ORTEGA Soriano, Ricardo Alberto

El derecho como producto cultural y la Justicia como su núcleo axiológico.

Resumen de Tesis Profesional

México, 2002

 

 

El Derecho como producto cultural

y la Justicia como su núcleo axiológico

 
Resumen de la tesis profesional elaborada 
Por Ricardo Alberto Ortega Soriano
con la asesoría del Lic. Javier Romo Michaud.

 

 

1. El ser humano como ente social creador de la cultura

 

Hasta aquí he señalado que el presente estudio se ubica desde la óptica de la antropología filosófica. En este sentido, en primer lugar es preciso convenir en el carácter social del hombre, ya que la cultura guarda una indisoluble relación con la sociedad. Es decir, hombre y sociedad como parte y todo, se autoimplican recíprocamente.

 

Desde Comte hasta nuestros días, los sociólogos se ubican en diversas escuelas o corrientes de pensamiento. Todos se han preguntado cuál es el origen de la sociedad y si ésta es producto de la naturaleza humana o de una decisión librevolente del hombre.

 

La respuesta de los diversos grupos son sensiblemente distintas entre sí. Naturalistas, organicistas, estructuralistas ya sean sincrónicos o diacrónicos, funcionalistas y demás, han expuesto sesudos argumentos y participan en apasionados debates en los que no hay el menor acuerdo.

 

Lo relevante para el presente estudio, es que sea cual fuere la respuesta a dicha pregunta, hay algo en lo que sí hay consenso. No importa cuál sea la razón, pero es un hecho innegable que el hombre vive en sociedad. El ser humano no sólo existe y vive, sino que coexiste y convive rodeado de sus semejantes e interactúa con ellos permanentemente.[1]

 

En un sentido estricto, sólo el conglomerado de seres humanos puede conformar una sociedad, y a contrario sensu, una sociedad sólo puede estar integrada por seres humanos. Lo anterior que a simple vista parece una perogrullada, en realidad no lo es tanto, ya que con frecuencia se utiliza el vocablo sociedad de manera metafórica para referirse a grupos de especies animales distintas al hombre. Por ejemplo, los etólogos hablan de la sociedad de las hormigas o de las abejas. Lo anterior sólo es válido si se toma como ya lo he señalado, como una simple metáfora.

 

Muchas son las teorías que intentan describir la naturaleza del hombre en relación con su entorno y específicamente a los elementos que determinan la necesaria  convivencia con sus semejantes.

 

Señala Aristóteles, que la naturaleza atribuye indefectiblemente fines específicos a las cosas, y que éstas son perfectas en la medida que logran cumplir el fin para el cual han sido creadas. Dice este filósofo griego que: “La naturaleza no hace nada en vano.” [2]

 

Aquel ser que no vive en sociedad o es una bestia o es un dios; el hombre es un ser que necesariamente requiere vivir en sociedad. Las anteriores afirmaciones, son sin duda las más representativas de lo que el propio Aristóteles denominó como la naturaleza del “animal social” (Zoon Politikon).[3]

 

De muchas maneras se ha planteado la necesaria dependencia del hombre a convivir en un entorno con sus semejantes, apareciendo el concepto de “sociedad”, como el apropiado para definir tal situación.

 

Ya sea que se trate de hordas, clanes, tribus, familias, patriarcados, matriarcados, comunas, o cualquier otra estructura histórica que adopte la colectividad de seres humanos, todas ellas conforman sociedades.

 

Aún con el concepto de sociedad, no podemos pasar por alto que existen diferentes estados de evolución de la misma, y que en cada caso también, hay diferencias sustanciales en las manifestaciones de sus formas de integración y convivencia.

 

La sociedad, más que una simple coexistencia de individuos con la finalidad de subsistir, representa el medio más representativo del propio hombre en los diferentes momentos históricos, así como el espejo de éste en ellos.

