mano las armas que le proporcionaron los que le rodeaban: el chisme, la calumnia y el insulto. Aun y con esto, Gaffarot se da a la búsqueda de algo en el libro que pueda justificar su fama, un pensamiento profundo, una idea nueva, propia, alguna chispa de genio que haga vislumbrara la solución de un problema social, la que puede nacer independientemente de la ilustración; pero –sostiene–, nada de lo que encuentro en cada línea de El ideal americano de Roosevelt, hallo en Facundo. El hecho de que Sarmiento haya declarado en la dedicatoria de su obra, al doctor Alsina: “que no ha querido tomarse el trabajo de examinar la certidumbre de los hechos que relata…” ¡¡Un historiador!!, exclama Gaffarot, corrobora la limitante pero también la irresponsabilidad de carácter histórica, pues al estar exiliado, explica Gaffarot, no pudo que escribir alejado del teatro de los sucesos, durante el periodo álgido de la fermentación social que precede a la formación de toda modalidad política. No es posible hacer historia por quien es actor e interesado en el drama de nuestra naciente política, se necesita descender al pasado el fango removido por lo presente tempestuoso, y entonces en lo futuro límpido y sereno se refleja la verdad inmutable, algún tiempo eclipsadas, pero jamás extinguida en la conciencia humana. El libro está organizado en cinco grandes apartados y un apéndice: “Exordio?”, “Juan Facundo Quiroga”, “Otros renuncios”, “Solfa final”, y la “nota final”. El primero de ellos, “Exordio?”, aludiendo a la introducción del Facundo, cuestiona si es acaso una introducción a la introducción. El segundo capítulo, “Juan Facundo Quiroga”, refiere el primer capítulo del Facundo. Aquí se critica la importancia que Sarmiento dio a la fisonomía del suelo. “Carlos Marx no admite en la historia otra que las fuerzas económicas; Gabineau y Wagner, piensan que la raza es lo esencial; Max-Nordan combate estas ideas y cita y se adhiere a las opiniones de M. Jean Finot, el que, según él, demuestra en su reciente obra: La preocupación de las razas, que son absurdas esas teorías.” Aun Herder habla en un sentido más amplio de la naturaleza. En cuanto a la opinión de Sarmiento sobre España, Gaffarot señala que “España trajo algo más a América, que dejó de lado el autor del Facundo, trajo consigo ese espíritu de independencia que ha hecho de la Península ibérica el baluarte legendario de la independencia y la cuna de todas las libertades, ese individualismo.” Agregando a esto, la omisión de distinguir la diferencia entre Nación española y Estado español, ocupación y colonización. El mayor obstáculo, según Gaffarot, para el desarrollo de la sociología lo constituyen los escritores de la calaña de Sarmiento, que falsean la historia si el menor reparo, ilustrando esto con la errónea comparación de Sarmiento, entre Francia y Rozas, como tiranos idénticos. Gaffarot no admite que un país cultivado por la mano sabia del jesuitismo dé iguales frutos que otro nacido al calor de las ideas de la Revolución Francesa. Del primero se deduce la sumisión, y del segundo, la rebelión. Seguido a esto hace un repaso de cada uno de los capítulos del Facundo, saltándose los capítulos que de historia no traten. Tras el capítulo sobre los aspectos físicos, le sucede el de “originalidad y caracteres argentinos”, en el que hay un solo comentario: “es lo mejor del libro, como que ha sido engarzado en él.” Para el capítulo III, no hay comentarios. En el capítulo, “la revolución de 1810”, “se ahorra los comentarios sobre tópicos ya tratados en la Introducción y errores que sobran a mi objeto.” Del capítulo quinto, acerca de la vida de Facundo Quiroga, repara en numerosos puntos con el objeto de reivindicar la figura de Facundo como persona. En cierta medida se ve en Gaffarot análogo intención a la que orientó a Peña a lo largo de sus quince conferencias. Destacando en el caso del nieto dicha intención más allá de lo histórico de Peña y, en dado caso, de lo fantasioso de Sarmiento. El siguiente capítulo en el libro de Gaffarot, “Otros renuncios”, explica que una vez entrado a fondo del asunto en su parte histórica, no se siente en disposición de hacer la crítica denominada policiaca. De aquí se pasa a la “solfa final”, y cierra con una nota final. En ella se dedica a deducir todo lo que ha expuesto a lo largo del libro, de lo que se desprende un simple corolario de toda la obra de Sarmiento sin necesidad de recurrir a un análisis crítico. Se hace la transcripción de éste: 1º Que el elemento esclavista en nuestro país, ese elemento funesto que no concibe un perro sin dueño, ni un hombre sin amo, vio en el héroe de la Rioja personificada la protesta altanera y bendita de la dignidad humana, enfrente de la descarada tiranía representada por Rosas y del enmascarado despotismo centralizador de los unitarios, que revestidos de formas, creían que la ley todo lo puede, (menos cambiar los sexos) no sólo en el hecho, sino en derecho y en justicia.” 2º Que unos y otros necesitaban hacer desaparecer el obstáculo que a sus ideales y ambiciones se oponía. Quiroga era para ellos una amenaza permanente… Quiroga era el más fiel soldado de la libertad; Quiroga debía morir, y… Quiroga murió. No le asesinaron los Rozas, los Cullen, ni los López; no. Le asesinó un sistema político-social, del que Rozas fue la gran manifestación histórica, y la barbarie germana, la negación suprema. [Esta idea. Que se suma a las fundamentales de este escrito, se engarza con la que anteriormente Gaffarot presentó acerca de Rosas y su concepción como manifestación social. Esto es, es desconocer la historia si se pretende que una tiranía ha sido impuesta por la sangre y por un solo hombre.] 3º Que era necesario después de esto, asesinar a la sombra de Quiroga, más formidable que su persona; era necesario arrancar el recuerdo del último gaucho al corazón del pueblo; era preciso para combatir a Rozas y a su partido arrancar hasta los cimientos de aquella columna de la federación, que mantenía el prestigio de la causa con el recuerdo de su fuerza. 4º Que se procuraba, ante todo, provocar una intervención europea, que en medio de la ruina de la libertad externa de la patria, llevara al poder a los cómplices, a cuyo objeto era indispensable demostrar que el partido federal (la mayoría) que ocupaba el mando, representaba, y había representado siempre en el país, la barbarie, un peligro europeo y una guerra constante a la civilización; en una palabra, que el Facundo ha sido escrito pour la exportation, y bajo una consigna de difamación. [Aquí tenemos otra de las ideas medulares de este escrito, en la que vemos que Gaffarot logra redondear el significado político-histórico del Facundo de Sarmiento en su momento] 5º También, que era necesario cohonestar los actos de vandalismo de que se había hecho víctimas a Quiroga y a su familia. De ahí las calumnias, de ahí las rojas pinceladas del más cínico de los literatos, del más estadista de los dómines, del más maestro de maestros… de párbulos. 6º Que el libro es bien notable por muchos concepto, por lo que es lástima que esté concretado a la admiración casera, habiendo fracasado las tentativas para hacerlo de fama universal. 7º Y por último, se ve en Civilización y Barbarie, en medio de la sombra que proyecta el libro sobre Quiroga, a la luz de la verdad, como el sol que sale tras las nubes… Pronto aparecerá en el límpido cielo de nuestra historia nacional, alejada de los negros vapores de la envidia, de la codicia, del odio y del despecho, la figura del Espartaco de las regiones oprimidas, del último gaucho, del… “¡Tigre de los Llanos!”. Para terminar este apartado, Gaffarot confirma que Sarmiento nada tiene que expiar: Sarmiento hizo… lo que debía hacer. Y agrega: “si los argentinos se han apresurado a erigir estatuas, como si temieran quedarse sin héroes, ha sido simplemente para dar razón a Spencer que encuentra justo que la Historia se la llame libro de embustes, inspirado por la pasión y los intereses, y en vista de documentos adulterados y de cartas chismosas de los cortesanos; y si Rodin en su caprichoso ingenio creyó deber representar a Sarmiento en figura de pájaro, o ave de alto vuelo bajada a tierra y en el acto de coger la presa, ha sido sencillamente para simbolizar que las propiedades de los vencidos en Caseros quedaron entre las garras de los vencedores, pues los terrenos de Palermo, donde la estatua se alza, fueron usurpados por el Gobierno, según tardía resolución judicial… ¡Que el monumento del héroe quede donde está!” En el apéndice del libro, Gaffarot reproduce una exposición sumaria publicada por Quiroga, “que, aun cuando no se la considere sino como una simple protesta contra las calumnias de sus enemigos, quitaba a Sarmiento el derecho de hacerse eco de ellas (aumentándolas) pues, según él mismo, Quiroga no era hombre de negar la verdad de sus hechos, estando caracterizado por la franqueza.” A esta exposición la precede una portada en la que dice “Exposición sumaria del Sr. General D. Juan Facundo Quiroga en que se desmienten las calumniosas imputaciones de los señores D. Nicolás Dávila, D. José Patricio del Moral y D. Gaspar Villafañe”, y seguido viene el aviso del editor, en el que se advierte que no se abrirá dictamen sobre el mérito de este importante documento (refiriéndose a la Exposición Sumaria), pero que sí les incumbe manifestar los motivos que han retardado su publicación. Se explica lo siguiente: El Sr. General Quiroga, a pesar de haberse comprometido a contestar sumariamente a sus detractores, trataba de reunir un mayor número de pruebas para confundirlos completamente; y solo en vísperas de su salida pudo decidirse a escribir su vindicación, fundándola en los pocos materiales de que podía echar mano. Sin embargo los jueces más severos no podrán menos de admirar la fuerza irresistible de sus argumentos, y el vigoroso laconismo de sus conceptos. La exposición sumaria consiste en desmentir los cargos de arbitrariedad, crueldad y codicia, respondiendo a cada uno de ellos de forma separada en un escrito, fechado el 2 de febrero de 1831, en Buenos Aires. Se publican además, algunos documentos que comprueban que Quiroga no sólo tomó parte en la célebre expedición al desierto (hecho que había sido negado por el Gobierno al declarar la nulidad de unos títulos de propiedad) sino que a él se dirigían como al General en Jefe los que mandaban las distintas divisiones en que estaba dividida la expedición; y otros que comprueban no sólo que fue el Director de la expedición, sino que “tomó la iniciativa en la organización, contribuyendo con su propio peculio.” Por último, se incluyen “algunos otros documentos como datos aislados para la historia, sacados al azar de entre los numerables que contiene el archivo de la familia, en poder de un nieto del general Quiroga, el ingeniero D. Alfredo Dimarchi.” Por último Gaffarot advierte al lector: “En documentos se basará el juicio de la posteridad y no en las tontas disposiciones y chismosos cuentecillos de los charlatanes.” 4.2.4 Simulación, infidencia y tragedia de Ramón J. Cárcano (1931) Ramón José Cárcano (1860-1946) nació en Córdoba. Su trayectoria política comenzó él siendo muy joven; a la edad de veinticuatro años fue diputado. Fue gobernador de su provincia natal en dos ocasiones (1913-1916152 y 1925-1919). Fue Director General de Correos, promovió la candidatura presidencial de Julio Argentino Roca y estuvo a cargo de la dirección del Consejo Nacional de Educación en 1932. Fue miembro de la Academia Nacional de Historia. Como historiador, constituye uno de los más importantes representantes del enfoque liberal de la historia argentina. Entre sus obras se encuentran: Perfiles contemporáneos (1885), En el camino (1926), Juan Facundo Quiroga. Simulación, Infidencia y Tragedia (1931), De caseros al 11 de septiembre (1933), Guerra del Paraguay: orígenes y causas (1939), Mis primeros ochenta años (1943), El general Quiroga (1947). Al hacer alusión a la visión liberal de fines del siglo XIX corresponde hacer mención de Cárcano y su controvertida tesis, Sobre los hijos adulterinos, incestuosos y sacrílegos, que rindió en la Universidad de Córdoba, en 1884. Su padrino fue Miguel Ángel Juárez Celman, que había sido recientemente gobernador de la provincia de Córdoba (1880-1883), era, en ese entonces, senador de la nación por Córdoba, y llegaría a ser, a partir de 1886, presidente del país. En esa tesis se discutió la patria potestad de los hijos y de los derechos de la mujer, propugnando la explícita separación del Estado y la Iglesia y a la vez, planteando abiertamente el retraso de la legislación argentina. Aunado a lo novedoso y provocador del tema, esta tesis fue la primera que se presentaba por escrito en la Universidad, con una defensa, además de doce proposiciones sobre temas de la disciplina. En 1878 se había suprimido la ignaciana de la época jesuítica, en la que el candidato al doctorado defendía doce conclusiones durante cuatro horas, y una oposición de una hora, ante las autoridades de la Facultad, sin presentar ninguna tesis por escrito.153 El tratamiento del tema, en este contexto, representa una de las diversas miradas, confusas e intrincadas de la “prolongada y aguda tensión entre tradición e innovación, tradición y vanguardia, tradición y modernidad”, que la ciudad de Córdoba suscita a la reflexión y análisis de la singularidad histórica y autonomía intelectual.154 152 En 1912, el Partido Constitucional y parte de la Unión Nacional formaron la Concentración Popular, con Ramón J. Cárcano y Félix Garzón Maceda como candidatos a gobernador y vice, logrando imponerse a los candidatos de Unión Cívica Radical. Un año después, en 1913, se fundó el Partido Demócrata en Córdoba, una coalición de dirigentes que pertenecían a las viejas fuerzas políticas reunidas en la Concentración Popular. Este partido reunía un importante caudal electoral y redes políticas especialmente del noroeste de la provincia y, poco frecuente en esos tiempos, fue capaz de conciliar, al menos formalmente –precisa Gardenia Vidal– los enfrentamientos entre católicos y liberales al unir a ex juaristas como Ramón J. Cárcano y católicos militantes como Juan F. Cafferata, cf. VIDAL, Gardenia: Radicalismo en Córdoba, 1912-1930, Los grupos internos: alianzas, conflictos, ideas, actores, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, 1995, p. 30. 153 CÁRCANO, Ramón J., Mis primeros ochenta años, Buenos Aires, Sudamericana, 1943. 154 El “fenómeno Córdoba” es el tema al que está consagrado un conjunto de trabajos de José Aricó, Antonio Marimón, Héctor Schmucler, entre otros –publicado en la revista Plural al finalizar los años ochenta–, quienes En su Juan Facundo Quiroga, Cárcano se refiere a la política de Juan Manuel de Rosas, en el momento en que Rosas finaliza su primer periodo de gobierno y da inicio la expedición al desierto. Rosas, junto con el General Quiroga y el General López reciben el nombre de los “tres compañeros” en esta historia. A partir de sus relaciones y acciones, se ejemplifican la simulación, la infidencia y la tragedia, que en su conjunto constituyen, según el autor, la antesala de la dictadura de Rosas. Este trabajo se basa en una rigurosa investigación histórica; a diferencia de los textos de Peña, Gaffarot y Gálvez, está respaldado por una formal bibliografía, en la que se agradece explícitamente “por la cooperación […] en la elaboración de este trabajo, a los señores José J. Biedma, Teniente Coronel Eduardo de Larronde, doctor Ricardo Levene, doctor M. Álvarez Comás y Alfredo J. Maldonado”. Entre sus fuentes de consulta se cuentan documentos judiciales del Archivo de la Nación; sumarios y correspondencias generales del Gobierno de Córdoba; Decretos, notas, cartas, sumarios, borradores de los Reinafé, Quiroga, Rosas, López, Rodríguez, gobernadores de provincia y comandantes de campaña (1832-1836), archivo del autor. Entre las Memorias consultadas se encuentran las de: General José María Paz, Pedro Ferre y General Tomás de Iriarte. Entre los trabajos de otros historiadores se consultaron: Historia de los gobernadores de Antonio Zinny; Historia de la Confederación Argentina de Adolfo Saldías; Manual de Historia Argentina de Vicente F. López; Historia de la ciudad y Provincia de Santa Fe de M. M. Cervera; Bosquejo histórico de La Rioja de M. Reyes. Entre los materiales existentes sobre Juan Manuel de Rosas se cuentan: La dictadura de Rosas de Mariano Pelliza; Rosas de Lucio V. Mansilla; La época de Rosas de Ernesto Quesada; Juan Manuel de Rosas de Carlos Ibarguren. Acerca de Juan Facundo Quiroga: Juan Facundo Quiroga, de David Peña; Quiroga de Carlos M. Urien; Conferencia sobre el asesinato de Quiroga de Enrique Ruiz Guiñazú. La simulación comprende desde la renuncia de Rosas a la gobernación de Buenos Aires para readquirirlo con poderes discrecionales, como expresión de la voluntad popular y de las clases dirigentes, hasta la derrota del General Vicente Ruiz Huidobro por Francisco Reinafé. La infidencia abarca el periodo histórico de la revolución suscitada por Quiroga en Córdoba. Y la indagaban acerca de la pertinencia e importancia de la singularidad histórica de la “ciudad docta” frente al contexto nacional (Plural, revista de la Fundación Plural para la participación democrática, Buenos Aires, año I, núm. 13, marzo, 1989). En esta preocupación se pueden inscribir los trabajos de Silvia Roitenburd y Horacio Crespo que a continuación se refieren: CRESPO, Horacio, “Identidades/diferencias/divergencias: Córdoba como ‘ciudad de frontera’ Ensayo acerca de una singularidad histórica”, La Argentina en el siglo XXI, Buenos Aires, Ariel / Universidad de Quilmes, 1999, pp. 162-190; “Córdoba, Pasado y Presente y la obra de José Aricó”, Estudios, Centro de Estudios Avanzados-Universidad Nacional de Córdoba, núm. 7-8, junio 1996/junio 1997. ROITENBURD, Silvia, Nacionalismo católico 1862-1943. Educación en los dogmas para un proyecto global restrictivo, Córdoba, Ferreyra Editor, 2000. tragedia comprende desde el regreso de Rosas de la expedición al desierto, en 1834, hasta Caseros, en 1853, pasando por el momento trágico de Barranca Yaco y la ejecución de los autores de los autores del crimen ahí cometido. El primer capítulo del libro, “expedición al desierto”, se ubica en la renuncia de Rosas a la gobernación de Buenos Aires, quien, lejos de cualquier intención de retirarse de la vida pública, sólo tenía como finalidad readquirir el gobierno con poderes discrecionales, como expresión de la voluntad popular y de las clases dirigentes. Mientras que la legislatura se resiste a concederle nuevamente las “facultades extraordinarias”, Rosas no concibe el ejercicio de su autoridad con restricciones legales. En este sentido, la campaña contra los indios del desierto –el problema político y social de mayor influencia, en aquel momento, en la riqueza del país– se vuelve la solución al doblar la extensión territorial, al multiplicar las empresas capitalistas, y con ello los rendimientos del trabajo, y al asegurar las fronteras del sud contra la codicia extranjera. El intento del gobernador, general Rodríguez, por llevar a cabo esta empresa en 1824, había fracasado por insuficiencia de recursos y falta de organización técnica. Para Cárcano, la expedición significó para Rosas “un medio de consolidar su prestigio personal y robustecer su poder político,” alejándose “aparentemente de la política, realzaría su personalidad militar, pondría bajo sus órdenes un fuerte ejército, entusiasmaría a los hacendados que se verían amparados por él en sus intereses, mantendría alianzas con caudillos y gobernadores, y extendería su influencia a las provincias.” (p. 12) Se cita además a uno de sus contemporáneos, Iriarte, que señala que el objeto principal de la campaña “era el de tener a sus órdenes un ejército para imponer y dar la ley al gobierno en caso necesario”. (p. 13) Rosas comunicó a Quiroga el proyecto, le expuso las ventajas de combinar una formal expedición para poner fin a todos los indios que hostilizaban las fronteras de Chile, Buenos Aires, Mendoza, Córdoba y San Luis. Lo mismo trasmitió a López, el gobernador de Santa Fe. Quiroga fue invitado a aceptar como comando en jefe “de las fuerzas confederadas”, y si bien se rehusó (“no entendía de indios”), se mostró dispuesto a cumplir sus órdenes en servicio de la patria. (p. 16) A pesar de que el gobierno de Balcarce se muestra hostil ante la campaña, Rosas está resuelto inclusive a costear la expedición con recursos propios y el auxilio de sus amigos. El 23 de marzo de 1833, Rosas se pone en marcha, dando comienzo su campaña al desierto. Quiroga se instaló en las provincias de Cuyo, organizó las divisiones de la Derecha y del Centro. Tanto en Mendoza, como San Juan y San Luis, Quiroga se mostró como en casa. Los gobiernos eran de su hechura y estaban a su servicio. Esta hazaña equivale a lo que se pretendió cuarenta y cinco años más tarde; entonces como después no se pensaba en la incorporación formal del indio al trabajo civilizado. Al respecto, Cárcano escribe que “la nación independiente fue menos adelantada y humana que la colonia.” Al final, la realidad fue otra, hay algunos “espíritus irónicos” que han decidido llamar a esta expedición. “la campaña del pan blando”. (p. 17) Para entonces, tras las primeras guerras de Lavalle y Paz, aun y con los efectos que el país enfrentaba de la pasada guerra civil y una sequía de hacía tres años, la República se encontraba tranquila a cargo de sus “grandes caudillos”, los tres “compañeros” como ellos se llamaban familiarmente: Rosas y López en el litoral, Quiroga en las provincias. (p. 18) ¿Quién disputa a Rosas el gobierno de Buenos Aires y el dominio del país, frente al poderoso ejército expedicionario, y en estrecha alianza con López y Quiroga?, se pregunta Cárcano. El autor caracteriza a Rosas, a Quiroga y a López. La organización que adopta la expedición es fiel reflejo del triunvirato con los recursos y fuerzas eficientes del país a su disposición: Rosas, como el que concibe el plan, y Quiroga y López, concordantes con sus acciones. Los tres, en este momento de la vida nacional, “han construido su posición política, son hombres hechos, de caracteres propios, y con su historia y su obra”; son “las personas más destacadas y fuertes de la República.” (p. 37) Rosas, la cabeza de los tres caudillos, proviene “de un medio superior, adquiere mayor cultura que sus compañeros. La posición social y la fortuna, le vinculan a los hombres principales de su tiempo, e imprimen distinción y soltura a su trato”. (p. 19) Rosas es estanciero, dueño y administrador de cuantiosos intereses, su prestigio se extiende en la campaña y se convierte en fuerza dominadora. “En la vida rural desenvuelve su temperamento autoritario y reservado, duro e inflexible.” (p. 19) Agudiza, según Cárcano, la observación y el criterio. Emplea la crueldad e ignora la compasión. Declara guerra a muerte a sus enemigos, considerando este sistema como el único y supremo arte de una acción de orden y estabilidad. Rígido de costumbres, no se desvía ni después del fallecimiento de su mujer. Si tiene alguna flaqueza, cuida de velarla decorosamente. La dictadura, legal y discrecional, es su espada desnuda. Los generales Quiroga y López, son corceles de guerra, cuyas bridas conducen con destreza. En cuanto a Quiroga, su descripción se toma a partir de que el caudillo busca asilo en Buenos Aires, tras la batalla de Oncativo, donde es acogido como triunfador (marzo 1830). Rosas lo recibe en el suburbio, acompañado de civiles y militares. Los dos campeones federales entran a la ciudad por la calle de La Plata. Pongamos atención a esta descripción que a continuación transcribo, por referir, a diferencia de Peña y Gaffarot, rasgos de multitud y desorden: […] seguidos de un populacho desenfrenado, que llena varias cuadras. Hombres y mujeres a caballo en estado de embriaguez, en desorden y tumulto, excitados por músicas, cohetes y disparos de armas de fuego, atropellan transeúntes, violentan puertas, rompen vidrios, y gritan con frenesí: ¡Muera el manco traidor! ¡Muera el manco Paz! Los bacanales continúan hasta las horas de la madrugada, y el grito de muera el manco Paz, se oye como una amenaza y un augurio. Las gentes se encierran en sus casas, y Buenos Aires vela su primera noche de terror. (pp. 22-23) Continuando con la descripción de Quiroga: el caudillo llegaba, vencido, del llano y la selva riojanos. Había “nacido en cierta holgura, de familia principal, donde los más pudientes viven de su chacra o su huerta, limita su instrucción a la escuela primaria, y su niñez no conoce frenos en sus deseos y pasiones, dentro de un medio fanático y violento. Errante muy joven por valles y serranías, a impulsos de sus gustos o intereses momentáneos, se ocupa en las faenas rudas del campo, y entra al servicio de la milicia nativa.” “Empieza entonces su carrera política y militar.” “Manda tropas, libra batallas, fusila prisioneros, saquea ciudades, impone gobernadores, y asegura su dominio discrecional en el Norte, interior y Cuyo, nueve provincias que se mueven como un resorte a la presión de su mano.” (p. 23) El general Tomás de Iriarte, antiguo federal, no combate nunca contra Quiroga. Él señala que el periodo de la vida del General después de sus derrotas en Córdoba es “espantoso”. (p. 24) Leamos la imagen que nos describe Cárcano de Quiroga: Impetuoso, audaz, astuto, rápido y temerario en la acción, ninguna valla le detiene y pasa arrasando como una tromba. De su valor se forjan leyendas y de su crueldad se forman anales. Atrae a las multitudes que le admiran y temen. Aplica el terror como un método de dominio. En los espíritus simples la devoción alcanza al fanatismo, especialmente entre las gentes sin la menor cultura. Apasionado, impresionable, movible, de convicciones vacilantes, su carácter y actitudes tiene la flexibilidad de su inconsistencia mental. Combate, vence, confisca y derrama sangre, defendiendo el principio federativo, y amenaza y persigue a los que intentan organizar el país bajo el sistema federal. Habla enfáticamente de patriotismo, libertades, instituciones, desinterés, probidad y sacrificios en servicio del país. Todas son palabras sonoras, infladas y vacías, y actitudes falsas que procuran ocultar el egoísmo y la codicia. (p. 24) A su llegada a Buenos Aires, Quiroga sabía que ya no contaba con los tesoros que había enterrado en La Rioja pues habían sido descubiertos por los unitarios, y todo lo que él había salvado con su persona, lo había perdido en el juego, cuya ocupación absorbía su tiempo durante su residencia en Buenos Aires. Se le sabía tramposo en el juego y sus compañeros de carpeta se cuidaban de caer en sus maniobras. Cárcano pinta a un Quiroga enfermo y casi postrado, cuando decide refugiarse, por aquellos días, en la ciudad de Buenos Aires. A sus cuarenta y cinco años de edad, su físico está destruido; es ya un valetudinario y sufre parálisis de una pierna. En Buenos Aires, Quiroga siente las satisfacciones y halagos de la vida holgada y culta, y ama la paz por la comodidad y por la ausencia de adversarios armados. Agrega Cárcano, acerca de su modo urbano, que: Entretiene su ocio urbano en la vana tertulia política, en los negocios fáciles, en los naipes que siempre llenan sus manos, y se consagra a estas disciplinas sensuales de la vida opulenta. […] Instala su casa, coloca a sus hijos en las mejores escuelas, ocupa el sastre de moda. Esto no impide que ordinariamente use el traje de gaucho decente, que habitualmente viste en las provincias: una chaqueta corta y poncho que le cubre las espaldas y lleva recogido por delante con las dos manos. “Su semblante era feroz como su alma. En su rostro y ojos de tigre, estaban marcadas todas las violentas pasiones y la crueldad de sus instintos. Su vista era torva, ceñuda y penetrante. Su mirada una amenaza, un aviso permanente del desprecio a sus semejantes, una expresión hiriente de altivez y dominio absolutos. Los hombres para él eran sus esclavos, y lo decía así en su lenguaje sarcástico.” Cita de Iriarte. (p. 27) En el terreno de la política, se maneja con libertad y hasta habla de constituir la Nación, sin apartarse del concepto condicional de Rosas. Muestra simpatía por los federales caídos con Balcarce, conversa con los unitarios, y expresa opiniones que nadie se atreve a pronunciar. Estas circunstancias, señala Cárcano, suscitaron entre los suspicaces y entre quienes interpretan las cosas según sus propios deseos, la idea de que existían intereses opuestos entre Rosas y Quiroga, y además, de que este último era capaz de encabezar la reacción contra el primero. Pero Rosas se dedica a cultivar y consolidar con esmero la valiosa amistad de Quiroga. El tercero de los compañeros es López, que domina políticamente también el tablero del juego. Veamos qué táctica diferente es la que él aplica. El gobernador de Santa Fe nació en un medio estrecho, lleno de privaciones y recelos. Apenas adquirió la instrucción elemental en el convento franciscano, que infundió el fervor religioso a su alma. Fue sencillo y sobrio, tanto que buscó el bienestar pero no asaltó a la fortuna. Fue el único de los tres caudillos que combatió por la independencia, y se instruyó en la escuela heroica de los libertadores. Hacia 1819 dictó la primera Constitución de Santa Fe, como emanación de la soberanía del pueblo, que reconoció expresamente. Atendamos al retrato que nos dibuja Cárcano de López: Lógico, precavido, mesurado y sagaz, sin ambiciones absorbentes e iracundas, es el más honesto y humano de los caudillos. No coloca dinero a interés, ni sus haciendas inundan los campos, ni sus campos llegan hasta la frontera. Menos persigue y mata a los hombres por miedo o por negocio. […] Auxilia a la provincia oriental contra la invasión lusitana, combate contra el localismo de Buenos Aires, contra Artigas, contra Ramírez, contra Paz y Lavalle, siempre por la unidad nacional dentro del sistema federal. Negocia, firma y defiende el pacto del Pilar, el Cuadrilátero, y el tratado del 31, bases del acuerdo de San Nicolás, y en conjunto los sillares de la Constitución. (pp. 32-33) Además de haber sido autor principal en la construcción de los cimientos orgánicos, después de Caseros, como una invocación y amparo de la tradición, señala Cárcano, la Convención Nacional se reúne en la ciudad de Santa Fe, el hogar inviolado de la federación, y así, sanciona la Constitución fecunda como el pueblo que unifica y solidariza. La vinculación con Rosas sucedió en las luchas contra los unitarios, después de Ituzaingó. Santa Fe constituyó el candado que abría y cerraba la comunicación del litoral e interior. Desde entonces cultiva su amistad: López estima en Rosas el fervor federal, y cuando descubre al fin el pensamiento íntimo de Rosas, sufre una decepción amarga. “El gobernador de Buenos Aires es un federal, que nunca encuentra oportunidad de aplicar sus principios. Quiroga, el otro gran federal, le secunda dócilmente.” (p. 34) Para el momento en que Rosas ya era el Primer Cónsul (1832), el gobernador de Santa Fe carece entonces de suficiente fuerza coercitiva. No puede resistir ni tampoco orientar. Está obligado a concordar y obedecer. Rosas y Quiroga, a decir de Cárcano, estaban unidos por distintos intereses. Concuerdan en el concepto de gobierno: la voluntad discrecional; aplican el mismo procedimiento: la violencia implacable; les enciende la misma emoción: la pasión desbordante. No obstante, el compañero Rosas, el compañero Quiroga y el compañero López constituían entonces todo el organismo institucional del país. Para 1832, Rosas es el primer cónsul. Seguida a la descripción de los tres compañeros, el autor profundiza sobre otro grupo de personajes, trascendentales en esta historia, “El clan de Reinafé” o los hermanos “Queenfaith”, cuyo apellido proviene, no de la traducción literal al castellano, sino de la adaptación a los diversos sonidos de la pronunciación vulgar. Su presencia en la provincia de Córdoba, gobernada por cuatro hermanos Reinafé: José Vicente, José Antonio, Guillermo y Francisco, el clan inventado por el General López que lo coloca en el poder, y a cuya influencia responde, no ayuda durante la campaña del desierto a las acciones que pretende llevar a cabo Quiroga en esa región, siendo éste el inicio de una relación entre el riojano y los hermanos, rasposa y difícil. La investigación documentada sobre el origen de esta familia, de siniestra figuración en la política del país, dio inicio a partir de una noticia del Padre Grenon. Su fundador fue un católico irlandés, Guillermo Queenfaith, que aparece por primera vez en el departamento de Tulumba, al norte de la ciudad de Córdoba, en 1772. Los hermanos Reinafé son hombres de letras gordas, honestos y bien considerados; incorporados al partido federal. Una vez derrotado el gobernador Bustos, emigraron a Santa Fe y se incorporaron al ejército del General López, con quien enhebraron lazos de amistad, ganándose su confianza militar y política. Con la invasión a Córdoba de la división santafesina, Francisco y Guillermo triunfaron y sublevaron las poblaciones del sur, este y norte de la provincia. El gobierno del clan no contrae compromisos y menos ejecuta un acto político sin preguntar qué piensa el General López. Él inspira amistad y obediencia; Quiroga, recelos y rebeldía. Si Córdoba cayera en la garra del Tigre, esto ocasionaría el desequilibrio político del triunvirato. El clan siente desconfianza y rivalidad de los dos compañeros. Cárcano explica que, mientras “el general Quiroga acecha la oportunidad, el general López duerme despierto. Rosas estimula la disidencia y los Reinafé montan la guardia y gritan alerta.” (p. 49) En el afán de dilucidar a cada uno de los personajes de esta historia, no podía faltar la reseña del general José Ruiz Huidobro, que apareció repentinamente de las sangrientas guerras civiles, convirtiéndose en favorito del caudillo de los Llanos. Natural de Madrid, llegó a Mendoza en 1825, acompañado de su esposa y su hijita. Vinculaciones de familia y conducta discreta derivaron en que se haya relacionado con la mejor gente de Mendoza; debido a su destreza en el baile y afectos por su carácter accesible y complaciente despertó la atención. Participa en las representaciones dramáticas, volviéndose su centro principal de esparcimiento el Teatro de los Olivos. Así se pasa dos años, cosechando como joven empresario y director. Costeado por el gobierno de Buenos Aires, debe incorporarse, para realizar su primera campaña, a las fuerzas que se preparan al mando del General Quiroga para combatir al ejército de Paz. El cómico obtiene el nombramiento de oficial instructor, venciendo la resistencia del terco fraile. Se determina así la definitiva orientación y ocupación de su vida, despertando a la vez la estimación del General Quiroga. Tras la derrota de La Tablada, Quiroga comprende que nunca vencerá al General Paz con tropas irregulares. A lo largo de seis meses, utiliza especialmente a este objeto los servicios del joven Ruiz Huidobro, ascendido a Comandante. Con el desastre de Oncativo (25 de febrero de 1830), Quiroga huye a Buenos Aires, llevando consigo al Comandante Huidobro. No sólo le dispensa su favor, sino también su confianza e intimidad. Quiroga, pensando que Paz le pisaba los talones huye, mientras que en el litoral lo esperan por momentos. Curiosamente, en vez de volver a Buenos Aires, Paz vuelve a Córdoba a “perder el tiempo amablemente”, (p. 66) perdiendo así la mejor ocasión para imponer la paz y alcanzar la organización constitucional de la nación, la causa fundamental de la guerra. Abundaron las afirmaciones en las proclamas y convenios interprovinciales. Según Cárcano, Oncativo pudo ser bien Cerrito, “sin traer en el arzón el dolor de veinte años de barbarie y sangre.” (p. 67) Para él, “Paz era un gran guerrero, pero no un estadista.” (p. 67) El coronel José Vicente Reinafé fue nombrado gobernador de Córdoba por imposición del general López. Mientras tanto, el general Quiroga ocupa ese año en Buenos Aires para organizar sus fuerzas, con el apoyo de Rosas. Sin él, habría quedado únicamente con su negro trapo llanero, Religión o muerte, que sólo muestra, advierte Cárcano, la falta de pensamiento orgánico. Para ese entonces, su hombre de confianza seguía siendo Ruiz Huidobro. Hacia agosto de 1831, emprende la marcha sobre Tucumán, impaciente por batir al general La Madrid. La batalla de Ciudadela la gana el caudillo riojano y el coronel Ruiz Huidobro es la figura brillante de la jornada. Quiroga fusila a los jefes y prisioneros y se consagra después a recaudar el botín. El relato de este episodio se basa tanto en el testimonio auténtico y responsable de Damián Hudson como en el del General Iriarte. Leamos la transcripción del relato de Hudson: El saqueo de las propiedades fue espantoso. Llegó el imperdonable extremo de establecer una tienda, en donde se vendían al público, toda clase de mercaderías, todas las ropas exteriores e interiores de uso de las señoras. Los muebles, aun los más inferiores de las casas de Tucumán fueron repartidos entre los jefes, oficiales y soldados del invasor: camas, espejos, pianos, servicios de plata. Enormes contribuciones de dinero efectivo, de cargamentos considerables de tabaco, de suelas y otros artículos, producto de las diferentes industrias del país, ganados, tropas de carros de tráfico y del comercio con Buenos Aires y todo el litoral, fueron arrebatados a los ciudadanos acomodados. (p. 74) Tras la Ciudadela,155 según Cárcano, el país estaba sometido. Quiroga queda en posesión indisputada de nueve provincias del norte y oeste, con excepción de Santiago del Estero, que era patrimonio de Ibarra. López agrega a Santa Fe y Entre Ríos, la conquista de Córdoba. Rosas posee a Buenos Aires, con su aduana, comercio exterior e interior, un ejército pagado y veterano. Es la cabeza que ya se alza dominando a los compañeros y al país. Según Cárcano, así se entiende la unidad nacional y el sistema federal, después de los tratados para fundarlos. Así se entra en el periodo de la más cínica y cruel simulación. El apartado dedicado a la infidencia lo abre el capítulo de “revolución de Castillo”,156 la cual, según Cárcano, distrajo y disolvió la expedición al desierto. El general Quiroga, de acuerdo a sus propias declaraciones, vive consagrado con manifiesta abnegación al servicio fecundo de su país. Sin embargo la idea de infidencia que el autor retrata, la personifica en Quiroga,: a pesar de que la expedición al desierto se trataba de una operación combinada por tres divisiones de ejército relacionadas y en concordancia, una de ellas, la del centro, por orden del general Quiroga, detiene su marcha y retrocede al Río IV para derrocar el gobierno de Córdoba, que también prestaba decidido concurso a la campaña civilizadora. Rosas guarda silencio al enterarse de esta acción, que puede ser vista como una maniobra que dislocaba y malograba su plan. Todo lo contrario, explica Cárcano: Rosas sabe que el aumento de fuerza de Quiroga es el aumento de su propia fuerza. Quiroga, agrega, con nueve provincias menesterosas a la espalda, no tiene problema contra Buenos Aires. En esta lógica, Rosas le conserva como compañero seguro y halaga las vanidades del caudillo en decadencia física porque sabe bien que Quiroga es expresión de influencia nacional, restringida en la personalidad de López. Por su parte, y previsiblemente, López observa de manera distinta la orden de Quiroga. La tragedia es el último gran apartado del libro, en la que refiere el regreso de Rosas de la expedición al desierto, en 1834, y la configuración del escenario para que, en marzo de 1835, a unos días de haber ocurrido el asesinato de Quiroga, la legislatura lo eligiera, ésta vez concediéndole la “suma del poder”. Para comienzos de 1834, al partido unitario se le persigue implacablemente a través del asesinato, las cárceles, la confiscación y el secuestro. A su retorno de la campaña del desierto, 155 Batalla en la que Facundo Quiroga derrotó a Gregorio Aráoz Lamadrid en Departamento Capital, provincia de Tucumán (1831). 