A
dos años de su salida del gobierno mexicano, Carlos Salinas de Gortari
hoy es quizás uno de los ex mandatarios latinoamericanos más
vituperados, acusados, juzgados y condenados por el consenso popular. Ahora
nadie niega conocer sus fraudulentas acciones y sus excesos en el uso del
poder. Sin embargo, si volviéramos las páginas a 1994, por
ejemplo, veríamos que entonces era uno de los gobernantes más
reconocidos y convincentes a nivel nacional. Según una encuesta
publicada por el periódico Reforma a principios de ese año,
Salinas era el líder más admirado por su población,
dejando atrás a mandatarios como Clinton, Chretien, Major, González,
Khol, Miterrand o Scalfaro. La investigación -coordinada por el
Times Mirror Center for the People and the Press (Centro Times Mirror para
la Gente y la Prensa) y simultáneamente efectuada en Canadá,
Francia, Alemania, Italia, España, Reino Unido, Estados Unidos y
México- indicaba que Carlos Salinas de Gortari era el líder
más admirado por su población en comparación con los
otros siete: un 72 por ciento de mexicanos confiaban y creían en
su Presidente. El salinismo demostraba así que su modelo propagandístico
había obtenido resultados funcionales. Pero si retrocediéramos
el tiempo a 1988 y revisáramos los resultados del proceso electoral,
sería fácilmente advertible la manifestación popular
de impugnación al continuismo del Partido de Estado en el rechazo
a la figura de su candidato presidencial. El conteo de las urnas reflejaba
la crisis de credibilidad del PRI y una respuesta lógica a las profundas
contradicciones estructurales. ¿Cómo es posible que un mismo
personaje político haya logrado atravesar los polos opuestos de
la popularidad en un periodo tan corto? ¿Qué fue lo que hizo
que Salinas lograra reedificar su imagen y consiguiera, si no el apoyo
mayoritario, por lo menos la anuencia a su política neoliberal por
parte de los sectores populares? ¿Cómo se explica la contradicción
de los resultados electorales de 1988 y las muestras de amplia popularidad
en 1994 y, más aún, el rechazo colectivo tras su salida de
Los Pinos? En ese flujo y reflujo de la opinión pública subyace
la manifestación más clara de la relación entre los
medios de comunicación y la política en los Estados actuales:
los efectos del modelo propagandístico contemporáneo. Precisamente
para analizar el fenómeno salinista, encontramos en el modelo chomskyano
una certera metodología basada en ciertas categorías para
estudiar la sociedad occidental.
El
modelo propagandístico
Noam
Chomsky y Edward Herman, investigadores norteamericanos que han analizado
la estructura de los medios de comunicación en la sociedad estadunidense,
proponen la existencia de cinco filtros a través de los cuales la
información que llega al ciudadano común es procesada de
manera tal, que ayuda a mantener el clima de opinión conveniente
al sistema. Tales filtros son los componentes del modelo propagandístico
de lo que han llamado la fabricación del consentimiento (manufacturing
consent)1 y son: 1) tamaño, propiedad y orientación
al beneficio económico por parte de los medios de comunicación;
2) la publicidad como licencia para hacer negocio; 3) las fuentes de los
medios noticiosos; 4) la crítica adversa y quienes la promueven;
y 5) anticomunismo2 como mecanismo de control. Más que
un modelo teórico, se trata de un conjunto de categorías
de análisis a través del cual se reconoce la existencia de
ciertas condicionantes para lograr el consenso popular ante el sistema
político imperante. De acuerdo con ello, existe una clara relación
entre los medios de comunicación y los grupos de poder que manejan
la economía nacional e internacional. Tal circunstancia le da fuerza
a los medios de comunicación, pero no por sí mismos, sino
como instrumentos de intereses económico-políticos. La validez
de esa propuesta rebasa los límites de la sociedad norteamericana
y también tiene vigencia en diversos países de América
Latina.3
El
espejismo del “milagro”
Sin
duda, México representó un paradigma en América Latina
durante los años de la década perdida y comienzos de los
noventa, periodo en el que la concepción del Estado y la organización
económica en general replanteaba sus bases, en vista del crítico
proceso de recesión. Para los grupos económicos que manejan
la economía internacional, nuestro país se convirtió
en el laboratorio de ensayo de los lineamientos neoliberales. Para los
demás países latinoamericanos, el milagro mexicano representó
un ejemplo a seguir.4 Todo ello se dio con particular significancia
durante el sexenio 1988-1994, lapso en el que se conjuntaron ciertas condiciones
en apariencia irreconciliables. Por un lado, el resquebrajamiento del sexagenario
Partido de Estado, ante una nación que resintió los efectos
de la crisis y que perdía la credibilidad inducida corporativamente.