 

Algunas aproximaciones que intentan definir a la sociedad, le atribuyen elementos esenciales que determinan su denominación, tales componentes parecen reiterarse en la mayoría de los conceptos tanto de sociólogos como de otros investigadores sociales en general, en los que constantemente aparecen: el carácter de organización, la convivencia pero particularmente me refiero aquí a un elemento adicional y consistentemente definitivo para que la definición no resulte incompleta, como lo es el llamado “modo de vida”. A decir de Melville J. Hersvokits  finalmente “la cultura es el modo de vida de un pueblo”.[4]

 

Afirma Eric Fromm, que la distinción fundamental entre el hombre y los animales, radica en que el hombre con su capacidad de racionalización, puede interpretarse a sí mismo, es decir, que a diferencia de aquellos, adquiere la capacidad de construir su entorno alejándose del destino de  su propia naturaleza.[5]

 

Otro aspecto relevante, es la indiscutible y necesaria interrelación del hombre con la naturaleza, misma que se verá reflejada en las formas de manifestación social. Sin embargo y siguiendo con la idea de Fromm, es la capacidad del hombre de alterar la naturaleza lo que permite atribuirle un sentido distinto de auto comprensión al que los demás seres tienen, siendo éstos irremediablemente determinados por la naturaleza.

 

La capacidad del hombre para aprender y comprender, le permite ir incorporando en su modo de vida distintas experiencias, conocimientos o descubrimientos que finalmente constituirán un factor decisivo de la forma que adopte la sociedad en donde se apliquen.

 

Inclusive, cada sociedad recibe de sus antecesores un gran cúmulo de conocimientos que de igual manera repercuten en la manifestación de ésta, son tradiciones que transmiten los modos de organización, instituciones, idiosincrasia, costumbres, percepción e interpretación del mundo.

 

Resulta también difícil delimitar el concepto de sociedad, sin incorporar en él mismo elementos específicos propios del concepto cultura. Ello debido a que en ocasiones ambos conceptos pudiesen comprenderse mutuamente, como una unidad conceptual dividida exclusivamente para fines académicos o ilustrativos.

 

Es importante subrayar al buscar una definición de sociedad, como ya se ha mencionado, que ésta no refiere solamente una simple asociación de individuos organizados, sino que comprende otros elementos propios, necesarios y esenciales para poder considerar a cualquier conglomerado humano como sociedad.

 

Por tal motivo el elemento que requerimos para considerar como sociedad a un grupo determinado, radica en elementos relativos, cambiantes y tal vez en cierto grado subjetivos. Estos elementos pudiesen definirse simplemente como cultura.

 

El hombre que ha constituido sociedad; que ha racionalizado sus actuaciones; que ha adoptado en sus diferentes formas de comportamiento conductas aprendidas, transmitidas e implantadas; es el creador del elemento que le diferencia de los demás seres vivos y que le permite adquirir una conciencia propia, e intentar explicarse como entidad dentro del mundo que observa y vive.

 

2. Vida humana viviente y vida humana objetivada

 

La Epistemología o Teoría del Conocimiento se ocupa entre otras cosas, de clasificar de diversas maneras a todos los objetos que existen en el Universo. Una propuesta comúnmente aceptada por los doctrinarios es la que distingue cuatro grandes “categorías ónticas.”[6]

 

El jurista argentino Daniel Herrendorf explica que para entender cómo es que el hombre conoce a los objetos, es útil separarlos en: 1) objetos naturales 2) objetos ideales 3) objetos metafísicos y 4) objetos culturales.

 

Los objetos naturales, son aquellos que pueden ser apreciados de manera  sensible, es decir, que se pueden experimentar directamente por alguno de los sentidos que tiene el ser humano, por tal motivo tienen la característica de presentar neutralidad al valor, ya que no es posible predicar una cualidad de maldad o bondad respecto de éstos, razón por la cual su análisis se situará exclusivamente en el plano descriptivo. Además se debe agregar, que otra característica de los objetos naturales, es que en su conformación esencial no participa el hombre. (V.gr. Podemos conocer un árbol por medio de los sentidos, pero éste, nunca será en sí mismo bondadoso o egoísta).

