Después de 33 años de gobernar la Basílica de Guadalupe, el hoy abad emérito, Guillermo Schulenburg, concluyó una etapa de la iglesia en México. En el templo, el cardenal Ernesto Corripio, el arzobispo Norberto Rivera y el nuncio apostólico Gerónimo Prigione presidieron su despedida; luego, en un hotel capitalino, los hombres de poder económico, como Emilio Azcárraga y Miguel Alemán, le manifestarían su apoyo. En ese momento, Schulenburg contó con el brazo y apoyo de hombres de poder con quienes mantuvo muy buenas relaciones. Ellos le ofrecieron una comida en el Hotel Niko, donde el gran ausente fue el cardenal Ernesto Corripio. Al evento, el ahora abad emérito llegó sostenido del brazo del empresario y senador, Miguel Alemán. El veracruzano se refirió al religioso con cariño: “Es mi amigo y confesor desde que estaba yo en el CUM”, refiriéndose al Colegio Universitario Mexicano. Diez minutos después llegó al mismo lugar el presidente del Consejo de Administración de Televisa, Emilio Azcárraga, quien menos diplomático y más evidente del descontento que hay en este sector por la renuncia de Schulenburg, declaró a la prensa su opinión de la iglesia y de la nueva jerarquía: “Es una institución muy importante, pero a veces los hombres que la manejan se equivocan.” Su afirmación da sustento al secreto “a voces” que corre en la Basílica de Guadalupe, donde se dice que Televisa no será ya la única empresa televisora con derechos para transmitir las misas dominicales o eventos especiales, como la celebración del doce de diciembre. En el santuario fue el tiempo de la diplomacia, de la suntuosidad y de los agradecimientos. En una misa solemne, a las once de la mañana en el templo mariano, el jerarca de trato fino, amplia cultura y buenas relaciones entre empresarios y políticos agradeció emocionado a todos, amigos y opositores, el homenaje que le rindieron por cumplir 56 años de sacerdote y dejar la administración de la Basílica. Para unos tuvo grandes elogios, para los otros economizó las palabras. Y declaró lo que muy pocas veces hizo del conocimiento público, las finanzas de la Basílica. Dijo que se recaudan al año 15 millones de pesos, nada más en limosnas. “Espero que la emoción de este momento no me traicione”, comenzó su discurso. Momentos después, quebrada la voz, agradeció a las autoridades civiles y pueblo de México el apoyo dado para la construcción del gran templo, máximo legado de su trabajo administrativo en la Basílica. “Y muy importantemente, agradezco al pueblo de México su amor, su devoción, su unión y su fe, porque sin esa fe a la Virgen de Guadalupe, hubiera sido muy difícil construir esta casa que nos pidió”, dijo. Como correspondía, él ofició la celebración religosa; le acompañaban a su derecha el nuncio apostólico Gerónimo Prigione y a su izquierda el presidente de la Conferencia Episcopal Mexicana, monseñor Sergio Obeso; a su costado izquierdo el cardenal Ernesto Corripio y el arzobispo primado, Norberto Rivera. De Mérida, llegó el arzobispo Emilio Berlie; y de la ciudad de México estuvieron presentes el arzobispo auxiliar, Luis Mena y los obispos, Ramón Godínez, Abelardo Alvarado, José Pablo Rovalo y Francisco María Aguilera. Entre los que le acompañaron en la comida —que según la indiscreción de un mesero, debió costar 200 mil pesos— estaban además de Miguel Alemán, su esposa Cristian Martell y Emilio Azcárraga; el vicepresidente de noticias de Televisa, Aurelio Pérez; el arquitecto de la Basílica, Pedro Ramírez Vázquez; Rómulo O’Farril, Olegario Vázquez Raña, el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Héctor Larios Santillán; José Barroso Chávez; el ex subsecretario de Asuntos Jurídicos y Religiosos de Gobernación, Gabino Fraga, así como el actual subsecretario, Rafael Rodríguez Barrera. En su mensaje ante cerca de cuatro mil fieles, el arzobispo primado, Norberto Rivera, dijo que monseñor Schulenburg culminó su brillante trayectoria como “fiel servidor del Evangelio”, trayectoria que ,subrayó, “no ha sido fácil y sencilla, porque la palabra del Señor asegura que a quien ha de servirle, siempre le estará reservada la cruz”. El arzobispo reconoció la capacidad administrativa del vigésimo primero y último abad de la Basílica, “la obra de gobernar, coordinar y administrar, el templo mariano más importante de América Latina —señaló—, supone una gran capacidad personal, un profundo amor a la Iglesia y una dedicación incansable a todo lo que implica la obra guadalupana”. Monseñor Schulenburg podrá decir ahora, agregó el jerarca, “He combatido el buen combate, he recorrido mi carrera, siempre fiel a mi fe...” Los días en que se cuestionaba al abad por declaraciones añejas, resucitadas por grupos opositores, cuando dudara de la autenticidad histórica del hecho mariano, quedaron atrás. El llanto asomó a sus ojos y la voz se le quebró al recordar a su madre, quien le enseñó a creer en la Guadalupana. “De niño, me ofreció a la Virgen”, confió el hombre que por años aseguró que su cargo, conferido por el papa Juan XXIII, era vitalicio. Ahora, según el mismo lo ha declarado, hará un libro con sus memorias y vivencias al frente del santuario mariano. De su relación con el nuncio Prigione, dijo que fue buena: “cada quien en su sitio y lugar y dentro de nuestras responsabilidades, hemos trabajado por la iglesia, por el país y por este pueblo”. Del cardenal Ernesto Corripio se limitó a decir que la cordialidad entre ellos “fue frecuente”, mientras que del arzobispo Norberto Rivera señaló: “En el poco tiempo que tenemos, el trato ha sido amable y respetuoso”. n