UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS LA BOCA DE LA RE(E)NUNCIACIÓN: “ÉL, CON SU PIE EN SU BOCA” DE SAUL BELLOW TRADUCCIÓN COMENTADA QUE PRESENTA HUGO GUTIÉRREZ TREJO PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADO EN LENGUA Y LITERATURAS MODERNAS (LETRAS INGLESAS) ASESOR: DR. MARIO MURGIA LIZALDE CIUDAD UNIVERSITARIA, CDMX., 2016 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Para Nattie, quien dio luz a la costa entre la espesa niebla AGRADECIMIENTOS A mis padres, Alma y Hugo, por su amor, apoyo y paciencia a lo largo de una vida. A mi hermano, Omar, porque su presencia es indeleble en mi existencia. A Miguel, por el gran regalo de su amistad constante. A la UNAM, la casa generosa que me ha acogido con tantas alegrías. A mi asesor, el Dr. Mario Murgia, por todo el trabajo y el acompañamiento realizado a lo largo de este dilatado proceso. A mis lectores, el Dr. Gabriel Linares y la Mtra. Raquel Serur por tomarse la molestia de leer este trabajo. Doy también las gracias a la Dra. Maria Elena Isibasi y a la Mtra. Mariana Arzate por sus oportunos y clarificadores comentarios a este texto, mismos que me fueron de gran ayuda para poder poner punto final al mismo. A mis maestras y maestros del Colegio de Letras Inglesas, quienes me enseñaron los senderos de este nuevo mundo. ABREVIACIONES “HFM” “Him with His Foot in His Mouth” LM Lengua Meta LO Lengua de Origen LMα Lengua Meta alpha LOα Lengua de Origen alpha TM Texto Meta TO Texto de Origen TOα Texto de Origen alpha TMα Texto Meta alpha ÍNDICE Prefacio ---------------------------------------------------------------------------------------------- 6 1. La traducción vista desde diferentes enfoques ------------------------------------------------ 8 2. Análisis literario del cuento bajo la poética de Bellow -------------------------------------- 16 3. Traducción del cuento: “Él con su pie en la boca” ----------------------------------------- 38 4. Problemas de traducción del cuento --------------------------------------------------------- 104 Conclusiones ------------------------------------------------------------------------------------- 145 Bibliografía --------------------------------------------------------------------------------------- 148 Apéndice I ------------------------------------------------ “Him with His Foot in His Mouth” Apéndice II ---------------------------------------------- “El hombre que hablaba demasiado” Apéndice III ----------------------------------------------------- “Él siempre metiendo la pata” 6 Prefacio Extraje la narración que ahora traduzco –“Him with His Foot in His Mouth”– del libro Collected Stories de Saul Bellow (1915-2005), autor estadounidense que pese a haber sido Premio Nobel de Literatura en 1976 y uno de los más celebrados durante el siglo XX, yo –como estudiante de Letras Inglesas– desconocía y cuya obra, pese a ser extensa y bastante difundida en lengua inglesa, era –y me parece que aún es– raramente familiar entre los lectores mexicanos. Al leer el cuento decidí que sería mi proyecto de traducción comentada debido al peso que tuvo el autor en la literatura estadounidense del siglo XX, a la amplitud de referencias intertextuales e históricas a las que su narración alude, a la copiosidad del lenguaje que utiliza y a la oportunidad que el texto ofrecía para enfrentar y proponer soluciones a varios escollos que surgen desde el punto de vista traductorial cuando uno intenta traducir la obra al español. Dado que este trabajo es una traducción comentada, el primer capítulo con el que abro el mismo pretende ofrecer a quien lo lea una muy somera idea de las teorías de la traducción que me parece que fueron más relevantes para la elaboración de este comentario. Creo indispensable utilizar el adjetivo “somera” porque en ocasiones la profusión de teorías y discusiones teóricas que surgieron a partir del siglo XX sobre el tema de la traducción llega a ser no sólo ingente sino abrumadora. Por lo mismo, me limito a señalar ahí a los autores y autoras cuyas ideas principales me fueron de utilidad para comprender con más pertinencia este proceso de traducción. En el segundo capítulo de esta traducción comentada realizo un análisis del cuento de Bellow. Enmarco el análisis dentro del contexto de la poética del autor en 7 sentido amplio pues, por las razones que ahí expongo, entiendo a esta narración como un muestra condensada de las temáticas sempiternas del escritor a lo largo de su obra. La traducción que generé del cuento aparece en el capítulo 3 de este trabajo. Advierto desde ahora que el título que le asigné a la misma “Él, con su pie en su boca” es quizás extraño y muy literal. Lo escogí por las razones que expondré y defenderé en el capítulo último de este trabajo pero quiero subrayar desde ya que me parece que el título es lo único que resultará tal vez materia de debate por su literalidad y por forzar al lector a “acercarse” al texto original, en términos de Friedrich Schleiermacher. El resto de la traducción se apega al criterio generalizado hoy día de invisibilidad del traductor, en términos de Lawrence Venuti, por lo que creo que quien la revise no deberá enfrentar sobresaltos relevantes –más allá de los comunes a la región geográfica o al paso del tiempo– al momento de la lectura. Será en el cuarto y último capítulo en el que elaboraré mis observaciones sobre las problemáticas que me parecen más sobresalientes o interesantes respecto de la traducción de este cuento. Allí expondré con más detenimiento técnico las problemáticas que se presentaron al momento de la traducción así como las soluciones a las que arribé. Considero importante destacar que al momento de arribar a cualquier solución, al momento de reenunciar de modo final para una versión en una lengua meta, uno como traductor por lo general elige de entre un racimo de posibilidades y tácitamente renuncia, al mismo tiempo, a las demás, con lo que genera, a la vez, efectos anticipados e insospechados en el texto que se crea y se recrea en la nueva lengua. 8 1. La traducción vista desde diferentes enfoques Both the philosophy and practice of translation are in constant motion and debate George Steiner En traducción no hay nada definitivo ni nada completamente resuelto a la fecha. Las discusiones sobre los enfoques con los que pueden ser abordados los temas de cómo se traduce y cómo se debe traducir han sido divergentes desde hace milenios; estas disputas son tan añejas que hay vestigios que datan de tiempos de Cicerón, Horacio y San Jerónimo.1 Más aún, en épocas recientes no sólo se ha prolongado la discusión sobre cómo se debe traducir sino que ahora se han añadido al debate los temas de qué significa la labor misma de la traducción, qué puede ser entendido por ésta y cuál es el papel que el traductor, la cultura, el sistema (y el polisistema), el género, el colonialismo y la indeterminación, además de otras consideraciones, desempeñan en todo este proceso. Esta miríada de perspectivas divergentes –y en ocasiones conflictivas– sobre la traducción ocasionan que el traductor no encuentre un camino claramente determinado a seguir no sólo para llevar a cabo su labor de traducción, sino para poder analizarla y justificarla. Tan pronto como un traductor elige una perspectiva y sigue en mayor o menor medida una corriente de pensamiento, se encuentra con otra que abre una nueva ruta para analizar de manera distinta los fenómenos con los que se va tropezando sobre la marcha. 1 Cicerón delineó su enfoque de traducción en su De optimo genere oratorum, en la que tradujo los discursos de los oradores áticos Esquines y Demóstenes. Ahí, el romano privilegia la traducción del sentido sobre el de la letra: “Si logro traducir sus oraciones [las de Esquines] como lo espero, esto es, poniendo de manifiesto todas sus bellezas, sentencias, figuras, y siguiendo no sólo el orden de las cosas, sino hasta el de las palabras, con tal de que no se aparten de nuestro grado de decir (pues aunque no todas exactamente traducidas del griego, procuraré sin embargo que sean equivalentes), habrá una regla y un modelo para los que quieran imitar el estilo ático.” Por su parte, Horacio advierte en su Ars poetica (s. I a.C.): “No trates de verter, escrupuloso intérprete, palabra por palabra.” Añade: “Un tema que te sea familiar puedes apropiártelo siempre y cuando no malgastes tu tiempo en elaboraciones trilladas; tampoco deberás someter tu traducción a una interpretación palabra por palabra, cual si fueras un traductor esclavizado, ni deberás tampoco meterte en dificultades al intentar imitar a otro escritor.” (Bassnett, Translation Studies. 48) (López 31). Las cursivas en las citas son mías. En tanto, San Jerónimo (s. IV d.C.), se valió del enfoque de Cicerón para justificar su propia traducción del griego al latín del Antiguo Testamento. San Jerónimo explica su enfoque traductológico en su carta al senador Pammaquio en el 395 d.C. (Bassnett, Translation Studies 51). 9 Esta situación provoca que, en términos generales, uno no acoja las teorías totales sino más bien postulados de varias de ellas que incorporará a su trabajo en la medida en que considere que éstas resultan adecuadas o benéficas para la labor de traducción. Ante tal perspectiva el propósito del presente capítulo es ofrecer un panorama muy general de las tendencias traductológicas que de alguna suerte me fueron de ayuda para esta traducción a efecto de que el lector pueda estar un poco más familiarizado con éstas y pueda identificarlas con posterioridad cuando se haga referencia a ellas nuevamente en el tercer capítulo sobre los problemas específicos de traducción de “Him With His Foot In His Mouth” (en lo sucesivo “HFM”); dado que no hay nada fijo ni definitivo en el campo de la traducción, el proceso de traducir el cuento de Saul Bellow ha seguido caminos y aproximaciones de diferentes tonalidades y matices en el que se entrecruzaron enfoques a los que haré alusión teórica en este capítulo y que posteriormente identificaré en las partes concernientes de la traducción misma. Abriré este capítulo con el aserto con el que Gideon Toury tuvo a bien iniciar su libro Descriptive Translation Studies and beyond al afirmar que la traductología, o estudios sobre la traducción, como disciplina empírica que es, está diseñada para dar cuenta, de un modo sistemático y controlado, de segmentos particulares del “mundo real” por lo que al igual que las demás disciplinas empíricas no puede hacer alarde de completitud y (relativa) autonomía a menos que cuente con una rama propiamente descriptiva (1). Asimismo, Toury afirma que ya sea que uno escoja centrar sus esfuerzos en los textos traducidos o en sus constituyentes, en las relaciones intertextuales, en los modelos y las normas de comportamiento percibidos durante la traducción o en las estrategias a las cuales recurrir en y para la solución de problemas particulares, lo que constituye la materia de estudio de la propia disciplina de los estudios sobre traducción son los hechos del 10 mundo real (observables y recreables) más que entidades especulativas resultantes de hipótesis preconcebidas y modelos teóricos. Por lo tanto, los estudios sobre traducción son empíricos por su propia naturaleza y deberían de ser trabajados en concordancia.2 Sobre este punto, y con anterioridad a lo sostenido por Toury, Wolfram Wilss aseveró que lo que distingue a la ciencia traductorial moderna de las reflexiones teóricas anteriores es su interés en un discernimiento teórico y su conciencia más aguda del problema que es traducir, y que el creciente rigor científico de la discusión teórica sobre la teoría traductorial tiene varias causas. En primer lugar, en la ciencia se puede observar una reorientación general, desde un modo hermenéutico-histórico de pensar hacia un planteo analítico-clasificador, correspondiente a las formas específicas de pensamiento de una época de enfoque sistemáticamente teórico (63). Ahora bien, y como primer ejemplo de los enfoques casi contradictorios que puede haber sobre el tema de la traducción y los estudios sobre la traducción es pertinente contrastar lo antes dicho con lo sostenido por André Lefevere y Susan Bassnett quienes afirman: The questions that are generally accepted as relevant and important enough to be asked in the field of translation studies are very different now from what they were twenty years ago, when we first began to publish on translation. That fact is perhaps the clearest indicator of the distance we have covered in the meantime. Another indicator is that ‘translation studies’ has now come to mean something like ‘anything that (claims) to have anything to do with translation’. Twenty years ago it meant: training translators […] History, then, is one of the things that happened to translation studies since the 1970s, and with history a sense of greater relativity and of the greater importance of concrete negotiations at certain times and in certain places, as opposed to abstract, general rules that would always be valid. In the post-war period, the agenda behind the analysis of translatability was that of the possible development of machines that would make translations valid for all times and all places, and would do so at any time, in any place. Machines, and machines alone, were to be trusted to produce ‘good’ translations, always and everywhere. History has turned out to be the ghost in that machine, and as the ghost has grown, the machine has crumbled. Perhaps the most 2 El propio autor añade que, a pesar de los intentos incesantes de elevar a la traductología a un estatus verdaderamente científico, la disciplina misma –en su opinión merecedora sin duda en algún momento de convertirse en eso– aún debe recorrer un trecho para adquirir tal categoría (Toury 1). 11 arresting example of this crumbling of the machine is the long retreat, and final disintegration of the once key concept of equivalence. (1) Pese a lo antes señalado y pese al paso de los años y el surgimiento de múltiples opiniones respecto de la materia, me parece que el camino para la consolidación de la ciencia de la traducción está, en varios sentidos, aún en etapas de definición3 si se piensa a la misma desde una óptica omnicomprensiva que pretendiese explicar a cada paso el proceso y el resultado de traducir. Señalaré ahora que, a mi entender, de las tendencias de traducción consultadas, aquellas que fueron relevantes para la elaboración del comentario a la traducción de “HFM” pueden agruparse grosso modo, desde mi punto de vista, en cuatro perspectivas de partida que se han sucedido las unas a las otras –o quizás que han añadido elementos de análisis sucesivamente– y que son las siguientes: las teorías que a partir de un análisis lingüístico buscan hallar una traducción correcta y única; una teoría de análisis lingüístico pero centrada en la equivalencia del sentido; las teorías centradas en el propósito de la traducción, y las teorías centradas en el reenunciante. Dentro de la primera perspectiva estarían las teorías de los canadienses Jean-Paul Vinay y Jean Darbelnet y el británico John Cunnison Catford. Estos autores centran su observación del fenómeno de la traducción en la transmisión del sentido y la equivalencia del mismo en la lengua meta a partir de una elaboración lingüística pero sin perder de vista nunca el mensaje en la lengua de origen (en lo sucesivo LO) que, desde su punto de vista, es la pauta rectora del quehacer traductológico.4 La preocupación principal de estos autores 3 Cabe señalar que en su momento, George Steiner afirmó: “creo que la denominación ‘teorías de la traducción’ es arrogante e inexacta. El concepto de ‘teoría’ que implica necesariamente el de experimentos y falsificaciones cruciales es, cuando se aplica a las humanidades, como ya he dicho, en gran medida espurio. Su prestigio en el actual clima de los estudios humanísticos y académicos surge de un empeño casi lamentable por remediar la buena suerte, el reconocimiento público de las ciencias puras y aplicadas. Los diagramas, las flechas con que los ‘teóricos’ de la traducción adornan sus proposiciones son artificiales. No demuestran nada.” (apud Mayoral 36). 4 Dentro de este grupo también podría contarse a la teoría interpretativa o teoría del sentido de los investigadores del ESIT (École Supérieure d’Interpretes et de Traducteurs) de la Université Sorbonne Nouvelle, Paris III, que comenzó a desarrollarse a finales de los setentas. A diferencia de la traducción lingüística, la escuela parisina no se centra en la 12 radica en ofrecer teorías que, partiendo del análisis lingüístico, doten a los traductores de un corpus de métodos y términos que quizás les permitan entender mejor su quehacer empírico teniendo en mente que estos métodos y términos ofrecerán también una pauta normativa para desempeñar “correctamente” la labor de la traducción. Vinay y Darbelnet conceden que puede llegar a haber una diversidad de resultados respecto de un texto de origen pero buscan como meta última conseguir esa traducción única que será la “ideal”: Il y a cependant de nombreux cas où le passage de la langue A à la langue B est une porte étroite, qui n’admet qu’une solution. C’est alors qu’éclatent les divergences profondes entre les « génies » linguistiques qui se battent autour de notre pauvre écriteau (car nous ne l’oublions pas), planté là, frissonnant, sur le bord de la route. Et pour ces cas précis, il faudra que nous essayions de dégager la motivation profonde qui a poussé l’auteur du texte A, pour le transposer dans la langue du texte B. En d’autres termes, il nous faudra passer par-dessus les signes pour retrouver des situations identiques. Car de cette situation doit naître un nouvel ensemble de signes qui sera, par définition, l’équivalent idéal, l’équivalent unique des premiers [énfasis propio]. (21-22) Distinto a los anteriores es el enfoque del estadounidense Eugene A. Nida quien, dada su importancia en la teoría de la traducción, constituye por sí mismo la segunda tendencia de traducción. Pese a que él también utiliza una análisis lingüístico para realizar su teoría de la traducción y pese al fuerte énfasis prescriptivo de su enfoque sobre la traducción5, dado que su propósito original era poder transmitir lo más efectivamente el mensaje bíblico, se centró en la elaboración de toda una teoría cuya piedra de toque fue el concepto de la “equivalencia dinámica” del significado del texto original. Las observaciones de este autor resultaron útiles para el presente trabajo en la medida en la que efectivamente denominan y analizan situaciones que se presentan al momento de traducir –como por ejemplo, las expresiones semánticamente endocéntricas y exocéntricas (Nida, Towards a traducción frástica sino en la traducción contextual haciendo un enfoque discursivo basado en el análisis del sentido tal y como se desprende del discurso. Sus expositores más reputados serían la francesa Danica Seleskovitch, los canadienses Marianne Lederer y Jean Delisle y la española Amparo Hurtado (Moya 46). 5 Para una ejemplificación de lo que afirmo véase principalmente el muy detallado y comprensivo estudio de Nida Towards a Science of Translating. 13 Science 95)–, y dentro de la lógica de sus sistematizaciones agrupa de modo ordenado los fenómenos a los que uno se enfrenta como traductor. En el tercer grupo de teorías está la teoría del skopos, palabra que en griego significa fin u objetivo, cuya premisa de partida establece que no hay una única forma correcta de traducir un texto hacia una lengua meta sino que habrá tantas formas como objetivos translatorios entren en la ecuación y serán estos últimos los que determinarán las diferentes estrategias de traducción. La teoría del skopos engloba la traducción dentro del ámbito de la teoría general de la acción intercultural donde el análisis de los procedimientos translatorios queda encuadrado en el marco del estudio del comportamiento o acción, mismo que está en función de su finalidad por lo que los funcionalistas deducen que el texto meta (en lo sucesivo TM) queda determinado por su finalidad o skopos. Tal como afirman dos de los más importantes exponentes de esta teoría, Katharina Reiss y Hans J. Vermeer: “El principio dominante de toda translación es su finalidad”. Es decir, no será lo mismo traducir el prospecto de un nuevo medicamento estadounidense para ciudadanos de habla hispana que viven en ese país y que quieren saber qué es lo que dice el texto en inglés, que traducirlo para ser vendido en México (Moya 89). El representante de esta escuela cuyas ideas retomo para este comentario sobre la traducción de “HFM” es Wolfram Wilss quien expone en su libro La ciencia de la traducción que traducir significa encontrar lo intentado según su contenido y estilo, correspondiente al signo en la lengua de origen (LO) a través de lo designado en la lengua meta (LM) (52). Wilss dejaba ya en claro a finales de la década de 1970 que lo que él denominó la “ciencia de la traducción”: no es una ciencia nomológica o nomotéticamente blindada, sino hermenéutica, que concibe las expresiones linguales de manera dinámica; busca resolver la cuestión de las posibilidades y limitaciones de la trasmisibilidad de textos, y de la simetría de efectos en el idioma original y el idioma-meta. Carece de la estabilidad de un sistema cibernético 14 con su pretensión metódica de ser reconocido como absoluto. Tan sólo en forma limitada puede satisfacer la exigencia de objetividad y neutralidad de sus procedimientos, formulada –según el ejemplo de las ciencias naturales– por la teoría científica moderna. Por consiguiente, sus resultados son tan sólo parcialmente formalizables, matematizables, y operacionalizables. (14) En el cuarto y último bloque de elaboraciones teóricas contenidas en este capítulo finalmente englobo a los estudiosos que, desde mi perspectiva, concentran sus análisis en los puntos de vista desde los cuales se reenuncia en el acto de traducir. Desde estas ópticas, lo importante no es ya sólo la fidelidad, la equivalencia o el propósito de la traducción sino el papel mismo del traductor (Venuti), el engranaje que ocupará la traducción dentro de un sistema específico (Even-Zohar), o los procesos socio-culturales y de género en los que opera el texto traducido (Bassnett y Lefevere; Niranjana; Spivak; Cronin; Simon). Aunque en la elaboración de este comentario no utilizaré a todos los autores arriba citados, me parece útil señalarlos para ofrecer al lector un muy somero panorama de la amplia gama de perspectivas desde las que ahora se observa el fenómeno de la traducción. Como un ejemplo que me parece representativo del cambio de enfoque con el que estos últimos teóricos y teóricas entienden el campo de la traducción con respecto a los teóricos de la traducción de los otros grupos que he mencionado, conviene citar las palabras de Sherry Simon quien afirma: Instead of asking the traditional question which has preoccupied translation theorists —“how should we translate, what is a correct translation?”— the emphasis is placed on a descriptive approach: “what do translations do, how do they circulate in the world and elicit response?” This shift emphasizes the reality of translations as documents which exist materially and move about, add to our store of knowledge, and contribute to ongoing changes in esthetics. More importantly, it allows us to understand translations as being related in organic ways to other modes of communication, and to see translations as writing practices fully informed by the tensions that traverse all cultural representation. That is, it defines translation as a process of mediation which does not stand above ideology but works through it. (7) 15 Respecto de este último grupo en el tercer capítulo de este comentario me ocuparé con más detenimiento especialmente en los postulados de Lawrence Venuti que fueron de particular relevancia al momento de realizar las elecciones de traducción, particularmente las ideas plasmadas en su obra más conocida The Translator’s Invisibility. A History of Translation, donde el autor estadounidense, apoyándose en los postulados de Friedrich Schleiermacher, elabora sus nociones de aproximación y alejamiento respecto de la LO y LM a través de la noción de la visibilidad o la invisibilidad del traductor, idea que da pie a varios fenómenos y situaciones que se presentarán al adoptar uno u otro enfoque respecto de la proximidad o del alejamiento de la traducción de los patrones culturales de habla más habituales en las comunidades en un momento determinado. 16 2. Análisis literario del cuento bajo la poética de Bellow. La narración de Saul Bellow (1915-2005) que elegí, “Him With His Foot in His Mouth”, publicada originalmente en 1984, representa un compendio de las elaboraciones, obsesiones y reflexiones que pueblan la obra de este escritor judío. Los temas de presencia sempiterna en su quehacer literario y las anécdotas personales apenas disfrazadas reverberan en la historia. Al hablar en general sobre las narraciones cortas de Bellow, Gloria L. Cronin opina: The short stories and novellas are Bellow’s “small planets” that echo the great themes of the galactic novels. However, they carry their own authority, intensity and artistry […] Ultimately, the short stories present their own image of the human condition – homo loquens afflicted with an intense desire of talking out his existential loneliness as he attempts to push back the worst incursion of modernity and address the great secular– religious questions of the latter half of the twentieth century. (342) Dentro de los diversos asuntos que aparecen en esta narración-monólogo están: las consecuencias psicológicas y culturales que viven lo hijos de la gran oleada de inmigración judía a los Estados Unidos; el proceso de aculturación que viven los emigrados; el distanciamiento de la familia cercana y el sentimiento de no pertenencia a la misma que vive el protagonista; la rivalidad entre hermanos; la perene crítica a la atmósfera materialista estadounidense; el muy particular sentido del humor judío, y la personal convicción que Bellow tenía sobre la realidad del alma. Todos estos temas aparecen en medio de una profusa catarata de alusiones literarias y culturales, del mismo modo que lo hacen en el grueso de las obras del mismo autor. El cuento contiene un narrador en primera persona, un musicólogo judío de cierto renombre, Herschel Shawmut, quien, tras caer en desgracia, por incurrir en una serie de equívocos y desde el exilio, utiliza de pretexto a la destinataria de una supuesta carta de disculpa, la señorita Rose, para hacer una revisión de su pasado a la luz de las imprudencias que 17 ha cometido –de palabra y de hecho– y que lo han alejado y separado de familiares, colegas, conocidos y congéneres en general, en busca quizá de hallar una narrativa que le confiera sentido a su muy particular periplo y le dé cierto grado de exculpación. Aunque el tema del exilio es común en la literatura judía, se puede decir que, en cierta forma, Bellow narra un tipo de exilio muy distinto al normalmente asociado con la diáspora judía que es producto de persecuciones, pogromos, etc. Por otra parte, Shawmut en realidad no le escribe a una allegada a quien ha ofendido para disculparse sino que le escribe a la desconocida y sobre todo a la silente y no replicante señorita Rose para poder tener una destinataria imaginada –en sí un pretexto– para conversar sobre sí mismo con él mismo. Shawmut escribe para sí y desde sí, para un pasado irrecuperable e inextricable y para un yo que desea una justificación, una autoafirmación y quizás una respuesta expiatoria y una versión benigna de sí mismo que lo coloque en el papel de la víctima, y qué mejor forma narrativa para lograr esto que el monólogo. El personaje que monologa es una característica clásica de la obra de Bellow. Tal como recuerda James Atlas: The brainy character who talks and talks and talks, brilliantly, digressively, with a comic mix of high-flown erudition and vaudeville brio –a character who is virtually always alone, entertaining himself with the rhythm of his own thoughts– was to become one of Bellow’s trademarks. (Ubicación 2861-63) Esta estrategia presente a lo largo de la obra de Bellow cumple una función muy particular: cierra la puerta a cualquier tipo de alegato en contra, a cualquier tipo de divergencia, a algún contrapunto, a la posibilidad de un diálogo verdadero y a alguna posible confrontación con el personaje principal. El monólogo permite también algo más: la falsificación y la manipulación de los hechos son más fácilmente realizables porque cualquier voz o perspectiva otra ha sido suprimida. El propio Shawmut prevé esto último y se advierte a sí mismo en el cuento: “Lo diré todo y luego lo revisaré. Le enviaré a la señorita Rose sólo las partes apropiadas” 18 (Traducción 39). El lector sabe así de antemano que el discurso del personaje principal será un recuento poco confiable de los hechos pues está elaborado con un solo objetivo en mente: conseguir una exculpación, así se tenga que recurrir a la falsificación o, en el mejor de los casos, al acomodo a conveniencia de los hechos, y los lectores son testigos de ello. Aquí es útil la afirmación de Richard Skinner sobre los narradores no confiables: “unreliable narrators are often a result of people reassessing their lives and the disappointment of it and, if the feeling of disappointment was too great, narrators might choose to leaven it in order to make it manageable”.6 Me parece que una buena forma para llevar a cabo esto es a través del humor en la narración, un humor que no deja de tener algo de ominoso o grotesco; sobre este tema hablaré más adelante. La utilización de una forma epistolar es de suma utilidad para el monólogo que Bellow construye, estrategia que además está presente a lo largo de su obra literaria, baste recordar que una de sus más famosas novelas, Herzog, sigue este tipo de construcción. Este recurso literario le permite a los protagonistas iniciar y continuar sus disquisiciones sin ningún tipo de cortapisas ni de obstáculos. La narración carece así de un conflicto dramático real salvo por la lucha sumamente abstracta que el protagonista emprende en medio de sus emociones agitadas (Rovit 17). El resultado final que arroja este procedimiento es por demás interesante y Rovit lo describe muy atinadamente: With Bellow’s predilection for the first-person narrative focus and the “autobiographical tale,” we would expect the curve of his hero’s adventures to be cast in the form of the Bildungsroman or “educational romance.” That is, we would expect the hero to advance from some kind of innocence to experience, from a position of ignorance to one of knowledge. And we would suppose that the chorus of instructional voices must exert some influence on this progress toward his own acquisition of values. But this does not happen. In the first place […] the voices are patently unacceptable to the protagonist’s temperament […] And in the second place, the hero never learns anything from his experiences anyway. To be sure, he goes through all the external forms of the educative experience, but he ends up in pretty 6 Richard Skinner, “A Master in the Art of Narration”. http://thethoughtfox.co.uk/kazuo-ishiguro-master-in-the- art-of-narration/ 19 much the same state as he began, just a little bit older perhaps and a little bit more weary. In an irony that may be even more bitter than Bellow had intended, the Bellow hero’s fate is his character, and his character is his doom. (20) Todo lo anterior describe con precisión el periplo que Shawmut realiza, el cual al terminar su singular recorrido queda más o menos en la misma situación en la que inició. Él claramente lo indica en la etapa final de su discurso: Pero para regresar a lo que literalmente soy: fundamentalmente, un sujeto viejo y sin importancia, afligido, sin amistades, en espera de ser extraditado y con un futuro en el cual la más negra de las perspectivas es justificable (¿debo acaso pedir una cama más en el cuarto de mi madre y alegar enfermedad e incompetencia?) […] Tras muchas trapacerías, señorita Rose, estoy dispuesto a escuchar palabras de suma gravedad. No queda mucho tiempo. El agente federal partirá, cualquier día de estos, desde Seattle. (Traducción 103) No obstante, los protagonistas de Bellow no son las únicas victimas de la ridiculización. A lo largo de su historia creativa, el estadounidense llegó a utilizar sus relatos como una herramienta de la que podía valerse para “poner a la gente en su lugar” o para contar las historias de la forma en la que a él le hubiera gustado que fueran. De este modo, quienes llegaron a zaherirlo en alguna ocasión tuvieron la oportunidad de hallarse retratados de una forma apenas disimulada y por demás grotesca en las páginas que el autor escribiría con posterioridad. Sobre este proceder del escritor, Atlas comenta: But grievance, in Bellow’s hands, provided an imaginative spark. A major impetus to his novels was to set the record straight as he saw it or in ways that vindicated him. Ex-wives, ex-friends, journalists who had condescended to him, and New York intellectuals who had failed to recognize his genius were all liable to surface in one of his books, their biographies and physical traits portrayed minutely and recognizably. “You forgive people too easily,” he once chastised a friend. “Jews don’t forgive.” (Ubicación 1739) Ahora bien, aunque es cierto que, tal como afirmó Roland Barthes en su famosísimo ensayo, el autor y su vida no son los ejes rectores en la lectura de las obras,7 ni son éstas las 7 “un texto no está constituido por una fila de palabras, de las que se desprende un único sentido, teológico, en cierto modo (pues sería el mensaje del Autor-Dios), sino por un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y se contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es la original: el texto es un tejido de citas 20 formas únicas de interpretación de las narraciones, durante el proceso de estudio del cuento de Bellow me pareció interesante la correspondencia entre su ficción y su propia vida. La vida de este autor es la veta inextinguible a la que éste recurre compulsivamente para extraer la materia prima de sus personajes. A manera de ejemplo de lo que menciono, me parece ilustrativa la opinión que dio la propia sobrina de Bellow, Lynn, hija de su hermano mayor Maurice, respecto de los métodos de creación que su célebre tío utilizó en el libro Augie March: “What kind of creative [writing]? He just wrote it [la historia familiar] down” (Atlas Ubicación 3503- 04). Las anécdotas personales no sólo pululan en la obra general de Bellow y en esta narración en particular sino que, de hecho, son el génesis mismo de “HFM”. La anécdota principal del cuento es una rememoración de una agudeza cruel que el propio escritor le dijo a la bibliotecaria del Bard College, Ada Green, ocurrencia que Theodore Hoffman –quien fuera colega del escritor en ese colegio entre 1953 y 1954– le recuerda al autor al escribirle una carta en 1976 con motivo de su obtención del Premio Nobel. La misiva no fue del agrado del escritor chicagüense, quien procedió, según su costumbre, a poner a Hoffman “en su lugar” mediante el cuento “HFM” (Atlas Ubicación 9230). Hoffman es descrito en este cuento bajo la forma de Eddie Walish, el personaje antipático que da pie a la catarsis del protagonista respecto de sus tribulaciones, en los siguientes términos: Walish, bajo y cojo, me miraba –hacia arriba– con verdadera astucia y rastros de desconfianza alrededor de su boca […] Para aumentar su estatura, Walish usa el pelo parado. Uno no podía embutirle un sombrero. […] Eddie Walish, como le comentaba, no se comportaba como un lisiado a pesar de su columna torcida. Pese a que caminaba desgarbadamente y cacheteando su pie izquierdo, se conducía con estilo. Usaba buenos trajes tweed y zapatos de Lloyd & Haig. Él mismo decía que había suficientes mujeres masoquistas por ahí como para que cualquier tipo se sintiera motivado a pavonearse y provenientes de los mil focos de la cultura. […] un texto está formado por escrituras múltiples, procedentes de varias culturas y que, unas con otras, establecen un diálogo, una parodia, un cuestionamiento; pero existe un lugar en el que se recoge toda esa multiplicidad, y ese lugar no es el autor, como hasta hoy se ha dicho, sino el lector: el lector es el espacio mismo en que se inscriben, sin que se pierda ni una, todas las citas que constituyen una escritura; la unidad del texto no está en su origen, sino en su destino.” (Barthes 68). 