 

La segunda clasificación que he enunciado se refiere a los objetos ideales, es decir, aquellos cuya existencia radica en la capacidad de racionalización del ser humano. Por tal motivo, éstos no pueden llegarse a conocer por medio de los sentidos y su existencia está condicionada a un proceso de racionalización, que finalmente los sitúa en un plano abstracto y su representación queda condicionada al plano simbólico.

 

Estos objetos que son resultado de una facultad intelectiva, tampoco poseen un carácter propio de valor, lo cual tiene que ver con su naturaleza, ya que al provenir de procesos de racionalización no posibilitan una valoración sensible. Como ejemplo de este tipo de objetos podemos citar a los números, las figuras geométricas y cualquier otra entidad abstracta que sea producto del raciocinio humano.

Existe una tercera clasificación a la cual se le denomina como objetos metafísicos, los cuales si bien tienen una existencia inmaterial, ésta es en muchos casos de carácter improbable.

 

En sentido etimológico lo metafísico es lo que está más allá de lo físico, o sea de lo material, además de que su existencia se encuentra fundada en un proceso de abstracción, se puede afirmar que su principal componente no es la racionalización, sino una expresión de emotividad la que le da sustento. (V.gr. La existencia de Dios tiene un alto grado de contenido emotivo, abstracto, y una existencia improbable o con dificultad de demostración objetiva).

 

La última categoría a la que me referiré es la que para el presente trabajo ofrece un mayor interés. Esta es la de los denominados objetos culturales, los cuales poseen una serie de características que les distinguen del resto de las clasificaciones que hemos enunciado.

 

Estos objetos se pueden apreciar a través de la experiencia o lo que es lo mismo, su existencia puede ser conocida de manera sensorial, son susceptibles de un signo de valor y también posibilitan una afirmación de carácter emotiva.

 

Sin embargo, afirma Herrendorf que la característica de valoración, no reside en los objetos en sí mismos, sino que es el resultado de un proceso dialéctico del objeto, que interactúa con el espectador que lo percibe.[7]

 

Finalmente puede afirmarse que aquellos objetos realizados por el hombre, de conformidad con su experiencia, motivación y valoración pueden denominarse como objetos culturales.

 

El hombre en su devenir actúa y su conducta se convierte en el principal objeto cultural, es decir, el despliegue motivacional y racional. Todo aquel objeto de este tipo en el que interviene el hombre mediante su dirección consciente y volitiva, finalmente transformará el contexto en donde se sitúa. En otras palabras, todo objeto cultural realizado deliberadamente por el ser humano, transforma el entorno que le rodea.

 

La conducta del hombre adquiere, al materializarse en objetos culturales, dos dimensiones que han sido definidas como: vida humana viviente y vida humana objetivada.

 

Cuando la conducta del hombre tiene como resultado la existencia de un objeto material, es decir físico, entonces estamos en presencia de la llamada vida humana objetivada, por ejemplo cuando un hombre realiza una escultura, y la conducta de éste puede verse reflejada en dicho objeto, entonces ésta adquiere un carácter fáctico, real en el mundo tridimensional, que permite apreciarlo de un modo sensible.

 

Complementando la anterior afirmación, podemos añadir que si bien es cierto que los objetos que el hombre realiza por medio de su conducta se encuentran conformados por distintos materiales, no es que la cultura se manifieste en virtud de la transformación de dichos materiales, sino que, como dice el maestro Recasens Siches, el carácter esencial de la vida humana objetivada radica en que los objetos que son resultado de la actividad humana, “poseen un sentido, una significación, una intencionalidad o bien un propósito”.[8] Sin embargo, no toda la conducta del hombre se ha de traducir en objetos tangibles o materiales, ya que muchas veces la conducta humana simplemente se desarrolla en sí misma, sin adquirir una dimensión material, pero que finalmente puede ser catalogada como valiosa, y que es determinada por un despliegue consciente de ego del ser humano que la realiza, convirtiéndose por sí misma en un objeto cultural, y siendo denominada  como vida humana viviente.

