Diez años pueden
parecer muchos: equivalen a 120 meses, casi dos sexenios de gobierno, más
de 500 semanas. Dos lustros. Ni contar los días, pues son más
de tres mil.
Sin embargo, esa franja de
tiempo se achica cuando se remite a la televisión del país,
la cual a lo largo de una década vivió una cadena de sucesos
y una etapa de definiciones que ha arrojado una TV muy distinta a la de
1988; en cierto modo, podría hablarse de otra televisión.
No obstante, son muchos los rasgos que hoy persisten de la pantalla chica
de hace una década.
Y es que, en efecto, 10 años
parecen pocos ante los muchos cambios y transformaciones que ha experimentado
la televisión en ese lapso, como también han sido varias
las pautas que han recorrido su evolución desde entonces para llegar
a los tiempos actuales.
A lo largo de su vida periodística
–justamente de una década, y que hoy celebramos–, RMC ha
venido registrando a través de sus páginas los acontecimientos
y transformaciones más relevantes del ayer y el hoy televisivo,
uno de los ámbitos de la comunicación del país de
mayor cambio y movimiento. Acompáñenos al recuento del pasado
reciente de la pantalla casera, en donde pretendemos identificar las grandes
líneas del desarrollo del medio con mayor influencia en la sociedad
mexicana.
El derrumbe de la TV estatal
Por sus importantes repercusiones,
no sólo para la industria de la televisión, sino también
para los medios del país en su conjunto, uno de los acontecimientos
más relevantes de la década lo es, sin duda, el estrepitoso
derrumbe de la televisión del Estado.
Mil novecientos noventa y
tres será especialmente recordado en el ambiente de los medios porque
se produjo el viraje más trascendente para la pantalla chica de
muchos años, al dejar, vía la liquidación de la TV
estatal, una televisión prácticamente cien por ciento privada,
con escasos contrapesos, menos innovaciones y escasa aportación
social. Tal fue el saldo que en materia de televisión dejó
el régimen de Carlos Salinas de Gortari.
La decisión de privatizar
la TV estatal se perfiló en 1990, en plena luna de miel entre
los industriales de la radio y la televisión --particularmente TELEVISA--
y el poder oficial. Tiempos en los cuales la empresa de Emilio Azcárraga
Milmo, más papista que el Papa, se dedicaba enfática a destacar
la figura presidencial y la información de los actos de gobierno.
Salvo incidentes menores o malentendidos entre las dos fuerzas,
la relación TV comercial-burocracia política vivía
uno de sus mejores momentos.
En el mes de las fiestas
patrias se anunciaba la agonía de IMEVISIÓN,
el organismo que en 1983 se presentara como el gran proyecto de televisión
del Estado, que apenas siete años después, por obra de las
ineficiencias, la corrupción y la continuidad de la política
de privilegios para la TV comercial, se derrumbaba con todo y sus tres
canales regionales y sus dos redes de nivel nacional, para esfumar de un
plumazo lo que en algún momento pareció ser una verdadera
alternativa para la TV mexicana. A fines de 1990 se comenzó a desmantelar
la TV del Estado y a desandar lo andado, para dar paso a los esquemas de
mercado neoliberales. Se presenció entonces la retirada de la participación
del Estado mexicano del medio de mayor impacto social, con un alto costo
político, cultural y económico para el país.
Inmediatamente la pregunta
saltó al aire: ¿en manos de quién se quedarán
los 79 canales televisivos que integraban IMEVISIÓN,
y entre los cuales estaban las codiciadas concesiones de los canales 7,
13 y 22?
La subasta de los medios
estatales
La identidad del grupo empresarial
al que se le otorgarían las redes televisivas otrora manejadas por
el Estado, se sabría dos años después. Luego de un
largo proceso jurídico y administrativo que generó amplia
expectación, y como parte del cual, habiendo convocado a los interesados
para tal fin, se recibieron proyectos para competir en la abiertamente
llamada subasta del "paquete de medios estatales" –integrado por
el diario El Nacional e importante infraestructura de producción
y exhibición cinematográfica, siendo la tajada más
suculenta precisamente la televisión–, se llegó a la recta
final. Entre los aspirantes figuraban varios de los grupos de industriales
de los medios con experiencia e intereses consolidados, sobre todo en la
radio, y entre quienes había, en algunos casos, además de
pesos,
proyectos, al parecer, dignos de considerar.
La resolución se dio
a conocer en julio de 1993. Fue un nombre que pocos esperaban escuchar
el que se llevó el paquete de medios estatales con un magro
proyecto a cambio de una cifra importante: 645 millones de dólares.