21 dar una buena impresión. A los lisiados les iba muy bien con cierta clase de chicas […] ¿Quién es esta extraña figura, esta gran cabeza por debajo de mí, cuyo cabello crece puntiagudo y grueso? También le crece gruesamente en las orejas, con un sesgo diferente, como las hebras de la trenza de un látigo […] Él tiene una risa como de instrumento de viento, más parecida a un oboe que a un clarinete, y la libera desde sus gruesas fosas nasales y desde su boca que parece de calabaza tallada. (Traducción 43- 48) Suerte similar correría el crítico literario Leslie Fiedler (Atlas Ubicación 9240), sobre quien Bellow expresó en la vida real lo que Shawmut expresa en el cuento con respecto al profesor Schulteiss: Él era uno de esos tipos fanfarrones sabelotodo que a todos les caía en la punta del hígado. Ya fuera que se hablara de cocina china o física cuántica o de las relaciones entre el bantú y el swahili (si es que hay alguna) o de por qué Lord Nelson era tan aficionado a William Beckford o del futuro de la computación, no se le podía interrumpir el tiempo suficiente como para poder decirle que estaba acaparando la conversación. Era un hombre robusto, de barba, con un abdomen protuberante y dedos puntiagudos, de modo que si yo hubiera sido un caricaturista lo hubiera dibujado cantando como un tirolés, con patillas negras y dedos respingados. Uno de los invitados me comentó que a Schulteiss le preocupaba mucho el que nadie fuera lo suficientemente erudito como para escribir un obituario apropiado cuando muriera. “No sé si yo esté lo suficientemente calificado –dije– pero asumiría con gusto la labor, si eso le da la tranquilidad de hacerlo”. (Traducción 63, 64) En este sentido, la lectura de la obra de Bellow puede verse a la luz de las vivencias personales como una muestra clara de efecto catártico. No obstante, pese a la influencia de la biografía del autor en la obra, ésta última es en sí misma algo más que un simple recuento de hechos. Al respecto, Atlas señala: Bellow was writing about fiction, he impatiently reminded those who probed his work for clues about his life. What’s remarkable about his inventions is the balancing act they negotiate between proximity to the truth and deviation from it: It was as if, by altering the details to suit him, Bellow could become, in his books, the person he wanted to be. (Ubicación 3993-95) En entrevista con Matthew C. Roudané, el chicagüense confirma que la experiencia propia es el génesis de este cuento cuando recuerda el suceso y afirma que escribió el relato sin 22 dificultad alguna “just as if I were speaking” (278). En otra ocasión, Bellow le dijo a D. J. R. Bruckner que esbozó la narración completa en sólo una semana y la completó en dos más8. Pese a que el narrador de la historia, Herschel Shawmut, es un hombre egocéntrico y soberbio es también un personaje nostálgico, impráctico, ridículo, propenso a la reflexión meditabunda pero que, paradójicamente, no logra conseguir la empatía del lector sino su irrisión. ¿Por qué el personaje principal del cuento de Bellow es un personaje en esencia ridículo, cómico, o, mejor dicho, tragicómico? Porque Bellow se oponía a la noción de predictibilidad del ser humano y, tal como H. Porter Abbot apunta, su interés en los personajes –concebidos éstos como un nexo entre pasión, enigma, libertad y forma– está detrás de muchas de las faltas que se le atribuyen a su trabajo: sensiblería, enamoramiento con el fracaso y el sufrimiento, sensacionalismo y un colapso intelectual continuo (281). El crítico justifica: There is, of course, nothing new in having a bumbler for your protagonist. Its frequency of recurrence in the novel begins in the nineteenth century and begins for much the same reason it persists in Bellow: as part of a warfare against human predictability… Dostoevsky’s fondness for children, holy fools and ridiculous men is part of a repudiation of theories of human predictability. The difference between these Russians [Tolstoy y Dostoevsky] and Bellow is the extremity with which he feels the threat to which they are reacting. And the result of this has been, in him, a diminishment of context in favor of character as the phenomenon of principal interest. (Porter Abbott 281) Gloria L. Cronin recuerda que esta forma de creación de personajes acompañó a Bellow a lo largo de la elaboración de su narrativa: In the early short stories and novellas, Bellow began expressing his dissatisfaction with the by now stock figure of the alienated hero, the nihilistically absurd world, and the wasteland outlook. Instead, he created a series of comically absurd romantic heroes, men of learning and sensibility who spend their brief fictional lives refuting modernist philosophical scepticism and refusing courtship to the void […] In each story, Bellow explores isolated, immobilized, and overly cerebral characters, all of whom express belief in the preeminence of human feeling. (334) 8 D. J. R. Bruckner “A Candid Talk With Saul Bellow” en: [http://www.nytimes.com/1984/04/15/magazine/a- candid-talk-with-saul-bellow.html?pagewanted=1] 23 Al hablar sobre los personajes de Bellow, Daniel Fuchs sostiene: “Bellow sees his characters in their personal reality, sees them as selves, or better, souls, whose thought moves with the inevitability of an emotion” (63). Y añade: What Bellow does is resist total absorption by them [lo que él consideraba los rasgos característicos de la escritura de los escritores modernos] and repudiate the modernist orthodoxy of “experimentation” which derives from this view, the aesthetic ideology already described. Above all, he tries to dramatize states of emotion and consciousness which prove that there is more to it than that. His prose –of course it varies from book to book– reflects the tension involved in this resistance, balanced as it is between affirmation and skepticism, the maniac and the depressive, action and revery, common sense and mystical feeling, the ordinary and the abstruse, the colloquial and the learned, Yiddish inflection and latinate elongation. (75) La creación de personajes emotivos, contradictorios, ridículos, a su manera, heroicos, y, sobre todo, reacios a la definición trasmina toda la obra de Bellow. El mismo escritor anticipa esta preferencia creativa más de cuarenta años antes de crear a Herschel Shawmut cuando en 1948 solicitó una beca de creación de la Fundación Guggenheim para un proyecto que al final nunca llevaría a cabo denominado “A Young Eccentric”: “My conception of the protagonist of this comedy is that he resists definition; he cannot endure to be committed, to see an end to his possibilities, and in this he is thoroughly modern and thoroughly American” (Atlas Ubicación 2513-15). El protagonista de ese proyecto abortado también era propenso a “delivered high-minded lectures on the modern world and dabbled in improbable investments” (Ibídem), descripción que retrata a la perfección a Herschel Shawmut, quien lo mismo discurre sobre el valor de la poesía de Ginsberg que sobre los sentimientos de Trotsky hacia su perro, y cuya última empresa financiera en un deshuesadero de autos a instancias de su hermano Philip lo catapulta a la catástrofe. Las características esenciales de proceder ante el mundo que comparten ambos personajes, cuya creación dista por más de cuatro décadas, 24 permiten darle validez a la tesis que Pilar Alonso Rodríguez tiene sobre los personajes de Bellow en general: Existe en la obra de Saul Bellow una serie de elementos retóricos interrelacionados y recurrentes que nos permiten, desde perspectivas lingüísticas textuales considerar la totalidad de la obra de este autor como un texto único, donde todas y cada una de las novelas que lo conforman participan de un entramado superior cohesivo y coherente que responde a la intención del autor de construir a través de sus sucesivos protagonistas un modelo de personajes en el que los valores intrínsecamente humanos primen sobre las convenciones sociales. (89) Y no hay nada más alejado de la definición que encasilla ni con mayor capacidad para romper convenciones sociales que la risa, el humor, el ridículo. Bajo esta óptica, el tema del humor, y más específicamente de la legítima irresponsabilidad de la comedia son consustanciales a la creación de la narración. the title story [“Him with His Foot in His Mouth”] in the volume is almost all laughter. Rueful laughter, to be sure, since the narrator, Shawmut, cannot help making outrageous remarks and is done in by his own tongue. Many of the jokes in the story come from friends of Bellow. “One of the attractions of that story,” he says […] “is that it is written on a theme, the legitimate irresponsibility of comedy. The life of Shawmut developed out of that. It’s an interesting problem; things just pop out of your mouth. They come from comic inspiration, and that is one of the prominent forms of freedom. It also sorts well with Jewishness, where there is a tradition of being able to say some things only when laughing.” He is no stranger to the problem and admits that one of Shawmut’s retorts was his own. When a rich woman said she was thinking of writing her memoirs, it was Bellow who asked, “Will you use a typewriter or an adding machine?”9 Esta concepción creativa sobre la inspiración cómica opera de manera tal que el protagonista no se ve a sí mismo tanto como artífice de sus acciones sino como sujeto pasivo de las mismas. El mismo Shawmut lo enuncia de esta forma: “cuando yo decía algo lo decía por amor al arte, es decir, sin perversidad o malicia, no que la malicia tuviera un efecto como el alcohol y yo estuviera ebrio de perversidad. Rechazo eso. […] lo que sucede cuando se me provoca ocurre porque la tierra se levanta bajo mis pies y entonces desde los confines opuestos 9 D. J. R. Bruckner “A Candid Talk With Saul Bellow” en: [http://www.nytimes.com/1984/04/15/magazine/a- candid-talk-with-saul-bellow.html?pagewanted=1] 25 del cielo me acomete un choque simultáneo en ambos oídos. Me quedo sordo y tengo que abrir la boca” (Traducción 65). Lo antes dicho se traduce también en las siguientes palabras de Shawmut en su intento de explicación de su proceder ante la señorita Rose: ¿Por qué una persona dice cosas como la que yo le dije a usted? Bueno, es como si un hombre saliera a pasear un día extremadamente hermoso, tan hermoso que lo impeliera incomprensiblemente a hacer algo, a realizar una acción igualmente extraordinaria: de otro modo se sentiría como un inválido en una silla de ruedas a la orilla del mar, un impedido al que su enfermera le dice, “Siéntate aquí y mira las olas pequeñas.” (Traducción 62) Más adelante Shawmut reflexiona respecto de su ocurrencia para la señora Pergamon en términos igualmente pasivos: ¿Tenía que decir eso? ¿En realidad lo dije? Demasiado tarde para cuestionarlo, la tempestad se había desatado. […] Con todo mi corazón me concentré en el Fatum. Fatum significa que en cada ser humano hay algo que permanece inaccesible al examen. Nada se le puede enseñar a este algo. Quizá se funda en la Voluntad de Poder, y la Voluntad de Poder no es otra cosa sino el Ser mismo. Conmovido, o como dirían los jóvenes, completamente drogado, por el Stabat Mater (la gloriosa madre que no me defenderá), fui instigado a hablar desde las profundidades de mi Fatum. (Traducción 68) Y se lamenta de contestarle a su esposa: “Y nuevamente dije lo que no debía, especialmente dado su estado de salud” (Traducción 71). Un poco más adelante reitera sus reflexiones y sus lamentos al hablar del suceso que ocurre con su primer abogado, Klaussen, a quien también ofende: Pero inevitablemente tenía que ofenderlo y lo hice pronto. No puedo decirle por qué. Es un misterio. Cuando intentaba hablar del ensayo de Freud sobre la epilepsia con la señora Pergamon quería insinuarle que yo mismo era víctima de ataques extraños que se asemejaban a caer enfermo. Pero no era simplemente una patología cerebral, una lesión, la química de una crisis convulsiva tónico-clónica. Era un tipo de gaieté de coeur perversamente alegre. ¿Elementos de espíritu vengativo o de blasfemia? Bueno, puede ser. ¿Qué decir de la inspiración demoníaca, de los energúmenos, del dios Dionisio? (Traducción 70) 26 Y para cerrar, no deja de ofender a su segundo abogado Hansl, el hermano de su difunta esposa, y describe el hecho en los siguientes términos, también pasivos y autoexculpatorios: No me di cuenta de que uno de mis ataques se aproximaba, pero cuando estábamos frente a la puerta divisible del guardarropa y Hansl le estaba diciendo a la encargada que el de la señorita era un abrigo de marta de tres cuartos, Babette dijo: –Ahora me doy cuenta de que monopolicé la conversación, hablé y hablé toda la noche. Lo lamento...” –No se preocupe. –le respondí– No dijo absolutamente nada. (Traducción 99) Todo lo cual lleva a concluir a Shawmut, no sin dejar el tono pasivo y autoexculpatorio y en todo contrario a la evidencia, casi al final del cuento lo siguiente: Por lo que respecta a los insultos, nunca ofendí a nadie intencionalmente. A veces creo que para insultar a la gente ni siquiera necesito decir palabra alguna, que mi sola existencia es insultante para ellos. Llego a esta conclusión con reticencia, pues Dios bien sabe que me considero un hombre de instintos sociales normales y no estoy consciente de ningún deseo de ofender. He intentado decirle esto de diversas formas, usando palabras como ataque, episodio, posesión demoníaca, frenesí, Fatum, locura divina, e incluso tormenta solar: en una escala microcósmica. (Traducción 101) En su libro, The Humanist in the Bathtub, Mary McCarthy describe el atractivo que ejercen los personajes cómicos al sostener: A comic character, contrary to accepted belief, is likely to be more complicated and enigmatic than a hero or a heroine, fuller of surprises and turnabouts; Mr. Micawber, for instance, can find the most unexpected ways of being himself; so can Mr. Woodhouse or the Master of the Marshalsea. It is a sort of resourcefulness. (211-12) Al hablar sobre los escritores judíos estadounidenses en general Karl Shapiro afirma “Mockery of the solemn and the thousand shapes of irony are not of course Jewish’ inventions, but are part of the response mechanism of Jewish consciousness […] To make a larger generalization about it , I would say that the American Jewish writer is condemned to comedy” (8). Y al referirse directamente a Bellow10 añade: “The luck of the American Jew 10 El tema de los escritores judíos estadounidenses es también controversial en la obra de Bellow. Él mismo nunca gustó de ser considerado sólo como un escritor judío y más bien prefería ser considerado un escritor a secas. Aunque hay escritores y críticos que ven a Bellow como un escritor que puede ser clasificado como judío, hay quienes también sostienen que Bellow no es un escritor judío. En esta última línea baste recordar el juicio de 27 enables him still to live in the best of all possible Diasporas; here there is still the luxury of laughter. I think of Bellow’s trademark as the laugh” (Ibídem). Por su parte, Earl Rovit nos recuerda que el humor es un tema complejo y problemático en la literatura moderna y uno particularmente proteico y evasivo en el trabajo de un escritor como Bellow, a quien él considera un “ironista moral” (37). Tras una disquisición sobre la utilización de la sátira tradicional y la parodia en general, el crítico concluye que: As a humorist, Bellow’s dominant strength has been his powerful sense of the grotesque and his accomplished capacity to communicate that sense to his reader. In Dangling Man Joseph remarks that “there is an element of the comic or fantastic in everyone,” and Bellow, agreeing so completely with Joseph’s perception that he sees Joseph himself as “fantastic,” writes under the full ironic force of that conviction. That is, not only does the Bellow hero view the world in terms of the grotesque, but he is himself viewed in the same way. (37-38) Todo lo anterior confirma parte de mi entendimiento de que no sólo el papel de lo cómico sino más bien de lo grotesco es una piedra angular en la obra de Bellow. Mi entendimiento de esto se transforma en decisiones de traducción que buscan visibilizar ese efecto grotesco. Ello da pie, principalmente, a mi decisión respecto a la traducción del título mismo del cuento, decisión que explicaré en el capítulo tercero. Lo grotesco, lo entiendo en el sentido enunciado por Wolfang Kayser, quien afirma: Pero ya no es simplemente risa lo que nos asalta frente a lo grotesco […] Lo grotesco es, para nosotros la ley estructural en cuya virtud un mundo se presenta como desencajado. Las formas que nos son familiares se deforman, las proporciones naturales se alteran, el orden al que estamos acostumbrados se trueca espacial y temporalmente, se suspenden las leyes de la identidad, de la estática, etc., y la separación de los dominios se suprime […] Algo inquietante parece haber caído sobre las cosas y los hombres. Pero lo decisivo es que este distanciamiento nos desorienta y no nos permite ninguna interpretación congruente. Toda aclaración, incluso el intento de pedir compasión para la víctima ofrecida comprometería lo grotesco, y la pincelada dura y fría es tan característica del Bosco y de Brueghel como de Goya y de Callot o de Wilhelm Bush y de Kubin. Algo inquietante irrumpe en nuestro mundo y lo distancia de nosotros, y la risa que nos causan las deformaciones y los descoyuntamientos va siempre Steven J. Rubin sobre Bellow: “Bellow is not a ‘Jewish’ writer. Roth, Malamud, and Bellow are ethnic writers; they have explored the essence of the minority experience in America –the process of assimilation and the concomitant crisis of identity. But they are not Jewish writers in the sense that their works deal with subjects, themes, historical events, or problems that are particularly or exclusively Jewish.” (6) 28 mezclada con cierto horror. El sentimiento que lo grotesco nos inspira no es el miedo a la muerte, sino el temor a la vida, y la creación artística es aquí como un intento de conjurar y exorcizar lo demoníaco- abismal […] Especialmente en la literatura inglesa abunda tanto este elemento como en la pintura española. […] Igual que lo puramente cómico, tampoco lo grotesco –y para comprobarlo basta dirigir la mirada a la pintura– tiene nada de directamente genérico, sino que es una categoría de percepción, una categoría de la concepción del mundo y de su configuración. (512-513) [énfasis propio] La definición de Kayser resulta particularmente útil para este comentario de “HFM” dado que el crítico vincula la noción de lo grotesco en la literatura con la de lo grotesco en la pintura y nos recuerda que el término mismo pasó de ser una noción originalmente pictórica a una literaria (512) y curiosamente señala a un pintor español al que Bellow recurre también para enfatizar el particular sentido de humor grotesco del cuento: Goya. Más aún, la otra pintura a la que el autor chicagüense hace referencia, la de Daumier, puede fácilmente ser descrita también como grotesca por los ojos del espectador (véanse Imagen 1 e Imagen 2). No obstante, si ambas son vistas con humor –cierto, con un humor grotesco–, el trazo deforme y ridiculizante de ambas composiciones pictóricas puede ser leído no son sólo ya como ominoso y espeluznante, especialmente la de Goya, sino como un tipo de tragedia que puede ser salvada de cierta forma a través de la risa puesto que la risa salva y es ese el tipo de humor grotesco el que reverbera en el cuento de Bellow, en palabras del autor, el humor hace posible “to say some things only when laughing”. Incluso, el escritor estadounidense –como si en el lienzo que es su texto le respondiese al pintor español– desfigura también la forma de escritura de la supuesta “carta” de disculpa que Shawmut le dirige a la señorita Rose pues en su construcción se incluye al menos un elemento anómalo que no aparece comúnmente en el género epistolar: el uso de las cursivas. Éstas indican no sólo énfasis en ciertos pasajes o palabras, sino tonos de enunciación y, de manera muy clara, el diálogo interno del autor consigo mismo, un diálogo que, como ya he mencionado, no es compartido con la supuesta destinataria sino con él mismo. Todo lo cual 29 nos indica que en realidad el lector de la narración no está leyendo una simple carta sino algo distinto, otra cosa un tanto indefinida e intermedia, una forma narrativa híbrida: una creación a su vez deformada, desfigurada. Imagen 1 (Goya, Edad con sus desgracias) 30 Imagen 2 (Honoré Daumier, Trois Avocats Causant) 31 Otro de los temas que aparecen en el cuento es el de la migración y las consecuencias que ésta acarrea en los personajes. Esta circunstancia es también compartida entre el autor y el personaje principal del cuento. Tal como el propio Bellow, Hershel Shawmut ha vivido y padecido el proceso de la inmigración que ha tenido que experimentar una familia pauperizada de judíos de Europa en los Estados Unidos. Detalles tan simples como la alteración del nombre de la familia son comunes tanto para el personaje como por el autor. El nombre original de la familia del autor era Belo —que derivaba del ruso byelo, “blanco”— y que se convirtió en Bellow por obra de la transliteración fortuita de un oficial de aduanas de Halifax, Canadá (Atlas Ubicación 275). Por su parte, el protagonista de “HFM” manifiesta que el nombre original de su familia ha sido alterado pese a que él mismo no puede identificar con claridad el original y vacila entre Shamus y Untershamus, ambas opciones con connotaciones de ridículo y grotesco por cierto (Ibídem). La circunstancia migratoria da pie a una dislocación no sólo geográfica, sino también anímica de los personajes. Dislocación que Rovit le atribuye también al autor del cuento en los siguientes términos: In terms of family and childhood background, Bellow’s is a specimen case of multiple dislocation –from the shtetl life of East Europe to Montreal to Chicago. In his early youth he received an orthodox religious education, but he emerged from the American university system with the preparatory training of a social scientist. The recurrent accent of his growing up would seem to be one of unremitting change, discontinuity, fluidity. The traditional sanctions of Jewish shtetl orthodoxy may have lingered artificially in the old Montreal ghetto, but they rapidly dissolved in the secularism and relative prosperity of Chicago in the 1920’s and 1930’s. (8-9) El tema de las consecuencias de la migración de los judíos a finales del siglo XIX e inicio del siglo XX permea significativamente el relato de Bellow de modo tal que aunque las menciones al mismo son breves, el lector puede percibir las consecuencias de esta circunstancia en el carácter del personaje. No es casual que el padre de Shawmut, en realidad ausente en el cuento, sea un vendedor de puerta en puerta. Este hecho aparentemente simple 32 evoca al periodo histórico de la Gran Oleada de inmigración judía hacia los Estados Unidos durante el periodo de 1840 a 1924, periodo que Bellow vivió en carne propia. Aunque tangencial, la alusión al padre es a la vez una alusión al suceso histórico. Sobre la Gran Oleada, Chametzky, Felstiner, Flanzbaum y Hellerstein refieren: Jewish immigrants, too, headed for the larger midwestern and western settlements of Cleveland, Chicago, Omaha, San Francisco and the agricultural regions of Minnesota and the Dakotas. While the earliest settlers –especially the Sephardim– had largely been prosperous merchants, by mid-century [1850] the picture of the typical immigrant was of a poor, young, single and unskilled person. Whether in cities or in the countryside, Jews typically became peddlers. (18) El protagonista del cuento resume todo lo anterior en un par de frases: “Nuestro papá, durante la Depresión, vendía alfombras de puerta en puerta a las granjeras del norte de Michigan. Él no podía pagar la renta” (Traducción 80). Además, Shawmut enuncia de manera concisa y desdeñosa las posibles consecuencias psicológicas del proceso de migración al expresar: Walish solía decirme: “Eres un surrealista a pesar de ti mismo”. Su interpretación era que a partir de mis orígenes de inmigrante, con penosos esfuerzos, me había convertido en un hombre de clase media y me desquitaba de los tormentos y las adulteraciones de mis instintos naturales, deformaciones que me fueron impuestas durante el proceso de ajuste hacia la respetabilidad: la presión del arribismo social. (Traducción 45) Sólo que el proceso de migración y adaptación no lo experimenta nada más el protagonista sino toda la familia del mismo aunque con resultados diversos. La familia y la reflexión sobre ésta es un tema fundamental en el cuento en particular y en la obra de Bellow en general. Se puede decir que el colapso de la familia extendida judía es en realidad la preocupación básica que corre a lo largo no sólo de este cuento aislado sino de todos los cuentos que forman parte de la colección que apareció bajo el mismo título de esta historia. Bellow mismo se lamentó en alguna ocasión “I never belonged to my own family […] I was always the one apart” (Atlas Ubicación 292). Atlas añade: 33 For Bellow, this condition of economic limbo was exacerbated by a growing estrangement from his family. He saw himself as the rejected one, the one who had been left behind, like the little boy in Ward H. While his brothers concentrated on making money, Bellow appointed himself the one to feel […] Bellow’s self-dramatizing impulse, so crucial to his development as a writer, grew out of a need to make himself heard. To his siblings, he would always be the baby of the family. Sam thought of him as “a perverse child growing into manhood with no prospects or bourgeois ambitions, utterly unequipped to meet his world,” Bellow wrote Tarcov. “He is wrong, am not unequipped but unwilling.” (Ubicación 883) El papel que desempeñan los hermanos y el padre son de cuño corriente en la obra de Bellow y forman parte toral del conflicto que se presenta durante la narración. Al analizar los cuentos de Bellow, Gloria L. Cronin apunta: By this time [1941], Bellow is thoroughly estranged from his father and brothers, and, throughout the rest of his fiction, whenever brothers appear, they will be rather crass, obsessed American money makers. All future fictions, with the exception of Ravelstain (2000), will lament the failure of male bonding. (330) Tal como Philip, el hermano de Herschel en la narración, los hermanos de Bellow eran hombres materialistas, prácticos y agresivos. El fracaso del vínculo fraterno queda retratado en el cuento cuando Philip traiciona sin miramiento alguno y por cuestiones monetarias a Herschel, quien previamente se ha sentido abandonado por el resto de su familia nuclear. El protagonista describe a su hermano en estos términos: Mi difunto hermano era un hombre astuto. Formulaba planes a largo plazo. Sobre mí tenía la ventaja suprema del desapego. Mi debilidad era mi cariño hacia él, despreciable en un hombre adulto. Se parecía ligeramente a Spencer Tracy, pero era más codicioso y agudo. Tenía un bronceado tejano, iba al “estilista”, no al peluquero, y usaba anillos mexicanos en cada uno de sus dedos. (Traducción 72-73) Y más adelante remata: Philip había cambiado del estilo de vida estadounidense de las revistas para mujer (una esposa encantadora, una casa hermosa, los más altos estándares de normalidad) a aquel de los pueblerinos incultos: que le gritan a los orientales mientras le ordenan a sus hijos que los comuniquen por teléfono con su abogado. La idiosincrasia prosaica de los brutos estadounidenses ricos. Pero uno ya no puede ser un prosaico sin una alta sofisticación que rivalice con la sofisticación de lo que uno odia. Sin embargo, no tiene caso hablar de la “falsa conciencia” o cualquiera de esas patrañas. Philly se había puesto en las manos de Tracy para convertirse en todo un estadounidense. Para conseguir este privilegio (obsoleto), pagó con su alma. De cualquier modo, puede que 34 él jamás haya estado absolutamente seguro de que hubiera semejante cosa como el alma. Lo que resentía de mí era que no paraba de insinuar que las almas existían. (Traducción 83) El juego de opuestos que se presenta en varios de los personajes de hermanos de la obra de Bellow refleja en cierto modo la rivalidad y competencia que el propio Saul vivió con sus hermanos Maurice (Moishe) y Sam (Schmule): A flashy dresser, large and stout, Maurice was an intimidating presence. He peeled off bills from a roll in his pocket and always seemed to have a girl on his arm. He knew the police lieutenants and captains, the gamblers and bookies, the men who ran the city. He was contemptuous of Sol’s bookish proclivities. But there was an element of deliberate provocation in Maurice’s philistinism; when he asked his literary younger brother who “Prowst” was, he was taunting him. In his own family, Bellow wasn’t taken seriously. (Atlas Ubicación 875) Esta actitud de discrepancia y menosprecio entre hermanos queda muy bien retratada en el cuento con el siguiente diálogo entre Herschel y Phillip: –¿Qué es un zigurat? –Es una construcción asiria o babilona –expliqué– con terrazas, que no termina en una punta. –Enviarte a la universidad fue un error –dijo Philip– aunque no sé para qué otra cosa hubieras podido servir. Nadie más pasó del bachillerato… (Traducción 80) El conflicto familiar no se circunscribe únicamente a la órbita de los hermanos sino que se exacerba con el papel que tiene la madre, quien no siquiera es capaz de reconocer o de escuchar al hijo leal que es Shawmut. Esto podría también interpretarse como una sublimación en la ficción del trauma que, según sus biógrafos, Bellow vivió en el seno de su familia, tras la muerte de su propia madre. No es casual que la obra que dirige Shawmut en el cuento sea el Stabat Mater de Pergolessi que es al final de cuentas el canto doliente de la madre ante el hijo inocente crucificado. La simbología que implica esta elección se compagina plenamente con la visión que el protagonista quiere presentar de sí mismo: el de un inocente que es víctima no sólo de 35 las circunstancias sino de su propia naturaleza. Lo que queda expresado de la siguiente manera en la narración: Besé a la vieja chica: la sentí más liviana que el mimbre. Pero yo me preguntaba qué había hecho para merecerme este olvido, y por qué el gordo malhechor de Philip tuvo que haber sido su favorito, el hijo verdadero. Bueno, él no le mintió respecto a Dallas, ni trató de resucitar las emociones de ella para beneficio de él, apelar a su memoria maternal con música cristiana (latín del siglo catorce de J. da Todi). Mi madre, tres cuartas partes de ella perdidas ya, y mi hermano –¿quién sabe dónde lo enterró su esposa?– habían sido ambos leales al mundo estadounidense de hoy y sus bulliciosos intereses materiales. En consecuencia, Philip le hablaba a su entendimiento. Yo no. […] “Dándome cuenta de cuánto sufrimos”, como escribió Ginsberg en “Kadish”, yo estaba perversamente atormentado. Había ido a tomar una decisión respecto a Ma, y era posible que estuviera manoseando el mazo, acomodando las cartas, diciéndome a mí mismo, señorita Rose: “Siempre fui yo el que se hizo cargo de esta demente, afligida, calamitosa, temblorosa vieja madre, no Philip. Él estaba demasiado ocupado haciendo de sí mismo un estadounidense imperial”. (Traducción 94-95) Las elecciones intertextuales que hacen su aparición en esta narración ayudan a crear un efecto de grotesca victimización pues gracias a la intertextualidad es posible concatenar alusiones que crean significado dentro del texto, ya que tal como Graham Allen subraya al inicio de su obra: Texts, whether they be literary or non-literary, are viewed by modern theorists as lacking any kind of independent meaning. They are what theorists now call intertextual. The act of reading, theorists claim, plunges us into a network of textual relations. To interpret a texts, to discover its meaning, or meanings, is to trace those relations. Reading thus becomes a process of moving between texts. Meaning becomes something which exists between a text and all the other texts to which it refers and relates, moving out from the independent text into a network of textual relations. The text becomes the intertext. (1) De este modo, las alusiones que hace Bellow en su cuento contribuyen, gracias a la intertextualidad, a crear una caja de resonancia respecto a temas como el ridículo, el sufrimiento, la vejez, la desgracia, lo grotesco y la burla. El aguafuerte de Goya retrata a un anciano que sufre al encontrarse en una situación embarazosa no por otra razón sino por el sólo paso del tiempo pero su sufrimiento es uno que bien puede dar pie a una risa un tanto malévola, una suerte de infortunio ridículo que provoca la burla en tanto no sea uno el que lo padezca. La introducción de Papá Goriot, el viejo que es explotado y padece a manos de sus 36 hijas hasta sus últimos días, nos recuerda el grotesco de la vida que Balzac retrató en esta parte de la Comedia humana11. Del mismo modo, el Dr. Pangloss es a lo largo de toda la novela de Voltaire12 un personaje patético y risible para el lector a la luz de la tozuda renuencia del doctor a renunciar a su creencia en los postulados de una filosofía que se demuestra impráctica y errónea al final de sus días. Situación similar de ridículo y padecimiento es la que sufre el rey Lear, quien como Shawmut es también víctima que de su propia naturaleza orgullosa, al ser incapaz de resignarse a enfrentar los hechos descarnados por los que padece tras dividir su reino y enfrentar la vejez. Y gracias a la inclusión de fragmentos de esta obra de Shakespeare en el cuento de Bellow uno como lector no puede dejar de recordar a modo de respuesta intertextual a las monologadas palabras de autoexculpación de Shawmut respecto de su proceder –de las que hablé más arriba– el monólogo del villano Edmund en King Lear: This is the excellent foppery of the world: that when we are sick in fortune —often the surfeit of our own behaviour— we make guilty of our disasters the sun, the moon, and the stars, as if we were villains by necessity, fools by heavenly compulsion, knaves, thieves, and treacherers by spherical predominance, drunkards, liars, and adulterers by an enforced obedience of planetary influence, and all that we are evil in by a divine thrusting on. An admirable evasion of whoremaster man, to lay his goatish disposition to the charge of stars! (Shakespeare 836) Gracias a las referencias que realiza Bellow en “HFM”, la intertextualidad opera en la forma de lo grotesco no sólo con la literatura sino también con la pintura y la música. Los cuadros a los que hace referencia el texto, tanto el aguafuerte de Goya como el óleo de Daumier, son grotescos en sí mismos por su trazo desfigurado y desfigurante. Asimismo, el Stabat Mater produce también al escucharlo una sensación de lo sublime mezclada con el 11 Véase Balzac, Papá Goriot. 12 Véase Cándido de Voltaire en Cuentos completos en prosa y verso, pp. 206-289. 37 patetismo. De la misma forma, las alusiones al ingenio hiriente de La Rouchefoucauld, de Churchill, de Clemenceau y de Disraeli recuerdan al lector la profunda raigambre que la burla ridiculizante tiene en la cultura occidental. El texto de Bellow se revela de este modo como un mosaico de posibilidades en donde reverberan y pueden hallarse elementos de un corpus literario y artístico en general que contiene los mismos temas de victimización pero también de imprudencia, sufrimiento, ridículo, tragicomedia, humor grotesco, burla y búsqueda del sentido de la experiencia humana. Bellow abreva de la tradición artística para cimentar mejor a su personaje Shawmut. Éste último se vincula así con los personajes ridículos y patéticos que han sido creados a lo largo de la tradición artística y puede por lo tanto afirmar de mejor forma su pertinencia. 38 3. Traducción del cuento Él, con su pie en su boca Querida señorita Rose: Casi comienzo con “Mi querida hija,” porque en cierto modo lo que le hice a usted hace treinta y cinco años nos convierte en hijos el uno del otro. De tanto en tanto he recordado que hace mucho tiempo hice una mala broma a costa suya y me he sentido inquieto por ello pero recientemente se me ha hecho ver que lo que le dije a usted fue tan perverso, tan ruin, grosero, insultante, insensible y agresivo que usted no podría superarlo ni en mil años. Se me ha hecho entender que la lastimé de por vida y mi culpa es aún mayor porque mi ataque fue tan inmerecido. Apenas si nos conocíamos, tan sólo de vista. Ahora bien, la persona que me acusa de esta crueldad no está libre de animadversión hacia mí, obviamente; él busca acabar conmigo. Aun así, he permanecido alterado desde que leí sus acusaciones. No estaba exactamente en mi mejor momento cuando recibí su carta. Como muchos viejos, tengo que tomar todo tipo de pastillas. Tomo Inderal y quinidina para la hipertensión y los trastornos cardiacos, y también estoy, por diversas razones psicológicas, profundamente afligido y, por el momento, con el ego vulnerable. Quizá explique mejor lo que me motiva a escribirle ahora si le digo que tengo algunos meses visitando a una anciana que lee a Swedenborg y a otros autores ocultistas. Ella me dice (y un hombre de sesenta y tantos años no puede rechazar fácilmente tales sugerencias) que hay una vida después de ésta –ya lo verá– y que en esa vida sentiremos el sufrimiento que le hemos infligido a otros. Sufriremos todo lo que los hicimos sufrir, pues en la otra vida toda experiencia se revierte. Entramos en las almas de quienes conocimos en vida. Ellos también entran en nosotros y nos sienten y nos juzgan desde adentro. En el remoto caso de que esta 39 anciana canadiense esté en lo cierto, debo intentar retomar este asunto con usted. No es que yo hubiera intentado matarla, pero mi ofensa es patente de cualquier manera. Lo diré todo y luego lo revisaré. Le enviaré a la señorita Rose sólo las partes apropiadas …En esta vida entre el nacimiento y la muerte, mientras aún sea posible enmendar las cosas… Me pregunto si usted me recuerda en lo absoluto, más allá de ser la persona que la ofendió: un hombre alto y, por aquellos días, completamente oscuro, de bigote (no muy grueso), un individuo singular físicamente, con un dejo de camello, de aspecto algo entretenido. Si puede recordar al Shawmut de esos días, debería de verme ahora. Edad con sus Disgracias13 fue el nombre que Goya le dio al aguafuerte de un anciano que se esfuerza para levantarse del bacín, con sus pantalones enrollados en los tobillos. “Junto con las nalgas más caídas” como malévolamente le dice Hamlet a Polonio, al hablar sin misericordia de los viejos14. A las dolencias antes mencionadas he de añadir unos dientes con las raíces agrietadas, cuya periodoncia requirió de antibióticos que me provocaron diarrea y me ocasionaron una almorrana del tamaño de una nuez, además de artritis paralizante en las manos. El invierno es sombrío y húmedo en la Columbia Británica, y cuando me desperté una mañana en esta tierra de exilio desde donde enfrento una extradición, descubrí que algo malo le ocurría al dedo medio de mi mano derecha. La articulación había dejado de funcionar y el dedo estaba enrollado como un caracol: un nuevo y doloroso padecimiento. Vaya broma a costa mía. Y la extradición es real. Me ha sido notificada. Así que cuando menos puedo intentar reducir uno de los tormentos en la otra vida. Podría parecer que después de treinta y cinco años ahora vengo suplicando perdón con mis infortunios, pero como verá, no se trata de eso. 13 Así escrito en el original. (N. del T.) 14 Hamlet, acto II, escena 2. (N. del T.) 40 La localicé a usted por medio de la señorita Da Sousa del Ribier College, donde todos fuimos colegas a finales de los cuarenta. Ella se quedó ahí, en Massachusetts, donde aún permanecen tantas cosas del siglo diecinueve, y me escribió cuando los diarios publicaron mis ridículos y embarazosos problemas. Es una mujer amable, inteligente que como usted, -¿será conveniente decir eso?- nunca se casó. Al responderle en agradecimiento, le pregunté qué había sido de usted y me informó que era una bibliotecaria jubilada que vivía en Orlando, Florida. Jamás pensé que envidiaría a los jubilados, pero eso fue cuando el retiro aún era una opción. Para mí esa ya no es una de mis cartas a jugar. La muerte de mi hermano me deja en un profundo bache legal y financiero. No la importunaré con los detalles del caso, distorsionados por los diarios. Baste decir que los delitos de él y mis propios defectos o vicios me han arruinado. Por una mala asesoría legal, me refugié en Canadá y los tribunales serán severos conmigo porque intenté escapar. Quizá no me manden a la cárcel pero tendré que trabajar por el resto de mi vida, moriré bajo un yugo, y qué singular maldito yugo, arrastrando mi carga hasta una peculiar cúspide. Una de las parábolas favoritas de mi padre era sobre un caballo enfermizo cuyo arriero lo azotaba cruelmente. Un transeúnte intenta interceder y dice: “La carga es muy pesada y la colina empinada, es inútil azotar en la cara a su viejo caballo, ¿por qué lo hace?” A lo que el arriero responde: “Ser un caballo fue su idea”. Siempre he tenido debilidad por este tipo de humor judío, que puede resultarle extraño a usted no sólo porque es escocesa-irlandesa (según afirma la señorita Da Sousa) sino también porque como bibliotecaria (anterior a las computadoras) usted pertenecía a otro orbe: una zona de tranquilidad, circunscrita en la órbita del sistema decimal de Dewey. Es posible que a usted le haya desagradado la idea de una vida monacal o pastoril que la palabra “bibliotecaria” alguna vez sugirió. Puede que lo resintiera por haberla mantenido alejada de la “acción” moderna: erótica, narcótica, dramática, peligrosa, picante. Quizás usted haya aborrecido hacer circular los 41 arrebatos ilícitos de los demás, haber manejado libros perversos (las más de las veces falsos, se lo aseguro, señorita Rose). Permítame suponer que usted es lo suficientemente anticuada como para no enfurecerse por haber llevado una vida provechosa. Si usted no es una persona anticuada no la habré ofendido tan profundamente después de todo. Ninguna mujer moderna cavilaría durante cuarenta años por una ocurrencia estúpida. Simplemente diría: “¡Vete al demonio!” ¿Quién es el que me acusa de haberla herido? Es Eddie Walish. Hasta donde sé él se ha vuelto el principal organizador de encuestas de los colegios de humanidades en el estado de Missouri. En semejante trabajo es maravilloso, un verdadero genio. Pero aunque ahora vive en Missouri, parece que no piensa en otra cosa sino en los días de antaño en Massachussets. No puede olvidar el mal que cometí. Él estaba ahí cuando lo ocasioné (lo que sea que en realidad haya sido), y me escribe: “Tengo que recordarte cómo heriste a Carla Rose. Tan típico de ti, cuando ella intentaba ser agradable, no sólo malinterpretaste sus amables intenciones sino que además le propinaste una demoledora patada en la cara con tu respuesta. Casualmente sé que la traumatizaste de por vida.” (Fíjese cómo el vocabulario liberal estadounidense se utiliza como instrumento de tortura: con “típico”, él quiere decir: “Tú no eres una buena persona, Shawmut.”) Ahora bien, ¿es cierto que la traumaticé, señorita Rose? ¿Por qué Walish “casualmente sabe”? ¿Usted se lo dijo? ¿O es esto, como lo conjeturo, tan sólo un chisme? Me pregunto si usted recuerda el incidente en lo absoluto. Sería una bendición si no lo recordara. Y yo no deseo imponerle recuerdos indeseables a usted, pero si en efecto la desfiguré tan cruelmente, ¿hay acaso un modo para evitar recordarlo? Así que regresemos al Ribier College. Walish y yo éramos grandes amigos entonces, maestros jóvenes, él de literatura, yo de bellas artes: mi especialidad, historia de la música. Como si esto 42 fuera una novedad para usted; mi libro de Pergolesi está en todas las bibliotecas. Es imposible que usted no se lo haya encontrado. Además, hice unos programas de musicología en televisión pública, que eran bastante populares. Pero estamos de vuelta en los cuarenta. El semestre inició después del Día del Trabajo. Mi primer puesto docente. Tras siete u ocho semanas aún estaba loco de la emoción. Permítame iniciar con el hermoso paisaje de Nueva Inglaterra. Recién llegado de Chicago y de Bloomington, Indiana, donde me doctoré, nunca había visto abedules, helechos junto a los senderos, tupidos bosques de pinos, pequeños campanarios blancos. ¿Cómo podía no desentonar? Me provocaba alaridos de risa el que me dijeran “Dr. Shawmut”. Me sentía absurdo aquí: como un camello en el verde prado público del pueblo. Soy un hombre de cintura elevada y piernas largas, que es propenso a ofrecer visiones paradójicas, absurdas de sí mismo. Tampoco había adquirido aún la verdadera dimensión de Ribier. No era la Nueva Inglaterra verdadera: era una universidad bohemia para muchachos ricos de Nueva York que eran demasiado nerviosos como para ir a las mejores escuelas: inadaptados. Ahora bien: Eddie Walish y yo caminamos juntos por enfrente de la biblioteca. La dulce tibieza otoñal se contrapone al frío en lontananza de los bosques circundantes: todo ello lo tengo frente mí. La biblioteca es un edificio neoclásico y la luz del pórtico es musgosa y soleada: musgo verde brillante, luz entre hojas, líquenes en las columnas. Estoy emocionado, enloquecido, por las nubes. Mis relaciones con Walish en esta etapa son fáciles de describir: muy joviales, nada fuera de su lugar, ni una nube en el horizonte. Estoy deseoso de aprender de él pues jamás he estado en una universidad progresista, jamás he vivido en el Este, jamás he estado en contacto con la élite académica del Este, de la que tanto he oído hablar. ¿Cuál es la maravilla de todo esto? Una chica a la que le fui asignado como tutor ha pedido un cambio porque a mí no me han psicoanalizado y así no puedo siquiera empezar a identificarme con 43 ella. Y esta misma mañana he pasado dos horas en una junta de comité para decidir si un curso de historia debe ser obligatorio para la especialidad en bellas artes. Tony Lemnitzer, profesor de pintura, dijo: “Dejen que los chicos lean sobre los reyes y las reinas: ¿cuál es la bronca?”