Por el otro, un sistema internacional al que no le convenía la alternativa
de quebrantar el modelo. Los intereses internos y externos apoyaron entonces
la asunción de Carlos Salinas. Así se aseguraba la continuidad
del proyecto económico impuesto en México. Las condiciones
adversas determinaron la necesidad de construir una singular estrategia
propagandística que permitiera revertir el clima de opinión
en su favor. Durante seis años, se desarrolló uno de los
más acuciosos planes de propaganda política, con el apoyo
de los medios de comunicación. Sin embargo, esas no fueron las únicas
piezas que coadyuvaron a fabricar el consenso. El claro conocimiento de
la naturaleza del imaginario colectivo mexicano y las ya establecidas bases
corporativistas del partido, constituyeron los engranajes suficientes para
echar a andar el motor propagandístico salinista. Todo ello apoyado
por dos características fundamentales de régimen: la personalización
de la toma de decisiones y la verticalidad de su organización. El
salinismo supo utilizar la existencia de una red de poderes detrás
de las industrias de la comunicación -siendo mucho más clara
su configuración en el terreno televisivo- y su estrecha relación
con los intereses del gobierno y el sistema económico internacional.
La televisión es el medio de comunicación de mayor trascendencia
a nivel popular, pues la mayoría de los ciudadanos forman su opinión
sobre los sucesos que le atañen socialmente con base en las informaciones
vía televisión.5 Por ello constituye el medio
más recurrente para la difusión de las estrategias propagandísticas
del gobierno y de los grupos de poder. Las medidas para enfrentar los años
ochenta, propuestas por el Banco Mundial, encontraron en México
el mejor campo de ensayo. Como tales políticas macroeconómicas
impuestas desde el exterior afectan de manera directa e inevitable a la
economía doméstica, se vio la necesidad de generar un clima
de opinión en favor de esos lineamientos. Y el método más
eficaz para conseguirlo fue utilizando a los medios de comunicación.6
En
1994, Noam Chomsky afirmó que, a pesar de los diferentes procesos
políticos ocurridos en países tan diversos entre sí,
como los latinoamericanos, todos enfrentan condiciones impuestas por un
sistema internacional capitalista, que socava la democracia.7
En ese sentido, para el estudioso norteamericano México era un “ejemplo
notable”. Sobre el milagro económico refería: “La noción
de la salud económica es una noción técnica que no
tiene nada que ver con el pueblo. En otras palabras: la gente se puede
estar muriendo por todos lados y la economía ser declarada saludable”.
Comparado con el de Nicaragua de los años setenta -cuya salud económica
se destacó porque la producción de res se había incrementado
y, por ende también el Producto Interno Bruto, a pesar de los altos
niveles de indigencia-, el caso mexicano durante el sexenio salinista “es
parecido, pero con una diferencia: ni las estadísticas macroeconómicas
eran buenas, y eso a pesar de que el Banco Mundial y otros grupos estaban
invirtiendo fondos en el país a fin de que funcionara el modelo,
porque es el que quieren que los demás sigan”. Las reflexiones del
crítico ante la coyuntura del salinismo coinciden con su propuesta
de análisis propagandístico, pues el sistema crea las ilusiones
necesarias8 para lograr el consenso.
El
modelo propagandístico
El
eje primordial del modelo propagandístico salinista fue el Programa
Nacional de Solidaridad (PRONASOL), que conjuga elementos muy puntuales:
el manejo de los medios de comunicación -especialmente la televisión-,
el sistema corporativista del Partido de Estado, y los lineamientos propuestos
desde el exterior -como el Banco Mundial que sugirió al PRONASOL
como paliativo a las medidas neoliberales-. Desde la perspectiva chomskyana,
son cinco los parámetros fundamentales que coadyuvan a la fabricación
del consenso9: 1) La elevada concentración de propiedad
de los medios y su orientación al beneficio económico. Durante
el periodo salinista, la oferta televisiva mexicana estuvo compuesta por
el monopolio privado, los canales estatales y algunos regionales. La elevada
concentración de propiedad en manos de unos pocos y del gobierno
mismo condicionó el flujo de información que llegaba al ciudadano
común. La estructura de la industria de la radiodifusión
en México permitió, desde sus inicios, un control monopólico.