156 Fuerzas vinculadas a Quiroga buscaron tomar la Provincia de Córdoba, que estaba en manos de José Vicente Reinafé. El movimiento fue conocido como la “revolución de Castillo”, por el comandante que la lideró desde Río Cuarto hasta la ciudad capital (1833). Rosas es aclamado “Conquistador y héroe del desierto”, y como primer cónsul y “Restaurador de las leyes”, extiende su influencia en el país entero, y además interviene en las cuestiones de las provincias. Mientras tanto, Quiroga reside, tranquilo y opulento, en la capital y a su servicio. El general López, aunque difiera alguna vez, no se opone. Lo secunda felizmente. Los tres continúan vinculados y solidarizados por el sentimiento federal. Cárcano advierte que, para entonces, el triunvirato ya era unipersonal; del directorio se llega al consulado y luego al imperio. Leamos el modo en que Cárcano percibe a Rosas como un demagogo en el gobierno: Rosas nunca triunfa, ni alcanzando la dictadura. Concluye con los unitarios en el país, y les busca fuera del país, en el Uruguay, Paraguay, Bolivia, Chile y Brasil. No quiere ganar partidarios, sino destruir enemigos. No acepta colaboración reparadora, sino la sumisión absoluta. (p. 190) […] La política de persecuciones y unanimidad crea la guerra a muerte. Las pasiones desenfrenadas dividen al pueblo en dos campos: los que viven y los que no pueden vivir. (p. 191) La lucha implacable, entre los partidos federal y unitario, no es sino el combate por dictar al país la constitución. Vencidos los unitarios con Rivadavia, Paz y Lavalle, trabajan por organizar la nación desde el “ostracismo”, (p. 191) a diferencia de los federales, que lo hacen desde el gobierno, teniendo a su disposición todas las ventajas del poder. Sin embargo habría que decir que Rosas es un seudo federal; según Cárcano, Rosas explota el principio, pero resiste la organización del sistema. En este sentido agrega Cárcano que una dictadura solamente puede existir en un país unitario y centralizado. La relación entre los tres compañeros, para este entonces, se da a partir de Rosas, que sirviendo un propósito personal, induce al general Quiroga a residir en la metrópoli, y encierra y cristaliza al General López en su tradición federal. Entre Rosas y Quiroga existe un vínculo a través de la fórmula incoercible que es el federalismo sin organización federal. Cárcano sitúa a ambos dentro de un anillo. El primero inventa la fórmula y la viste de razonamiento. El segundo la admira y aplica su acción conformista. En esta lógica, el menos solidario del triunvirato es el General López, sin que por ello su acción política dejara de ser siempre conjunta y armónica. No obstante, su sinceridad por el federalismo, el crecimiento de su poder y la hostilidad de Quiroga es lo que despertó la desconfianza de Rosas. Es este panorama el que para Cárcano refleja la simulación, la infidencia y la violencia, siendo éstas la preparación para la dictadura. A partir del capítulo “el monte de San Pedro”, Cárcano se concentra en describir desde la preparación del asesinato a Quiroga hasta la ejecución de sus asesinos. Si bien no hace una detallada narración sobre la tragedia de Barranca Yaco, por lo conocida que ya era para ese entonces, sí hace un estudio detallado del plan que fueron concertando los hermanos Reinafé, sin haber allí una sola mención del nombre Rosas. Él aparece en escena recién cuando se inicia el juicio en contra de los hermanos Reinafé y Santos Pérez. Para Cárcano, las esperanzas del clan Reinafé residieron en el gobierno santafesino. Ellos fueron enemigos de Quiroga porque fueron amigos de López. Y “ésta es la disidencia de fondo que encierran los intereses y pasiones políticas menguadas que les conduce a Barranca Yaco.” (p. 292) La muerte del General Quiroga significó para los unitarios perder la ilusión de la reacción soñada, escribe Cárcano; “los federales al campeón irresistible; la masa popular al guerrero admirado y temido por su valor cruento.” (p. 284) Barranca Yaco causó asombro y profunda indignación en el país. Un mundo armado se levantó en la provincia de Córdoba y, además, en sus fronteras contra los asesinos encumbrados. La Rioja, San Luis, Catamarca, Santiago y Tucumán prepararon las milicias, Rosas y López amenazaron con la justicia que ellos explotaban. Brotó “venganza de la tierra ensangrentada”, escribe Cárcano. (p. 284) El autor da cuenta también de la respuesta, una vez cometida la tragedia, que tuvo la gente al pasar por el lugar del asesinato. Leamos como lo narra el propio autor: Ahí, aparecieron nueve cruces colocadas misteriosamente por la piedad popular. Desde entonces, y durante cuarenta años, es un sitio y una historia que eran leyendas y encienden la superstición de las gentes. Los viajeros detiene el galope de sus cabalgaduras, y paso a paso, mirando con recelo el espeso bosque, cruzan la Barranca de las nueve cruces, la cabeza descubierta, orando por los muertos. A diferencia de otros textos relacionados con la tragedia de Barranca-Yaco, el libro de Cárcano no finaliza con el tratamiento del asesinato de Quiroga. Su trabajo se extiende más allá de la ejecución de los asesinos, dos años después del crimen, deteniéndose cuidadosamente en el episodio del proceso judicial que conlleva a dicha sentencia. Al abordar este momento posterior al asesinato, Cárcano retoma la figura de Rosas para describir su posición en la nueva configuración política de Argentina y cómo la gente lo sitúa respecto del asesinato. En una sola mano, escribe Cárcano, Rosas dispone de nueve provincias. Y agrega: Desaparecido Quiroga, quedan libres los caudillos menores, y surge el peligro de las rivalidades de predominio y anarquía disolventes. El hecho repercute en la legislatura de Buenos Aires, que se apresura a conceder las facultades extraordinarias que aquél exigía para aceptar el gobierno. Rosas acentúa entonces su intervención directa sobre los gobiernos quiroganos. Sabe que a él y al General López, les atribuyen los unitarios, participación en el crimen de Barranca-Yaco. La versión puede infundir la duda y sospecha de los federales y disminuir la fuerza de su prestigio y confianza políticos. La sagacidad es previsora. (pp. 289- 290) Barranca Yaco es “una fuente perenne de explotación federal” (p. 325). Señala Cárcano que “en todos los aspectos e incidencias del drama, Rosas acude en su favor el sentimiento público. Los Reinafé son los asesinos, pero la conjuración es unitaria”. En enero de 1836, señala Cárcano, refiriendo al General Paz, “vimos entrar (en Luján), de la parte de Buenos Aires, un coche encarnado, tirado por cuatro caballos”. (p. 326) El coche iba vacío y luego se supo que iba dirigido a Córdoba a traer los restos mortales del General Quiroga. A fines de enero arriba la galera roja a Córdoba y los doctores Gordon y Pastor, en presencia de las autoridades civiles y eclesiásticas, exhuman los restos de Quiroga del panteón de la Catedral. Tras limpiarlos, desinfectarlos y perfumarlos, los preparan para exponerlos al público. Se exhiben en una sala de la curia, cubierta de alfombras y cortinas de terciopelo negro, en medio de grandes cirios encendidos, velados por una guardia de honor. Allí permanecen durante dos días. El pueblo entero desfila por la capilla ardiente. Seguido a esto, el féretro fue trasladado a la iglesia Catedral para celebrarle los funerales solemnes oficiados por el obispo Lascano. Él era enemigo del clan y protegido de Quiroga. El 30 de enero los restos fueron conducidos a Pucará en procesión pública, acompañados de la plana civil y militar, el clero secular y regular, las comunidades religiosas y numeroso vecindario. Días más tarde, la galera roja llegó a Buenos Aires y depositaron su carga fúnebre en la iglesia de San José de Flores. Leamos cómo describe Cárcano la participación de Rosas en esta ceremonia: A las nueve de la mañana, sale del Fuerte el gobernador Rosas acompañado de sus ministros y empleados civiles y militares, a recibir a su “compañero” muerto y conducirlo el templo de San Francisco. Sigue el mismo camino que recorre el General al salir de Buenos Aires, y que un decreto reciente denomina “camino General Quiroga”. Treinta carruajes conducen la concurrencia oficial. Ocupa el primero el gobernador acompañado de dos hijos de la víctima. Los generales Guido, Pacheco, Rolón, Vidal y demás funcionarios llenan los restaurantes. La escolta de honor, el jefe de policía y sus subalternos, y como 200 ciudadanos a caballo, se agregan en el primer punto del camino. El cortejo penetra en la ciudad, paso a paso, por la calle de la Plata (hoy Rivadavia). […] Desde la salida del sol, el cañón del Fuerte dispara cada media hora. Una compañía de artillería con tres piezas situada en la Plaza de la Victoria, dispara cada minuto. Las bandas de música ejecutan marchas fúnebres, marcan el paso clarines y tambores, redoblan las campanas. En el pórtico de San Francisco espera el Obispo de la diócesis y el clero regular y secular. El órgano y los cánticos religiosos, anuncian a entrada al templo de los restos venerables. Ocupa el púlpito el presbítero Juan Antonio Argerich. Tiene a su cargo la apoteosis del mártir federal. […] Terminado el pomposo funeral, Rosas y su séquito, pasan a casa de la viuda de Quiroga a presentarle los homenajes del profundo sentimiento de la “santa federación”. La prensa federal redobla sus ataques a los salvajes unitarios. (pp. 327-328) Es en ese momento que se hace mención de la familia de Quiroga. Rosas, a decir de Cárcano, estaba satisfecho de su “comedia del día”. (p. 329) Al siguiente año, al cumplirse el primer aniversario del crimen, se repitieron suntuosos funerales en la Catedral de Córdoba y Santa Fe (18 de febrero). De acuerdo con Cárcano, este homenaje fue hecho como una excitación al castigo y la venganza contra los unitarios. El 27 de mayo de 1836, el gobernador firmó la sentencia como juez delegado de las provincias confederadas. A continuación la descripción que hace el autor acerca de Rosas y la sentencia llevada a cabo: Rosas realiza su programa. En una causa célebre, él se destaca como el único misericordioso. Aparece en una lucha de conciencia entre los deberes austeros del magistrado y los sentimientos piadosos del hombre. No basta que le aconsejen la muerte. Es necesario que le insten a la matanza. (p. 355) Los hermanos Reinafé se comportan muy correctos. Costean su proceso y su muerte, y contribuyen con alguna indemnización a los deudos de la gran víctima. Si han pasado al Estado como gobernantes, señala Cárcano, no pesan como criminales. La joven viuda de José Antonio, uno de los Reinafé, aunque mantuvo cierto retraimiento social, no guardó luto. “El horror del crimen, la ignominia del castigo, destierran el cariño y el respeto por la memoria del marido.” (p. 362) El coronel Francisco Reinafé, el autor principal de Barranca-Yaco, aunque fue sentenciado a muerte al igual que sus hermanos, no flotó bajo la arcada de la plaza Victoria, como sus hermanos al ser colgados una vez que fueron fusilados. Él conservó la libertad y la vida en Montevideo, en donde no sintió una cálida acogida de los emigrados. No le estimaron ni le temieron. “Obscuro y desvalido, peregrina por ciudades y pueblos del Uruguay y Brasil, sumido en la miseria del destierro, sin energías morales, sin trabajo ni recursos, batido por la tempestad.” (p. 363) Ninguno de los Reinafé, ni ante los jueces ni ante la muerte, acusaron a Rosas ni a López. Se acusaron entre ellos mismos. “El silencio en aquellos días pulveriza a la calumnia.” (p. 363) El Juan Facundo Quiroga de Cárcano finaliza con los párrafos dedicados a Rosas y su dictadura, leamos la reflexión que el autor hace al respecto y a la vez, dando así fin a su revisión histórica: No existen las garantías necesarias para la convivencia social, respeto para los hombres, seguridad para los intereses, anhelos militantes por el bien colectivo. Se vive sin libertad y sin justicia. Flotan dos grandes ideas frustráneas. El deseo de constituir el país vibra en el sentimiento nacional, y es ahogado por el egoísmo absorbente de Rosas prendido a la dictadura. La conquista del desierto, ambición de siglos, se contiene y aniquila por el golpe inícuo de las ambiciones menguadas, y a la derecha, a la izquierda y al centro de la pampa feraz, continúa dominando el páramo salvaje. Nada tiene entonces forma ni cuerpo orgánico. Todo es una explosión de la voluntad discrecional y de los apetitos individuales, que mantienen la convulsión y anarquía permanentes. No se siente la contención y serenidad de la ley, sino la presión y zozobra de la fuerza arbitraria. El país aparece como un torbellino incesante de átomos contrarios, que a cada momento engendran faces nuevas. Esta situación, impuesta por una mano fuerte, retarda la constitución de la república, pero asegura y consolida su futuro. Se cuenta ya con la unidad de la nación sostenida a toda costa como expresión de existencia y de fuerza, pero no está constituida por las instituciones, sino por el despotismo. El tiempo y las nuevas luchas consolidarán los vínculos creados por el sacrificio común. (pp. 365-366) Cárcano avanza en la historia de la organización nacional, y explica lo que siguió al episodio de Rosas: El desorden engendra el orden, la anarquía elabora el organismo estable. Se cumple, inexorable, la ley fatal de compensaciones y reacciones, que llega al fin a sacudimientos irresistibles que construyen el nuevo estado. Los años de prepotencia de los tres “compañeros”, sombríos y crueles para vivirlos, no son estériles para fecundar la organización nacional. Se prepara a Caseros, que luego incuba a Pavón. En las sociedades como en la naturaleza, no hay fuerzas perdidas. (p. 366) Para el autor, el tema de la organización nacional está estrechamente relacionado con el caudillismo y el federalismo. Sin embargo, a sus ojos, examinar a Rosas es, más que un ejercicio revisionista, un modo de destacar el eje central de las bases de la edificación política del país. Después de Caseros, no desapareció Rosas, se retomó lo que él había construido en el país. Rosas no fue una fuerza que se perdió y desapareció en Caseros. 4.2.5 El General Quiroga de Manuel Gálvez (1932) Algunas notas sobre el autor Manuel Gálvez nació en Paraná, provincia de Entre Ríos, el 18 de julio de 1882, y murió en Buenos Aires, en 1962. Fue ensayista y novelista. Él y su amigo de la infancia Ricardo Olivera crearon la revista Ideas, órgano difusor de la generación del 900, a comienzos del siglo XX. El proyecto surgió de la iniciativa de otro amigo de la generación, Mariano Antonio Barrenechea. Las principales secciones de la revista fueron redactadas por los mismos muchachos. De las letras argentinas se encargó Juan Pablo Echagüe; de las francesas, Emilio Becher; de las españolas e hispanoamericanas, Ricardo Rojas, y del teatro, Manuel Gálvez. Alberto Gerchunoff, Roberto Bunge, Alfredo López, y más tarde Abel Cháneton, Atilio Chiappori y Gálvez tuvieron a su cargo la crítica de libros argentinos, y Cháneton sustituyó a Gálvez en la sección de teatro. Había una sección más, revista de revistas, redactada por Emilio Alonso Criado y Gálvez. Las secciones de música y artes plásticas estuvieron a cargo de dos críticos autorizados, ajenos a los jóvenes de esta generación: el eminente compositor, artista y escritor Julián Aguirre y el primero de los pintores de esos tiempos, Martín Malharro.157 La publicación se mantuvo hasta 1905. Gálvez también colaboró en Nosotros, La Nación y en publicaciones católicas. En 1904 obtuvo el título de abogado, con una tesis sobre la trata de blancas. A él se le ha identificado, tal como lo mencionamos en el primer capítulo de esta investigación, como un destacado exponente del nacionalismo cultural, junto con Ricardo Rojas. Entre sus obras de carácter polémico se cuentan: El diario de Gabriel Quiroga (1910), El solar de la raza (1913), Hombres en soledad (1938). En La maestra normal (1914), El mal metafísico (1916), Nacha Regules (1919), Historia de arrabal (1922), en las que denuncia hechos sociales de tal modo que lo aproximan a los realistas rusos, mostrando problemas tales como la prostitución, el hacinamiento, la falta de instrucción, el oscurantismo religioso. Algunas consideraciones en torno a la novela-historia en Gálvez nos llevan a la figura de Benito Pérez Galdós. En su obra, el influjo del costumbrismo atenuó el pasado histórico- arqueológico, permitiéndole introducirse en el presente histórico-sociológico, a lo que 157 Cf. GÁLVEZ, Manuel, Amigos y maestros de mi juventud, Buenos Aires, Hachette, 1961 [1944], p. 55. contribuye una serie de factores. En América, se puede aludir la lucha contra los regímenes dictatoriales, del que la Argentina de Rosas es un buen ejemplo. La literatura se vuelve así el espacio en el que se arraigaron sobre todo dos ideas: el ensalzamiento del nacionalismo y la revisión de las cuestiones sociales. En una segunda etapa, a partir de 1928, la novelística de Gálvez es característica de una ambientación histórica en la que además de ver personajes de la historia, los personajes principales son creación del autor. Este tipo de novela se diferencia de la novela propiamente histórica en la que los personajes históricos son reales, actúan y hablan. El ejemplo más claro y por ello comúnmente citado de novela propiamente histórica es La novela de Leonardo da Vinci, escrita por Demetri de Merejovsky. En ella aparecen como protagonistas Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, el Papa Julio II. En cambio, en la novela de ambientación histórica los personajes históricos no tienen participación ni se relacionan con los creados por el autor. Los personajes históricos solamente aparecen en forma fugaz con el objeto de aportar un marco de referencia de época. En torno a la novela de ambiente histórico: ¿se trata de una épica en su manifestación moderna, como diría Friedrich Schlegel?;158 ¿es la idea de la epopeya la que ha evolucionado hasta derivar en la novela, de acuerdo con Ferdinand Brunetière?159; ¿o es que la novela se ha vuelto el género de la época por excelencia, como sostiene Leopoldo Alas “Clarín”?.160 ¿Es posible considerar al novelista un historiador? Honoré de Balzac escribió: “comienza a reconocerse que soy más un historiador que un novelista”. Desde su concepción, la novela de costumbres supone hábitos, un país, leyes, una serie de elementos que constituyen la historia. Resulta evidente que en estas menciones sobre la novela histórica decimonónica, la figura de Benito Pérez Galdós constituye una parte medular en las letras hispanoamericanas. En 1867 se abre paso, con La fontana de oro, una nueva técnica de novela histórica, que dio paso a lo histórico a través del costumbrismo, del realismo. Él aprovechó las ideas de los españoles de la época como elementos de vida, costumbres. Este hecho resulta interesante porque se introduce la vida en la novela, la actualización de los temas históricos y la preocupación 158 GARRIDO MIÑAMBRES, Germán, “La Novelle en la tradición teórica del siglo XIX”, Revista de Filología Alemana, Madrid, Universidad Complutense, 2008, núm. 16, p. 13. 159 VIÑAS PIQUER, David, Historia de la crítica literaria, España, Ariel, 2002, p. 339. 160 TOLEDANO GARCÍA, Ma. Cruz, “Presencia de Flaubert en Leopoldo Alas ‘Clarín’”, Acta Literaria, Concepción, Universidad de Concepción-Facultad de Humanidades y Arte, núm. 40, pp. 389-397. Accesible en: http://www.scielo.cl/pdf/actalit/n40/art_07.pdf (última consulta: mayo 2011). histórica y nacionalista. La novela de Gálvez bien puede considerarse como de carácter galdosiano en tanto que comparten una similar concepción del arte narrativo. A este respecto, Gálvez señala que “es una novela como cualquier otra, siempre que lo literario –acción, personajes, descripciones, psicología– predomine sobre lo histórico.”161 Como ya lo referimos en párrafos anteriores, mientras que en una primera etapa, apoyada en un naturalismo –preferentemente zoliano– Gálvez emprende un riguroso análisis de la sociedad argentina (un ejemplo de esto es El diario de Gabriel Quiroga), en una segunda etapa, se adentra por caminos eminentemente históricos: sobre las invasiones inglesas, La muerte de las calles (1949); sobre Manuel Dorrego (1828-1829) y los gobiernos de Juan Lavalle (1829-1829), El gaucho de los cerrillos (1931); acerca de la subida al poder de Rosas y derrocamiento (1832) y asesinato de Juan Facundo Quiroga (1835), El general Quiroga (1932); el conjunto en torno a la Guerra del Paraguay: Los caminos de la muerte (1928), Humaitá (1929), Jornadas de agonía (1929); y la serie de las escenas de la época de Rosas: La ciudad pintada de rojo (1948), Tiempo de odio y angustia (1949), Han tocado a degüello (1952), Bajo la garra anglofrancesa (1953), Y así cayó don Juan Manuel (1954). Durante sus últimos años, Gálvez se concentró en hechos contemporáneos y de manera especial, en el peronismo. De las once novelas, a las que la crítica aplica sin dudar el calificativo de históricas, su autor no duda en afirmar que son “de ambiente histórico”. En esta afirmación resalta el interés por recrear efectivamente el pasado argentino, sentimiento que está condicionado por su ideología nacionalista, y en segundo lugar, por echar a volar su imaginación. Es la novela de ambiente histórico la que permite a Gálvez, bajo el contexto cronológico de un cierto hecho histórico, moverse con libertad al aludir a los personajes cuyo nombre ha conservado la historia y a la vez, al crear sus personajes que le permitan reflejar un amplio panorama sociológico-costumbrista sin ninguna limitante que la crónica o el documento le puedan significar. Vuelca en sus personajes sus pensamientos, robusteciéndolos de sus estados de ánimo, su vida, sus costumbres, sus hábitos. Esta intención histórica en Gálvez se legitima ante una ardua labor de archivo y lecturas que le permitan recrear ambientes no vividos, dando así como resultado un tipo de novela que además de ser histórica se vuelve también social, costumbrista y psicológica. 161 GÁLVEZ, Manuel, El novelista y las novelas, Buenos Aires, Emecé Editores, 1958, p. 78. El conjunto de las once novelas de Gálvez resulta de gran interés, además de por los episodios históricos que presenta, por el amplio panorama de la vida que ofrece en relación con cada uno de esos momentos. Conlleva a un propio arte: su aptitud por evocar ambientes y recrear vastos panoramas. Sin reducirse su labor a la creación de caracteres individuales, plasma un estado psicológico colectivo, que a través de su cotidianeidad, se da cuenta de los usos y costumbres de la época histórica referida. Se teje una dinámica que transita entre lo colectivo y lo individual, poderosas y fuertes individualidades, reluciendo psicologías íntimas que pueden ir desde la ternura al odio, de la desidia a la malicia más sutil, del sensualismo torpe y desenfrenado a un pudor que raya en el misticismo. En El general Quiroga, Gálvez crea una serie de personajes, agrupándolos en lo que da a conocer como la familia Lanza, cuyo protagonismo recae en uno de los hijos varones, Régulo Lanza. Este personaje representa el punto en común entre el resto de los personajes. Hasta con Quiroga tiene un vínculo, con él entabla una amistad y comparten la pasión por el juego. Asimismo, se proyecta en esta novela una de las preocupaciones fundamentales de Gálvez, referente al nacionalismo. En este sentido, su estrategia es fincar diferentes posiciones políticas e ideológicas entre los diversos miembros de la familia Lanza, lo que delinea el eje la crítica que el autor quiere proyectar, en este caso, acerca del periodo rosista al final de su primer gobierno. Tras haber hecho una serie de consideraciones en torno a la novela de ambiente histórica de Gálvez, demos paso a la reseña del libro en cuestión. El general Quiroga La novela de ambiente histórico abarca de 1829, año en que asumió el poder Juan Manuel de Rosas, al 25 de octubre de 1837, día en que fueron ejecutados José Vicente y Guillermo Reinafé, junto con Santos Pérez y otros diez más, por el asesinato de Juan Facundo Quiroga. Es a través de la federalista familia Lanza, que el autor da cuenta de los sucesos históricos argentinos de este periodo, enfocados principalmente en las figuras de Rosas y Quiroga. Don Eleuterio Lanza, sargento mayor de un batallón de cívicos, que ignoraba lo que era el federalismo pero odiaba con toda el alma a los unitarios por su espíritu extranjerizado y por ser, a su juicio, enemigos de la patria, y Doña Zenona, una analfabeta, eran padre y madre de diez hijos. Seis varones: Gregorio, Régulo, Amalio, Lucas, Fructuoso y Juan, y cuatro mujeres: Bernabela, Marcelina, Eulogia y Encarnación. Gregorio, el primogénito era lomillero. Régulo se había casado con la hija de un ricachón y perdía en el juego la fortuna que su mujer heredara. Lucas era militar, pero no oficial, sirviendo a la causa federal. Amalio era un vago que se pasaba el tiempo en las pulperías, considerado como un pequeño filósofo de suburbio, a quien un día su padre lo metió en un cuartel y se enfiló con los forajidos de Quiroga en marcha hacia Río Quinto. Los Lanza no hubieran creído que Amalio era el hombre que contaba cuentos a Quiroga para aliviar las horas de detención forzosa. A Amalio le tocó presenciar el fusilamiento de los veintiséis prisioneros unitarios –hecho que también encontramos relatado en las conferencias de Peña–, al enterarse Quiroga que habían asesinado a su cercano amigo, el general Villafañe. Y el menor de los varones, Fructuoso, un anormal que dormía el día entero, y que, durante la recepción a Quiroga, desde su ventana gritó: “¡Viva e genedal Lavalle, y a qué no le gute que se calle!” (p. 37). Su padre agarró al niño “tonto” de un brazo y lo castigó brutalmente con un látigo que había recogido en uno de los cuartos. Juan y su esposa habían sido llevados cautivos por los indios que maloqueaban por las estancias del Salado cinco años atrás. Su madre, más preocupada por los indios que en los unitarios, y sus hermanas le lloraban año con año. Por el lado de las hijas, ellas se dedicaban a las “labores femeninas” y carecían de toda cultura. Encarnación, la menor y preferida de su padre, era soltera. Bernabela, la mayor, se había casado con un unitario, Pedro Lobos, empleado durante el gobierno de Lavalle que había escapado a Montevideo para salvar la vida. Don Eleuterio gestionaba el retorno de Lobos en aras de obtenerlo. La segunda, Marcelina se casó con un relojero francés. Nadie entendía como ella se había casado con un “gringo”. Su marido, Antonio Laporte, no pisaba la casa de los Lanza por temor a Lucas. En aquellos tiempos, de conflictos con Francia, los buenos federales odiaban a los “franchutes”. Había otra hija, Eulogia, que se le consideraba solterona por haber llegado a los veinticinco años sin casarse. Vivían en la calle de La Plata, ya en “las orillas”, como se denominaban en Buenos Aires a los arrabales; ahí se leía El Lucero, periódico redactado por el napolitano Pedro de Angelis, que se hacía titular “ciudadano americano”. Don Eleuterio pasaba las horas vociferando contra los enemigos del orden y asistía a todos los actos relacionados con la política. La historia comienza con la noticia de la recepción que por orden de Rosas se preparaba al general Quiroga, el caudillo de La Rioja, el famoso Tigre de Los Llanos, tras vencer a La Madrid en la Batalla del Tala. Esta noticia se volvió tema de todas las casas. Se decía que el propio gobernador saldría a recibirlo al empezar la calle de la Plata y que se estaba construyendo un arco triunfal para que Quiroga pasara por debajo. Este episodio se puede leer también tanto en el libro de David Peña como en el de Cárcano. Mientras que Peña nos retrata un festejo sin ninguna señal de disturbio, sólo de festejo y honores, el relato de Cárcano se aproxima más al de Gálvez, acentuando aún más los desmanes en que se convirtieron los festejos por la llegada de Quiroga. El primer dilema que suscitaba la llegada de Quiroga era saber si en realidad era un triunfador. La familia Lanza no lo dudaba, mientras que Carmen Herrera, una de las nueras, lo tildaba de un gaucho bárbaro, criminal e ignorante. Ella argüía que venía derrotado. El general Paz lo había vencido en dos ocasiones, refiriéndose a los combates de la Tablada y de Laguna Larga (Oncativo). Doña Zenona, al contrario, pensaba que el general Quiroga era “el hombre más valiente que había en el país”, sacando a relucir el episodio de la conjuración de San Luis, en donde Quiroga había impedido que los godos prisioneros triunfaran cuando intentaron sublevarse (p. 12).162 Que si don Juan Manuel lo recibía como triunfador, era porque era el único que sabía la “verdá” (p. 15). Mientras tanto se corría la voz de que algunos orilleros exaltados harían una manifestación contra los unitarios, los franceses y los malos federales, honrando así a Facundo Quiroga. Según Régulo, una especie de Tamerlán o de Mahoma con chiripá (p. 17). Los Lanza, a pesar de las apariencias, tenían por el lado paterno buen origen, sin embargo no formaban parte de la “gente decente” debido a un crimen que había cometido tiempo atrás el abuelo don Eleuterio. En cambio, la familia Herrera, distinguida por su abolengo y sus maneras, y con bastante cultura, sabían tolerarse y las opiniones políticas no les separaban. Su federalismo no llegaba hasta la admiración de Rosas, temían al despotismo y al compadraje. Fue la oposición de ambas familias a don Bernardino Rivadavia, quien gobernaba por entonces, lo que les permitió acercarse. La familia Herrera, compuesta de tres varones y dos mujeres, vivían todos con sus familias en la misma casa. Los cinco hermanos se llevaban perfectamente. Entre los comentarios sobre Quiroga se decía que era un táctico formidable, puramente instintivo, un hombre de corazón, que sabía perdonar y servir, un espíritu con tendencias religiosas que leía todas las noches la Biblia. Pero también se decía que era un vándalo y jugador apasionado. Sobre Rosas, se opinaba que era “un político lleno de habilidades, de mañas y de astucias” (p. 21). 