. Brooklyn Tony, quien había huido de su casa para convertirse en un gañan de circo, se convirtió en un rotulista y con el tiempo en expresionista abstracto. “No compadezcas a Tony –me recomienda Walish–, la mujer con la que se casó es millonaria. Le ha construido un estudio digno de Miguel Ángel. Está demasiado avergonzado como para pintar: tan sólo talla madera ahí. Talló dos bolas de madera dentro de una jaula para pájaros”. El mismo Walish –de los primeros hipsters, con una formación en Harvard– al principio sospechaba que mi ignorancia era una pose. Walish, bajo y cojo, me miraba –hacia arriba– con verdadera astucia y rastros de desconfianza alrededor de su boca. Proveniente de Chicago, con un doctorado en Bloomington, Indiana, ¿podía ser yo tan retrógrado como parecía? Pero soy buena compañía, y poco a poco me dice (¿es un secreto?) que aunque él es de Gloucester, Massachusetts, no es Yankee verdadero. Su padre, estadounidense de segunda generación, es un maquinista, jubilado, sin educación. Una de las cartas del viejo dice: “Tu pobre madre, dice el doctor que tiene un agrandecimiento en su virginia para operar. Cuando vaya a operación espero aquí a ti y tu hermana para apoyarme”. Había dos cojos en la comunidad, y sus nombres eran parecidos. El otro cojo, Edmund Welch, juez de paz, usaba bastón. Nuestro Ed, que padecía de una curvatura de la espina dorsal, no llevaba bastón, y mucho menos usaba un zapato ortopédico. Se comportaba con indiferencia exhibicionista y desafiaba a los ortopedistas cuando éstos le advertían que su columna vertebral se vendría abajo como fichas de dominó. Su estilo era el de alguien libre y ágil. Había que aceptarlo como era, sin concesión alguna. Yo lo admiraba por eso. 44 Ahora bien, señorita Rose, usted ha salido de la biblioteca a tomar el aire y está recargada, con los brazos cruzados, y con la cabeza apoyada en contra de la columna griega. Para aumentar su estatura, Walish usa el pelo parado. Uno no podía embutirle un sombrero. Yo en cambio llevo una gorra de béisbol. Entonces, señorita Rose, usted dice sonriéndome: “Oh, Dr. Shawmut, con esa gorra parece un arqueólogo”. Y antes de que pueda contenerme, le respondo: “Y usted parece algo que acabo de desenterrar”. ¡Terrible! Ambos, Walish y yo, aceleramos el paso. Eddie, cuyas caderas estaban desalineadas, se esforzó para caminar más de prisa, y cuando nos alejamos de su pequeño santuario-biblioteca, vi que él me sonreía maliciosamente, su tibia cara veía para arriba regodéandose hacia mi rostro, con admiración acusadora. Había presenciado algo extraordinario. Lo que sea que haya sido, llámese humor o psicopatía o perversidad, nadie podía decirlo aún, lo había complacido. Aunque se apresuró a exculparse a sí mismo: era exactamente su tipo de ocurrencias. Le encantaba comportarse como Groucho Marx, o darle un giro tipo S. J. Perelman a sus oraciones. Por mi parte, volví a un estado de seriedad absoluta, como generalmente hago tras decir alguna de mis ocurrencias. Éstas me sorprenden a mí tanto como a los demás. Quizás sean síntomas de histeria, en el sentido clínico. Solía considerarme absolutamente normal, pero hace mucho me he dado cuenta de que en ciertos estados de ánimo, mi risa raya en la histeria. Yo mismo me daba cuenta de su tono anormal. Walish sabía perfectamente que yo estaba a merced de semejantes ataques y, cuando percibía que se aproximaba uno de mis arranques, me azuzaba. Y después de haberse entretenido decía, con una mueca como del sátiro Pan: “Eres un desgraciado, Shawmut. ¡Qué sádicas puñaladas puedes dar!” Como podrá usted darse cuenta, se aseguraba de no ser incriminado como cómplice. 45 Y mi broma ni siquiera fue ingeniosa, tan sólo vil, imperdonable: ciertamente no fue producto de la “inspiración”. ¿Cómo podría ser la inspiración tan idiota? Fue simplemente una broma idiota y cruel. Walish solía decirme: “Eres un surrealista a pesar de ti mismo”. Su interpretación era que a partir de mis orígenes de inmigrante, con penosos esfuerzos, me había convertido en un hombre de clase media y me desquitaba de los tormentos y las adulteraciones de mis instintos naturales, deformaciones que me fueron impuestas durante el proceso de ajuste hacia la respetabilidad: la presión del arribismo social. Este tipo de análisis ingenioso e intrincado era popular en el Greenwich Village de esos días, y Walish había adquirido el hábito. Su carta del mes pasado estaba llena de perspicacias de este tipo. La gente raramente renuncia al capital intelectual acumulado durante sus “mejores” años. A los sesenta y tantos años, Eddie sigue siendo un joven residente de Greenwich Village y se relaciona principalmente con jóvenes. Yo ya he aceptado la vejez. No es fácil escribir con dedos artríticos. Mi abogado, cuyo consejo fatal seguí (es el hermano menor de mi esposa, fallecida el año pasado) me incitó a irme a la Columbia Británica donde, debido a las corrientes de aire japonesas, las flores crecen en pleno invierno y el aire es más puro. Hay, en efecto, prímulas en medio de la nieve, pero mis manos están paralizadas y me temo que tendré que inyectarme oro si no mejoran. Aun así, enciendo el fuego y me siento abstraído en la mecedora porque necesito hacer que valga la pena para usted considerar estos sucesos conmigo. Si hago caso de lo que dice Walish, a partir de ese día usted ha crepitado como una flama en un altar clasemediero de humillación inmerecida. Una de los agraviados y los ofendidos. Por mi parte he de admitir que me fue difícil adquirir buenos modales, no porque fuera grosero por naturaleza sino porque sentía la tensión de mi posición. Durante un tiempo creí que no podría progresar en la vida hasta que contara también con una personalidad falsa como 46 todos los demás y por lo mismo me esforcé especialmente en ser considerado, deferente, cortés. Y por supuesto me esforzaba de más y me limpiaba dos veces cuando gente de mejor cuna se limpiaba sólo una. Pero semejante programa de mejoramiento no podía contenerme por mucho tiempo. Lo implanté y luego lo destruí y lo quemé en una hoguera rabiosa. He de decirle que Walish me pone como lazo de cochino en su carta. Me pregunta ¿por qué cuando la gente vacilaba en las conversaciones yo proveía las frases faltantes y finalizaba sus oraciones con pedantería voraz? Walish sostiene que yo fanfarroneaba, escabulléndome de mis orígenes vulgares, para congraciarme con los aristócratas y calificar como el tipo de judío aceptable (a duras penas) para la sociedad cristiana con que T. S. Eliot fantaseaba. Walish me retrata como un paria arribista que buscaba la esclavitud como uno buscaría la salvación. En respuesta, dice, yo tenía ataques de rebeldía y me volvía brutalmente insultante. Walish percibe perfectamente todo esto, pero no dijo nada durante los años que fuimos amigos cercanos. Él se reservó todo. En el Ribier College nos apreciábamos mutuamente. Éramos amigos, de algún modo. Pero a fin de cuentas, en cierta forma, él pretendió ser mi enemigo mortal. Todo el tiempo que se comportó como un caro y cercano amigo engordaba mi alma en un corral mientras estaba lista para ser sacrificada. Mi éxito en la musicología debió haber sido demasiado para él. Eddie le contó a su esposa –le contó a todo el mundo– lo que yo le había dicho a usted. Ciertamente se comentó por todo el campus. La gente se rió pero yo estaba deprimido. Tenía remordimiento: usted era una mujer pálida de brazos delgados, cuya piel adquiría el color del musgo, el liquen y la caliza. Las pesadas puertas de la biblioteca se abrían y dentro había lámparas verdes de lectura y pesadas mesas lustrosas y libros amasados hasta el corredor y más allá. Unos pocos de estos libros eran sublimes, algunos eran provechosamente informativos, la mayoría de ellos sólo congestionaban la mente. Mi anciana dama swedenborgiana dice que los 47 ángeles no leen libros. ¿Por qué lo harían? Ni tampoco, imagino, los bibliotecarios pueden ser grandes lectores. Tienen demasiados libros, la mayoría de ellos, gravosos. Los estantes atiborrados exhalan un olor incitante, confortante, seductor, que también está levemente teñido con algo pernicioso, con veneno y perdición. Los seres humanos pueden perder sus vidas en las bibliotecas. Debería advertírseles al respecto. Y usted: una sacerdotisa menor de este templo que salió para ver el cielo, y el señor Lubeck, su jefe: un exiliado cortés que tropezaba siempre con su gran perro senil y se disculpaba con el animal, “¡Auch, lo siento!” (con énfasis sibilante). Nota personal: La señorita Rose nunca fue bonita, ni siquiera lo que los franceses llaman une belle laide, o una fea atractiva, una mujer cuyo dominio de las fuerzas sexuales hace que la fealdad misma contribuya a su poder erótico. Una belle laide (¡si será una idea francesa!) tiene que ser una fragua de lujuria. Esa fuerza estaba ausente. No tenía soporte corporal para ello. Cincuenta años antes la señorita Rose habría estado tomando el Compuesto Vegetal de Lydia Pinkham. Aun así, incluso viéndose verdosa, algún hombre pudo haberla amado: por su calidez tímida, o por el coraje que había tenido que reunir para piropearme por mi gorra. Hace treinta y cinco años pude haber disimulado esta incómoda situación con un cumplido diciendo: “Tan sólo piense, señorita Rose, cuántos objetos de singular belleza han sido descubiertos por los arqueólogos: la Venus de Milo, los toros alados asirios con rostros de grandes reyes. E incluso Miguel Ángel enterró una de sus estatuas para que adquiriera un aspecto antiguo y la exhumó posteriormente”. Pero es demasiado tarde para galanterías retóricas. Debería avergonzarme. Fea, soltera, la pequeña y maliciosa comunidad universitaria que reía de mi broma: la señorita Rose, pobrecilla, debió haberse sentido desesperada. Eddie Walish, como le comentaba, no se comportaba como un lisiado a pesar de su columna torcida. Pese a que caminaba desgarbadamente y cacheteando su pie izquierdo, se conducía con estilo. Usaba buenos trajes tweed y zapatos de Lloyd & Haig. Él mismo decía que había suficientes mujeres masoquistas por ahí como para que cualquier tipo se sintiera 48 motivado a pavonearse y dar una buena impresión. A los lisiados les iba muy bien con cierta clase de chicas. Usted, señorita Rose, mejor le hubiera hecho el cumplido a él. Pero para entonces su mujer estaba embarazada; el soltero era yo. Durante los primeros días soleados del semestre salíamos a caminar casi a diario. Entonces lo consideraba a él misterioso. Yo pensaba: ¿quién es él, este, a final de cuentas, (repentino) amigo íntimo? ¿Quién es esta extraña figura, esta gran cabeza por debajo de mí, cuyo cabello crece puntiagudo y grueso? También le crece gruesamente en las orejas, con un sesgo diferente, como las hebras de la trenza de un látigo. Una de las señoritas del campus me ha sugerido que lo convenza de rasurarse las orejas, pero ¿por qué he de hacer eso? A ella no le gustará más con las orejas rasuradas, tan sólo imagina que así podría ser. Él tiene una risa como de instrumento de viento, más parecida a un oboe que a un clarinete, y la libera desde sus gruesas fosas nasales y desde su boca que parece de calabaza tallada. Sonríe burlonamente como Alfred E. Neuman de la portada de la revista Mad, el sucesor del Chico Malo de Peck. Sin embargo, sus ojos son cálidos y me invitan a acercarme más y más, pero me niegan lo que yo más quiero. Anhelo su afecto, desconfío de él y lo quiero, lo cortejo con mis bromas ocurrentes. Porque él es un tipo astuto, de una forma actualizada, posmoderna, existencialista, taimada. También parece amable. Parece toda clase de cosas. Aficionado a Brecht y a Weill, canta “Mackie Messer” y vapulea la melodía en el piano vertical. No obstante, esto es una cosa de la época: el jazz alemán de cabaret de los veintes, la respuesta de Berlín a la guerra de trincheras y el humanismo desacreditado. ¡Imagínese sorprender a Eddie permitiendo que se le feche de esa forma! El Eddie al último grito de la moda siempre ha sido de vanguardia. Uno de los primeros aficionados a los poetas Beat, fue el primero en citarme la maravillosa línea de Allen Ginsberg: “Estados Unidos, estoy metiendo mi hombro maricón por ti”. 49 Eddie hizo de mí un lector que sabe apreciar a Ginsberg, de quien tanto aprendí acerca del ingenio. Puede parecerle extraño señorita Rose (a mí me lo parece) que haya seguido leyendo a Ginsberg desde hace tanto tiempo. No obstante, permítame ofrecerle como muestra una frase memorable y también encantadora de uno de sus libros recientes. Ginsberg escribe que Walt Whitman durmió con Edward Carpenter, el autor de Love’s Coming-of-Age; posteriormente, Carpenter fue el amante del nieto de uno de nuestros más obscuros presidentes, Chester A. Arthur: Gavin Arthur; cuando éste último ya era muy viejo fue el amante de un homosexual de San Francisco quien, cuando tuvo a Ginsberg entre sus brazos, completó todo el ciclo y puso al Sabio de Camden en contacto con su único verdadero sucesor y heredero. Todo esto es un poco como el recuento del Dr. Pangloss15 sobre cómo se contagió de sífilis. Discúlpeme por favor, señorita Rose. Parece ser que requeriremos de la más amplia experiencia humana posible para tratar esta cuestión, que puede que afecte mucho sus emociones y las mías. Usted debe saber a quién se dirigió aquel día cuando juntó coraje, sonriendo y temblando, para hacerme un cumplido: para darme a mí, a nosotros, su bendición. Acto que yo retribuí con una mala ocurrencia extraída, como de costumbre, de las profundidades de mi naturaleza, de esa horda de extrañas manifestaciones. Casi había olvidado el incidente cuando me llegó la carta de Walish a Canadá. La carta: una extraña megillah16 de la cual yo mismo fui el Amán. Él debió haber cavilado con resentimiento17 durante décadas sobre mi personalidad, delineando el perfil de mi más profundo ser una y otra y otra vez. Compiló una lista de todos mis errores, de mis pecados, y los detalles son tan minuciosos, el inventario 15 Personaje de la noveleta Candide de Voltaire. (N. del T.) 16 Relato del Libro de Esther de la Biblia. (N. del T.) 17 ressentiment en el original. (N. del T.) 50 tan extenso, el resumen tan condensado, que debió haberlo recolectado, archivado, formulado y pulido furiosamente a lo largo de los días más cálidos y dorados de nuestra amistad. Recibir semejante documento: le pido que lo imagine, señorita Rose, la forma en la que me afectó en un momento en el que yo estaba lidiando con mi pena y grandes injusticias, guardando luto a mi esposa (e irónicamente también a mi hermano estafador) y experimentando la Edad con sus desgracias, descubriendo que ya no podía más enderezar mi dedo medio, sumando los esfuerzos y el dolor de tres veintenas y media de años (que se aproximan rápidamente). A nuestra edad, querida, nadie se puede indignar o sorprender cuando la maldad se manifiesta, pero yo me pregunto una y otra vez ¿por qué Eddie Walish debió fomentar mis faltas durante treinta y tantos años para luego echármelas en cara? Esto es lo que despierta mi más agudo interés, tan agudo que hace que grite en mis adentros. La ridiculez de todo esto me acomete en la noche con la intensidad de los dolores de parto. Yazco en la recámara trasera de esta casa miniatura canadiense, que apenas está separada de las otras, y me contengo a duras penas para no gritar. Lo único que les falta a los vecinos es escuchar semejantes ruidos a las tres de la mañana. Y no hay una sola persona en la Columbia Británica con la que pueda hablar. Mi única conocida es la señorita Gracewell, la anciana (es muy anciana) que estudia literatura ocultista, y no puedo molestarla a ella con estos asuntos de una naturaleza tan distinta. Nuestras conversaciones son puramente teóricas… De cualquier modo ella me hizo una observación que sí es útil: “El Salmista se refirió al ser inferior cuando escribió: ‘soy un gusano y no un hombre’. Poca gente está preparada para hacer caso al ser superior. Ésta es la razón por la cual la gente habla tan mal la una de la otra”. En más de una ocasión, la carta de Walish (su denuncia) toma como punto de partida la prosa y la poesía de Ginsberg, así que finalmente envíe un pedido a la librería City Lights de San Francisco y he pasado muchas tardes estudiando libros suyos que no había leido: tiene 51 publicados tantos libros pequeños. Ginsberg asume una postura respecto a la ternura verdadera y a la franqueza plena. La franqueza verdadera significa literalidad excretoria y genital; por lo que Gingsberg opta es por la calidez de una humanidad de coito libre, masculino, femenino, camaraderil y de “caminos abiertos” que no deje de lado la oración y la meditación. Habla con horror de nuestra “cultura plástica”, la que relaciona de una manera un tanto obsesiva con la CIA. Y además de la CIA hay otros centros de espionaje vinculados a Exxon, Mobil, Standard Oil of California, la siniestra Occidental Petroleum y sus conexiones con el Kremlin (esa es, innegablemente, una extraña conexión digna de verse). El supercapitalismo y su tecnología petroquímica cancerígena se vinculan mediante James Jesus Angleton, un alto funcionario de la comunidad de espionaje, con T. S. Eliot, uno de sus cuates. Angleton, que en su juventud fue el editor de una revista literaria, tenía el propósito declarado de revitalizar la cultura Occidental en contra de los “así llamados estalinistas”. El fantasma de T. S. Eliot, a quien Ginsberg entrevista en la popa de un barco en algún lugar de las aguas de la muerte, admite haber hecho pequeños trabajos de espionaje para Angleton. Contra éstos, los Hijos de la Obscuridad, Ginsberg alinea a los gurús, los meditadores barbudos, los poetas fieles a Blake y Withman, los “santos repugnantes”, los homosexuales líricos sin sofisticación cuyos pequeños grupos rastrea la policía secreta en sus computadoras, entre los cuales plantan provocadores, y a quienes tratan de corromper con heroína. Esta visión psicopática –tan conmovedora porque hay en realidad tanto a lo cual temer, y también por el hambre de bondad que refleja– es una estrafalaria defensa de la belleza, que valoro más de lo que mi acusador, Walish, hace. Yo de verdad entiendo. Ante los sexuales fuegos de artificio de Cuatro de Julio de Ginsberg yo exclamo “Jajaja”. Pero luego reflexiono acerca de sus obsesiones con simpatía, acicalando mi bigote hacia abajo con la punta de mis dedos, mis ojos sintiéndose penetrantes mientras trato de descifrarlo. Soy un admirador más desinteresado de Ginsberg de 52 lo que es Eddie. Eddie, por así decirlo, se sienta a la mesa como si fuera un crupier. Trabaja para la casa. Lucra con la poesía. Uno de los problemas de siempre de Walish fue que parecía claramente judío. Algunas personas desconfiaban de él y se volvían gratuitamente hostiles contra él, pues sospechaban que intentaba hacerse pasar por un auténtico estadounidense. Algunas veces decían, como descubriendo cuánta fuerza les daba el ser descarados (y la fuerza es siempre bienvenida): “¿Cómo se apellidaba antes de Walish?”: el tipo de pregunta que los judíos escuchan con frecuencia. Sus padres provenían del norte de Irlanda, de hecho, eran protestantes, y el apellido de su madre era Ballard. Él mismo firma como Edward Ballard Walish. Él fingía no darle importancia a esto. Una probada de lo que era ser perseguido hacía que fuera amigable con los judíos, o al menos eso decía. Fascinado con su amistad, sin capacidad crítica, escogí creerle. Resulta que tras muchos años de vaivenes ocultos, Walish concluyó que yo era un tonto. Cuando el público comenzó a tomarme en serio fue cuando perdió la paciencia conmigo y su afecto se volvió rencor. Mi programa de televisión sobre la historia de la música fue lo que lo ocasionó. Puedo imaginarlo: Walish observaba la pantalla con una bata de lana sucia, sosteniendo un codo con su mano mientras fumaba un cigarro, criticándome mientras continúo hablando acerca de los últimos días de Haydn, o Mozart y Salieri, desarrollando temas en el clavicordio: “¡Superestrella!”, “¡Qué idiota de mierda!”, “¡Santo dios!”, “¡Cuán farsante puedes ser!”, “¡Don Quijote de la Farsa!” Mi propio nombre, Shawmut, había sido alterado obviamente. La alteración fue hecha muchos años antes de que mi padre desembarcara en los Estados Unidos por su hermano Pinye, quien usaba unos quevedos y era músico copista para Sholom Secunda. La familia debió haberse llamado Shamus o, más degradante aún, Untershamus. El untershamus, lo más bajo de lo bajo en la sinagoga del Viejo Mundo, era un parásito incompetente casi incontratable, de 53 barba enmarañada y aquejado por una dolencia cómica, como escrófula o una gran hernia, un miserable entre los miserables. “Orm” como solía decir mi padre “auf steiffleivent”. Steiffleivent era la tela de relleno rígido y crin que los sastres ponían en el forro de las chamarras para darles forma. No había nada más barato que eso. “Era tan pobre que se vestía con un remedo de ropa”. Más barato que un sudario. Pero en Estados Unidos, Shawmut resultó ser el nombre de una cadena de bancos de Massachusetts. ¡Cómo les quedó el ojo! Puede ser que usted haya escuchado cosas encantadoras, cautivantes, sentimentales acerca del yiddish, pero el yiddish es un lenguaje duro, señorita Rose. El yiddish es severo y denigra sin misericordia. Sí, generalmente es delicado, encantador, pero también puede ser explosivo. “Una cara de bacinica”, “una cara de cubeta de bazofia”. (Las referencias al puerco le dan especial fuerza a los epítetos en yiddish). Si hay un demiurgo que me inspira a hablar salvajemente, pudo haber sido atraído hacia mí por este lenguaje violento e implacable. Mientras le cuento esto, imagino que me presta atención de buena gana, y siento el mayor afecto hacia usted. Estoy muy solo en Vancouver, pero esto también es mi culpa. Cuando llegué, unos músicos locales me invitaron a una fiesta y no pude ser amable. Me hicieron las preguntas que los canadienses hacen a los estadounidenses: ¿simpatizaba yo con Reagan? Por supuesto que no. Pero la verdadera pregunta era si El Salvador podría convertirse en otro Vietnam, y perdí la mitad de mi audiencia tan pronto como respondí: “Para nada. Los norvietnamitas son soldados curtidos con una tradición bélica centenaria: gente de verdad recia. Los salvadoreños son campesinos indios”. ¿Por qué no pude callarme la boca? ¿A mí qué me importa Vietnam? A los dos o tres invitados compasivos que se quedaron conmigo los ahuyenté de la siguiente manera: un profesor de la Universidad de la Columbia Británica señaló que él concordaba con Alexander Pope acerca de la irrealidad última del mal. Si se veía desde la 54 perspectiva más alta de la metafísica. Para una mente racional, nunca ocurre nada malo en realidad. Estaba diciendo tonterías de altos vuelos. ¡Patrañas! pensé. Comenté: “¡Vaya! ¿Quiere usted decir que se le debe ver el lado amable a cada cámara de gases?”. Con eso bastó, y ahora doy mis caminatas diarias solo. Este lugar es muy hermoso, con montañas nevadas y puertos tranquilos. Se dice que las instalaciones portuarias son limitadas y los cargueros tienen que esperar (a razón de $10,000 por día). Verlos atracados es agradable. Recuerdan la “Invitation au Voyage”, y también “Anywhere, anywhere, out of the word!”18 Qué limpia y civilizada es esta ciudad, con sus aguas claras del norte y, a lo lejos, la sensación de una naturaleza salvaje ilimitada que comienza donde los bosques se encrespan, se extiende a través de millones de kilómetros cuadrados hacia el norte y termina en las espirales de hielo que circundan el Polo. Los académicos provincianos se ofendieron por mis peculiaridades. Ni modo. Pero que no quede la impresión de que siempre soy yo quien reparte los insultos, déjeme decirle, señorita Rose, que con frecuencia los he recibido, he sido humillado por virtuosos, por artistas más grandes que yo en estas cosas. El fallecido Kippenberg, príncipe de los musicólogos, cuando estábamos en una conferencia en la Villa Sebelloni en el Lago Como, me invitó a sus aposentos una noche para que le leyera un adelanto de mi ponencia. Bueno, en realidad él no me invitó. Yo moría de ganas de ir. La sugerencia fue mía y él no tuvo corazón para rehusarse. Era un hombre enorme vestido con ropa de terciopelo para la cena, un traje copioso, de color verde esmeralda, sobre el cual su inteligente, vasta y pálida cabeza parecía haber sido depositada por un tronido. Aunque caminaba con dos bastones, un tipo de diable boiteux,19 no había nadie más ágil con la palabra. Él había publicado la gran obra sobre Rossini, quien también había pronunciado ocurrencias inmortales (como aquella sobre Wagner: “Il a de 18 Poemas de Charles Baudelaire. (N. del T.) 19 “diablo cojo” (N. del T.) 55 beaux moments mais de mauvais quarts d’heure”20). Usted imaginará también el tipo de suite que Kippenberg ocupaba en la villa: cuartos del siglo dieciocho, sofás de tafetán, brocados, una maravillosa colección de estatuas, lámparas increíbles de seda. Los sirvientes ya habían cerrado las ventanas esa noche, así que la sala estaba bastante encerrada. Como sea, yo le estaba leyendo a Kippenberg, el docto y conocedor del mundo, henchido él todo de verde, su boca alargada con expresión agradable. El hombre también tenía ojos extraños, colocados a los lados de su cabeza como si fueran de visión bilateral, y cejas como orugas del Árbol del Conocimiento. Mientras yo leía, empezó a cabecear. Le dije: “Me temo que lo estoy durmiendo, profesor”. “No, no, al contrario, usted impide que me vaya a dormir”. Ese comentario, hecho a costa mía, era genial, y era un privilegio el haberlo provocado. Él había estado sentado ahí, colosal, con sus dos bastones, como si descendiera por una pendiente, deslizándose hacia un profundo sueño. Pero incluso al borde del sueño, cuando estaba ya extinguiéndose el singular tesoro de su atención, él aún era capaz de deslumbrar. Yo habría dado la vuelta al mundo para escuchar semejante desaire. Pero permítame regresar a Walish por un momento. Los Walish vivían en una pequeña casa de campo propiedad de la universidad. Se encontraba a las faldas del bosque, que en esa estación era polvoso. Quizás ahora en Florida usted recuerde que en Nueva Inglaterra los bosques tienen un otoño seco: polen, humo de madera, hojas marchitas y polvorientas, telarañas, quizás el polvo de las alas de las polillas muertas. Si al llegar a los pilares de piedra de la entrada de la casa de los Walish encontrábamos las botellas de leche que había dejado el lechero, las tomábamos por el cuello y, gritando, las arrojábamos hacia los arbustos. El pedido de leche era para Peg Walish quien estaba embarazada pero, ella la odiaba, así que de todas maneras no la tomaba. Peg tenía una mejor posición social que su esposo. Cualquiera en esos 20 “Tiene momentos bellos pero cuartos de hora espantosos” (N. del T.) 56 días la podía tener; debajo de Walish sólo estaban los negros y los judíos, y debido a su apariencia judía, ni siquiera estaba seguro de tener esa ventaja. Por lo tanto, su actitud bohemia lo fortalecía. La señora Walish disfrutaba el estilo bohemio de su esposo, o al menos eso decía. Mi conocimiento de Pergolesi y Haydn me hacían menos objetable para ella de lo que hubiera sido de otra forma. Además, mi compañía animaba a su esposo. Créame, él necesitaba de alguien que lo animara. Él estaba deprimido y su esposa preocupada. Cuando ella me vio noté que me miraba como una posible cura. Tal como Alicia después de haber bebido la botella de BÉBEME en el País de las Maravillas, Peg era muy alta: huesuda pero delicada; se parecía a una estrella del cine mudo llamada Colleen Moore, una joven candorosa de ojos grandes y flequillo. A los cuatro meses de embarazo, Peg seguía trabajando en Filene’s, y Eddie, remiso a levantarse en la mañana para llevarla a la estación, pasaba largos días en cama bajo los parches desvaídos de las colchas. El rosa, cuando no es fresco y vivaz, puede ser un color desesperanzado. El rosa de las colchas de Walish entristeció mi corazón cuando fui a buscarlo. La cabaña tenía paneles veteados de nogal, en los cuartos no entraba la luz del sol, la cocina era particularmente sombría. Lo hallé durmiendo en el piso de arriba, su quijada prognata y su labio judío prominente. La impresión que él daba era a la vez brutal e inocente. Mientras dormía, carecía de la seguridad que tanto se esforzaba en proyectar. No muchos de nosotros somos avispados del todo pero Walish se enorgullecía particularmente de estar siempre alerta. Su principal premisa era no ser el tonto de nadie. Pero dormido no se veía astuto. Lo desperté. Él estaba apenado. Después de todo, no era un bohemio cabal. Le molestó estar amodorrado a mediodía, refunfuño y sacó sus delgadas piernas de la cama. Fuimos a la cocina y comenzamos a beber. 57 Peg insistía en que viera a un psiquiatra en Providence. Él me ocultó esto por un tiempo: al final aceptó que necesitaba una afinación, pequeños ajustes internos. Volverse padre lo estremecía. Su esposa finalmente parió gemelos. Estos hechos son triviales y no siento que esté traicionando su confianza. Además, no le debo nada. Su carta me inquietó demasiado. ¡Qué momento eligió para enviarla! Treinta y cinco años sin una maledicencia. Me hace creer que es mi amigo. Y luego se revela tal cual es. ¿Cuándo se apuñala a un amigo? ¿En qué momento se le da la copa envenenada? No cuando es lo suficientemente joven como para recobrarse. Walish esperó hasta el final: mi final, por supuesto. Él aún es joven, me escribe. Prueba de esto es que verdaderamente se interesa en las jóvenes lesbianas allá en Missouri, sólo él conoce las profundidades de sus almas y ellas le permiten hacerles el amor: Walish, la única excepción masculina. Tal como el explorador McGovern21, que fue a Lhasa disfrazado: el único occidental que penetró las habitaciones sagradas. Ellas sólo confían en la juventud, confían en él, así que por supuesto no puede ser un viejo. En su carta me hace trizas sin miramientos. Y, objetivamente, concuerdo en que mi personalidad no es un logro excepcional. Soy desconsiderado, espiritualmente perezoso, alguien que desentona. Él dice que he intentado hacer que esta indolencia mía luzca bien. Por ejemplo, nunca revisaba las cuentas de las meseras; me rehusaba a calcular yo mismo mis impuestos; era “muy poco mundano” para manejar mis inversiones yo mismo y contrataba a expertos (léase “sinvergüenzas”). Al Walish con los pies en la tierra no le importaba pelearse por unos centavos; lo que importaba era el principio, tal como lo era el honor para los grandes soldados de Shakespeare. Cuando empezaron a usarse las tarjetas de crédito, Walish, tras 21 William Montgomery McGovern (1897-1964) fue un aventurero, científico político antropólogo y periodista estadounidense, profesor de la Universidad Northwestern. Entre sus obras están Colloquial Japanese y To Lhasa in Disguise, sobre la que hace referencia el cuento. (N. del T.) 58 calcular los intereses y los cargos del servicio hasta el cuarto decimal, destruyó las tarjetas de Peg y las tiró por el caño. Cada año se peleaba con los auditores, tanto federales como estatales. Nadie le iba a ver la cara a Eddie Walish. Con semejante intransigencia se vinculaba a sí mismo con los multimillonarios avaros: Rockefeller el viejo, que nunca dejaba más de diez centavos de propina, o Getty el billonario, en cuya mansión de descanso los invitados tenían que usar teléfonos de monedas. Walish no era mezquino, era duro, estricto, más apretado que el culo de una rana. No se trataba simplemente de capitalismo básico. Tomando en cuenta que Walish era un admirador de Brecht, se trataba también de una dureza leninista o estalinista. Y, según él, el que yo me condujera con vaguedad en los asuntos de dinero era presumiblemente una “estrategia semiinconsciente”. ¿Acaso insinuaba que yo quería sobresalir por ser el judío que despreciaba los mugrosos dólares? ¿Que deseaba ser visto como alguien mejor que yo mismo? En otras palabras ¿que quería asimilarme? Sólo que yo nunca consideré que los antisemitas de ningún tipo fueran mejores que yo. Yo no pretendía ser descuidadamente angelical con mis finanzas. De hecho, señorita Rose, no lo era. Mi ineptitud con el dinero era parte del mismo síndrome histérico que provocaba que metiera mi pie en mi boca. Genuinamente padecía por ello y aún lo hago. El Walish de ahora ha olvidado que cuando fue al psiquiatra para que lo curara por dormir dieciocho horas de corrido, yo le dije que entendía su problema. Para consolarlo, le dije: “Cuando bien me va, puedo ser agudo durante media hora y luego empiezo a desvanecerme y cualquiera puede aprovecharse de mí”. Me refería al estado de ensoñación o de vaga turbulencia, con momentos aislados de claridad, en el cual la mayoría de nosotros existe. Nunca se me ocurrió adoptar una pose. Le he dicho ya que en algún tiempo pareció ser una necesidad práctica tener una identidad falsa, pero que rápidamente renuncié a ello. Sin embargo, Walish asume que cualquier hombre inteligente y moderno es su propia invención 59 avant-garde. Ser avant-garde significa manipular la personalidad propia, tener un proyecto personal que requiere de una rutina histriónica: en resumen, ser un farsante. Pero ¿qué clase de farsa era confiar en un pariente cercano que resultó ser un criminal, o dejar que mi difunta esposa me convenciera de confiarle mis problemas legales a su hermano más joven? Fue mi cuñado el que me arruinó. Mientras los demás simplemente carecían de principios o eran deshonestos, él además estaba zafado. Paciencia, ya hablaré de eso. Walish escribe: “Creo que ya es hora de que sepas cómo eras realmente,” y me despedaza de una forma que pocos hombres han padecido. Yo era abusivo y ofensivo con todo el mundo: no soportaba que las personas se expresaran por sí mismas (esto lo irritaba particularmente; lo menciona varias veces) sino que ponía palabras en sus bocas, finalizando sus oraciones, haciéndolas olvidar lo que estaban a punto de decir (suministrando las obviedades que ellas buscaban a tientas). Según él, yo era “un repertorio ambulante de ideas clasemedieras”, lo que significa que estaba saturado de la información irrelevante y de hecho demente que hace que el odioso aparato social continúe su marcha hacia el abismo sin fondo. Y cosas por el estilo. Por lo que respecta a mi devoción celestial por la música, ésta era solamente una fachada. El verdadero Shawmut era un promotor astuto cuya Introducción a la apreciación musical se convirtió en libro de texto de cientos de universidades (“algo que no sucede sólo porque sí”), lo que le significó un millón en regalías. Me compara con Kissinger, un judío carente de una base política o electoral propia que se consolidó en el aparato del poder gracias a una autopromoción genial, operando como una celebridad… Imposible para Walish entender la fortaleza de carácter, incluso la fortaleza física y biológica que semejante logro requeriría; apreciar (con sus orejas peludas hundidas en su almohada, y su pequeña figura doblada en posición fetal, como una pequeña escalera para incendios, bajo los pliegues de la colcha rosa) lo que le cuesta a un hombre culto conseguir una posición de poder entre políticos 60 semianalfabetos. No hay punto de comparación. Hacer programas de música del siglo dieciocho en el Canal Público de Televisión no es nada parecido a hacerse cargo de la política exterior de Estados Unidos y lidiar con alcohólicos y embusteros en el Congreso o en el Poder Ejecutivo. ¿Un judío honesto? Ese sería Ginsberg el Confesor. Sin ocultar ningún hecho, Ginsberg atrae a los antisemitas al exagerar todo lo que éstos piensan de los judíos en sus fantasías patológicas. Les toma el pelo, pienso, con un candor de locura, con sus sueños reales sobre encontrar el ano de alguien en su sándwich, o con sus poemas sobre clavarse un consolador a sí mismo. Éste que en el fondo es un erotismo materialista resulta más atractivo para los estadounidenses, es prueba de sinceridad y autenticidad. Es en este nivel que dicen que “se ponen al mismo nivel” con uno, aunque las deformidades y las obscenidades que surgen por supuesto deben ser atribuidas a alguien más, a algún maricón hermafrodita o a un travesti exótico adicto. Mi consejo es que cuando ellos le digan que se están “poniendo al nivel” con usted, mejor esconda su dinero en el zapato. No obstante, percibo algo más en Ginsberg. Cierto, con esta autodegradación él está actuando un papel tradicionalmente judío, tal como se actuaba en la antigua Roma, y quizás antes. Pero hay algo más, igualmente tradicional. Debajo de todo este candor omnirevelador (o autoflagelación agravada), hay pureza de corazón. Como judío estadounidense debe reafirmar y justificar la democracia. Estados Unidos está destinado a convertirse en uno de los grandes logros de la humanidad, una nación constituida por muchas naciones (sin excluir a la nación de los maricas: ¿cómo podría excluirse a alguien?) Estados Unidos mismo está destinado a ser el mejor de los poemas, tal como profetizó Whitman. Y el único representante autentico del trascendentalismo estadounidense es ese homosexual calvo, barbón con senos flácidos y anteojos manchados, inocente en su impureza. Pureza en la obscenidad, señorita Rose. El 61 hombre es un microcosmos judío de esta tierra de Midas, cuyo cuerpo enterrado produjo frutos de oro. Éste no es un judío que va a Israel a batallar con el Levítico para justificar la homosexualidad. Es un maricón budista que cree en Estados Unidos, la tierra donde nació. El enemigo petrolero capitalista (un enemigo que necesita redención sexual y religiosa) está justo aquí, en casa. ¡Quién no podría sino amar a semejante cómico! Además, Ginsberg y yo nacimos bajo el mismo signo y ambos tuvimos madres locas y somos propensos a los dichos inspirados. Sin embargo, yo me rehúso a sobrevaluar la vida erótica. No creo que el camino a la verdad tenga que pasar por todas las etapas de la masturbación y la sodomía. Él es consistente: debe reconocérsele que recorre todo el camino, cosa que no puede decirse de mí. De los dos, él es el más estadounidense. Él es miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras – yo nunca he sido propuesto como candidato– y aunque ha sugerido que algunos de nuestros presidentes recientes eran adictos al LSD, nunca se le ha pedido que devuelva sus premios nacionales ni sus medallas. Entre más los difama (¿LBJ 22 usaba LSD?) más crecen sus posibilidades de ganar más medallas. Por lo tanto tengo que reconocer que él está más cerca de la corriente dominante de pensamiento estadounidense que yo. Yo ni siquiera parezco estadounidense. (Ni tampoco Ginsberg para el caso). Nací en Hammond, Indiana (justo antes de la Prohibición mi padre tenía una cantina ahí), pero pude haber venido directo de Kiev. Ciertamente no tengo la facha de alguien de Indiana: soy alto, pero me encorvo, mis nalgas están más arriba de mi cuerpo que las del resto de la gente, siempre he tenido la impresión de que mis piernas son desproporcionadamente largas: se necesitaría de un ingeniero para descifrar su dinámica. Además de los negros y los pueblerinos incultos, Hammond es principalmente de extranjeros, hay montones de ucranianos y finlandeses ahí. Sin embargo, éstos tienen toda la pinta de estadounidenses, en cambio, yo reconozco rasgos como los míos 22 Lyndon Baines Johnson, 36º presidente de los Estados Unidos. (N. del T.) 62 en el arte de las iglesias rusas: la cara compacta de los íconos, pequeños ojos redondos, cejas arqueadas y las cabezas calvas. Y en situaciones sumamente delicadas en las que se requieren los rasgos paladines de los ejecutivos estadounidenses, como la prudencia y la discreción, yo siempre pierdo el control y soy, como dicen los árabes, rehén de mi lengua. Todo lo anterior sólo ha sido un divertimento: lo que quiero decir, señorita Rose, es que he evitado realizar un análisis riguroso. Necesitamos acercarnos al tema. Tengo que disculparme con usted, pero aquí también hay un misterio (quizá del karma, como la anciana señorita Gracewell sugiere) que está pidiendo a gritos ser investigado. ¿Por qué una persona dice cosas como la que yo le dije a usted? Bueno, es como si un hombre saliera a pasear un día extremadamente hermoso, tan hermoso que lo impeliera incomprensiblemente a hacer algo, a realizar una acción igualmente extraordinaria: de otro modo se sentiría como un inválido en una silla de ruedas a la orilla del mar, un impedido al que su enfermera le dice, “Siéntate aquí y mira las olas pequeñas”. Mi difunta esposa era una mujer cortés, esbelta, bastante pequeña, criada conforme estrechos principios medievales. Tenía una manera especial de juntar las palmas bajo su barbilla cuando yo la hacía enojar, como si estuviera orando por mí, y su color rosáceo se oscurecía hasta el rojo. Padecía en extremo por mis ataques y asumía el deber de remediar mis entuertos, para proteger mi reputación y convencer a la gente de que no pretendía ofenderlas. Era morena y tenía un cutis lozano. Si su color se debía a su buena salud o a su excitabilidad era una incógnita. Sus ojos eran ligeramente saltones, pero esto no era ningún defecto; en lo que a mí concierne era uno de sus encantos. Era austriaca de nacimiento (de Graz, no de Viena), una refugiada. Nunca me sentí atraído por las mujeres de mi talla: dos personas altas forman un incomprensible revoltijo juntas. Además prefería tener que buscar lo que deseaba. Cuando era 63 niño, no me atraían sexualmente las maestras. Me enamoré de la chica más pequeña de la clase, y le hice caso a mis preferencias tempranas al casarme con una mujer esbelta a lo van der Weyden o Lucas Cranach. El color rosáceo de mi mujer no estaba confinado a su rostro. Había algo en su cutis que no era del todo contemporáneo, y su idea de gracia también pertenecía a una época anterior. Tenía una tendencia particular a inclinarse: su figura se inclinaba al caminar, sus manos se hundían desde las muñecas cuando cocinaba, se inclinaba cuando comía, inclinaba atentamente su cabeza cuando uno tenía algo importante que decirle y abría ligeramente los labios para conminar a uno a expresarse más claramente. En cuanto a sus principios, no importaba cuán irracionales