De igual forma, la clara orientación al beneficio comercial determinó
el funcionamiento de la programación televisiva. Tal fenómeno
se estimuló por la estrecha relación que mantenía
la televisión privada con el gobierno.10 En ese sentido,
la industria mediática tiene la misma lógica que cualquier
otro fabricante de productos. Si analizamos su programación, veremos
que se orienta más a vender que a informar, y desdeña la
tarea de educar. Así se instaura dentro de la lógica del
sistema capitalista y se relaciona estrechamente con otros grupos económicos.
Como consecuencia, se fomenta una sociedad orientada al consumismo no sólo
de los productos publicitados, sino de ciertos patrones socioculturales
que convienen a la reproducción del sistema. Otra de las características
del filtro que propone Chomsky es la diversificación de empresas
por parte de los grupos económicos del sector de medios. En la desenfrenada
búsqueda de utilidades, se incursiona no sólo en televisión,
sino que se invierte en áreas por lo general afines: revistas, discos,
espectáculos, etcétera. La corporación privada entra
al mercado por distintos rubros, lo cual la hace aún más
dependiente del mercado económico. La relajación de las normas
legislativas que limitan la concentración de medios ha acelerado
ese proceso. Tal diversificación no sólo se produce a nivel
interno, sino que traspasa las barreras nacionales y, con el desarrollo
natural de los mercados, se expande a nivel internacional. De esa manera
se estrechan las relaciones con los grupos económicos foráneos
que también son beneficiados por el sistema. Sólo así
se explica que el modelo propagandístico salinista haya sido respaldado
por la televisión privada mexicana. No fue únicamente por
la clara simpatía de TELEVISA hacia el PRI, sino porque la fabricación
del consenso significaba una condición importante para el logro
de sus intereses económicos. A ello habría que sumar la serie
de apoyos recibidos a cambio, tanto en el plano legislativo como en el
arancelario y en el de expansión tecnológica. Por eso, mientras
la continuidad de los spots de Solidaridad fue avasalladora, TELEVISA
conseguía las concesiones de 62 canales más a nivel nacional;
mientras se apoyaban las giras presidenciales con una cobertura excepcional,
se hacía uso de los satélites estatales; mientras se mantenían
las condiciones favorables al sistema, tanto el interés gubernamental
como el privado se veían beneficiados. 2) La publicidad como
modo de control. En el juego de intereses comerciales, la publicidad
juega un papel medular, pues hace partícipe de los flujos televisivos
a otros grupos que no son necesariamente los de las empresas de comunicación.
Así, empresarios de otras áreas tienen opinión y derecho
de veto a la programación, con lo cual se acrecienta el grupo de
élite que decide cómo filtrar la información. Los
grupos económicos que pagan la publicidad suelen tener autoridad
sobre el contenido de los mensajes al decidir la programación que
van a patrocinar. En el caso de la televisión es muy claro que ya
no se realizan programas para las audiencias, sino que el objetivo fundamental
es la captación del público adecuado para ciertos anunciantes.
En otras palabras: la televisión privada vende públicos a
los anunciantes. Asimismo, también el publicista tiene decisión
indirecta sobre el flujo informativo que se ofrece a los espectadores.
De esa forma se promovía cada vez menos el análisis, la crítica
y el razonamiento ante un hecho de importancia nacional y regional, y se
fomentaba más el gusto por el entretenimiento, el consumo y la apatía
frente a la cuestión política. La palabra se orienta en función
de quién paga la publicidad que patrocina el espacio; y más
allá, la empresa televisiva informa favoreciendo a quienes engrosan
publicitariamente su presupuesto, incluido el gobierno mismo. En una revisión
crítica sobre un informe de la agencia Nielsen, Florence Toussaint11
anota que en el primer semestre de 1994, el PRI se colocó entre
los 100 anunciantes más importantes de México con una erogación
aproximada de 118 millones 675 mil 900 nuevos pesos, de los cuales 96 millones
149 mil 990 correspondieron a la pantalla chica. Tales datos sólo
se pueden comparar en términos económicos con la inversión
de poderosas empresas transnacionales como Nissan o Chrysler, cuyos gastos
publicitarios en televisión fueron, durante ese mismo periodo, de
95 millones 779 mil 540 y 85 millones 820 mil 720 nuevos pesos, respectivamente.