162 Godos se refiere a los españoles. En tanto, los periódicos, doctrinarios y muy pequeños, no daban noticias sino por excepción, sus tiradas eran reducidísimas y solamente los leían los partidarios. De Quiroga se limitaban a comentar sus proclamas, sus declaraciones de guerra o sus movimientos al frente de sus gauchos. Pocas referencias se daban sobre su persona. Durante varias semanas no se habló de otra cosa que de la llegada de Quiroga. Aunado a esto, corrían centenares de historias sobre él, algunas contradictorias, sobre su vestimenta, su carácter, hasta la sospecha de que él disentía con Rosas y era sospechoso al gobernador. Los unitarios decían que Rosas le temía a Quiroga y se alegraban de ver levantarse un poder frente al de Rosas. Sobre todo se hablaba del riojano en el barrio del norte. Ahí vivía una mujer viuda, de nombre Edelmira Mendoza, una federala y guitarrera que cantaba cielos y tristes. Eran muy conocidas las reuniones que organizaba en su casa los sábados por la noche. Sus invitados acostumbraban a jugar, sin ser mucho el dinero que circulara. Las casadas del barrio le tenían mala fe y despotricaban de la mujer de vida airada, pero en realidad Edelmira era una buena mujer, discreta con sus amores, iba a misa los domingos y hacía caridad con la gente pobre del barrio. Bastó que un día Quiroga la mirara fijamente, para que Edelmira quedara prendida de aquel hombre, que tenía algo de misterioso en toda su persona, “sobre todo en su mirar dominante”. Edelmira pensó que seguramente se trataba de “un gran caudillo” y de un provinciano del norte “por su andar pesado y sus gestos lentos” (p. 44). Tras enviarle una serenata, una noche asistió a las reuniones del sábado por la noche, llevado por Régulo Lanza. Después de varias galanterías a la criolla en sucesivas reuniones de los sábados, una noche, antes de retirarse, Quiroga se ponía la capa y le entregaban el sombrero. Ella se anegaba en aquella dulzura y se empequeñecía junto al caudillo. Leamos el pasaje en que Gálvez describe la galantería de Quiroga con Edelmira: Quiroga le tendió la mano. Ella le dio la suya, que él retuvo. Mientras tanto le preguntó: — ¿A qué no sabe, señora, por donde se trasmite el amor? Y la envolvía con una mirada acariciante y profunda. — Por los ojos. — No señora. Por las manos… Oprimióle las de ella un poco más, se inclinó en una breve reverencia y salió. Este episodio fue narrado también por Peña en una de sus conferencias, dejándolo solamente como una atención propia de un caballero hacia una dama. Gálvez avanza. Edelmira estaba convencida de que Quiroga era su primer amor. A Quiroga lo amaba por él. Veía en Quiroga un hombre muy grande, tanto en sus virtudes como en sus vicios (p. 72). Mientras Quiroga frecuentó su casa, Edelmira se convirtió en una mujer de la Federación y sus reuniones fueron muy asistidas. Al paso de unos meses, esa influencia había cesado por completo. Se murmuraba que Quiroga hacía el amor a Dominga Rivadavia, una espléndida mujer, sobrina de don Bernardino y casada con un hermano del coronel Iriarte. Aunado a sus amoríos, Quiroga pasaba todo el día jugando al monte y a los dados en la casa de don Braulio y en otras partes. Antes de partir a Córdoba, Quiroga visitó por última vez a Edelmira en su casa. Régulo Lanza, el marido de Carmen, es un personaje central de esta historia, pues a partir de él se entrelazan tanto los personajes históricos, como es el caso de Quiroga, como todos los demás personajes creados por el autor. En él había algo de porteño distinguido: “aptitudes ni siempre realizadas o incompletamente realizadas, tendencias que no siguieron el mejor camino.” Era buen mozo, agradable, sonriente, poco burlón, “con un aire de ‘¡qué me importa a mí!’”, servicial hasta no poder ser más, bondadoso, bien vestido: esto explica que hubiera enamorado a Carmen, aunque no al resto de los Herrera, a quienes llevó varios años aceptar el casamiento. Régulo no era partidario de aumentar el poder de Rosas. Los Herrera tenían amistad con Braulio Costa, en cuya casa se alojaba Quiroga. Y uno de los Herrera, Bernardo, fue quien un día llevó a Régulo a una de las reuniones de don Braulio, a propósito de la llegada de Quiroga para que lo conociera. Acerca de la referencia a don Braulio Costa, Peña proporciona los detalles acerca de su posición bien acomodada en la sociedad porteña. Al momento en que se conocieron Régulo y Quiroga, éste le estrechó la mano con fuerza al joven, pronunciando unas palabras de saludo, con tonada y con una voz lenta, llena y suave. Régulo no dejó de contemplar desde su rincón al general, sintiéndose atraído por él. Régulo Lanza comprendía que: […] aquel hombre de semblante quizá feroz, de ojos de tigre, de mirar reconcentrado y sombrío, arrastrase a las multitudes y llevase a sus soldados al heroísmo y a la muerte. Aquellos ojos negros, de mirar despacioso y profundo, debían penetrar en las almas y avasallarlas (p. 52). En esa reunión se encontraba también el coronel José Ruiz Huidobro y él fue quien se dirigió a Régulo para hacerle saber que el general Quiroga le quería pedir un servicio. Él le dijo que deseaba ser presentado por Régulo a una viuda en cuya casa se hacían buenas partidas. A causa de Régulo, Quiroga llegó a las reuniones de los sábados en casa de Edelmira. La llegada de Quiroga había mantenido en paz un tiempo breve a Buenos Aires. Sin embargo una amenaza aparecía por el lado de Córdoba. El general José María Paz, que gobernaba la provincia, acababa de titularse “Protector de los pueblos libres”. Ya dominaba nueve estados y poco tardaba en querer invadir la provincia de Buenos Aires. La guerra estaba en todas partes. Las noticias comenzaron a llegar, generando el entusiasmo entre los federales. El coronel Ángel Pacheco había derrotado en el Fraile Muerto al coronel unitario Pedernera, fomentando este triunfo la adhesión de las campañas a Rosas y a su partido. Los Llanos de La Rioja se habían alzado frente a La Madrid y toda la sierra de Córdoba estaba contra Paz. Catamarca caía en el poder del federal José Benito Villafañe. San Luis estaba bajo la protección de Quiroga. Santiago del Estero se había librado de Deheza y se dirigían a Tucumán en grandes masas para vengar los agravios de los unitarios de esta provincia. Los “libertadores” vencían por todas partes. El 4 de febrero de 1831 se firmó en Santa Fe el Pacto Federal entre las cuatro provincias litorales, mediante el cual se establecía para el país la forma republicana de gobierno y lo que sería años más tarde, según explica el autor, la base de la Constitución. A finales de 1832, Rosas fue reelegido como gobernador de Buenos Aires. El hecho causó revuelo en la sociedad porteña. Don Eleuterio era partidario de la reelección de Rosas con facultades extraordinarias. Régulo, al igual que sus cuñados, preferían que se eligiera un nuevo gobernador, pensando en Juan Ramón Balcarce como una buena opción. Las facultades extraordinarias le fueron negadas, razón por la cual Rosas renunció y continuó cerca de la política como comandante en jefe del ejército. Fue entonces electo un hombre de su confianza, el general Juan Ramón Balcarce, en cuyo periodo se emprendió la campaña al desierto comandada por don Juan Manuel y en la que participó también Quiroga. La expedición al desierto significaba terminar con el indio, una llaga viva en el cuerpo de la Patria. Desde los tiempos de los virreyes, ellos habían tenido aterrorizadas a las poblaciones. En el plano político comenzaron a surgir desavenencias entre los partidarios de Balcarce y los de Rosas, y, destituido Balcarce por Rosas en la “Revolución de los Restauradores”, lo siguió Juan José Viamonte (1833-1834); mientras tanto, Rosas había ido al sur de la provincia para dirigir las fuerzas expedicionarias hacia el corazón del territorio al sudoeste, oeste y noroeste de Buenos Aires. Entre los federales, a partir de que a Rosas no se le dieron las facultades extraordinarias, se formaron dos tendencias: los “cismáticos”, respetuosos de la división de poderes y opositores a las facultades extraordinarias, y los “apostólicos”, aquellos adictos a Rosas, a quien deseaban conferirle poderes ilimitados. Régulo se hizo cismático, ingresando así en los asuntos de la política argentina. La actitud de Quiroga en estos tiempos fue no del todo precisa. Se cuenta que durante una reunión, mientras se hablaba de la Revolución, Quiroga exclamó su desapruebo. Los absolutistas quedaron mudos. Para Régulo resultó una agradable sorpresa. Sin embargo queda la duda si el general decía esto por convicción. Paralelo a estos acontecimientos, reapareció Juan, que volvía de las tolderías después de ocho años de haber estado cautivo con los indios. El 28 de abril de 1834, durante el mandato de Juan José Viamonte, sucesor de Balcarce, don Bernardino Rivadavia, quien había presidido las Provincias Unidas del Río de la Plata de 1826 y renunciado en 1827, pisó tierra argentina, pero no le fue permitido desembarcar. Aquel día fue para los Lanza de tremendas agitaciones. La negativa indignó a Quiroga y buscó el modo de entrevistarse con él. Sin lograrlo, Régulo trataba de no ver esto como un mal presagio, aunado a que todo iba saliendo mal para los enemigos de Rosas. Tan sólo le quedaba de consuelo las palabras de Quiroga en torno a la Revolución. ¿Por qué el general no se iba a las provincias y las levantaba para impedir otro gobierno de don Juan Manuel? ¿Sería cierto que la vida de Buenos Aires había quitado al Tigre de los Llanos su energía moral? ¿Y él, Régulo Lanza, no tendría un poco de culpa, si eso fuera cierto? ¿No lo llevó al general a casa de Edelmira, sabiendo que reanudarían sus amores? Eso se pregunta el narrador. . Para el 25 de mayo, Rosas retornaba de la expedición y se acercaba a la ciudad. Se encontraba en su estancia de San Martín. Mientras tanto, en la ciudad no se hablaba de otra cosa que la renuncia de Viamonte. En el mayo, La Gaceta, le había pedido indirectamente, y se sabía que el gobernador no deseaba sino irse a su casa. La cercanía de Rosas le hizo comprender, según el narrador, que el Restaurador tenía mucho más poder que él. Y en los primeros días de junio presentó su renuncia. A partir de este instante, la vida porteña se concentró en la Legislatura. Finalmente el último día del mes la Legislatura eligió como gobernador de Buenos Aires a don Juan Manuel de Rosas. La alegría de los federales fue “estruendosa” (p. 298). Pero don Juan Manuel no aceptó. Comenta el autor que desde aquel día “comenzó una de las épocas más inquietas de la historia de Buenos Aires. Los legisladores eran partidarios de Rosas, pero temían a las facultades extraordinarias. Unos las consideraban innecesarias, pues, a juicio de ellos, los unitarios no eran peligrosos. Otros se oponían por escrúpulos legalistas”. (p. 298) Mientras tanto a Régulo no le iba nada bien. Había entre Quiroga y Régulo una amistad de tiempo atrás, a la que se le suma la pasión por el juego que ambos compartían. Y a Régulo le confundía la actitud de Quiroga pues se había enterado que acababa de aceptar, por parte del gobierno de Maza, una misión para él en las provincias del norte. ¿Cómo era posible que Quiroga, después de sus manifestaciones de unitarismo, aceptase una misión semejante, que no podía venir sino de Rosas, ya que Maza le obedecía en todo? ¿No sería mejor, aun para el propio Quiroga, dejar que la guerra se incendiase, a fin de aprovecharse de ella y, terminar con Rosas? Pero, continúa cuestionándose Régulo, ¿habría pensado Quiroga seriamente en anular a don Juan Manuel? ¿O sería falsa la noticia? Había llegado el carnaval. Era el mes de febrero de 1835. El Teatro estaba soberbiamente arreglado, según Régulo. El baile languidecía. Así llegaron las tres de la mañana. En ese instante un ruido que venía de la calle concentró toda la atención del mundo. ¡Han asesinado al general Quiroga y a toda su comitiva! En la casa de los Lanza, la noticia enloqueció a todos. Cuatro días después llegó la noticia de que el doctor Manuel Vicente Maza renunciaba como gobernador de la Provincia. Nuevamente la Legislatura comenzó sus labores. La Patria estaba en peligro y sólo el brazo poderoso de Rosas podía salvarla. Aunado a los resultados de la sesión de la Legislatura y la unanimidad de la opinión pública en el plebiscito, don Juan Manuel aceptó el gobierno. Régulo huyó a la Banda Oriental. En el epílogo, Gálvez se ubica dos años y medio después, en Buenos Aires. Una paz inmóvil reina en toda la ciudad. Don Juan Manuel de Rosas ha seguido gobernando con su dura mano de hierro. Una mañana de octubre de 1837, un hombre caminaba por la calle de la Federación, como se llamaba ahora la antigua calle de la Patria. Era Régulo Lanza. Había retornado pues no quería morir lejos de los suyos, como era el caso del pobre Pedro Lobos, esposo de su hermana que tuvo que permanecer del otro lado. En su casa no le trataban igual. Su amor hacia Carmen había retornado como en los primeros tiempos. En Montevideo había perdido el vicio de jugar. Una vida empezaba para él. Se condujo a la plaza de la Victoria, llena de gente. En los balcones no aparecían mujeres lindas; pocos hombres decentes en la plaza: casi toda la concurrencia era plebeya; abundaban los carniceros, los negros, los orilleros de diverso pelaje. Pocas mujeres, todas chinas, negras o mulatas. Se iba a ahorcar a los ejecutores materiales del asesinato de Quiroga. Uno de los Herrera decía que el verdadero autor era Rosas (p. 326). Régulo no lo creía. Cierto era que Reinafé creía en la culpabilidad moral de Rosas, pero en Régulo esto no pasaba de una sospecha. Esa mañana se llevó a cabo la ejecución. Previo a ello, Régulo alcanzó a escuchar que Santos Pérez gritó con energía y desesperación: —¡Rosas es el asesino de Quiroga! Los cadáveres fueron colgados durante seis horas para servir de escarmiento y de lección. Régulo se apartó más triste que nunca, y a pasos lentos se dirigió a su casa. 4.2.6 La prensa argentina en el centenario del asesinato del Juan Facundo Quiroga Como parte del recuento historiográfico, se suma a este análisis la prensa argentina en torno al centenario del asesinato de Juan Facundo Quiroga (16 de febrero de 1935). La consideración de la prensa periódica reside en que, a diferencia de los documentos de archivo –de carácter frecuentemente reservado e institucional– y de las memorias y correspondencias oficiales o privadas –a menudo fragmentarias o subjetivas–, es un medio de comunicación multitudinaria que funciona como un tamiz que trasmite o calla, informa, deforma, organiza y elabora en relación con parámetros variables. La recopilación hemerográfica realizada consta de cincuenta y tres notas. Cincuenta y un artículos/notas fueron publicadas en veinticinco títulos, detallados a continuación: de Buenos Aires: Bandera Argentina, Caras y Caretas, Crisol, El Hogar, La Nación, La Prensa, La Razón, La Vanguardia; de Córdoba: Córdoba, El País, La Voz del Interior, Los Principios; de Corrientes: Nueva Época; de La Plata: El Argentino; de La Rioja: La Rioja; de Mendoza: Los Andes; de Olavarría (Provincia de Buenos Aires): El Popular; de Santa Fe: La Capital (Rosario), El Litoral, La Provincia; de Santiago del Estero: El Liberal; de Tucumán: El Tábano. Las dos notas restantes fueron halladas de manera aislada y carecen total o parcialmente de los referentes de sus fuentes. El periodo comprendido que resultó de la búsqueda abarca desde octubre de 1934 a junio de 1935, correspondiendo el primer y último registro al cordobés Gontrán Ellauri Obligado. Tanto en Buenos Aires como en Córdoba se registró el mayor número de títulos de periódicos diferentes: nueve y cuatro publicaciones, respectivamente. Siendo la ciudad con más colaboraciones, Córdoba, con un total de dieciocho notas y Buenos Aires, con diecisiete. Sin mucha distancia, en la Provincia de Santa Fe se publicaron siete artículos. Sin embargo, La Voz del Interior y Los Principios, ambos cordobeses, fueron los periódicos con más publicaciones sobre el tema: ocho y siete notas, respectivamente. Le siguen La Prensa y La Razón, ambos diarios porteños, con cuatro notas cada uno, y El Liberal de Santiago del Estero y El Tábano de Tucumán, con dos artículos cada uno. En adelante se encontró una sola nota en el resto de los periódicos en cuestión. Como anticipamos, el primer registro apareció en un periódico cordobés, el 30 de octubre de 1934. Aunado a esta nota, fueron veinte artículos más los que se encontraron publicados previos al 16 de febrero de 1935, día del centenario del asesinato del caudillo riojano. Para el día del aniversario se registraron solamente siete notas y posterior a esta fecha, veintiséis. En cuanto a los autores, la mayoría de las colaboraciones, treinta y un notas, aparece “sin autor”. Una nota, de uno de los diarios porteños, está bajo la autoría de “corresponsal”. Entre los trece autores se cuentan poetas, novelistas, musicólogos, folkloristas, historiadores, compositores de letras de tangos. A continuación, se mencionan a los autores y su proveniencia: de Buenos Aires: Francisco García Jiménez, Carlos Correa Luna, José Gabriel, César Carrizo, Dardo Cúneo y A.Z.S.; de Córdoba: Gontrán Ellauri Obligado, Rodolfo Juárez Núñez, Ramón J. Cárcano, Julio C. Corvalán Mendilaharsu y J. Francsico V. Silva; de Rosario: Néstor Joaquín Lagos; de Santa Fe: Nicanor Molinas; de Santiago del Estero: H. D. Argañarás, y de Tucumán: Guillermo Lasserre Mármol. Entre los autores que tiene más de una colaboraron se encuentran: César Carrizo (La Nación y Mundo Argentino), Gontrán Ellauri Obligado (5 en Los Principios y 4 en La Voz del Interior) y Guillermo Lasserre Mármol con dos notas en El Tábano de Tucumán. De Goltrán Ellauri Obligado se sabe que un historiador de origen cordobés, al que se le reconoce haber sido fundador de la Academia Americana de Historia. Entre sus obras, publicadas en Córdoba y en Buenos Aires, se cuentan: Ricardo Gutiérrez: ensayo crítico-biográfico (1912), Descubrimiento histórico (1912), La acción libertadora Argentina en el Perú (1921), Clelia: páginas de ensueño, amor y dolor (1923), El rancho de la Mboy-Chini: leyenda correntina (1924), Carne de feria (1924), Del folklore cordobés: leyendas y tradiciones (1926), Historia de la provincia de Córdoba (1938), De la epopeya cordobesa (1941). Sus artículos periodísticos denotan tanto el carácter reivindicatorio como el de añoranza por el caudillo. A través de éstos se puede deducir que su cometido fue fundamentalmente reconstruir la historia con la verdad y no, con “hilachas”:163 “el curso de la Justicia y la Verdad - puntales de la Historia- no se quiebra jamás!".164 A partir de la recopilación de documentos de la época, entre sus preocupaciones destacamos la recuperación de las crónicas de la época sobre el destino del cadáver de Quiroga y la aseveración de que Rosas promovió el asesinato de Quiroga, basada tanto en la carta de Rosas escrita al asumir el poder en Buenos Aires, dos meses después del asesinato de Quiroga, dirigida al gobernador de Santa Fe, Estanislao López, como en la declaración que fue realizada momentos después de detenerse a Santos Pérez. Para Ellauri es relevante, a partir del análisis de algún escritor de figura sobre el significado del caballo para los argentinos, el hecho de que el parejero moro no acompañaba a Quiroga en el viaje en que fue asesinado. De haberlo hecho, Ellauri cree que otra historia se habría dado pues gracias a sus habilidades, el caballo pudo haber salvado a su amo. Así ha sucedido con otros caballos de figuras, como con Alejandro Magno y con César.165 Acerca del destino que tuvieron los restos de Quiroga, tema que se puede revisar con detalle en el Juan Facundo Quiroga de Ramón J. Cárcano,166 Ellauri relata que fue la viuda de Quiroga quien solicitó la inhumación del cadáver. Esta aclaración significó desvirtuar otras versiones que se corrían en la época relacionadas con el cadáver. El interés de Ellauri por la reconstrucción histórica de Quiroga es tema conocido pues en otro de sus artículos se da cuenta de que es a él a quien se le pide valore el retrato de Quiroga “más ajustado a la verdad”. En su opinión, tras hacer la revisión de todos los cuadros conocidos de Quiroga, la imagen corresponde a la que aparece en el tomo I de las Memorias del General Gregorio Araoz de la Madrid, edición de 1895, recomendando tomar esta 163 ELLAURI OBLIGADO, Gontrán, “Destino que le cupo a los restos de Quiroga”, Los Principios (Córdoba), 30/10/1934. 164 ELLAURI OBLIGADO, Gontrán, “Acerca del hallazgo de la ‘Declaración auténtica’ del matador de Facundo Quiroga”, La Voz del Interior (Córdoba), 20/02/1935. 165 ELLAURI OBLIGADO, Gontrán, “Para la historia de Barranca Yaco”, Los Principios (Córdoba), 15/05/1935. 166 Consultar en el cuarto capítulo, el apartado 4.2.1, referente a la exposición y análisis de la obra de Cárcano, Simulación, infidencia y tragedia. referencia si existiera el interés de hacer una “iconografía facundesca”.167 Dos meses después, en otro de sus artículos, hace aportes para llevar a cabo dicha iconografía con el fin de coadyuvar a la reconstrucción de la verdadera imagen del caudillo con los diversos retratos existentes de Quiroga en grabados, estampas populares y pinturas de la época.168 Otra de las intenciones que encontramos en los artículos de Ellauri es la de autentificar los documentos que al respecto van saliendo a la luz. Éste fue el caso de la carta que Julio Corvalán Mendilaharsu publicó, señalando como la “auténtica”, en la que se muestra el acuerdo de Rosas y Quiroga por impulsar la Constitución en Argentina. Ellauri acusa a Corvalán de mutilar documentos y transcribir la parte faltante. Ellauri tiene una copia de la carta original, y es con esta autoridad que señala que el documento publicado por Corvalán es la versión que modificó el propio Rosas y que él mismo publicó en 1851. La carta original fue publicada en 1839 en El Nacional, con los comentarios de Juan Bautista Alberdi. Ante este panorama, Ellauri criticó a los rosistas, calificándolos de poco honestos en su afán de reivindicar la figura de Rosas.169 Uno de los puntos relevantes en las notas de Ellauri reside en pronunciarse a favor de la sospecha de autoría de Rosas en el asesinato, argumentando que en la carta que escribió Rosas a López, el gobernador de Santa Fe, él afirma sospechar de los Reinafé, detalle que en su reiteratividad resulta para Ellauri delatante, revelando el apresuramiento en Rosas por delatar a los asesinos, en vez de actuar con mayor tranquilidad y dejar que el tiempo se encargara de aclarar los hechos. En la segunda nota destaca de la declaración que Santos Pérez hizo previo a su ejecución: “He muerto a Quiroga por orden de Rozas”. Para Ellauri, el único beneficiado con la muerte de Quiroga fue Rosas, quien se aseguró el control político total. Esta aseveración se suma a la posición que David Peña asumió en sus conferencias, en 1903. Como lo mencionamos en párrafos anteriores, entre los autores que registraron más de una colaboración, además de Ellauri, se encuentra Guillermo Lasserre Mármol. De él se sabe que es autor de China contra el mundo, un libro de treinta siete páginas, publicado en 1937, en la ciudad de Buenos Aires. Participó en uno de los actos académicos de las fiestas de la hispanidad en Argentina, llevado a cabo en Buenos Aires, durante la semana del 7 de octubre 167 ELLAURI OBLIGADO, Gontrán, “Acerca de la autenticidad del retrato de Facundo Quiroga”, La Voz del Interior (Córdoba), 03/02/1935. 168 ELLAURI OBLIGADO, Gontrán, “Aporte para la ejecución de la iconografía facundesca”, Los Principios (Córdoba), 18/04/1935. 169 ELLAURI OBLIGADO, Gontrán, “La carta auténtica de Rosas a Quiroga”, Los Principios (Córdoba), 09/05/1935. de 1963. El profesor Lasserre disertó el martes 8 de octubre sobre el tema “Sentido trascendente de la Hispanidad y su símbolo: El Escorial”.170 Lasserre, hombre del interior como Ellauri, desde su natal Tucumán reflexionó en el centenario del asesinato con el objeto de recuperar el verdadero Quiroga, calumniado a lo largo de la historia. Con este afán, el autor pone a discusión en sus dos artículos los temas del caudillismo, federalismo y democracia en gestación como denominaciones distintas o aspectos del espíritu sagrado de la Revolución de Mayo.171 Lasserre explica que la Revolución de Mayo significa la independencia absoluta de las colonias en 1809, en contraposición con la revolución a la que suelen hacer referencia los historiadores clásicos, el movimiento del Cabildo Abierto de 1810 en Buenos Aires.172 En torno al europeísmo, Lasserre sostiene que a pesar de la obvia influencia que éste tuvo en los impulsos hacia la independencia española, existían ya móviles “subconscientes” en las colonias españolas de la época. Esta consideración le permite explicar las contradicciones y pugnas que lograda la Independencia se suscitaron entre los que deseaban mantener los privilegios virreinales y aquéllos que liberales clamaban por la instauración de un régimen democrático, dándose así la profunda división entre unitarios, los hombres de la ciudad que perseguían el modelo europeo, y los federales, los hombres del interior, los caudillos.173 Entre los europeístas, sitúa a Julián Segundo de Agüero, Salvador María del Carril y a Sarmiento. A este último lo hace responsable de “desarraigar” a la juventud de un país agrícola-ganadero.174 En lo que toca al caudillismo, explica el autor, surge a partir de la necesidad de poner orden en las vastas extensiones de tierra en contra de las “indiadas”. Se hace referencia de Rosas, en tanto supo lo que Argentina necesitaba en momentos de incipiente nación, situándolo en el punto de realización democrática. Pudo ser capaz de conciliar con mano férrea las pugnas intestinas entre los caudillos del interior. Atendamos que a diferencia de otros autores, Laserre no hace mención alguna acerca de la posible relación de Rosas en el asesinato 170 Dato tomado del artículo: “Las fiestas de la hispanidad en argentina”, La Vanguardia Española, 4/10/1963, en http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1963/10/04/pagina-15/32672469/pdf.html (última consulta: agosto 2011). 171 LASERRE MÁRMOL, Guillermo, “Páginas de Bronce en el centenario de Facundo Quiroga. ‘El Sanguinario’ y Rivadavia”, El Tábano (Tucumán), 18/03/1935. 172 LASERRE MÁRMOL, Guillermo, “Páginas de Bronce en el centenario de Facundo Quiroga. Prolegómenos”, El Tábano (Tucumán), 11/03/1935. 173 Ibídem. 174 LASERRE MÁRMOL, Guillermo, “Páginas de Bronce en el centenario de Facundo Quiroga. Facundo ‘El Sanguinario’ y Rivadavia”, El Tábano (Tucumán), 18/03/1935. de Quiroga, y tampoco manifiesta algún tipo de crítica a su gobierno. Esto, a mi parecer, no lo hace rosista, sino que es muestra de un vago análisis en cuanto al rosismo y un deslinde del análisis rosista como condición para abordar el tema de Quiroga. Lasserre se concentra en su objetivo, el análisis de Facundo Quiroga en la historia política argentina. Acerca de la figura de Facundo Quiroga, Lasserre destacó que vivió en la hora importante en que se construía la nueva nación argentina, figurando como representante de los caudillos de la época y de los primeros en adherirse al proyecto constitucionalista.175 Aunado a esto, Lasserre destaca la generosidad de Quiroga e ilustra el momento en que Rivadavia regresa del exilio a su país, y le es negado su ingreso. Quiroga, ante tal situación, dispuso lo conveniente para asegurar su integridad. Para el autor, el caudillo fue un hombre que supo colocarse del lado correcto en el momento decisivo para crear la obra constituyente de la nacionalidad. La relevancia de las notas de Lasserre, de acuerdo a lo anteriormente expuesto, reside en su análisis sobre la Revolución de Mayo y la significación de ésta en la construcción de la nación argentina. Tal como lo advirtió Lasserre, el desequilibrio entre las fuentes naturales de riqueza y el consumo masivo en las urbes se convierte en la premisa fundamental, a partir de la cual se basa el nacionalismo argentino en la negación de sus orígenes eminentemente rurales.176 Tenemos aquí un cierto parentesco con los preceptos de Saúl Taborda en cuanto a los antecedentes coloniales de su propuesta comunalista y además, en el planteamiento que plasma en el primer número de la revista Facundo: “¿Fue la voluntad de Mayo la que dispuso y ejecutó la represión del caudillismo reclamada por la cultura urbana bajo la sugestión de las corrientes civilizatorias de Europa?”177 Sin ninguna intención de trazar generalidades, a partir de lo expuesto, se vislumbra una cierta familiaridad de ideas en cuanto a esa perspectiva del interior, que a ambos escritores caracteriza. Un tercer autor que tuvo más de una colaboración es César Carrizo (1889-1950), un conocido novelista de origen riojano. Se destacó como escritor, como catedrático y como periodista, apegado a los temas nacionales. Entre sus obras se cuentan: Santificada sea (1925), Una alondra en la noche (1928), Un lancero de Facundo: vida y romance del chico Peralta (1941), Viento de 175 LASSERRE MÁRMOL, Guillermo, “Páginas de Bronce en el centenario de Facundo Quiroga. Prolegómenos”, El Tábano (Tucumán), 11/03/1935. 176 LASSERRE MÁRMOL, Guillermo, “Páginas de Bronce en el centenario de Facundo Quiroga. Facundo ‘El Sanguinario’ y Rivadavia”, El Tábano (Tucumán), 18/03/1935. 177 TABORDA, Saúl, “Meditación de Barranca Yaco”, Facundo, I, 1, febrero, 1935, p. 4. la altipampa (1941), Rapsodia viajera (1944), Una vida ejemplar: teniente coronel don Marcelino Reyes: prócer de las armas y de las letras: 12 de junio de 1845-12 de junio de 1945 (1945). Carrizo no es la excepción, al referirse también a ese Facundo, creación de Sarmiento; un tema inagotable en el que se ha convertido el caudillo, alimentado por la discordia histórica que se ha generado alrededor de su figura. El autor hace mención de los diferentes apoyos que Quiroga brindó –Aldao, Rivadavia, viuda e hijos de Dorrego, Alberdi y esposa de La Madrid– con el objeto de dar el autor cuenta de su generosidad.178 El autor refiere el fusilamiento de los veintiséis prisioneros, que Quiroga ejecutó en Mendoza, como el hecho capaz de explicar su obsesión por unificar el país. Este hecho, cabe señalar, ha sido abordado por otros autores: David Peña, Ramón J. Cárcano y Manuel Gálvez. De estos tres sobresale Peña, en cuanto a definir este acto, muy en el sentido que lo hace Carrizo, de carácter inexplicable a lado del hombre generoso, inteligente y culto que era Quiroga. El segundo tema que aborda Carrizo es poco común entre el resto de los autores de este seguimiento hemerográfico, y además, un tanto novedoso por la información que provee acerca de los antecedentes familiares de Quiroga. Centrándose en la figura materna, Carrizo se propuso realizar una biografía de ella, a propósito de los cien años del asesinato de Quiroga; intenta recuperar la memoria de su madre y de paso a las mujeres que la historia oficial argentina ha dejado de lado.179 La madre de Quiroga acusa a Rosas de instigador del asesinato de su hijo, sentir con el que está de acuerdo Carrizo, a pesar de no existir pruebas fehacientes, sí existe una “lógica de hechos”, en la que incluye: los mensajes que van por el camino rumorando a la orden de asesinar a Facundo; las cartas dirigidas a él por sus amigos, quienes intentan disuadirlo de continuar con su empresa; el desenlace final y el juicio del pueblo frente a este hecho. Señala de Doña Rosa Juana, una mujer de abolengo y los Quiroga, antiguos Kairoga, descendientes de reyes suecos y reyes godos. Su hijo le heredó sus labios, nariz fina y mentón delicado, además del "orgullo señoril, el empaque castellano y la generosidad de anchas manos colmadas que se vuelcan, a modo de cornucopias, en los necesitados". 178 CÉSAR CARRIZO, “Facundo, terror de los llanos, fue un hombre de corazón que mereció el aprecio de Alberdi”, Mundo Argentino (Buenos Aires), 13/02/1935. 179 CÉSAR CARRIZO, “La madre de Facundo- Doña Juana Rosa Argañaz de Quiroga”, La Nación (Buenos Aires), 16/02/1935. La segunda colaboración de Carrizo, acerca de la madre de Quiroga, se publicó, junto con otros seis artículos (todos de diferentes autores) el día del centenario, el 16 de febrero de 1935. De los siete artículos, dos de ellos fueron publicados en La Nación de Buenos Aires (César Carrizo y “sin autor”) y los cinco restantes, en diarios de provincias diferentes; cuatro de ellos con autor explícito y tres, “sin autor”: 1.- CÉSAR CARRIZO, “La madre de Facundo- Doña Juana Rosa Argañaz de Quiroga”, La Nación (Buenos Aires). 2.- SIN AUTOR, “A cien años de la sombría tragedia de Barranca Yaco”, La Nación (Buenos Aires), 3.- NÉSTOR JOAQUÍN LAGOS, “Facundo Quiroga en el centenario de Barranca Yaco, 1835- 16 de febrero”, La Capital (Rosario). 4.- RAMÓN J. CÁRCANO, “Barranca Yaco-1835- 16 de febrero-1935”, El País (Córdoba) 5.- SIN AUTOR, “El centenario de Barranca Yaco, una fecha que fue trascendental en la historia argentina”, Los Andes (Mendoza). 6.- NICANOR MOLINAS, “Facundo”, El Litoral (Santa Fe). 7.- SIN AUTOR, “Juan Facundo Quiroga (‘El tigre de los Llanos’)”, Nueva Época (Corrientes). A excepción de Cárcano (nota 4 de 7), el resto de las notas sí hacen mención de la relación de Juan Manuel de Rosas en el asesinato de Quiroga. No sucede así con Cárcano, a pesar de que el fragmento del capítulo que se transcribe trata de una detallada descripción del recorrido que Quiroga hace para realizar su misión diplomática en Salta y Tucumán. Este capítulo comienza en Pitambalá (Santiago del Estero) y finaliza con su asesinato en Barranca Yaco.180 Carrizo recurre a la figura de la madre de Quiroga, quien señaló a Rosas como instigador del asesinato de su hijo (nota 1 de 7); la segunda nota del listado, “sin autor” de La Nación, se cuestiona si existe alguna vinculación entre el asesinato de Quiroga y la asunción de Rosas al poder; Lagos181 (nota 3) realiza una larga reseña histórica –aludiendo a los aportes del Doctor David Peña y sus conferencias– para destacar su trayectoria política y militar del caudillo, y a la vez, su trascendencia en aras de construir la nación argentina, de la cual toma ventaja Rosas con su muerte; en este sentido, la nota 5 analiza la trayectoria de Quiroga a partir de la relación 180 CÁRCANO, Ramón J., “Barranca-Yaco”, Juan Facundo Quiroga. Simulación, infidencia y tragedia, Buenos Aires, Roldán Editor, 1931, pp. 245-283. En el artículo del periódico aparece solamente de la página 245 a la 268. 181 Néstor Joaquín Lagos fue una voz experimentada y reconocida en el mundo periodístico rosarino. Fue director del diario La Capital. con Rosas y López, tríada en la que Rosas está a la cabeza y domina a Facundo. Llama la atención de esta nota que este análisis podría bien desprenderse de uno de los capítulos del libro de Cárcano: “Los tres compañeros”.182 Sin hacer ninguna alusión a Cárcano, pareciera tratarse del resumen de dicho capítulo. En la sexta nota, a cargo de Nicanor Molinas,183 nuevamente se hace mención de las conferencias de David Peña. Hay en este artículo un análisis interesante, pues además de hacer una comparación novedosa entre Quiroga y Rosas, el autor establece una distinción entre Quiroga y Urquiza. Según Molinas, de acuerdo a una reivindicación caudillesca, Rosas se llevó la peor parte pues mientras Quiroga trascendió a su muerte, Rosas muere de modo vulgar, teniendo entre las juventudes argentinas ese velo que tienen los dictadores. Aunque para el autor Quiroga es la antítesis de Urquiza, Molinas señala que Quiroga será recordado históricamente como el precursor de Urquiza. Mientras que Quiroga se ganó el visto bueno de algunos grupos, Urquiza se plantó en la realidad y buscó la integración de todo el interior. En este sentido, Quiroga será “la víctima de su sistema o de sus alianzas”,184 mientras que Urquiza redimió su pasado con un triunfo. En esta última línea de análisis, en la que Quiroga es la víctima de su sistema o de sus alianzas, vale la pena señalar un cierto parentesco con lo que el nieto de Quiroga, Eduardo Gaffarot, escribió en 1905, en su libro Civilización y barbarie o sea Compadres y gauchos: “Quiroga murió. No le asesinaron los Rozas, los Cullen, ni los López; no. Le asesinó un sistema político-social, del que Rozas fue la gran manifestación histórica, y la barbarie germana, la negación suprema”.185 Por último, el artículo “sin autor”, en el diario Nueva Época (nota 7 de 7) se recuerda la figura de Quiroga como el promotor de la paz entre Salta y Tucumán y como el que estableció las bases para la organización de la República Argentina. Como mencionamos con anterioridad, también señala a Rosas como el promotor del asesinato de Quiroga. 