La
escuela inglesa
EL
PUNTO LARGO en la
tradición inglesa fue instituido por Nicolas Hilliard en el siglo XV,
quien seguía la técnica del maestro grabador alemán Alberto
Durero de trazos perpendiculares para conseguir el modelado preciso de la
cabeza del retratado.
Los retratos pequeños en Inglaterra durante el siglo XVIII, se caracterizaron por fondos de nubes muy claras sobre cielo azul intenso que imitaba el de una mañana en la campiña inglesa; eran conocidos como fondos cielo, creación de Richard Cosway (1742–1821). Otros de sus atributos son: gama cromática brillante, que se conseguía mezclando los pigmentos con goma; y el dibujo idealizado, cuyo resultado es una expresión de dulzura; también carnación con tonos rojos y sombras en púrpura.
En el segundo tercio del siglo XIX la miniatura inglesa intentó imitar los efectos del óleo en el retrato pequeño. Los máximos exponentes de esta corriente fueron Andrew Robertson y Sir William Ross. Los efectos del dibujo y fondos en interiores que buscaron lucir como el género en caballete y el formato tradicional en óvalo fue reemplazado por el rectangular.
La
escuela norteamericana
La independencia de Inglaterra
no modificó el vínculo cultural y artístico que los colonos
sostenían con el Reino Unido.
Por lo general el medallón, a diferencia de la tradición europea, se elaboraba para exhibir en su reverso, cabello trenzado o inscripciones, pruebas de amor entre las familias y los enamorados.
El estilo norteamericano se puede distinguir por el modelado de la cabeza y un dibujo que da un porte altivo a los modelos para enfatizar su jerarquía aristocrática. Las obras destacan por dos gamas cromáticas para los fondos: azul grisáceo como de cielo en invierno y ocres brillantes en puntos alargados y entrecruzados.
La
escuela francesa
El punto cerrado y corto
proviene del iluminador Giorgio Giulio Clovio (1498–1578). La técnica
consiste en utilizar la luminosidad natural del soporte y luego con puntos
ir formando los volúmenes de las figuras.
El más característico de los tres estilos fue el que compartieron Jean Baptiste-Massé (1687–1767), Jacques Charlier (ca. 1705–1790) y Louis Marie Sicard (1743–1825): punto regular y fino para la carnación; verdes para las sombras; dibujo preciso; fondos homogéneos en tonos fríos.
El segundo lo aportó el suizo Peter Adolf Hall (1739–1793), quien desarrolló una técnica de pinceladas largas, seguras y gama clara. Estableció un contraste fuerte con la tradición gala y también una influencia novedosa que la enriqueció. El punto que aplicó a sus obras dio un carácter de animación y al mismo tiempo, parecía que la obra estaba inacabada. Dejó el azul y el verde para las sombras y lo sustituyó por mezclas que derivaban del ocre al café obscuro.
El tercero lo impuso Jean-Baptiste Isabey con su retrato aéreo durante la primera década del siglo XIX. Su técnica de pincelada fue parte de la tradición francesa de puntillismo delicado, en la composición es donde buscó innovar: hombres y mujeres, envueltos en gran dinamismo con un cielo como de ocaso o de tormenta a sus espaldas, con cabellos, gasas y velos movidos por el viento.
La
escuela española
El género llegó
del extranjero y estuvo influenciado en sus primeras épocas por los
italianos, y a partir del reinado de Carlos IV en 1788, por los franceses.
Retrato expresivo, de modelado cuidado y puntos cerrados en toda la superficie
pictórica: carnación, cabello, vestimenta y fondo.
Las cortes españolas se hacían retratar en París, de esta manera la miniatura recibió gran influencia de la francesa. Jean-Jacques Guillaume Bauzil Koc (1766–1820) y Guillermo Drucker (activo 1799–1805) redefinieron el rumbo de la miniatura española y la orientaron hacia el estilo francés a partir del siglo XIX. Entre los ingleses Hoskins, Cosway y Drummond también dejaron huella. Los propios artistas ibéricos se formaron en Francia o con maestros galos, como es el caso de Adriano Ferrán (activo 1834–39), José Udías Gonzáles y Antonio Tomasich y Haro (ca.1815–1891), considerado el último de los grandes miniaturistas del mundo. Tomasich aprendió el oficio en París en 1840, seis años después vino a México, en donde expuso en la Academia de San Carlos de la capital, y vivió aquí desde 1850 hasta 1855, aunque regresó con frecuencia a visitar y trabajar en nuestro país.
La
escuela mexicana
La pintura pequeña
en la Nueva España tuvo en los Lagarto sus más talentosos exponentes:
Luis (1556–ca.1620), el padre; Andrés, Francisco y Luis,
los hijos. Luis Lagarto, llegado de España, y formado en Granada, plasmó
en su obra el peso de la escuela italiana, educó en ella a sus hijos
y forma una generación de grandes artistas novohispanos.
En el México independiente, el estilo de pincelada que los artistas imitaron fue en especial el español. En cuanto al retrato, el realismo del dibujo y el colorido caracterizó a la escuela mexicana.
José María Guerrero, Hermenegildo Bustos y Juan Nepomuceno Herrera fueron algunos de los más sobresalientes en la miniatura y el pequeño retrato en nuestro país. Contemporáneo a estos autores, la influencia del catalán Antonio Tomasich y Haro fue fundamental para los miniaturistas mexicanos.
En la colección destaca el retrato de José María Cano de la mano de José María Estrada, retratista jalisciense que se distinguió por la veracidad y realismo de sus rostros, uno de los más talentosos de la pintura mexicana.
Los fondos oscilan en dos tendencias: homogéneos en tonos fríos al estilo francés o descriptivos a detalle, ya sea en interiores o paisajes.
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