Además, aclara que el apoyo económico del gobierno a la televisión
comercial provino también de otras fuentes como el Instituto Mexicano
del Seguro Social, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el
Instituto Nacional de Bellas Artes, la Secretaría de Turismo, la
Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, la Procuraduría
Federal del Consumidor, la Secretaría de Gobernación, la
Secretaría de Hacienda y Crédito Público, y la Secretaría
de Desarrollo Social. 3) El funcionamiento de las fuentes informativas
en México. Tanto las compañías privadas como las
entidades gubernamentales tienen sus propias oficinas de comunicación
social. Su relación con los medios informativos es tan estrecha
que no resulta poco común encontrar la reproducción exacta
de los boletines de prensa en los noticiarios televisivos. El gobierno
y algunos grupos económicos han desarrollado una poderosa maquinaria
para producir información. La exacerbación de este filtro
la encontramos en los embutes o chayotes que reciben los reporteros para
difundir u ocultar información. Quienes cubren giras presidenciales,
se alojan en hoteles reservados por el gobierno y reciben facilidades y
beneficios por la cobertura periodística. Por ello difícilmente
podrán ofrecer una versión crítica o imparcial de
los hechos noticiosos: retribuirán el favor con su trabajo. En el
caso de TELEVISA, tales prerrogativas toman figuras diversas: facilidades
arancelarias, apoyos para su desarrollo nacional y regional, concesiones
particulares, etcétera. Para consolidar su prominente posición
como fuentes, el gobierno y la iniciativa privada se esfuerzan en poner
las cosas fáciles a las organizaciones noticiosas: les proporcionan
lugares de reunión, copias de discursos y reportes, fotografías
y comunicados de prensa. El trabajo de esos encargados de difusión
es satisfacer las necesidades de los periodistas. En términos comerciales
es como si las burocracias de los poderosos subsidiaran a los medios.12
Pero en el caso de las instituciones gubernamentales, la paradoja consiste
en que son los mismos contribuyentes quienes pagan para que se les bombardee
con propaganda en favor de los grupos poderosos. Se genera entonces la
relación dependiente fuente-reportero, de donde se deslindan conclusiones
lógicas de tal convivencia. Por un lado, las fuentes críticas
pueden llegar a ser evitadas por los medios, no sólo por su menor
disponibilidad, sino también porque las fuentes primarias se pueden
sentir ofendidas y pueden llegar a amenazar a las entidades noticiosas.
Pero, por otro lado, las fuentes poderosas pueden también usar su
prestigio e importancia para negar a los críticos su acceso a los
medios. 4) La autocensura o libertad empresarial. Como flak
define Chomsky al cuarto filtro del modelo propagandístico. No hemos
encontrado la traducción precisa para el término, pero lo
definimos como la crítica adversa. Las formas que ese tipo de presiones
pueden tomar son diversas: cartas, telegramas, llamadas telefónicas,
peticiones, demandas, discursos y proyectos de ley ante el Congreso, y
otros modos de queja, amenaza y acción punitiva. Obviamente, la
crítica adversa se vincula de manera íntima con el poder.
No existe libertad de prensa sino libertad de empresa; es decir, se trabaja
más en función de lo que le conviene a la empresa periodística
o, como hemos dicho antes, a la empresa publicitaria que patrocina el espacio.
En ese sentido, las presiones del gobierno o de los sectores empresariales
para condicionar la información aseguran los lineamientos favorables
al sistema político. Es preciso comprender que los medios de comunicación
son, antes que nada, empresas dentro de un mercado. La lógica que
las rige es la misma que a las demás industrias: sus productos deben
circular de acuerdo con una estructura económica impuesta por el
sistema dominante. La diferencia que las caracteriza es que sus productos
influyen en la formación de opinión pública. Por tal
motivo su desarrollo tiene doble importancia para quienes gobiernan los
designios del país. Las características del Estado mexicano
y su especial relación con los medios de comunicación han
determinado que no sólo se condicione el quehacer periodístico
al criterio de los directivos de los medios colectivos, sino que autocensuren
sus contenidos en función de los beneficios que ello les pueda traer.
