A CIEN AÑOS del natalicio de Miguel Covarrubias, Museo del Estanquillo y Museo Soumaya presentan una muestra de caricaturas, bocetos, pinturas, autorretratos y libros que dan cuenta de su prolífica carrera como ilustrador, caricaturista y museólogo.
Miguel Covarrubias, El Chamaco, nació hace cien años. Fue observador con agudeza excepcional, vivió poco más de cincuenta. Con línea segura documentó y colaboró en la construcción de la imagen del New Negro del Renacimiento de Harlem, así como de la sociedad neoyorquina; recorrió e investigó la isla de Bali, y después regresó a México en donde encaminó su vitalidad creativa a la investigación y exposición del patrimonio popular, étnico y artístico de nuestro país.
El diverso y rico trabajo de Covarrubias en la colección Monsiváis muestra dos horizontes: ¿en qué forma plasmó a los suyos?, los mexicanos, y ¿cómo se reconoció en ello? y ¿cómo miró a los otros, americanos, asiáticos, europeos y africanos? El acervo da cuenta de la búsqueda artística de Miguel Covarrubias, en el extranjero y de regreso a la patria. Presenta los bocetos de su estancia en la ciudad de Nueva York o la caricatura del Príncipe de Gales hasta la del Burlesque del Manhattan Casino; las ilustraciones de libros como Negro Drawings o La cabaña del tío Tom; personajes del mundo del espectáculo como Corinne Griffith, la reina del cine silente, de sus amigos Diego Rivera y Roberto Montenegro; de personajes de la cultura popular en México, la Changuita y don Catarino; entre los de la política, Hitler, Manuel Ávila Camacho, Chiang-Kai-Shek.
Miguel Covarrubias llevó la caricatura a una síntesis excepcional compuesta de fina ironía, dibujo preciso y percepción exacta de la personalidad del retratado; su genio lo llevó al triunfo en México y en el mundo, en especial en Estados Unidos. La colección que Museo del Estanquillo y Museo Soumaya presentan, del 26 de noviembre de 2004 a finales de febrero de 2005 en Plaza Cuicuilco, es representativa de su prolífica carrera como ilustrador, caricaturista y museólogo. Retratista de las etnias rurales y de las urbanas, sus obras hacen de esta exposición testigo de los cambios en la cultura y del espíritu inquieto de la primera mitad del siglo XX.
Esta muestra es parte del homenaje nacional "Cuatro miradas de Miguel Covarrubias", que el CONACULTA a través del INBA, y los museos Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo y Museo Mural Diego Rivera realizan.
Carlos Monsiváis define a Miguel Covarrubias como el muy coleccionable y comparte con nosotros, además de su obra, su visión sobre ella:
«¿Desde cuándo colecciono algo de la obra de Miguel Covarrubias? Desde que dispuse de las mínimas posibilidades adquisitivas, eso que en rigor se llama “entrar en razón”. De El Chamaco (aún le decían así en la década de 1950) conocí primero la fama y luego, pausadamente, la producción admirable. Supe vagamente de su serie de Harlem, y vi reproducidos algunos dibujos para la coreografía Zapata de Guillermo Arriaga. Luego me enteré de su condición autodidacta y su triunfo en Nueva York, en donde se instala a los 19 años de su edad a trabajar en el consulado de México. También leí de sus primeros apoyos: el poeta José Juan Tablada, el mexicano más relacionado en Nueva York, el escritor y fotógrafo Carl Van Vechten, el promotor infatigable de Harlem y del arte de los negros norteamericanos, que se entusiasma con los dibujos de este joven que apenas habla inglés y a quien describe tímido, sonriente, silencioso, y dueño de un inglés más bien difícil. Van Vechten lo lleva a Vanity Fair (entonces, la revista), y allí su talento es la recomendación ilimitada, y lo demás es historia de la caricatura. En Vanity Fair, Covarrubias trabaja de 1924 a 1936, conoce y frecuenta celebridades y crea un estilo radicalmente distinto a lo conocido.
De inmediato su imaginación (y la inteligencia interpretativa adjunta) lo sitúa como un punto de vista indispensable (una sucesión de puntos de vista). En su caso, la ironía es una función de la forma, él nunca es despiadado, y su energía la obtiene del movimiento de los trazos siempre memorables. Covarrubias capta con elegancia y gracia la fiesta interminable de la década de 1920, la era del jazz y las divas de Hollywood, de la experimentación teatral y plástica y del descubrimiento de los sectores marginados por el racismo y el dinamismo urbano.
Es naturalmente prolífico, expone, hace escenografías para teatro, ilustra libros y publica en 1925 la primera recopilación de sus dibujos: The Prince of Wales and Other Famous Americans (Editorial Alfred A. Knopf), una antología magistral.
He ido entreverando los datos sobre Covarrubias con la contemplación fascinada de su obra. Me admiran su espíritu viajero, el vértigo dancístico de su serie Negro Drawings, el donaire, la gracia, la urbanidad en el mejor sentido del término, el señorío estético que incorpora a Harlem, a Bali, al sur de México. Sin condescendencia alguna, con asombro genuino ante la cultura que se resiste a los rechazos y exterminios del racismo, Covarrubias no se confina al cuerpo dancístico; recorre el paisaje humano de estos ghettos, la fuerza expresiva de prostitutas, gángsters, empresarios, trabajadores, cantantes, músicos, parejas de amantes, (Harlem) o la belleza radical de los nativos y las nativas (Bali).
En escala muy modesta (todo coleccionista que se respete debe aceptar ese nivel), he adquirido los Covarrubias que el destino (ese también modesto nombre del vago azar) me ha deparado. Ahora los pongo a la disposición de miradas de seguro más lúcidas pero difícilmente más entusiastas que la mía».
Carlos Monsiváis