A la sorpresa inicial, vendría
la inquietud, ante las primeras apreciaciones sobre la noción de
la televisión en nuestro país del empresario que se adjudicó
las redes televisivas estatales, puntos de vista indicativos del tipo de
TV que se propuso hacer desde ese momento el dueño de las incontables
tiendas Elektra: una TV de bajo costo que buscaría
darle al anunciante lo que quiere, diversión al televidente sin
mayor interés por la labor informativa. Proyecto meramente lucrativo
que, no obstante su pobreza para la teleaudiencia, quedaba como anillo
al dedo para la contienda electoral de 1994, momento político en
el cual, desde la óptica de la cúpula del poder, no hubiese
sido favorable una opción televisiva fuerte en lo informativo y
distinta del modelo de entretenimiento de TELEVISA.
De ese modo, se dio preferencia a una visión empresarial, funcional
políticamente hablando, pero sin un proyecto que permitiese entablar,
por lo menos, una verdadera competencia en la televisión comercial.
Como si el hecho de transferir
la televisión del Estado a un proyecto escuálido --pero respaldado
por la mejor oferta económica-- fuera poco para convencerse de lo
errado de tal decisión, tiempo después --cuando se hizo referencia
a los aparentes vínculos entre Ricardo Salinas Pliego, ganador de
la licitación y a partir de ese momento, cabeza de la naciente TV
Azteca, y Raúl Salinas de Gortari, y el supuesto apoyo financiero
del hermano incómodo al nuevo empresario televisivo, para
obtener la licitación-- quedó claro que la participación
estatal en la TV no sólo fue un pésimo negocio para el Estado
mexicano, sino que también, al convertirse en otro enclave más
de la corrupción del poder oficial, acabó como uno más
de los daños sociales del salinismo.
La TV cultural, en la
batalla
Mientras en la TV del país
se consolidaba de una vez por todas el modelo de mercado, la televisión
cultural vivió días inciertos. No bastó, para sosegarlos,
el surgimiento en 1993 de Canal 22, el cual, además de sus limitaciones
técnicas, pronto vio acotadas las posibilidades que algunos miembros
de la comunidad cultural del país quisieron ver en su aparición,
ante la temprana injerencia oficial.
Sin embargo, con todo y el
espaldarazo para el modelo comercial que tuvo como resultante el derrumbe
de la TV del Estado, con muchos esfuerzos, la televisión cultural
defendió su espacio. No sólo salió bien librada del
impacto inicial, sino que sus avances han sido sensibles. Ello ha ocurrido
con Canal 22, pero en especial con Canal 11, que proyectan en la pantalla
una significativa evolución, a contracorriente de las condiciones
jurídicas, técnicas y financieras bajo las cuales opera.
Por su lado, a partir del
término de la participación del Estado en el quehacer televisivo,
los sistemas estatales de radio y TV han enfrentado un destino por demás
incierto, sin que al menos se produzca un cambio legislativo que les permita
buscar otras rutas para la sobrevivencia.
El surgimiento de la competencia
Uno de los cambios más
importantes del panorama televisivo del país se registraría
en el periodo 1988-1998, cuando la televisión comercial pasó
de la virtual hegemonía del Grupo TELEVISA
a un escenario donde la competencia ha ido ganando peso crecientemente.
Por largos años, TELEVISA
vivió el auge que le diera el segundo de la dinastía Azcárraga,
el famoso Tigre. Dueña del mercado de la TV, con el 90 por
ciento de la teleaudiencia bajo el liderazgo de Emilio Azcárraga
Milmo, con la complacencia estatal, TELEVISA
daba grandes pasos en la conducción del proyecto cultural del país,
imponiendo su noción de la televisión como un espacio natural
del entretenimiento y su estilo programático, con la telenovela
como uno de sus principales soportes. Durante mucho, pero mucho tiempo,
no hubo contendientes seguros e inmediatos a la vista, que de algún
modo nivelaran los esquemas de la empresa, que privilegiaba –y privilegia–
notablemente todo aquello que resulte rentable y vendible. Así,
TELEVISA
fue un virtual monopolio al cual la titubeante TV estatal, por falta de
proyecto e impulso político, no pudo enfrentar ni competir.
Sin embargo, el escenario
comenzaría a ver cambios en el reparto en 1989, cuando surge Multivisión.
No obstante constituir un sistema de TV restringida, la aparición
de MVS fue el atisbo de los cambios
por venir en la televisión mexicana, dominada aún por una
de las empresas de comunicación de habla hispana de mayor relevancia
mundial.