La censura toma tintes más comerciales que periodísticos.
Los grupos de poder manejan lo que en Estados Unidos se ha denominado think
tanks, que son centros o instituciones dedicadas a crear, incentivar,
desarrollar y promocionar a sus propios “expertos” -respetables defensores
del sistema- o incluso incorporar a los críticos contrarios dentro
del esquema del libre mercado. Apoyan además a ciertos líderes
intelectuales que hacen correr el discurso en favor de la gran empresa.
No es una sorpresa que hayan proliferado los “especialistas” que analizan
el acontecer social y lo “explican” didácticamente al receptor común.
5) Un enemigo a seguir. El quinto filtro que propone el modelo es la
exis-tencia de un leitmotiv en el terreno discursivo. Desde esa
perspectiva, la mejor manera de mantener motivado a un público es
a través de la configuración de un enemigo común.
Como tal modelo se dio a conocer en los años ochenta, aún
en el contexto de la guerra fría, el anticomunismo fue el criterio
señalado por los críticos norteamericanos. Este sentimiento
de rechazo y marginalización de cualquier indicio de comunismo ayuda
de manera contundente al control de la opinión pública en
momentos cruciales. Los años posteriores determinaron el viraje
del timón hacia otros enemigos como los inmigrantes, el narcotráfico
y los adversarios de la democracia. Durante el sexenio salinista, la coyuntura
demandaba un marco de elementos que indujeran a los mexicanos a unirse
en favor del sistema. Guillermo de la Peña13 afirma que,
a lo largo de los años, se ha generado una propuesta hacia los ciudadanos,
llamada “cultura hegemónica de la estabilidad”. Son varios puntos
sobre los que se sostiene esa propuesta. Entre los más arraigados,
podemos citar el mito cosmogónico del sistema político mexicano,
pues en el discurso del gobierno se fortalece la perspectiva de que el
PRI no es sino la herencia de una revolución social triunfante,
cuyo objetivo fundamental fue el mejoramiento de las mayorías. Otro
punto importante es la figura del presidencialismo y la no reelección,
pues durante mucho tiempo el Ejecutivo se asumía como el llamado
a cumplir el objetivo fundamental de la Revolución. Durante el sexenio
pasado, el presidencialismo fue mucho más fuerte ya que se afianzó
la imagen personal con un autoritarismo moderno, comparable únicamente
a las dictaduras de facto. El punto en el que convergen muchas otras propuestas
propagandísticas es en el de la unidad nacional como elemento fundamental
para el desarrollo del país, apoyada por el complejo fenómeno
conceptual de la cultura política entendida como la hegemonía
de la estabilidad. Todo ello conllevó, durante muchos años,
una paradójica e innecesaria participación ciudadana que
permitía al gobierno el control sociopolítico sin un claro
rechazo popular. Pero en el análisis del quinto filtro se vislumbra
una doble categorización: si bien por un lado están todos
los elementos ancestrales que permitieron a Salinas afianzarse con una
campaña de propaganda basada en la latente cultura hegemónica
de la estabilidad, también es cierto que el ex presidente llegó
al poder arrastrando la obvia impopularidad del sexenio precedente y un
fuerte rechazo al continuismo. Tanto la evidente escisión del partido
oficial, como los problemas generados por su ascenso irregular contribuyeron
a ennegrecer el panorama. La propaganda salinista intentó conciliar
una serie de ambivalencias y contradicciones: lo rescatable de lo antiguo
y lo innovador de lo moderno. Por tanto, la palabra modernidad fue
la que preponderó en la campaña electoral.14 En
el planteamiento del salinismo se recurrió al concepto de unidad
nacional a través del llamado a la “Solidaridad” con los compatriotas
y el apoyo a los programas de acción del gobierno, asumiendo como
vigente aún su capacidad de prodigador de beneficios a los más
necesitados. Se intentó resarcir el mito cosmogónico del
sistema político mexicano porque incluso fue capaz de aceptar triunfos
electorales de otros partidos y negociar importantes cambios en la legislación
electoral. Ello en el terreno discursivo, porque en la realidad se continuaron
con las agresiones a los opositores y la asunción de manera vertical
de las decisiones políticas y económicas. Así, el
Programa Nacional de Solidaridad se convirtió en el estandarte de
una propaganda política claramente diseñada, pensada y difundida
por el aparato gubernamental. Tal promoción tuvo en el apoyo de
la televisión comercial, el mejor aliado en una serie de circunstancias
en las que ambos grupos se vieron beneficiados. El objetivo fue difundir
verdades favorables al sistema -o, en términos de Chomsky, ilusiones
necesarias- y ocultar, disfrazar o tergiversar aquello que le resultara
inconveniente. A nivel discursivo, Solidaridad se manejó como el
planteamiento de apoyos gubernamentales para luchar contra la crisis económica
y los efectos de las medidas correctivas del modelo económico impuesto.