182 CÁRCANO, Ramón J., “Los tres compañeros”, Juan Facundo Quiroga. Simulación, infidencia y tragedia, Buenos Aires, Roldán Editor, 1931, pp. 18-37. Consultar en el cuarto capítulo de esta investigación el apartado referente a este libro. 183 Nicanor Molinas, entre sus obras: Tesis sobre la influencia que las costumbres ejercen en la legislación (1845), Las ideas políticas y la organización del gobierno de las provincias unidas del Río de la Plata (1912), Apuntes y documentos históricos de la Confederación Argentina (1897). 184 MOLINAS, Nicanor, “Facundo”, El Litoral (Santa Fe), 16/02/1935. 185 Comentario tomado del apartado “Solfa Final”, en GAFFAROT, Eduardo, Civilización y barbarie o sea Compadres y gauchos, Buenos Aires, Imp. Europea de M. A. Rosas, 1905. Consultar en el cuarto capítulo de esta investigación el apartado referente a este libro. Una vez comentadas las notas publicadas el día en que se cumplió el centenario, continuemos con otro proveninete del interior. H. D. Argañarás, un poeta santiagueño cuya producción se cuenta, fue entre los años veinte y sesenta. Su nota apareció publicada en El Liberal de Santiago del Estero. El tema del que escribe se centra en la despedida de Facundo Quiroga y Rosas, en el cumplimiento de una misión diplomática con los gobiernos de Salta y Tucumán. Sin hacer explícita ninguna sospecha acerca de la participación de Rosas en el asesinato de Quiroga, Argañaras hace alusión, a lo largo de su nota, de los diferentes avisos que tuvo Quiroga y así evitar ser asesinado.186 Me parece una nota sin mucho aporte ni trascendencia, en la que sin ningún interés indagatorio y crítico, el autor reitera que el asesinato se pudo llevar a cabo debido al consentimiento que el propio Quiroga tuvo al respecto, pues a sabiendas de lo que le iba a suceder, no hizo consideración alguna de los avisos, continuando su ruta hacia Buenos Aires sin modificación alguna. Además de Ramón J. Cárcano y Gontrán Ellauri Obligado, se cuentan a otros dos autores cordobeses: J. Francisco Silva y Rodolfo Juárez Núñez. La nota de Silva, resultado de una búsqueda prolija y revisión de documentos originales, apareció en Los Principios, el 15 de febrero de 1935.187 El autor sitúa a Quiroga como el exponente de las luchas civiles argentinas del siglo XIX y hace alusión a varios pasajes del libro de Sarmiento para caracterizar al caudillo. Llama la atención que así como Sarmiento lo hizo en su libro, Silva cita a Volney, en cuanto a las asiáticas analogías, para referir la luna. En esta nota se describe, en el modo que lo proyectó Sarmiento en 1845, a Facundo como la figura más americana que la Revolución presentó. Y sin ser esta nota la excepción, también, a través de una cita del propio Sarmiento, Silva recrimina a Rosas como el que supo aprovecharse de todo el trabajo que Quiroga logró a lo largo de diez años. Con respecto a la nota de Juárez Núñez,188 cabe mencionar que reitera la legitimidad que Gontrán Ellauri Obligado tiene respecto del tema de Facundo Quiroga entre la sociedad, al menos, cordobesa. En esta nota, Juárez Núñez ratifica lo señalado por Ellauri con relación a la creencia generalizada de que Santos Pérez obedeció la orden de los hermanos Reinafe y Rosas para asesinar a Quiroga. 186 ARGAÑARAS, H.D., “Un centenario histórico: Juan Facundo Quiroga en Santiago del Estero”, El Liberal (Santiago del Estero), 03/01/1935. 187 SILVA, J. Francisco V., “El centenario de la muerte de Quiroga”, Los Principios (Córdoba), 15/02/1935. 188 JUÁREZ NUÑEZ, Rodolfo., “Más sobre la declaración auténtica del asesino del Gral. Facundo Quiroga”, La Voz del Interior (Córdoba), 21/02/1935. Puede ser evidente el que un gran número de notas publicadas correspondan a diarios cordobeses, por ser en esta provincia donde ocurrió el asesinato de Quiroga (18 de los 53 registros). Sin embargo solamente encontramos una nota proveniente de La Rioja, lugar de origen de Quiroga. La nota está firmada por un “corresponsal”. En ella se relata la crónica del homenaje realizado en Malanzán –ahora ciudad cabecera del Departamento General Juan Facundo Quiroga, en la Provincia de La Rioja, territorio donde nació el caudillo–, organizado por una Comisión especial creada para ello, auspiciado por el Ateneo de La Rioja. Como parte del homenaje se le puso su nombre a una escuela provincial de ese lugar.189 Este nombramiento fue recriminado en otras de las notas (A.Z.S., “Homenaje inusitado”, Bandera Argentina, Buenos Aires, 20/02/1935). A continuación se analiza una nota de cuyo autor no se tiene información pero sus ideas son de una gran novedad analítica.190 Para Maestre Wilkinson, la figura de Quiroga “ocupa toda la vida orgánica de la nación en el siglo pasado [siglo XIX]”, significando en este sentido “el plexo solar de la nacionalidad”. Siguiendo este razonamiento, para el autor resulta explicable porque “las más fuertes e imantadas plumas no han podido prescindir de su figura y de su época al juzgar el tablero de ajedrez de las acciones e ideas madres en que se corporiza y anima el pensamiento social y político del Plata”. A lo largo de este artículo se encuentran citados Sarmiento, Miguel de Unamuno, Estanislao S. Zeballos, José Ingenieros, Joaquín V. González y Juan B. Torán. Ciertamente el autor quedó cautivado por la figura de Facundo a partir de la lectura del “hermoso Facundo de Sarmiento”, situando su valor, no como obra histórica, sino como obra literaria, “verdadera novela de base histórica”. El autor destaca que la depuración, corroboración y consolidación de la incipiente tradición nacional implica el esfuerzo por asentar sus figuras nacionales sobre un sólido cimiento histórico, de ahí que Miguel de Unamuno haya señalado el Facundo de Sarmiento como un Facundo de leyenda. Wilkinson advierte que todavía no ha sido escrita la breve historia argentina, parafraseando a Estanislao S. Zeballos, aun nos encontramos en “el periodo de la investigación que precede necesariamente a la generalización”. A este respecto, vía Ingenieros y su crítica sociológica, se muestra partidario de la revisión del proceso histórico de Rosas, Quiroga y los federales 189 CORRESPONSAL, “Imponente resultó en Malanzán el homenaje a Quiroga”, La Rioja, 21/02/1935. 190 WILKINSON, J. Maestre, “J. Facundo Quiroga”, Aconcagua, s/f. (probablemente publicado entre 23/02 y 7/03/1935). difamados durante medio siglo. Y en el afán de avanzar en lo que significa Facundo Quiroga a cien años de su asesinato entre los argentinos, se apoya de las ideas de Juan B. Torán, de quien se sabe únicamente que es autor de Fruto sin flor. Siendo hasta el momento la perspectiva más ostensible en el análisis del Facundo como significante de la cultura argentina, Wilkinson encontró en Torán una esclarecedora vía para lograr su cometido. Torán señala que Sarmiento buscó hacer de Facundo un símbolo, precisándolo para encarnar en él todas las fealdades; animándolo con todos los instintos diabólicos de la anarquía y de la montonera, para hacer con esta figura humana por el nombre, pero irreal por las proporciones y fisonomías, el argumento más eficaz y de acción más rápida en favor a su causa, que todos han llamado con él, el de la civilización contra la barbarie. A la distancia –continúa el razonamiento de Torán–se ha reconocido “en la figura de Facundo el rasgo inconfundible de la ficción, que abarca no sólo la presentación del héroe sino el hecho histórico, la descripción de los lugares, de las costumbres, seriados en un afán excesivo de sistematización y de simetría”. Se podrá mantener “el Facundo legendario como documento histórico, él mismo como página biográfica de su autor”, pero sobre todo como testimonio de lo que pensaron los contemporáneos del caudillo. Ante esto, Torán advierte que “desarmada la extraordinaria silueta a la luz de la crítica, no puede perdurar como verdad y como concepto histórico”, pues de lo contrario tendríamos que afrontar la inexistente frontera entre “la ficción y el hecho, la leyenda y la historia, el arte y la ciencia”. Wilkinson termina su nota con una interesante reflexión que constituye un prolijo cierre a la serie de ideas que problematizo a lo largo de su ensayo. Para él, Juan Facundo Quiroga ha pasado a la historia con el genérico de “Facundo”, “mágica certeza de la fuerza de la opinión popular, que precisa la síntesis del símbolo para designar al hombre cuando ha dejado de ser el individuo y asciende a la categoría de un acontecimiento, de una fuerza innominada e impersonal de la energía primordial del todo colectivo, a quien el héroe siente, representa y conduce.” Tanto Maestre Wilkinson como Guillermo Lasserre Mármol son susceptibles de ser inscritos en una lógica afín a las inquietudes de Saúl Taborda, en cuanto a la comprensión de la argentinidad en estrecha relación con el análisis de la historia política de la organización nacional, siendo el punto medular de este análisis la figura de Facundo como significante y de sus implicaciones en la cultura argentina. En el siguiente apartado ahondaremos en este análisis. Daremos paso al análisis de las notas realizadas publicadas en diarios porteños. Si bien en este rubro se encuentra César Carrizo, porque sus notas fueron publicadas en diarios de Buenos Aires, sin embargo él fue comentado párrafos arriba entre los autores que escribieron más de una nota. Entre los autores que analizaremos a continuación están: Francisco García Jiménez, Carlos Correa Luna, José Gabriel, A.Z.S. y Dardo Cúneo. Nacido en Buenos Aires, Francisco García Jiménez (1899-1983) fue periodista, comediógrafo, guionista de cine e historiador, pero su prestigio se debe a las letras de tango que escribió. En 1920, asombró con "Zorro gris", en cuyos versos se elogiaba el poeta culto, preciso y refinado. Sin ser ésta una nota de indagación histórica, la preocupación del autor es más de carácter moral y colateral, en cuanto a la muerte de un niño de ocho años, al que Santos Pérez también asesina momentos después de haberlo hecho con Quiroga.191 La culpa, señala el autor, se mantuvo hasta el día en que Santos Pérez fue ejecutado. Carlos Correa Luna fue escritor. En la correspondencia de Miguel de Unamuno aparece la carta que Correa Luna, como director de la revista Caras y Caretas (1904-1912), le envió, remitiéndole el primer ejemplar del año donde aparece su trabajo como colaborador. Entre sus obras: La obra del Instituto Geográfico Argentino (1896), Don Baltasar de Arandia: antecedentes y desventuras de un corregidor en 1778 (1914), La iniciación revolucionaria: el caso del doctor Agrelo (1915), La villa de Luján: en el siglo XVIII (1916), Antecedentes porteños del Congreso de Tucumán (1917), Don Baltasar de Arandia (1918), Un casamiento en 1805 (1920), Historia de la Sociedad de Beneficencia: 1823-1852 (1923), Alvear y la diplomacia de 1824-1825: en Inglaterra, Estados Unidos y Alto Perú, con Canning, Monroe, Quincey Adams, Bolívar y Sucre (1926), Alvear: y la diplomacia de 1824-1825 (1926), La campaña del Brasil y la batalla de Ituzaingó: documentos oficiales (1927), Capítulos: investigación inédita sobre la vida del Dr. Esteban Laureano Maradona (1927), Los problemas de la historia argentina contemporánea (1928), Rivadavia y la simulación monárquica de 1815 (1929). Su nota reproduce lo que en otros libros ya se ha trabajado que es el episodio en el que a Quiroga le es designada una 191 GARCÍA JIMÉNEZ, Francisco, “El angelito de Barranca Yaco”, La Prensa (Buenos Aires), 10/02/1935. misión oficial por Rosas, su trayecto y las sospechas de que Rosas estuvo involucrado en el asesinato de Quiroga.192 Acerca del siguiente autor, José Gabriel, se le conoce una obra, Evaristo Carriego, publicada en Buenos Aires, en 1921. A lo largo de su nota se dedica a diferenciar la “valentía clásica” de la “valentía romántica”, para entonces explicar el comportamiento de Quiroga frente a la muerte anunciada.193 Sobre el autor de la nota siguiente, tan sólo tenemos las iniciales de su nombre, A.Z.S., de quien no se obtuvo más información. Su nota llama la atención porque responde de manera reaccionaria a la resonancia negativa que se ha infundado de Facundo Quiroga. Ésta es la primera nota que recrimina y no reclama algún tipo de reivindicación o reflexión en torno al caudillo y su involucramiento en la historia argentina del siglo XIX. El autor denuncia que a una escuela de La Rioja, en el marco del homenaje, se le haya designado el nombre de Facundo Quiroga.194 Antes de dar paso a las notas “sin autor”, hacemos especial mención a la última nota con autor explícito por dos razones. Primero porque el autor al que hacemos referencia, Dardo Cúneo, murió hace tan sólo unos meses, 16 de abril del año en curso, y segundo porque su nota se trata de la reseña a la revista de Saúl Taborda, Facundo. Cúneo, ensayista, poeta y periodista de gran relevancia en la cultura argentina, fue militante socialista desde la década del treinta; estuvo preso bajo el primer peronismo. Renunció al Partido Socialista en 1952 pero no cejó en su militancia, impulsando la publicación de Acción Socialista, órgano de la agrupación del mismo nombre. Hacia mediados de los cincuenta, Cúneo se vinculó al proyecto político liderado por Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio. Durante el gobierno de Frondizi se desempeñó en cargos oficiales, primero como Secretario de Prensa de la Presidencia y luego como representante argentino ante la Organización de Estados Americanos. Además, fue presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) de 1971 a 1973, fue asesor del ministro de Economía, José Ber Gelbard, entre 1973 y 1974, participó del Consejo Nacional de Cultura de Venezuela entre 1975 y 1980, y luego retornó al ámbito de la Secretaría 192 CORREA LUNA, Carlos, “Juan Facundo Quiroga, el ‘tigre de los llanos’ en el centenario de la tragedia de Barranca Yaco 1835- 16 de febrero -1935, La Prensa (Buenos Aires), 10/02/1935. 193 JOSÉ GABRIEL, “La valentía y la lección de Barranca Yaco”, Caras y Caretas (Buenos Aires), 14/02/1935. 194 A.Z.S., “Homenaje inusitado”, Bandera Argentina (Buenos Aires), 20/02/1935. de Cultura y a la SADE (1980-1984), y fue director de la Biblioteca Nacional (1985-1989). Muy popular como ensayista político, Dardo Cúneo escribió también libros de poesía, entre ellos Sonetos con Dios, Cancionero de frontera y anticipación y en 1958, El fusilado. La actividad periodística de Dardo Cúneo pasó por Ultima Hora, La Razón, Crítica, El Mundo y La Vanguardia. Colaboró con las revistas El Hogar, Mundo Argentino, Aquí está, Qué y Esto es. En su nota se hace una breve reseña curricular de Saúl Taborda y también, del primer número de la revista Facundo. Crítica y polémica. Para el autor, el pensamiento que inaugura la publicación acusa el propósito reivindicatorio. Facundo, sugestivo nombre de una revista personal, tendiente a esclarecer –señala Cúneo– “los más agudos, los más imperiosos problemas de nuestra nacionalidad”.195 Con mirada aguda y perspicaz, el autor da cuenta que en el primer número se “replantea por primera vez después de casi medio siglo, las exigencias del federalismo argentino, dormido pero no muerto”. Ciertamente la publicación, que no es hija de la ciudad, destaca Cúneo, promete una nueva valoración de la atormentada personalidad de Facundo. Señalado como parte de esta valoración, llama la atención al autor que “su confección e impresión en una localidad serrana, situada a más de veinte kilómetros al Norte de la ciudad mediterránea, nos advierte de por sí la reedición del planteamiento de un conflicto: ciudad frente a interior.” Volver sobre Facundo es insistir en ello. Ensayar su defensa es situarse frente al núcleo urbano y de parte del llano y la sierra vinculados a la trayectoria del caudillo. Se incorpora a este análisis la interpretación de la historia a través de los valores culturales, descubriendo asimismo las dos corrientes, haciendo la sugerencia de hacerla a través del “materialismo dialéctico”, pues contrastará cada uno de los bandos, pertenecientes a clases económicamente diferentes y opuestas. Cúneo no pasa inadvertido el subtítulo que acompaña a Facundo, “crítica y polémica”, y explica que recoge, como justificación, tal vez, la exclamación con que el comentarista contemporáneo al personaje anuncia su retorno: “¡No, no ha muerto! ¡Vive aún! ¡Él vendrá!” Retomando el tono reivindicativo, para Cúneo, éste tiene que ver con la reivindicación del caudillo del interior, en contraposición con la modalidad del europeo que tanto Alberdi como Sarmiento, pensadores improvisados, importaron, destruyendo así el espíritu comunal de la República y ligándonos al capitalismo internacional. En este sentido, la cultura europea pobló 195 CÚNEO, Dardo, “¿Reivindicar a Facundo?”, La Razón (Buenos Aires), 07/03/1935. la inmensa superficie de la República, pero no el baldío de nuestra alma. La exaltación de Quiroga –agrega Cúneo, parafraseando a Taborda– se lleva a cabo en los siguientes términos: “Facundo era nuestro héroe. Encarnaba el modo admirable, ese fondo de heroísmo que construye los pueblos y les imprime su sello de inmortalidad. La bala que tronchó su existencia no apuntó a su individualidad transeúnte y pasajera sino a la íntima heroica de nuestro destino”. El comentario termina con una sentencia, continúa Cúneo: “Su voz anuncia, con claros signos, el advenimiento de la era facúndica. Pero no hay rumores de pasos en el yermo silente…” Palabras del caudillo sirven de punto final: “¡Dormís, paisanos?!” A continuación, la sección de notas que aparecen “sin autor”. De un total de veintitrés notas, tres de ellas se han analizado en párrafos anteriores, por haber sido su publicación el día del centenario. En adelante atenderemos las veinte restantes. Diez de ellas corresponden a Buenos Aires (ahí se incluye la nota de la provincia de Buenos Aires, Olavarría); cinco a Córdoba; cuatro a la Provincia de Santa Fe; una a La Plata; una a Santiago del Estero, y dos carecen de datos. De las ocho notas “sin autor” que fueron publicadas antes del 16 de febrero, están dedicadas, una de ellas a cuestionar las razones por las que se homenajea a Quiroga al haber otros héroes o próceres riojanos más merecedores del mismo;196 dos notas discuten sobre el parentesco entre Sarmiento y Quiroga, y sobre las razones que tuvo Sarmiento de retirarse el apellido de Quiroga;197 dos notas, una de Córdoba y la otra de Rosario, con tono reivindicatorio;198 una nota se dedica a recrear el episodio del asesinato.199 Dos notas convocan y dan a conocer las actividades que se llevarán a cabo para recordar los cien años del asesinato. De la primera cabe destacar que se anuncia la construcción de un monolito en Barranca Yaco y además, que se harán públicos los documentos que dan cuenta de la intervención de Quiroga en el proceso federativo y de la correspondencia que mantuvo con dirigentes de la época.200 Estos documentos a los que se hace alusión pertenecen al archivo de uno de los nietos de Quiroga, el Ing. Alfredo Demarchi. Él es primo de Eduardo Gaffarot, autor del libro, 196 SIN AUTOR, “Facundo, Héroe Riojano. Otra glorificación imposible”, La Vanguardia (Buenos Aires), 28/11/1934. 197 SIN AUTOR, “La Historia Argentina está durmiendo todavía en los archivos familiares”, El Liberal (Santiago del Estero), 26/01/1935; SIN AUTOR, “Sarmiento era Quiroga”, La Voz del Interior (Córdoba), 27/01/1935. 198 SIN AUTOR, “Reivindicación de Quiroga”, La Voz del Interior (Córdoba), 01/02/1935; SIN AUTOR, “El sábado próximo cúmplese el centenario de la tragedia de Barranca Yaco”, La Capital (Rosario), 10/02/1935. 199 SIN AUTOR, “Un cartel recuerda la tragedia de Barranca Yaco y el paisaje, otrora salvaje, se ha dulcificado”, Córdoba (Córdoba), 15/02/1935. 200 SIN AUTOR, “Se restituirá a la tumba de Quiroga su antigua lápida”, Crítica (Buenos Aires), 12/01/1935. Civilización y barbarie o sea Compadres y gauchos, publicado en 1905. Este archivo es el mismo que fue también facilitado a David Peña en 1903, para sus conferencias sobre Quiroga, dictadas en la Facultad de Filosofía y Letras.201 De la segunda nota, se invita a los actos organizados por un grupo de riojanos, residentes en Buenos Aires (oficio de una misa en la Iglesia de San Francisco y la colocación de una placa conmemorativa en la tumba de Quiroga, situada en el cementerio de la Recoleta). En cuanto a conferencias, se hace el anuncio de una a cargo de César Carrizo y otra, de Carlos Correa Luna.202 Es posible pensar que los artículos revisados de estos autores en párrafos anteriores contengan algunas ideas que fueron expuestas en dichas conferencias.203 Por último, entre las notas publicadas antes del 16 de febrero, se encuentra una que apareció en el diario El Popular, de Olavarría, perteneciente a la Provincia de Buenos Aires,204 que trata del biznieto de Quiroga, Diego Novillo Quiroga, refuta las historias que se crearon después de su asesinato sobre la falta de cultura y de patriotismo que tenía su bisabuelo, de acuerdo con las versiones de los historiadores de la época. Se manifiesta inconforme por lo injusta que ha sido la historia argentina con la memoria de su bisabuelo. Señala que él tenía como ideal el afianzar sobre las bases democráticas constitucionales la organización del país y critica el uso indiscriminado del libro de Sarmiento "Facundo", para promover una imagen que dista mucho de la real. Y a diferencia de la mayoría de los autores, pero manteniéndose en la línea de su tío abuelo, Eduardo Gaffarot, sostiene que Rosas no fue el asesino de su bisabuelo. El biznieto señala a Domingo Cullen como el verdadero instigador del asesinato. Después del 16 de febrero se publicaron catorce notas “sin autor”. Dos notas invitan a las conferencias que se harán en remembranza de Facundo Quiroga. La primera estuvo a cargo de Héctor C. Quesada, en ese entonces Director del Archivo General de la Nación; la segunda, por la Sra. L. Maurice de Mota del Campillo, célebre por sus disertaciones en temas históricos 201 Consultar en el cuarto capítulo, el apartado en el que se hace el análisis de las conferencias de David Peña. 202 SIN AUTOR, “En la capital se rendirá un homenaje a Juan Facundo Quiroga”, El Argentino (La Plata), 15/02/1935. 203 CÉSAR CARRIZO, “Facundo, terror de los llanos, fue un hombre de corazón que mereció el aprecio de Alberdi”, Mundo Argentino (Buenos Aires), 13/02/1935; CÉSAR CARRIZO, “La madre de Facundo- Doña Juana Rosa Argañaz de Quiroga”, La Nación (Buenos Aires), 16/02/1935. CARLOS CORREA LUNA, “Juan Facundo Quiroga, el ‘tigre de los llanos’ en el centenario de la tragedia de Barranca Yaco 1835- 16 de febrero -1935, La Prensa (Buenos Aires), 10/02/1935. 204 SIN AUTOR, “Como era Facundo el G. de la tumba sin nombre”, El Popular (Olavarría), 24/01/1935. y literarios.205 Seis notas se caracterizan por su tono reivindicativo y de reconocimiento a Quiroga.206 Cabe señalar que ninguna de ellas señala a Rosas como sospechoso o instigador de su asesinato, solamente una de ellas señala a Santos Pérez explícitamente como su asesino.207 Un tono adversario y de oposición se encuentra en dos notas. Se observa una inconformidad debido a la celebración de misas como parte de los homenajes rendidos a Quiroga, y además, la molestia por haber puesto el nombre del riojano a una escuela provincial de La Rioja,208 resaltándose la paradoja de ser una escuela creada pro Sarmiento la que reciba el nombre del caudillo.209 Una nota refiere el homenaje realizado en La Rioja, del cual hemos hablado ya en párrafos anteriores (CORRESPONSAL, “Imponente resultó en Malanzán el homenaje a Quiroga”, La Rioja, 21/02/1935).210 En cuanto al rescate de documentos auténticos, una nota publicada en el diario Los Principios, de Córdoba, hace referencia a la obtención de la auténtica declaración de Santos Pérez, el asesino de Quiroga.211 Las dos últimas notas de las cuales hablaremos a continuación hacen referencia al homenaje que organizó la Comisión de Riojanos, residentes en Buenos Aires, a la memoria del caudillo, el cual consistió en el oficio de un funeral en la iglesia de San Francisco por la mañana y, por la tarde, el descubrimiento de una placa de bronce frente a la tumba en el cementerio de la Recoleta.212 Ahí en el cementerio, en nombre de la comisión de homenaje, hizo uso de la palabra el doctor Juan Zacarías Agüero Vera. Probablemente como presidente de dicha comisión. Cabe mencionar que Agüero Vera, además de ser riojano, como Joaquín V. González, el poeta Arturo Marasso, es el mismo que participó en las conferencias de la Biblioteca Córdoba en 1916, a lado de Deodoro Roca y Saúl Taborda.213 205 SIN AUTOR, “En el Club Mar del Plata”, La Razón (Buenos Aires), 17/02/1935; SIN AUTOR, “Una conferencia sobre Facundo”, La Razón (Buenos Aires), 17/02/1935. 206 Se hace referencia a las notas 29, 30, 32-34 y 44, de acuerdo a la numeración en el Anexo IV. 207 SIN AUTOR, “Comentario, Facundo Quiroga, Crisol (Buenos Aires), 17/02/1935. 208 SIN AUTOR, “En el centenario de la muerte de Quiroga. Glorificación imposible”, La Vanguardia (Buenos Aires), 18/02/1935. 209 SIN AUTOR, “Homenaje Prematuro”, El País (Córdoba), 21/02/1935. 210 SIN AUTOR, “Estuvo concurrido el homenaje a la memoria de Quiroga”, La Prensa (Buenos Aires), 18/02/1935. 211 SIN AUTOR, “Se ha encontrado la declaración auténtica de Santo Pérez, el asesino de Facundo Quiroga”, Los Principios (Córdoba), 18/02/1935. 212 SIN AUTOR, “En nombre de la Comisión habló A. Vera, se ofició una misa en San Francisco”, sin datos, 19/02/1935; SIN AUTOR, “En la Recoleta se llevó a cabo el homenaje de los riojanos a Juan Facundo Quiroga”, La Capital (Rosario), 19/02/1935. 213 El episodio ha sido trabajado como los antecedentes de la gestación del movimiento de la Reforma Universitaria de 1918, en mi libro Jóvenes de la Córdoba libre! Un proyecto de regeneración moral y cultural (México, Nostromo Ediciones / Posgrado de Estudios Latinoamericanos – UNAM, 2009). Dicho lo anterior se ha hecho el recorrido detallado de las cincuenta y tres notas periodísticas que alrededor de los cien años del asesinato fueron publicadas en la prensa argentina. Debido a la contemporaneidad que tienen éstas con la salida del primer número de la revista de Taborda, su análisis fue relevante y significativo en el sentido de que permitió tender puentes que nos aproximaron a las ideas que en su revista plasmó Taborda. El análisis de la prensa ha permitido contextualizar las preocupaciones de Taborda; revelar que ese cordobés, creador de una revista personal, no estaba reflexionando sobre problemas desarticulados de la Argentina. Basta leer los artículos de Guillermo Lasserre Mármol y Nicanor Molinas, cuando creen que hay un problema de concepción en la república argentina desde las contradicciones y pugnas generadas una vez lograda la Independencia de la Corona Española; desde la profunda división entre unitarios y federales. Y admitir que al recordar a Facundo Quiroga en el centenario de su asesinato constituye un llamado de atención a reflexionar acerca de un problema de argentinidad que afecta a los destinos comunes, muy en la sintonía de cómo lo proclamó también Taborda. Aunado a esto, el hallazgo de la aguda reseña que Dardo Cúneo hizo del primer número de la revista en un diario porteño. 4.2.7 Construcción de la concepción facúndica de Taborda El poema –llamémosle así– El general Quiroga va en coche al muere me perece ahora una especie de calcomanía. Además, no sé cómo me atreví a escribir un poema sobre un tema que ya había sido tratado definitivamente por Sarmiento, que inventó –más o menos– a Facundo Quiroga. JORGE LUIS BORGES  De toda la producción doctrinaria del siglo XIX –advierte Martínez Estrada–, tres obras argentinas conservan aún su actualidad: Dogma socialista de Esteban Echeverría; Facundo de Sarmiento y Bases, de Alberdi. Los problemas ahí planteados se referían al contenido mismo de la nacionalidad y no –aclara– a las formas y estructuras teóricas del gobierno. En esta lógica – agrega– lo que se ve en Facundo, por su visión trascendental de la historia, es su pertenencia a la historia que se vive y que no se escribe, al dar cuenta de escándalos, cohechos, peculados, malversaciones, violencias legalizadas, guerras civiles, caudillismo de frac, revoluciones,  SORRENTINO, Fernando, Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, Casa Pardo S.A., Buenos Aires, 1973, p. 94. campañas contra el indio, burocracia dinástica, delincuencia, venalidad. Estas situaciones, por lo general, no las vemos expuestas en los textos de la buena historia.214 Para “vencer al monstruo que nos propone el enigma de la organización política de la República”,215 leamos lo que nos dice Sarmiento en 1845: […] desatar este nudo que no ha podido cortar la espada, estudiar prolijamente las vueltas y revueltas de los hilos que forman, y buscar en los antecedentes nacionales, en la fisonomía del suelo, en las costumbres y tradiciones populares, los puntos en que están pegados.216 Fue entonces la preocupación en torno a la organización política del país que le incitó a explicar la revolución argentina con la biografía de Juan Facundo Quiroga. Él cree que: […] explica suficientemente una de las tendencias, una de las dos fases diversas que luchan en el seno de aquella sociedad singular;217 […] porque en Facundo Quiroga no veo un caudillo simplemente, sino una manifestación de la vida argentina, tal como lo han hecho la colonización y las peculiaridades del terreno, a lo cual creo necesario consagrar una seria atención, porque sin esto, la vida y hechos de Facundo Quiroga son vulgaridades que no merecerían entrar, sino episódicamente, en el dominio de la historia.218 Aunado a la cuestión de la nacionalidad y pertenencia a la historia en la obra, se destaca en cuanto a su carácter –siguiendo el mismo razonamiento de Martínez Estrada–, que “es el libro que como entonces (1845) sólo entienden los desterrados, aquellos ciudadanos que contemplan desde fuera el desfile de los mismos acontecimientos bajo apariencias distintas” (p. 209). El outsider, forastero, viajero, francotirador o el intelectual en situación de frontera está más proclive a tener conciencia de las dilataciones y contracciones del sistema porque él también las ha padecido. La segunda tiene que ver con el papel de Facundo. Para Sarmiento, Facundo es la expresión fiel de una manera de ser de un pueblo, de sus preocupaciones e instintos; Facundo, en fin, siendo lo que fue, no por un accidente de su carácter, sino por antecedentes inevitables y ajenos de su voluntad, es el personaje histórico más singular, más notable, que puede presentarse a la contemplación de los hombres que comprenden que un caudillo que encabeza un gran movimiento social no es más que el espejo en que se reflejan en dimensiones colosales las creencias, las necesidades, preocupaciones y hábitos de una nación en una época dada de su historia. Y sin embargo, en la actualidad muchos leen el Facundo como un cuento pintoresco. Ya sea que lo consideren un cuento pintoresco o un libro fundacional la figura de Facundo es el 214 MARTÍNEZ ESTRADA, Ezequiel, “La inmortalidad de ‘Facundo’”, Cuadernos Americanos, México, núm. 5, sept.- oct. 1945, vol. XXIII, pp. 207-220. 215 SARMIENTO, Domingo Faustino, Facundo, prólogo de Noe Jitrik, notas y cronología de Nora Dottori y Silvia Zanetti, Caracas, Ayacucho, 1977, p. 9. 216 Ibídem. 217 Ibídem, p. 15. 218 Ibídem, p. 16. Facundo de Sarmiento, no le corresponden sino los rasgos eternos que le trazó el pensador argentino.219 ¿Quién se imaginó poner en tela de juicio el Facundo de Sarmiento? Tuvieron que transcurrir poco más de cincuenta años para que se cometiera la irreverencia patriótica que cuestionó el valor testimonial de los “dioses mayores”. Las conferencias de David Peña, en 1903, fueron esa primera manifestación de una exigencia de revisión de la figura, de la significación, del general Juan Facundo Quiroga. Su interés en el caudillismo se particularizó en Quiroga. Facundo Quiroga es la obra, característica de un estilo juvenil, que resultó de sus conferencias. Peña habla como historiador pero preeminentemente como el abogado de su defendido en desgracia. Peña, claramente, se pone frente a Sarmiento, y sin agraviarlo, se propone descubrir al verdadero Facundo. Al final parece que Sarmiento fue autor de una encantadora novela histórica, “libro de infinita belleza literaria que encarna como ninguno la personalidad de quien lo escribe”, en cuya obra se condensaba el material literario que inspiró la tiranía, alcanzando esta producción múltiple su mejor expresión en el Facundo. Peña percibe en el Facundo de Sarmiento una “falsa contextura” y “perniciosa influencia como obra de historia”. Por lo tanto, había que rectificar el juicio de la historia: el general Quiroga, “[merecía] el fallo imparcial de la posteridad y su memoria [debía] ser rehabilitada”. Él buscó al Facundo de verdad, y hubo de hallarlo, según advierte, ayudado por los mismos que lo odiaron. A la vez que rebatió algunos planteos, se dejó encantar por el paralelismo construido entre Quiroga y César que, aunque ha sido atribuido a él, había sido delineado por el mismo Sarmiento. Toda la vida pública de Quiroga me parece resumida en estos datos. Veo en ellos el hombre grande, el hombre de genio, a su pesar, sin saberlo él, el César, el Tamerlán, el Mahoma. La recepción de Facundo revela el desplazamiento cultural, resultante de cambios de importancia conformados hacia 1890, asegurándose –advierte Diana Sorensen– el lugar del libro en la tradición emergente, al margen de una economía textual, sin pasar por alto su revisión. Una cultura dominante fue capaz de acomodar y manipular formas contraculturales, siguiendo en el mismo razonamiento de Sorensen, ampliando así su alcance y conservando su autoridad.220 219 CARBONELL, Diego, Escuelas de Historia en América, tomo 5, Buenos Aires, Imprenta López, 1943, pp. 214. 