fueran, era inamoviblemente obstinada. La muerte puso a Gerda fuera de circulación, fue puesta en una caja y despachada en definitiva. Ya no más cuerpo recto y ruboroso ni pechos rosáceos ni saltones ojos azules. Lo que le dije a usted cuando pasaba por la biblioteca la hubiera horrorizado. Se tomaba a pecho que yo insultara a las personas. Permítame darle un ejemplo. Esto sucedió años después, en otra universidad (una de a de veras), una tarde cuando Gerda ofreció una cena para un grupo numeroso de académicos: la crema y nata estaba en nuestra mesa escandinava de cerezo. Yo ni siquiera sabía quiénes eran los invitados. Luego del plato principal, alguien mencionó a un tal profesor Schulteiss. Él era uno de esos tipos fanfarrones sabelotodo que a todos les caía en la punta del hígado. Ya fuera que se hablara de cocina china o física cuántica o de las relaciones entre el bantú y el swahili (si es que hay alguna) o de por qué Lord Nelson era tan aficionado a William Beckford o del futuro de la computación, no se le podía interrumpir el tiempo suficiente como para poder decirle que estaba acaparando la conversación. Era un hombre robusto, de barba, con un abdomen protuberante y dedos puntiagudos, de modo que si yo hubiera sido un caricaturista lo hubiera dibujado cantando como un tirolés, con patillas negras y dedos respingados. Uno de los invitados me comentó 64 que a Schulteiss le preocupaba mucho el que nadie fuera lo suficientemente erudito como para escribir un obituario apropiado cuando muriera. “No sé si yo esté lo suficientemente calificado –dije– pero asumiría con gusto la labor, si es eso le da la tranquilidad de hacerlo”. A la señora Schulteiss, a quien no me dejaban ver las flores de mesa de Gerda, le estaban sirviendo el postre en ese momento. No importó si en realidad me oyó porque cinco o seis invitados inmediatamente repitieron lo que había dicho, y vi que ella hizo las flores a un lado para observarme. En la noche intenté convencer a Gerda de que en realidad no los había ofendido. Anna Schulteiss no era fácil de herir. Ella y su esposo estaban siempre peleados: ¿por qué había ido sin él? Además, era difícil saber qué estaba pensando y sintiendo; seguramente algunas de sus partículas (una referencia al conocimiento de Schulteiss en el campo de la física de partículas) no estaban en donde deberían. Este tipo de comentarios sólo empeoraba las cosas. Gerda no decía nada, simplemente yacía rígida en su lado de la cama. Era una experta en el arte de respirar apesadumbradamente por la noche, y cuando suspiraba pesarosa no había forma de poder dormir. Yo padecía con ella y cedía a la misma rigidez. El adulterio, que raramente me tentó, no hubiera podido hacerme sentir más culpable. Mientras tomaba mi café matutino, Gerda le habló a Anna Schulteiss y quedó en almorzar con ella. Luego, en la semana, fueron juntas a un concierto sinfónico. Antes de que acabara el mes, cuidamos a los niños de los Schulteiss en su sucia casita de la universidad, cuya cocina había sido convertida en un estercolero de la Edad de Piedra. Cuando se alcanzó esa etapa de conciliación, Gerda se sintió mejor. Sin embargo, yo creía que un hombre que se permitía a sí mismo hacer ese tipo de bromas debía ser lo suficientemente descarado como para llegar hasta las últimas consecuencias y no sucumbir ante su conciencia una vez que las palabras fueron dichas. Ese hombre debía asumir las cosas como el principesco Kippenberg. Como sea, ¿quién era el 65 verdadero Shawmut, el hombre que hacía bromas insultantes, o el otro, el que se había casado con una mujer que no soportaba que nadie se sintiera ofendido por los insultos de su marido? Usted se preguntará: con una mujer dispuesta a batallar hasta el fin para resguardarlo del rencor de las personas ofendidas ¿no estaba usted perversamente tentado a buscar problemas, sólo para que las cosas siguieran funcionando? La respuesta es no, y la razón radica no sólo en que amaba a Gerda (su muerte me ha confirmado terriblemente que la amaba) sino también porque cuando yo decía algo lo decía por amor al arte, es decir, sin perversidad o malicia, no que la malicia tuviera un efecto como el alcohol y yo estuviera ebrio de perversidad. Rechazo eso. Claro, tenía que haber alguna provocación. Pero lo que sucede cuando se me provoca ocurre porque la tierra se levanta bajo mis pies y entonces desde los confines opuestos del cielo me acomete un choque simultáneo en ambos oídos. Me quedo sordo y tengo que abrir la boca. Gerda, en su simplicidad, intentaba neutralizar los efectos dañinos de las palabras que salían de mi boca y elaboraba planes para recuperar la amistad de todo tipo de improbables involucrados cuyas partículas elementales se habían perdido y que no tenían capacidad para la amistad, ni interés en ella. A semejante gente ella le enviaba azaleas, begonias, flores cortadas, llevaba a almorzar a las esposas. Volvía a casa y me contaba con seriedad cuántas cosas fascinantes se había enterado sobre ellas: que sus maridos estaban mal pagados o que tenían padres viejos y enfermos o sobre la locura en la familia o de sus hijos de quince años que robaban casas o eran heroinómanos. Nunca le dije nada perverso a Gerda, sólo a la gente provocadora. El suyo es el único caso del que puedo acordarme en el que no existió provocación alguna. Señorita Rose: por eso esta carta de disculpa, la primera que he escrito jamás. Usted es la causa de la autorevisión de mi proceder. Quisiera volver sobre este punto después. Pero por el momento estoy pensando en Gerda. Por su bien intenté practicar el autocontrol y con el tiempo comencé a comprender 66 el valor de mantener la boca cerrada y cómo puede fortalecer a un hombre retener sus inspiradas palabras y dejar que la perversidad (si es que perversidad es lo que es) se reabsorba nuevamente en su sistema. Tal como el “discurso correcto” de los budistas, me imagino. “El discurso correcto” es fisiología sana. ¿Y tenía mucho sentido pronunciar las palabras adecuadas en tiempos en los que las palabras han caído en la vulgaridad y la decadencia? Si hoy apareciera un LaRochefoucauld la gente le daría la espalda a mitad de la oración y bostezaría. ¿Quién necesita de máximas hoy día? Los Schulteiss eran colegas y Gerda podía congraciarme con ellos, tenía acceso a ellos, pero había ocasiones en las que no podía protegerme. Por ejemplo, estábamos en una cena formal de la universidad y yo estaba sentado al lado de una anciana que le daba millones de dólares a compañías de ópera y orquestas. Yo era una especie de celebridad esa noche y llevaba frac y moño blanco, porque había dirigido una ejecución del Stabat Mater de Pergolesi, sin duda una de las obras más conmovedoras del siglo dieciocho. Usted pensaría que semejante música me habría ennoblecido, al menos hasta la hora de acostarme. Pero no, pronto empecé a buscar problemas. No era casualidad el que estuviera a la derecha de la señora Pergamon. Se planeaba pedirle una contribución cuantiosa. A alguien se le había ocurrido construir una schola cantorum, y se suponía que yo tenía que insinuárselo (delicadamente). La verdadera petición vendría después. Honestamente, a mí no me agradaban los sujetos detrás de este plan. Eran una mala camarilla y una donación importante les hubiera dado más poder del que era conveniente para nadie. El viejo Pergamon le había dejado a su esposa una fortuna prodigiosa. Tener tanto dinero era casi un atributo sacro. Y yo también había dirigido música sacra, así que era lo sagrado contra lo sagrado. La señora Pergamon me habló de dinero, no mencionó el Stabat Mater ni mi interpretación de él. Es cierto que en Estados Unidos el dinero aventaja a los 67 demás temas por mil a uno, pero ésta era una ocasión en la que la música no debió haber sido omitida. La anciana me habló del acuerdo tácito que tenían los grandes filántropos y de cómo se repartían las obras benéficas entre los Carnegie, los Rockefeller, los Mellon y los Ford. En el extranjero estaban los diversos intereses de los Rothschild y de la Fundación Volkswagen. Los Pergamon se ocupaban de la música, principalmente. Ella mencionó las cantidades gastadas en compositores electrónicos, música de computadoras –que detesto–, y mi sangre hervía todo el tiempo que yo le dirigía una mirada de perfecta cortesía de Kiev. Había visto su limosina en la calle custodiada por los guardias de seguridad del campus, que suplían a los policías de la ciudad. Los diamantes en su busto reposaban como los Lagos Finger entre las colinas. Debo decir que la plática sobre el dinero tiene efectos curiosos en mí. Llega a lugares muy profundos. Mi difunto hermano, cuya vida entera estaba dedicada al dinero, había sido el favorito de mi madre. Continúa siendo su favorito, y ella ya tiene noventa y tantos años. En seguida escuché que la señora Pergamon decía que planeaba escribir sus memorias. Entonces pregunté –y Nietzsche podría haber descrito la pregunta como surgiendo de mi Fatum interno–: “¿Y usará una máquina de escribir o una calculadora?” ¿Tenía que decir eso? ¿En realidad lo dije? Demasiado tarde para cuestionarlo: la tempestad se había desatado. Ella me observó, bastante calmada. Ahora bien, ella era una gran dama y yo venía de un manicomio. Dado que no se veía reacción alguna en su anciano rostro difuso y el azul de sus ojos se clarificaba y aumentaba con los anteojos, estaba tentado a creer que no había escuchado o que no había entendido. Pero eso no funcionó. Cambié el tema. Sabía que pese a su casi exclusivo interés por la música, ella había patrocinado de tanto en tanto investigación científica. Los diarios asentaban que ella había dado dinero para un proyecto de investigación de la epilepsia. De inmediato intenté conducir la conversación hacia el tema de la epilepsia. Mencioné el ensayo de Freud en el que se desarrollaba la teoría de que 68 un ataque epiléptico era la dramatización de la muerte del padre de uno. Esta era la razón por la cual ocurría la rigidez. Pero al darme cuenta de que mis intentos por escapar del sedal tan sólo me perjudicaban más, decidí irme al fondo, gélidamente en silencio. Con todo mi corazón me concentré en el Fatum. Fatum significa que en cada ser humano hay algo que permanece inaccesible al examen. Nada se puede enseñar a este algo. Quizá se fundamenta en la Voluntad de Poder, y la Voluntad de Poder no es otra cosa sino el Ser mismo. Conmovido, o como dirían los jóvenes, completamente drogado, por el Stabat Mater (la gloriosa madre que no me defenderá a mí), fui instigado a hablar desde las profundidades de mi Fatum. Creo que malentendí completamente a la anciana señora Pergamon. Hablarme a mí de dinero era algo amable, incluso magnánimo de su parte: un hombre que conocía a Pergolessi era tan importante como un rico e incluso podía hablársele como a un igual. E incluso a pesar de mí patrocinó la schola cantorum. Usted no castiga a una institución sólo porque un chiflado en una cena le habla brutalmente. Era tan anciana que había conocido a todos los tipos de locos que hay. Tal vez yo me sobresalté más que ella. Ella había sido cortés, señorita Rose, y yo había intentado sobrepasarla, rebasarla en una curva peligrosa. ¿Una lucha de poder? ¿Qué podía significar eso? ¿Por qué necesitaba yo poder? Bueno, quizá lo necesitaba porque desde una posición de poder usted puede decir lo que sea. Los hombres poderosos ofenden con impunidad. Tome como ejemplo lo que Churchill dijo sobre un parlamentario llamado Driberg: 23 “Es el hombre que le dio mala fama a la pederastía”. Y Driberg en lugar de encolerizarse se sintió halagado, tanto que cuando otro miembro del Parlamento quiso hacerse el aludido por el comentario e insistió en que Churchill hablaba de él, Driberg dijo: “¿De ti? ¿Y Winston por qué hablaría de un maricón insignificante como tú?” Esta disputa entretuvo a Londres por varias semanas. Pero, por supuesto, Churchill 23 Thomas Edward Neil Driberg, Baron de Bradwell, (1905-1976) fue un periodista, político de izquierda y miembro del Parlamento de 1942 a 1955 y de 1959 a 1974. (N. del T.) 69 era Churchill, el descendiente de Marlborough, su gran biógrafo, y también el salvador del país. Ser insultado por él garantizaba un lugar en la historia. No obstante, Churchill era un vestigio de una época más civilizada. Un caso menos civilizado sería el de Stalin. Al recibir una delegación de polacos comunistas en el Kremlin, Stalin dijo: “¿Pero qué pasó con esa fina e inteligente mujer, la camarada X?” Los polacos agacharon la cabeza. Dado que el mismo Stalin había mandado matar a la camarada X, no había nada que decir. Esto es desprecio, no ingenio. Es mero despotismo oriental, señorita Rose. Churchill era humano, Stalin meramente un coloso. En cuanto a nosotros, aquí en Estados Unidos, somos una civilización híbrida, demótica. Tenemos nuestras virtudes pero desconocemos el estilo. Es sólo gracias a que en la sociedad estadounidense no hay lugar para el estilo (estilo en el sentido de Voltaire o de Gibbons, a la manera de Saint-Simon o Heine) que es posible que un hombre como yo pueda hacer semejantes comentarios como los que hace, sin dañar a nadie salvo a sí mismo. Si la gente se ofende es por la “intención hostil” que perciben, no por la agudeza de las palabras. Entonces me clasifican como una curiosidad psicológica, una personalidad retorcida. Nunca se les ocurre observar una imagen panorámica o biográfica. En el sentido real del término, la biografía se nos ha perdido de vista. Todos revoloteamos como polluelos recién nacidos bajo los pies de los grandes ídolos, los monumentos del poder. Entonces ¿qué son las palabras? Un abogado, el primero, el que me representó en el juicio por la herencia de mi hermano (el segundo fue el hermano de Gerda), el abogado número uno, cuyo nombre es Klaussen, cuando tenía que bosquejar una carta importante me dijo: “Hazlo tú, Shawmut. Tú eres el hombre de las palabras.” “¡Y tú la puta de diez coños!” Pero no lo dije. Él era muy poderoso. Yo lo necesitaba. Tenía miedo. Pero inevitablemente tenía que ofenderlo y lo hice pronto. 70 No puedo decirle por qué. Es un misterio. Cuando intentaba hablar del ensayo de Freud sobre la epilepsia con la señora Pergamon quería insinuarle que yo mismo era víctima de ataques extraños que se asemejaban a caer enfermo. Pero no era simplemente una patología cerebral, una lesión, la química de una crisis convulsiva tónico-clónica. Era un tipo de gaieté de coeur24 perversamente alegre. ¿Elementos de espíritu vengativo o de blasfemia? Bueno, puede ser. ¿Qué decir de la inspiración demoníaca, de los energúmenos, del dios Dionisio? Tras un almuerzo angustiante con el abogado Klaussen en su club formidable, donde me intimidó, en un restaurante lleno de gente acostumbrada a intimidar, una escena de Daumier (me había regateado el precio diez o doce veces, había desechado todas mis sugerencias, y yo le había pagado un anticipo de veinticinco mil dólares, pero Klaussen aún no se molestaba en dominar los hechos básicos del caso): tras el almuerzo, como le decía, mientras caminábamos hacia el lobby del club –en el que jueces federales, funcionarios de la administración, contratistas carreteros y presidentes de juntas directivas conferenciaban en voz baja–, escuché un gran estruendo. Unos trabajadores habían tirado una pared entera. –¿Qué pasa?–, pregunté a la recepcionista –Están cambiando el cableado de todo el club –respondió- Todos los días tenemos problemas de energía por el viejo sistema eléctrico. –Mientras hacen eso quizás se las puedan ingeniar para electrocutar a la gente que está en el comedor. Al día siguiente Klaussen me notificó que por una u otra razón no podía seguir representándome. Yo era un cliente incompatible para él. El intelecto de un hombre que declara su independencia del poder terreno: está bien. Pero yo había acudido a Klaussen por protección. Lo escogí porque era grande y arrogante, 24 Alegría del corazón (N. del T.) 71 como los tipos que había contratado la viuda de mi hermano. Mi difunto hermano me había estafado. ¿Deseaba recuperar mi dinero o no? ¿Estaba peleando o payaseando? Dado que en la corte uno necesita de la desfachatez, era la gran arrogancia o nada. Y con Klaussen, tal como con la señora Pergamon, no había nada que Gerda pudiera hacer: no podía enviarle flores a ninguno de ellos o invitarlos a almorzar. Además, ella ya estaba enferma. Agonizante, se preocupaba por mi futuro. –¿Tenías que provocarlo? –me reconvenía– Es un hombre orgulloso. –No resistí la tentación. ¿Qué me sucede? ¿Acaso soy demasiado recto como para ser hipócrita? –Hipócrita es una palabra fuerte… con decir las cosas de dientes para afuera. Y nuevamente dije lo que no debía, especialmente dado su estado de salud: –Hay poca diferencia entre decir las cosas de dientes para afuera y besar traseros. –¡Ay mi pobre Herschel, nunca vas a cambiar! Ella se estaba muriendo de leucemia, señorita Rose, y tuve que prometerle que pondría mi caso en manos de su hermano Hansl. Ella creía que Hansl no me traicionaría debido a ella. Cierto, sus sentimientos por ella eran genuinos. Él amaba a su hermana. Pero como abogado era un desastre, no es que fuera traidor sino que en esencia era un conspirador inepto. Además él estaba completamente loco. Abogados, abogados. Usted se preguntará ¿por qué necesitaba yo de todos estos abogados? Porque amaba a mi hermano profundamente. Porque hicimos negocios juntos, y los negocios no pueden hacerse sin abogados. Ellos se han hecho de un nicho en el corazón mismo del dinero: son una fuerza en la esencia misma de lo que es más fuerte. Algunos de los pasajes más placenteros de la carta de Walish se refieren a mi horrible litigio. Afirma: “Siempre 72 supe que eras un tonto”. Por lo que a él respecta, se tomó las mayores molestias para nunca serlo. No es que alguien pueda estar absolutamente cierto de que su prudencia es perfecta. Pero tener que contratar a un abogado es una prueba contundente de que uno es un tonto. En eso le doy la razón a Walish. Mi hermano, Philip, me había hecho una oferta de negocios, y eso también fue por mi culpa. Cometí el error de contarle sobre todo el dinero que había ganado con mi libro de apreciación musical. Él estaba impresionado. Le dijo a su esposa, “¡Tracy, adivina quién es millonario!” Entonces me preguntó: “¿Y qué estás haciendo con el dinero? ¿Cómo te proteges de los impuestos y la inflación?” Yo admiraba a mi hermano, no porque él fuera un “empresario creativo”, como decían en la familia –eso no significaba nada para mí– sino porque… Bueno, en realidad no hay un “porqué”, sólo estaba la propensión, el sentimiento de toda la vida, un misterio. Su interés en mis finanzas me emocionó. Esta vez hablaba conmigo seriamente, y esto nubló mi juicio. Le dije: “Nunca he querido hacerme de dinero y ahora estoy nadando en él”. Semejante aseveración era un poco falsa. Era, si usted prefiere, inexacta. Asumir semejante tono también fue un error pues implicaba que el dinero no era tan difícil de conseguir. El Hermano Philip se había desvivido por él, mientras que el Hermano Harry había ganado carretadas de él, accidentalmente, mientras perdía su tiempo en tonterías. Esto, ahora lo admito, era un “lero- lero” provocador. Él se lo tomó a mal. Incluso noté de inmediato cómo se lo tomaba a mal. De niño, Philip era muy gordo. Cuando éramos chicos teníamos que dormir juntos, y era como compartir la cama con un manatí. Pero él se había vuelto bastante sólido desde entonces. De perfil, su cara era larga, con ojeras, una angulosa cara seria sobre un cuerpo firme. Mi difunto hermano era un hombre astuto. Formulaba planes a largo plazo. Sobre mí tenía la ventaja suprema del desapego. Mi debilidad era mi cariño hacia él, despreciable en un hombre 73 adulto. Se parecía ligeramente a Spencer Tracy, pero era más codicioso y agudo. Tenía un bronceado tejano, iba al “estilista”, no al peluquero, y usaba anillos mexicanos en cada uno de sus dedos. Nos invitaron a Gerda y a mí a su finca cerca de Houston. Ahí vivía a lo grande y cuando me mostró el lugar me dijo: –Todas las mañanas cuando me despierto me digo: “Philip, estás viviendo en medio de un parque. Eres dueño de todo un parque”. –En verdad es tan grande como el parque Douglas de Chicago–, dije. Me paró en seco, no quería saber nada acerca del viejo Lado Oeste, de nuestros orígenes sombríos: la calle Roosevelt con sus cajas para gallinas apiladas en las aceras, el molino talmudista para rábanos en la entrada de la pescadería o el drama diario de la cocina Shawmut en el bulevar Independencia. Él abominaba esos recuerdos míos, porque él estaba completamente adaptado al modo de ser estadounidense. Por otro lado, él no pertenecía más a este rancho texano de lo que yo pertenecía. Quizás nadie pertenecía allí. Numerosos empresarios fracasados lo habían precedido en este parque privado: los petroleros y desarrolladores urbanos que habían hecho construir este monumento. Uno tenía la sensación que todos ellos debieron morir en albergues para vagabundos o en manicomios estatales, mientras maldecían la descomunal fata morgana25 que Philip ahora poseía, o parecía poseer. La verdad es que a él tampoco le gustaba: estaba atado a ella. La había comprado por varias razones simbólicas y presionado por su esposa. Me dijo confidencialmente que tenía para mí una inversión a prueba de tontos. La gente lo buscaba con cientos de miles de dólares para pedirle que los incluyera en el negocio, 25 Una fata morgana es un espejismo complejo o una ilusión óptica ocasionada por una inversión de la temperatura. El nombre deriva del italiano “fata Morgana”, cuyo significado es “hada Morgana”, quien según la leyenda era un hada cambiante. (N. del T.) 74 pero él los rechazaría a todos por mí. Por primera ocasión él podía hacer algo por mí. Luego puso sus condiciones. La primera condición fue que él nunca sería cuestionado: así era como hacía negocios, pero yo podía estar seguro de que él me protegería como debe hacerlo un hermano y que no había nada que temer. En los fragantes jardines de la plantación, se trasladó por un instante (nada más) al yiddish. Él velaría siempre por mis intereses. Luego se trasladó de vuelta. Me dijo que su esposa, que era la mejor mujer del mundo y la personificación del honor, respetaría los compromisos y cumpliría sus deseos con fidelidad fanática si algo le llegara a pasar a él. Su fidelidad fanática hacia él era fundamental. Me dijo que yo no entendía a Tracy. Ella era difícil de entender pero era una verdadera mujer y él no dejaría que hubiera alguna cláusula en nuestro acuerdo que la obligara formalmente. Ella se ofendería con eso y él también. Y usted no creería, señorita Rose, cómo me conmovieron todos esos clichés. Reaccioné como si un acelerador bajo su gordo pie, elegantemente calzado, inyectara sangre, no gasolina, a mi máquina mortal. Estaba loco de sentimiento y dije sí a todo. ¡Sí, sí! El plan era crear un deshuesadero para autos, el más grande de Texas, que proveería partes de autos a todo el sur de los Estados Unidos y también a Latinoamérica. Los grandes exportadores alemanes e italianos estaban notoriamente escasos de repuestos; yo mismo había vivido eso: una vez tuve que esperar cuatro meses por un estabilizador de las llantas delanteras de mi BMW que no se podía conseguir en los Estados Unidos. Pero no fue la propuesta de negocios lo que me emocionó, señorita Rose. Lo que me conmovió fue que mi hermano y yo seríamos realmente socios por primera vez en nuestras vidas. Como nuestra aventura conjunta jamás en este mundo sería Pergolesi, necesariamente tenían que ser los negocios. Yo estaba irracionalmente agitado por emociones que habían aguardado toda una vida para expresarse; ellas debieron haberse abierto camino en mi corazón a una edad muy temprana y ahora afloraban con toda su fuerza para arrastrarme a la ruina. 75 –¿Y tú qué tienes que ver con automóviles chocados? –preguntó Gerda– Y con grasa y metal y todo ese ruido. –¿Y qué ha hecho alguna vez Hacienda por la música como para que deba de recaudar la mitad de mis regalías?–, contesté. Mi esposa era una mujer educada, señorita Rose, y comenzó a releer ciertos libros y contarme de ellos, especialmente a la hora de acostarnos. Recorrimos bastante de Balzac. Père Goriot (lo que las hijas le pueden hacer a un padre), Cousin Pons (cómo un anciano inocente fue llevado a la ruina por parientes que ambicionaban su colección de arte)… Un pariente embaucador tras otro: todos ellos despiadados. Me relató la destrucción de César Birotteau, el perfumero confiado. También me leyó pasajes selectos de Marx sobre el olvido de los lazos familiares en el capitalismo. Pero jamás se me ocurrió que tales calamidades le podían ocurrir a un hombre que había leído sobre ellos. Había leído acerca de las enfermedades venéreas y jamás había contraído alguna. Además, ya era demasiado tarde para oír advertencias. En mi último viaje a Texas visité los terrenos vastos, humeantes, del deshuesadero y, camino de vuelta a la mansión, Philip me dijo que su esposa se había vuelto criadora de pit bulldogs. Puede que usted haya leído acerca de estas criaturas, que han escandalizado a los estadounidenses amantes de los animales. Son los más terroríficos de todos los perros. Parte terrier, parte bulldog inglés, de piel suave, pecho amplio, tremendamente musculosos, atacan a cualquier extraño, tanto niños como adultos. Como no ladran, no se escucha ninguna advertencia. Su intención es siempre matar y una vez que han empezado a desgarrarlo a uno, no se les puede detener. La policía, si es que llega a tiempo, tiene que dispararles. En la jaula los perros luchan y mueren en silencio. Los aficionados apuestan millones de dólares en las peleas (que son ilegales, pero ¿qué importa eso?). Las asociaciones humanitarias y los grupos de derechos civiles no saben exactamente cómo defender a éstos animales asesinos o los derechos 76 legales de sus propietarios. Hay un grupo de cabilderos en Washington que intenta exterminar la raza y, mientras tanto, los aficionados continúan experimentando, haciendo todo lo posible para crear al peor de todos los perros. Philip estaba sumamente orgulloso de su esposa. “Tracy es una maravilla ¿no?”, decía. “Hay muchísimo dinero en estos animales. Confío en que imponga una nueva moda. Sujetos de todo el país caen a cántaros para comprarle sus cachorros”. Me llevó a las perreras para presumirme a los pit bull. Mientras pasábamos, los perros se abalanzaban sobre las mallas metálicas y mostraban los dientes. No disfruté visitar las perreras. Yo mismo apretaba los dientes. Philip tampoco estaba de ningún modo a gusto con los animales. Era su propietario, eran sus posesiones, pero él no era el amo. Tracy, que apareció de entre los perros, me saludó silenciosamente con la cabeza. Los perros toleraban a los empleados negros que les llevaban la carne. “Pero Tracy –dijo Philip– es su diosa”. Debí estar asustado porque no se me ocurrió nada satírico o cáustico qué decir. Ni siquiera se me ocurrieron remedos graciosos para Gerda en casa, cuyo entretenimiento era una de mis preocupaciones en esos días tristes. Pero como hombre reflexivo, que es mi naturaleza, intenté relacionar la crianza de estos perros terribles con el ánimo del país. Los pros y los contras del asunto añaden algunas líneas curiosas al perfil espiritual de Estados Unidos. Hace no mucho, una señorita le escribió al Boston Globe que había sido una falta de juicio de los Padres Fundadores no considerar el bienestar de los perros y los gatos en nuestra democracia, siendo la gente como es. Los Fundadores fueron muy indulgentes con la perversidad humana, decía, y la Carta de Derechos debería haber contenido cláusulas para la seguridad de aquellos inocentes que son forzados a depender de nosotros. La primera conexión que me vino a la cabeza fue que el igualitarismo ahora se extendía a los gatos y a los perros. Pero no es simple igualitarismo, es la fusión de 77 especies diferentes; la línea que separa al hombre de los otros animales se está volviendo borrosa. Un perro le dará simples verdades honestas como las que nunca podrá obtener de un amante o de un padre. Creo recordar de los treintas (¿o lo leí en las memorias de Lionel Abel?) cuán escandalizado estaba el francés surrealista André Breton cuando visitó a León Trotsky en el exilio. Mientras los dos hombres discutían acerca de la Revolución Mundial, el perro de Trostky se acercó para que lo acariciaran y Trostky dijo: “Éste es mi único amigo verdadero”. ¿Qué? ¿Un perro, el amigo de este teórico marxista, del héroe de la Revolución de Octubre, del fundador del Ejército Rojo? Breton podía recomendar actos simbólicos surrealistas, como disparar al azar contra una multitud en la calle, pero ser sentimental con un perro como cualquier burgués era escandaloso. Los psiquiatras de hoy no se escandalizarían. Cada vez un número mayor de pacientes a los que les preguntan a quién quieren más responden: “A mi perro”. A este paso, un perro en la Casa Blanca se convierte en una posibilidad real. No un pit bulldog, ciertamente, pero sí un lindo golden retriever cuyo veterinario sería secretario de Estado. No le comenté estas reflexiones a Gerda. Ni tampoco le dije que Philip tampoco estaba bien, para no inquietarla. Él había estado viendo a un doctor. Tracy lo tenía en un programa de acondicionamiento físico. Por las mañanas él entraba al anexo a la recámara principal, donde había sido instalado el más moderno equipo de gimnasio. Con unos shorts extralargos de seda (cuyo diseño supongo se inspiraba en el whiskey sour pues estaban decorados con rebanadas de naranja que semejaban ruedas), se colgaba con sus brazos gordos en los aparatos relucientes, corría en la caminadora con odómetro y arrastraba las pesas. Cuando se ejercitaba en la bicicleta Exercycle, las ruedas naranja de sus calzoncillos intensificaban la ilusión óptica de las ruedas de un vehículo en movimiento, pero él no iba a ninguna parte. ¡Las cosas extrañas que se descubría haciendo en su papel de hombre rico, la posición falsa en la que se encontraba! 78 Sus hijos adolescentes eran unos pueblerinos incultos. El druídico musgo español vibraba con las sacudidas de la música rock. Los perros criados para la crueldad aguardaban su oportunidad. Parecía que mi hermano sólo era el mayordomo de su esposa y sus hijos. Aun así, él quería que lo viera hacer sus ejercicios e impresionarme con su fuerza. Mientras hacía lagartijas, sus tetas flácidas tocaban el suelo antes que lo hiciera su barbilla, pero su rostro severo censuraba cualquier comentario cómico que yo me hubiera sentido inclinado a hacer. Yo era convocado para atestiguar que bajo la grasa había un bloque de fuerzas primitivas, un corazón poderoso en su torso, grandes venas en su cuello e hileras de músculos a lo largo de su espalda. “Yo no puedo hacer nada de eso”, le dije, y de verdad no podía, señorita Rose. Mi trasero es como una mochila a la que se le han zafado las correas. No hice comentarios porque yo era un asociado que había invertido $600,000 en restos de autos oxidados. Tres kilómetros detrás del parque privado había grúas y compactadores y cientos de metros cuadrados se llenaban de tronidos metálicos y polvo. Para entonces comprendía que la verdadera fuerza detrás de esta empresa era la esposa de Philip, una rubia, rechoncha y baja, con autosuficiencia de marimacha, tan densa como un meteorito y, de algún modo, igualmente lunática. Pero no, yo era el lunático, mientras que ella era intrincadamente astuta. ¡Y la mayoría de mis nociones conyugales derivaban de la gentileza y la diligencia de mi propia Gerda! Durante esta última visita al Hermano Philip, intenté que me hablara de Madre. El interés que él sentía por ella era mínimo. El afecto familiar no era lo suyo. Todo lo que tenía era para la nueva familia, para la familia vieja, nada. Dijo que no podía recordar Hammond, Indiana, o el bulevar Independencia. “Tú eres el único por el que siempre me preocupé”, dijo. Él estaba consciente de que teníamos dos hermanas muertas, pero no recordaba sus nombres. 79 Sin siquiera tratarlo, él estaba más adelantado que André Breton y nunca podría ser superado. El surrealismo no era una teoría, era una anticipación del futuro. –¿Cuál era el verdadero nombre de Chink? –, preguntó. –¿Qué, te has olvidado del nombre de Helen? Estás mintiendo –reí–. Luego me vas a decir que no te acuerdas tampoco de su esposo. ¿Qué me dices de Kramm? Él te compró tu primer par de pantalones. ¿O de Sabina? Ella te consiguió el trabajo en la tienda de cubetas en el Centro. –Ellos se desvanecen de mi memoria –dijo– ¿Por qué habría de conservar esos recuerdos polvorientos? Te tengo a ti para que me des detalles si lo deseo. Tú tienes semejante trauma con la memoria; ¿y de qué te sirve? A medida que envejezco, señorita Rose, no rechazo esas opiniones o puntos de vista sino que tiendo a tomarlos en cuenta. Cierto, yo dependía de la memoria de Philip. Quería que recordara que éramos hermanos. Confiaba en que había invertido mi dinero de forma segura y que viviría de los ingresos que dejaran los autos chocados: veranos en Córcega, cercana a Londres al inicio de la temporada de conciertos. Antes de que los árabes encarecieran los precios de los inmuebles en Londres, Gerda y yo hablamos de comprar un departamento en Kensington. Pero esperamos y esperamos y no había ni un solo reparto de utilidades de la sociedad. “Vamos de maravilla, –decía Philip– para el próximo año podré hipotecar de nuevo y entonces tú y yo tendremos más de un millón para repartirnos. Hasta entonces, te tendrás que conformar con los descuentos fiscales”. Empecé a hablarle de nuestra hermana Chink, pensando que mi único recurso era remover aquellos sentimientos familiares que pudieran haber sobrevivido en esta atmósfera en la que el musgo español se electrizaba con la música rock (y donde en la parte trasera los perros pitbull se ahogaban silenciosamente en la violencia de sus instintos sanguinarios). Recordé que habíamos oído música muy distinta en el bulevar Independencia. Chink tocaba 80 “Jimmy Had a Nickel” en el piano, y el resto de nosotros cantaba el coro, o lo gritaba. ¿Acaso Philip recordaba que Kramm, manejaba un camión de refrescos (le decíamos Kramm de cariño, porque idolatraba a Helen, a quien le decía Chink26) y podía lanzar con precisión una caja llena de botellas dentro la pequeña apertura en la punta de la pirámide? No, el camión de refrescos no estaba apilado exactamente como una pirámide, era un zigurat. –¿Qué es un zigurat? –Es una construcción asiria o babilona –expliqué– con terrazas, que no termina en una punta. –Enviarte a la universidad fue un error –dijo Philip– aunque no sé para qué otra cosa hubieras podido servir. Nadie más pasó del bachillerato… Kramm era un buen tipo, supongo. –Sí –dije– Chink hizo que Kramm pagara mi colegiatura. Kramm había sido soldado de infantería en la Primera Guerra Mundial: ¿acaso Philip recordaba eso? Kramm era regordete pero fuerte, de cara rechoncha, piel lisa como un samoano, y relamía su pelo negro hacia atrás a la manera de Valentino o George Raft. Nos mantenía a todos, pagaba la renta. Nuestro papá, durante la Depresión, vendía alfombras de puerta en puerta a las granjeras del norte de Michigan. Él no podía pagar la renta. De todo a todo, el mantenimiento de la gran casa se convirtió en la responsabilidad de Madre, y si ella desde antes ya estaba un poco tocada, melodramática, a los cincuenta pareció volverse demente. Había algo castrense en la manera en la que se hacía cargo de la casa. Su centro de mando era la cocina. Se le debía de dar de comer a Kramm porque él nos daba de comer a nosotros, y era un gran tragón. Ella cocinaba frascos de col rellena y chop suey para él. Él solo se podía engullir un balde de sopa y despacharse un pastel de piña completo. Madre compraba, pelaba, cortaba, hervía, freía, rostizaba y horneaba, servía y lavaba. Kramm comía hasta la saciedad y luego, por la noche, podía levantarse en pijama, y caminar dormido. Iba directo a la 26 “Chink” es un término polivalente en inglés que en español puede significar tanto “grieta” o “resquicio” como “tintineo” (N del T.) 81 hielera. Recuerdo una noche de verano cuando lo vi partir naranjas a la mitad y abalanzarse sobre ellas con los dientes. En su sonambulismo, sorbió como una docena de ellas, y entonces lo vi volver de nuevo a la cama, mientras su vientre lo dirigía hasta la puerta correcta. –Y apostaba en un tugurio llamado “La herradura de diamante”, en Kedzie y Lawrence–, dijo Philip. Sin embargo, él no tenía la intención de dejarse arrastrar por la remembranza. Empezó a reír, un poco, pero permaneció básicamente sombrío, reservado. Claro. Había iniciado una de sus mayores estafas. Cambió de tema. Me preguntó si no admiraba la forma en la que Tracy dirigía su gran finca. Ella era una maga. No necesitaba de decoradores de interiores: ella misma había decorado todo el lugar. Todos los lienzos eran portugueses. Los jardines eran maravillosos. Sus rosas ganaban premios. Los aparatos eléctricos nunca daban problemas. Era una cocinera cordon bleu. Cierto, los chicos eran problemáticos, pero ahora así eran los chicos. Era una magnífica psicóloga, y los pequeños bastardos estaban bien adaptados en general. Tan sólo eran muchachos estadounidenses. Su mayor satisfacción radicaba en que todo era muy estadounidense. Todo era una hechura plenamente estadounidense. Para desayunar, si yo llamaba persistentemente a la cocina, podía almorzar café soluble frío y una rebanada de pan Wonder. Me lo llevaban al cuarto una negra que no respondía preguntas. ¿Tenían huevo, una pieza de pan tostado, una cucharada de mermelada? Nada. Me ofende profundamente el que no me den de comer. Mientras esperaba sentado a que llegara la sirvienta con el café soluble frío y el pan que parecía algodón absorbente, preparaba y pulía comentarios que podría hacerle, considerando cómo conseguir un balance entre la sátira y el interés humano. Era una pérdida de tiempo intentar alcanzar un nivel humano común con los sirvientes. Era obvio que yo era un invitado sin importancia, señorita Rose. Nadie me 82 escuchaba. Casi podía escuchar cómo se instruía a los sirvientes para “volverse descuidados en sus antiguos deberes” o “Usasen cuanta tediosa negligencia desearan”: las palabras de Goneril en El rey Lear27. Además, el cuarto que me habían dado había sido ocupado por una de las niñas pequeñas, que ahora era demasiado grande para él. El papel tapiz, con ilustraciones de Simón el Simple y Goosey Gander, parecía entonces inapropiado (ahora parece agudamente pertinente). Y yo estaba obligado a escuchar los elogios de mi hermano a su esposa. Una y otra vez me contó cuán sabia y buena era, cuán lista y tierna madre, qué brillante anfitriona, respetada por la gente más refinada que poseía las fincas más grandes. Y una consejera astuta. (¡Eso sí lo podría creer!) Además era una cálida partidaria cuando él estaba ansioso, una amante llena de energía, y le daba a él lo que nunca había tenido antes: paz. Y yo, señorita Rose, con $600,000 atorados ahí, estaba obligado a seguirle la corriente, asintiendo con la cabeza como un imbécil. Forzado a suscribir todas sus continuas falsedades, refrendando la cuenta de todas las bondades que él se vendía a sí mismo, yo musitaba las palabras que él necesitaba para completar sus oraciones. (¡Cómo se hubiera reído de mí Walish!). La muerte respiraba sobre los dos extraños hermanos con la mismísima fragancia del aire subtropical: magnolia, madreselva, azahar, o lo que demonios sea que fuera, resoplando en nuestras caras. Lo más extraño de todo fue la última confesión de Philip (¡falsa!). Para que sólo yo lo escuchara, me susurró en yiddish que nuestras hermanas habían chillado como papagayas,28 que por primera vez en su vida él tenía paz ahí, tranquilidad doméstica. Mentira. Había música rock amplificada. Tras este lapsus, se contradijo a sí mismo con creces. Para cenar en familia, fuimos en dos carros Jaguar a un restaurante chino, un enorme escaparate construido en círculos, o pozos-comedor, con mesas resaltadas como los timbales de una orquesta. Ahí, Philip hizo una 27 King Lear, acto I. escena 3. (N. del T.) 28 En español en el original, posteriormente Bellow añade su significado en inglés entre paréntesis. (N. del T.) 83 escena. Ordenó demasiados hors d’ouevres y cuando la mesa estaba atiborrada de platos mandó llamar al gerente para quejarse de que lo estaban estafando: él no había pedido porciones dobles de estos wontons fritos, rollos de huevo y costillas asadas. Y cuando el gerente se negó a llevarse los platos Philip fue de mesa en mesa con rollos primavera y costillas diciendo: “¡Tengan! ¡Gratis! ¡Yo invito!”