Ejemplos de objetos culturales que se manifiestan como vida humana viviente son por citar algunos, una danza, una pieza de oratoria, una procesión religiosa, la manera de efectuar el comercio, etcétera.

 

Es preciso subrayar ahora, algo que trataré con mayor profundidad más adelante y se refiere a la clasificación del derecho dentro de estos dos tipos de manifestaciones de la conducta, ya que estimo imprescindible señalar que el derecho logra adquirir su manifestación en ambas categorías, ya que si bien es un componente elemental que incide en el comportamiento humano y se traduce en la observancia de determinadas formas de conducta, situándose como vida humana viva[9], también es cierto que al adquirir una manifestación tangible como norma general (la ley escrita), puede ser considerada como vida humana objetivada.

 

3. Concepto de cultura

 

Una vez que hemos explicado la relación de los conceptos sociedad y cultura, así como el carácter inseparable de los mismos, además de haber comprendido la necesaria existencia y presupuesto material de ésta para el desarrollo de la cultura, es necesario atribuir ahora un significado que delimite la comprensión adecuada del término.

 

La palabra cultura proviene etimológicamente del latín culturae.[10] En un principio significó la actividad que el hombre realizaba en el campo es decir la Agricultura, y su significado equivale a cultivar.

 

Existen diversas acepciones de la palabra cultura, unas referidas a la formación, mejoramiento y perfeccionamiento del espíritu humano sustentado en el constante desarrollo de la racionalidad, las artes, así como las diversas formas de manifestación espiritual, a que el ser humano debe acceder para la realización armónica de su intelecto y su sensibilidad. Sin embargo para el desarrollo de la presente investigación, no aludo al anterior sentido denotativo del vocablo citado, sino a la concepción que define a la cultura desde una visión sociológica, como el resultado de la manifestación de la actuación de los integrantes de la sociedad en un momento y lugar determinados, que dispone la conformación conductual tanto a nivel colectivo como a nivel individual y que se refleja en manifestaciones más o menos claras, como lo son el lenguaje, las instituciones, los valores, la organización, la idiosincrasia, etcétera.

 

El maestro Luis Recaséns Siches define a la cultura como “el conjunto de objetivaciones de la vida humana, objetivaciones de la vida con sentido que quedan ahí a la disposición de otras gentes y que en gran parte es re-vivido (sic) por sucesivas personas tanto individual como socialmente.”[11]

 

En este sentido y recordando la definición de Herskovits, en relación con la equiparación que hace de la cultura con el modo de vida de un pueblo, podemos sostener que ésta ha variado en los distintos lugares y momentos de los pueblos. Los sociólogos y pensadores de mediados del siglo XIX, refirieron un principio denominado mutatis mutando, según el cual toda sociedad se encuentra en permanente cambio y movimiento. El espectro cultural del ser humano contiene un abanico multifactorial de expresiones y deja de manifiesto un amplio contenido de sí mismo en cada pueblo, con lo que podemos concluir que el carácter distintivo que cada sociedad adquiere tanto en su conformación, como en su manifestación, una individualidad cultural, intrínseca y  particular, que finalmente adquiere un sentido de pertenencia y se sitúa como un elemento esencial de análisis de un pueblo.

 

El contraste manifiesto de los pueblos al apreciar los rasgos de diversidad cultural, son la  prueba más clara de la afirmación de pertenencia que hemos atribuido a los caracteres sociales propios de cada sociedad, en cada momento histórico.