El viraje definitivo se produciría
a partir de 1993, cuando, a raíz del proceso de desincorporación
de la TV estatal, se crea TV Azteca. Aun cuando --como ya se anotó
antes-- ese consorcio arranca con un proyecto escasamente aportativo y
poco novedoso, que no hacía mella al emporio del Canal de las
Estrellas y sus importantes recursos técnicos, artísticos
y financieros de primer orden, hacia 1995 la empresa del Ajusco comienza
a tomar más vuelo y, en algunos de los rubros más rentables
y socorridos de la televisión comercial, empieza a rivalizar con
la televisora de los Azcárraga, misma que, a pesar de ello, continúa
desestimando los crecientes ratings de la empresa de Ricardo Salinas
y los hermanos Saba.
Por aquel tiempo, salía
al aire, luego de un largo tiempo de preparativos, el canal que vendría
a mostrarse como una faceta distinta de la pantalla: Canal 40. Con una
programación novedosa, tomando el riesgo de la búsqueda de
otra forma de hacer televisión, desde el principio de su proyecto
este canal enfrentó problemas con la inversión publicitaria,
factor que fue frenando progresivamente su evolución, obligándole
a buscar alianzas estratégicas con diversos grupos para solventar
su situación financiera, hasta llegar en julio pasado a un momento
determinante: la venta a TV Azteca de una porción del capital de
la empresa dueña de la concesión del canal, Televisión
del Valle de México, administrada por Corporación de Noticias
e Información (CNI). Ambos
consorcios firmaron un trato por medio del cual la empresa propiedad de
Ricardo Salinas Pliego adquiere un 10 por ciento del capital de Televisión
del Valle de México, en una transacción que incluye una opción
por medio de la cual TV Azteca podría tomar en los próximos
cinco o siete años, el control en el capital de Canal 40, con la
posibilidad de que la propia CNI
recupere en ese mismo plazo el control o, incluso, pueda recuperar el porcentaje
de acciones que acaba de vender a TV Azteca. Además del paquete
accionario que tomará, la empresa del Ajusco también se hará
cargo de la comercialización del canal y de un tiempo estimable
de la programación.
Habrá que estar atentos
al desarrollo que tome en los próximos meses la participación
de TV Azteca en Canal 40, por sus importantes implicaciones en la estructura
de la industria, la configuración de la competencia y en los procesos
de concentración en la televisión mexicana.
La guerra de las televisoras
Mil novecientos noventa y
cinco fue un episodio particularmente virulento, de confrontación
entre los empresarios de la TV --en particular, entre el Grupo MVS
y TELEVISA-- que competían,
como compiten todavía, por las franjas del espectro y los espacios
para la TV del futuro, convertida desde ahora en la manzana de la discordia.
La batalla que desde fines
de los ochenta había cobrado vuelo entre dichos consorcios se vio
recrudecida. La gota que derramó el vaso fue el desplazamiento del
mercado de Cablevisión por el sistema MVS,
del consorcio de Joaquín Vargas. Vale la pena retomar algunos detalles
de la confrontación de entonces.
Eran los tiempos de la feria
de las concesiones, una época en la que se otorgaron con prodigalidad.
Luego de las 67 concesiones televisivas que el régimen de Salinas
otorgara a TELEVISA, tiempo después
de la subasta del paquete de medios estatales, Azcárraga Milmo solicitó
dos más en la TV abierta, a lo cual le ofrecieron dos, pero de UHF.
En ese momento, MVS denuncia
prácticas monopólicas y entabla una demanda en contra de
la empresa de Azcárraga.
Por su parte, TELEVISA
realizaba negociaciones con TELMEX
para establecerse como socios de Cablevisión, pero la Comisión
Federal de Competencia (CFC) notifica que tal transacción estaba
sujeta a revisión. Azcárraga se inconforma y también
levanta una demanda, aunque en este caso contra el Congreso de la Unión,
además de tres secretarios de Estado y, olvidando los favores recibidos,
hasta contra el mismo Presidente de la República. De paso, señala
con dedo flamígero fallas legales en el proceso de otorgamiento
de concesiones a MVS, reclamando
su revocación.
La actitud de TELEVISA
molestó a muchos congresistas, quienes invitaron a las empresas
televisoras a exponer directamente sus puntos de vista en el Congreso.
Y así se dio el hecho por demás singular en la historia de
los medios electrónicos mexicanos de la presencia de los principales
concesionarios televisivos –con la notoria ausencia de Azcárraga
Milmo, en un gesto más de su clásica arrogancia–, en el Palacio
Legislativo, para hablar de la necesidad de transparencia en el otorgamiento
de concesiones. Situación insólita, sin duda, a la que llevó
la exacerbación de la competencia.
Llega 1996, y con él,
la confrontación directa por el pastel publicitario, hasta entonces
acaparado en gran medida por TELEVISA.