. Los restaurantes siempre lo alborotaban, pero esta vez Tracy le ordenó que se comportara. Dijo: “Basta Philip, venimos aquí a comer, no a elevarle la presión arterial a todo el mundo”. Sin embargo, minutos después él fingió que había encontrado una piedra en su ensalada. Yo había visto esto antes. Llevaba una piedra en su bolsillo para este propósito. Incluso los chicos lo sabían, y uno de ellos me dijo: “Se la pasa haciendo esto, tío”. Me sobresaltó el que me llamara tío. Téngame un poco de paciencia, señorita Rose. Le cuento las cosas tan rápido como puedo. No tengo a nadie con quien hablar en Vancouver, salvo la anciana señorita Gracewell, y con ella tengo que viajar en nubes esotéricas. Al fingir que se había quebrado el diente, Philip había cambiado del estilo de vida estadounidense de las revistas para mujer (una esposa encantadora, una casa hermosa, los más altos estándares de normalidad) a aquel de los pueblerinos incultos: que le gritan a los orientales mientras le ordenan a sus hijos que los comuniquen por teléfono con su abogado. La idiosincrasia prosaica de los brutos estadounidenses ricos. Pero uno ya no puede ser un prosaico sin una alta sofisticación que rivalice con la sofisticación de lo que uno odia. Sin embargo, no tiene caso hablar de la “falsa conciencia” o cualquiera de esas patrañas. Philly se había puesto en las manos de Tracy para adoptar el estilo de vida estadounidense. Para conseguir este privilegio (obsoleto), pagó con su alma. De cualquier modo, puede que él jamás haya estado absolutamente seguro de que hubiera semejante cosa como el alma. Lo que resentía de mí era que no paraba de insinuar que las almas existían. ¿Qué era yo, un rabí reformista o algo así? Salvo en un servicio funerario, 84 Philip no toleraría a Pergolesi por más de dos minutos. ¿Y acaso no estaba yo –olvídese de Pergolesi– buscando una inversión jugosa? Cuando Philip murió al poco tiempo, puede que usted haya leído en los diarios que estaba involucrado con una banda del Medio Este que traficaba partes de autos, ladrones que robaban autos de lujo y los desmantelaban para exportar sus partes a América Latina y al resto del Tercer Mundo. Sin embargo, el crimen de Philip no eran las tiendas de partes robadas. Con el crédito que consiguió con mi dinero, la sociedad adquirió y revendió tierras, pero muchas de estas propiedades carecían de título legítimo: había embargos sobre ellas. Los compradores estafados presentaron demandas. Surgieron grandes problemas. Tras ser condenado, Philip apeló y luego violó su libertad bajo fianza y huyó hacia México. Ahí fue secuestrado mientras trotaba en el Parque de Chapultepec. Sus secuestradores eran cazarrecompensas. Las compañías afianzadoras a las que les había enjaretado el problema habían ofrecido una recompensa por su captura. Hay especialistas que secuestran gente, señorita Rose, si la suma es lo suficientemente grande como para correr el riesgo. Luego de que Philip fue traído de vuelta a Texas, el gobierno mexicano inició un proceso de extradición aduciendo que había sido sustraído ilegalmente, como, en efecto, lo había sido. Mi pobre hermano murió mientras hacía lagartijas en el patio de una prisión de San Antonio durante la hora de ejercicio. Así fue el final de sus pintorescas batallas. Tras haberlo llorado, y haber tomado medidas para resarcirme de mis pérdidas con su herencia, descubrí que él no tenía bienes en su patrimonio. Había puesto toda su fortuna a nombre de su esposa e hijos. A mí no podían acusarme de los delitos de Philip pero, dado que él me había hecho asociado suyo, sus acreedores me demandaron. Contraté al señor Klaussen, a quien perdí por 85 el comentario que hice en el lobby de su club sobre electrocutar a la gente del comedor. Admito que la broma era acerba, aunque no más acerba de lo que la gente generalmente piensa, pero el nihilismo también tiene sus límites, y los profesionales no pueden permitir que sus clientes hagan semejantes bromas. Klaussen pintó su raya. Así que a la muerte de Gerda me hallé en las manos de su energético pero desequilibrado hermano, Hansl. Él decidió, con fundamento suficiente, que yo era un incompetente y dado que es un creyente en las acciones expeditas, tomó medidas dramáticas, y pronto me colocó en mi situación actual. ¡Vaya situación! Dos hermanos prófugos, uno hacia el sur y el otro en dirección norte encarando la extradición. Ninguna compañía afianzadora enviará a cazarrecompensas por mí. No valgo la pena para ellos. Y pese a que Hansl había prometido que estaría a salvo en Canadá, no se molestó en revisar él mismo el fundamento legal. Una de sus pasantes lo hizo por él, y dado que era una chica lista y sexy, él no consideró necesario revisar sus conclusiones. Cuando mis partidarios bien informados me preguntan quién me representa se impresionan cuando les digo quién. Comentan: “¿Hansl Genauer? Un tipo realmente listo. No tienes de qué preocuparte”. Hansl se viste muy elegantemente, con trajes y camisas de Hong Kong. Es un hombre delgado, que se comporta como violinista concertante y tiene un comportamiento que, como comportamiento, es plenamente convincente. Por la memoria de su hermana (“Tuvo una vida maravillosa contigo, dijo ella hasta el último momento”) él era, o intentaba ser, mi protector. Yo era un pobre viejo, desolado, incompetente, próspero por accidente, estúpidamente confiado, embaucado del todo. –Tú hermano te chingó de lo lindo. Él y su esposa. –¿Ella era parte en esto? –Piénsalo un poco. ¿Ha respondido alguna de tus cartas? 86 –No. Ni una sola, señorita Rose. –Déjame decirte cómo creo que fueron las cosas, Harry –dijo Hansl–, Philip quería impresionar a su esposa. Él le temía. Debido a ese terror, él deseaba hacerla rica. Ella le dijo que ella era la única familia que él necesitaba. Para probarle que confiaba en ella, él tenía que sacrificar su vieja sangre ante la nueva sangre. Algo como: “Te daré la vida de tus sueños, todo lo que tienes que hacer es degollar a tu hermano”. Él hizo su parte, acumuló lana, lana y más lana, de cualquier modo, no creo que tú le agradaras a él, y puso todo el botín a nombre de ella. Para que cuando él muriera, cosa que nunca iba a ocurrir…”. La inteligencia es el instrumento que toca Hansl: lo toca frenéticamente, arqueándolo con elegancia como si estuviera acomodando la estructura de una sonata, frase por frase, ante su retardado cuñado. ¿Qué necesidad tenía yo de su rasgueo? ¿Acaso no hay nadie, Dios mío, de mi lado? Mi hermano me agarró por el lado de mi cariño imprevisor como uno agarraría a un conejo por las orejas. Hansl, ahora encargado de mi caso, analizó la traición para mí, hasta las más finas fibras de sus lazos fraternos, y esto demostró que estaba completamente de mi lado, ¿cierto? Revisó las cuentas de la sociedad, que yo nunca me había molestado en revisar, señalando las fechorías de Philip. –¿Ves? Estaba rentando las tierras de su esposa, la dueña nominal, para el deshuesadero, y cada año ese cerdo se pagaba a sí mismo una renta de noventa y ocho mil dólares. Allí se fueron tus ganancias. Hay más movidas de este tipo por todas las hojas de balance. Mientras, tú planeabas veranos en Córcega. –Yo no estaba hecho para los negocios. Me doy cuenta de eso. –Tu querido hermano era un estafador de tiempo completo. Bien pudo establecer un servicio de llamadas 01 800 FRAUDE. Pero tú también provocas a la gente. Cuando Klaussen me 87 entregó tu expediente, me contó las cosas ofensivas y perversas que dijiste. Él decidió entonces que no podía representarte más. –Pero no devolvió la parte restante del jugoso adelantó que le di. –Yo te estaré vigilando ahora. Gerda ya no está y eso me deja a mí encargado de que las cosas no empeoren: el único adulto de nosotros tres. Mis clientes con mayores problemas son los que son más leídos. Si me preguntas, lo que llaman cultura causa más que nada confusión e impide su desarrollo. Me pregunto si algún día entenderás el porqué dejaste que tu hermano te embaucara de la forma en que lo hizo. El universo nefasto de Philip me usó para sus propios fines. No obstante, yo me acerqué a él en espera de beneficios, señorita Rose. Yo no estaba libre de culpa. Y si él y su gente –contadores, gerentes, su esposa– me obligaron a sentir lo que ellos sentían, me colonizaron con sus realidades, incluso con sus humores cotidianos y se encargaron de que yo sufriera todo lo que ellos tenían que sufrir, fue mi idea, a final de cuentas. Yo quise utilizarlos a ellos. Nunca volví a ver a mi cuñada, ni a sus hijos, ni el parque en el que vivían, ni a los pit bulldogs. “Esa mujer es una verdadera genio en leyes”, dijo Hansl. Hansl me dijo: “Mejor transfieres lo que te queda, tu cuenta de fideicomiso, a mi banco, donde puedo cuidar de ti. Tengo buena relación con los ejecutivos de ahí. Los chicos son eficientes, sin transas. Ellos se harán cargo de ti.” Ya se habían hecho cargo de mi con anterioridad, señorita Rose. Walish estaba absolutamente en lo cierto acerca de “la vida del sentimiento” y la gente que vive conforme a ella. Los sentimientos son como sueños y los sueños generalmente se tienen en la cama. Evidentemente, yo estaba buscando todo el tiempo un lugar seguro en el cual recostarme. 88 Hansl ofreció hacer arreglos seguros para que yo no tuviera que desgastarme con los asuntos financieros y litigiosos, que eran demasiado estresantes y laberínticos y perturbadores; así que acepté su propuesta y nos reunimos con un directivo de su banco. De hecho, el banco lucía como una institución añeja y respetable, con alfombras orientales, pesado mobiliario tallado, pinturas del siglo diecinueve, y decenas de metros cuadrados de ambiente financiero sobre nosotros. Hansl y el vicepresidente que iba a hacerse cargo de mí iniciaron hablando de nimiedades acerca del mercado accionario, las movidas en el Ayuntamiento, los pronósticos para los Osos de Chicago, las intimidades con un par de chicas en un bar de la calle Rush. Me di cuenta de que Hansl necesitaba desesperadamente los puntos que estaba obteniendo por llevar mi cuenta al banco. No le estaba yendo bien. Aunque se suponía que nadie debía decirlo, yo estaba consciente de ello. Me pusieron delante muchos formatos, los cuales firmé. Luego pusieron en la mesa dos cartas finales justo cuando mi inercia para firmar parecía irreversible. Pero apliqué el freno. Le pregunté al vicepresidente para qué eran esas formas y me dijo: “Si usted está ocupado, o fuera de la ciudad, éstas le darán al señor Genauer la facultad de negociar por usted: vender o comprar acciones a nombre de usted”. Me metí las cartas en el bolsillo mientras comentaba que las llevaría a casa conmigo y las enviaría por correo. Pasamos al siguiente punto del negocio. Hansl me hizo una escena en la calle, alejándome de las grandes puertas del banco hacia un callejón estrecho del Centro. Atrás de la cocina de un expendio de hamburguesas, me leyó la cartilla. –Me humillaste–, me dijo. –No discutimos un poder notarial por anticipado. Me tomaste completamente por sorpresa. ¿Por qué me saliste con eso? –, le respondí. 89 –¿Me estás acusando de intentar hacerte una jugarreta? Si no fueras el esposo de Gerda te mandaría a volar. Me acabas de desautorizar en frente de un socio financiero. No te comportaste así con tu propio hermano, y por afecto yo soy más cercano a ti de lo que él era por sangre, tarado. No hubiera negociado tus títulos sin notificarte. Él tenía lágrimas de ira. –Por amor de Dios, alejémonos de este ventilador de cocina –dije– estos vapores me enferman. –¡Estás fuera! ¡Fuera! –, gritó. –Y tú estás dentro. –¿Dónde demonios más se puede estar? Señorita Rose, estoy seguro de que usted ha comprendido de lo que hablábamos. Estábamos hablando del vórtice. Una bonita palabra para denominarlo es la francesa le tourbillon, o el torbellino. Yo no estaba fuera de él: sólo tenía mi proyecto para salir de él. Esto ha sido un caso de desorientación, querida. Sé que hay un estado adecuado para cada uno de nosotros. Y en tanto yo no esté en el estado adecuado, el estado de percepción para el que estaba orientado o destinado a estar, debo asumir la responsabilidad por la infelicidad que los demás sufren debido a mi desorientación. Hasta que esto termine sólo pueden haber errores. Por decirlo de otro modo, mis ensoñaciones de orientación o de verdadera visión se burlan de mí con sugestiones de que el mundo en el cual yo –junto con los demás– vivo mi vida es una invención, un parque de diversiones que, pese a todo, no divierte. Se asemeja, si usted me sigue, al parque privado de mi hermano, que se suponía que debía demostrar mediante signos externos que él había labrado su camino hacia el centro mismo de lo real. Philip había preparado el escenario, lo había pagado con desfalcos, pero no tenía nada qué colocar en él. Fue forzado a escapar, fue perseguido por cazarrecompensas que lo secuestraron en 90 Chapultepec, y todo lo demás. Con su peso, a esa altitud, entre la contaminación de la Ciudad de México, salir a trotar era suicida. Ahora bien, Hansl se dio a entender, porque estaba listo para responderme cuando le dije: –Esos títulos no se pueden vender. ¿No te das cuenta? Los acreedores han hecho un inventario legal de todas mis propiedades. –Bonos, principalmente. –dijo– Es ahí donde puedo burlarlos. Copiaron esa lista hace dos semanas y ahora está en el expediente de sus abogados y no la verificarán en varios meses. Ellos creen que ya te tienen, pero esto es lo que haremos: vendemos los bonos viejos y compramos bonos nuevos para reemplazarlos. Cambiamos todos los números de serie. A ti sólo te costará la comisión del corredor. Entonces, cuando llegue el momento, ellos se darán cuenta de que tienen asegurados bonos que tú ya no posees. ¿Cómo le harán para rastrear los números nuevos? Y para entonces yo ya te habré sacado del país. En este punto, la piel de mi rostro se había vuelto intolerablemente rígida, lo que indicaba un error mayor, un mayor horror anticipado. Y, al mismo tiempo, la tentación. La gente me había dado una tunda, sin represalias, hasta el momento. Lo que pensé fue: Es hora de que yo haga un movimiento audaz. Estábamos en el estrecho callejón en medio de dos enormes instituciones del centro (el expendio de hamburguesas estaba encajonado en medio). Un camión armado de Brink a duras penas hubiera podido escabullirse entre las colosales paredes negras contiguas. –¿O sea que puedo sustituir los viejos bonos con otros nuevos, y que puedo venderlos desde el extranjero si lo deseo? Al ver que yo empezaba a apreciar la exquisita dulzura de su esquema, Hansl mostró una maravillosa sonrisa y dijo: 91 –Y lo harás. Esa es la lana con la que vivirás. –Es una idea alocada–, dije. –Puede que lo sea, pero ¿deseas pasar el resto de tu vida peleando en los tribunales? ¿Por qué no dejas el país y vives tranquilamente en el extranjero con lo que queda de tus bienes? Escoge un lugar donde el dólar sea fuerte y pasa el resto de tu vida haciendo estudios musicales o lo que demonios se te antoje. Gerda, que Dios tenga en su gloria, ya no está. ¿Qué te retiene? –Nadie, salvo mi vieja madre. –¿De noventa y cuatro años? ¿Y un vegetal? Puedes poner los derechos de autor de tu libro de texto a su nombre y las regalías se ocuparán de ella. Así que nuestro siguiente paso es revisar algo de derecho internacional. Hay una chica sensacional en mi despacho. Estaba en el Yale Law Journal. No puedes conseguir una más inteligente. Ella te encontrará un país. Haré que prepare un reporte sobre Canadá. ¿Qué te parece la Columbia Británica, a donde se retiran los canadienses viejos? –¿A quién conozco ahí? ¿Con quién voy a platicar? ¿Y qué pasará si los acreedores me persiguen? –No te queda mucha lana. No vale tanto la pena para ellos. Se olvidarán de ti. Le dije a Hansl que consideraría su propuesta. Tenía que ir a visitar a Madre en el asilo. El asilo estaba decorado con la intención de que todo pareciera normal. Su cuarto era muy parecido a cualquier cuarto de hospital, con helechos de plástico y cortinas a prueba de incendio. Las sillas, que asemejaban mobiliario de jardín de acero forjado, también eran sintéticas y livianas. Yo tenía problemas con los helechos. Me desagradaba tener que tocarlos para ver si eran reales. Era un reflejo sobre mi relación con la realidad que no podía distinguir 92 de un vistazo. Pero luego mi Madre tampoco me reconoció, lo que era un asunto más complejo que los helechos. Prefería ir a la hora de las comidas, porque ella tenía que ser alimentada. Alimentarla era infinitamente significativo para mí. Yo sustituía al enfermero. Hacía mucho que había desistido en decirle: “Soy Harry”. Ni tampoco esperaba un reconocimiento por alimentarla. Solía sentir que yo había heredado algo de su loca naturaleza y su amor por la vida, pero ahora era inútil tener semejantes pensamientos. Le traían la charola y el enfermero le amarraba el babero. Ella tragaba de buena gana la sopa de crema de zanahoria. Cuando la animaba, ella asentía con la cabeza. Señales de reconocimiento: ninguna. Dos caras de la antigua Kiev, protuberancias similares en la frente. Vestida con su bata de hospital, llevaba un hilo de lápiz labial en su boca. La piel cuarteada de sus mejillas también le daba color. No permanecía callada en lo absoluto, hablaba de su familia, pero a mí no me mencionaba. –¿Cuántos hijos tiene? –, pregunté. –Tres: dos hijas y un hijo, mi hijo Philip. Los tres estaban muertos. Quizás ella estaba ya en contacto con ellos. Poco de la realidad aún permanecía en esta vida; tal vez ellos habían hecho contacto de otra manera. En el censo de los vivos, a mí no me contaba. –Mi hijo Philip es un empresario astuto. –Oh, lo sé. Ella se sobresaltó, pero no preguntó por qué lo sabía. Mi asentimiento con la cabeza parecía indicarle que yo era un tipo con muchos contactos, y eso le bastaba a ella. –Philip es muy rico–, dijo. –¿Lo es? 93 –Millonario, y un hijo maravilloso. Solía darme dinero. Yo lo depositaba en Ahorros Postales. ¿Tiene usted hijos? –No, no tengo. –Mis hijas vienen a visitarme. Pero el mejor de todos es mi hijo. Él cubre todos mis gastos. –¿Tiene usted amigos en este lugar? –Ninguno. Y no me gusta este lugar. Estoy adolorida todo el tiempo, especialmente en mis caderas y mis piernas. Sufro tanto que hay días en los que creo que debería saltar por la ventana. –¿Pero usted no hará eso? ¿O sí? –Bueno, me digo: “¿Qué harían Philip y las chicas con una madre inválida?” Dejé que la cuchara se resbalara en la sopa y solté una risa aguda. Fue tan abrupta y penetrante que la despabiló para examinarme. Nuestra cocina en el bulevar Independencia alguna vez estuvo repleta de esos gritos de cacatúa, principalmente femeninos. En los días de antaño las Shawmut se sentaban en la cocina mientras se cocinaban gigantescas comidas, frascos de col rellena, rebanadas de pecho de ternera. Pasteles de piña glaseados con azúcar morena salían del horno. No había voces bajas ahí. En esa jaula de pájaros uno no se podía hacer escuchar a menos que también chillara, y cuando niño había aprendido a gritar como el resto, como una de esas operísticas mujeres- pájaro. Eso era lo que Madre escuchaba ahora provenir de mí, el sonido de una de sus hijas. Pero yo no tenía un peinado bufonesco, era calvo y usaba bigote, y no había delineador en mis párpados. Mientras me observaba, limpié su cara con la servilleta y continúe alimentándola. –No te sobresaltes Madre, te vas a lastimar tú sola. Pero aquí todo el mundo la llamaba Madre; no había nada personal en ello. Me pidió que prendiera el televisor para que pudiera ver Dallas. 94 Le dije que todavía no era hora, y la entretuve cantándole pedazos del Stabat Mater. Canté: “Eja mater, fonsamo-o-ris”29. La música sacra de cámara de Pergolesi (distinta a sus misas formales para la iglesia napolitana) no era de su gusto. Yo amaba a mi madre, por supuesto, y ella alguna vez me amó a mí. Recuerdo bien cuando me lavaba el pelo con una gruesa barra de jabón de Castilla y lo afligida que estaba cuando yo lloraba por el jabón en mis ojos. Cuando ella me vestía con un traje de pongís (pantalones cortos de seda China) para mandarme a una fiesta sorpresa, me besaba extáticamente. Éstos eran sucesos que bien pudieron haber ocurrido justo antes de la Rebelión de los Boxer o en las callejuelas de Siena hace seis siglos. Bañar, peinar, vestir, besar: éstas son ahora antigüedades remotas. Conforme crecí, no había forma de mantenerlas. Cuando estaba en la universidad (me enviaron a estudiar ingeniería eléctrica pero yo me fugué hacia la música) solía divertirme diciendo, cuando los estudiantes bromeaban acerca de sus familias, que como yo nací justo antes del Sabbath, mi madre estaba demasiado ocupada en la cocina como para tener tiempo para el parto y mi tía tuvo que darme a luz. Besé a la vieja chica: la sentí más liviana que el mimbre. Pero yo me preguntaba qué había hecho para merecerme este olvido, y por qué el gordo malhechor de Philip tuvo que haber sido su favorito, el hijo verdadero. Bueno, él no le mintió respecto a Dallas, ni trató de resucitar las emociones de ella para beneficio de él, apelar a su memoria maternal con música cristiana (latín del siglo catorce de J. da Todi). Mi madre, tres cuartas partes de ella perdidas ya, y mi hermano –¿quién sabe dónde lo enterró su esposa?– habían sido ambos leales al mundo estadounidense de hoy y sus bulliciosos intereses materiales. En consecuencia, Philip le hablaba a su entendimiento. Yo no. Al agitar mis largos brazos para conducir la Gran Misa de Mozart o el Salomón de Handel, me dejé arrastrar hacia lo sublime. Así que por muchos años yo no tuve 29¡Oh tú, Madre! ¡Fuente de amor! (N. del T.) 95 sentido, le había hablado en una lengua extraña a mi madre. ¿Qué tenía ella para recordarme? Hacía medio siglo que me había rehusado a entrar en su acto de cocina. Ella había pertenecido al regimiento universal de las madres de Stanislavski. Durante los años veinte y los treinta, esas mujeres se hacían fuertes en miles de cocinas a lo largo del mundo civilizado desde Salónica hasta San Diego. Le habían advertido a sus hijas que los hombres con los que se casarían serían violadores a los que se debían someter con obediencia. Y cuando le dije que me iba a casar con Gerda, Madre abrió su bolso y me dio tres dólares diciendo: “Si tanto lo necesitas, vete a un burdel”. Puro melodrama, claro. “Dándome cuenta de cuánto sufrimos”, como escribió Ginsberg en “Kadish”, yo estaba perversamente atormentado. Había ido a tomar una decisión respecto a Ma, y era posible que estuviera manoseando el mazo, acomodando las cartas, diciéndome a mí mismo, señorita Rose: “Siempre fui yo el que se hizo cargo de esta demente, afligida, calamitosa, temblorosa vieja madre, no Philip. Él estaba demasiado ocupado haciendo de sí mismo un estadounidense imperial”. Sí, así fue como lo dije, señorita Rose, e incluso fui más allá. La culminación del acrecentamiento de Philip fue torpedearme. Dio justo en mi línea de flotación, un tiro directo, y mi fortuna estalló: un sacrificio para Tracy y sus hijos. Y ahora se supone que debo de ser remolcado para el salvamento. Le soy honesto, señorita Rose, estaba enloquecido por la injusticia. Creo que usted estará de acuerdo conmigo en que no sólo había sido singularmente estúpido sino que lo seguía siendo, una figura burlesca. Yo pude haber inspirado el papel tapiz de Simón el Simple, el de la canción de cuna, del cuarto de la pequeña niña en Texas. Dado que fui brutalmente ofensivo con usted sin que mediara provocación alguna, estas revelaciones, el registro de mi estado presente, puede que le sean gratificantes. Casi cualquier anciano, elegido al azar, puede ofrecer semejantes gratificaciones a aquellos a quienes 96 ha ofendido. Uno sólo tiene que ver la lista de las cosas ciertas, el doloroso inventario. Permítame añadir que pese a que yo también tengo razones para sentirme vengativo, no he experimentado una intoxicación dionisiaca de venganza. De hecho, he tenido sentimientos de una calma en aumento y de fortaleza renovada: mi desarrollo emocional ha sido constante, no espasmódico. La compañía tejana, lo que quedaba de ella, era administrada por el abogado de mi hermano, quien respondía todas mis preguntas en hojas impresas en computadora. Había incremento en el capital, sólo en papel, pero yo también estaba obligado a pagar impuestos por ellos. Los $300,000 restantes se gastarían en el litigio si yo no huía, así que decidí seguir el consejo de Hansl incluso si esto me llevaba al Götterdämmerung30 de mis bienes restantes. Es mejor para su inocencia y tranquilidad de conciencia si usted no entiende estas explicaciones. Es hora de contraatacar, dijo Hansl. Su apariencia astuta era una estratagema. Que un hombre capaz de parecer tan astuto no fuera en realidad un genio de la intriga era la cosa más improbable del mundo. Las arrugas de astucia profunda de su sonrisa me dieron confianza en Hansl. Los bonos que los demandantes (acreedores) habían registrado se intercambiaron secretamente por unos nuevos. Se cubrieron mis huellas y yo partí a Canadá, un país extranjero en el que se habla mi propio idioma, o algo aproximado a éste. Ahí concluiría mi vida en calma, y con una ventajosa tasa de cambio. He desarrollado cierta simpatía hacia Canadá. No es sencillo compartir una frontera con los Estados Unidos. La diversión principal de Canadá –no tiene otra opción– es observar (desde un espléndido escenario) lo que sucede en nuestro país. La tragedia es que no hay otro espectáculo. Noche tras noche se sientan en la obscuridad y nos observan bajo los reflectores. 30 El ocaso de los dioses, la última de las cuatro óperas que componen el ciclo El anillo de los nibelungos de Richard Wagner. (N. del T.) 97 –Ahora que has hecho tus arreglos, puedo decirte –dijo Hansl– cuán orgulloso me siento de que contraataques. Continuar recibiendo castigo por esos pendejos sería una desgracia. El bullicioso Hansl estaba completamente desquiciado, e incluso antes de irme a Vancouver comencé a darme cuenta de eso. Me dije a mí mismo que sus extravagancias personales no se extendían a su vida profesional. Pero antes de que huyera, se le ocurrieron media docena de ideas inquietantes de lo que yo debía hacer por él. Estaba un poco resentido porque, dijo, no le había permitido hacer uso de mi prestigio cultural. Yo estaba intrigado y le pedí un ejemplo. Dijo que para empezar nunca había ofrecido recomendarlo para una membresía en el Club de la Universidad. Lo había invitado a almorzar ahí y resultó que él quedó profundamente impresionado por la elegancia de la Ivy League31, la distinción del bar, los asientos de piel y los ventanales del comedor decorados con vitrales con los escudos de las grandes universidades. Él se había graduado de De Paul, en Chicago. Había esperado que le preguntara si quería afiliarse, pero yo había sido demasiado egoísta o demasiado pretencioso para hacer eso. Dado que ahora él estaba rescatándome, lo menos que podía hacer era usar mis influencias con el comité de membresías. Entendí su punto y lo nominé de buena gana, incluso con gusto. Luego me pidió que lo ayudara con una de sus conquistas. –Son gente de Kenwood, que hizo su fortuna en el negocio de las ventas por correo. La familia es musical y artística. Babette es una viuda atractiva. Al primer marido le dio cáncer y a decir verdad me preocupa un poco seguirle los pasos, pero puedo evitarlo. No creo que me dé a mí también. Ahora bien, Babette está impresionada contigo, te ha escuchado dirigir y ha leído algunas de tus críticas musicales, te ha visto en la televisión cultural púbica. Se educó en Suiza, 31 Ivy League es el nombre que se usa generalmente para designar a ocho prestigiosas universidades de Estados Unidos: Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth, Harvard, Pennsylvania, Princeton, y Yale. Stanley Woodward, escritor deportivo del New York Herald Tribune, acuñó la frase a inicios de los años 1930. (N. del T.) 98 sabe idiomas, y éste es un caso en el que puedo aprovechar tu prestigio cultural. Lo que te recomiendo es que nos lleves a Les Nomades: cena privada sin ruido de loza. Le invité la mejor comida italiana de la ciudad en la Azotea Romana, pero ahí no sólo azotan los platos, también la intoxicaron con el glutamato de sodio en la ternera. Así que llévanos a Nomades. Puedes deducir el monto de la cuenta de mis siguientes honorarios. Siempre creí que la elegancia con la que impresionas a la gente la aprendiste de mi hermana. Después de todo, ustedes eran una familia de vendedores rusos de puerta en puerta y tu hermano era un maldito delincuente. Mi hermana no sólo te amó, te enseñó algo de estilo. Algún día se reconocerá que si ese maldito de Roosevelt no le hubiera cerrado las puertas a los refugiados judíos de Alemania, este país no estaría ahora en tantos problemas. Pudimos haber tenido diez Kissingers y nadie sabrá jamás cuánto talento científico se esfumó en los campos de concentración. Bueno, en Les Nomades, lo hice de nuevo, señorita Rose. En víspera de mi viaje estaba inexplicablemente en ese estado. Como si fuera un vaso, me llenaron hasta el punto del derrame. La joven viuda que él pretendía era atractiva de una forma a la que uno tenía que acostumbrarse. Me maravillaba que cualquiera con prognatismo pudiese hablar tan rápido, y yo diría que era un tanto incómodamente alta. Gerda, con quien se moldeó mi gusto, era una mujer pequeña, deliciosa. Sin embargo, no había motivo para hacer comparaciones. Cuando se trata de cuestiones musicales siempre trato de responderlas honestamente. La gente me ha dicho que yo soy cómicamente necio al respecto, un hombre intransigente. Babette había estudiado música, su familia era patrocinadora de la Opera Lírica, pero luego de que me preguntara mi opinión acerca de la producción de la Coronación de Popea de Monteverdi, se apoderó de la conversación, respondiendo ella misma todas sus preguntas. Quizá su reciente pérdida la había hecho nerviosamente parlanchina. Siempre me da gusto que alguien más se haga cargo de la conversación, pero esta Babette, a pesar de su protuberante labio inferior, era 99 demasiado para mí. Era una parlanchina implacable: repitió por media hora lo que había escuchado de unos parientes influyentes acerca de la política que rodeaba las franquicias de televisión por cable en Chicago. A esto siguió una larga conversación sobre películas. Yo casi no voy al cine. A mi esposa no le gustaba. También Hansl estaba perdido en toda esta discusión acerca de directores, actores, nuevos desarrollos en el tratamiento de las relaciones entre los sexos, el progreso en las ideas sociales y las políticas en la evolución del medio. Yo no tenía absolutamente nada qué decir. Pensé en la muerte y también en los temas de reflexión más apropiados de mi edad, en toda la agradable apertura de las cosas hacia el final del camino, en los linderos de la Ciudad de la Vida. No le daba mucha importancia a la plática de Babette, admiraba su gusto en el vestido, las curveadas franjas blancas y guindas de su encantadora blusa de Bergdorf. Ella estaba bien colocada. Era de imaginarse que sus hombros fueran demasiado gruesos, proporcionales a su prognatismo. Eso no le importaría a Hansl; él pensaba en el Intelecto desposando a la Riqueza. Confiaba en que no me diera un infarto en Canadá. No habría nadie que cuidara de mí, ni una Gerda discreta y gentil ni una Babette parlanchina. No me di cuenta de que uno de mis ataques se aproximaba, pero cuando estábamos frente a la puerta divisible del guardarropa y Hansl le estaba diciendo a la encargada que el de la señorita era un abrigo de marta de tres cuartos, Babette dijo: –Ahora me doy cuenta de que monopolicé la conversación, hablé y hablé toda la noche. Lo lamento… –No se preocupe. –le respondí– No dijo absolutamente nada. Usted, señorita Rose, está en la mejor posición para juzgar los efectos de semejante comentario. Al día siguiente, Hansl me dijo: 100 –No se puede confiar en ti, Harry, eres un traidor congénito. Sentía lástima por ti: por tener que vender tu coche y muebles y libros, y por tu hermano que te estafó, y tu anciana madre, y el fallecimiento de mi pobre hermana, pero no hay gratitud ni consideración en tu persona. Insultas a todo el mundo. –No me di cuenta de que iba a ofender a la señorita. –Pude haberme casado con la mujer. La tenía en la bolsa. Pero fui un idiota. Tenía que inmiscuirte a ti en esto. Y ahora, déjame decirte, que te has ganado otro enemigo. –¿Quién? ¿Babette? Hansl prefirió no contestar. Prefirió dejar caer un silencio pesado, ambiguo sobre mí. Sus ojos, que se contraían y dilataban ante su descubrimiento de mi hábito perverso, lanzaban oleadas de locura hacía mí. El mensaje de esas olas era que los cimientos de su buena voluntad habían sido destruidos. De entre todo el mundo, sólo había podido recurrir a Hansl. Todos los demás estaban malquistados conmigo. Y ahora tampoco podía contar con él. No fue un desarrollo afortunado para mí, señorita Rose. No puedo decir que no me molestara, aunque no podía creer más en la seriedad de mi cuñado. Conforme a los estándares de estabilidad que hay en el corazón mismo de los negocios estadounidenses, el mismo Hansl era un inadaptado. Más allá de sus hábitos de pensamiento disyuntivo, lo descalificaba su pinta de violinista, sus manos finas y las uñas avellana manicuradas, sus ojos, similares a los que uno vislumbra en los cálidos rincones púrpura de los recintos para cautiverio de pequeños mamíferos, que reproducen la lobreguez de los trópicos nocturnos. ¿Acaso algún funcionario de ARAMCO32 habría sido su cliente? Hansl no tenía planes razonables tan sólo fantasías elaboradas, esquemas inquietantes. Éstos se inflaban como la garganta de un lagarto y luego se desinflaban como goma de mascar. 32 Arabian Oil Company. (N. del T.) 101 Por lo que respecta a los insultos, nunca ofendí a nadie intencionalmente. A veces creo que para insultar a la gente ni siquiera necesito decir palabra alguna, que mi sola existencia es insultante para ellos. Llego a esta conclusión con reticencia, pues Dios bien sabe que me considero un hombre de instintos sociales normales y no estoy consciente de ningún deseo de ofender. He intentado decirle esto de diversas formas, usando palabras como ataque, episodio, posesión demoníaca, frenesí, Fatum, locura divina, e incluso tormenta solar: en una escala microcósmica. Las mejores personas son, por supuesto, quienes se ofenden menos por este don mío, y tengo la corazonada de que usted me juzgará menos severamente que Walish. No obstante, él está en lo cierto en una cosa. Usted no hizo nada para ofenderme. Usted fue la más inocente, la única de los que ofendí que no tenía ningún motivo para ofender. Eso es lo que me pesa más que nada. Pero aún hay más. La redacción de esta carta ha sido la ocasión de importantes descubrimientos sobre mí mismo, así que estoy incluso más en deuda con usted, pues me doy cuenta de que usted pagó con bien el mal que le hice. Abrí la boca para hacer una broma de mal gusto a su costa y treinta y cinco años después el resultado es una comunión. Pero para regresar a lo que literalmente soy: fundamentalmente, un sujeto viejo y sin importancia, afligido, sin amistades, en espera de ser extraditado y con un futuro en el cual la más negra de las perspectivas es justificable (¿debo acaso pedir una cama más en el cuarto de mi madre y alegar enfermedad e incompetencia?). Vagando por Vancouver este invierno, he considerado el editar una antología de frases mordaces. Hacer que mi destino sea redituable. Pero estoy demasiado desmoralizado para hacerlo. No puedo recomponerme. En vez de eso, fragmentos de cosas que leí o que recuerdo vienen a mí persistentemente en mis idas y venidas de mi casa al supermercado. Compro para entretenerme, pero los supermercados canadienses me perturban. No están organizados como los nuestros. Tienen menos marcas. Artículos como la lechuga y los plátanos están por las 102 nubes mientras que artículos de lujo como el salmón congelado son comparativamente baratos. ¿Pero cómo me las arreglaría con un enorme salmón congelado? No podría meterlo en mi horno ¿y cómo podría cortarlo en pedazos con mis manos artríticas? Fragmentos persistentes, epigramas inspirados o expresiones espontáneas de mala voluntad vienen y van. El dicho de Clemenceau sobre Poincaré de que era un hidrocefálico con botas de piel de patente. O la respuesta de Churchill a una pregunta sobre la reina de Tonga mientras ésta pasaba en un birlocho durante la coronación de la reina Isabel II: –¿Es el pequeño caballero con uniforme de almirante el consorte de la reina? –Más bien creo que es su almuerzo. Disraeli en su lecho de muerte, al ser notificado de que la reina Victoria ha ido a verlo y que está en la antesala, le dice a su sirviente: “Su Majestad sólo desea que le lleve un mensaje al querido Alberto”. Semejantes ocurrencias podrían ser deliciosas si no fueran tan persistentes ni las acompañara una desesperante sensación de que ya no estoy más al mando. –Luce pálido y cansado, profesor X. –Estuve hablando con el profesor Y y me quedé en blanco. Peor que esto es el nervioso juego de palabras que no puedo dejar de jugar. “Ella es la mujer que le quita lo ‘pía’ a la ‘harpía’”. “Él es el hombre que le pone lo ‘raso’ al ‘razonamiento’”. “El que le da lo ‘ido’ a ‘árido’”. “El ‘dolo’ al ‘ídolo’”. Las recreaciones de una mente que se desmorona, señorita Rose. Tal vez síntomas de presión arterial alta, o pequeñas pruebas de resistencia privada a la gigantesca mano pública de la ley (la mano sólo se retirará cuando yo haya muerto). 103 Por lo tanto, no es ninguna sorpresa que pase tanto tiempo con la anciana señorita Gracewell. Me siento en casa al oír el tictac del reloj de porcelana de Meissen de su sala con sillas incómodas. Viuda desde hace cuarenta años y sustentante de curiosos puntos de vista, ella está contenta con mi compañía. Pocos visitantes desean escuchar acerca del Espíritu Divino, pero yo estoy realmente dispuesto a ponderar las descripciones misteriosas y fascinantes que ella ofrece. El Espíritu Divino, me dice ella, se ha ausentado en nuestra época del mundo exterior, visible. Usted puede ver lo que una vez forjó, usted está rodeada de las formas que creó. Pero aunque los procesos naturales continúan, la Divinidad misma se ha ausentado. El trabajo creado es brillantemente divino pero la Divinidad no está ahora activa en él. La grandeza del mundo se está diluyendo. Y éste es nuestro escenario humano, privado de Dios, dice ella con gran gravedad. Pero en esta belleza abandonada el ser humano aún vive como un ser saturado de Dios. Depende del hombre –de nosotros– recuperar la luz que se ha escapado de esta semejanza enmohecida, si no somos obstaculizados por las fuerzas de la obscuridad. El intelecto, reverenciado por todos, nos lleva tan lejos como la ciencia natural, y esta ciencia, pese a ser enorme, es incompleta. La redención de la sola naturaleza es la labor del sentimiento y del ojo despierto del Espíritu. El cuerpo, dice ella, está sujeto a las fuerzas de gravedad. Pero el alma es gobernada por la ligereza, pura. Escucho esto y no tengo impulsos maliciosos. Extrañaré a la vieja chica. Tras muchas trapacerías, señorita Rose, estoy dispuesto a escuchar palabras de suma gravedad. No queda mucho tiempo. El agente federal partirá, cualquier día de estos, desde Seattle. 