220 SORENSEN, Diana, El Facundo y la construcción de la cultura argentina, trad. al castellano César Aira, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 1998, p. 181. Si bien la década de 1880 fue vista como la consolidación del Estado, 1890 significó la crisis, resultante de las condiciones que se habían ido acumulando durante la década pasada, enfrentándose así a las consecuencias de la inversión extrajera y los proyectos de modernización acelerada. El presidente Juárez Celman, sucesor de Roca, quedó ligado a lo que ha sido conocido como “la crisis del progreso”, que culminó en una lucha armada entre las tropas del gobierno y la recién formada Unión Cívica Radical, en julio de 1890. La llamada Revolución de 1890 mostró, según Sorensen, que la tan alabada modernización también tenía su lado problemático, construyéndose un modelo cultural alternativo que fuera capaz de responder a ese cambio en la escena nacional. Toda esta situación deriva, además de una crítica a la confianza positivista en el progreso mismo, una fuente de identidad nacional que contrarrestara el sentido de dispersión causada por las corrientes inmigratorias llegadas a la Argentina desde finales del siglo XIX. En este contexto es posible identificar La tradición nacional de Joaquín V. González. Él, nacido también en La Rioja, en este libro reflexionó acerca de la muerte del caudillo: La muerte de Facundo es uno de esos acontecimientos que se graban en la historia con caracteres de fuego, porque reúne cuanto de grande existe en el alma, en la virtud, en el valor y en el crimen, y porque ella refleja, sobre el pasado de una vida malvada, una suave luz de conmiseración y simpatía.221 Esta estrategia, elaborada e institucionalizada la vemos en las conferencias de Peña sobre Juan Facundo Quiroga, en 1903; en las conferencias de Leopoldo Lugones sobre Martín Fierro, después publicadas como El Payador, en 1916, y en la condensación que logró Ricardo Güiraldes en Don Segundo Sombra (1926). La pérdida de entusiasmo por el progreso y la confianza en la civilización se reflejó, en un tono cultural, en el retorno nostálgico que sustancialmente se veía como argentino: el campo, el carro tirado por caballos, la belleza de la llanura y la vida en ella en su acepción más simple. Ese modelo cultural alternativo, al cual hicimos referencia en párrafos anteriores, impactó también en el ámbito de la educación. Aquí encontramos análisis y reflexiones avanzadas de intelectuales como: José Ingenieros, Joaquín V. González, Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas, Manuel Gálvez, Saúl Taborda. 221 GONZÁLEZ, Joaquín V., La tradición nacional, tomo II, p. 226. Ciertamente el Facundo de Sarmiento fue dedicado a tan sólo una parte de la historia de la vida de Juan Facundo Quiroga. Facundo no es Quiroga. Facundo se convirtió, a partir de 1845, en un símbolo indestructible, sin embargo, el general Juan Facundo Quiroga, como lo presenta Peña aparece como una figura humana, tomada de la realidad. No es de sorprender que desde principios de siglo se haya realizado una revisión del gaucho, precisamente de Quiroga. A esta tarea se consagró Peña en sus conferencias, constatado así en el libro y también, en el drama que en 1912 publicó en su revista Atlántida.222 En sus dramas es posible visualizar su papel de defensor de la desgracia, tal como también lo hizo en el drama dedicado a la figura de Dorrego, en 1911.223 En cuanto a su actitud histórica, Peña alude en la advertencia inicial de su libro explícitamente a la práctica histórica de Pierre Caron,224 reflejando a mi modo de ver, una crítica a la historia historicista de Ranke. La crítica positivista, también evidente, se robustece cuando Peña hace referencia al método de Carlyle. Al margen de la importancia que le dieron a la realización de biografías, desde Mitre y el propio Sarmiento, la introducción de Carlyle nos orienta, además de percibir a los “grandes hombres” como las fuerzas motrices, las causas de la marcha histórica, como seguramente era ya considerado por la vieja práctica biógrafa, Carlyle le agrega una carga de idealismo espiritual, la falsedad de la fuerza material, el desdén a la democracia y la alabanza de la sociedad feudal. Peña se identifica con la historia moderna, cuyo único objeto no son los hechos políticos, militares o diplomáticos, mezclados con anécdotas y cubiertos con biografías de personajes. Al respecto, él arguye que: “Quien quiera ser historiador ahora, debe contar con la mayor y más desarrollada cultura general, pues además de las materias técnicas que trate, habrá de disponer, como lo indica Pierre Caron, de una preparación igualmente necesaria para estudiar los hechos económicos o sociales, las ideas políticas o religiosas del pasado o del presente, por lo mismo que la historia confina con todas las demás ciencias morales.” 225 A mi modo de ver, en el reconocimiento de la historiografía liberal, Peña no muestra intención alguna de romper con la convención historiográfica liberal, en aquel momento tan 222 PEÑA, David, “Facundo. Drama histórico en cuatro actos”, en Atlántida, tomo V, enero-marzo 1912, núm. 15, pp. 411-438; tomo VI, abril-junio 1912, núm. 16, pp. 111-126; núm. 17, pp. 267-302, Buenos Aires, 1912. 223 PEÑA, David, “Dorrego. Drama histórico en cuatro actos”, en Atlántida, tomo III, julio-septiembre 1911, núm. 7, pp. 94-114; núm. 8, pp. 266-280; núm. 9, pp. 438-456, Buenos Aires, 1911; tomo IV, octubre-diciembre 1911, núm. 10, pp. 129-139, 1911. (cada número contiene el texto de un acto). 224 Pierre Caron (1875-1952), historiador francés, junto con Philippe Sagnac fundaron la Revista de historia moderna y contemporánea en 1899. Una publicación trimestral que se dedicó a cubrir la historia francesa. 225 PEÑA, David, Juan Facundo Quiroga, Buenos Aires, Hyspamérica, Biblioteca Central Argentina de historia y política (colección dirigida por Pablo Constantini), 1986 [1906], p. 9. vigente tras la reciente publicación de Mitre, en 1887. Para Peña, por un lado, el periodo inicial de la historia argentina “tuvo sus exponentes en Belgrano y San Martín”, quienes salvaron “las fronteras para librar combates con enemigos externos”. Y por el otro, reconocía de Sarmiento la simbolización de la lucha de conformación interna en Quiroga y Rivadavia. Atendamos entonces que la discusión es antisarmientina, en el marco de la historiografía liberal. Es una discusión que tiene como punto central la patria. ¿Qué discurso se puede construir en torno a la edificación de la patria? El que se ha difundido y enseñado en las escuelas a través de la historia es la versión liberal, que enarbola la fuerza intelectual. El llamado de atención de Peña está en la fuerza que los caudillos jugaron también en la historia argentina. Sin haber sido éste una tarea fácil –a decir del propio Peña– tirante por las “dos fuerzas que representan los factores de la historia social y política de la República Argentina: Buenos Aires y las provincias; el centralismo y el federalismo; ‘la civilización y la barbarie’, como ha querido decirlo Sarmiento en el título de su obra; fuerzas que tienen los nombres propios de Rivadavia y de Quiroga […],” este texto constituye una pieza importante de reflexión historiográfica argentina porque pone en tela de juicio y a consideración el papel del caudillo en la historia argentina, a través de la figura de Juan Facundo Quiroga. Si bien es cierto que la serie de conferencias de Peña logró reivindicar la figura del general Quiroga, historiográficamente, fue a partir de esta reivindicación que fue capaz de plantear el problema capital por el que ha atravesado la historia de la Argentina en su intención de organizar políticamente el país, que se traduce en la batalla incesante entre la provincia de Buenos Aires con el resto de las provincias argentinas y, viceversa. Esta perspectiva proviene, como es el caso también de Taborda, de un hombre que observa desde el Interior, desde las provincias y que favorece la solución federal. A lo largo de las conferencias, además de la labor reivindicativa, el autor ubica en el centro del debate la discusión entre el federalismo, y el caudillo al margen de una mirada propiamente liberal democrática. Leamos los últimos párrafos de su última conferencia: ¡Sombra ensangrentada! No has sido entonces el mito aterrador que el nombre de Facundo evoca. Fuiste el general Juan Facundo Quiroga, nervio, centro, fuerza, pensamiento y acción representativos de esas entidades humildes, candorosas y lozanas que se llaman las provincias, en la hora crepuscular de su incorporación a este núcleo incontrastable que formara la patria. Representas en germen un ideal que unido al del vasto laboreo, da origen después a la organización de que hoy gozamos. Yo no te exalto: te defiendo de la pasión tormentosa que ha cubierto tu recuerdo con un tendal de crímenes, y te señalo a la luz de la verdad histórica como expresión de una edad que elaboró el destino de esta Nación que aún tiene en su naturaleza agreste tu mismo sello personal y portentoso. Peña cierra sus conferencias con una cita del mismo Sarmiento: Y en cuanto a aquel que tanto daño te hizo, escucha y sabe ¡oh Facundo! Que algo como una vindicación suprema, última, nació de la propia pluma que hiriera. Es Sarmiento quien, hablando de su sangre y de la tuya, nos lega este desahogo: “¡Nuestras sangres son afines!” (Obras, tomo XLVI). La autoridad de Peña para llevar a cabo sus conferencias acerca de Quiroga fue la recién establecida sección de historia de la Facultad de Filosofía y Letras, siendo su defensa un reclamo de legitimidad, sustentada en documentos proporcionados por la familia de Quiroga y también de otras familias prominentes, como la Avellaneda. En este sentido se puede observar una cierta actitud reverencial hacia Sarmiento. Hay un rasgo en las conferencias de Peña que debe ser destacado, la distinción entre la historia y la literatura. Peña se valió de la literatura para clasificar el Facundo como “poesía descriptiva”, como “novela monstruosa”, “romance”, “leyenda”, y así poder ejercer la crítica a la narrativa de Sarmiento. Para Peña, su propósito residía en defender la figura de Quiroga y mostrarlo no como la figura cruel y bárbaro. Y es precisamente en este punto en que sale a relucir el federalismo de Peña en cuanto ser la posibilidad de obtener una unidad nacional basada en las provincias. En esta lógica, Quiroga se convierte en un líder de las provincias con una visión nacional. Por ello, para Peña es de suma importancia ubicar que Quiroga si perteneció a los que creían en la solución constitucional. De toda esta visión, el enfoque de Quiroga y Sarmiento a través de la barbarie/civilización y la equiparación de Quiroga con Rosas constituyen otro debate. Dejando de lado la versión en la que Quiroga fue una víctima de Rosas, Peña lo que propone es un paralelismo entre Quiroga y Rivadavia, una fórmula en la que mientras Quiroga representa al estadista de las provincias, Rivadavia lo es de Buenos Aires; en donde se comparte la solución constitucional, y también la enemistad con Rosas. A Rivadavia le es prohibido el ingreso a la Argentina en 1834 y a Quiroga le es privada la vida en 1835. Para Peña, Quiroga y Rivadavia significan dos víctimas de los planes de Rosas, componiendo a su vez, los dos ejes de la historia argentina. Dos años más tarde, en 1905, apareció Civilización y barbarie o sea los compadres y gauchos del nieto de Quiroga, Eduardo Gaffarot. Para él este título resultó viable para manifestar fundamentalmente dos fuertes críticas, proyectadas en las dos frases que componen al título. La primera, la más obvia, dirigida al joven provinciano autor de Facundo, “aquel que los pueblos conocían bajo el apodo de ‘el loco Sarmiento’”. A él están dedicadas, tanto la frase como el poema, ubicados al inicio del libro. La primera es acerca del loco Sarmiento: “Retrato del insigne y nunca bien ponderado Domingo Faustino Sarmiento.- Profesor de viajes, aprendiz de literato y misionero provincial para servir de estorbo á la educación primaria” La segunda es un soneto, dedicado al autor de Facundo, escrito por J. M. Villergas, en el cual reluce el tono burlesco y sarcástico: Este escritor de pega y de barullo Que delira, traduce y no hace nada, Subir quiere del Genio á la morada De sus propias lisonjas al arrullo. Fáltale ciencia pero tiene orgullo, La paz le ofende y la virtud le enfada, Es ciego admirador de Torquemada Y enemigo mortal de Pero Grullo. Tal en resúmen es mi pensamiento, Acerca de este autor que lleva el nombre, O apellido, ó apodo de Sarmiento. Nada hay en el que agrade o que asombre: Carece de instrucción y de talento; en todo lo demás es un gran hombre" El poema revela el fracaso del libro caracterizado por un estilo farsesco, que lo vuelve incapaz de atraer la atención. La segunda crítica, los compadres y gauchos, nos lleva a repensar la historia argentina en el difícil periodo de las guerras civiles. Para Gaffarot, el Facundo se enaltece como defensa de todo un partido, que justifica la sospechosa actitud de los unitarios en cuanto a los manejos con el extranjero. Por ello fue indispensable demostrar que el partido federal (la mayoría) representaba el país, caracterizando a los federales, como la barbarie. Para él, resulta inadmisible que se puedan personificar la civilización (aldeanos/compadres) y la barbarie (los gauchos) en las dos fracciones que luchaban durante la organización del país, en los unitarios y federales, ni siquiera en los habitantes de las ciudades y en los moradores de la campaña; incluso; niega que la civilización deba más a los compadres que a los gauchos, debido a que éstos nos dieron con su valentía y arrojo, por lo menos, independencia y patria. En este sentido, él expresa que el Facundo fue escrito pour la exportation, y bajo una consigna de difamación. Al hablar de Rosas como el tirano, no es que por un sólo hombre se alcanza la tiranía. Para él, Rosas no deja de ser una persona, y si fue cabeza de un gobierno monstruoso, el país que lo produjo debió ser el mismísimo infierno. En este sentido, él entiende que a su abuelo lo asesinó un sistema político-social, del cual Rosas fue la gran manifestación histórica. El libro de Gaffarot tiene críticas viables pero a la vez contiene una negatividad, que se ampara en la afirmación de haber en el Facundo una cantidad de faltas de ortografía, oratoria inconcebible y una pereza por verificar históricamente la información, volviéndose más creíble cuando Gaffarot hace alusión a su abuelo e incorpora una serie de documentos y cartas en el apéndice. Probablemente su lectura crítica hubiera tenido más efectos si el sitio desde dónde la ejerce hubiera sido de mayor autoridad. Una de las cosas que se corrobora con el material de Gaffarot es que difícilmente se puede desalojar una obra tan poderosa como la de Sarmiento. Gaffarot tuvo una cierta autoridad al hablar como el nieto de Quiroga, y eso creo fue apreciado, pero tuvo sus límites. Para las celebraciones del centenario en 1910, el Facundo tuvo cabida como pieza literaria y como expresión de un Sarmiento escritor. Fue el desplazamiento de sus méritos, lejos de la interpretación de la realidad nacional, hacia el dominio de las letras, el que provocó que este libro continuara suscitando reclamos de verdad. El nuevo sitio asignado a las letras, a fines de siglo, tuvo mucho que ver con este desplazamiento. La profesionalización, de la cual mucho refiere Manuel Gálvez y su generación del 900. Se había alejado el papel público y fundacional del escritor estadista como lo había sido Sarmiento durante la primera mitad del siglo XIX, viéndose reemplazado por el escritor profesional. La fundación de la Facultad de Filosofía y Letras, resultado de su separación de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, es un ejemplo de lo antes dicho.226 En el hombre de letras repercutió en tanto que acrecentó su aislamiento. Es de este modo que el Facundo de Sarmiento ingresó a la literatura nacional, abandonando así su pertenencia al campo de la historia y de las “verdades”. 226 Véase la primera parte del libro de Pablo Buchbinder, Historia de la Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires, relacionada a su fundación y la primera etapa (1896-1920). El Facundo se vio favorecido aún más al año siguiente por la conmemoración del aniversario del nacimiento de Sarmiento, con la publicación de una significativa cantidad de obras especialmente consagradas para la ocasión, complementada con discursos de figuras públicas en el Teatro Colón. José Ingenieros diría en aquella ocasión: “un libro fruto de imperceptibles vibraciones cerebrales del genio, tórnase tan decisivo para la civilización de una raza como la irrupción tumultuosa de infinitos ejércitos”;227 Joaquín V. González: “Es la pasión de la patria que lleva dentro de sí como su propia substancia, y por eso habla en su nombre sin nombrarla, acarrea febricitante la argamasa y la piedra para continuar la obra, y anticipando las líneas finales, está preparándolas ánforas y el pebetero para el vino místico y los inciensos de la magna celebración”.228 De esta última cita llama la atención la relación que se enhebra entre el nacionalismo y la religión. Un panorama no tan disímil aconteció hacia la década de los treinta. Después del primer proceso de la vertiginosa modernización, del Centenario, de los primeros movimientos de vanguardia en los años veinte, de la crisis económica del ‘29, surgen, entonces, discursos nacionalistas diametralmente opuestos. En el ambiente de restauración conservadora, esto es, el golpe de estado de Uriburu en 1930, con una apertura cultural, elitista hacia Europa, en 1931 aparece la revista Sur. Se resucita el gaucho como personaje idealizado y sitúan los mundos narrados de sus novelas en un pasado idílico en el campo. Martínez Estrada analiza el estado de enfermedad de un país condenado al eterno retorno de la barbarie y del caos. En El hombre que está solo y espera (1931), Scalabrini Ortiz describe paralelamente el hombre nuevo, surgido del congestionante proceso migratorio, que a su vez coincide con la línea de interés del Evaristo Carriego (1930) de Borges, la biografía de un poeta popular, mito del "Palermo del cuchillo y la guitarra". Otra vertiente se encuentra en Historia de una pasión argentina (1937) de Mallea, quien trata de reevaluar el viejo mito de la civilización desde una perspectiva retrógrada. La desilusión consiguiente lleva a la retirada, al silencio, a la subjetividad. Tras veintiocho años de sus lecciones sobre Quiroga, Peña acababa de morir, y otro pensador de su generación, Ramón J. Cárcano, escribió su Juan Facundo Quiroga. El caudillo 227 Véase la introducción de su libro Sarmiento, Alberdi y Echeverría, Buenos Aires, Pablo Ingenieros, s.f., p. 6. 228 GONZÁLEZ, Joaquín V., Sarmiento: discurso pronunciado en el Teatro Colón el 15 de mayo de 1911, Buenos Aires, Est. Tip. E. Malena, 1911, p. 14. riojano sigue preocupando a los hombres de pensamiento, sumando a esta inquietud la proximidad del centenario de su asesinato. Para entonces, 1931, Cárcano había sido gobernador de la Provincia de Córdoba durante dos periodos y venía de desempeñarse como Presidente del Consejo Nacional de Educación. Su obra es muestra de una investigación histórica, de una prolija y cuidadosa síntesis histórica. El objetivo de Cárcano, como se muestra desde un inicio en el libro, es el ejercicio político de Rosas y su impacto en la organización nacional argentina. En las primeras líneas, se lee lo siguiente: El partido federal agota todas las instancias. Rosas permanece inflexible en su decisión y renuncia en forma insistente e indeclinable la gobernación de Buenos Aires (1832). Su actitud no significa el retiro de la vida pública. Simplemente constituye un arbitrio para readquirir el gobierno con poderes discrecionales, como expresión de la voluntad popular y de las clases dirigentes. (p. 11) A diferencia de Peña, cuyas conferencias están centradas en la figura de Juan Facundo Quiroga, Cárcano deriva en Quiroga una vez que revisa el contexto político argentino a través de la figura, fundamentalmente, de Rosas. Para Cárcano, en el tiempo en que Rosas finaliza su primer periodo y decide optar por alcanzar las facultades extraordinarias, el escenario político argentino se encontraba en manos de los “tres compañeros”: Rosas, a la cabeza, Quiroga y López. Su libro se dedica a revisar la política de carácter autoritario y totalitario con el objeto de contrastarla con los alcances que, en dado caso, pudieron representar sus opositores o temores. Para Cárcano, implícitamente pareciera que le preocupaba efectivamente la figura de Quiroga y es así como su libro responde a revisar la grandeza del caudillo riojano en torno a haber podido interferir en el destino de la Argentina, cuando en el escenario se encontraba en el poder Rosas. A lo largo del libro, cuyo recorrido va desde finales de 1832 a marzo de 1835, el autor va mostrando las acciones de cada uno de los tres caudillos, sus decisiones y sus pasiones. Pero siempre existe una relación de poder hacia Rosas. En esta historia, Cárcano da por sentado un triunvirato, en el que Rosas, sin estar puesto en tela de discusión, está a la cabeza. Lo que en dado caso, se intenta poner a prueba, es que a través de esta revisión histórica, Quiroga hubiera podido alcanzar con su participación, sin duda significativa, una mayor proyección en demérito del poder de Rosas. Probablemente Quiroga hubiera sido una pieza, la única, que pudo haber cambiado, de no haber muerto, el curso de los hechos para Rosas a partir de 1835. Probablemente una de las intenciones del libro de Cárcano es arriesgarse a inferir que Quiroga pudo haber evitado el régimen dictatorial por el que travesó la Argentina y haber cambiado así los efectos del episodio posterior en el que se edificó la nación en manos de los unitarios, como sabemos que ocurrió. Cárcano refiere durante el periodo de Rosas una ausencia de organicidad, en la que a cada momento se van engendrando faces nuevas. Veamos cómo lo escribe el autor: Nada tiene entonces forma ni cuerpo orgánico. Todo es una explosión de la voluntad discrecional y de los apetitos individuales, que mantienen la convulsión y anarquía permanentes. No se siente la contención y serenidad de la ley, sino la presión y zozobra de la fuerza arbitraria. El país aparece como un torbellino incesante de átomos contrarios, que a cada momento engendran faces nuevas. Viéndose por un lado, retardada la constitución de la república, pero consolidado el futuro del Rosas por su despotismo: Esta situación, impuesta por una mano fuerte, retarda la constitución de la república, pero asegura y consolida su futuro. Se cuenta ya con la unidad de la nación sostenida a toda costa como expresión de existencia y de fuerza, pero no está constituida por las instituciones, sino por el despotismo. El tiempo y las nuevas luchas consolidarán los vínculos creados por el sacrificio común. (pp. 365-366) Cárcano se explica así, a partir del desorden instituido en la dictadura de Rosas, que éste haya continuado a pesar de Caseros: El desorden engendra el orden, la anarquía elabora el organismo estable. Se cumple, inexorable, la ley fatal de compensaciones y reacciones, que llega al fin a sacudimientos irresistibles que construyen el nuevo estado. Los años de prepotencia de los tres “compañeros”, sombríos y crueles para vivirlos, no son estériles ara fecundar la organización nacional. Se prepara a Caseros, que luego incuba a Pavón. En las sociedades como en la naturaleza, no hay fuerzas perdidas. (p. 366) Para Cárcano, la voluntad discrecional y los apetitos individuales que caracterizaron la dictadura de Rosas constituyen los problemas que dieron una falta de organicidad a lo que pudiera referirse como proyecto político. Aun y con la derrota de Rosas, el autor sostiene que esta atmósfera prosiguió y en este ambiente se incubó Pavón. Cárcano llegó así a comprender su tiempo, un problema cuyo punto inicial lo ubicó en 1832 y los problemas desde ahí engendrados continuaban sin ser resueltos. La causa que seguramente le incitó a preguntarse sobre la situación argentina fueron las causas por las cuales se encontraba en tal crisis, la de la década de los treinta. Cárcano se suma a los pensadores argentinos, que para esos años, escribieron en torno a la crisis argentina de los treinta. Su actitud histórica, si bien desde fines del siglo XIX se caracterizó por ser propia de un enfoque construido desde el interior, vemos un desplazamiento que hacia los años treinta nos encontramos con un Cárcano que había endosado el mitrismo, en lo que entre otras cosas sale a relucir un evidente porteñismo. Él, oriundo de Córdoba, adopta la visión centralista que al porteñismo caracteriza. Al decir que Paz fue un gran guerrero, pero no un estadista (p. 67) muestra una de los enfoques que tiene este libro. La historia se construyó desde Buenos Aires, específicamente alrededor de Rosas. Desde otra perspectiva, Paz y su actuación en las guerras civiles recibirían otro tratamiento en la historia argentina. Acerca de este porteñismo, uno de los aportes que este libro ofrece es todo el seguimiento a los Reinafé y Santos Pérez tras haber sucedido el asesinato. Se trata de un estudio cuidadoso y minucioso de las fuentes apropiadas para ilustrar el proceso de la acusación, de la sentencia y de la ejecución de los mismos. Todo esto sucedió en Córdoba, excepto llegada la hora de dictar sentencia y llevar a cabo la ejecución, trámites llevados a cabo en Buenos Aires. Estos relatos, más bien responden a la intención del autor de hacer evidente al lector que Rosas estuvo lejos de haber estado involucrado en la organización del crimen. Si Rosas entra en escena y participa en el juicio de los Reinafé, fue porque esto beneficiaba su interés inmediato: la obtención de los poderes discrecionales con la anuencia de la opinión pública. Vemos así a un Quiroga muy distante del que mostró Peña en sus conferencias. Si bien se describe al General Quiroga en toda su expresión humana, dista de ser ese héroe engrandecido que el rosarino nos pintó a principios de siglo. Cárcano está alejado de hacer un trabajo de reivindicación del caudillo riojano. Su reflexión, más general, puede bien enmarcarse en el conjunto de trabajos incitados por la difícil situación que atravesaba la Argentina en la década de los treinta. Cuestionarse en esos momentos de inestabilidad política acerca de la figura de Rosas y su dictadura no resultaba en una intención revisionista del personaje, sino en la revisión desde el mismo presente para poder modificar el presente que se sufría. La preocupación histórica que puede haber en Cárcano, y haberle suscitado la creación de este libro responde más a una reflexión de corte mitrista que por la sola figura de Quiroga, próximo a cumplir cien años de haber sido asesinado. Cárcano escribió su Juan Facundo Quiroga desde Buenos Aires, desde la visión centralista, lo que indica la ausencia de una defensa federalista ni mucho la reivindicación del Quiroga. El libro de Cárcano pertenece al ámbito de la historia enteramente, y desde ahí enhebra una especie de enaltecimiento hacia la figura de Rosas, situando a Quiroga respecto de éste como una víctima de sus intereses políticos. La estrategia de Cárcano, al hablar de los “tres compañeros” es poner en un mismo plano a Rosas y a Quiroga, en el plano de caudillos, y desde ese plano Rosas resultó más hábil y astuto. Cárcano dedicó poca atención a la construcción nacional que se ha edificado en torno a la figura de Quiroga, identificándolo con las provincias y con la apuesta federalista. Dejó de lado la verdadera pugna que existe entre las provincias y la provincia de Buenos Aires, y viceversa. Como lo dice su título, la simulación, la infidencia y la tragedia de Quiroga sirvieron a la consolidación de Rosas en el poder. Un año después del Juan Facundo Quiroga de Cárcano apareció El general Quiroga de Manuel Gálvez en clave novelística. Si se pudiera hablar de un revisionismo en sus once novelas de ambiente histórico, se podría apelar en tanto a la exaltación nacionalista personificada en la figura de Rosas, y a la legitimación del poder oligárquico. Nos encontramos de nueva cuenta en el péndulo que oscila entre la historia y la novela. El general Quiroga corresponde a la segunda novela de su serie “Escenas de la época de Rosas”, que junto a las “Escenas de la Guerra del Paraguay” y La muerte en las calles (acerca de las invasiones inglesas), conforman sus once novelas históricas dentro de su extensa obra novelística en general. Tras la publicación de El gaucho de los cerrillos, en 1931, cuyo tema es de Manuel Dorrego (1828-1829) y los gobiernos de Juan Lavalle (1828-1829), un año después apareció El general Quiroga. Preocupado por la historia argentina en los tiempos de las guerras civiles, para Gálvez no es cuestión de reivindicar la figura de Rosas, como lo hizo el primer revisionismo. Su interés, probablemente en el mismo sentido de Cárcano, es revisar la actuación de Quiroga en el contexto político, sin duda alguna, bajo pleno dominio de Rosas. La novela comienza con la expectativa que la llegada próxima de Quiroga a Buenos Aires despertó en la ciudad. La atmósfera es claramente rosista, durante su primer gobierno. Sin ser un afán tampoco el de Gálvez por reivindicar la figura de Rosas, si existe una curiosidad en el devenir histórico si en el escenario hubiera figurado Quiroga. Al comienzo de la novela, Gálvez demuestra su curiosidad por el caudillo riojano, ubicándolo a su llegada a Buenos Aires en marzo de 1829. Las mujeres de la familia Lanza intercambiaban puntos de vista acerca de los diversos comentarios que había en torno a la figura de Quiroga: Carmen [la esposa de uno de los hijos de los Lanza] dijo que no se hablaba sino de política. El tema que preocupaba a toda la gente, hombres y mujeres, grandes y chicos era la llegada de Facundo Quiroga. La vieja [la señora Lanza] se hinchó de aspavientos. —¿Quiroga decís? ¿No es el general Quiroga, aquel que declaró la guerra al tirano perverso y traidor de Juan Lavalle? Es uno de los nuestros. —Y qué clase de hombre será? —inquirió Celina [una de las hijas de los Lanza]. —Porque unos dicen una cosa y otros otra —No es más que un gaucho bárbaro —aseguró Carmen. —Un hombre malo, que ha cometido muchos crímenes. —¡Cuándo no habías de ser vos! Claro, como que los de tu casa son federales de engaño pichanga, enemigos del Restaurador. Ustedes van a acabar mal hijita. Este diálogo aparece en las primeras páginas de la novela, y nos muestra el enjuague histórico- político que impregna el escenario de Gálvez. A lo largo de la novela, si Cárcano se sirvió de los tres compañeros, Gálvez lo hace a partir de Rosas y de Quiroga para dar cuenta del periodo histórico en cuestión. Existe un rasgo, que es fundamental en la obra de Gálvez. Él ha sido considerado uno de los fundadores del discurso nacionalista cultural argentino en la década de 1920 y uno de los escritores argentinos más considerados en España. Promotor de diversos grupos nacionalistas, formó parte del nacionalismo católico en la década de 1930, identificándose con la causa peronista en los comienzos del gobierno militar surgido del golpe de estado de junio de 1943. Su alejamiento del peronismo se debió al conflicto entre Perón y la Iglesia Católica. El nacionalismo de El general Quiroga está plasmado en la lógica partidista, unitarios y federales. Una de las características de las novelas en general de Gálvez es que vemos en sus personajes, en mayor o menor medida, la posición ideológica del autor. Esta novela no es la excepción, y Gálvez está reflejado, no precisamente con la causa unitarista, como pudiera pensarse sino, en un modo más elaborado y complejo, en las posiciones nacionalistas de cada uno de los personajes. Esto significa que para ese entonces el rasgo nacionalista resultaba poco preciso en términos federales o unitarios. La acepción nacional la encontramos, en uno de los primeros personajes que se muestran en la novela, don Eleuterio Lanza, sargento mayor de un batallón de cívicos, que ignoraba lo que era el federalismo pero odiaba con toda el alma a los unitarios por su espíritu extranjerizado y por ser, a su juicio, enemigos de la patria. Revisar la figura de Quiroga significó para el autor verter su opinión en todos sus personajes. Uno de los dilemas del autor era saber si en realidad Quiroga era un triunfador. La familia Lanza no lo dudaba, mientras que Carmen Herrera, una de las nueras, lo tildaba de un gaucho bárbaro, criminal e ignorante. Ella argüía que venía derrotado. El general Paz lo había vencido en dos ocasiones, refiriéndose a los combates de la Tablada y de Laguna Larga (Oncativo). Doña Zenona, al contrario, pensaba que el general Quiroga era “el hombre más valiente que había en el país”, sacando a relucir el episodio de la conjuración de San Luis, en donde Quiroga había impedido que los godos prisioneros triunfaran cuando intentaron sublevarse (p. 12).229 Que si don Juan Manuel lo recibía como triunfador, era el único que sabía la “verdá” (p. 15). Mientras tanto se corría la voz de que algunos orilleros exaltados harían una manifestación contra los unitarios, los franceses y los malos federales, honrando así a Facundo Quiroga. Según Régulo, una especie de Tamerlán o de Mahoma con chiripá (p. 17). Este párrafo tiene una serie de percepciones diferentes sobre Quiroga. Y si la opinión de Gálvez estaba reflejada en cada uno de los personajes, entonces podemos inferir que uno de los intereses del autor es precisamente trasmitir lo que en la época, próxima a rememorar el asesinato de Barranca Yaco, la ambigüedad de la figura del general Quiroga. Puede verse una primera división en las opiniones si provenían de los unitarios o de los federales. No obstante, previo a que hiciera su viaje a las provincias del norte, enviado por Rosas, en 1834, Quiroga se había comportado complaciente con el unitarismo, lo que podría entenderse en la época como contrario a Rosas. Estas acciones despertaron esperanzas en el antirosismo, como lo fue en el caso de Régulo Lanza. Sabemos bien que esa ambigüedad no cambió los hechos. Quiroga atendió la causa rosista, disolviéndose la solución constitucional, que también en el caso de Gálvez, vemos que personificó en Quiroga. Una mirada triste y nostálgica es la que trasmite el autor a través de Régulo Lanza. El paisaje había cambiado, la mirada de un Buenos Aires que no era más. Régulo se condujo a la plaza de la Victoria. Se había llenado de gente. En los balcones no aparecían mujeres lindas; pocos hombres decentes en la plaza. Casi toda la concurrencia era plebeya; abundaban los carniceros, los negros, los orilleros de diverso pelaje. Pocas mujeres, todas chinas, negras o mulatas. Se iban a ahorcar a los ejecutores materiales del asesinato de Quiroga. Uno de los Herrera decía que el verdadero autor era Rosas (p. 326). Régulo no lo creía. Cierto era que Reinafé creía en la culpabilidad moral de Rosas, pero en Régulo esto no pasaba de una sospecha. 