Ya para entonces, TV Azteca había dado pasos importantes al conseguir
algunas series –en particular, su primera telenovela de éxito–,
ratings
competitivos y, por consiguiente, anunciantes más numerosos.
Y así, ante el inicio
de las contrataciones publicitarias del año siguiente, de las cuales
TELEVISA
quería conservar las rebanadas de siempre, y TV Azteca una buena
porción, se desató una lucha entre ambas empresas: la llamada
guerra
de las televisoras.
Primero con cifras de ratings
publicadas en grandes desplegados periodísticos, después
con tronantes declaraciones, la lucha por la inversión publicitaria
fue tan encarnizada que, en el afán de cada una de las empresas
y sus representantes de dar a conocer los trapos sucios de su rival
–y vaya que ambos los tienen–, hasta salió a relucir el espinoso
asunto del poco convincente proceso de licitación de IMEVISIÓN
y el también poco claro otorgamiento de las 62 concesiones a TELEVISA,
suceso contemporáneo al primero. Bueno, según consta en la
prensa, hasta amenazas de muerte hubo de por medio… El caso es que, luego
de un llamado del secretario de Gobernación a la conciliación,
las agresiones bajaron de tono. Culminó una batalla, pero no una
guerra donde no ha habido, al menos hasta ahora, un beneficio tangible
para el televidente, convidado de piedra en una confrontación que
no se ha reflejado en una mejor oferta de contenidos en la pantalla casera.
En efecto, la guerra no ha
terminado. La batalla por el rating, que encubre la lucha por los
anunciantes, se ha visto continuada por otras modalidades que revelan,
por un lado, la escasa originalidad de las empresas rivales, cuyas estrategias
remiten a las de las dos grandes empresas refresqueras protagonistas de
la ya célebre guerra de las colas, involucradas en un círculo
vicioso según el cual una actúa en función de lo que
haga la otra, en lugar de avanzar y contender con base en una propuesta
propia.
En aras de su torcido modo
de entender la competencia, en los años recientes la pantalla se
ha visto salpicada de sensacionalistas espacios de nota roja, en las correspondientes
versiones de ambas empresas, de la puesta en práctica de la espectacularización
de las noticias y hasta el regateo de elementos artísticos y figuras
deportivas.
Pero la guerra de las
televisoras no sólo ha involucrado los espacios propiamente
televisivos: también se ha extendido a otros terrenos de cierta
repercusión, que pueden influir en la dirección hacia la
que se incline la balanza. En ese sentido se ubica el cambio que está
buscando instrumentar TELEVISA
a partir de abril de 1997 y que aparentemente busca un cambio profundo
en la empresa.
Debate televisivo
Sin duda, el 12 de mayo de
1994 es una de las fechas importantes en la política y la comunicación
en el país, pues marca un suceso trascendente: el arribo de la televisión
como foro para la contienda electoral en México.
Ese día, forzadamente
la TV saltó a la política con el esperado debate entre los
candidatos a la presidencia más prominentes, en medio de una serie
de discusiones y negociaciones entre los partidos políticos, que
regateaban cada porción de tiempo e imagen para sus respectivos
candidatos. Pero a fin de cuentas, como se recordará, el rígido
esquema bajo el cual se desarrolló el encuentro y el dominio de
la presencia física de los candidatos por sobre sus argumentos e
ideas –como ya se preveía en función del perfil del público
televidente y su cultura política– hicieron del debate un ejercicio
insípido y por debajo de las expectativas. Sin embargo, la experiencia
fue útil porque permitió tener enfrente a una TV inédita,
en off side, en un terreno ajeno y extraño a su entorno cotidiano.
La situación se repitió
en 1997, ante la elección para la gubernatura del Distrito Federal.
El 25 de mayo de ese año, además de apreciarse la inexperiencia
de la política mexicana en el terreno de la pantalla chica, fue
posible confirmar el impacto político de la presentación,
que de forma similar a lo que ha ocurrido en otras latitudes, pareció
ser valorado por los votantes, más en términos de la imagen
y rasgos de personalidad de los contendientes que en función de
los argumentos por ellos expuestos.
Pero sobre todo, la ocasión
permitió demostrar que, al menos en cuanto espacio de debate, en
México la pantalla chica sólo seguirá siendo un foro
ocasional, pues la cultura política del país aún no
la ha asimilado como parte de sus prácticas. Pesa también,
desde luego, la resistencia de la industria televisiva a abrirse al ejercicio
de la política en la pantalla casera.
No obstante, en otro nivel,
el de la información política y de los contenidos propagandísticos,
la presencia de la televisión se acrecentó de modo muy importante
a lo largo de la última década. Con todo y su escasa credibilidad
a cuestas --de la cual le será muy difícil desprenderse--,
la pantalla doméstica es hoy, más que nunca, un espacio crucial.