No se reconoció que la política del Estado salinista estuvo
diseñada en función de los lineamientos macroeconómicos
en los que pesa más el bienestar de los sectores empresariales que
los populares. El éxito de la propaganda salinista no fue gratuito,
sino producto de un elaborado esquema en el que fueron recurrentes muchos
factores. El hecho de que el 72 por ciento de los mexicanos hayan confesado
creer en la propuesta política y económica del sexenio anterior,
demuestra la eficacia de sus discursos difundidos. Con ello se comprueba,
pues, que el manejo de la opinión pública en los Estados
occidentales, a diferencia de los Estados totalitarios, ya no es la fuerza
sino un arma mucho más eficaz e ilusoria: la propaganda.
NOTAS
1)
Herman, Edward y Chomsky Noam. Manufacturing consent. The political
economy of the mass media. Pantheon Books, New York, 1988.
2)
El modelo fue planteado en los años ochenta, cuando aún preponderaba
la Guerra Fría. Actualmente, Chomsky ubica como temática
de ese filtro al narcotráfico, los inmigrantes ilegales y los enemigos
de la defendida democracia electoral.
3)
González Casanova, Pablo. “México: Hacia una democracia sin
opciones?”, en El nuevo Estado mexicano, T. IV Estado y sociedad.
CIESAS, México, 1990, pp. 267-290.
4)
Aquél discurso que persigue la aceptación del sistema económico
internacional y que rige no sólo a los países desarrollados,
sino que sus parámetros son impuestos también en las naciones
en vías de desarrollo, como las latinoamericanas.
5)
Chomsky afirma que un 80 por ciento de la población utiliza los
medios de comunicación electrónicos para formar su opinión.
Aproximadamente el 20 por ciento de la población que lee varios
periódicos, tiene una visión contextual de los hechos y puede
asumir los discursos masivos de manera crítica.
6)
Una de las más fuertes características de las grandes industrias
en el mercado contemporáneo es la diversificación. Los medios
de comunicación también se rigen bajo esos parámetros.
En el caso de la televisión privada en América Latina, estas
corporaciones se desarrollan en la televisión abierta y también
en sistemas de cable, diversos grupos radiales, editoriales, casas discográficas.
Además de lo concerniente a la industria del entretenimiento, esa
apertura puede incluir otros rubros.
7)
Cason, Jim y Brooks, David “México, milagro económico que
está fallando: Noam Chomsky”, en La Jornada, 7 de noviembre
de 1994, México.
8)
Otro concepto muy elaborado por Chomsky en su línea de análisis
crítico.
9)
Hacemos hincapié en que el análisis se orienta más
a la televisión mexicana que a los demás medios.
10)
Raúl Trejo reconoce que muchas veces le resulta difícil explicar
en el extranjero por qué en México, la televisión
privada ha llegado a acumular tanto poder. Trejo Delarbre, Raúl.
Ver
pero también leer. Ed. Gernika, México, 1991.
11)
Toussaint, Florence. Democracia y medios de comunicación: un
binomio inexplorado. La Jornada y el Centro de Investigaciones
Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional
Autónoma de México. México, 1995.
12)
La eterna presencia televisiva de Carlos Salinas de Gortari en multitud
de seudoeventos -hechos noticiosos ad hoc- es una clara muestra
de este punto.
13)
De la Peña, Guillermo. “¿Una nueva cultura política?”
en El nuevo Estado mexicano. Tomo IV Estado y sociedad, CIESAS,
México, 1992. 14) Ibid. s |