229 Godos se refiere a los españoles. Esa mañana se llevó a cabo la ejecución. Previo a ello, Régulo alcanzó a escuchar que Santos Pérez gritó con energía y desesperación: —¡Rosas es el asesino de Quiroga! Los cadáveres fueron colgados durante seis horas para servir de escarmiento y de lección. Régulo se apartó más triste que nunca, y a pasos lentos se dirigió a su casa. Acerca de la participación de Rosas en el asesinato de Quiroga, a mi modo de ver, Gálvez la expresa a través del personaje de Régulo Lanza. Se deja ver tan sólo en la medida de sospecha en cuanto a la culpabilidad moral de Rosas. Si bien es cierto que Gálvez se exhibe en su Facundo Quiroga como novelista histórico, él si logra dilucidar y plasmar el problema político, ubicándolo en la provincia de Buenos Aires vs. el resto de las provincias. Para Gálvez no hay una equivalencia entre la figura de Rosas y la de Quiroga. A este último se le identifica con las Provincias. Hasta aquí tenemos la mirada de una serie de Facundo Quiroga retratada a lo largo de su vida, yendo desde el gaucho bárbaro con Sarmiento, pasando por el General caudillo héroe de Peña, por el General que reclama justicia de Gaffarot, por el caudillo víctima de Rosas de Cárcano, por el caudillo con aciertos y errores de Gálvez. En el caso de Taborda, nos encontramos con un primer rasgo distintivo de los anteriores. La importancia de la revisión de Juan Facundo Quiroga está en su muerte y su proyección en la historia argentina. Esto es, Facundo como significante. La tragedia de Barranca Yaco, por extrañas razones, tan fatales como profundas, fue un hecho que llenó de estupor y fantasía el sentimiento popular. A esto fue atento Taborda y le dedicó el análisis histórico-político y cultural. Acerca de su concepción facúndica, Taborda creó la revista Facundo. Crítica y polémica, en 1935, a razón de los cien años de la tragedia de Barranco Yaco –el asesinato del caudillo riojano Juan Facundo Quiroga. Ahí entabló públicamente la discusión política e intelectual con Sarmiento y su concepción acerca de la barbarie (1845), personificada en la figura de Juan Facundo Quiroga, en cuanto a los referentes nacionales y culturales de la historia nacional argentina a partir de la cual podrían desatarse nudos fundamentales para la acción política conducente a la renovación de las caducas estructuras argentinas. Taborda, antagonizando con Sarmiento, discurrió que el tema capital en Quiroga no estaba en la vida del caudillo, significante de la barbarie para el sanjuanino, sino en su muerte. Podemos saber con certeza que leyó a Peña. En su primer número de la revista Facundo. Leamos como lo describe: Hablando de Facundo, en el brillante alegato de revisión que pronunció hace seis lustros, ante la sordera indiferente de Buenos Aires, dijo David Peña: Ninguno como el penetró más hondo los arcanos de la naturaleza humana. Ninguno descendió más adentro en el corazón de las multitudes y los hombres.230 Y al haber leído a Peña, tuvo conocimiento de la presencia de Eduardo Gaffarot, porque Peña, cuando hace mención de las fuentes consultadas, hace mención de los nietos de Quiroga. No existe mención por parte de Taborda sobre el trabajo de Cárcano ni sobre la novela de Gálvez. Sin ser esto trascendente, el interés de Taborda está más próximo al enfoque que Peña quiso imprimirle a sus conferencias, sin duda, y así lo describe en su revista. En el primer número Taborda escribió: “Un siglo y un crimen. Cien años y la muerte de Facundo”, y se preguntaba: ¿Qué significación tiene hoy, al cabo de un siglo, la tragedia de Barraco Yaco? Una pregunta compleja “que encierra un secreto que importa develar y de que el tesonero silencio que lo rodea es un silencio grávido de problemas que afectan a los destinos comunes”.231 “¿Fue la voluntad de Mayo la que dispuso y ejecutó la represión del caudillismo reclamada por la cultura urbana bajo la sugestión de las corrientes civilizatorias de Europa?”232 Existe en Taborda una preocupación humanista, idealista, antropológica cultural acerca del ideal formativo argentino. Él esboza, como expresión estética del alma argentina su tesis facúndica, proclamando como arquetipo nacional al bárbaro caudillo de los Llanos; la expresión más alta de la vida comunal. Tras haber sido defensor de Rivadavia, como se puede leer en sus Reflexiones sobre el ideal Político de América, en cuanto al tema de la Enfiteusis, se convierte en el apologista de Facundo. Se vio atraído por el sistema de los fueros castellanos, situando ahí la raíz del municipio republicano. En esta lógica, Taborda llega a postular el orden medioeval en el contexto de una estructura precapitalista. Su comunalismo preveía un Estado federal sujeto a la articulación entre las comunas, siendo su fundamento económico la economía comunalista. La concepción facúndica significa para Taborda, como hombre que experimentó grandes cambios con un espíritu sensible a las crisis y perceptivo de lo que asomase en el horizonte, 230 TABORDA, Saúl, “Meditación de Barranca Yaco”, Facundo, I, 1, febrero, 1935, p. 4. 231 Ibídem, p. 1. 232 Ibídem, p. 4. una serie de signos orientadores. En este razonamiento, lo que para Carlos Astrada sería el “mito gaucho”, fue para Saúl Taborda, “Facundo”. Y en la misma línea, Facundo significa el caudillo, el hombre pre-capitalista, ese momento, según Manuel Rodeiro, en que se abre la historia. Leamos lo que escribe Taborda acerca del caudillo en su revista: ¿Es que el caudillo se opone a que la república se dé instituciones fundamentales para insertarse con dignidad de nación en la comunidad internacional? ¿Es que el caudillo se niega a aceptar la cultura de su tiempo que es, ciertamente, la cultura europea en todo cuanto guarda fidelidad a las grandes líneas del pensamiento de Occidente? ¿No será que el caudillo – el caudillo de múltiples nombres- es el tipo representativo del espíritu comunal –precioso don castellano- síntesis lograda de la relación del individuo con su medio que, consciente, o intuitivamente, solo admite una organización nacional que sea un acuerdo cierto y sincero de entidades libres, celosas de sus notas constitutivas originales? 233 El caudillo es la figura ausente en el escenario político de la civilización occidental después del episodio de la guerra europea de 1914, y fue precisamente la organización nacional el modelo que caracterizó la voluntad de Mayo. Esta caracterización invalidó la comunidad local y el caudillismo. Las nacionalidades surgidas de la disolución del macrocosmos medioeval han tenido validez histórica en tanto se han organizado como orden de valores acorde con el modo íntimo de ser de los grupos geográficos respectivos, pero han mostrado su ineficacia –visible para todos en la piedra de toque de 1914- tan pronto como, bastardeando el sentido del orden, se han mostrado como meros instrumentos de opresión de clases en lo interno y de beligerancia agresiva y conquistadora en lo externo.234 Taborda reclamaba “un módulo eterno y universal para conformar una comunidad política” ante la ineficacia de las nacionalidades y proponía en la misma idea totalitaria de las grandes épocas históricas, como única vía “la comunidad local, ajustada y definida como recíproca responsabilidad del individuo y de su grupo”. A partir de este esquema comunalista, Taborda apeló al “federalismo basado en estructuras políticas locales, servido y fundamentado por la concepción soviética”.235 Para Taborda, el comunalismo representaba la auténtica voluntad de Mayo. Esa concepción es la que late en la voluntad de Mayo y la que late, tras una larga espera cargada de su vocación histórica, en la intuición de Facundo: “Las provincias serán despedazadas talvéz (sic) pero jamás dominadas”. Ella está ahí formulada con un elán de eternidad, con una precisión superior a las doctrinas escritas por los doctores de la ley. Es la lección del “caos” y de la “anarquía”, que resuena, a lo largo de un siglo, en el dolmen de Barranca Yaco. 233 Ibídem, p. 3. 234 Ibídem, p. 5. 235 Ibídem, pp. 4-5. ¿La recogeremos alguna vez?236 Y agregó: Facundo es mucho más: es la expresión más alta de la vida comunal, la perfecta relación de la sociedad y del individuo concertada por el genio nativo para la eternidad de su nombre.237 Sin el afán de entender el rosismo, como fue el interés de Cárcano y de Gálvez, Taborda fija como punto de partida y llegada en Facundo Quiroga. Cabe hacerse la pregunta con qué Quiroga está dialogando, si con la creación sarmientina o acaso, su interés facúndico se relaciona con los intereses reivindicatorios de Peña. El Facundo de Sarmiento ha sido sustancial en su impacto y alcance, inclusive hasta en nuestros días, ya sea por el carácter que ha acogido como texto fundante en los momentos de edificación del Estado Argentino o como el cuento pintoresco típico argentino propio de una excelente pluma y narrativa. Su autoridad le ha valido lo suficiente para que todos los hombres de pensamiento preocupados colateral o directamente que hemos expuesto aquí, hayan fijado su diálogo con el Facundo que Sarmiento dio a conocer en 1845. El caso de Taborda no es la excepción. Su interlocución se ubica en la empresa intelectual, política y cultural que Sarmiento logró con su Facundo. Se alió a la hazaña reivindicativa que muy temprano llevó a cabo Peña. La intención de Taborda que tuvo con Facundo Quiroga rebasó este carácter reivindicativo de Peña y el carácter confrontativo de Gaffarot, al ser su interés central, no la vida de Quiroga, sino Facundo después de su muerte. Esta intención resultó poco afortunada y su recepción no fue sencilla. Si bien el aspecto económico obviaba las dificultades en Argentina durante la década de los treinta, además, en el campo político e ideológico acaparaban la atención mundial las experiencias de los gobiernos de Mussolini y Hitler, desvirtuando a la democracia como sostenedora de respuestas frente a la crisis y privilegiando fuerte por sobre los consensos políticos democráticos. En este contexto aparece Taborda proclamando sus ideas en torno a la defensa, no de una democracia liberal, sino de una de carácter funcional, distinguiéndose de ésta el esquema comunalista de condición hispánica, tratándose de una organización federal. Lo que llama la atención de esta propuesta es el modo cómo fue sustentada. Nos encontramos con un Taborda, diferente a aquel que publicó sus Reflexiones, que defendía airosamente a Rivadavia como hombre de Estado, y también, aquel que equiparaba a Rosas con España. Para los 236 Ibídem, p. 5. 237 Ibídem, p. 4. treinta, tenemos a un Taborda que ha mantenido su reflexión sobre la pertenencia argentina del mismo modo genuino como se puede constatar a lo largo de sus obras. Este aspecto de pertenencia ha persistido en él desde muy joven. Él se apropia de una voz del interior, se asume como americano de raigambre hispánica. Acerca del tema hispanista, hay que destacar la necesidad de distinguir el hispanismo que presume familiarmente al carácter político que demuestra en las reflexiones con Rosas y España. Para los treinta, es enteramente política y cultural la fórmula hispánica con el comunalismo. Y es desde este lugar, que él interlocuta con Sarmiento acerca del problema aun irresuelto del proyecto en que se gestó la nación argentina. “Mi estimado Natalicio, hay que reivindicar a lo “facúndico”, a los valores provincianos, hay que situarlos en su verdadero ámbito, destruyendo la leyenda creada por Sarmiento”, afirmaba Taborda “de vuelta de algunos de sus soliloquios”, al paraguayo Natalicio González, con quien mantuvo numerosas charlas, de “mordaz valoración tan característica entonces, era animada y revisionista”, “horas de espiritual convivio”.238 La Argentina, en la lógica de Taborda, fue erróneamente concebida como nación al traicionar sus genuinas raíces. Ahí reside la importancia de repatriar la figura de Facundo Quiroga para Taborda, aprovechando los cien años de haberse cometido su asesinato. Lo que Quiroga significa para Taborda no son sus hazañas en vida, sino el devenir argentino a partir de su muerte. Con Quiroga lo que partió fue el caudillo, esa figura que estuvo ausente desde la voluntad de Mayo. En este sentido, comenzamos a esbozar la idea en el apartado anterior, en el que se hizo el análisis hemerográfico del centenario del asesinato de Juan Facundo Quiroga. Decíamos que junto a Maestre Wilkinson y Guillermo Lasserre Mármol, partiendo de sus artículos en la prensa, se pueden inscribir en una lógica más próxima a las ideas de Taborda en cuanto al interés y la necesidad por comprender la argentinidad en estrecha relación al análisis de la historia política de la Argentina durante la gestación de su carácter como República, teniendo como punto medular el análisis de la figura de Facundo como el significante y sus implicaciones en la cultura argentina. 238 Relatado así por el mismo Natalicio González, recogido en el libro de Gilberto GONZÁLEZ Y CONTRERAS, J. Natalicio González. Descubridor del Paraguay, Buenos Aires, Guarania, 1951, p. 267. Debido a desencuentros políticos, Natalicio González se exilió, por vez primera, en la ciudad de Buenos Aires, durante la década de los treinta. La característica en común que tienen los autores arriba mencionados, incluido Taborda con su revista, es el reconocimiento de que Facundo Quiroga trascendió a su muerte gracias al Facundo de Sarmiento. Y si quedara alguna tarea aún por realizar, que ciertamente así lo creen, es precisamente la de otorgar el debido y justo reconocimiento a Juan Facundo Quiroga de su quehacer político militar en la historia argentina del siglo XIX. Guillermo Lasserre Mármol cuestionó la prédica liberal impulsada por Sarmiento, cuya implicación fundamental tiene que ver con ese desequilibrio entre las fuentes naturales de riqueza y el consumo masivo en las urbes. Lasserre avanza en este sentido y señala que es ahí donde se basó el nacionalismo argentino, en la negación de sus orígenes eminentemente rurales.239 Y junto a esto, se desprende lo indeseable que entonces pudo haber resultado Quiroga en la construcción de la nación argentina en el contexto de un cimiento fundamentalmente liberal. Siguiendo este juicio, resulta comprensible imaginar que Sarmiento lograra volcar todas las fealdades en su “Facundo”, animándolo de todos los instintos diabólicos de la anarquía y montonera, en favor de la fórmula civilización vs. barbarie. Con el paso del tiempo, esto bien puede referirse como el testimonio de los contemporáneos sobre el caudillo al momento de escribirse Facundo.240 Mención aparte merece la reseña que del primer número de Facundo realizó Dardo Cúneo,241 por la transparencia y claridad que sus ideas lograron interpretar del mensaje que Saúl Taborda trasmitió en su revista. Ciertamente para Taborda fue de capital importancia poner en tela de discusión la pugna entre la ciudad vs. interior, y si de tono reivindicativo se trataba, Taborda no abogaba por el rescate de la existencia transeúnte y pasajera de Juan Facundo Quiroga sino por la íntima heroica de nuestro destino. Atendamos cómo lo escribió Taborda: “Quisiéramos respetar lo que ha respetado hasta ahora la conveniencia interesada y prudente, pero es más fuerte que todo convencionalismo la íntima sospecha de que Barranca Yaco encierra un secreto que importa develar y de que el tesonero silencio que lo rodea es un silencio grávido de problemas que afectan a los destinos comunes”.242 239 GUILLERMO LASSERRE MÁRMOL, “Páginas de Bronce en el centenario de Facundo Quiroga. Facundo ‘El Sanguinario’ y Rivadavia”, El Tábano (Tucumán), 18/03/1935. 240 WILKINSON, J. Maestre, “J. Facundo Quiroga”, Aconcagua, s/f. (probablemente publicado entre 23/02 y 7/03/1935). 241 CÚNEO, Dardo, “¿Reivindicar a Facundo?”, La Razón (Buenos Aires), 07/03/1935. 242 TABORDA, Saúl, “Meditación de Barranca Yaco”, Facundo, I, 1, febrero, 1935, p. 1. 1 COMENTARIOS FINALES Saúl Taborda no se sintió en los moldes del típico intelectual de su época: prefirió la síntesis a la erudición; el ensayo a la monografía; la compañía a la biblioteca. Y sin embargo podemos concebirlo como un hombre de un vigoroso poder intelectual con un raro don para entender una amplia variedad de motivos humanos, esperanzas y temores. Alumbró problemas, elevándolo casi todo a preguntas y explorando continuamente, sin dogmatismos. Sus propuestas resultaron a menudo nada reafirmantes porque pareciera que una honda lo impulsaba y una búsqueda apasionada de la verdad imparcial y la desconfianza en la posesión de conocimientos infalibles, enriqueciendo así progresivamente sus ideas. Taborda volvió una y otra vez sobre los temas clave. Y aceptó sugerencias útiles de dónde pudieran venir. Pareciera que averiguaba lo débil y lo erróneo de sus ideas para poder enmendarlas o abandonarlas. De este modo se pueden comprender sus lecturas o conversaciones con aquellos que pudieran poner a prueba la solidez de sus defensas. Escribió sobre todo aquello que le importaba entender; en particular, acerca de un problema filosófico perenne, el ideal formativo de la argentinidad, que gira en torno a tres ideas-fuerza centrales: democracia americana, concepción facúndica y comunalismo. Estudió para ello a los autores fundamentalmente alemanes: el cosmopolitismo pacifista de Kant, el historicismo humanista de Georg Herder, el socialismo económico de Karl Marx, el vitalismo historicista de Whilem Dilthey, la fenomenología gnoseológica de Edmund Husserl y la fenomenología ética de Max Scheler. En sus últimos escritos se refiere también el nacionalismo integrista de Johann Fichte, la sociología formalista de Georg Simmel y la pedagogía formativa de Edward Spranger. Taborda asimiló estas propuestas en perspectivas originales, como el idealismo, el humanismo hispanoamericano, la antropología política argentina e hispanoamericana de inspiración libertaria y autonomista y la pedagogía social. Introducirnos en el pensamiento de Taborda y en su entorno fue un desafío complicado que tratamos de resolver a través del análisis de algunas de sus obras y a partir de la contrastación de éstas con los temas contemporáneos, como lo fueron los festejos del Centenario de la Independencia para revelar el Taborda de 1910 o del asesinato de Facundo Quiroga para destacar el Taborda de los treinta, o bien, de sus coetáneos, como fue el caso de 2 Manuel Gálvez. Asimismo, se trazó una suerte de hilo de continuidad en aquellos autores que pensaron la reivindicación de Quiroga con el objeto de poder sugerir una aproximación del conjunto de ideas que Taborda fue enhebrando en el interés de edificar su mito facúndico. A través de la revisión de los festejos del Centenario en 1910 y el diálogo establecido entre Julián Vargas / Taborda y Carlos Riga / Gálvez se logró percibir a un Taborda naturalista, más apegado a las creaciones de carácter literario, escribiendo en el marco del espíritu de los festejos nacionales en ocasión del Centenario. Taborda cubre los criterios necesarios para poder ser reconocido, a lado de Manuel Gálvez y de Ricardo Rojas, como uno de los pensadores que se sumó al nacionalismo cultural argentino. ¿Habrá sido su intención sumarse a los pensadores preocupados por el nacionalismo argentino? Como escritor, Taborda provenía del género de la poesía, género que como se sabe, fue muy asistido entre los anarquistas como medio de denuncia para expresar sus inconformidades políticas. Sin embargo, como lo argumentamos en el segundo capítulo con el análisis de las Reflexiones sobre el ideal político de América, Taborda estuvo en contra del Estado en manos del gobierno oligárquico, por el divorcio evidente entre la política y la sociedad que se propinaba, sin que esto significara que abogaba por ende, por la desaparición del Estado. Dicho esto, Taborda estaba consternado por la vertiginosa modernización argentina y sus consecuencias económicas, pero sobre todo, culturales y morales. Reconociéndose como un pensador moderno, considerando el género de la novela como agente modernizador de gran envergadura, y se vuelca en el personaje de su novela, situándolo en Buenos Aires, sin dejar de resaltar su procedencia, su natal Provincia de Córdoba. Esa mirada desde el interior argentino le permite discutir cómo afrontar la modernización que el gobierno oligárquico ha instaurado en el país, siendo esto evidente en las principales ciudades, tales como Buenos Aires, en primer lugar, y Rosario. En su novela, Taborda desafía esa modernización y ahí podemos señalar un primer rasgo de heterodoxia que se suscita entre su antipositivismo frente a la tradición originaria. Aquí cabe ahondar en la construcción bipartita Tradición / Interior. Este constructo, Taborda lo construye al ubicar a un joven intelectual del interior en un Buenos Aires apabullante en estado de modernización. Taborda logra contrastar nítidamente la tradición originaria frente al sistema de valores que se está instituyendo en la sociedad porteña, viéndose despojada sin consciencia de ello, propio del modelo de civilización occidental. Taborda 3 defiende su raigambre, para el caso española, aunado a evidenciar su formación fomentada por un conjunto de autores españoles. Es hasta su ingreso a la Universidad en Buenos Aires que comienza a sumar autores como Nietzsche. Muestra también de una tradición intelectual diferente la que se trasmitía en la ciudad mediterránea que la del puerto. Véase la línea intelectual que por ejemplo muestra la generación de la revista Ideas, la del novecientos. Si bien es cierto que el carácter hispanista hasta este momento está inspirado por sus antecedentes de familia, veremos más adelante como este impulso se va desplazando y va siendo sustentado por una tradición originaria histórica argentina. Este panorama se recrudece ante el estallido de la guerra europea, pero a la vez se presentan horizontes que Taborda supo aprovechar para derivar esa tradición originaria en un americanismo. La visión de Taborda se concentró nítidamente en la forma de un compromiso político tras la guerra europea. Este hecho histórico significó la definición de las bases políticas a su mirada americana. Del tradicionalismo e hispanismo que asumió frente al precario sentimiento nacionalista argentino, con la guerra europea, Taborda se desplazó del género de la novela al del ensayo, y en primera persona continuó con la expresión de sus ideas políticas y filosóficas. Se sumó a la batalla entre el materialismo y el idealismo a partir de la reinterpretación de Calibán. Su ensayo Reflexiones sobre el ideal político de América se inscribió, con la prosa modernista de Darío y Rodó a los legados que el Ariel propugnó en 1900, excepto el rescate hispánico, la opción que Rodó vio viable ante la gran injerencia política y económica de Estados Unidos. Extrañamente Taborda se había valido del rescate de la tradición hispánica en Julián Vargas, como símbolo reflejo también de su raigambre hispánica. Sin embargo para 1918, con un antirrosismo de por medio, Taborda identificó a Rosas con España, y con ello, la reacción hispano-colonial como la responsable de haber acabado con el proyecto rivadaviano, iniciativa que según Taborda era la más conveniente para la Argentina en cuanto al tema de la tierra. Con la publicación de sus Reflexiones, Taborda se desplazó de la ficción al ensayo, preservando su exaltación idealista, antiplutocrática y antiimperialista, con la impronta de la prosa modernista y embate del anticalibanismo de Darío y del Ideal Rodó. Hasta este momento, sus escritos presentan dos características fundamentales: una actitud beligerante y una actitud racional, de reflexión. Su actitud genuinamente crítica no retrocedió ante las más diversas circunstancias. Mientras se conmemoraba el Centenario de la Revolución de Mayo, Taborda no solamente criticaba el cosmopolitismo y en su lugar destacaba la 4 importancia de los valores en aras del tradicionalismo; desarraigaba las ventajas de la Ley Sáenz Peña por las de la democracia funcional; frente a la caída del modelo de civilización occidental, irradiaba la noción de la democracia americana. Taborda fue un crítico sagaz de la política de inmigración y poblacional alberdiana y del proyecto educativo sarmientino. Sus perspectivas fueron criticadas desde la derecha y la izquierda. En sus Reflexiones, su fórmula política se basó en la democracia americana. Para 1933, en medio de la irregularidad institucional, la censura y pérdida de confianza en la democracia, él promovió la instauración de la democracia funcional. Cada una de las propuestas residió, para la de 1918, en la creación de instituciones argentinas, y para la de 1933, en el carácter facúndico, es decir lo propio del genio nativo, lo argentino. Hacia la década de los treinta, precisamente a los cien años de la muerte del General Facundo Quiroga, Taborda creó una revista con el nombre del caudillo riojano, que puede ser leída como una contribución, si se emprendiera dicha empresa, como parte del revisionismo histórico facúndico. Su revista constituyó el tamiz antropológico a su compromiso político, derivando así en el denominado “mito facúndico”, con reminiscencias de la tradición castellana. Aun y con todas estas traslaciones intelectuales, buena parte de su obra no ha pasado inadvertida ni ha dejado de interesar vivamente por esa ambigüedad que distinguimos en sus ideas. Su propuesta de “democracia funcional”, sus simpatías por el socialismo y su obsesión por el comunalismo nacional opuesto al oligárquico liberal, sus desagravios al fascismo mussoliniano y alemán, le valieron sanciones de gran parte de la intelectualidad cordobesa y de la argentina en general. Si se profundiza acerca de Sarmiento y los efectos de su “Facundo”, cuestionando por qué Taborda elige a Quiroga, ¿por qué no a Rosas? Al fin y al cabo los dos son caudillos. Taborda finca en Quiroga su propuesta comunalista, reconociendo en él el genio nativo argentino. Para ello, Nicanor Molinas, en su artículo, traza un análisis comparativo entre Rosas y Quiroga, y de éste principalmente se desprende el carácter de inmortal, rasgo que ni siquiera se imaginó el mismo Sarmiento que su Facundo lograría al paso del tiempo. A la fecha se sabe de la experiencia que los revisionistas argentinos realizaron en aras de reivindicar la figura de Rosas. Como bien lo señala Molinas, Rosas se llevó la peor parte pues muere vulgarmente, teniendo 5 entre las juventudes argentinas ese velo que tienen los dictadores.1 Éste no fue el caso de Quiroga. La reivindicación, si de esto se trata un revisionismo histórico en su caso, como bien se puede ver a lo largo de la exposición y análisis de los textos y conjunto de artículos periodísticos, ha partido del “Facundo” que construyó Sarmiento en 1845. La trayectoria política y militar de Juan Facundo Quiroga ha sido trabajada a partir del rigor de la investigación histórica. El mejor ejemplo que ilustra esta situación, entre los textos que en esta investigación se analizaron, es el libro de Ramón J. Cárcano, Juan Facundo Quiroga. Simulación, infidencia y tragedia (1931). Así que el acceso a la trayectoria intelectual, política y militar de Quiroga no representa ningún misterio. El problema que instaló Taborda en la mesa de discusión es de índole político y ahí es donde la indiferencia y lo incorrectamente político valió para animar su propuesta comunalista, basada en la concepción facúndica, también de su autoría. Esta propuesta remueve precisamente ese desequilibrio entre las fuentes naturales de riqueza y el consumo masivo en las urbes, que claramente describió Guillermo Lasserre, basando así el nacionalismo argentino en la negación de sus orígenes eminentemente rurales.2 Pero si esos orígenes eminentemente rurales fueron satanizados, y en ese razonamiento se inscribiera la empresa facúndica de Sarmiento, volcando todas las fealdades en su “Facundo”, animándolo de todos los instintos diabólicos de la anarquía y montonera, en favor de la fórmula civilización vs. barbarie, es en esta sintonía, que se puede razonar a Taborda cuando escribió en su revista que: “es la lección del „caos‟ y de la „anarquía‟, que resuena, a lo largo de un siglo, en el dolmen de Barranca Yaco. ¿La recogeremos alguna vez?”3 Los razonamientos de Taborda toman sentido y se tornan históricamente pertinentes al preguntarse: ¿Es que el caudillo se opone a que la república se dé instituciones fundamentales para insertarse con dignidad de nación en la comunidad internacional? ¿Es que el caudillo se niega a aceptar la cultura de su tiempo que es, ciertamente, la cultura europea en todo cuanto guarda fidelidad a las grandes líneas del pensamiento de Occidente? ¿No será que el caudillo – el caudillo de múltiples nombres- es el tipo representativo del espíritu comunal –precioso don castellano- síntesis lograda de la relación del individuo con su medio que, consciente, o 1 MOLINAS, Nicanor, “Facundo”, El Litoral (Santa Fe), 16/02/1935. 2 LASERRE MÁRMOL, Guillermo, “Páginas de Bronce en el centenario de Facundo Quiroga. Facundo „El Sanguinario‟ y Rivadavia”, El Tábano (Tucumán), 18/03/1935. 3 TABORDA, Saúl, “Meditación de Barranca Yaco”, Facundo, I, 1, febrero, 1935, p. 5. 6 intuitivamente, solo admite una organización nacional que sea un acuerdo cierto y sincero de entidades libres, celosas de sus notas constitutivas originales?4 Taborda avanza un poco más: “¿Fue la voluntad de Mayo la que dispuso y ejecutó la represión del caudillismo reclamada por la cultura urbana bajo la sugestión de las corrientes civilizatorias de Europa?”5 De este modo, él deriva en concebir a Facundo como “la expresión más alta de la vida comunal, la perfecta relación de la sociedad y del individuo concertada por el genio nativo para la eternidad de su nombre.”6 Tenemos entonces un segundo rasgo de heterodoxia cuando Taborda nos enfrenta con Facundo Quiroga, en el centenario de su asesinato, como símbolo del caudillo, ese espíritu comunal de la República, ese genio nativo de lo argentino, y lo confronta con esa modalidad del europeo, acuñada desde Alberdi y Sarmiento. Taborda estaba vinculando, parafraseo a Halperín Donghi, el pasado y presente argentinos. Hace treinta años el historiador William Svec se preguntó por qué los argentinos no mostramos interés por Joaquín V. González, cuyas ideas y ejemplo aún tienen mucho que decirnos. ¿Por qué seducen más los personajes violentos, autoritarios y sin apego a la ley? Tal vez porque los hombres rectos y de ideas nos colocan frente al desafío de ser más reflexivos, de asumir más responsabilidades y de ser más exigentes con el país y con nosotros mismos. 7 González escapa a la contraposición maniquea de lo nacional versus lo liberal; de lo regional versus lo nacional y de esto versus lo universal. Tampoco se deja atrapar por esa red que ve en lo liberal a lo conservador adjudicándole sus rasgos al liberalismo. ¿Aplicaría esa misma operación escapista para Taborda? Señalamos en el capítulo que abre este trabajo de investigación que cruzar fronteras sugiere que quien lo hace debe reinventar tradiciones, no en el interior del discurso de la sumisión, la reverencia y la repetición, sino “como transformación y crítica”. Taborda no fue escéptico a los tiempos de grandes cambios, de la crisis que se anunciaba y de los escenarios que a su paso emergían por delante. Taborda hizo uso de la hermenéutica de la vida histórica argentina alrededor de la crisis. En el primer número de la revista escribió: “Nuestro 4 Ibídem, p. 3. 5 Ibídem, p. 4. 6 Ibídem, p. 4. 7 CARO FIGUEROA, Gregorio A., “Joaquín V. González, tan nacional como liberal”, Todo es historia, Buenos Aires, núm. 460, noviembre 2005, p. 4. 7 apresuramiento, excitado pro las influencias ultramarinas, no tiene tiempo para detenerse en estas cuestiones. El caudillo es la causa de nuestro atraso –atraso que no sabemos en relación a qué– porque se resiste a la absorción centralista de Buenos Aires.” Taborda recurrió al discurso de la invención y construcción, antes que como discurso de reconocimiento, cuyo objeto sería el de revelar y trasmitir verdades universales. Es aquí que podemos convertir la construcción bipartita en tripartita, y enunciar: Tradición / Interior / Caudillismo, que supo contextualizar Taborda en la década de los treinta a través de su revista Facundo. Crítica y polémica. Dicho todo esto, así es como concebimos el ejercicio de la transcreación, término aceptado de manera definitiva por Haroldo de Campos para referirse a esa actividad que será creación, inevitablemente. En La serena lucidez que devuelve la distancia, Halperín Donghi escribió que “la sociedad argentina es escéptica en todo, salvo sobre ella misma: es siempre la víctima inocente de calamidades en las que nunca tuvo nada que ver. Y quien se atreve a dudar de ese dogma es siempre mal recibido.”8 La recepción de las ideas de Taborda tiene que ver fundamentalmente con un problema de incomprensión y de equívocos. Saúl Taborda fue, auténticamente, como lo acotó Manuel Rodeiro, un hombre de historia y de cultura. 8 “La serena lucidez que devuelve la distancia”, entrevista a Tulio Halperín Donghi, por Mariana Canavase e Ivana Costa, Revista Ñ, suplemento de Clarín, 28/05/2005. 1 BIBLIOGRAFÍA AITA, Antonio, La literatura argentina contemporánea, 1900-1930, Buenos Aires, Rosso, 1931. ABELLÁN, José Luis, “Modernismo: Ariel como símbolo”, Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, núm. 17, Madrid, 2000. AGULLA, Juan Carlos, Eclipse de una aristocracia. Una investigación sobre las ELITES dirigentes de la ciudad de Córdoba, Buenos Aires, Ediciones Libera, 1968. ALBERDI, Juan Bautista, Grandes y pequeños hombres del Plata, París, 1912. 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Accesible en: http://www.scielo.cl/pdf/actalit/n40/art_07.pdf (última consulta: mayo 2011). 12 DIARIOS Buenos Aires: Bandera Argentina, Caras y Caretas, Crisol, El Hogar, La Nación, La Prensa, La Razón, La Vanguardia Córdoba: Córdoba, El País, La Voz del Interior, Los Principios Corrientes: Nueva Época La Plata: El Argentino La Rioja: La Rioja Mendoza: Los Andes Olavarría (Provincia de Buenos Aires): El Popular Santa Fe: La Capital (Rosario), El Litoral, La Provincia Santiago del Estero: El Liberal Tucumán: El Tábano. ANEXO I SAÚL TABORDA Nació en la provincia de Córdoba, en la estancia de su familia, “Chañar Ladeado”, ubicada en los confines del departamento Río Segundo y San Justo, a cien kilómetros de la frontera con la provincia de Santa Fe. Descendiente de criollos, de origen español. Su tatarabuelo, don Simón Taborda, proveniente de Montevideo, adquirió campos en Chañar Ladeado y Monigotes en 1793.1 Taborda comenzó sus estudios formalmente en el Colegio Santiago Temple, tras haber recibido lecciones informales con un vecino, don Benedicto Ríos. Hacia 1900 su familia se trasladó a la ciudad de Córdoba y ahí finalizó el primario en la Escuela Normal. Al parecer por estas fechas quedó huérfano de padre. Los primeros años del secundario los cursó en el Colegio Nacional del Oeste, situado en la ciudad de Buenos Aires, y los tres años restantes, en el Colegio Nacional de Rosario, finalizándolo en 1906. A diferencia de la práctica usual de los jóvenes cordobeses y de los alrededores, él no realizó sus estudios de leyes en la antigua Casa de Trejo, denominación canónica de la Universidad Nacional de Córdoba, sino en la Universidad de La Plata (1908-1910). En 1910 participó como delegado estudiantil del Segundo Congreso Internacional de Estudiantes celebrado en Buenos Aires.2 Taborda comenzó escribiendo poesía y prosa de inspiración modernista, en 1909, Verbo profano; hacia 1916 escribió su primer drama, El mendrugo; dos años más tarde publicó su primera novela, Julián Vargas, y en ese mismo año, 1918, escribió su primer ensayo filosófico político, Reflexiones sobre el ideal político de América.3 A través del género ensayístico podemos observar que, a lo largo de su obra intelectual, logra expresar de forma mucho más acabada sus ideas políticas y filosóficas. El ensayo vino a significar el instrumento por excelencia para la expresión de su compromiso político. Fue en 1910 que inició su actividad profesional como abogado en el estudio del Dr. Juan Cornejo, situado en la ciudad de Córdoba. Acorde a lo que señala el currículo de Taborda,4 se mantuvo en este despacho durante diez años. Hacia 1913, obtuvo el grado de doctor en Derecho y Ciencias Sociales en la Universidad del Litoral, con la tesis La eximente de beodez en el Código Penal, publicada 1 DÍAZ, Sergio, “Saúl Taborda, el anarquizador”, Comercio y Justicia, Córdoba, 13/06/2008. 2 CASALI, Carlos, “Filosofía y política en el pensamiento de Saúl Taborda”, tesis de doctorado, Lanús, Universidad Nacional de Lanús, 2009, p. 184. 3 Acerca de la trayectoria intelectual de Taborda, previa e inicios de la Reforma Universitaria de Córdoba en 1918, se puede consultar un trabajo anterior: NAVARRO, MINA ALEJANDRA, Los jóvenes de la Córdoba libre!, México, Ediciones Nostromo/UNAM-Posgrado en Estudios Latinoamericanos, 2009. 