Ello se apreció en las contiendas electorales de 1994 y 1997, ocasiones
en que los partidos políticos de oposición reclamaron equidad
en los espacios otorgados. Si bien en el 94, con todo y las exhortaciones
del Instituto Federal Electoral (IFE),
las dos cadenas nacionales de TV exhibieron abiertamente su parcialidad
a favor del candidato priista --tanto en tiempos concedidos como en juicios
emitidos o en modalidades de presentación de la información,
haciendo evidentes una vez más sus alianzas con el poder oficial,
que en el sexenio de Salinas les correspondió suficientemente la
colaboración prestada; por ejemplo, con concesiones--, el año
pasado las televisoras mostraron, ante un ambiente de mayor exigencia de
equidad, un manejo más equitativo y plural.
Habrá que observar
con atención, en la difícil contienda del año 2000,
la postura que adopte la industria de la televisión comercial, que
ya desde ahora se resiste ante la mera posibilidad de un cambio en la dirigencia
política nacional que altere las condiciones de privilegio prevalecientes
desde hace muchos años.
¿Una nuevaTELEVISA?
La tarde del 16 de abril
de 1997, una noticia se dispersó con velocidad: Emilio Azcárraga
Milmo, el zar de la TV comercial hispanoamericana, había
muerto. La maquinaria de los medios se activó de inmediato, entrelazando
la escueta información sobre el deceso con todo un anecdotario de
la vida del empresario que, a partir del sólido consorcio radio-televisivo
heredado por su padre, el legendario fundador de la XEW, forjó un
imponente consorcio multimedia.
La muerte del segundo de
la dinastía Azcárraga, impulsor de la transformación
de Telesistema Mexicano en Televisión Vía Satélite
(TELEVISA), que causó
gran revuelo en el ámbito de los medios, generó expectativa
en el ambiente de la televisión, ante lo incierto del liderazgo
del sucesor del célebre Tigre. Bajo las riendas de éste,
en apenas 25 años, TELEVISA
experimentó una expansión por demás relevante. La
estrategia diversificadora de la empresa, que del campo de los medios electrónicos
se extendió prácticamente al escenario completo de la comunicación
masiva, consiguió un control vertical del mercado respectivo, tocando
además otros rubros comerciales, industriales, de servicios y hasta
financieros, por lo cual su crecimiento se produjo también en un
nivel horizontal.
El legado de don Emilio fue
todo un emporio empresarial con la TV como núcleo, acompañada
de doblaje, cable, video, radio, publicaciones, discos y cine. Pero había
una herencia más, invaluable por haber sido el factor que permitió
la configuración del gran consorcio: la favorable relación
con la burocracia política, que iniciara el primero de los Azcárraga
--Vidaurreta--, y que, en manos de Azcárraga Milmo hiciera posible
a TELEVISA alcanzar su actual
magnitud.
Sin embargo, la desaparición
de don Emilio provocó incertidumbre en quienes pensaron en las dificultades
por venir para TELEVISA, con
una generación de juniors en la dirección y una competencia
en ascenso en la TV abierta, una pelea casi perdida en el cable y otra
por abrirse en la DTH.
No obstante, pronto se apreciarían
los primeros pasos de la estrategia del tercer Emilio, Azcárraga
Jean. Luego de una lucha interna por el poder, que generó reacomodos
y desplazamientos que aún no terminan, el nuevo dirigente de TELEVISA
comenzó a dar señales tangibles de su proyecto para el consorcio:
una TELEVISA desligada del PRI,
aparentemente más abierta a la sociedad, con una dirección
armada con un pool de asesores, con un estilo light de liderazgo,
más que conducida por una personalidad omnipotente como la de su
antecesor, y donde la ingeniería financiera prevalece sobre las
decisiones personales.
Haciendo de lado algunos
de los tótems --figuras y programas-- erigidos por su padre que
encarnaron por largo tiempo la imagen del consorcio, el joven Azcárraga
está instrumentando varias medidas, entre las que se encuentran
ajustes financieros, modificaciones en las políticas para la inversión
publicitaria y nuevas estrategias de programación, además
de buscar reducir los costos de operación y de marcarse la recuperación
de porcentajes de la teleaudiencia en poder de TV Azteca. Ha agregado a
ello una política de acercamiento a un sector en el que desde hace
tiempo se encuentran quienes han cuestionado su presencia y actividad,
el sector universitario y académico, como parte de la búsqueda
de credibilidad de TELEVISA entre
la sociedad mexicana.
