EVA AYALA CANSECO | CURADURÍA E INVESTIGACIÓN
EL ESCULTOR FRANCÉS Jean-Baptiste Carpeaux se describió a sí mismo como miembro de «un puñado de hombres que defienden, a costa de su propio riesgo y peligro, una forma sublime del pensamiento humano». Con pasión por la escultura y pagando altos costos personales, él y otros artistas franceses de mediados del siglo XIX fueron inmortalizados en la literatura como mártires de las bellas Artes. Basado en una sucesión de acciones notables. Y, sin pretenderlo, Carpeaux escribió su propia leyenda.
Busto
de Anna Foucart
La lucha del escultor por
el éxito era una experiencia cotidiana y dolorosa, y fue descrita con
maestría por Emilé Zola en L’Oeuvre. Mahoudea
era el hijo de un obrero, genio de su provincia quien sirvió a la escultura
comercial y realizó numerosos sacrificios. Conforme avanza la historia
pareciera que Zola describe la vida de Jean-Baptiste.
A diferencia del personaje de L’Oeuvre, que nunca alcanzó el éxito, Carpeaux murió con las consideraciones de un héroe nacional. Algunos autores apuntan que Zolá pudo haberse inspirado en él para la creación del personaje, otros afirman que no. En realidad, la vida de los dos escultores coincide sólo en algunos aspectos de su juventud. Jean-Baptiste, como Mahoudea, nació en la provincia donde su mérito escolar y talento nato le ganaron el reconocimiento de su localidad.
Zola conoció y admiró el trabajo de Carpeaux, tal vez alguna de las anécdotas sobre el artista llegaran a oídos del escritor. Una de las más notables es aquella que relatan Edmond y Jules de Goncourt sobre su primer encuentro con Jean-Baptiste. Sucedió en Roma en 1865, los hermanos llegaron a una casa agradable y cálida donde coincidieron con tres escultores franceses a los que describieron como
«siniestros y empobrecidos que portaban sombreros suaves y viejas capas de viajeros de diligencia [...] Lanzaban frases sobre arte en caló, cosas aprendidas, resollaban dogmas. Sus rostros, pálidos y demacrados por la pobreza, parecían sucios por la barba mal afeitada. En ellos se podía leer una indefinida desdicha, un retraimiento, a lado de una bohemia amargada. Uno de ellos tenía una fea cara de cantero, burda y ruda, con bigotes de sargento de policía y ojos saltones. “Cuando dejamos la École,” dijo “estábamos tan flacos como barras. Fue sólo hasta que llegamos a Roma que engordamos un poco.” Ese era Carpeaux, un escultor con enorme talento. Los otros dos eran algunos de aquellos grandes hombres cuyos nombres no se recuerdan ya; de los que hay tantos en el arte».
El nombre del joven Jean-Baptiste trascendió en la historia del arte.
Las estancias
en roma
Carpeaux estuvo en varias
ocasiones en Roma, donde el entorno de la ciudad lo acercó al Naturalismo,
la pasión y vehemencia de las obras de Donatello y Miguel Ángel,
que dejaron una huella profunda en su memoria:
«Aquí estoy aprendiendo arquitectura porque los monumentos de la antigüedad son admirables. Con frecuencia me dicen que tengo una cabeza como la de Miguel Ángel [...] De hecho, siento gran aprecio por este gran hombre, y todas mis obras están marcadas con su gigantesca influencia».
Víctor Schnetz escribió en enero de 1856 a Ferdinand de Mercey: «[el] Sr. Carpeaux ha llegado finalmente a Roma, junto con otros cuatro pensionados... me parece que estos nuevos internos tienen buena disposición para el trabajo, de las breves conversaciones que he sostenido con ellos sostengo una buena opinión de su inteligencia; el más inculto, como me dijiste, es el señor Carpeaux, pero creo que al final también se refinará». La predicción de Víctor Schentz se materializó en 1860 cuando recibió el beneplácito de la familia real; y seis años después fue nombrado Caballero Imperial de la Legión de Honor.
La amistad
con los Foucart
El padre de Carpeaux, trabajador
del ferrocarril, encontró trabajo en París como capataz en 1838.
Ahí su hijo tuvo la oportunidad de asistir a la École Gratuite
de Dessin de 1840 a 1843, aunque interrumpió sus estudios un año
más tarde por incorporarse al grupo del maestro Francois Rude en la
École des Beaux-Arts. De Rude recibió la enseñanza de
la escultura romántica y durante este periodo formativo conoció
a Jean-Baptiste Foucart. La identificación mutua fue inmediata entre
los jóvenes estudiantes, compartían el nombre y el origen, y
la amistad permaneció el resto de su vida. Sobre el desempeño
académico de su amigo, Foucart escribió: «solo, con
no más que un grabado de Poussin, la cabeza de Apollo Belvedere, y
una reducción del gladiador antiguo, Carpeaux aprendió a dibujar».
Aunque Jean-Baptiste Foucart regresó a Valenciennes, Carpeaux nunca perdió el contacto con él y con su esposa, y mantuvo una nutrida correspondencia con la pareja.
El rostro de Anna, la hija de su amigo, fue una fuente de inspiración para el escultor, similar al del busto de esta jovencita que exhibimos durante este mes en Plaza Cuicuilco hay en el Museo d’Orsay otro de mayor tamaño. Al observar la pieza expuesta en Museo Soumaya se descubre la personalidad de Anna, retratada alrededor de 1860. Jean-Baptiste captó con maestría la calidez de la joven y logra que el espectador olvide que es bronce y no piel lo que observa. reprodujo su sonrisa y belleza en el rostro de una de las ninfas de El triunfo de Flora, obra magistral del escultor que hoy forma parte del Pabellón de Flora del Museo del Louvre.
El retrato muestra a una Anna joven, tal vez soltera, con peinado alto de gala, cuello largo y elegante. En las otras efigies aparece con un moño sobrio acorde a una mujer adulta, o como ninfa; su sonrisa cándida y la dulzura natural de su expresión permanecen en todas las esculturas.
A partir de la reproducción de su efigie del Príncipe Imperial con su perro Nero, Carpeaux intentó comercializar otras de sus obras. Aunque la empresa no fue del todo productiva, el escultor logró una mejora económica importante y el reconocimiento en su país. Después de dos años de agonía por padecer cáncer de próstata, murió en 1875 en el suburbio parisino de Courbevoie. Quince años antes, durante su estancia en la Villa de Medici, tras ganar el Premio de Roma, Jean- Baptiste le escribió a su padre: [...] «Obtendré la primera medalla, seré un caballero (de la legión de honor), arrasaré con el Instituto; toda Roma lo está diciendo, y sus ecos llegarán directo a París». Carpeaux superó sus predicciones, dos meses antes de morir lo premiaron con la Cruz de la Legión de Honor y lo enterraron con honores de héroe nacional. "¡La vie, la vie!" fueron sus últimas palabras.