104 4. Problemas de traducción del cuento En esta sección abordaré los siguientes temas de traducción que hallé en el TO y que me parecen más relevantes para comentar: la idea de la “fidelidad” de la traducción; el grado de traducibilidad de la obra; los equívocos en las traducciones; la obscuridad del sentido en la obra a traducir; la “intuición” al momento de traducir; el papel de la sonoridad al momento de elegir una opción de traducción (patrones más comunes del habla en la lengua meta), y la necesidad de extrapolar el sentido. Para abordar el primer tema, es útil precisar que en el proceso de la traducción consta básicamente de tres fases: comprensión, decodificación y reformulación. La primera fase implica un proceso de lectura mediante el cual el traductor, basado en su competencia intralingüística y extralingüística, otorga significado a los signos que aparecen en el texto origen (TO). En la segunda fase, el traductor detecta los segmentos que componen el TO con el fin de establecer las unidades mínimas con sentido. Por último, durante la última fase, el traductor utiliza los recursos idiomáticos de la lengua meta (LM) para expresar en dicha lengua el sentido expresado en el TO. En la fase de reformulación, el traductor pondera los procedimientos que puede seguir para transmitir el mensaje del TO en su traducción o texto meta (TM). (Ponce 37). Es durante la última fase cuando el parámetro de la “fidelidad” puede o no desempeñar un papel relevante, ya que el traductor se plantea la necesidad de que el TM sea “fiel” o no al TO. De lo anterior se deriva que lo que el traductor entiende que dice el texto a traducir será el elemento que guiará las decisiones de traducción que tome con posterioridad. Esto significa que, a partir de una interpretación propia se querrá elaborar un nuevo texto que resalte o no ciertos aspectos del TO. Por lo general, el traductor buscará ser capaz de encontrar un tono o una idea rectora que concatene las decisiones de traducción que realice pero ésta no 105 será siempre y en todo momento la única pauta para traducir todos los elementos presentes en el TO. La idea de que la “fidelidad” marca la pauta para traducir parece ser la primera que surge durante las teorías de la traducción. Ahora bien, el concepto de “fidelidad” misma es lo que ha sido sujeto a debate a partir de los siglos del quehacer traductorial. Como comenté en el primer capítulo, dentro de las primeras discusiones teóricas de las que hay registro sobre la traducción el tema salía ya a relucir cuando se intentaba dilucidar si uno debía ser “fiel” a la palabra o a la intención del mensaje, discusión que posteriormente se ensanchó hacia el ser fiel al propósito o fin del mensaje. No obstante, en tiempos más recientes y bajo nuevos enfoques es la idea misma de la “fidelidad” lo que ha estado bajo análisis en los estudios de traducción. Tal como apunta Sherry Simon: The poverty of our conventional understanding of fidelity lies in its reliance on numerous sets of rigid binary oppositions which reciprocally validate one another. Translation is considered to be an act of reproduction, through which the meaning of a text is transferred from one language to another. Each polar element in the translating process is construed as an absolute, and meaning is transposed from one pole to the other. But the fixity implied in the oppositions between languages, between original/copy, author/translator, and, by analogy, male/female, cannot be absolute; these terms are rather to be placed on a continuum where each can be considered in relative terms […] the rethinking of translation involves a widening of the definition of the translating subject. Who translates? Fidelity can only be understood if we take a new look at the identity of translating subjects and their enlarged area of responsibility as signatories of “doubly authored” documents. At the same time, a whole nexus of assumptions around issues of authority and agency come to be challenged. When meaning is no longer a hidden truth to be “discovered,” but a set of discursive conditions to be “re-created,” the work of the translator acquires added dimensions. (10-11) O, como explica desde otro enfoque Niranjana: The notion of fidelity to the “original” holds back translation theory from thinking the force of a translation. The intimate links between, for example, translations from non- Western languages into English and the colonial hegemony they helped create are seldom examined. Although Louis Kelly remarks that “the Americans developed translation theory in the context of anthropological research and Christian missionary activity; the English to fit the needs of colonial administration,” he does not necessarily use the observation to initiate a critique of either colonialism or translation theory. European missionaries in Africa and Asia were among the first to stress the importance of translation and prepare bilingual dictionaries of a host of Asian and 106 African languages for the use not only of their own workers but also for merchants and administrators. (58) Teniendo en cuenta entonces el cambio de enfoque respecto de lo que la teoría debe estudiar, no resulta sorprendente que tanto un teórico partidario del “enfoque lingüístico”, Eugene Nida, como uno de la traducción literal, Vladimir Nabokov –ambos, teóricos “modernos” sobre la traducción– usasen como sustento de sus posturas el ideal de fidelidad y completitud al texto traducido, a diferencia de los criterios establecidos hoy día por teóricas más recientes (Nida, Towards a Science 150 y Weissbort 382). Comenté también en el primer capítulo que en el análisis de la traducción seguiría en buena medida los postulados de Lawrence Venuti respecto de la visibilidad o la invisibilidad del traductor. Este autor sostiene que muy comúnmente la traducción se ha ejercido como un acto de autonegación del traductor al buscar siempre que su producto final se entienda como algo generado en la LM misma. Aunque es claro que el propio concepto de lo que una traducción ha cambiado a través del tiempo, el criterio más extendido, aún en la actualidad, para juzgar si una traducción es “buena” o “correcta” es aquel que determina la calidad de la misma por el grado de invisibilidad del traductor con respecto a la obra traducida, es decir, se considera que la traducción es “buena” entre más se adecúe ésta a los patrones lingüísticos habituales en la LM, creando así la falsa idea que la obra misma fue escrita en ésta. Sobre este punto, me parece útil y provocativo el aserto de Vladimir Nabokov que asegura que debemos desestimar de una vez por todas la noción convencional de que una traducción debe poder ser leída sin sobresaltos y no debe sonar como una traducción (apud Weissbort 382).33 El criterio según el cual las traducciones deben ser elaboradas de tal modo que puedan ser leídas sin sobresaltos genera un fenómeno que Lawrence Venuti describe claramente al inicio de su obra The Translator’s Invisibility: 33 “[…]a translation ‘should read smoothly’ and ‘should not sound like a translation’”. 107 A translated text, whether prose or poetry, fiction or nonfiction, is judged acceptable by most publishers, reviewers, and readers when it reads fluently, when the absence of any linguistic or stylistic peculiarities make it seem transparent, giving the appearance that it reflects the foreign writer’s personality or intention or the essential meaning of the foreign text –the appearance, in other words, that the translation is not in fact a translation, but “the original.” (1) No obstante, como señala Venuti, lo destacable de este proceso ilusorio es que el mismo oculta el caudal de condiciones bajo las cuales la traducción fue hecha, empezando por la crucial intervención del traductor en el texto extranjero. Esta intervención implica que, al reenunciar, el traductor realizará, de modo consciente o inconsciente, un cúmulo de elecciones que implicarán simultáneamente abrazar una serie de posibilidades que ofrece el TO a la vez que se renuncia a otras que permanecerán veladas o en lontananza en la traducción o que de plano desaparecerán de la misma. Aunque en este trabajo de traducción he optado por una versión que en general no implica sobresaltos para el lector ni mucho menos por un enfoque en el que la obra original deba ser traducida palabra por palabra en su totalidad –opción que quizás hubiese dado como resultado un texto sumamente difícil de traducir y engorroso de leer–, deliberadamente he decidido traducir de forma muy literal el título mismo del cuento “Him with His Foot in His Mouth”. La traducción por la que opté bien podría considerarse un “calco,” en el sentido que utilizan Vinay y Darbelnet para definir el término34 o, en palabras de Schleiermacher, una tentativa para aproximar el lector al texto. Mi decisión para proceder de este modo deriva de mi convencimiento de que la imagen que se produce en la LO provoca un extrañamiento y un efecto grotesco interesante para el 34 “Le calque est un emprunt d’un genre particulier : on emprunte à la langue étrangère le syntagme, mais on traduit littéralement les éléments qui le composent.” (Vinay y Darbelnet Stylistique Comparée 47). Para estos autores canadienses existen grosso modo dos estrategias para traducir: la traducción directa y la traducción oblicua. Ambas estrategias comprenden a su vez siete procedimientos de traducción, de los cuales tres corresponden a la estrategia directa y cuatro a la estrategia oblicua. El calco pertenece al grupo de procedimientos enlistados dentro de la estrategia directa (junto con el préstamo y la traducción literal). (Ibídem; Vinay, y Darbelnet, Comparative Stylistics 31-35; y Munday 56-60). 108 lector en la LM. Estoy consciente también de que en la LM existe una variedad de opciones para intentar traducir el título del cuento aproximándose más a la LO, con un resultado menos extraño para la LM, v. gr. “meter la pata” e incluso “por la boca muere el pez.” Sin embargo, con respecto a la primera opción en particular, en el español de México, “meter la pata” no se refiere únicamente a la posibilidad de decir algo imprudente o indebido, sino también a cometer un acto poco sensato o embarazoso. Una persona que se lastima y que no va al médico inmediatamente puede decir con posterioridad “el problema fue que metí la pata y no fui a que me revisaran”, lo que no necesariamente implica un dislate en el código social de conducta sino únicamente el reconocimiento de haber procedido de una manera que resultó no ser la idónea para su pronta recuperación. No obstante, el protagonista del cuento, Herschel Shawmut, comete una y otra vez dislates al código social de conducta a lo largo de la narración mediante sus dichos, con lo que se coloca a sí mismo en situaciones comprometedoras, incómodas y francamente insostenibles y es debido a la idea de insostenibilidad, que en cierto modo prefigura el humor grotesco, por la que escogí traducir el título de una manera muy literal, pues, desde mi perspectiva, la insostenibilidad que padece el protagonista se refleja y corre en paralelo con la falta de equilibrio y sosiego que me parece que el título traducido literalmente puede generar. Puesto que hay en el cuento una construcción constante de un sentido del humor grotesco en las reflexiones y el proceder del protagonista busqué reflejar de algún modo esa sensación grotesca con la imagen que queda al traducir literalmente el título: “Él, con su pie en su boca.” La imagen creada es inusual, ridícula e incómoda al mismo tiempo, como la sensación que se va urdiendo a lo largo de la narración de Bellow. Conservar el título con una traducción literal y mover al lector de su zona de figuras metafóricas o de idiotismos comunes y cómodos me parece el proceder más adecuado para conseguir lo que deseo. Lo anterior, sin 109 dejar de reconocer que al reenunciar el título de este modo estoy renunciando a otras posibilidades y ecos que el TO también ofrece y que muy posiblemente estoy creando ondas y efectos que yo mismo no anticipo en los lectores en la LM. Mi elección tampoco quiere decir que desconozca que en la LO, la expresión “with his foot in his mouth” es un idiotismo de cuño corriente en inglés que no produce ya un extrañamiento en el hablante nativo de esa lengua, del mismo modo que el idiotismo “hacerse pato” no tiene efectos de extrañamiento en los hablantes nativos del español de México. Aun así, escogí una traducción que sé que sí produce un extrañamiento en el lector mexicano en la LM en un intento por “visibilizar” una construcción idiomática que en sí misma es extraña aunque los hablantes nativos del inglés no sean ya capaces de reconocer la extrañeza en la expresión misma. En este sentido, y en este punto particular de la traducción, procuro que el texto traducido sea el sitio donde un otro cultural se manifiesta, pues al ser un otro, nuestro yo discursivo habitual es más capaz de reconocer las formas extrañas (en toda la ambigüedad del término) que se elaboran en el discurso de ese otro. (Venuti 20). Bajo cierta óptica, la traducción literal del título puede ser considerada como un error, como una falta de técnica. Pero bajo un lente distinto, uno más vivo, uno cultural, no lo es. La traducción literal permite recuperar el impacto de la imagen en un nuevo idioma. El impacto sensorial que ha quedado oculto o difuminado por el desgaste debido al uso constante e indistinto de la expresión en la LO puede recobrar nuevamente su impacto en la LM. La capacidad creadora, renovadora y evocativa encuentra una salida así en la LM y el efecto generador del lenguaje se recobra con la enunciación más apegada a la literalidad que a la imagen figurada pues, paradójicamente, la imagen literal contiene más poder figurativo que la imagen figurada, que puede adolecer de un desgaste mayor, más propio del cliché. 110 Ahora bien, hay que tener en cuenta que una traducción que mueve al lector hacia el texto en la LO (una traducción que extranjeriza, extranjerizante o extraña) es capaz de significar la diferencia del texto extranjero (o extraño) sólo mediante la disrupción de los códigos culturales prevalecientes en la LM, pero esa disrupción ocurre a través de la LM en sí, es decir, lo “extranjero” (o extraño) en la traducción extranjerizada (o extranjerizante o extraña) no es una representación transparente de la esencia que reside en el texto extranjero y que es valiosa en sí misma sino que es una construcción estratégica cuyo valor es contingente en la situación actual de la LM. (Venuti 20). Más aún, tal como anticipa Venuti desde el inicio de su obra al hablar de la traducción extranjerizante: In its effort to do right abroad, this translation method must do wrong at home, deviating enough from native norms to stage an alien reading experience –choosing to translate a foreign text excluded by domestic canons, for instance, or using a marginal discourse to translate it. (1) Contrario al enfoque que yo adopté, los traductores de este cuento cuyas traducciones fueron publicadas y lanzadas para el mercado hispanohablante, escogieron traducir el título procurando “acercar” el mismo a la LM, de modo tal que Beatriz Ruiz Arrabal (Alfaguara, 2003) optó por “Él siempre metiendo la pata”, mientras que J. Ferrer Aleu (Plaza&Janes, 1985) eligió traducirlo con un aún más cambiado –y quizás lejano– “El hombre que hablaba demasiado”. Es claro que, en la traducción del título del cuento, ambos traductores buscaron “domesticar” lo más posible la traducción del mismo al sustituir una frase de la LO (Him with his foot in his mouth) cuya traducción literal resultaba poco familiar en la LM (Él con su pie en su boca) por alguna otra opción frástica (Beatriz Ruiz Arrabal) o de plano de enunciado (J. Ferrer Aleu) que, en su concepto, resultaban más reconocibles para el lector en la misma LM. En este sentido, parece que ambos traductores –consciente o inconscientemente– se adhieren al postulado básico de Eugene A. Nida que estipula la necesidad de que la traducción sea en todo 111 momento “dinámica”, con un dinamismo cuya meta última y única es lograr la “naturalidad” del discurso traducido (Towards a Science 159). No obstante, uno podría siempre cuestionar qué se entiende por “naturalidad” y cómo se decide lo que suena “natural” pues hay que recordar que, tal como lo enfatizan los enfoques de traducción más recientes, la “naturalidad” de las traducciones es también un producto contingente del momento histórico particular de la cultura en la que operan las traducciones: “History, then, is one of the things that happened to translation studies since the 1970s, and with history a sense of greater relativity and of the greater importance of concrete negotiations at certain times and in certain places, as opposed to abstract, general rules that would always be valid” (Bassnett y Lefevere 1). En oposición a lo postulado por Nida, yo he optado por una traducción que sigue los planteamientos de Venuti y busqué una opción que produzca una “lectura sintomática”, o sea, una traducción que origine un proceso de lectura que ubique “discontinuities at the level of diction, syntax, or discourse that reveal the translation to be a violent rewriting of the foreign text, a strategic intervention into the target-language culture, at once dependent on and abusive of domestic values” (Venuti 25). Usando la terminología del propio Nida, podría decir que en lo referente al título del cuento yo he optado por la equivalencia formal y no por la equivalencia dinámica: In order to reproduce meanings in terms of the source context, an F-E [Formal Equivalence] translation normally attempts not to make adjustments in idioms, but rather to reproduce such expressions more or less literally, so that the reader may be able to perceive something of the way in which the original document employed local cultural elements to convey meanings. (Towards a Science 165) Lo anterior no implica que mi traducción sea errónea o correcta per se, ni que así sean las traducciones de los otros dos traductores citados sino que esto evidencia una elección de criterios de traducción diferenciados por cada uno de los traductores. Esas elecciones sólo 112 implicarán siempre el acoger y el renunciar al mismo tiempo posibilidades y ecos de significación. Por otra parte, pese a que hasta el momento he defendido una aproximación literal para llevar a cabo la traducción del título del cuento, he de subrayar ahora que este método no constituyó el único criterio que utilicé para traducir el resto del cuento. La intención de explicitar el extrañamiento que provoca el texto en la LM es la intención que domina la lógica de mi traducción únicamente para el título del cuento por la significación que para mí tiene éste en el contexto total de la narración. Sin embargo, me pareció que el mantener el mismo criterio que hasta ahora he defendido para traducir otras partes del TO hubiese ocasionado una merma al manejo ingenioso del lenguaje que Bellow demuestra en su texto y esto hubiese perjudicado también el efecto lingüístico por lo que con respecto al resto del cuento utilicé justamente un criterio contrario al hasta ahora defendido por mí, es decir, para el resto del cuento utilicé un enfoque que ofreciese al lector una lectura mucho más continua y sin sobresaltos. Para el resto de la narración procuré hallar opciones de traducción que lograran una comunicación más “transparente”, opciones que “invisibilizasen” la labor de traducción, aun cuando ello implicase alejarme del todo del TO para permitir el acercamiento del lector a un efecto similar en la LM, cosa que ocurrió, por ejemplo, en la traducción de “Huckeberry Fink” por “Don Quijote de la Farsa”35 o de los juegos de palabras cercanos al final del cuento “She is the woman that puts the con in icon”, etc. Sobre este punto en particular hablaré un poco más adelante. El hecho de que en el campo de la traducción haya lugar para criterios de traducción tan disímiles que pueden ser utilizados dentro de un mismo texto a traducir pone de relieve otra característica inherente de los idiomas: la variabilidad propia de éstos. Esta variabilidad 35 Creación y sugerencia que debo a mi asesor el Dr. Mario Murgia Elizalde. 113 impacta en el ámbito de la traducción pues implica que para un segmento del texto cualquiera haya disponible más de una correspondencia adecuada en la LM, que se refleja a su vez en lo que Wilss denomina la unidireccionalidad que poseen todas las traducciones (76). La variabilidad significa entonces que en cada traducción existe un sentido unidireccional que se ve reflejado con claridad en la irreversibilidad de la operación traductorial. Wilss explica que esta “falta de invertibilidad (como la imagen en el espejo) en la problemática traductorial tiene su causa por una parte en el diferente potencial sintáctico y lexical de expresión de los idiomas original y meta, y por otra en el área de la experiencia y preferencia de cada traductor” (71). La consecuencia de esto es que por cada cadena de significantes en la LO es posible recurrir a cadenas de significantes diversas en la LM que darán resultados similares pero no idénticos en cuanto a significado. Esto quiere decir en el caso concreto de “HFM” que la traducción del TO puede generar un número indeterminado de traducciones posibles que ofrecen resultados similares aunque no idénticos entre sí, situación que se aprecia desde la primera oración del mismo del cuento si comparamos las tres traducciones producto de esta narración: Texto original Traducción Ferrer Aleu (Plaza&Janes) Traducción Ruiz Arrabal (Alfaguara) Traducción propia Dear Miss Rose: I almost began “My Dear Child,” because in a sense what I did to you thirty-five years ago makes us the children of each other. (1) Querida Miss Rose: A punto estuve de empezar con “Mi querida niña”, porque, en cierto sentido, lo que le hice a usted treinta y cinco años atrás hace que seamos niños el uno para el otro. (1) Querida señorita Rose: Casi empecé por “Mi querida niña”, porque en un sentido lo que le hice hace treinta y cinco años nos hace al uno hijo del otro. (1) Querida señorita Rose: Casi comienzo con “Mi querida hija,” porque en cierto modo lo que le hice a usted hace treinta y cinco años nos convierte en hijos el uno del otro. (38) 114 La falta de invertibilidad implica también que si se desease realizar la labor de traducción inversa y se tomase como TOα cualquiera de los textos ya traducidos en español y como TMα uno aún no producido en inglés, el resultado de la traducción a la nueva LMα, a saber, el inglés, será también distinto a lo que en primera instancia fue el TO. Esto quiere decir que, independientemente de cuál de las tres traducciones en español sea ahora el TOα elegido muy posiblemente el nuevo TMα ofrecerá una versión en inglés que no necesariamente arrojará como resultado la misma cadena de significantes en inglés, a saber: “Dear Miss Rose: I almost began ‘My Dear Child,’ because in a sense what I did to you thirty-five years ago makes us the children of each other”. Este fenómeno de la invertibilidad es en realidad reflejo de la profusión consustancial de posibilidades que los lenguajes poseen en sí mismos. El fenómeno que tan técnicamente explica Wilss era ya bien conocido por otro estudioso de la literatura y el quehacer traductorial, Jorge Luis Borges, quien habla de él en estos términos: La traducción […] parece destinada a ilustrar la discusión estética. El modelo propuesto a su imitación es un texto visible, no un laberinto inestimable de proyectos pretéritos o la acatada tentación momentánea de una facilidad. Bertrand Russell define un objeto externo como un sistema circular, irradiante, de impresiones posibles; lo mismo puede aseverarse de un texto, dadas las repercusiones incalculables de lo verbal. Un parcial y precioso documento de las vicisitudes que sufre queda en sus traducciones. ¿Qué son las muchas de la Ilíada de Chapman a Magnien sino diversas perspectivas de un hecho móvil, sino un largo sorteo experimental de omisiones y de énfasis? (No hay esencial necesidad de cambiar de idioma, ese deliberado juego de la atención no es imposible dentro de una misma literatura.) Presuponer que toda recombinación de elementos es obligatoriamente inferior a su original, es presuponer que el borrador 9 es obligatoriamente inferior al borrador H –ya que no puede haber sino borradores. El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio. La superstición de la inferioridad de las traducciones –amonedada en el consabido adagio italiano– procede de una distraída experiencia. No hay un buen texto que no parezca invariable y definitivo si lo practicamos un número suficiente de veces. (94-95) 115 El potencial del TO para dar como resultado distintas opciones de traducción se acentúa cuando la cadena de significantes en la LO es, en sí misma, ambigua, lo que puede dar como resultado dos cadenas de significantes completamente distintas en la LM sin que necesariamente una de ellas sea errónea o apócrifa en esencia. Piénsense, por ejemplo, en la ambigüedad que puede resultar de traducir sin más contexto la frase en inglés de “HFM”: “there were cranes” (Bellow 398). La frase podría ser traducida como: a) “había grúas [máquinas]”, o como b) “había grullas [animales]”. Ambas oraciones serían correctas si no hubiese más contexto porque la palabra “crane” en la LO tiene más de una acepción posible en la LM y es sólo a través de la evaluación de la palabra en el contexto completo –“Two miles behind the private park, there were cranes and compactors, and hundreds of acres were filled with metal pounding and dust”– que el traductor puede inferir el sentido adecuado de la traducción: “Tres kilómetros detrás del parque privado había grúas y compactadores y cientos de metros cuadrados se llenaban de tronidos metálicos y polvo” (Traducción 78). Hay que tener en cuenta también que, tal como explica Venuti, la traducción es un proceso mediante el cual la cadena de significantes que constituye el texto en la LO es reemplazada por una cadena de significantes en la LM –provista ésta última por el traductor a la luz de una interpretación y una elección– y, dado que el significado es un efecto de las relaciones y las diferencias entre los significantes a lo largo de una potencialmente interminable cadena (polisémica, intertextual, sujeta a infinitos encadenamientos), éste es siempre diferencial y diferido y nunca presente como una unidad original. De modo que, tanto el TO como las traducciones son creaciones derivadas: ambas consisten de diversos materiales culturales y lingüísticos que ni el escritor extranjero ni el traductor originan, materiales que desestabilizan el trabajo de significación, inevitablemente excediéndolo y que posiblemente en alguna etapa pudieran llegar a estar en conflicto con las intenciones originales del autor y del traductor. El 116 significado, de este modo, es una relación plural y contingente, no una esencia unificada e inmutable, y, por lo tanto, una traducción no puede ser juzgada conforme a conceptos matemáticos de equivalencia semántica o de una correspondencia uno-a-uno (Venuti 17-18). Por la situación antes referida, la traducción del significado puede ser objeto de variación conforme a los momentos históricos específicos y a las condiciones culturales particulares imperantes al momento de realizar la traducción. Sirva a manera de ejemplo de lo que digo la traducción de la frase “America I’m putting my queer shoulder to the wheel” (Bellow, Collected 381) en la que la palabra “queer”, que es un término complicado dada su polivalencia, ha experimentado cambios en cuanto a la transmisión de significado a lo largo del tiempo. De manera tal que aunque en el momento de escritura del cuento, 1984, la palabra podía ser traducida como “marica” o “maricón” en español, hoy día, dado el peso y la influencia de los estudios de género, esta palabra no suele traducirse de ese modo y más bien suele dejarse como un anglicismo en los textos especializados en la materia con lo que se quiere indicar la multiplicidad de significado que el término engloba en inglés. Aun con lo antes dicho, en la traducción del cuento he optado por la significación más frecuente que se le asignaba a la palabra “queer” en la década de 1980 para preservar lo que interpreté como la intención original del autor al momento de elaborar el texto. Otro tema de particular interés para el acto mismo de traducir es el grado de traducibilidad o intraducibilidad –integral o parcial– del texto en sí. Wilss argumenta que este aspecto en las traducciones fue soslayado hasta bien entrado el siglo XIX “por la simple razón de que el interés se concentraba en un área completamente distinta, a saber: la pregunta por la manera de proceder del traductor y qué planteo metódico debe practicar para alcanzar una meta traductorial que corresponda con sus ideas cualitativas” (33). 117 Wilss considera que hay un tipo de intraducibilidad, que él denomina “intraductibilidad [sic] cultural” cuando los factores socioculturales en las áreas de los dos idiomas no son congruentes y es preciso hacerlos congruentes (59). En el caso en concreto de la traducción de “HFM”, esto se presentó al momento de traducir términos concretos como “hillbilly”, “redneck”, “yankee”, “hoosier”, “the Loop”, “villager”, términos que aunque traduje, sé que la traducción que ofrezco no se compagina cabalmente con los significados originales y tampoco resuelve el problema de fondo de la intraducibilidad intrínseca de estos vocablos pues la realidad que ellos denominan difiere en esencia de la realidad representada por las palabras que pretenden corresponderse con ellos en la LM. Tómese a manera de ejemplo el término “hillbilly” que, de acuerdo con The Compact Oxford English Dictionary se utiliza para denominar “1. A person from a remote rural or mountainous area, esp. of the Southeastern U.S.” (768) y nos recuerda la especificidad del término al señalarnos los usos tempranos de la palabra de modo tal que “1900 N.Y. Jrnl. 23 Apr. 2/5 In short a Hill-Billie is a free and untrammelled white citizen of Alabama who lives in the hills, has no means to speak of, dresses as he can, talks as he pleases, drinks whiskey when he gets it, and fires off his revolver as the fancy takes him” (Ibídem). Ahora bien, la imposibilidad de encontrar un equivalente exacto en el español de México de esa realidad denominada en inglés es producto de factores socioculturales e históricos distintos que segmentan de una forma diferente la realidad mexicana con respecto a la estadounidense. Para empezar, el contexto de marginación e incultura que presenta el término en inglés difícilmente corresponde con la marginación en México dado que en el particular contexto sociocultural mexicano la gente blanca no es la que padece un mayor grado de marginación o de incultura sino la población morena o indígena –producto esto de fenómenos socioeconómicos y culturales racistas que han ido moldeando a la sociedad mexicana– de modo tal que si uno 118 busca trasladar ese mensaje de marginación en el TM definitivamente tendrá que hacer referencia a poblaciones marginadas que no serán blancas en lo absoluto. Pese a lo antes apuntado es necesario precisar que la traducción de un idioma a otro es posible, como lo atestigua la vasta evidencia empírica existente, además del hecho de que una postura que asegurase la existencia generalizada de la intraducibilidad sería insostenible, pues tal como afirma el propio Wilss: “Tales argumentos tienen poco peso bajo el aspecto traductorial [sic], puesto que se remiten más bien a puntos específicos de las dificultades de traducción que a una intraductibilidad [sic] general” (48). “Esto quiere decir que en principio cualquier texto en el idioma original puede sustituirse por un texto en el idioma-meta [sic] con una función comunicativa comparable (exceptuando ciertas producciones líricas)” (52) por lo que la traducibilidad de los textos es en principio válida incluso en los casos en los que a raíz de divergencias estructurales de idiomas individuales o condiciones socioculturales distintas (por ejemplo en traducciones de la Biblia) haya que sustituir la traducción literal por una traducción semántica o sintácticamente libre, o hasta por una reproducción parafraseante, con tal de lograr una equivalencia contextual (53). George Steiner conjetura con brillantez que la traducción de los textos es posible y que el prurito que se opone a la validez de la traducción derivado de la supuesta imperfección de ésta no es en realidad un argumento atendible pues: Like other bits of logical literalism, the nominalist and monadic refutations of the possibility of speech remain to one side of actual human practice. We do speak of the world and to one another. We do translate intra- and interlingually and have done so since the beginning of human history. The defence of translation has the immense advantage of abundant, vulgar fact. How could we be about our business if the thing was not inherently feasible, ask Saint Jerome and Luther with the impatience of craftsmen irritated by the buzz of theory. […] The argument of perfection which, essentially, is that of Du Bellay, Dr. Johnson, Nabokov, and so many others, is facile. No human product can be perfect. No duplication, even of materials which are conventionally labelled as identical, will turn out a total facsimile. Minute differences and asymmetries persist. To dismiss the validity of translation because it is not always possible and perfect is absurd. (264) 119 En la misma línea, en un ensayo escrito en coautoría, Bassnett y Lefevere abonan a la opinión de Steiner sobre el tema de la intraducibilidad y con la misma contundencia que el autor de After Babel subrayan: The most preposterous question was that of translatability or: ‘is translation possible’. The question seems preposterous now because we have discovered the history of translation in the meantime, and that discovery enabled us to counter that question with another, namely: ‘why are you interested in proving or disproving the feasibility of something that has been going on around most of the world for at least four thousand years?’ (1) Por su parte, Wilss precisa que la aceptación del principio de la traducibilidad de textos no equivale al postulado de una traducibilidad ilimitada (52). Para hacer su aseveración Wilss se apoya en Catford, quien advirtió en su libro A Linguistic Theory of Translation: “The limits of translatability in total translation are, however much more difficult to state. Indeed, translatability here appears, intuitively, to be a cline rather than a clear-cut dichotomy. SL texts and items are more or less translatable rather than absolutely translatable or untranslatable” (93). De lo postulado por Catford, Wilss concluye en su propio libro que la traducibilidad de un texto se mide por su grado de recontextualizabilidad en la LM, teniendo en cuenta todas las condiciones linguales y extralinguales del caso (57). Más allá de lo antes dicho, Wilss advierte además que existe en cambio otro tipo de intraducibilidad, una intraducibilidad lingüística, cuando la forma lingüística tiene una función más allá de la de proporcionar nexos objetivos y por lo tanto es esencialmente constitutiva para el logro de una equivalencia funcional, situación que se presenta por ejemplo en los juegos de palabras, mismos que se pueden traducir pero en la mayoría de los casos sólo semántica y no estilísticamente (59). Esta situación fue clara en el momento de traducir, por ejemplo, las expresiones idiomáticas o los últimos juegos de palabras que se le ocurren a Shawmut. Ejemplos de este tipo de expresiones son: a) She is the woman who put he ‘dish’ into fiendish. 120 b) He is the man who put the ‘rat’ into ‘rational’ c) The ‘fruit’ in ‘fruitless’ d) The ‘con’ in ‘icon’ Todas las opciones que ideé para traducir estas expresiones buscaban conservar una equivalencia de tipo semántica y no una lingüística principalmente porque, de haber procedido con una traducción mucho más apegada a la LO, al lector le hubiese sido velada la intención del TO y este ocultamiento sí hubiera ido en detrimento de la inteligibilidad del contenido del cuento. Lo anterior porque tal como Saussure indica el signo lingüístico es arbitrario (104) y por lo tanto el significado y su representación simbólica varían de idioma a idioma de ahí que si en inglés se pueden juntar “rat” y “rational” para crear un juego de palabras, en español no es posible hacer lo mismo con sus equivalentes “rata” y “racional” para formar un juego de palabras pues la forma del significado y el significante varían en la LM con respeto a las de la LO. El objetivo fue entonces conseguir una “equivalencia dinámica”, en términos de Nida, quien define ésta como una en la que: the focus of attention is directed, not so much toward the source message, as toward the receptor response. A dynamic-equivalence (or D-E) translation may be described as one concerning which a bilingual and bicultural person can justifiably say, “That is just the way we would say it.” […] One way of defining a D-E translation is to describe it as “the closest natural equivalent to the source-language message.” This type of definition contains three essential terms: (I) equivalent, which points toward the source-language message, (2) natural, which points toward the receptor language, and (3) closest, which binds the two orientations together on the basis of the highest degree of approximation. (Towards a Science 166) De este modo, de la serie de ensayos y errores para cada una de estas oraciones hubo varias posibles traducciones, unas menos afortunadas que otras, pero todas buscaron conseguir un tipo de juego de palabras que aunque en realidad no existen en la LM procurase al menos 121 reflejar la relación cercana entre dos vocablos entre sí. Así, previo a las elecciones finales que aparecen en esta traducción existieron: a) Ella es la mujer que le pone el “mal” a “malvada”; Ella es la mujer que da el “día” a lo “diabólico”; “Ella es la mujer que hace “verso” de lo “perverso”. b) Él es el hombre que le pone el “miento” al “entendimiento’”. c) El que le quita lo “útil” a “inútil”. d) El “no” al “signo”. Como se ve, entre las opciones no consideré alguna que buscase una traducción literal pues a mi entender lo importante era la idea detrás del juego de palabras mismo, lo que se hubiera perdido con traducciones literales como: a) Ella es la mujer que pone el “plato” en “endemoniado”. b) Él es el hombre que pone la “rata” en lo “racional”. c) El “fruto” a lo “estéril”. d) El “timo” al “ídolo’”. Las elecciones finales de este modo fueron: a) “Ella es la mujer que le quita lo ‘pía’ a la ‘harpía’”. b) “Él es el hombre que le pone lo ‘raso’ al ‘razonamiento’” c) “El que le da lo ‘ido’ a ‘árido’” d) “El ‘dolo’ al ‘ídolo’”. Pese a mi intento de lograr comunicar la idea contenida en el TO, no puedo saber a ciencia cierta si el resultado en la LM es del compatible con el de la LO pues en ésta, estos juegos de palabras no sólo implican ingenio sino también humor y no tengo forma de saber con certeza si esa característica se transmitió o no con las opciones de traducción que elegí. 122 No sólo fueron éstas las únicas expresiones en las que el criterio que privilegié al momento de traducir fue un enfoque “equivalencia dinámica”. En general, al traducir expresiones idiomáticas, o idiotismos, el proceso implicó dejar de lado por completo la formulación en el TO y la lógica en la LO a fin de poder transmitir una idea clara en la LM en el TM pues, tal como nuevamente afirma Nida, este tipo de expresiones –denominadas por él frases semánticamente exocéntricas– deben de ser tratadas como unidades completas en sí mismas, cuyo significado total no depende del significado individual de las palabras que las componen: there are many combination of words to whose meaning the constituent parts offer little or not clue. […] The same situation applies to all kinds of so-called idioms […] Such expressions, for which the meaning cannot be determined on the basis of the constituent parts, constitute lexical units, whether they are single morphemes or combinations of morphemes […] Most combination of words are not lexical units, but rather what may be called semantically endocentric phrases, of which the meaning of the whole is deducible from the meanings of the parts: e.g. he is in the house […] On the other hand, when combinations of words constitute single lexical units, they are semantically exocentric. In such a unit the meaning is not traceable to the signification of the parts or to their arrangement, but applies to the unit as a whole; e.g. he is in the doghouse and between the devil and the deep blue sea. (Towards a Science 95) Ante tales tipos de expresiones, busqué siempre ofrecer una traducción “dinámica” que le significara al lector en la LM una respuesta similar a la respuesta que le significa el TO al lector en la LO. A continuación ofrezco sólo algunos de los ejemplos de lo dicho: Cuento original Traducción Walish, I must tell you gives me the business in his letter (379) He de decirle que Walish me pone como lazo de cochino en su carta. (46) He himself would say that there are enough masochistic women around to encourage any fellow to preen and cut a figure (380) Él mismo decía que había suficientes mujeres masoquistas por ahí como para que cualquier tipo se sintiera motivado a pavonearse y dar una buena impresión. (48) How do you like them apples! (383) ¡Cómo les quedó el ojo! (53) he was in addition bananas. (387) él además estaba zafado. (59) 123 Más allá del hecho de que dado que la cadena de significación en el TO pueda ser reconfigurada en otras cadenas de significantes distintas pero con una función comunicativa comparable en el TM, existe también el tema de los errores o los equívocos que los traductores podemos cometer durante el proceso de traducción. Entiendo como errores aquellas opciones de traducción que no son elecciones voluntarias de los traductores dentro de contextos socioculturales específicos; errores que tampoco son producto de una intención deliberada del traductor por falsificar u omitir partes del TO36. Los errores son entonces una reformulación deficiente en el TM de lo expresado en el TO lo que puede ser producto de una incapacidad o un descuido del traductor para comprender lo dicho en la LO. Las traducciones de las que ha sido objeto “HFM” ofrecen varios ejemplos del tema en cuestión. Para efectos demostrativos incluyo un par de cuadros con los que a mi parecer son los errores cometidos por cada uno de los traductores de “HFM” que han sido lanzadas al mercado. No incluyo en este trabajo el vasto catálogo de errores que cometí en mis proceso de elaboración y reelaboración de mi propia traducción por dos razones: primera, porque me parece que carezco del espacio para incluir todos los errores que cometí a lo largo de más de una decena de borradores; segunda, para un traductor no es sencillo autocriticarse cuando aún está inmerso en el proceso de traducción de un texto y por lo tanto carece de la distancia requerida para hacer una labor de escrutinio efectiva sobre su propio quehacer de traductor. Me parece más pertinente que la crítica a mi trabajo sea elaborada por otro traductor o traductora que con ojos y oídos distanciados de esta versión pueda juzgarla de forma más efectiva. 36 Para una discusión sobre las decisiones de los traductores por falsificar u omitir partes del texto original véase Borges, “Las versiones homéricas” y “Los traductores de Las 1001 noches”, y Robert Graves, “Moral Principles in Translation”. 