No obstante, hasta ahora,
el proyecto del tercero de la dinastía Azcárraga no ha deseado
incidir en un renglón que resultaría fundamental para tomar
ventaja en la lucha contra su contendiente, sino que resultaría
decisivo para dar un giro sustancial al quehacer televisivo: los contenidos.
El sucesor del Tigre no parece interesado en modificar el esquema
televisivo que desde la etapa de su padre le ha dado tantos dividendos
al consorcio. Será cuestión de ver si, ante una sociedad
receptora un tanto más exigente y con una competencia voraz de por
medio, el modelo televisivo tradicional de la empresa, que hoy se mantiene
en lo esencial, logra ver continuados los días de bonanza de antaño.
Luz y sombra: crisis y
éxito financiero
Los 10 últimos años
no han sido fáciles, financieramente hablando, para las televisoras
del país. Si bien hubo un tiempo de cierta prosperidad, durante
la cual las tarifas publicitarias se incrementaron repetidamente, a partir
de 1995 la crisis económica nacional, con la consiguiente recesión
en la industria publicitaria, ha venido generando problemas financieros
a la industria de la televisión.
Tal situación ha propiciado
diversas medidas de ajuste como recortes de personal y suspensión
de proyectos en varias empresas, incluso en las cadenas de TV abierta.
Desde luego, tampoco la TV restringida ha gozado de tranquilidad a la hora
de hacer las cuentas, ni por lo que toca a la TV Cable o al sistema MMDS.
Por lo que respecta a la naciente DTH
las condiciones recientes no han sido favorables.
Mientras en los sistemas
de radio y televisión regionales, la situación de carencia
se ha agravado en los últimos años, y en particular en el
actual, a raíz de los recortes presupuestales para el sector público,
la televisión cultural, con serios obstáculos para su sostenimiento,
vive al día.
La crisis económica
desatada en el 94 impactó seriamente a muchas empresas, incluso
de gran magnitud como TELEVISA,
que ha registrado resultados negativos. En otros casos, como el del ya
citado Canal 40, el problema financiero ha empujado a tomar medidas que
comprometen su proyecto inicial.
Pero, aun en ese panorama
poco estimulante, hay quien puede dar números negros como balance.
Tal es el caso del ya principal accionista de TV Azteca,
Ricardo Salinas Pliego, quien,
luego de desplazar a la familia Saba del grupo de accionistas el año
pasado, quedó como jefe único de la televisora. Resulta que
--mientras TELEVISA se encuentra
en plena reestructuración financiera, que ha incluido hasta la venta
de activos innecesarios para responder a una deuda de dos mil millones
de dólares-- el empresario regiomontano, apenas a cinco años
de haberse adjudicado las redes de la otrora TV estatal, ya puede hacer
cuentas alegres, pues, para empezar, el valor de la empresa por la que
pagó 645 millones de dólares se ha cuadruplicado. Pero eso
no es todo: la cobertura de la televisora ha incrementado su cobertura
sensiblemente, lo que le permite contar con una mayor cotización
publicitaria.
Con nuevos planes de inversión
y mayor participación en el mercado publicitario de la TV --que
pretende para este año alcanzar un 40 por ciento del total--, el
modelo de bajo costo anunciado por Salinas Pliego en 1993 está
demostrando con creces su rentabilidad. Lástima que en otro sentido,
el de su posible contribución para una TV más enriquecedora
e inteligente, el saldo de un lustro en la pantalla sea tan pobre.
La acelerada carrera tecnológica
Otra de las grandes líneas
que han marcado la trayectoria reciente de la televisión mexicana
es la del intenso proceso de tecnificación que ha vivido, y que
la han convertido en una de las más avanzadas tecnológicamente
de Hispanoamérica.
En 10 años, el salto
tecnológico de la televisión mexicana ha sido considerable,
vía la incorporación de nuevas tecnologías, tanto
para la producción como para la difusión, que han ampliado
su presencia social. Justamente por ello se ha hecho más visible
el desfase entre la carrera tecnológica de la televisión
y el desarrollo del país. Así lo muestra una mínima
cronología de los pasos dados en el camino tecnológico por
la televisión del país en los últimos años.
El año de 1989 establece
un parteaguas para la televisión mexicana, con la introducción
de un sistema de transmisión que permite el surgimiento de un nuevo
sector de la televisión restringida: el Multipoint MultichanelDistribution
System (MMDS), que aporta
un mayor número de canales a la oferta televisiva. Ello ocurre en
tiempos en los que TELEVISA difundía
insistentemente la próxima aparición en México de
la High Definition Television (HDTV),
con el sistema japonés Hi Vi. Sin embargo, el proyecto para la alta
definición no fue viable y se quedó en el camino, al contrario
del de Multivisión, cuya expansión rebasó en un corto
plazo a Cablevisión, la mayor empresa de cable del país y,
como se sabe, adscrita a TELEVISA.