4 El Curriculum vitae, redactado por Taborda en 1943, se puede consultar en el apartado dedicada a la memoria de Taborda en: Estudios, Córdoba, Centro de Estudios Avanzados, Universidad Nacional de Córdoba, núm. 9, julio 1997-junio 1998. Consultar la significativa aportación de Silvia Roitenburd, a través del texto que integra este homenaje, “Saúl Taborda, la tradición entre la memoria y el cambio”, pp. 163-172. en 1915, siendo ésta su primera publicación con el sello de una casa editorial cordobesa. En agosto de 1914 se constituyó el Círculo de Autores Teatrales, en el que figuró como vocal y en septiembre de 1916 ocupó la presidencia. En este mismo año se puso en escena El Mendrugo, drama inédito altamente reconocido por el público “por su distinción y cultura”; resultado de esto, se le ubicó como “el único exponente de la incipiente cultura teatral argentina”. El drama fue representado en Córdoba por la compañía de Enrique Muiño de Basal.5 Además de El Mendrugo, se estrenaron El Dilema, una comedia inédita, representada también en Córdoba en septiembre de 1916, y La obra de Dios, comedia inédita en tres actos, representada tanto en Córdoba como en Rosario en 1917. En 1916 asistió a la conferencia sobre “Cultura Filosófica” que pronunció José Ortega y Gasset, durante su visita por algunas ciudades de Argentina, invitado por la Institución Cultural Española.6 Participó activamente en el movimiento de Reforma Universitaria de 1918 en Córdoba, a lado de Deodoro Roca, Arturo Capdevila, Arturo Orgaz. Junto con Roca, redactaron el Manifiesto liminar, texto ideario del movimiento reformista y paralelo a ello, publicó su primer ensayo político filosófico, Las reflexiones sobre el ideal político de América, en el que hace un llamado a la democracia americana ante el derrumbe civilizatorio a propósito de la guerra europea de 1914. En este mismo año, salió publicado Naranjo en Flor de José Maturana, prologado por Taborda, editado en la colección que pretendía enaltecer la sociología y el pensamiento “de izquierda” como basamento de la “argentinidad”. La Cultura Argentina, iniciada en 1915, fue el proyecto comandado por José Ingenieros. Su importancia reside en su carácter contestatario en cuanto a la génesis del nacionalismo, basado en el anarquismo y en el socialismo. En el prólogo, Taborda argumenta a favor de la ciencia como instrumento antidogmático capaz de liberar a la humanidad de la oresión “del cadalso, del cuartel y del convento”.7 En 1920 fue designado profesor de Sociología en la Universidad del Litoral y Consejero de la Facultad de Derecho en Córdoba. Ese mismo año ocupó el rectorado del Colegio Nacional de la Universidad de la Plata, cargo que desempeñó simultáneamente con el de Consejero de la Facultad de Derecho de Córdoba. Un año más tarde Nazar Anchorena, nuevo presidente de la Universidad de La Plata le solicita la renuncia a Taborda por ser su gestión “anarquizadora”. A mediados de 1923 viajó a Europa para dedicarse a la filosofía, el arte y la pedagogía. Comenzó en la Universidad de Marburgo, por sugerencia de Ortega y 5 En la sección de Novedades de Teatrales, “El Mendrugo”, La Voz del Interior, 21/06/1916. 6 La visita de Ortega a la Argentina había sido promovida por la Institución Cultural Española, creada en Buenos Aires en 1914 a instancias de un grupo de españoles radicados en el país para promover la difusión de su cultura de origen en el país que los adoptaba. Al frente de ese grupo estaba Avelino Gutiérrez. Cfr. LÓPEZ SÁNCHEZ, J. M., “La Junta para Ampliación de Estudios y su proyección americanista: la Institución Cultural Española en Buenos Aires”, en Revista de Indias, 2007, vol. LXVII, núm. 239, pp. 81-102, en http://revistadeindias.revistas.csic.es/index.php/revistadeindias/article/view/593/659 Véase también BIAGINI, Horacio, “La Reforma Universitaria entre España y la Argentina (1900/1930), en Desmemoria. Revista de Historia, 3, 9, noviembre/diciembre 1995-enero 1996, Buenos Aires, pp. 20-41. 7 DEGIOVANNI, Fernando, Los textos de la patria. Nacionalismo, políticas culturales y canon en Argentina, Rosario, Beatriz Viterbo, 2007, p. 273. Gasset; siguió en Heildelberg y Leipzig, donde se graduó en pedagogía. Posteriormente continuó su formación en Zurich, Viena y París, donde se apropió del vitalismo de Dilthey y Spranger y de la axiología de Scheler. En París conoció a Romain Rolland; en Roma, a Giovanni Gentile, y en Florencia, entre otros, se encontró con el escultor sepulvedano Emilio Barral, que a su vez lo invitó a España. Probablemente esta visita haya significado una reflexión que derivó en revalorar hasta su origen extremeño. A su regreso a Córdoba, en 1927, reabrió su despacho de abogado y co-dirige la Revista Clarín, junto a Carlos Astrada. La contrarrevolución del treinta significó para Taborda, como para muchos otros intelectuales, meditar nuevamente en el destino argentino de frente a una democracia en crisis. Si bien la primera vez fue en torno a la guerra europea, ésta vez dedicó sus escritos al tema de la argentinidad preexistente. Al respecto, una primera expresión constituye el manifiesto del F.A.N.O.E. (Frente de Afirmación del Nuevo Orden Espiritual) junto a otros intelectuales (1932). Las ideas aquí planteadas son las que expuso en la conferencia que dictó en la Universidad del Litoral en 1933, “La crisis espiritual del presente y el ideario argentino”, publicada ese mismo año bajo el título de La crisis espiritual y el ideario argentino. En ésta, su segunda gran obra, se observan continuidades y rupturas significativas planteadas desde 1918, en sus Reflexiones sobre el ideal político de América. Entre 1934 y 1944 aparecieron los trabajos que conforman los tres primeros tomos de la Investigaciones pedagógicas, donde uno de los principales aportes se destaca la afirmación de la autonomía de la pedagogía y la necesidad de deslindarla de la esfera política. Esto significó cuestionar sustancialmente la pedagogía sarmientina. Una segunda manifestación, consecuencia del golpe de estado, fue la creación de su revista Facundo. Crítica y polémica, a propósito de la figura del caudillo riojano. Se publicaron tan sólo siete números, entre los años de 1935 a 1939. Aquí despliega su idea sobre el comunalismo federal como la organización político-social conveniente a la raigambre americana en Argentina y la noción de lo facúndico, queriendo expresar con esto “lo que son” los argentinos, reflejo del genio nativo, el plasma vital argentino. En cuanto al tema del comunalismo, Deodoro Roca se involucró a través de su revista Las Comunas. En el contexto de la crisis que sufría la democracia liberal y por ende, el destino del hombre, que en ella se jugaba, hacia 1936 apareció “El fenómeno político”, texto en el que Taborda introduce el concepto de lo político, un acontecer vital originario anterior a la democracia concebida como forma de gobierno fundada en la voluntad popular, y a las contradicciones económicas capitalistas. En diálogo con las ideas de Carl Schmitt, Taborda planteó que el fenómeno de lo político no se da en el hombre aislado sino en la comunidad, en la relación entre el tú y el yo y, por tanto, se nutre de un contexto de amor y de fuerza. Para Taborda, el concepto de lo político debe subrayarse la amistad, y no la enemistad, como sucede en Schmitt. En la crisis de la democracia, para Taborda, se juega el destino del hombre. Desde su participación como rector del Colegio Nacional de la Universidad de La Plata, se había mantenido al margen de colaborar en alguna institución de carácter universitario o gubernamental. Sin embargo hacia 1936, hombres de la Reforma Universitaria acompañaron al gobierno de Amadeo Sabattini. Taborda no fue la excepción. Seguida ésta actuación de una significativa participación en el gobierno sabattinista de Santiago H. del Castillo en 1940, colaborando a su vez con Antonio Sobral, quien llegó a asumir la presidencia del Consejo General de Educación, aprovechando este contexto para llevar a la práctica el ideario pedagógico de Taborda. Son ellos quienes estuvieron a cargo de la novedosa creación de la Escuela Normal Superior “Garzón Agulla” de la ciudad de Córdoba. En 1942, Taborda fue nombrado ad-honorem para dirigir el Instituto Pedagógico de dicha Escuela. Hasta 1947, en resistencia a los embates provocados por el golpe militar de 1943, la Escuela se mantuvo abierta. Una profunda búsqueda lo impulsó en la exploración de verdades imparciales así como también en la desconfianza de conocimientos inapelables. Esto permite comprender la capacidad de diálogo con pensadores que en la época, por ejemplo de la década de los treinta argentinos, hubiera resultado inadmisible y políticamente incorrectísimo. Taborda tuvo intercambios verbales con Giovanni Gentile, autor de la importante reforma de la educación como Ministro de Instrucción Pública durante el gobierno fascista de Mussolini. Refiere en sus Investigaciones Pedagógicas las ideas del alemán Ernst Krieck, previo a su participación en la conformación de la educación en el nacionalsocialismo. A estos encuentros, se suman los vínculos, durante su visita a la Argentina en 1941, con el paraguayo Natalicio González (futuro presidente de Paraguay en 1948). Temperamentalmente y por lo que significa su tarea, González calificó a Taborda como el Dewey de Argentina.8 Leamos la narración que hace Gilberto González del momento en que ellos se conocieron: En una de las reuniones con amigos argentinos, conoció Natalicio a un cordobés, que ya había sobrepasado el medio de la vida. Lo atrajo por el ímpetu que desplegaba en revisar e ir reivindicando los valores de tierra adentro. Era Saúl Taborda. En Unquillo, lugar de su residencia, se había lanzado a glosar, con inusitado rango, los aspectos provincianos de la cultura argentina. Para hacerlo con mayor independencia, fundó y dirigió la hoja periodística “Facundo”. Impetuosamente se introdujo en el movimiento y la pasión de esa vigorosa y pretérita sociedad provinciana, y si no un hombre alto, era vigoroso, con una tez bastante clara, castaños los escasos cabellos y la fisonomía diáfana y cordialísima expresión. Natalicio y Taborda se hicieron muy amigos, y pasaban horas de espiritual convivio, las raras ocasiones en que éste iba a Buenos Aires. Su charla, llena de aquella mordaz valoración tan característica entonces, era animada y revisionista: “Mi estimado Natalicio, hay que reivindicar a lo “facúndico”, a los valores provincianos, hay que situarlos en su verdadero ámbito, destruyendo la leyenda creada por Sarmiento”, solía afirmar de vuelta de algunos de sus soliloquios. Tenía auténtica formación filosófica, y su filosofar correspondía a la fortaleza de su pensamiento. Brindaba preferentemente devoción a las faenas pedagógicas, y sus obras fundamentales sobre cuestiones educativas, son en realidad libros filosóficos de envergadura. Su aclarador proceder en estos menesteres, fue el primer síntoma de un algo esforzado, con sentido de la tierra, argentinísimo y explicable por su temperamento.9 Para 1943, Taborda impulsó el Comité de Ayuda al Pueblo Español, cuya finalidad fue prestar ayuda a los republicanos. Y tras el cierre de la Escuela, se dedica a trabajar y reflexionar acerca de la religión. Sobre esto no tenemos escritos suyos. En el marco del golpe militar-clerical, Taborda rompe relaciones con Astrada. Saúl Taborda fallece en su casa situada en la ciudad de Unquillo, en su provincia natal, el 2 junio de 1944. 8 GONZÁLEZ Y CONTRERAS, Gilberto, J. Natalicio González. Descubridor del Paraguay, Asunción del Paraguay, Guaranía, 1951, p. 268. 9 Ibídem, p. 267. ANEXO II RELACIÓN DE LOS CONTENIDOS EN LAS EDICIONES DE EL IDEARIO ARGENTINO Y LA CRISIS ESPIRITUAL Primera edición, 1933: EL VIENTO DE CHEBAR 1. Fundamentos de occidente 2. Las ideas y la vida 3. El hombre de las ideas 4. Ser y deber ser 5. El mensaje de Fichte 6. La estructura estadual 7. La crisis del Parlamento 8. Nuestra experiencia 9. Anunciaciones y signos 10. La racionalización industrial 11. El alma precapitalista 12. La tierra es de dios 13. La tradición argentina Agregados: EL PROBLEMA AGRARIO EL REFORMISMO GEORGISTA1 HOMENAJE A RIVADAVIA LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES Segunda edición, 1942 1. Fundamentos de occidente 2. Las ideas y la vida 3. El hombre de las ideas 4. Ser y deber ser 5. El mensaje de Fichte 6. La estructura estadual 7. La crisis del Parlamento 8. Nuestra experiencia 9. Anunciaciones y signos 10. La racionalización industrial 11. El alma precapitalista 12. La tierra es de dios 13. La tradición argentina Sin agregados. Tercera Edición, 1945:2 “El mensaje espiritual de Saúl Taborda”, Santiago Monserrat El problema agrario El reformismo georgista La Sociedad de las Naciones Homenaje a Rivadavia Se agrega: La declaración de Lima3 Cuarta edición, 1958: 1. Fundamentos de occidente 2. Las ideas y la vida 3. El hombre de las ideas 4. Ser y deber ser 5. El mensaje de Fichte 6. La estructura estadual 7. La crisis del Parlamento 8. Nuestra experiencia 9. Anunciaciones y signos 10. La racionalización industrial 11. El alma precapitalista 12. La tierra es de dios 13. La tradición argentina Sin agregados. 1 Publicado por primera vez en la revista Quasimodo, en abril de 1921. 2 La edición de 1945 refiere erróneamente la primera edición al año 1934 y la segunda a 1941; las fechas correctas son 1933 y 1942, y no contiene precisamente el texto de la conferencia sino parte de los textos agregados en la primera edición de 1933. Cf. DOTTI, Jorge, “Saúl Taborda: filía comunitarista versus estatalismo schmittiano”, en DOTTI, Jorge, Carl Schmitt en Argentina, Rosario, Homo Sapiens, 2000, p. 60. 3 Publicado originalmente en el sexto número de la revista Facundo. Crítica y polémica. ANEXO III CONTENIDO DE LOS SIETE NÚMEROS DE LA REVISTA FACUNDO. CRÍTICA Y POLÉMICA AÑO I, NÚM. I. 16/02/1935 “Meditación de Barranca Yaco” “Una historia de la nación argentina” “La unificación de los impuestos” “Dólmen” “Los escudos de Tarpeya” “Antimoderna” “Libros. Dos líneas a Doll” “En torno al 90” AÑO I, NÚM. II. 15/06/1935 “Esquema de nuestro comunalismo” “Tribulación ministerial” AÑO I, NÚM. III. Octubre 1935 “El código civil y la vida” “Acotaciones al „Anti Marx‟ de Hugo Calzetti” “Pantomima de Ginebra” AÑO II, NÚM. IIII. Mayo 1936 “Comuna y federalismo” “Temario del comunalismo federalista” “El fenómeno político” “Las comunas coloniales” AÑO IIII, NÚM. V. Septiembre-Octubre 1938 “Sarmiento y las posibilidades de un arte nacional”, Santiago Monserrat “Filosofía de Sarmiento hombre”, Manuel Gonzalo Casas “Sarmiento y el ideal pedagógico” “Temario del comunalismo federalista” “Revolución y continuidad histórica”, Oscar Marcó del Pont “Libros y revistas” AÑO V, NÚM. VI. Enero-Marzo 1939 “La Declaración de Lima” AÑO V, NÚM. VII. Diciembre 1939 “Comunalismo y justicia” 1 ANEXO IV RELACIÓN DE LAS NOTAS PERIODÍSTICAS EN TORNO AL CENTENARIO DEL ASESINATO DE JUAN FACUNDO QUIROGA EN ORDEN CRONOLÓGICO 1. GONTRÁN ELLAURI OBLIGADO, “Destino que le cupo a los restos de Quiroga”, Los Principios, 30/10/1934. El autor recupera las crónicas de la época sobre el destino del cadáver de Facundo Quiroga. Una comisión que incluía al doctor inglés Gordon examinó el cuerpo de Quiroga, lo amortajó, lo metió a un ataúd y fue enviado a Córdoba custodiado. Una vez allí y hechos los honores, fue sepultado en el solar ubicado a un lado de la Catedral. Con esto, el autor desvirtuó la versión de que el cadáver de Quiroga había quedado mutilado y perdido entre los árboles de Barranca Yaco. Otra versión dice que el cadáver se perdió en el camino de Córdoba a Buenos Aires y que el ataúd llegó vacío. Al ser reclamado el cuerpo por su viuda se procedió a la inhumación del cuerpo, y fue levantada un acta donde se asienta que las cenizas de Facundo fueron colocadas en una urna, que fue expuesta en las salas de la Curia para ser trasladadas posteriormente a la Catedral. Al término de la ceremonia, el edecán enviado por el General Rozas recibió los restos y éstos fueron enviados a Buenos Aires en una carroza. Quedaron en depósito en la Iglesia de San Francisco, en San José de las Flores hasta que fue dictado el decreto de honores para su traslado a Buenos Aires. Una vez allí, la urna fue depositada en el cementerio de la Recoleta. El autor hace una crítica a los oportunistas que buscan notoriedad al cumplirse el centenario de Facundo. "La Historia no se teje con hilachas, sino con la verdad". 2.- GONTRÁN ELLAURI OBLIGADO, “Para la historia de Facundo Quiroga”, Los Principios, 23/11/1934. El autor hace referencia a la posible actuación de Facundo en el escenario político y sus implicaciones en su asesinato. La posible respuesta la encuentra en la relación que mantuvo Facundo con el General Manuel de Corvalán. En 1812, Corvalán fue designado para formar un contingente en el Fuerte de San Carlos, en el que se enfila Facundo para evitar presentarse ante su padre pues no sólo había jugado sino además había perdido la tropa de aguardiente que le había sido encomendado llevar a Buenos Aires desde la Rioja. Corvalán lo toma a su servicio y emprende camino hacia la capital. Quiroga es alistado en un regimiento de caballería bajo las órdenes del capitán Juan Bautista Morón. Un mes después fue dado de baja por intermedio de Corvalán y Quiroga regresa a la Rioja. Esto impide que continuara con su carrera militar en las filas libertadoras, siendo amparado políticamente por Juan Manuel de Rozas, que al ser consciente de su creciente prestigio, le otorga el cargo de "entregador" en las filas de los hermanos Reinafé. 3.- SIN AUTOR, “Facundo, Héroe Riojano. Otra glorificación imposible”, La Vanguardia (Buenos Aires), 28/11/1934. Para el autor de esta nota, existe aún (para la época) una pugna entre lo que se define como civilización y lo que se entiende como barbarie. La civilización se muestra 2 claramente en la figura de Sarmiento y la barbarie es ejemplificada en las acciones que realizaron a lo largo de su vida tanto Facundo Quiroga como Manuel de Rosas. El autor cuestiona entonces, el ánimo de homenajear a Facundo al cumplirse cien años de su asesinato, recalcando que existen otros héroes o próceres riojanos más dignos de homenaje 4.- H.D. ARGAÑARAS, “Un centenario histórico: Juan Facundo Quiroga en Santiago del Estero”, El Liberal (Santiago del Estero), 03/01/1935. El documento reseña la despedida de Facundo Quiroga y Juan Manuel de Rozas al marcharse Quiroga al cumplimiento de una misión diplomática ante los gobiernos de Salta y Tucumán con el fin de evitar una inminente guerra civil. Al cumplir con este cometido, Quiroga emprende el regreso y se queda varios días en Pitambalá. Varios autores discrepan sobre los motivos que tuvo para permanecer en esta ciudad y el tiempo que estuvo allí. Mientras tanto recibe cartas de diversos personajes políticos donde le señalan la posibilidad de un atentado y Quiroga permanece en Aguirre unos días esperando las instrucciones del Gral. Rozas, lo que le hace desesperar, aunado a esto, sus dolencias físicas le aquejan a pesar de recibir atención médica. Las instrucciones llegan y decide emprender el regreso a Buenos Aires a pesar de las recomendaciones de cambio de ruta para evitar en lo posible la amenaza del complot en su contra. Quiroga insiste en mantener la ruta y viajar sin escolta. Se despide de su viejo amigo, el gobernador Juan Felipe Ybarra y le obsequia una lanza que portaba. Quiroga emprende el regreso sabiendo del peligro. 5.- GONTRÁN ELLAURI OBLIGADO, “A propósito del asesinato de F. Quiroga”, La Voz del Interior (Córdoba), 07/01/1935. La carta de Rozas, escrita al asumir el poder en Buenos Aires dos meses después del asesinato de Quiroga y dirigida al gobernador de Santa Fe Estanislao López, habla de las sospechas de autoría del asesinato de los hermanos Reinafé. Resulta para el autor de la nota una autoacusación explícita ya que el temor reflejado en la misiva es sospechoso. Él considera que Rozas debió actuar con mayor tranquilidad y dejar que el tiempo se encargara de aclarar a los verdaderos asesinos de Quiroga y evitar hacer una rápida acusación hacia los unitarios. Con este documento, Obligado reitera su aseveración de que Rozas promovió el asesinato de Quiroga, basada ésta en la recopilación de documentos de la época. 6.- SIN AUTOR, “Se restituirá a la tumba de Quiroga su antigua lápida”, Crítica (Buenos Aires), 12/01/1935. Días después del entierro de Quiroga en la Recoleta, se hace la solicitud a la viuda de retirar de la lápida original las últimas frases que estaban labradas en ella. La viuda se niega y ordena borrar toda la leyenda. Así queda la lápida durante cien años, y con la conmemoración del centenario, gracias a una comitiva pro homenaje, se proyecta restituir la original. Por otra parte, la nota informa que en este centenario se harán públicos documentos que dan cuenta de la intervención de Quiroga en el proceso federativo y de la correspondencia que mantuvo con dirigentes de la época. Estos documentos pertenecen al archivo particular del nieto de Quiroga, el Ing. Alfredo Demarchi. Otra actividad programada en este homenaje es la construcción de un monolito en Barranca Yaco. 3 7.- SIN AUTOR, “Como era Facundo el G. de la tumba sin nombre”, El Popular (Olavarria), 24/01/1935. El biznieto de Quiroga, Diego Novillo Quiroga, refuta las historias que se crearon después de su asesinato sobre la falta de cultura y de patriotismo que tenía su bisabuelo, de acuerdo con las versiones de los historiadores de la época. Manifiesta que la historia argentina, hasta ese momento, ha sido injusta con la memoria de Quiroga ya que éste estuvo vinculado al movimiento intelectual de Buenos Aires, fue un hombre culto y sus acciones siempre estuvieron regidas por la reflexión y el conocimiento más que por la intuición o el instinto. Mantiene que su bisabuelo tenía como ideal el afianzar sobre las bases democráticas constitucionales la organización del país. Critica el uso indiscriminado del libro de Sarmiento "Facundo", para promover una imagen que dista mucho de la real. Señala que, como el mismo Sarmiento dijo, el libro de Facundo fue escrito con efervescencia, con pasión más que con documentación, por lo que no constituye una pieza histórica auténtica. Un dato más al respecto es que en realidad Sarmiento era primo hermano de Quiroga. El bisnieto habla sobre la relación entre Quiroga y Rivadavia, a quien ayudó cuando volvió del destierro. Habla también sobre la inocencia de Rosas respecto al asesinato de Quiroga, dice que esto consta en los archivos familiares y señala a Domingo Cullen como el verdadero instigador del asesinato. Novillo Quiroga mantiene que aún no se ha hecho justicia en la historia argentina. 8.- SIN AUTOR, “La Historia Argentina está durmiendo todavía en los archivos familiares”, El Liberal (Santiago del Estero), 26/01/1935. Se presentan las razones por las cuales Sarmiento se quitó el apellido Quiroga, una es el posible distanciamiento con su padre y la otra, por cuestiones políticas. La necesidad de desligarse de Quiroga como familiar. Finaliza la nota con una reflexión sobre esta relación entre Quiroga y Sarmiento, la cual ha sido presentada como una lucha entre civilización y barbarie pero que al final de cuentas, se muestra más como una rencilla doméstica. 9.- SIN AUTOR, “Sarmiento era Quiroga”, La Voz del Interior (Córdoba), 27/01/1935. Habla sobre el vínculo familiar que une a Quiroga con Sarmiento al descubrirse que el verdadero nombre de Sarmiento era Domingo Faustino Quiroga Albarracín y la sorpresa que esto provoca. 10.- SIN AUTOR, “Reivindicación de Quiroga”, La Voz del Interior (Córdoba), 01/02/1935. Un grupo de riojanos impulsa la reivindicación de Quiroga por medio de sus confesionales en pro de la unidad nacional y sus hechos de armas, esperando con esto, restituir la justicia histórica al caudillo y quien escribe esta nota, enfatiza en el esperado pronunciamiento del gobierno cordobés al respecto. 11.- GONTRÁN ELLAURI OBLIGADO, “Acerca de la autenticidad del retrato de Facundo Quiroga”, La Voz del Interior (Córdoba), 03/02/1935. Por medio de una carta dirigida al autor de la nota, el presidente del Ateneo de la Rioja, Dardo de la Vera Díaz, solicita su opinión sobre cuál es el retrato de Quiroga "más ajustado a verdad" para ser reimpreso y distribuirlo a la sociedad argentina, incluyendo una breve biografía. Gontrán realiza una investigación al respecto y después de hacer la revisión de todos los cuadros conocidos de Quiroga, se orienta al que se encuentra en el 4 tomo I de las Memorias del General Gregorio Araoz de la Madrid, edición de 1895. Este cuadro es el que sus descendientes consideran más auténtico por lo que el autor de la nota recomienda recurrir a este cuadro a los interesados en hacer una "iconografía facundesca". 12.- FRANCISCO GARCÍA JIMÉNEZ, “El angelito de Barranca Yaco”, La Prensa (Buenos Aires), 10/02/1935. La nota recrea los momentos en que Santos Pérez regresa de Barranca Yaco después de asesinar a Quiroga, al secretario Ortiz y a un niño de ocho años, testigo del crimen. La culpa por asesinar al niño obsesiona a Pérez hasta el momento de su muerte dos años después en la Plaza de la Victoria. 13.- CARLOS CORREA LUNA, “Juan Facundo Quiroga, el „tigre de los llanos‟ en el centenario de la tragedia de Barranca Yaco 1835- 16 de febrero -1935, La Prensa (Buenos Aires), 10/02/1935. Al cumplirse el centenario del asesinato de Quiroga, aún permanece la pregunta sobre quién planeó su asesinato y los verdaderos motivos de éste. Ante la amenaza de que comenzara una guerra, el gobernador de Buenos Aires media el conflicto entre Salta y Tucumán y nombra intermediario en el conflicto a Quiroga. Después de cuarenta y ocho horas de discusión quedaron listas las instrucciones ante los posibles escenarios. Al partir Quiroga, Rosas le recomienda fehacientemente viajar con escolta, razón que desata las suposiciones sobre el papel que jugó él en el asesinato. Quiroga llega durante la víspera de navidad a Córdoba y a pesar de la amable bienvenida, Quiroga se mantiene receloso porque sabe que sus enemigos están presentes. Al enterarse que el gobernador de Salta ha sido vencido, Quiroga decide continuar hacia Tucumán. El 8 de enero recibe el famoso anónimo de Coret, donde le comunican el plan de asesinarlo. El 13 de febrero, concluida la misión de paz, Quiroga decide emprender el camino de regreso. Al entrar a la hondonada de Barranca Yaco lo esperan tres grupos de asaltantes y Quiroga cae herido por una bala. Hasta 1837, los hermanos Reinafe y Santos Pérez son fusilados pero los verdaderos culpables no han sido encontrados. Para Rosas fueron los unitarios, para los unitarios, Rosas fue el verdadero instigador. 14.- SIN AUTOR, “El sábado próximo cúmplese el centenario de la tragedia de Barranca Yaco”, La Capital (Rosario), 10/02/1935. El centenario del asesinato de Quiroga y de su secretario, el Dr. José Santos Ortíz, obliga a la prensa a traer de nuevo los acontecimientos con el fin de generar en el público un conocimiento más cabal del personaje que influenció toda una época en la historia argentina y es en esta publicación especial escrita por don Néstor Joaquín Lagos, de acuerdo a la documentación existente. 15.- CÉSAR CARRIZO, “Facundo, terror de los llanos, fue un hombre de corazón que mereció el aprecio de Alberdi”, Mundo Argentino (Buenos Aires), 13/02/1935. Desde la escritura del "Facundo" de Sarmiento, mucho se ha elucubrado acerca de la figura del General Quiroga. César Carrizo da cuenta de la publicación próxima de documentos inéditos: cartas, partes de batalla, borradores íntimos, piezas jurídicas desglosadas, nómina de libros, apuntes. Para el autor de la nota, Quiroga es tema inagotable debido a que ha generado una discordia histórica y aclara que es de los 5 sentimientos de Quiroga de quien se dispondrá a hablar. Él busca explicar el cambio del gaucho que se incorporó al ejército hasta el General que fue asesinado, caracterizado más con el hombre culto y rico. Para César Carrizo, Quiroga nunca fue un hombre de pueblo, siempre mantuvo su distancia con su tropa; descendiente del viejo cuño español que mantuvo sus atributos gentilicios. Lo único que Quiroga no se perdonó a lo largo de su vida fue el fusilamiento de los veintiséis hombres en Mendoza y esto permite a Carrizo comprender qué lo llevó a obsesionarse por la unificación de su país y ayudar a los necesitados. Carrizo transcribe una carta que Quiroga escribió a su amigo, el Gral. Rudecindo Alvarado, donde aboga por su amigo Aldao, solicitando su ayuda. Quiroga ayuda como puede a Rivadavia a desembarcar; ayuda a la viuda y huérfanos del General Dorrego; ofrece una letra de cambio a Alberdi para que pueda trasladarse a Norteamérica y pueda continuar sus estudios. Ese apoyo le valió su admiración incondicional. Asimismo, ayuda incluso a la esposa de La Madrid, su enemigo acérrimo, a pesar de que este gesto fue interpretado por él con fines alejados de la generosidad de Quiroga. 16.- JOSÉ GABRIEL, “La valentía y la lección de Barranca Yaco”, Caras y Caretas (Buenos Aires), 14/02/1935. El autor comienza hablando sobre las dos actitudes esenciales posibles que tiene la valentía personal, una actitud "clásica" y una actitud "romántica". Siendo la segunda aquélla que se fundamenta en la propia persona y no tiene falsedad, no hará trampas. Por su parte, la valentía clásica "busca la eficiencia exclusivamente" por lo que su objetivo es vencer. Para el autor, el valiente clásico es el realista y positivo, contra aquél romántico que "siempre va a la buena de Dios". Facundo Quiroga fue un valiente clásico toda su vida, dejando atrás al valiente romántico que había en él cuando supo lo que era el miedo al huir de la Rioja. Se afianza poco a poco el valiente clásico al temerlo sus adversarios e infundir respeto a todos. Sin embargo, para José Gabriel, a Quiroga le llega su hora romántica nuevamente en el momento de morir asesinado, negándose a cuidarse sabiendo que sus enemigos lo acechaban. Prefiere mantener esa valentía romántica citadina a la que se había habituado. "Y tropieza con un valiente clásico -con su yo anterior- que lo hace soñar". El autor afirma que Barranca Yaco es la tragedia de la valentía romántica ya que refleja la moral citadina que transforma a valientes clásicos en románticos y eso, a Quiroga le provocó la muerte. "La moral, después de todo, no tiene otro objeto que procrear corderos para que los coman los lobos". 17.- SIN AUTOR, “Un cartel recuerda la tragedia de Barranca Yaco y el paisaje, otrora salvaje, se ha dulcificado”, Córdoba (Córdoba), 15/02/1935. Recreación de esos últimos momentos de Facundo Quiroga cuando llega a Barranca Yaco a pesar de las múltiples solicitudes de viajar con una tropa o de posponer su viaje. De la voz de un anciano originario de la zona, se recuerda cómo era Barranca Yaco cien años antes y cómo luce en la actualidad, sobre los lamentos que se solían escuchar en el fondo de la Barranca y el llanto del niño asesinado esa mañana junto a Quiroga. Un cartel blanco con letras rojas recuerda vagamente el suceso que conmocionó al país cien años antes. 18.- J. FRANCISCO V. SILVA, “El centenario de la muerte de Quiroga”, Los Principios (Córdoba), 15/02/1935. 6 El autor hace referencia al Facundo de Sarmiento para evocar la figura del Gral. Quiroga y recuperar la historia de sus andanzas por la Rioja, su personalidad "hecha para el mando", su tránsito continuo al centro del país y el relato de su asesinato. Provee una semblanza del espacio donde fue enterrado en Buenos Aires, años después de su asesinato. 19.- SIN AUTOR, “En la capital se rendirá un homenaje a Juan Facundo Quiroga”, El Argentino (La Plata), 15/02/1935. En la fotografía aparece Juan Zacarías Agüero Vera, señalado con una flecha. Publicada en El Hogar, Buenos Aires, 22/02/1935. A un día de cumplirse el centenario del asesinato de Quiroga, un grupo de riojanos, residentes en Buenos Aires, organizaron una serie de actos en homenaje: una misa que se oficiará en la Iglesia San Francisco; colocación de una placa conmemorativa en la tumba de Quiroga. La nota reseña la realización de una conferencia sobre Facundo, que se realizó un sábado antes y que estuvo a cargo del escritor César Carrizo y de otra conferencia dictada en el periódico "La Razón" a cargo de Carlos Correa Luna. 20.- CÉSAR CARRIZO, “La madre de Facundo- Doña Juana Rosa Argañaz de Quiroga”, La Nación (Buenos Aires), 16/02/1935. Carrizo hace una biografía de la madre de Quiroga, hija de doña Micela Vergara y de don Vicente Argañaraz, quienes se aposentaron en el interior manteniendo los hábitos y costumbres de la "Madre Patria". Tuvo tres hijos con José Prudencio Quiroga, hacendado riojano: Facundo, Juan Tomás y Saturnina. Fue su primer hijo, Facundo, quien los llenó de orgullo e inquietudes. Y es justamente la madre de Quiroga quien señala a Rosas como el instigador de su asesinato. Para el autor de la nota, a pesar de no existir pruebas fehacientes de esto, existe una "lógica de los hechos", de la que detalla lo ya sabido. Los mensajes que van por los caminos rumorando a la orden de asesinar a Facundo; las cartas dirigidas a él por sus amigos, quienes intentan disuadirlo de continuar con su empresa, el desenlace final y el juicio del pueblo frente a este hecho. Pero ahora, a cien años de su muerte, Carrizo intenta recuperar la memoria de su madre, y de paso, a las mujeres que la historia oficial ha olvidado, quienes colaboraron de manera explícita o discreta en la formación política y social argentina. Doña Rosa Juana era una mujer de abolengo y los 7 Quiroga "antiguos Kairoga, descendían de reyes suecos y reyes godos, según la „díptica española‟". Nació entre 1768 y 1770 y tendría alrededor de veinte años cuando se casó con Don José Prudencio Quiroga. De cabellos castaños y abundantes, ojos verde oscuro, nariz fina, de mentón delicado. Dice el autor que Facundo heredó sus labios, nariz y mentón, además del "orgullo señoril, el empaque castellano y la generosidad de anchas manos colmadas que se vuelcan, a modo de cornucopias, en los necesitados". Del padre heredó el pelo negro, el color moreno pálido y los ojos negros; igualmente su fuerza física y su don de mando; la propensión a las cosas prácticas y la audacia en las operaciones comerciales a gran escala y la pasión por el juego. El papel militar y político que desempeñó Quiroga trae muchos malos momentos a la familia Quiroga, aunado a esto, sus padres se separan y Quiroga sólo sabe la razón hasta el momento de la muerte de su padre: la existencia de una amante. Sólo los ruegos de Quiroga logran que su madre lo perdone camino al cementerio. Al paso de los años, Quiroga ya asentado en Buenos Aires y con nueve provincias bajo su mando, sueña con reorganizar su país, pero muchos enemigos esperan un paso en falso y muere asesinado. Uno de sus antiguos enemigos es justamente ayudado por su madre en momentos de desamparo. La Madrid es recibido por Doña Juana Rosa, quien, dando una lección de humildad y moral, lo acoge cuando éste se levanta en armas contra Rosas. Doña Juana Rosa murió al poco tiempo, pasados ya sus setenta años. 21.