124 Dicho lo anterior, empezaré primero con los errores detectados en la traducción publicada por Alfaguara: Tabla 1 # Texto original de Bellow Traducción de Beatriz Ruiz Arrabal (Alfaguara) Traducción propia 1 “Together with most weak hams,” as Hamlet wickedly says to Polonius (375) “Junto a los comediantes más malos”, como le dice perversamente Hamlet a Polonio (528) “Junto con las nalgas más caídas” (39) 2 (Notice how the liberal American vocabulary is used as a torture device) (376) (Obsérvese cómo se utiliza el vocabulario liberal americano como instrumento de tortura) (530) “Fíjese cómo el vocabulario liberal estadounidense se utiliza como instrumento de tortura” (41) 3 a camel on the village green (377) como un camello en un campo de césped (530) un camello en el prado público del pueblo (42) 4 not even what the French call une belle laide, or ugly beauty, a woman whose command of sexual forces makes ugliness itself contribute to her erotic power (380) ni siquiera lo que los franceses llaman une belle laide, o belleza fea, una mujer cuyo control sobre las fuerzas sexuales hace que la propia frialdad contribuya a su poder erótico (534) La señorita Rose nunca fue bonita, ni siquiera lo que los franceses llaman une belle laide, o una fea atractiva, una mujer cuyo dominio de las fuerzas sexuales hace que la fealdad misma contribuya a su poder erótico (47) 5 “America I’m putting my queer shoulder to the wheel.” (381) “América, estoy arrimando mi extraño hombro” (536) “Estados Unidos, estoy metiendo mi hombro maricón por ti” (48)37 6 –a strange megillah of which I myself was the Haman (381) (una extraña megillah de la que yo fui el chamán) (537) una extraña megillah de la cual yo mismo fui el Amán (49) 37 Para consultar el texto completo del poema de Ginsberg, “America”, véase: 125 # Texto original de Bellow Traducción de Beatriz Ruiz Arrabal (Alfaguara) Traducción propia 7 Real candor means (382) La inocencia plena significa (537) La franqueza verdadera significa (51) 8 What Ginsberg opts for is the warmth of a freely copulating, manly, womanly, comradely “open road” humanity which doesn’t neglect to pray and to meditate (382) Lo que Ginsberg elige es la calidez de una comunidad que copula libremente, como hombre, como mujer, como camarada, en una “carretera abierta”, pero que no descuida la meditación ni el rezo. (538) por lo que Gingsberg opta es por la calidez de una humanidad de coito libre, masculino, femenino, camaraderil y de “caminos abiertos” que no deje de lado la oración y la meditación (51) 9 and also because of the hunger of goodness reflected in it (382) y también por el hombre de bondad que refleja (538) y también por el hambre de bondad que refleja (51) 10 My own name, Shawmut, had obviously been tampered with. The tampering was done long years before my father landed in America by his brother Pinye, the one who wore a pince-nez and was a music copyist for Sholom Secunda (383) Evidentemente, mi propio nombre, Shawmut, también había sido objeto de bromas. Esto se hacía ya muchos años antes de que mi padre pusiera el pie en América. Era su hermano Pinye el que llevaba quevedos y copiaba música para Sholom Secunda (539) Mi propio nombre, Shawmut, había sido alterado obviamente. La alteración fue hecha muchos años antes de que mi padre desembarcara en Estados Unidos por su hermano Pinye, quien usaba unos quevedos y era músico copista para Sholom Secunda (52) 11 Steiffleivent was the stiff linen-and-horse-hair fabric that tailors would put into the lining of a jacket. (383) Steiffleivent era el tejido tieso de lino y crin que los marinos ponían en el forro de las chaquetas. (539) Steiffleivent era la tela de relleno rígido y crin que los sastres ponían en el forro de las chamarras para darles forma. (53) 126 # Texto original de Bellow Traducción de Beatriz Ruiz Arrabal (Alfaguara) Traducción propia 12 A professor from UBC (384) un profesor de la Universidad de Berkeley (540) un profesor de la Universidad de la Columbia Británica (53) 13 “Oh? Do you mean that every gas chamber has a silver lining?” (384) “¿Ah? Quiere usted decir que cada cámara de gas tiene un forro plateado? (541) “Vaya ¿quiere usted decir que se le debe ver el lado amable a cada cámara de gases?” (54) 14 the sense of an unlimited wilderness beginning where the forests bristle, spreading northward for millions of square miles and ending at ice whorls around the Pole (384) el sentido de una naturaleza salvaje e ilimitada que empieza donde se revisa el bosque, y se extiende hacia el norte durante millones de kilómetros cuadrados y termina con voluntad de hielo alrededor del polo (540) la sensación de una naturaleza salvaje ilimitada que comienza donde los bosques se encrespan, se extiende a través de millones de kilómetros cuadrados hacia el norte y termina en las espirales de hielo que circundan el Polo. (54) 15 Anyway, I was reading to the wordly-wise and learned Kippenberg (384) En todo caso, yo estaba allí leyéndole al mundano y sabio Kippenberg (541) Como sea, yo le estaba leyendo a Kippenberg, el docto y conocedor del mundo, (55) 16 But as a reverberator, which is my nature to be, I tried to connect the breeding of these terrible dogs with the mood of the country. (397). Pero como un eco, que es mi verdadera naturaleza, traté de conectar la crianza de estos terribles perros con el tono general del país. (559) Pero como hombre reflexivo, que es mi naturaleza, intenté relacionar la crianza de estos perros terribles con el ánimo del país. (76) 17 You’ve got such a memory hang-up –what use is it? (399) Tú tienes una memoria prodigiosa… ¿Para qué te sirve? (561) Tú tienes semejante trauma con la memoria; ¿y de qué te sirve? (79) 127 # Texto original de Bellow Traducción de Beatriz Ruiz Arrabal (Alfaguara) Traducción propia 18 After this lapse, he reversed himself with a vengeance. (401) Después de esta pausa, salió con una venganza. (564) Tras este lapsus, se contradijo a sí mismo con creces. (82) 19 His kidnappers were bounty hunters. (402) Sus secuestradores eran buscadores de fortuna. (565) Sus secuestradores eran cazarrecompensas. (84) 20 The bonding companies he had left holding the bag when he skipped out had offered a bounty for his return. (402) Las compañías que él había dejado a cargo de la Bolsa cuando escapó habían ofrecido un rescate por su devolución. (565) Las compañías afianzadoras a las que les había enjaretado el problema habían ofrecido una recompensa por su captura (84) 21 Hansl dresses very sharply, in Hong Kong suits and shirts. A slender man, he carries himself like a concert violinist and has a manner that, as a manner, is fully convincing. (403) Hansl se viste de manera muy agresiva, con trajes y camisas de Hong Kong. Es un hombre delgado, y tiene un estilo de un violinista de concierto con unos movimientos que, para un abogado, son plenamente convincentes. (566) Hansl se viste muy elegantemente, con trajes y camisas de Hong Kong. Es un hombre delgado, que se comporta como violinista concertante y tiene un comportamiento que, como comportamiento, es plenamente convincente. (85) 22 Cleverness is Hansl’s instrument; he plays it madly bowing it with elegance as if he were laying out the structure of a sonata, phrase by phrase, for his backward brother-in-law (403) La inteligencia es el instrumento de Hansl: lo utiliza como un desconocido, y se inclina con elegancia, como si estuviera plantando la estructura de una sonata, frase a frase, para su retrasado cuñado (566) La inteligencia es el instrumento que toca Hansl: lo toca frenéticamente, arqueándolo con elegancia como si estuviera acomodando la estructura de una sonata, frase por frase, ante su retardado cuñado. (86) 128 # Texto original de Bellow Traducción de Beatriz Ruiz Arrabal (Alfaguara) Traducción propia 23 I had had him to lunch there and it turned out that he was deeply impressed by the Ivy League class, the dignity of the bar, the leather seats, and the big windows of the dining room, decorated with the seals of the great universities in stained glass. He had graduated from De Paul, in Chicago. (410) Lo había llevado a comer allí y resultó que le impresionó profundamente la clase de la Ivy League, la dignidad de la procesión judicial, los asientos de cuero y los grandes ventanales del comedor, decorados con los sellos de las grandes universidades en vidrieras. Yo me había graduado en De Paul, en Chicago. (575) Lo había invitado a almorzar ahí y resultó que él quedó profundamente impresionado por la elegancia de la Ivy League, la distinción del bar, los asientos de piel y los ventanales del comedor decorados con vitrales con los escudos de las grandes universidades. Él se había graduado de De Paul, en Chicago. (97) Procederé ahora a comentar lo que me parecen ser los errores cometidos por Beatriz Ruiz Arrabal. El primero de éstos, que aparece en el numeral 1 de la Tabla 1, deriva de lo que a mi entender es una falta de comprensión y cotejo de la traductora de la referencia intertextual que realiza Bellow en su cuento. El parlamento al que hace alusión Shawmut proviene de Hamlet, acto II, escena 2, cuando el príncipe danés, fingiéndose ya loco, le dice estas palabras mordaces a Polonio: “…for the satirical slave says here, that old men have grey beards; that there faces are wrinkled; their eyes purging thick amber and plum-tree gum; and that they have a plentiful lack of wit, together with most weak hams” (Shakespeare 808). Con su parlamento Hamlet busca burlarse de modo apenas velado tanto física como intelectualmente de su interlocutor Polonio, quien es un viejo él mismo y a quien Hamlet considera un traidor, de ahí la referencia a “together with most weak hams”, que en realidad quiere decir: “junto con los 129 jamones más débiles”, es decir, “junto con las nalgas más caídas”. Tanto el parlamento de la obra de Shakespeare como la referencia intertextual de Bellow hacen referencia a la decrepitud física y mental que acompañan a la vejez, por lo que considero que la opción de interpretación que ofrece la traductora es un error. Me parece además que la traductora repite este tipo de error interpretativo en el numeral 6 de la tabla al ofrecer como opción de traducción la palabra “chamán”, que nada tiene que ver con el original “megillah”. La referencia intertextual a la que hace alusión Bellow es a la tradición judía de la lectura de la Megillah, o el Rollo de Ester, que se lee durante las celebraciones de Purim y que narra la historia de cómo la reina Ester, quien es judía, consigue destruir al príncipe Amán o Haman, cuya desgracia inicia al momento en el que éste, inspirado por su odio hacia Mardoqueo, pretende dar a muerte a todos los judíos sin saber que la reina Ester misma era hebrea. La frase que pronuncia Shawmut “La carta: una extraña megillah de la cual yo mismo fui el Amán” es entonces una forma de enunciar que él mismo fue, sin saberlo, el causante de su propia perdición. Otros errores en la versión de Alfaguara derivan de los “falsos amigos”, como ocurre con los numerales 2, 5 y 7 de la Tabla 1. La traductora falla en advertir la presencia de éstos en el TO. De este modo, traduce erróneamente al TM “America” por “América” y no por “Estados Unidos”; “American” por “americano” y no por “estadounidense”; “candor” por “inocencia” –es decir por “candor”– y no por “franqueza”. Sobre la traducción de “America” por “América” hablaré con más detenimiento más adelante en este capítulo. Un par de errores más que aparecen en la edición de Alfaguara provienen de la incomprensión de las expresiones idiomáticas –o expresiones exocéntricas según la terminología de Nida– en la LO por parte de la traductora. Esto se constata en los numerales 13 y 18 de la Tabla 1. En el primer caso, se traduce “silver lining” por “forro plateado”, que 130 quizás pueda resultar no tan disparatado dado el contexto de la oración, pero que oculta el hecho de que en la LO la expresión quiere decir, según el Merriam Webster Dictionary Online, “something good that can be found in a bad situation”. Por su parte, el numeral 18 contiene dos errores de traducción, el segundo de ellos “with a vengeance” da como resultado una expresión que –a diferencia del cometido en el numeral 13– no tiene sentido alguno en la LM: “salió con una venganza”, que nada tiene que ver con el sentido de la expresión idiomática en inglés que se utiliza “to emphazise the degree to which something occurs or is true” (Oxford Dictionary Online), es decir, “con creces”. El primero de los errores que aparece en el numeral 18 de la tabla supra –la traducción de la palabra “lapse”– junto con los errores número 17 –“hang-up”– y 19 –“bounty hunters”– pueden ser agrupados como errores de comprensión del significado de las palabras, que no son siquiera expresiones idiomáticas. De este modo, “lapse” no quiere decir “pausa” sino “lapsus” (Cambrige Dictionary Online); “hang-up” no es un adjetivo cuyo significado es “prodigiosa/o” sino el sustantivo “trauma” (Oxford Dictionary Online), y “bounty hunters” no son cualquier tipo de “buscadores de fortunas” sino específicamente “cazarrecompensas” (Merriam Webster Dictionary Online). Además, en la edición de Alfaguara aparecen errores que muy probablemente no hayan sido cometidos por la traductora misma sino muy posiblemente por el editor o la editora de la obra, como los que aparecen en los numerales 4 y 9 de la Tabla 1. Me parece poco creíble que haya sido la traductora quien haya confundido la palabra en inglés “ugliness” con el vocablo español “frialdad” y, más bien, yo me aventuro a decir que este error fue de edición al confundir la palabra en español “fealdad” con “frialdad”, términos que me parecen más cercanos entre sí como para cometer un gazapo de este tipo. Situación similar supongo que sucedió al confundir el vocablo “hambre” por “hombre” en la LM, lo cual me parece mucho 131 más probable que confundir la palabra “hunger” de la LO con “hombre” en la LM. Ambos errores ponen de manifiesto el peso –con frecuencia ignorado o pasado por alto al momento de hacer las críticas de las traducciones– que juega también el editor o la editora en el resultado final del TM. A diferencia de los errores citados en el párrafo anterior, me parece que el error que aparece en el numeral 11 de la Tabla 1 es plenamente atribuible a la traductora y a una lectura precipitada y descuidada del vocablo a traducir, pues ella traduce “tailors” por “marinos” y no por “sastres”, que es en realidad lo que corresponde. Supongo que la traductora descuidadamente leyó “sailors” –que sí son “marinos”– en lugar de la palabra “tailors”, que es la que aparece en el TO y esto dio como resultado el error que aparece en el TM. Asimismo, en el TM aparecen errores que derivan de la falta de familiaridad con el contexto del TO, tal como el numeral 12 de la Tabla 1. La traductora pasa por alto el hecho de que Shawmut ha buscado refugio en Canadá y que por lo tanto las siglas “UBC” hacen referencia a una institución académica canadiense, no a una estadounidense. Traducir el acrónimo por la opción “University of California, Berkeley”, no tiene sentido. La traducción adecuada es la “University of British Columbia”, misma que sí se sitúa en el territorio en el que se encuentra el protagonista y cuyo acrónimo sí corresponde con el usado en el TO. Por su parte los errores 3, 8, 15 y 16 de la Tabla 1 son quizás más que errores opciones de traducción a las que quizás les falta cierta precisión. De este modo, el marcado en el numeral 3 falla únicamente al dejar de indicar que el “village green” no se trata de un “campo de césped” cualquiera sino que es un campo de césped que es público, un área verde común para los habitantes de la comunidad. Algo similar ocurre con la opción del numeral 8; aunque la traducción de “open road” por “carretera abierta” no es errónea en sí misma, la idea expresada no se refiere a una carretera física abierta sino a las posibilidades de caminos de vida 132 alternativos, por lo que me parece que la traducción de la expresión en la LO por la de “caminos abiertos” es más preciso para un público mexicano. Sobre este punto, he de decir que ignoro si en el español ibérico haya una expresión tal como “carretera abierta” que tenga más sentido, pero en el español de México ese no es el caso por lo que la expresión que ofrece Alfaguara no me parece pertinente. Respecto del tema de la variabilidad de opciones de traducción dependiendo el país de destino hablaré un poco más páginas adelante. Por lo tocante al error marcado con el numeral 15, considero que traducir la palabra “wordly-wise” por “mundano” implica una pérdida parcial del significado de la palabra en la LO. “Wordly” no sólo implica material o mundano, sino que también conlleva “practical and having a lot of experience of life” (Cambridge Dictionary Online), es decir, alguien que es “de mucho mundo”, o “conocedor del mundo”. Por su parte, la palabra “reverberator” del numeral 16 equivaldría a “reverberador”, es decir alguien que “reverbera” pero en inglés “reverbarate” no sólo se refiere a un ruido que se repite “several times as an echo” (Oxford Dictionary Online) sino también a una acción que esto puede conllevar “continuing and serious effects” (Ibídem) de donde se desprende que en español equivale a algo sobre lo que se tiene un eco sobre el que se piensa repetidamente, sobre el que se reflexiona, de lo que se deriva que “reverberator” sería alguien que reflexiona, en este caso un hombre reflexivo. A diferencia del grupo de errores anterior, considero que aquellos que aparecen en los numerales 10, 14 y 20 a 23 son errores de interpretación absoluta del texto. Me cuesta trabajo entender el proceso mental que la traductora pudo haber seguido para llegar a las opciones de traducción que ofrece en la edición de Alfaguara por lo que aquí sólo me limito a señalar lo que yo considero como errores y remito al lector de este trabajo a lo anotado en la tabla supra. 133 Continúo ahora con los que yo considero que son los errores que aparecen en la traducción publicada por Plaza & Janés: Tabla 2 # Texto original de Bellow Traducción de J. Ferrer Aleu (Plaza&Janés) Traducción propia 1 (Notice how the liberal American vocabulary is used as a torture device) (376) (Advierta cómo se emplea el vocabulario liberal norteamericano cual aparato de tortura) (12) “Fíjese cómo el vocabulario liberal estadounidense se utiliza como instrumento de tortura” (41) 2 Walish himself, Early Hip with a Harvard background, (377) El propio Walish –genio precoz que había estudiado en Harvard– (13) El mismo Walish –de los primeros hipsters, con una formación en Harvard– (43) 3 From my side I have to admit that it was hard for me to acquire decent manners, not because I was naturally rude (379) Por mi parte, debo confesar que me resultó difícil adquirir modales decentes, no porque fuese rudo por naturaleza (15) Por mi parte he de admitir que me fue difícil adquirir buenos modales, no porque fuera grosero por naturaleza (45) 4 Walish alleges that I was showing off (379) Walish sostiene que estaba haciendo comedia (16) Walish sostiene que yo fanfarroneaba (46) 5 “America I’m putting my queer shoulder to the wheel.” (381) “América, apoyo mi hombro extraño en la rueda” (18) “Estados Unidos, estoy metiendo mi hombro maricón por ti” (48) 6 Ginsberg takes a stand for true tenderness and full candor. Real candor means excremental and genital literalness (382) Ginsberg defiende la verdadera ternura y el pleno candor. El verdadero candor significa literalidad excrementicia y genital (19) Ginsberg asume una postura respecto a la ternura verdadera y a la franqueza plena. La franqueza verdadera significa literalidad excretoria y genital (51) 134 # Texto original de Bellow Traducción de J. Ferrer Aleu (Plaza&Janés) Traducción propia 7 Two or three sympathetic guests remained (384) Dos o tres simpáticos anfitriones se quedaron (22) A los dos o tres invitados compasivos que se quedaron (53) 8 “Oh? Do you mean that every gas chamber has a silver lining?” (384) “¡Oh! ¿Quiere usted decir que todas las cámaras de gas están forradas de plata? (22) “Vaya ¿quiere usted decir que se le debe ver el lado amable a cada cámara de gases?” (54) 9 My Pergolesi and Haydn made me less objectionable to her than I might have been (385) Por esto ponía menos reparos a mis Pergolesi y Haydn de los que habría puesto en otro caso (23) Mi conocimiento de Pergolesi y Haydn me hacían menos objetable para ella de lo que hubiera sido de otra forma (56) 10 And I agree, objectively, that my character is not an outstanding success (386) Y estoy de acuerdo, objetivamente, en que mi carácter no constituye una actualidad destacable (25) Y, objetivamente, concuerdo en que mi personalidad no es un logro excepcional (57) 11 He puts them on, I think, with crazy simplemindedness, with his actual dreams of finding someone’s anus in his sandwich (387) Pienso que les engañan con absoluta simplicidad, con sus actuales sueños de encontrar el ano de alguien en su bocadillo (27) Les toma el pelo, pienso, con un candor de locura, con sus sueños reales sobre encontrar el ano de alguien en su sándwich (60) 12 “Right speech” is sound physiology (391) “La palabra justa” es psicología sensata (32) “El discurso correcto” es fisiología sana. (66) 13 Take as an instance what Churchill said about an MP named Driberg (392) Tome como ejemplo lo que dijo Churchill acerca de un miembro del parlamento llamado Driver (34) Tome como ejemplo lo que Churchill dijo sobre un parlamentario llamado Driberg (68) 135 # Texto original de Bellow Traducción de J. Ferrer Aleu (Plaza&Janés) Traducción propia 14 I understood by know that the real power behind this enterprise was Philip’s wife, a short round blond of butch self-sufficiency, as dense as a meteorite and, somehow, as spacey. (398) Ahora he comprendido que el verdadero poder en la sombra de la empresa era la esposa de Philip, un manojo rubio, redondo y bajo de autosuficiencia, tan densa y, en cierto modo, tan espacial, como un meteorito. (41) Para entonces comprendía que la verdadera fuerza detrás de esta empresa era la esposa de Philip, una rubia, rechoncha y baja, con autosuficiencia de marimacha, tan densa como un meteorito y, de algún modo, igualmente lunática. (78) En esta nueva tabla se puede constatar la repetición de opciones de traducción que yo considero errores por las razones que ya comenté al elaborar mis comentarios sobre la Tabla 1. Ejemplo de ello son los errores que aparece en los numerales 1 y 5 de esta Tabla 2 –la traducción de la palabra “American” por “americano” y “America” por “América”– por las mismas razones que ya expliqué al referirme a los numeral 2 y 5 de la Tabla 1. Asimismo, lo que considero como el error número 8 marcado en esta Tabla 2 es idéntico al error número 13 de la Tabla 1 por las razones también ya expuestas arriba, por lo que no haré más comentario al respecto. No obstante, en la traducción de Ferrer Aleu aparecen además errores que derivan de “falsos amigos” distintos a los que aparecieron al comentar el trabajo de la otra traductora. Muestra de esto son los errores marcados en los numerales 3, 6, y 11 de esta Tabla 2. De modo tal que Ferrer Aleu equivocadamente traduce el vocablo inglés “rude” como la palabra española “rudo”, y no como “grosero”, que es lo que corresponde; “candor” por “candor” y no por “franqueza”, y “actual” por “actuales” y no por “reales” o “de hecho”. 136 En tanto, el error marcado con el numeral 4 de esta Tabla 2 supongo que deriva de la falta de entendimiento del phrasal verb “show off”, que quiere decir “to try to make people notice you, especially in a way that is annoying” (Cambridge Dictionary Online), es decir, “presumir” pero más precisamente “fanfarronear”, por lo que no considero que la opción que ofrece el traductor de Plaza&Janés sea la adecuada. Más o menos en la misma línea estarían los errores marcados con los números 7, 10 y 14 de esta segunda tabla, en los que el traductor no entendió adecuadamente el TO. Por otra parte, considero que el error marcado en el numeral 12 de la Tabla 2 deriva de una lectura poca atenta del TO por parte del traductor pues la palabra a traducir es “physiology”, no “psychology”. No obstante, el traductor ofrece como opción de traducción el vocablo “psicología”, que no corresponde al primero de los términos mencionados en inglés sino al segundo de ellos. Supongo que esto deriva de una lectura precipitada de la palabra a traducir y que debido a la similitud de ambos vocablos en inglés el traductor cometió el gazapo con el término en español. A diferencia de lo señalado en el párrafo anterior, me parece que el error marcado en el numeral 13 de la Tabla 2 no es un error del traductor sino un error de edición. Mi suposición deriva del hecho de que no veo por qué el traductor hubiese querido modificar el nombre del parlamentario “Driberg” por el de “Driver” y sólo puedo atribuir este cambio a algún tipo de equivocación en el proceso de edición del cuento por parte de Plaza&Janés. Por lo que respecta al error marcado con el numeral 2 de la Tabla 2 creo que el TO es obscuro en sí, pues la referencia “Early Hip” no es de cuño corriente. Conjeturo que el traductor no entendió del todo el TO y obligado a proveer una expresión en español entregó la de “genio precoz”. Dada la obscuridad del término de referencia yo mismo no estoy cierto si mi opción de traducción es la idónea pero la fundamento en el hecho de que el cuento nos 137 presente a Walish como un hombre que gusta pensar sobre sí mismo como un vanguardista –el autor mismo lo describe como “avant-garde”– y que por lo tanto la referencia “Early Hip” debe de ser una a la pertenencia temprana a cierto tipo de vanguardia que en su momento llegó a estar de moda y a tener cierto eco en los ámbitos en los que se desenvuelven los personajes. Por lo anterior, creo que el término “Hip” se refiere más bien al movimiento “hipster” de la década de 1940, cuyo tipo de vida “bohemia” se compagina con la apariencia que, según el autor, Walish deseaba proyectar a toda costa. Finalmente, me parece que el error marcado con el numeral 9 es un error completo de entendimiento del TO y me resulta difícil conjeturar cuál fue el proceso mental que siguió el traductor para llegar a su opción de traducción, por lo que simplemente me limito a señalarlo y a referir al lector a la Tabla 2 para contrastarlo con el resultado de traducción que yo ofrezco. No sólo son los errores de interpretación los que tienen peso en la inteligibilidad del TM sino que la variante de español que se elige en cada traducción tendrá repercusión en el nivel de inteligibilidad de la misma. Las traducciones se dirigen a públicos específicos y de ese modo las elecciones traductoriales varían en cada caso. Sin embargo, el hecho de que los traductores de las traducciones publicadas atienda a los hábitos de uso del idioma de un público español origina que la traducción resultante en cada caso no deje de sonar extraña para los oídos latinoamericanos y más específicamente para los mexicanos pues nuestro español es distinto al español que hablan los españoles. 138 A continuación enlisto ejemplos de lo dicho en la traducción de Beatriz Ruiz Arrabal: Tabla 3 # Texto original de Bellow Traducción de Beatriz Ruiz Arrabal (Alfaguara) Traducción en español de México 1 Only I never admitted that anti-Semites of any degree were my betters. (386) La única pega era que yo nunca admití que los antisemitas de ningún tipo fueran mejores que yo. (544) Sólo que yo nunca consideré que los antisemitas de ningún tipo fueran mejores que yo. (58) 2 Apart from Negroes and hillbillies, Hammond is mostly foreign (388) Aparte de negros y paletos, en Hammond hay sobre todo extranjeros (546) Además de los negros y los pueblerinos incultos, Hammond es principalmente de extranjeros (61) 3 I was tempted to believe that she didn’t hear or else had failed to understand. But that didn’t wash. (392) me sentí tentado a creer que no me había oído o que no había comprendido. Pero no coló. (551) estaba tentado a creer que no había escuchado o que no había entendido. Pero eso no funcionó. (67) 4 “Did you have to needle him?” (394) –¿Por qué tenías que pincharlo? (554) –¿Tenías que provocarlo? (71) 5 But it wasn’t the business proposition that carried me away, Miss Rose. (397) Pero no fue la propuesta de negocios lo que me embaló, señorita Rose. (557) Pero no fue la propuesta de negocios lo que me emocionó, señorita Rose. (74) 6 If you weren’t Gerda’s husband I’d tell you to beat it. (405) Si no fueras el marido de Gerda te mandaría a la porra. (569) Si no fueras el esposo de Gerda te mandaría a volar. (89) 7 That’s the dough you will live on. (406) –Y lo harás. Vivirás de esa pasta. (570) –Y lo harás. Esa es la lana con la que vivirás. (91) 139 # Texto original de Bellow Traducción de Beatriz Ruiz Arrabal (Alfaguara) Traducción en español de México 8 After all, you were a family of Russian peddlers and your brother was a lousy felon. (410) Después de todo vosotros erais una familia de vendedores ambulantes rusos y tu hermano un maldito delincuente. (576) Después de todo, ustedes eran una familia de vendedores rusos de puerta en puerta y tu hermano era un maldito delincuente. (98) Y más ejemplos de lo dicho en la traducción de J. Ferrer Aleu: Tabla 4 # Texto original de Bellow Traducción de J. Ferrer Aleu (Plaza&Janés) Traducción en español de México 1 She would say, “Get lost!” (376) Diría: “¡Anda y que te zurzan!” (11) Simplemente diría: “¡Vete al demonio!” (41) 2 As for me, I had become dead sober, as I generally do after making one of my cracks. (378) En cuanto a mí, me había puesto muy serio, como me ocurre generalmente después de soltar alguna de mis gansadas. (14) Por mi parte, volví a un estado de seriedad absoluta, como generalmente hago tras decir alguna de mis ocurrencias. (44) 3 Walish, I must tell you gives me the business in his letter (379) Debo decirle que Walish me canta las cuarenta en su carta (15) He de decirle que Walish me pone como lazo de cochino en su carta. (46) 4 I woo him with wisecracks (380) trato de camelarle con mis bromas (17) lo cortejo con mis bromas ocurrentes (48) 5 Provincial academics took offense at my quirks. Too bad. Los académicos provincianos se molestaron por mis chirigotas. Una lástima(22) Los académicos provincianos se ofendieron por mis peculiaridades. Ni modo. (54) 140 # Texto original de Bellow Traducción de J. Ferrer Aleu (Plaza&Janés) Traducción en español de México 6 That, and at my expense, was genius, (384) Esto, aunque fuese a mis expensas, era genio, (23) Ese comentario, hecho a costa mía, era genial, (55) 7 he was in addition bananas. (387) él era, además, tonto de capirote. (26) él además estaba zafado. (59) 8 Apart from Negroes and hillbillies, Hammond is mostly foreign (388) Aparte los negros y los palurdos, la mayoría de los habitantes de Hammond (28) Además de los negros y los pueblerinos incultos, Hammond es principalmente de extranjeros (61) 9 Moved, or as the young would say, stoned out of my head, by the Stabat Mater (392) Conmovido, o como dirían los jóvenes, perdida la chaveta por causa del Stabat Mater (33) Conmovido, o como dirían los jóvenes, completamente drogado, por el Stabat Mater. (68) 10 Also he was plain crackers. Además, estaba chalado. (36) Además él estaba completamente loco. (71) 11 But to retain lawyers is clear proof that you’re a patsy. (304) Pero andar siempre con abogados es prueba clara que uno está majareta. (36) Pero tener que contratar a un abogado es una prueba contundente de que uno es un tonto. (72) 12 Brother Philip had knocked himself out for it, (395) Mi hermano Philip se había quedado sin blanca, (37) El Hermano Philip se había desvivido por él, (72) 13 And wasn’t I –never mind Pergolesi– looking for a hot investment? (402) ¿Y no estaba yo buscando –¡que se chinche Pergolesi!– una buena inversión? (46) ¿Y acaso no estaba yo –olvídese de Pergolesi– buscando una inversión jugosa? (84) 14 You took me by surprise, completely. (405) Me pillasteis por sorpresa. (49) Me tomaste completamente por sorpresa. (88) 141 En otro tema, debo de señalar que hubo en el cuento expresiones en la LO cuyo significado no quedó del todo claro para mí como traductor y por lo tanto tuve que ofrecer una opción de traducción que sólo pude inferir a partir del contexto pese a no contar con una fuente fidedigna para corroborar mi interpretación. Ejemplo de lo anterior fueron las expresiones: a) “My late wife was a gentle, slender woman, quite small, built on a narrow medieval principle.” (Bellow, Collected Stories 389), cuya traducción final fue “Mi difunta esposa era una mujer cortés, esbelta, bastante pequeña, criada conforme estrechos principios medievales” (Traducción 62) b) Gerda put on a dinner for a large group of academics –all three leaves were in our cherrywood Scandinavian table. (Bellow, Collected Stories 389), cuya traducción final fue “Gerda ofreció una cena para un grupo numeroso de académicos: la crema y nata estaba en nuestra mesa escandinava de cerezo.” (Traducción 63) c) “Roosevelt Road with its chicken coops stacked on the sidewalks, the Talmudist horseradish grinder in the doorway of the fish store” (Bellow, Collected Stories 395) cuya traducción final fue: “la calle Roosevelt con sus cajas para gallinas apiladas en las aceras, el molino talmudista para rábanos en la entrada de la pescadería” (Traducción 73) d) “He next asked me to help him with one of his ladies. “They’re Kenwood people, an old mail-order-house fortune” (Bellow, Collected Stories 410) cuya traducción final fue “Son gente de Kenwood, que hizo su fortuna en el negocio de las ventas por correo” (Traducción 97) Finalmente, me gustaría comentar sobre la traducción de la palabra “America” (Bellow, Collected Stories passim), y la expresión “Americanization” (Ídem 402), que yo elijo traducir como 142 “Estados Unidos” y como “estilo de vida estadounidense” pues considero que traducir acríticamente el vocablo en inglés “America” por la palabra en español “América” y la palabra inglesa “Americanization” por “americanización” revela un criterio colonialista que subsume – consciente o inconscientemente– una serie de valores capitalistas e imperialistas que fueron gestados por las élites políticas y económicas decimonónicas –en ese entonces aún legalmente racistas– de los Estados Unidos a partir de la elaboración de la teoría del Destino Manifiesto, la Doctrina Monroe –cuya síntesis comúnmente se expresa en la conocida frase de 1823 del presidente estadounidense James Monroe al Congreso estadounidense: “America for the American”– y la noción del imperio estadounidense.38 Curiosamente, esta cuestión, que no es un tema en el TO, deviene tema en el TM al implicar valoraciones y consideraciones culturales que realizamos los traductores en la LM. El reducir, en el imaginario colectivo, todo el universo cultural y geográfico de un continente – América– a una cultura particular –específicamente la blanca protestante anglosajona estadounidense– y a una región geográfica específica –Estados Unidos– exacerba el proceso de dominio colonial que ese país ha ejercido sobre el resto del continente a partir del siglo XIX. Teniendo en cuenta esto, debemos recordar que es a través de la aculturación transmitida mediante el lenguaje como se ha perpetuado la colonización por parte de las culturas dominantes. Tal como Ngugi wa Thiong’o ilustra al hablar sobre el tema: In my view language is the most important vehicle through which that power fascinated and held the prisoner soul. The bullet was the means of the physical subjugation. Language was the means of the spiritual subjugation […] So what was the colonialist imposition of a foreign language doing to children? The real aim of colonialism was to control the people’s wealth: what they produced, how they produced it, and how it was distributed; to control, in other words, the entire realm of the language of real life. Colonialism imposed its control of the social production of wealth through military conquest and subsequent political dictatorship. But its most important area of domination was the mental universe of the colonialised, the control, 38 Para una discusión sobre estos conceptos véase: Sam W. Haynes y Christopher Morris (ed.) Manifest Destiny and Empire: American Antebellum Expansion y Reginald Horsman, Race and Manifest Destiny. The Origins of American Racial Anglo-Saxonism. 143 through culture, of how people perceived themselves and their relationship to the world. Economic and political control can never be complete or effective without mental control. To control a people’s culture is to control their tools of self-definition in relationship to others. (9, 16) Y, para abonar al punto, Susan Bassnett y Harish Trivedi subrayan: Translations are always embedded in cultural and political systems, and in history. For too long translation was seen as purely an aesthetic act, and ideological problems were disregarded. Yet the strategies employed by translators reflect the context in which texts are produced. (6) Pues, tal como apunta Niranjana: Translation as a practice shapes, and takes shape within, the asymmetrical relations of power that operate under colonialism. What is at stake here is the representation of the colonized, who need to be produced in such a manner as to justify colonial domination, and to beg for the English book by themselves. In the colonial context, a certain conceptual economy is created by the set of related questions that is the problematic of translation. Conventionally, translation depends on the Western philosophical notions of reality, representation and knowledge. Reality is seen as something unproblematic, “out there”; knowledge involves a representation of this reality; and representation provides direct, unmediated access to a transparent reality […] In forming a certain kind of subject, in presenting particular versions of the colonized, translation brings into being overarching concepts of reality and representation. These concepts, and what they allow us to assume, completely occlude the violence that accompanies the construction of the colonial subject. Translation thus produces strategies of containment. By employing certain modes of representing the other –which it thereby also brings into being– translation reinforces hegemonic versions of the colonized, helping them acquire the status of what Edward Said calls representations, or objects without history. These become facts exerting a force on events in the colony: witness Thomas Babington Macaulay’s 1835 dismissal of indigenous Indian learning as outdated and irrelevant, which prepared the way for the introduction of English education. (2-3) Tomando en consideración todo lo apuntado por Niranjana respecto a este tema, me resulta también interesante observar que para los dos traductores españoles que tradujeron este cuento de Bellow –o para sus editores– no representó por lo visto ningún conflicto traducir “America” por “América” y “Americanization” por “americanización” y quizás esto pueda tener sentido si uno recuerda el hecho de que ellos mismos provienen de una cultura con un pasado colonialista propio, una civilización colonialista que marcó la pauta de casi todo un 144 continente colonizado por alrededor de tres siglos.39 Quizás para ellos América puede seguir siendo conceptualizada como una noción geográfica que ahora existe simplemente en una relación metonímica con el nuevo poder dominante, con el nuevo amo: los Estados Unidos. 39 No hay que perder de vista el papel fundamental que la traducción jugó en la conquista y el dominio de América por parte de los españoles, hecho que recuerdan Nora Catelli y Marietta Gargatagli al hablar de los traductores de lenguas indígenas en El tabaco que fumaba Plinio: “Pero nuestro optimismo se corrige de inmediato si recordamos que a estos interpretes o lenguas o nahuatlatos se les pide ‘christiandad y bondad’, cualidades ajenas a los conocimientos lingüísticos, y se los amenaza con castigos diversos […] Si a esto añadimos que […] en 1630 hacen de traductores los criados de los gobernadores, aun no sabiendo las lenguas, parece que estos intérpretes… [son hijos] de la Inquisición, y de sus graves secuelas: ignorancia, delación, corrupción y degradación moral” (121). 145 Conclusiones Como señalé desde el principio de este comentario, sobre el tema de la traducción no hay –y supongo que no podrá haber nunca– nada definitivo ni nada que sea la última palabra al respecto. Más bien, a lo largo de la elaboración de este texto he podido constatar que el tema de la traducción engloba una panoplia de miradas –desde las muy técnicas hasta las que privilegian los aspectos socioculturales, históricos y políticos– para enfrentar este tema harto complejo que es la confluencia, y quizás más adecuadamente, la colisión, entre sociedades que crean sus realidades y sus cosmovisiones a partir de lenguajes y culturas diferentes entre sí; miradas que pueden llegar a ser agudas respecto de ciertas tonalidades de este fenómeno pero decididamente ciegas respecto de otras. Tanto los primeros de estos enfoques –representados por autores como Catford y Nida, quienes buscaron analizar el fenómeno de la traducción desde un punto de vista analítico-sistemático del procedimiento a seguir para conseguirla– como los segundos – representados en este comentario por Wilss, que al enfoque descriptivo antes mencionado añadieron la noción del propósito– volcaron su atención en el proceso de generación concreta de productos lingüísticos con los que se pudiesen trasladar “más adecuadamente” las ideas generadas por una sociedad particular hacia otra sociedad distinta hablante de un idioma diferente. En cambio, el último grupo de teorías y enfoques sobre la traducción de los que hablé –con representantes como Bassnett, Cronin, Lefevere, Niranjana, Simon, Venutti, etc.