Otro proyecto de introducción
de nuevas tecnologías, en este caso asociadas a la televisión
ocurridas en la década, fue la del teletexto. A pesar de su gran
potencial interactivo, esta aplicación no encontró respuesta
en la industria televisiva comercial, específicamente en TELEVISA,
por su escasa rentabilidad inmediata. La presencia del teletexto –primero
engarzado a Canal 2 y luego, en 1993, montado en la señal del 13–,
fue por demás fugaz y efímera: no tuvo la oportunidad de
alcanzar siquiera a ser conocido por la generalidad de la teleaudiencia.
Años después,
en 1996, la televisión del país vio nacer otra importante
incorporación tecnológica, con el inicio de las operaciones
de la TV directa al hogar, que venía preparándose desde tiempo
atrás, en medio de un peculiar interés del sector empresarial
relacionado con las telecomunicaciones. Luego de casi dos años y
medio de preparativos --ya que las concesiones respectivas, con todo y
la ausencia de marco legal adecuado, se otorgaron en 1994--, a punto de
concluir 1996, en un competido cierre de carrera, MVS
y TELEVISA lanzaron sus respectivos
sistemas, DirectTV y Sky, previno la acelerada aprobación
por el Senado del tratado relativo a la transmisión y recepción
de señales de satélites México-Estados Unidos, gestionado
por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT)
e impulsado por los industriales, y que permite que los artefactos de ese
país puedan difundir señales de tipo comercial en nuestro
país y viceversa.
En la carrera de la TV comercial
por incorporar tecnología de punta también pesa la operación
realizada en ese mismo 1996, relativa a la compra del 49 por ciento de
las acciones de Cablevisión, de TELEVISA,
por la empresa TELMEX, transacción
que abrirá a esta última amplias posibilidades de explotación
en el campo de las nuevas tecnologías, empezando por la televisión
interactiva. La CFC, creada en
1993 y entre cuyas tareas se encuentra la de impedir la configuración
de monopolios, aceptó la transacción, pese a sus claras posibilidades
de constituirse en una figura de concentración. Al consentir esta
fusión, se dio luz verde a la alianza de dos de los consorcios de
telecomunicaciones más poderosos del país, con un largo alcance
futuro en el mercado de los teleservicios, que comprenderán desde
el entretenimiento y la información seleccionada, hasta un sinnúmero
de transacciones comerciales.
La carrera tecnológica
emprendida por la televisión mexicana no parece tener camino de
retorno: pese a que en el plano de los contenidos y la forma de entender
el papel social de la televisión los progresos sean pocos, con todo
y la crisis del país, proseguirá la modernización
tecnológica televisiva. La etapa siguiente será la del arribo
de una modalidad que TELEVISA
está interesada en incorporar: la llamada Direct To People
(DTP) o Directo a la Persona,
que ofrecerá, según se promete, programación "hecha
a la medida y a los gustos de cada miembro de la familia".
Sin embargo, más al
alcance del corto plazo está la de alta definición (HDTV).
En diciembre pasado, con gran despliegue publicitario, TV Azteca llevó
a cabo lo que consideró la primera transmisión de alta definición
digital del país en el Cerro del Chiquihuite, como parte del inicio
de su proyecto para incorporar la modalidad mencionada a la televisión
nacional. No obstante los altos costos de incorporación del sistema
–225 millones de dólares–, TV Azteca tiene considerado comenzar
a instalar el sistema a fines de 1998. Se estima que la sustitución
de receptores en el país se dará en un promedio de seis años.
Cabe mencionar que el proyecto
de la empresa del Ajusco se apoya en un permiso de dos años otorgado
también a TELEVISA por
el mismo plazo por la SCT, para
el desarrollo y pruebas de la alta definición.
Otra opción tecnológica
que va tomando cuerpo en la televisión mexicana es la que apunta
hacia la tendencia mundial de una pantalla cada vez más amplia y
plana, con dimensiones que se aproximan a la proporción cinematográfica
de 16:9, contra la 4:3 de las pantallas convencionales. Por lo pronto,
un acercamiento a ello son los sistemas conocidos como home theaters,
equipos de gran pantalla con sonido mejorado que ya están ingresando
al país y los cuales, aunque no aporten innovaciones verdaderamente
relevantes, se ubican en el camino de la televisión que viene. Estos
equipos, además, significan un paso más hacia las tecnologías
televisivas más evolucionadas.
Internándose en
la globalización
Otra de las líneas
de desarrollo de la televisión del país que se desplegó
en los últimos 10 años fue el del ingreso pleno del segmento
más consolidado de la TV comercial al proceso de globalización
que cobra creciente impulso en la órbita cultural.
