UN RECORRIDO a través de diez poesías plásticas dedicadas a Eros, el amor loco, secreto, desarmado, y el deseo que nos pierde en él. Versos en mármol, bronce, terracota y óleo del divino Eros y Psique, evocan a la mitología griega, creados durante el mundo romano renacentista y de la Francia romántica del siglo XIX. Auguste Rodin, Antonio Rossetti, Trophime Bigot y Domenico Monroe son acompañados por Jean-Baptiste Carpeaux y sus estudios para la fachada de la Ópera de París.
Eros es el dios del amor. Sobre su origen se han sustentado múltiples mitos y teorías. Según la Teogonía de Hesíodo, tras la existencia del Caos, surgió Gea –la tierra–. Su origen es complejo y difuso; se considera que fue el producto de la unión entre el Tártaro –región espectral de las más hondas profundidades– y Eros, el amor, entendido como principio o fuerza vital y no como personificación de un dios. También se considera que esta potencia prístina nació del Huevo original engendrado por la Noche, cuyas dos mitades al romperse formaron el cielo y la tierra. No tuvo ni padre ni madre, pues antes de él no pudo haber nacido nadie. Este Eros no debe ser confundido con el Eros hijo de Afrodita, que tantas representaciones ha suscitado en el mundo de las imágenes y es el capturado en esta exposición.
En el Banquete de Platón, ya no se le considera como un símbolo de cohesión interna del cosmos. Es un genio intermediario entre los hombres y los dioses. Nacido de Poros –el Recurso– y de Penía –la Pobreza– se caracterizaba por ser una fuerza inquieta e insatisfecha. Sin embargo, la tradición más aceptada y difundida establece que es hijo de Afrodita –diosa de la belleza– y de Hermes –mensajero de los dioses–. En otros mitos griegos se asegura que es fruto de la unión entre Afrodita y Ares –dios de la guerra– o incluso entre ella y el mismo Zeus. Por otro lado, Plutarco afirmó que era hijo de Iris mensajera de los dioses y símbolo de –la velocidad– y Céfiro –viento que aclara los cielos–.
Gracias a los poetas clásicos, Eros adquirió su fisonomía más conocida, que es la de un niño o un joven –en cualquier caso alado– y que se divierte llevando el desasosiego a los corazones tanto de los humanos como de los dioses. A veces cruel y veleidoso, otras travieso y cándido, puede huir de cualquier situación en el momento que lo desee. Su desnudez es señal de inocencia y algunas veces se le representa con una corona de rosas, emblema de los fugitivos placeres.
Usualmente posee un arco caprichoso y flechas infalibles elaborados a partir del tronco y las ramas de un fresno chipriota. Aquellas saetas tenían como virtud paralizar la voluntad y al sumergirlas en las llamas de su lámpara encendida, si tenían puntas de oro lograban inflamar los corazones, pero si las puntas eran de plomo inundaban con frialdad e indiferencia al individuo al que herían.
Por más ingenua que sea su apariencia, se adivina en el fondo a un dios poderoso, al que incluso su madre le tenía muchas consideraciones y cierto temor. Ante la vulnerabilidad de sus armas y los fuertes estragos que Eros causaba en los hombres y los dioses, Afrodita decidió tener con Ares otro hijo, al que llamaron Anteros –el amor correspondido–, quien le enseñó al Amor humano a disparar sus flechas con sabiduría y además fue el encargado de sanar las heridas que su hermano hacía. Este complemento era indispensable, pues la cosmogonía griega sabía que el amor aislado y sin compartir, decrece y se extingue.
Un día,
el joven dios, por accidente se encajó una de sus propias flechas y
quedó enamorado a "primera vista" de la bellísima,
pero humana, Psique. Su madre, celosa por aquella relación, intentó
impedida y mandó matar a la joven, empero con ayuda de Céfiro
la desposó. Para que la doncella no vislumbrara la hermosura de su
amante, él sólo la visitaba cobijado por la noche y aún
allí le tenía prohibido mirarlo. Psique, inducida por sus celosas
hermanas desobedeció a su esposo y se atrevió a contemplado
con una lámpara de aceite. Extasiada por su belleza, se inclinó
para besarlo y una gota incandescente quemó un ala de Eros, quien decepcionado,
de un salto la abandonó. Tras muchas pruebas impuestas por Afrodita,
y aún sacrificando su belleza, logró que Zeus permitiera la
unión, y desde entonces existió el matrimonio perfecto entre
mente y corazón.
Ya desde el mundo griego se establecieron algunos remedios para sanar los
males que causaba el Amor humano, por ejemplo:
•
Aquel amante que bebía o se sumergía en el río Seleno
perdía la memoria de las penas que había experimentado.
• El camino al Hades o infierno estaba
irrigado por siete ríos. Si alguien bebía del río Cosito
también olvidaba cualquier vívido recuerdo.
• Quien saltara del peñasco de Leucade,
podía contrarrestar los efectos de Eros. De hecho, la primera en hacerlo,
por consejo de Apolo, fue la misma Afrodita, pues habría quedado prendada
de Adonis después de una herida accidental de su propio hijo.
Se han hecho maravillosas alegorías y representaciones de este dios a lo largo de la historia: el amor dormido, el amor al asecho, el amor ciego, en compañía de la locura, el amor cautivo, etc. En la época helenística su figura fue con frecuencia reproducida tanto sola como unida a grupos de amorcillos o putis, que mucho más tarde constituyeron el modelo de los ángeles del barroco y que más adelante retornara el Romanticismo del siglo XIX. Cabe señalar, que durante la Edad Media, el amor carnal se veía encadenado al deseo, aunque hacia 1300, en la colección de novelas Gesta Romanorum, se describió al dios según una estatua de cuatro alas:
•
En la primera se
leía: "El primer amor es poderoso y de gran fuerza. Por el ser
amado soporta paciente todas las tribulaciones y apuros"
• En la segunda: "El verdadero amor
no busca lo propio, sino que da todo lo que es suyo"
• En la tercera: "El verdadero amor
mitiga la aflicción y el miedo no se arredra ante ellos"
• Finalmente, en la cuarta: "El verdadero
amor alberga en sí la ley que nunca envejece, sino que siempre rejuvenece".
Este ideal plasmaba la relación entre la Iglesia y Dios y también entre los hombres y la divinidad, y entre los individuos.
La que sigue
es una selección de piezas de la colección de Museo Soumaya.
Un magnífico busto romano del siglo I de nuestra era, evidencia la
belleza de Cupido.
Eros y Pisque, atribuida al maestro Domenico Morone (1471–1529),
nos recuerda el renacimiento del arte clásico. El tenebrismo francés
de Trophime Bigot (1579–1650) capturó los ecos de Caravaggio
en el barroco de Cupido y Pisque.
El neoclásico italiano de la primera mitad del XIX puede contemplarse en Antonio Rossetti (1819–¿?) y su delicado Amor Secreto y en un artista anónimo, seguramente florentino, autor del Busto de Psique. El romanticismo decimonónico se aprecia en los artistas franceses: Jean-Baptiste Carpeaux (1827–1875) y Aguste Rodin (1840–1917). Del primero, sorprenden El genio de la danza por su claro dominio sobre las formas, así como El amor tiene la locura y Cupido desarmado. Psique contemplando al amor de Rodin, anuncia los nuevos senderos del arte, donde los sentimientos dominarán a la razón.
El arte es una gran válvula de escape para la demencia, una gran terapia para sanar los tormentos internos de nuestro ser. Mientras exista una flecha perdida de Eros, habrá un corazón ansioso por plasmar de un modo irrepetible los estragos del Amor.