- SIN AUTOR, “A cien años de la sombría tragedia de Barranca Yaco”, La Nación (Buenos Aires), 16/02/1935. El año de 1835 se destaca en la historia argentina por dos motivos fundamentalmente. El primero es el asesinato de Quiroga y el otro, la asunción del mando por Rosas. El autor se plantea la pregunta si estos dos hechos están vinculados entre sí y si es posible que Quiroga fuera un obstáculo para la concentración del poder dictatorial de Rosas, acusación hecha en su momento por los unitarios. El autor realiza una semblanza de la época previa a este asesinato donde recupera la llamada "Edad media argentina", época en la que el país se encontraba dividido; en la que dos importantes provincias: Salta y Tucumán, se hacen la guerra, y donde la figura de Quiroga resulta fundamental para zanjar el conflicto entre sus respectivos gobernadores. Posteriormente narra la historia ya conocida por todos acerca de los planes de asesinato y la negativa reiterada de Quiroga a suspender su viaje, el desenlace que tuvo esto y las averiguaciones posteriores que terminaron con el fusilamiento de los Reinafé y Santos Pérez. Para el autor, aún hay muchas cosas ocultas que no han permitido hacer conclusiones definitivas sobre este acontecimiento. 22.- NÉSTOR JOAQUÍN LAGOS, “Facundo Quiroga en el centenario de Barranca Yaco, 1835- 16 de febrero”, La Capital (Rosario), 16/02/1935. Larga recuperación biográfica de Facundo Quiroga a partir de momentos fundamentales de su acción política y militar con el objeto de mostrar su trascendencia en la historia política argentina. Para ello hace mención del importante aporte que significó en esta labor David Peña y sus conferencias, dictadas en la Facultad de Filosofía y Letras, en 1903. El autor sostiene que Rosas tuvo que ver en el asesinato de Quiroga. 8 23.- RAMÓN J. CÁRCANO, “Barranca Yaco-1835- 16 de febrero-1935”, El País (Córdoba), 16/02/1935. Reproducción de un capítulo de la obra "Juan Facundo Quiroga" del Dr. Ramón J. Cárcano, construido con datos y documentos históricos (cartas de Quiroga, que fueron enviadas a distintos personajes políticos de la época), recreado con el objeto de darle continuidad a la historia del caudillo argentino. Se transcribe parte del capítulo XVIII, “Barranca-Yaco”.1 24.- SIN AUTOR, “El centenario de Barranca Yaco, una fecha que fue trascendental en la historia argentina”, Los Andes (Mendoza), 16/02/1935. En edición especial es retomado lo ocurrido cien años antes en Barranca Yaco, momento en que se determina el apogeo del Gral. Rosas y la unidad del territorio argentino. Se reseña el papel que tuvo Quiroga en la construcción de la República y el temor que le tenía el propio Rosas. Viviendo en un ambiente donde primaba la violencia, su muerte es sólo un reflejo de su propia vida, sobreviviendo en diferentes momentos hasta Barranca Yaco. El autor hace una reflexión sobre el hecho de que si bien la unidad del territorio no estaba plasmada políticamente en una constitución, el poder de la República estaba dividida entre las tres figuras fundamentales de la época: Quiroga, Rosas y López, siendo Rosas el equilibrio entre el odio que los otros dos sienten uno por el otro. El poder de Quiroga sólo tiene un punto débil: Córdoba, controlada por los hermanos Reinafé, quienes saben que mientras Quiroga esté vivo, su poder en la zona está en peligro. Mientras tanto Rosas balanceaba sus acciones y manejaba la soberbia de Quiroga, quien se asume más allá de las rencillas y odios hacia él y decide continuar su camino pasando justamente por los territorios de los Reinafé. Es así que la muerte lo alcanza en Barranca Yaco. Después de cien años mucho han escrito y dicho acerca de los motivos de unos y otros pero la verdad aún no sale completamente a la luz: "los hechos hacen la historia, no las intenciones". 1 CÁRCANO, Ramón J., “Barranca-Yaco”, Juan Facundo Quiroga. Simulación, infidencia y tragedia, Buenos Aires, Roldán Editor, 1931, pp. 245-283. En el artículo del periódico aparece solamente de la página 245 a la 268. 9 25.- NICANOR MOLINAS, “Facundo”, El Litoral (Santa Fe), 16/02/1935. Mujer que se sitúa sobre la tumba de Facundo Quiroga en el Cementerio de la Recoleta. El proceso de revisión histórica que comenzó con la vindicación que hizo el Doctor David Peña en sus conferencias de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, lleva una tendencia de reivindicación de los caudillos Rosas y Quiroga, intentando justificar a uno con el accionar del otro, comparándolos continuamente hasta en las cuestiones físicas, en sus fines y en su poder. Sin embargo, en este proceso de reivindicación caudillesca es Rosas el que lleva la peor parte, Quiroga trasciende a su muerte mientras Rosas muere de manera vulgar; Quiroga es recordado históricamente como el precursor de Urquiza mientras que Rosas sigue teniendo entre las juventudes argentinas ese velo que tienen los dictadores. Aunque Urquiza y Quiroga no tienen nada en común, uno se plantó en la realidad y buscó la integración de todo el interior, mientras que el otro sólo tenía el visto bueno de algunos grupos de ese interior. Para el autor, Quiroga es en realidad la antítesis de Urquiza. Urquiza redimió su pasado con un triunfo. "Quiroga será siempre la víctima de su sistema o de sus alianzas". Termina el autor: “Sarmiento empezó “Civilización y Barbarie” con la invocación a la sombra ensangrentada de Facundo. Su mayor apologista cierra su libro con la invocación vindicativa.” A su vez, agrega Molinas: “Sombras ensangrentadas de Facundo! No os habéis redimido todavía de la lápida, que como formidable pedazo de montaña o irrevocable sentencia dantesca, puso sobre tu memoria, el genio de Sarmiento. […] En tanto continuará cayendo sobre la sombría soledad de los juicios adversos que rodean la tumba, la apacible mirada del dolor, simbolizado, por el genio del arte, en la armoniosa forma de una mujer!” (Ver imagen). 26.- SIN AUTOR, “Juan Facundo Quiroga („El tigre de los Llanos‟)”, Nueva Época (Corrientes), 16/02/1935. A cien años de la muerte del General Quiroga, el autor escribe sobre la necesidad de mantener la imagen y el recuerdo de Quiroga para las generaciones actuales y futuras, intentando recuperar la esencia de quien promovió la paz entre las provincias de Salta y Tucumán y estableció las bases para la organización de la República a pesar del empeño dictatorial de Rosas (a quién acusa tácitamente de ser el promotor de su asesinato). 27.- SIN AUTOR, “En el Club Mar del Plata”, La Razón (Buenos Aires), 17/02/1935. Pequeña nota sobre la conferencia que se dictará esa noche en el club de Mar del Plata con motivo del centenario de la muerte de Facundo Quiroga, dictada por el Sr. Héctor C. Quesada, director del Archivo General de la Nación. El nombre de la conferencia es "El drama de Barranca Yaco". 10 28.- SIN AUTOR, “Una conferencia sobre Facundo”, La Razón (Buenos Aires), 17/02/1935. Aviso de la conferencia impartida por la Sra. L. Maurice de la Mota de Campillo, disertadora de temas históricos y literarios en la broadcasting municipal. 29.- SIN AUTOR, “Centenario, Crisol (Buenos Aires), 17/02/1935. Pequeña nota sobre el centenario de Facundo Quiroga donde se afirma que a pesar de creer que la memoria de Facundo se borraría, permanece y pronto ocupara el "sitial" que le corresponde. 30.- SIN AUTOR, “Comentario, Facundo Quiroga, Crisol (Buenos Aires), 17/02/1935. Crítica que se hace sobre los historiadores argentinos, a quienes el autor de la nota llama "malos y tendenciosos historiógrafos" ya que han respondido a intereses partidarios, pues para el liberalismo "la patria es una resultante de las agrupaciones partidarias o grupos facciosos que detentan o se reparten el poder". El autor hace referencia a esos momentos clave en los que se puede reconocer la calidad humana de Quiroga, quien a pesar de ser atacado y tener enconos hacia algunos personajes de la época no los abandona (o a su familia) cuando se presenta la oportunidad. Y recalca que el llamado bárbaro era en realidad un hombre culto, jefe de un hogar modelo, "cumplido caballero y señor en las más exigentes reuniones sociales, donde su espiritualidad y su cultura lo hicieron una figura preponderante”. 31.- SIN AUTOR, “Estuvo concurrido el homenaje a la memoria de Quiroga”, La Prensa (Buenos Aires), 18/02/1935. Conmemoración de la muerte del Gral. Quiroga en el distrito de San Antonio, lugar de nacimiento. Manifestación y procesión cívica hacia el sitio donde se ubican los restos de la casa paterna, donde se colocó una placa conmemorativa enviada por el Ateneo de la Rioja y donde hablaron personajes sobresalientes de la zona, posteriormente se realizó una comida criolla y en representación del consejo de educación de la provincia, se dio su nombre a la escuela provincial de este lugar. 32.- SIN AUTOR, “Barranca Yaco, a través de cien años mantiene su misterio”, La Razón (Buenos Aires), 18/02/1935. Señala el autor de la nota que este suceso marcó una etapa en la vida política argentina y que ha cien años aún mantiene interrogantes sobre los hombres que participaron y jugaron un rol decisivo en el porvenir del país. Misterio que "encubre las causas reales que lo provocaron y que haría por momentos la voluntad suprema que pudo inspirarlo". Si alguna vez este misterio es aclarado, dará las claves para el entendimiento de muchos otros acontecimientos de trascendencia mayor y de los personajes que formaron parte, los cuales, siguen despertando apasionamientos polémicos. 33.- SIN AUTOR, “Terminó allí una existencia excepcional”, sin datos, 18/02/1935. Reivindicación del Facundo de Sarmiento, que bajo la crítica a la barbarie, oculta una gran admiración hacia el personaje. Sarmiento no niega las características personales de Quiroga, que le hacían un ser excepcional en su época. Relata en su libro momentos fundamentales que permiten un mayor entendimiento del carácter y las creencias de Quiroga. A pesar de sus carencias mantenía una visión del ideal supremo y aunque sería 11 arriesgado darle el denominativo de Patriota, es posible reconocerlo "como simple individualidad representativa de un ambiente y de una etapa" de la historia. Relata también el autor las dudas y temores que tenía Quiroga en ese viaje trágico, pero también la determinación a culminar con la encomienda dada a pesar de los múltiples avisos de lo que se tramaba en su contra por parte de los Reinafé y Santos Pérez. Termina el autor preguntándose si es posible que la denuncia que hizo Santos Pérez antes de ser fusilado, inculpando a Rosas de la orden de asesinato, haya sido simplemente una manera de vengar su propio fusilamiento. 34.- SIN AUTOR, “Reivindicaciones Imposibles”, [inteligible] (Santa Fe), 18/02/1935. El autor hace un recordatorio a cien años del trágico suceso, enfatizando en la aureola de la tragedia con que Quiroga ha pasado a la historia después de la escritura del Facundo de Sarmiento, quien a su vez mantuvo sustancialmente el juicio sobre la personalidad de Quiroga a pesar de reconocer que no había escrito una biografía del caudillo. "El asesinato del que fuera víctima no podrá justificarse, fue un error gravísimo de sus autores, hijos de los tiempos, pero ello no lava la sangre derramada injustamente por el general más terrible de las montoneras, vencido únicamente por la ciencia militar del manco de Venta y Media". 35.- SIN AUTOR, “En el centenario de la muerte de Quiroga. Glorificación imposible”, La Vanguardia (Buenos Aires), 18/02/1935. El autor resalta la participación contradictoria de los miembros de la Iglesia y de los representantes del gobierno, ya que mientras Quiroga ha pasado a la historia como una figura siniestra, enseñándose así en las escuelas, se han oficiado misas, funerales y ceremonias de reivindicación en Buenos Aires. Mientras, en la Rioja, los recordatorios de Quiroga han tenido otro sentido, donde se ha "festejado" el centenario de su asesinato. El autor dice al respecto "véase, pues, cómo el pueblo riojano ha interpretado en su verdadero sentido la desaparición de un comprovinciano que fue exponente de la más refinada barbarie rural y que desprestigió con sus fechorías a la humilde tierra donde nació". 36.- SIN AUTOR, “Se ha encontrado la declaración auténtica de Santo Pérez, el asesino de Facundo Quiroga”, Los Principios (Córdoba), 18/02/1935. Se narra el encuentro de dos cartas cambiadas entre el doctor Rodolfo Juárez Núñez y el Sr. J. M. Vélez que constituyen un importante documento histórico. La auténtica declaración de Santos Pérez es un documento que permitirá continuar con las pesquisas de la investigación que aún se mantiene en torno al asesinato de Quiroga. Se transcriben las dos cartas. 37.- SIN AUTOR, “En nombre de la Comisión habló A. Vera, se ofició una misa en San Francisco”, sin datos, 19/02/1935. Oficio de una misa en honor de Facundo Quiroga en la Iglesia de San Francisco y posteriormente en la Recoleta. Se dieron conferencias alusivas al asesinato de Quiroga y pronunciamiento de un discurso en la Recoleta del doctor Juan Zacarías Agüero Vera que es trascrito en la nota, en donde se recuerda que continúa siendo un misterio las razones del asesinato de Quiroga. 12 38.- SIN AUTOR, “En la Recoleta se llevó a cabo el homenaje de los riojanos a Juan Facundo Quiroga”, La Capital (Rosario), 19/02/1935. Homenaje de la comisión de la Rioja en la Recoleta para recordar a Facundo Quiroga a cien años de su asesinato, donde se reflexiona sobre la frase de Quiroga "libre por propensión y por principios" y se hace referencia al origen provinciano del General como un argumento de barbarie en su contra. El enfrentamiento político de los conservadores y los liberales sigue siendo un elemento que permea a la sociedad argentina y es algo que aún no se ha resuelto. Quiroga fue hombre de su tiempo, de tomarse esto en cuenta, entonces se podrá entender cabalmente su pensamiento y acción. Y la memoria de ese hombre pervive cotidianamente en el ansia de libertad y justicia, más allá de regionalismos o localismos, ya que su pensamiento impactó en todo el territorio. Es responsabilidad de los historiadores haber construido la imagen de Quiroga a partir de la que se señala en el Facundo de Sarmiento y de responsabilizar las acciones de Quiroga fundadas en las de Rosas, pero esto es un error ya que "cronológicamente empieza uno donde terminare el otro". De allí se desprende una relación causal entre el asesinato y el poder absoluto de Rosas. La esencia real de Quiroga habrá que buscarlas en la región donde nació y creció, la que le proveyó de los elementos necesarios para afianzar su carácter. A cien años de su muerte es necesario darle el lugar justo en la historia argentina. 39.- GONTRÁN ELLAURI OBLIGADO, “Acerca del hallazgo de la „Declaración auténtica‟ del matador de Facundo Quiroga”, La Voz del Interior (Córdoba), 20/02/1935. Al hacerse la donación de la declaración, realizada momentos después de detenerse a Santos Pérez, se abre la posibilidad de conocerse con mayor detalle la participación que tuvo Manuel del Rozas en el asesinato de Facundo Quiroga. A pesar de que Santos Pérez se asumiera como el único responsable de la muerte de Quiroga en un inicio, momentos antes de su ejecución gritó "He muerto a Quiroga por orden de Rozas". Aunado a las sospechosas desapariciones de diversos personajes de la época, poco tiempo después del asesinato, el testimonio es clave para conocer la verdad y la exaltación que hizo el propio Rozas de Quiroga. Esto apunta a su autoría, sin embargo es algo que aún queda sin ser probado. El autor reitera su acusación contra Rozas al escribir que el único que se beneficiaba con la muerte de Quiroga era al mismo Rozas, permitiéndole quedarse con el control político total. Para Obligado la declaración es una prueba más de lo ratificado en documentos que son inapelables. A cien años de la tragedia está sobrado saber quiénes fueron los ejecutores del asesinato y quién entregó a Quiroga a su asesino. "El curso de la Justicia y la Verdad -puntales de la Historia- no se quiebra jamás!". 40.- A.Z.S., “Homenaje inusitado”, Bandera Argentina (Buenos Aires), 20/02/1935. Crítica que se hace sobre el nombramiento de una escuela de la Rioja con el nombre de Facundo Quiroga. El cuestionamiento se hace a partir de las enseñanzas que un espacio académico puede proveer en sus alumnos y en este caso, el nombre de Quiroga sea referente de un personaje oscuro y egoísta que promovió la tiranía en la Argentina desde la barbarie. Para el autor, "la muerte de ciertos hombres tuerce el curso de la historia" y mientras la historia argentina no ubique alguna documentación que modifique el criterio histórico sobre Quiroga, honrar la memoria de éste es un grave error. 13 41.- CORRESPONSAL, “Imponente resultó en Malanzán el homenaje a Quiroga”, La Rioja, 21/02/1935. Crónica del homenaje realizado a Quiroga en Malanzán, provincia de la Rioja. Ante la presencia de la Comisión de Homenajes, bajo los auspicios del Ateneo, se ha convocado a varias personas invitadas a participar en dicho evento, y a quienes se les ha organizado un recorrido que comenzó en la que fuera propiedad del Gral. Quiroga, Anajuasio, heredada a sus descendientes y que muestra todavía el esplendor y magnificencia de otras épocas. Después de la cena, se ofreció una fiesta que terminó a altas horas de la noche y donde estuvieron presentes, múltiples invitados especiales. Al día siguiente, comenzaron muy temprano los homenajes, calculándose una asistencia promedio de trescientos cincuenta personas. Se empezó el homenaje con un oficio religioso en la capilla que mandó remozar Quiroga y sus descendientes posteriormente, en el lugar, aún permanecen unos espejos que fueron obsequiados por Facundo. Acto seguido, fueron hacia los restos de lo que fuera la casa paterna, donde fue colocada una placa conmemorativa donada por el Ateneo de la Rioja. Al término de este acto, la escuela pública núm. 128 fue seleccionada para rendir varios homenajes hechos por personas sobresalientes de la localidad y acto seguido, se llevó a cabo una comida criolla para agasajar a los invitados. La nota termina resaltando el esfuerzo y la atención de la Comisión encargada del homenaje en San Antonio. Por último, se hace mención del nombramiento de la escuela local con el nombre de Juan Facundo Quiroga. 42.- SIN AUTOR, “Homenaje Prematuro”, El País (Córdoba), 21/02/1935. Crítica a los homenajes realizados en el centenario de muerte de Quiroga y de la necesidad de reivindicar el nombre del general asesinado, el cual es dado a la escuela que formó a Sarmiento, coincidentemente. Historia nacional desplazada por la historia local, y manifestada de manera popular por medio de un baile. Historia desplazada por la leyenda popular. El cuestionamiento se da cuando el autor se pregunta cómo será enseñada la historia de Quiroga a los niños que se formen en esa escuelita, ya que mientras la historia oficial no se modifique, "su reivindicación deberá seguir siendo tema para escritores y poetas, cuyos materiales aprovechará después el historiador para la versión definitiva". 43.- RODOLFO JUÁREZ NÚÑEZ, “Más sobre la declaración auténtica del asesino del Gral. Facundo Quiroga”, La Voz del Interior (Córdoba), 21/02/1935. El doctor R. Juárez Nuñez remite al periódico una carta dirigida a Gontrán Ellauri Obligado respecto de la nota que escribió sobre la declaración auténtica del asesino de Facundo Quiroga. Al ignorar si esa declaración existe en el sumario de Buenos Aires, el doctor Juárez coincide plenamente sobre el valor de autenticidad que la carta en manos de Ellauri tiene ya que ratifica la creencia generalizada de que Santos Pérez obedeció la orden de los hermanos Reinafé y Rosas para asesinar a Quiroga. 44.- SIN AUTOR, “cumplióse este mes el centenario de la muerte del ‟Tigre de los Llanos‟. La tragedia de Barranca Yaco”, La Provincia, Santa Fé, 23/02/1935. Crónica del lugar donde fue muerto Quiroga, lugar que a cien años de su muerte se llena de cirios y flores haciéndole homenaje. Guiados por el relato del hijo de uno de los hombres que acompañó a Quiroga en su viaje y que salvó la vida al quedarse rezagado en el camino, se hace esta crónica. Al haber sido un hombre de su tiempo, las decisiones que 14 tomó respecto de los rumores sobre el atentado que se planeaba en su contra, decide una noche antes, escribir una carta a Rosas donde le relata la encomienda cumplida, al día siguiente, pide a su secretario y amigo, el coronel José Santos Ortiz, entregue personalmente la carta. Eso lo salva de la muerte. El autor de la crónica realiza el recorrido que siguió Quiroga a la misma hora, el mismo día, cien años después. 45.- J. MAESTRE WILKINSON, “J. Facundo Quiroga”, Aconcagua, s/f.2 Para el autor, la figura de Quiroga y sus acciones no pueden dejarse de lado en la historia argentina ya que sobre esta se "anima el pensamiento social y político del Plata". Él reitera, citando a Estanislao S. Zeballos, que la historia argentina aún no ha sido escrita pues falta el material preparatorio; "estamos en el período de la investigación, que precede necesariamente a la generalización". Para José Ingenieros, la revisión del proceso histórico de Rosas, Quiroga y los federales, resulta importante ya que a Quiroga se le ha percibido siempre como "una fuerza ciega, sin otra dirección que la de sus instintos salvajes e indomados, y no obstante, de los documentos inéditos se desprende, a veces por deducción, que un claro pensamiento político impulsa sus acciones, al punto de que constatando la organización de que hoy gozamos, no es posible remontarse a sus orígenes sin catalogarlo entre los precursores". Para Juan B. Torán, es necesario ver el Facundo de Sarmiento como un elemento literario que desproporcionó la imagen real de Quiroga, dándole una visión de barbarismo y utilizándolo como ejemplo para hacer esta confrontación con la llamada civilización y por esa razón, el Facundo de Sarmiento "no puede perdurar como verdad y como concepto histórico. De otra manera, se habría borrado de un rasgo la frontera entre la ficción y el hecho, la leyenda y la historia, el arte y la ciencia". La posible rivalidad que enfrentarían Rosas y Quiroga es lo que hace más factible el hecho de que efectivamente haya sido Rosas el autor intelectual del asesinato de Quiroga y lo apoya en las pesquisas realizadas en los documentos de la época y se fundamenta en varias preguntas sobre las decisiones y los motivos que animarían a Quiroga a tomar las decisiones que lo llevaron a la muerte. Para el autor de la nota, todas esas razones son parte explicativa pero también el hecho de que "el poder educa" y sus ideales ayudaron a reorganizar el caos en que se hallaban los territorios argentinos. A continuación, detalla algunos hechos determinantes de la carrera de Quiroga por fecha. Termina la nota haciendo referencia a su trascendencia en la historia bajo el genérico de "Facundo": "Mágica certeza de la fuerza de la opinión popular, que precisa la síntesis del símbolo para designar al hombre cuando ha dejado de ser el individuo, y asciende a la categoría de un acontecimiento, de una fuerza innominada e impersonal de la energía primordial del todo colectivo, a quien el héroe siente, representa y conduce". 46.- DARDO CÚNEO, “¿Reivindicar a Facundo?”, La Razón (Buenos Aires), 07/03/1935. Nota sobre la revista nombrada Facundo de Saúl Taborda donde se reflexiona sobre las cuestiones de la nacionalidad argentina. En el primer número aparece un artículo titulado "meditación sobre Barranca Yaco", donde Taborda aborda el tema del federalismo argentino, el cual, señala, se encuentra "dormido" y se crítica al centralismo porteño, la tendencia al caudillismo y la revaloración que se le dio en el siglo XIX a éstos. El autor de la nota señala que es importantísimo que esta revista sea leída en Buenos Aires ya que la historia argentina no debe ser vista como una historia urbana simplemente. Es imperioso 2 Su publicación probablemente pudo haber sido entre el 23/02 y 7/03/1935. 15 que la historia sea vivida no reescrita. Después hace una breve reseña sobre Saúl Taborda y enfatiza en el hecho de que la revista escrita por él no es una publicación de la ciudad y a partir de esta particularidad se hace una reflexión sobre la dicotomía interior/ciudad, a través de la cual se hace una reivindicación de un caudillo del interior frente a la imagen del héroe promovida por Alberdi y Sarmiento, vista siempre desde la "modalidad del europeo, que destruye el espíritu comunal de la República y nos liga al capitalismo internacional". 47.- GUILLERMO LASSERRE MÁRMOL, “Páginas de Bronce en el centenario de Facundo Quiroga. Prolegómenos”, El Tábano (Tucumán), 11/03/1935. La influencia que tuvo el europeísmo en el ámbito intelectual, cultural y político es innegable pero considera que en las colonias españolas de la época había ya móviles "subconscientes" que las impulsaba hacia la Independencia. La reorganización social después de lograda la Independencia generó una serie de contradicciones y pugnas entre grupos que buscaban el mantenimiento de la estructura social como estaba y los grupos que buscaban transformarla en un ámbito más liberal, en aras del nacionalismo. Ahí ubica el autor los orígenes de la profunda división entre unitarios y federales. Los hombres del interior de la República pugnaban por afianzar el espíritu federal mientras que los hombres de la ciudad preservaban el modelo europeo y buscaban instaurar una organización política que se confrontaba con el proyecto nacionalista. Eran los tiempos del mantenimiento de los privilegios virreinales contra la búsqueda de la democracia legítima. El autor reitera que su referencia a la Revolución de Mayo es la independencia absoluta de las colonias en 1809, en contraposición con la revolución a la que suelen hacer referencia los historiadores clásicos, el movimiento del Cabildo Abierto de 1810 en Buenos Aires. Fueron los tiempos de los caudillos del interior confrontándose con los porteños. Fuerzas que constantemente estuvieron en pugna por reorganizar el proyecto nacional unificador, triunfando en momentos aquellos caudillos, y en otros, la democracia incipiente de las masas. El gobierno de Juan Manuel de Rosas representa el punto de realización democrática para Laserre. El caudillo supo leer la necesidad de guiar -por parte de los hombres cultos- esas ansias libertarias de las masas y hombres rudos que buscaban la nueva nación argentina. Las pugnas intestinas entre los caudillos del interior debían ser conciliadas con mano férrea, sin contemplaciones ni tolerancia, ejerciendo una tutoría "exigida por el país hasta que maduraran sus conceptos fundamentales de política". La prueba de esto se haya en la división entre federalistas y unitaristas, en la absurda independencia de la Provincia del Uruguay, prefiriendo fragmentar el territorio nacional por no aceptar ser vasallos de Buenos Aires La democracia finalmente fue alcanzada a pesar de estas pugnas políticas. Para el autor, ésta fue la hora de Facundo Quiroga, quien a pesar de sus rudos tratos y su vida en las llanuras, fue un hombre de "acción guerrera", representante de los caudillos de la época y fue justamente, uno de los primeros en adherirse al proyecto constitucionalista. Hombre inteligente, culto, que discutía de teología y literatura Latina al tiempo que ejercía su mando con mano dura. 48.- GUILLERMO LASSERRE MÁRMOL, “Páginas de Bronce en el centenario de Facundo Quiroga. Facundo „El Sanguinario‟ y Rivadavia”, El Tábano (Tucumán), 18/03/1935. Continuación de la nota anterior del mismo autor (El Tábano, 11/03/35) donde se alude a la relación entre Rivadavia y Quiroga para ejemplificar la generosidad de Facundo. 16 Rivadavia fue uno de los hombres más cultos de su época, intelectual con un gran defecto, en palabras de Laserre. No modificó en lo más mínimo su postura doctrinaria heredada del europeismo. Junto a Julián Segundo de Agüero, Salvador María del Carril y el mismo Sarmiento pugnaron por el mantenimiento de esta corriente de pensamiento antes que abrirse a las oportunidades de reformulación. Es a Sarmiento a quien se acusa del error de "desarraigar" a la juventud de un país agrícola-ganadero, impulsándola desde el sistema educacional y generando un desequilibrio entre las fuentes naturales de riqueza y el consumo masivo en las urbes, al tiempo de generar la idea de que el prestigio social y profesional sólo sería obtenido por medio del ejercicio de las profesiones liberales y urbanas, basando el nacionalismo argentino en la negación de sus orígenes eminentemente rurales. Y es justamente este posicionamiento político el que llevó al fracaso el proyecto de Rivadavia y el utilitarismo. A pesar del gran temor que representaba el regreso del exilio de Rivadavia, Quiroga dispuso lo conveniente para asegurar su integridad, a pesar de ser enemigos. Para Laserre, los caudillos surgieron enmedio de la necesidad de imponer orden en las vastas extensiones de tierra; hombres de gran valor personal, prestigio y mano dura que constituyeron formaciones sociales aisladas entre si, acostumbrados a la forma rudimentaria de gobierno de estas colectividades, fundada ésta en la defensa y el mantenimiento de la tierra contra las "indiadas". Sin embargo, fueron hombres con vínculos directos en las ciudades con la cultura, intentando proveerse no sólo en el encargo de libros en las ciudades de América sino en las ciudades europeas. Así, "caudillismo, federalismo y democracia en gestación significan para el autor tres denominaciones distintas, tres aspectos del espíritu sagrado de la Revolución de Mayo". A pesar de la embestida utilitarista en contra de Rosas después del asesinato de Quiroga en Barranca Yaco, es ahora, gracias al seguimiento que se le hace a este suceso, que está surgiendo la verdad y las mentiras comienzan a diluirse en el tiempo y recuperar la verdadera esencia de Quiroga, un hombre que supo colocarse del lado correcto en el momento decisivo para crear la obra constituyente de la nacionalidad y se espera de que hoy en adelante, en las aulas se recupere la dignidad de todos aquellos hombres que han sido calumniados a lo largo de la historia. 49.- GONTRÁN ELLAURI OBLIGADO, “Aporte para la ejecución de la iconografía facundesca”, Los Principios (Córdoba), 18/04/1935. Gontrán habla sobre los diversos retratos existentes de Facundo Quiroga. Existe un cuadro donde aparece Quiroga con barba cerrada, en lugar de las patillas "federales" y representa a Quiroga en el año de su arribo a Buenos Aires después de su derrota. Ese cuadro ilustra el libro "Juan Facundo Quiroga" del historiador Ramón J. Cárcano. Gontrán se pregunta si este cuadro es el mismo que Rozas regaló en su momento a su sobrino, el Gral. Lucio V. Mansilla. Otro de los cuadros es el que realizó Juan José Romero, este cuadro se utilizó por la Comisión Pro Homenaje al General en su centenario. Así mismo, existen numerosas estampas reproducidas a partir de los cuadros anteriores y varios cuadros más que retratan diversos aspectos de la vida de Quiroga, entre los que destaca el cuadro que pintó un artista cordobés titulado "Juan Manuel de Rozas, su complicidad" donde aparece Quiroga de cuerpo entero. Existe otra estampa en el Museo Histórico Nacional donde aparece Quiroga a caballo, con armadura y en actitud de combate. El autor de la nota reseña que existen también numerosos grabados, estampas populares y pinturas de la época que coadyuvarán a la reconstrucción de la verdadera imagen de Facundo. 17 [No cabe la menor duda de que la figura de Juan Facundo Quiroga ha jugado un papel relevante en el imaginario argentino. Los rasgos que pueden marcar la diferencia entre un retrato y otro pueden representar los distintos sentidos que representado en cuanto caudillo, en cuanto héroe, en cuanto bárbaro, en cuanto gaucho, algunos de los tantos calificativos que al riojano se le han endilgado. El que se va a enfocar en el estudio de Facundo como significante será precisamente Saúl Taborda, en la revista Facundo.] 50.- GONTRÁN ELLAURI OBLIGADO, “A propósito del retrato de Facundo Quiroga”, La Voz del Interior (Córdoba), 18/04/1935. Respuesta de Gontrán a la nota que escribió Julio Corvalán Mendilaharsu sobre la nota que el autor publicó el 3 de febrero acerca de la solicitud que le hizo Dardo de la Vega Díaz de que le recomendara el mejor cuadro que, en su opinión, reflejara mejor a Quiroga. Gontrán responde a Corvalán diciendo que no se preocupe por el desconocimiento de la figura real de Quiroga y menos aún, que la Junta de Historia y Numismática Americana, ocupe su tiempo en esto cuando tiene la gran tarea de la confección de la "Historia de la Nación Argentina". 51.- GONTRÁN ELLAURI OBLIGADO, “La carta auténtica de Rosas a Quiroga”, Los Principios (Córdoba), 09/05/1935. Obligado retoma la discusión con Julio Corvalán Mendilaharsu sobre la última carta que Rozas escribe a Quiroga. Corvalán publica una carta que él señala como la "auténtica", en la que se muestra el acuerdo tanto de Rozas como de Quiroga por impulsar la Constitución en Argentina. Obligado lo acusa por el autor de mutilar documentos al hacer notar que la carta en cuestión no es la última y se encuentra mutilada. Él transcribe la parte faltante. La carta original se encontraba en el archivo personal de Rozas y Obligado tiene una copia. La nota en cuestión fue publicada originalmente en 1839 en "El Nacional" y comentada por Juan Bautista Alberdi. La presentada por Corvalán es la carta modificada por el propio Rozas y que publicó él mismo en 1851. Obligado denosta a los rosistas y los califica de poco honestos en su afán de reivindicar la figura de Manuel de Rozas, haciendo lo que él mismo hizo: adulterar documentos. 52.- JULIO C. CORVALÁN MENDILAHARSU, “Un sable de Facundo Quiroga”, La Voz del Interior (Córdoba), 09/05/1935. El autor de la nota solicita al director del periódico La Voz del Interior, la publicación de la misma, haciendo hincapié en la tergiversación que hizo Gontrán Ellauri sobre los documentos que publicó en la nota "A propósito del retrato de Facundo". Acto seguido, narra la historia de dos sables, el que perteneció a Facundo Quiroga y el de su asistente, el sargento Aguilera, ambos en propiedad ahora del señor Isidro Rodríguez, director del Archivo de la Provincia, quien posee en su colección particular ambos sables y una carta donde el dueño original del sable (a quien Quiroga le regala el sable en agradecimiento por los cabritos que éste le obsequia durante su paso por las Salinas Grandes hacia 1830) se lo cede en custodia a su hermano. . 18 53.- GONTRÁN ELLAURI OBLIGADO, “Para la historia de Barranca Yaco”, Los Principios (Córdoba), 15/05/1935. Gontrán retoma el análisis que realizaba algún escritor de figura en una conferencia sobre la importancia del caballo para los argentinos y reseña el papel que tuvieron algunos caballos de figuras de la época, los cuales, salvaron en más de una ocasión a sus amos de una muerte segura gracias a sus habilidades. Narra sobre el parejero moro de Facundo Quiroga y la comparación que hicieron de éste con los caballos de grandes emperadores y figuras importantes de la historia, comparándolo en habilidades, destreza e inteligencia a los caballos de Alejandro Magno y el emperador César. Más adelante se narra el enojo que tiene Quiroga con su amigo Estanislao López al retenerle el caballo y el autor de la nota transcribe una carta que Quiroga escribe a Tomás Manuel Anchorena donde retoma este incidente. A tal punto era importante para Quiroga su caballo, que este dato forma parte de las elucubraciones sobre su asesinato en Barranca Yaco, ya que algunos consideran que si el parejero moro hubiera acompañado a Quiroga en este viaje, otra suerte habría sido la del caudillo.