Si bien cabe tener presente
que el proyecto de internacionalización de TELEVISA
de los años ochenta ya se orientaba en ese sentido, al tener presencia
y vínculo con televisoras europeas, sería en los noventa
cuando la televisión comercial mexicana se integraría de
manera sustantiva a dicho proceso.
Así, 1992 vino a constituir
un lapso en el que prosperaron los proyectos de expansión de la
empresa de Azcárraga fuera de las fronteras, con el retorno de TELEVISA
al mercado norteamericano y su participación en la televisión
chilena, vía la compra de acciones de la televisora más importante
de aquel país, como también de una porción del paquete
accionario del canal peruano de mayor trayectoria. Ello, mientras preparaba
convenios para transmitir programación a varios países sudamericanos.
Paralelamente, los pasos de TELEVISA
hacia la aldea continental ya se apreciaban desde entonces también
en las pantallas mexicanas, con producciones realizadas en Estados Unidos
que se difundían a nivel latinoamericano.
En 1994 se dieron pasos importantes
en el escenario de la globalización, llegando a tocar las estructuras
de propiedad de la industria televisiva: mientras TELEVISA
afianzaba la compra del canal español Tele 5, TV Azteca establecía
una alianza –que luego resultaría problemática– con la NBC,
consorcio que adquiría el 10 por ciento del capital accionario de
la empresa de Salinas Pliego. A cambio, ésta tendría acceso
a tecnología de punta, programas e intercambio noticioso.
Pero el ingreso a las ligas
mayores de la globalización para las empresas televisoras del
país se daría en 1995, a propósito de la introducción
de la DTH, tan reñida
entre Multivisión y TELEVISA.
En el contexto de las llamadas
megafusiones de la comunicación, en ese año se produjeron
cuatro de gran magnitud: la de Disney-ABC,
la Westinghouse-CBS y la Time-Warror-CNN,
asociaciones que ya están ejerciendo una influencia importante en
el mercado global de la comunicación, que saturarán
con sus productos
A fines de ese año,
se produjo el surgimiento de otro supergrupo, pensado específicamente
para la TV vía satélite directa: la alianza de TELEVISA
con el grupo brasileño O’Globo; el emporio norteamericano de la
TV cable Telecommunications Incorporated (TCI),
el mayor del mundo en su género; y el consorcio News Corporation,
perteneciente al magnate Rupert Murdoch, conglomerados que decidieron unir
sus fuerzas para explotar la DTH
en el continente americano. Con esta asociación, que todavía
alcanzó a suscribir el propio Azcárraga Milmo, se hizo realidad
su viejo sueño de transmitir con satélites directos, además
de propiciar el salto pleno de su consorcio a la era global.
Mas no sólo TELEVISA
había previsto su entrada oficial al entorno globalizador. Igualmente,
a propósito del campo en disputa de la DTH,
Multivisión había venido impulsando la creación de
otro supergrupo, DirectTV Latinoamérica, formado nada menos
que por la constructora de satélites Hughes Communications, TV Abril
del Brasil y el importante consorcio venezolano, el Grupo Cisneros.
A partir de la adscripción
de las televisoras mexicanas a estos megaconsorcios, las vinculaciones
con el entorno global del audiovisual se están acrecentando, en
lo que se presenta como un proceso irreversible, aderezado por la convergencia
tecnológica.
Hacia el futuro
Los últimos 10 años
de TV en México han sido los más decisivos de sus casi 50
de vida. A través de ellos, ha quedado definido un nítido
perfil cuyos rasgos y estructura resultaría difícil modificar
en lo fundamental. Comprometida casi por completo con el modelo de mercado,
diversificada –sin que ello implique un abanico amplio en opciones–, con
un impacto social y político amplificado, bajo un esquema de concentración
y, salvo las excepciones del caso, una magra propuesta cultural, la televisión
mexicana que roza el siglo XXI apuesta, sobre todo, a la rentabilidad financiera,
mientras se ve lanzada a la Nueva Babel Electrónica –expresión
con la que Karl Popper llama a la configuración televisiva por venir:
la de la era de la convergencia.
Sin embargo, el futuro posible
de la televisión del país no sólo puede entenderse
en función del desarrollo tecnológico. El rumbo a seguir
de la TV en los próximos años responderá asimismo
a otros impulsos y factores de peso, como el sentido que tome en los tiempos
por venir la relación Estado-medios, y la actitud de la sociedad
nacional en medio del proceso de cambio que se vive hoy día. Escenario
en el cual, desde luego, la televisión es uno de los más
importantes actores.
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