– procuraron volcar sus esfuerzos a estudiar los procesos mismos y las circunstancias generalmente veladas que operan y ocurren detrás de la generación de las ideas mismas y del modo de transmisión de éstas a otras sociedades en otros idiomas: a saber, los factores de 146 dominación política, económica e ideológica que operan siempre en la producción de artefactos culturales. Derivado de lo anterior, en la elaboración de este comentario procuré tomar, conforme las necesidades lo fueron requiriendo, los fragmentos pertinentes de cada una de estas teorías tan distintas entre sí que pudiesen ayudarme a explicar los fenómenos particulares de traducción que aparecieron en el proceso de volcar el cuento de Saul Bellow al español del centro de México. De este modo, por ejemplo, Nida fue de utilidad para explicar los fenómenos que se presentan al traducir los idiotismos mientras que Venuti me facilitó un camino para justificar –al menos ante mí mismo– mi elección del título del cuento y Niranjana dio pie para hablar de los fenómenos culturales de dominación e ideología que quedan subsumidos detrás de las elecciones de traducción aparentemente intrascendentes, como la engañosamente inconsecuente traducción de un simple vocablo del inglés como “America”. Con todo lo anterior quiero decir que aunque las teorías de la traducción pueden llegar a estar enfrentadas entre sí de modo general –por ejemplo, y aunque en este comentario no hablé de ello por falta de espacio, Niranjana critica severamente en su libro a Nida y a Steiner– fragmentos de esos varios todos pueden servir para crear y entender el entramado que es una traducción en particular. A falta de la elaboración de una teoría omnicomprensiva que pueda englobar y explicar de modo claro y directo la relación que tienen los mecanismos gramaticales y semánticos que operan al momento de la traducción con los mecanismos de dominación, ideológicos, económicos y culturales que se despliegan al mismo tiempo, uno como traductor tiene que conformarse con recoger las piezas útiles de las pedacería de voces. Asimismo, “Him with his Foot in his Mouth” me permitió discutir planteamientos tanto de tipo traductológicos como estéticos dada su profunda naturaleza intertextual, derivada a mi entender de la vocación y la propensión de Bellow a crear narraciones cimentadas tanto 147 en su experiencia personal como en la tradición cultural occidental, narraciones que sin embargo reiteran los temas que fueron obsesión del escritor estadounidense a lo largo de su vida creativa: el humor, la burla, el materialismo, el sufrimiento, la desgracia, la expiación y la búsqueda del sentido de la experiencia humana. Cada uno de estos temas permiten enfocar la vista en detalles que pueden llegar a tener o no una nota más sonora en la traducción pues será la elección del traductor (y posiblemente también la del editor) la que dé el énfasis en el texto final traducido. El proceso de traducción es por lo mismo –se reconozca o no– recreación y creación literaria y esto tendrá implicaciones no sólo estéticas sino también culturales e ideológicas pues como enfatizan fuertemente las teorías de Niranjana y de Bassnett la creación literaria de la traducción –tal como la literatura misma– no se engendra en una torre de marfil intocada por el contexto ideológico, económico, político o cultural del momento histórico específico de una sociedad en particular. Me parece pertinente subrayar aquí que se lee la literatura alrededor del mundo en buena medida a través de los traductores y las traductoras. Somos los traductores quienes introducimos, creamos y recreamos –tal vez para nuestro orgullo, tal vez para nuestro pesar– expresiones culturales en sociedades distintas a aquellas en las que fueron originalmente creadas esas expresiones y al hacerlo, al manipular los materiales originales, también imprimimos sobre ellos –en ocasiones conscientemente y en otras no– nuevas significaciones, quizás inesperadas por los textos originales –la superposición de textos de la que hablaba Octavio Paz, “las traducciones de traducciones de traducciones”–, de la misma forma en la que esos materiales imprimen sobre nosotros y sobre nuestras sociedades ideas, enfoques y categorías conceptuales que nos transforman independientemente de si nuestra vista es capaz de percibir esto último o si ante ello queda ciega. 148 BIBLIOGRAFÍA. Alonso Rodríguez, Pilar. “Entidades, relaciones y procesos: constituyentes básicos y recurrentes en la narrativa de Saul Bellow”. Atlantis. 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Impreso. “Deeply mature and wise, the valuable record of a liferime's work.” — Time Out New York “In short, Bellow still towers.” —Newsday Saul Bellow is “an American treasure.” —Harpers Bazaar “A wonderful collection .. . a feast of riches to be dipped into re- peatedly.” —L.A. Weekly “This is realism ac its best, achieved by a master seylist and storyteller.” —T he Seatile Times “Our only living Nobel laureare remains virtually unchallenged as America's greatest writer of fiction ... One for the permanent shelf.” —Kirkus Reviews (starred review) Saul Bellow is “a powerful and elegant voice reminding us of the es- sential truchs of our human nature.” —St. Lowis Post-Dispareh “The stories . . . are Bellow's gifts to the world.” — Denver Post and Rocky Mountain News “The writing pulls us effortlessly into the deeper human world ... There's more to you, the stories say, than you suspected.” —Naspuille Tennessean “In the concentrated vividness of the writing and the breadeh of its specularive reach, chis is an extraordinary collection.” —The Times Literary Supplement A a 1 SAUL BELLOW COLLECIED STORIES Preface by JANIS BELLOW : Introduction by JAMES WOOD PENGUIN BOOKS e N o . q os ai 7 e A A A A 5 . P I O A a p r 5 . c m d e n A po a al Es jo” l o To Beena Kamlani, whose kindly function ís to o a respeciful and grateful atithor. 0 qn me in 1he right direction. TENGUIM BOOKs A by the Penguin Group enguin Putnam Inc., 375 Hudson Streer, New York, N: Penguin Books Lrd, 80 Strand, London WC2R ORL, Patel OS Dee Books Australia Led, 250 Camberwell Road, Camberwell, Victoria 3124, Australia pia Books Canada Ltd, 10 Alcorn Avenue, Toronto, Ontario, Canada MáV 3B2 pon Books India (P) Led, 11 Community Centre, Panchsheel Park, New Delhi — 110 017, India enguin Books (N.Z.) Led, Cnr Rosedale and Airborne Roads, Albany, Auckland, New Zealand Penguin Books (South Africa) (Pty) Led, 24 Srurdee Avenue Rosebank e : Johannesburg 2196, South Aftica Penguin Bouks Ltd, Registered Offices: Harmondsworth, Middlesex, England First published in the United Staces of America by Viki; ¡ a member of Penguin Putnam Inc, 2001 a Published in Penguin Books 2002 1098765 Copyright O Saul Bellow, 2001 Preface copyright O Janis Bellow, 2001 Introduction copyright O James Wood, 2001 All rights reserved . Jae Se. Lawrence” first appeared in Esquire. : ilver Dish” originally appeared in The Net Yorker: “Zen Arca ver D ; and: By a Ch Witness” ¡ go há de a E Did You Have?” in Vanity Fair and “Him wich His Fo] et ad are IMontily. lhese stories, with “Cousins,” formed the collecri im with Hi in li MA 5.1 col ection Eí witb His Ecot i Hisha - Copyright € Saul Bellow Limited, 1974 Í i a of HarperCollins Publishers, Inc, nn e ic e Bellarosa Connection” and “A Theft" were each publ; i ¡ Z 0 published n book fo Pp a pera S E first appeared in Esquire. The three a ember Me By: Three Tales, Penguin Books. Copyright O Sa "The Old System” originally a di di Lona beni da tac ppeared in Playboy; "Looking for My. Green” in € s i the Yellow House” in Esquire; and “Mosby” ins" in 7 pora eri y ; ; y's Memoirs” i The New Yorker. Th ks i in Masbys Memoirs and Other Stories, Vikin i ore 1931, 1937. 100 1, , g Press. Copyrighe O Saul Bellow, The afterword first appeared as the introduction to tn onde ki 3 02937,1987, 1968. PUBLISHER'S NOTE These selections are works of Fiction. Names, characters, places, and incidents either are the produor of the author's imagination or are used fictiti titiously, and an ivi business establishments, events, or locales is ie? dera is od THE LIBRARY OF CONGRESS HAS CATAL Bellow, Saul. OGED THE HARDCOVER EDITION AS FOLLOWES: [Selections, 2001] Collected Stories / by Saul Bellow. p. ¿m. ISBN 0-670-89486-9 (hc.) o 0 z 4 20.0164 3 (pbk.) + United Srates—Social life and customs—20 ch century —Picrio L Badlow, Saul. ; i A i a o Janis Freedman. HH Wood, James. TV. Tide, 813.52—4de21 2001017595 Printed in the United States of America Designed by Nancy Resnick he Ed rates of America, this book is sold subject to the condirion that ic shall nor prior consent in pes ln pre o fc de or otherwise circulated wichout he publisher's on picada 1108 or cover other E chat ¡ bie : , a similar condition including rhis condirion being imporad siena pi cia PREFACE Yesterday my husband and 1 took our year-old daughter, Naomi Rose, for a stroll in the neighborhood. The weather was ferociously cold—what che fore- casters in these parts umaccountably describe as “blustery.” To escape the icy wind we headed for the Brookline Booksmith. Now when Saul ducks into a bookstore, chances are he's going to be there for some time. 1 pulled Rosie out of her snowsuir and attempted to distract her with the dust jacket of Ravelsteín. “Who's this, Naomi Rose? Who's the man in the picture?” And turning to point at Saul, she answered in that bell-like infant voice of hers that could be heard all through the store, “Dad, dad, dad.” Now Dad was muffled in turtle fleece to che eyebrows, but his face emerged to give her a most delicious smile, This morning, as 1 begin to write, l imagine Rosie che reader, a couple of de- cades deeper into the century. When Rosie is ready for Saul's books, what memories will there be of Dad ar his desk? And does memory need an assist? Will someone produce an accurate portrait of her father ar work? Why not be- gin, l ask myself, with this litele preface? To say for Rosie's sake, and for scores of others who will never see the man sirúng down to write—this is how it was done. Proximity has been my privilege. E was there, for insrance, when “The Bel- larosa Connection” was born. It began imnocently enough. In the first weck of May 1988 en route from Chicago to Vermont we sropped in Philadelphia, where Saul gave a lecture, “A Jewish Writer in Ámerica,” for the Jewish Publication Society. In the weeks be- fore he delivered this talk, and for the remainder of that month-—duríng the drive from Philadelphia to Vermont; while exploring Dartmouth, where he was a visiting lecrurer; and later in Vermont; where we were doing batide with che HIM WITH HIS FOOT IN HIS MOUTH DEAR MISS ROSE: 1 almost began “My Dear Child,” because in a sense whar 1 did to you rhirty-five years ago makes us the children of each other. 1 haye from time to time remembered that 1 long ago made a bad joke ar your expense and haye felc uneasy abour ir, but ir was spelled out to me recently that what I said ro you was so wicked, so lousy, gross, insulting, unfecling, and savage thar you could never in a thousand years ger over it. 1 wounded you for life, so 1 am given to understand, and 1 am the more greatly to blame because rhis arrack was so gratuitous. We had met in passing only, we scarcely knew each other. Now, the person who charges me with this cruelty is not without prejudice toward me, he is out to get me, obviously. Nevertheless, 1 have been in a tizzy since reading his accusations. Í wasn't exactly in great shape when his letter arrived. Like many el- derly men, I have to swallow all sorts of pills. 1 take Inderal and quinidine for hypertension and cardiac disorders, and 1 am also, for a variety of psychological reasons, deeply distressed and for he moment without ego defenses. lt may give more substance to my motive in writing to you now if 1 cell you that for some months 1 have been visiting an old woman who reads Swedenborg and other occult authors. She tells me (and a man in his sixties can't easily close his mind to such suggestions) that there is a lifé to come—wait and see—and thar in the life to come we will feel the pains that we inflicted on others. We will suffer all that we made them suffer, for after dearh all experience is reversed. We enter into the souls of those whom we knew in life. They enter also into us and feel and judge us from within. On the outside chance thar this old Canadian woman has it right, 1 must try to take up chis matter wich you. l's not as though 1 had tried to murder you, bur my offense is palpable all the same. e a P a A HIM WITH HIS FOOT IN HIS MOUTH | 375 I will say it all and then revise, send Miss Rose only the suitable parts. lo this life berween birth and dearh, while it is still possible to- make amends ... : " ] wonder whether you remember me ar all, other than as the person who wounded you-——a tall man and, in those days, dark on she whole, with a mus- tache (nor worn thick), physically a singular individual, a touch of the camel abouc him, somerhing amusing in his composition. If you can recall the Shaw- mur of those days, you should see him now. Edad con Sus Disgracias is the title Goya gave to the erching of an old man who struggles to rise from che chamber pot, his pants dropped ro his ankles. “Together with most weak hams,” as Ham- ler wickedly says to Polonius, being merciless about old men. To the disorders aforementioned 1 must add teeth with cracked roots, periodontia requiring an- tibiotics that gave me the runs and resulted in a hemorthoid the size of a walnut, plus creeping acthricis of the hands. Winter is gloomy and wet in British Co- lumbia, and when I awoke one morning in this land of exile from which 1 face extradition, 1 discovered that something had gone wrong with the middle Áinger of the right hand. The hinge had stopped working and the finger was curled like a snail—a painful new affliction. Quite-ajoke-on-me. And the extradicion is real. 1 have been served with papers. So at the very least I can try to reduce the torments of the afterlife by one. lr may appear that 1 come groveling with hard-luck stories after thirty-fve years, bur as you will see, such is not the casc. T traced you through Miss Da Sousa ar Ribier College, where we were all col- leagues in the late forties. She has remained there, in Massachuserts, where so much of the nineteenth century still stands, and she wrote to me when my em- barrassing and foolish troubles were printed in the papers. She is a kindly, intel- ligent woman who like yourself: should 1 say that? never married. Answering wich gratitude, 1 asked what had become of you and was told that you were a retired librarian living in Orlando, Florida. I never thought that 1 would envy people who had retired, bur rhar was when retirement was still an option. Formeiésmotia che cards now. The death of my brother leaves me in a deep legal-financial hole. 1 won't molest you with the facts of the case, garbled in the newspapers. Enough to say thar his felonics and my own faults or vices have wiped me out. On bad legal advice 1 took refuge in Canada, and the courts will be rough because 1 tried to escape. I may not be sent ro prison, but I will have to work for the rest of my natural life, will die in har- ness, and damn queer harness, hauling my load to a peculiar peak. One of my father's favorite parables was about a feeble horse fogged cruelly by its driver A bystander tries to intercede: “The load is too heavy, the hill is steep, it's useless to bear your old horse on the face, why do you do it?” “To be a horse was hís idea,” the driver says. a p a j e de a m . O TA . 5 e m t 378 | COLLECTED STORIES I have a lifelong weakness for chis sort of Jewish humor, which may be alien to you not only because you are Scorch-Trish (so Miss Da Sousa says) but also because you as a (pre-computer) librarian were in another sphere—zone of quiet, wichin the circumference of the Dewey decimal system. Ir is possible thar you may have disliked che life of a nun or shepherdess which the word “li- brarian” once suggested. You may resent it for keeping you our of the modern “action” —erotic, narcotic, dramatic, dangerous, salty. Maybe you have loathed circularing other people's lawless raptures, handling wicked books (for the most part fake, take it from me, Miss Rose). Allow me to presume thar you are old- fashioned enough not to be furious ar having led a useful life. 1 you aren't an old-fashioned person 1 haven't hurt you so badly after all. No modern woman would brood for forty years over a stupid wisecrack. She would say, “Get lost!” Who is it char accuses me of having wounded you? Eddie Walish, thats who. He has become the main planner of college humanities surveys in the State of Missouri, Í am given to understand. Ar such work he is wonderful, a man of ge- nius. But although he now lives in Missouri, he seems to think of nothing bur Massachusetts in the old days. He cant forget the evil 1 did. He was there when I did it (whatever ¿2 really was), and he writes, “I have to remind you of how you hurt Carla Rose. So characteristic of you, when she was trying ro be agreeable, not just to miss her gentle intentions bur to give her a sharrering kick in the face. 1 happen to know thar you traumatized her for life.” (Notice how the lib- eral American vocabulary is used as a torture device: By “characteristic” he means: “You are not a good person, Shawmur.”) Now, were you really trauma- tized, Miss Rose? How does Walish “happen to know”? Did you tell him? Or is ic, as 1 conjecture, nothing but gossip? 1 wonder if you remember the occasion at all. It would be a mercy if you didn't. And 1 dont want to thrust unwanted rec- ollecrtions on you, but if 1 did indeed disfigure you so cruelly, is there any way ro avoid remembering? So let's go back again to Ribier College. Walish and 1 were great friends then, young instructors, he in literature, l in fine ares—my specialry music history. Ás if chis were news to you; my book on Pergolesi is in all libraries. Impossible rhar you shouldn't have come across ir. Besides, Pye done those musicology programs on public television, which were quite popular. But we are back in the forties. The term began just after Labor Day. My first teaching position. Áfter seven or eight weeks I was still wildiy excited. Ler me stare with che beautiful New England setting. Fresh from Chicago and from Bloomington, Indiana, where 1 took my degree, I had never seen birches, road- side ferns, deep pinewoods, little white steeples. What could 1 be bur out of place? Tt made me scream with laughter to be called “Dr, Shawmur.” 1 felt HIM WITH HIS FOOT IN HIS MOUTH | 377 absurd here, a camel on the village green. 1 am a high-waisted and long-legged man, who is susceptible to paradoxical, ludicrous images of himself. I hadntt yet gorten the eeal picture of Ribier, either. lt wasn't true New England, it was a bo- hemian college for rich kids from New York whowere zoo-nervous for the better schools, unadjusted. Now then: Eddie Walish and I walking together past the college library. Sweer autumnal warmrth against a background of chill from the surrounding woods—it's all there for me. The library is a Greek Revival building and the light in the porch is mossy and sunny-—bright-green moss, leafy sunlighr, lichen on the columns. l am turned on, manic, flying. My relations with Walish at this stage are easy to describe: very cheerful, nor a kink in sight, nor a touch of dark- ness. l am keen to learn from him, because 1 have never seen 2 progressive college, never lived in the East, never come in contace with the Eastern Estab- lishment, of which I have heard so much. What is it all about? A girl to whom was assigned as adviser has asked for another one because 1 haven't been psycho- analyzed and can't even begin ro relare ro.her. And this very morning l have spent two hours in a committce meeting to determine whether a course in hiscory should be obligatory for fine-arts majors. Tony Lemnitzer, professor of painting, said, “Ler the kids read abour the kings and the queens—whar can it hoit them?” Brooklyn Tony, who had run away from home to be a circus roustabout, became a poster arrisc and eventually an Abstract Expressionist. “Dont ever feel sorry for Tony,” Walish advises me. “The woman he married isa millionairess. She's buile him a studio fit for Michelangelo. He's embarrassed to paint, he only whittles there. He carved out two wooden balls inside a bird- cage.” Walish himself, Early Hip with a Harvard background, suspected at first thar my ignorance was a put-00.A limping short man, Walish looked ar me— looked upward—wirh real shrewdness and traces of disbelicf abour the mouth. From Chicago, a Ph,D. out of Bloomington, Indiana, can I be as backward as 1 seem? Bur I ara good company, and by and by he tells me (is it a secrer?) chat al- though he comes from Gloucester, Mass., he's not a real Yankee. His father, a second-generation American, is a machinist, retired, uneducated. One of the old man's lercers reads, “Your poor mother-—the doctor says she has a growcth_on her virginia which he will have to operate. When she goes to surgery 1 expect you and your sister to be here to stand by me.” | There were two limping men in the community, and their names were simi- lar. The other limper, Edmund Welch, justice of the peace, walked witch a cane. Our Ed, who suffered from curvature of the spine, would mot carry a stick, much less wear a built-up shoe. He behaved with sporting nonchalance and de- fied the orthopedists when they warned thar his spinal column would collapse like a stack of dominoes. His style was to be free and limber. You had to take him as he came, no concessions offered, 1 admired him for that. 378 | COLLECTED STORIES Now, Miss Rose, you have come out of the library for a breath of air and are leaning, armis crossed, and resting your head against a Greek column. To give himself more height, Walish wears his hair thick. You couldn't cram a hat over ic. But I have on a baseball cap. Then, Miss Rose, you say, smiling ar me, “Oh, Dr. Shawmut, in that cap you look like an archaeologist.” Before 1 can stop my- self, Il answer, “And you look like something 1 just dug up.” Awful! l The pair of us, Walish and I, hurried on. Eddie, whose hips were out of line, made an effort to walk more quickly, and when we were beyond your lite li- brary temple 1 saw chat he was grinning at me, his warm face looking up into my face with joy, with accusing admiration. He had witnessed something ex- traordinary. What this something might be, whether it came under the heading of fun or psychopathology or wickedness, nobody could yet judge, but he was glad. Although he lost no time in clearing himself of guilt, it was exactly his kind of wisecrack. He loved to do the Groucho Marx bit, or give an S. ]. Perel- man turn to his sentences. As for me, 1 had become dead sober, as 1 generally do after making one of my cracks. 1 am as astonished by them as anybody else. They may be hysterical symptoms, in the clinical sense. 1 used to consider my- self absolutely normal, but 1 became aware long ago that in certain moods my laughing bordered on hysteria. 1 myself could hear the abnormal note. Walish knew very well that ] was subject ro such seizures, and when he sensed that one of my fits was approaching, he egged me on. And after he had had his fun he would say, with a grin like Pan Satyrus, “What a bastard you are, Shawmut. The sadistic stabs you can give!” He took care, you see, not to be incriminated as an accessory. And my joke wasn't even witry, just vile, no excuse for it, certainly not “inspi- ration.” Why should inspiration be so idiotic? lt was simply idiotic and wicked. Walish used to tell me, “Yowre a Surrealist in spite of yourself.” His interprera- tion was that I had raised myself by painful efforts from immigrant origins to a middle-class level bur that 1 avenged myself for the torments and falsifications of my healthy instincts, deformities imposed on me by this adaptation to respect- abiliry, the strain of social climbing. Clever, intricate analysis of this sort was popular in Greenwich Village at that time, and Walish had picked up the babit. His letter of last month was filled with insights of this kind. People seldom give up the mental capital accumulated in their “best” years. Ár sixty-odd, Eddie is still a yourhful Villager and associates with young people, mainly. I have ac- cepted old age. | It isntt easy to write with arthritic fingers. My lawyer, whose fatal advice 1 fol- lowed (he is the youngest brother of my wife, who passed away last year), urged me to go to British Columbia, where, because of the Japanese current, flowers grow in midwinter, and the air is purer. There are indeed primroses out in the e s r l i f + a b r HIM W/TH HIS FOOT IN HIS MOUTH | 379 snow, bur my hands are crippled and 1 am afraid chat 1 may have to take gold in- jections if they don't improve. Nevertheless, 1 build up the fire and sir concen- rrating in the rocker because 1 need to make ir worth_your.while to consider chese facts with_me. If 1 am to believe Walish, you have trembled from that day onward like a fame on a middle-class altar of undeserved humiliation. One of the insulted and injured. - From my side 1 have to admit that ic was hard for me to acquire decent man- ners, not because I was naturally rude' but because 1 felt the strain of my posi- tion. 1 came to believe for a time that 1 couldn't. get on in life until , too, had a false self like everybody else and so 1 made special efforts to be considerate, def- erential, civil. And of course 1 overdid things and wiped myself twice where peo- ple of betrer breeding only wiped once. But no such program of betrerment could hold me for long. 1 set it up, and then 1 tore it down, and burned it in a raging bonfire. Walish, I must tell you, _ gives me the business in his letter. Why was it, he asks, that when people groped in conversations 1 supplied the missing phrases and finished their sentences with greedy pedantry? Walish alleges char 1 was showing off shuffling out of my vulgar origins, making up.co the genteel and qualifying as the kind of Jew acceptable (just barely) to the Christian society of TS. Eliot's dreams. Walish pictures me as an upwardly mobile pariah seeking bondage as one would seek salvation. In reaction, he says, 1 had rebellious fits and became wildly insulting. Walish notes all this well, but he did not come out wich it during the years when we were close. He saved it all up. At Ribier Col- lege we liked each other. We were friends, somehow. But in the end, somehow, he intended to be a mortal enemy. All the while that he was making the gestures of a close and precious friend he was fattening my soul in a coop till it was ready for killing. My success in musicology may have been too much for him. Eddie told his wife—he told everyone—what 1 had said to you. It certainly got around the campus. People laughed, but 1 was depressed. Remorse: you were a pale woman with chin arms, absorbing the colors of moss, lichen, and lime- stone into your skin. The heavy library doors were open, and within there were green reading lamps and polished heavy tables, and books massed up to the gallery and above. A few of these books were exalted, some were usefully in- formative, the majority of them would only congest the mind. My Sweden- borgian old lady says that angels do not read books. Why should they? Nor, 1 imagine, can librarians be great readers. They have too many books, most of them burdensome. The crowded shelves give off an inviting, consoling, seduc- tive odor that is also tinctured faintly with something pernicious, with poison and doom. Human beings can lose their lives in libraries. They ought to be warned. And you, an underpriestess of this temple stepping out to look ar the sky, and Mr. Lubeck, your chief, a gentle refugee always stumbling over his T T t o a u n . mo - - - - T A N O a o A =i A A e A r s a 380 | COLLECTED STORIES big senile dog and apologizing to the animal, “Ach, excuse me!” (heavy on the sibilant). Personal note: Miss Rose never was pretty, not even what tbe Erench call une belle laide, or ugly beauty a woman whose command of sexual forces makes ugliness itself contribute to her erotic power. A belle laide (32 would be a French idea!) has to be a rolling-mill of uses, Such force was lacking. No organic basis for it. Fifty years earlier Miss Rose would have been taking Lydia Pinkbams Vegesable Compound. Nevertheless, even if she looked green, a man might have loved her—loved her for her timid warmtbh, or for the courage she had had to muster to compliment me on my cap. Tbirty-five years ago I might have bluffed ouz this embarrassment with com- pliments, saying, “Only think, Miss Rose, how many objects of rare beauty have been dug up by archaeologists—rhe Venus de Milo, Assyrian win ged bulls with the faces of great kings. And Michelangelo even buried one of his statues to get the antique look and then exbrumed it." But its too late for rhetorical gallantries. ld be ashamed. Un- pretiy, unmarried, the nasty little community laughing at my crack, Miss Rose, poor thing, must have been in despair. | Eddie Walish, as 1 told you, would not act the cripple despite his spiral back. Even though he slouched and walked with an ourslapping left foor, he carried himself wich style. He wore good English tweeds and Lloyd éz Haig brogans. He himself would say that there were enough masochistic women around to en- courage any fellow to preen and cut a figure. Handicapped men did very well with girls of a certain type. You, Miss Rose, would have done better to save your compliment for him. But his wife was then expecting; 1 was the bachelor, Almost daily during the firse sunny days of the term we went out walking. I found him mysterious then. 1 would think: Who is he, anyway, this (suddenly) close friend of mine? What is chis strange figure, che big head low beside me, whose hair grows high and thick? Wich a different slant, like whipcord stripes, it grows thickly also from his ears. One of the campus ladies has suggested thar 1 urge him to shave his ears, but why should 1? She wouldn't like him better with shaven ears, she only dreams that she might. He has a sore of woodwind laugh, closer to oboe chan to clarinet, and he releases his laugh from the wide end of his nose as well as from his carved pumpkin mourh. He grins like Alfred E. Neuman from the cover of Mad magazine, the successor to Peck's Bad Boy. His eyes, however, are warm and induce me to move closer and closer, but they wirbhold what 1 want most. 1 long for his affection, I distruse him and love him, 1 woo him with wisecracks. For he is a wise guy nan up-ro-date postmodern exisrentialisr sly manner. He also seems kindly, He seems all sorts of chings. Fond of Brecht and Weill, he sings “Mackie Messer” and trounces out the tune on the upright piano. This, however, is merely period stuf--German cabarer jazz of the twen- ties, Berlin's answer to twench warfare and exploded humanism. Catch Eddie 6 E i A HIM WITH HIS FOOT IN HIS MOUTH | 381 allowing himself to be dated like that! Up-to-rhe-minute Eddie has always been in che avant-garde. An early fan of the Beat poets, he was the first to quore me Allen Ginsberg's wonderful line “America 'm putting my quecr shoulder ro the wheel.” Eddie made me an appreciative reader of Ginsberg, from whom 1 learned much about wit. You may find it odd, Miss Rose (I myself do), thar I should have kept up with Ginsberg from way back. Allow me, however, to offer a speci- men statement from one of his recent books, which is memorable and also charming. Ginsberg writes thac Walt Whitman slepr with Edward Carpenter, the author of Loves Coming-of-Age; Carpenter afterward became the lover of the grandson of one of our obscurer presidents, Chester A. Arthur; Gavin Arthur when he was very old was the lover of a San Francisco homosexual who, when he embraced Ginsberg, completed the entire cycle and brought the Sage of Camden in touch wich his only true successor and heir. lts all a litele like Dr. Panglosss account of how he came to be infected with syphilis. Please forgive this, Miss Rose. Ir seems to me that we will need the broadest pos- sible human background for this inquiry, which may so much affect your emo- tions and mine. You ought to know to whom you were speaking on that day when you got up your nerve, smiling and trembling, to pay me a compliment— to give me, us, your blessing. Which 1 repaid with a bad witticism drawn, char- acteristically, from the depths of my nature, that hoard of strange formularions. I had almost forgorten the event when Walish's letter reached me in Canada. That letter—a strange megillah ofwhich 1 myself was the Haman. He must have brooded with ressentiment for decades on my character, drawing the profile of my inmost soul over and over and over. He compiled a list of all my faults, my sins, and the particulars are so fine, the inventory so extensive, the summary so condensed, that he must have been collecting, filing, formulating, and polishing furiously throughout the warmest, goldenest days of our friendship. To receive such a document— ask you to imagine, Miss Rose, how it affected me at a time when 1 was coping with grief and gross wrongs, mourning my wife (and funnily enough, also my swindling brother), and experiencing Edad con Sus Disgracias, discovering that I could no longer straighten my middle finger, reckoning up the labor and sorrow of threescore and ten (rapidly approaching). At our age, my dear, nobody can be indignant or surprised when evil is manifested, but I ask myself again and again, why should Eddie Walish work up my faults for thirty-some years to cast them into my teeth? This is what excices my keenest in- terest, so keen ir makes me scream inwardly. The whole comedy of it comes over me in the night with che intensity of labor pains. 1 lic in the back bedroom of this little box of a Canadian house, which is scarcely insulated, and bear down 382 | COLLECTED STORIES hard-so as not to holler. All the neighbors need is to hear such noises ar three in the morning. And there isn't a soul in British Columbia 1 can discuss this with. My only acquaintance is Mrs. Gracewell, the old woman (she is very old) who studies occult licerature, and 1 can't bother her with so different a branch of ex- perience. Our conversations are entirely theoretical. . .. One helpful remark she did make, and this was: “The. lower sel£is what the Psalmist referred to when he wrote, Tam a worm and no man,” The higher self, few people are equipped to observe. This is the reason they speak so unkindly of one another.” More than once Walish's document (denunciation) took off from Ginsbergs poetry and prose, and so 1 finally sent an order to City Lights in San Francisco and have spent many evenings studying books of his I had misséd-—he publishes so many tiny ones. Ginsberg takes a stand for true tenderness and full candor. Real candor means excremental and genital. literalness. What Ginsberg opts for is che warmth of a freely copulating, manly, womanly, comradely, “open road” humanity which doesnt neglect to pray and to medirare. He speaks wirh horror of our “plastic culture,” which he connects somewhar obsessively with the CIA. And in addition to the CIA there are other spydoms, linked with Exxon, Mobil, Standard Oil of California, sinister Occidental Petroleum with its Kremlin con- nections (that /s a weird one to contemplate, undeniably). Supercapiralism and its carcinogenic petrochemical technology are linked through James Jesus An- gleron, a high official of the Intelligence Community, to T. S. Eliot, one of his pals. Angleron, in his youth the editor of a literary magazine, had the declared aim of revitalizing the culture of the West against the “so-to-speak Sralinists.” The ghost of T. S. Elior, interviewed by Ginsberg on the fantail of a ship some- where in dearh's waters, admits to having done little spy jobs for Angleton. Against these, the Children of Darkness, Ginsberg ranges the gurus, che bearded meditators, the poets loyal to Blake and Whitman, the “holy creeps,” the lyrical, unsophisticated homosexuals whose little groups the secret police track on their computers, amongst whom they plant provocateurs, and whom they try to cor- rupt with heroin. This psychopathic vision, so touching because there is, realis- tically, so much to be afraid of, and also because of the hunger for goodness reflected in it, a screwball defense of beauty, 1 value more than my accuser, Wal- ish, does. 1 truly understand. To Ginsberg's sexual Fourth of July fireworks 1 say, Tee-hee. But then 1 muse sympathetically over his obsessions, combing my mus- tache downward with my fingernails, my eyes feeling keen as 1 try to figure him. Tam a more disinterested Ginsberg admirer than Eddie is. Eddic, so to speak, comes to the table with a croupiers rake. He works for the house. He skims from poetry. One of Walish's long-standing problems was that he looked distinctly Jewy. Certain people were discrustful and took against him with- gratuitous hos- úlity, suspecting that he was trying to pass for a full American. They'd some- HIM WITH HIS FOOT 1N HIS MOUTH | ses times say, as if discovering how much force it gave then co Pepe e z always welcome), “What was your name before it was Walish?”—a ER A the type that Jews often hear. His parents were descended from nor: ho e de Protestants, actually, and his mothers family name was Ballard. He ee ts Edward Ballard Walish. He pretended not vo mind this. A taste o poe Sn made him friendly to Jews, or so he said. Uncritically delighted with his friend- i believe him. : _ PRO that after many years of concealed teetering, Walish beep char 1 was a fool. It was when the public began to take me seriously that he lost patience with me and his affection turned to rancor. MyTV programs on Pus history were what did it. 1 can envision «his —Walish watching e ii z soiled woolen dressing gown, cupping one elbow in his hand and su él : ce retro, assailing me while 1 go on about Haydn's last days, or Mozart a dee developing themes on the ar a horseshir idiot! “Christ! hony can you get” * leberry Fink? E . re ma mr, had obviously been rampered with. The Fa was done long years before my father landed in America by his ca : mn the one who wore a pince-nez and was a music Copyist for Sho! lom de . The family must have been called Shamus or, even more degrading, nr shamus. The untershamtes, lowest of the low in the Old Dos A was a quasi-unemployable incompetent and hanger-on, tangle- earde ES cursed with comic ailments like a large hernia or serofula, a pda “Orm,” as my father would say, “aufsteiflcivent.” Steifflcivent was ae sti mae and-horsehair fabric that tailors would put into the lining ofa Jaco a ee! shape. There was nothing cheaper. “He was so poor that he dressed in a ÍA cloth.” Cheaper than a shroud. But in America Shawmut turns Out to os name of a chain of banks in Massachusetts. How : DE. pera cu may have heard charming, appealing, sentimental things E 1 só E Yiddish is a hard language, Miss Rose. Yiddish is severe and bcars po ba E mercy. Yes, it is often delicare, lovely, but ir can be explosive as well. e . Es ce a slop jar,” “a face like a bucket of swill.” (Pig connotations pre ME o ce Yiddish cpithets.) If there is a demiurge who inspites me to speak wildly, he may have been atrracted to me by this violent unsparing language. As 1 tell you this, 1 believe thar you are willingly following, and Y feel the nn affection for you. 1 am very much alone in Vancouver, but thar is E o too. When l arrived, 1 was invited to a party by local mudas e ed 0 please. They gave me their Canadian test for U.S. visitors: Was a ea = couldn't be thar, but the key question was whether El Salvador mig] Ke es 7 other Vietnam, and 1 lost half of the company at once by my reply: “Noching ol E E CI A A a r a A E A 384 | COLLECTED STORIES the kind. The North Vietnamese are seasoned soldiers with a military tradition of many centuries—really tough people. Salvadorans are Indian peasants.” Wh: couldn't I have kept my mouth shut? Whac do 1 care about Vietnam? ho As three symparhetic guests remained, and these l drove away as follows: A profes- sor from UBEC observed that he agreed with Alexander Pope about the ultimar unreality of evil. Seen from the highest point of meraphysics, To a “oa mind, nothing bad ever really happens. He was talking high-minded balls Twaddle! 1 ¿hought. 1 said, “Oh? Do you mean that every gas chamber has a sil Thar did it, and now 1 take my daily walks alone, Ir is very beautiful here, wirh snow mountains and still harbors. Port facili- ties are said to be limited and freighrers have to wait (at a daily fee of $10,000) To ses them at anchor is pleasant, They suggest the *Invitarion au Voyage” and also Anywhere, anywhere, Our of the world!” Bur what a clean and civilized city chis is, with its clear northern waters and, beyond, the sense of an unlimited wilderness beginning where the forests bristle, spreading northward for millions of square miles and ending at ice whorls around the Pole. Provincial academics took offense at my quirks. Too bad, But lest ir appear thar l am always dishing ir our, ler me tell you, Miss Rose, that 1 have often been on the receiving end, pur down by virtuosi, by artists greater than myself, in this line. The late Kippenberg, prince of musica ists when we were at a conference in the Villa Serbelloni on Lake Como, invited te ro his rooms One night to give him a preview of my paper. Well, he didn't actu- ally invite me. I was eager. The suggestion was mine and he didn't have the heart to refuse. He was a huge man dressed in velvet dinner clothes, a copious cos- cume, kelly green in color, upon which his large, pale, clever head seemed to have been deposited by a boom. Although he walked with two sticks, a sort of diable boiteux, dere was no one faster with a word. He had published the great work on Rossini, and Rossini himself had made immortal wisecracks (ke the one about Wagner: Ta de beaux moments mais de mauvais quarts d'heure”). You have to imagine also the suite thar Kippenberg occupicd at the villa ahead century rooms, taffeta sofas, brocades, cool statuary, hot silk lamps. The servants had already shutrered the windows for the nighr, so the parlor was very close. Anyway, I was reading to the worldly-wise and learned Kippenberg all swelled out in green, his long mouth agreeably composed. Funny eyes the o had, too set ar the sides of his head as if for bilateral vision, and eyebrows like cate llar from the Tree of Knowledge. As 1 was reading he began to nod. 1