 

4. El derecho en relación con la naturaleza humana

 

En resumen de lo expuesto hasta el momento, se destaca que el hombre es un ser social, que en tal sentido genera cultura y ésta, caracteriza y distingue a cada colectividad. El derecho es un objeto cultural que genera el hombre como parte de su modo de vida y en él refleja sus valores, ya que imprime en las conductas relacionadas con el fenómeno jurídico, un impulso ético, en el cual plasma sus expectativas tanto individuales como colectivas.

 

Una manera de concebir al hombre, que se encuentra muy en boga, es la que lo considera como un ente bio-psico-social. En primer término es un ser biológico, ya que como ser vivo que tiene un soma (cuerpo), realiza las llamadas funciones vitales, es decir nace, crece, se reproduce y muere. Además, está dotado de una psique (alma) que se entiende como aquella esfera intelectiva que le permite efectuar razonamientos lógicos, lo cual es una facultad exclusiva del ser humano. Finalmente, es un ser social, ya que convive con sus semejantes de manera que interactúa estableciendo relaciones afectivo-emocionales.

 

Por lo anterior, al coexistir en conglomerados con sus semejantes e interactuando con modos de vida en común, genera objetos culturales, entre ellos el derecho, que por un lado es norma escrita y por tanto vida objetivada, y por otro constituye conductas desplegadas que se intersectan con las de los demás, como interferencia intersubjetiva que se manifiesta en vida viviente.

 

El hombre no es sólo un ser vivo, no tiene solamente una vida biológica, sino que además tiene una vida biográfica, ya que es el único ser que proyecta su conducta desde un yo consciente, desde un ego autoconsciente y con sentido de futuro.

 

5. Concepto de valor

 

En primer término es necesario explicar que el vocablo valor se puede entender en diferentes sentidos. Comúnmente se habla de la existencia de varios tipos o especies de valor. Se puede aplicar por ejemplo para referir el valor económico de las cosas, el cual como se sabe es determinado por la escasez; también puede denotar la cualidad de un ente, que proviene de una apreciación que se hace de él conforme a ciertos paradigmas; además puede imputarse a un objeto o conducta, con base en los fines que el mismo realiza.

 

Lo que se califica como valioso para alguien puede no serlo, o serlo en mayor o menor medida para otro sujeto, o variar bajo ciertas circunstancias. Los entes pueden cifrar su valor en distintos aspectos, ya que el tipo de valor puede ser intrínseco al objeto, además puede ser el relativo de la situación en la que se encuentra, o también puede ser derivado de la apreciación que realice un sujeto. Para ejemplificar lo anterior, pensemos en algo tan simple como un vaso de agua potable. Podría no tener mucho valor sí, de hecho nadie lo apreciaría en demasía si éste se encontrara al lado de un manantial en el que brotara abundantemente el agua pura, pero si el mismo objeto se situara en medio de un desierto en donde a cientos de kilómetros a la redonda no hubiera el vital líquido, del mismo ente podría depender incluso la sobrevivencia de una persona y entonces, alcanzar un valor insospechado.

 

Un mismo objeto puede ser valorado diferentemente por cada sujeto. La más fina alhaja puede no ser nada frente a una simple baratija, cuando esta última ha sido entregada como un regalo especial de un padre a su pequeña niña. La misma alhaja puede variar su valor, de haber pertenecido a un personaje famoso o de encontrarse en un elegante aparador de Manhattan. Una reliquia religiosa puede consistir en un pequeño pedazo de tela del manto de una monja, o la astilla del hueso de la pierna de un santo o más aún, pensemos en el santo sudario de Cristo. Para un creyente podría representarlo todo, lo mismo que para un ateo significar nada. Existe también el valor histórico de los objetos, por ejemplo un manuscrito puede no ser más que un viejo pergamino, pero puede contener un tratado de paz, que resulta de inestimable valor por lo que significa para un pueblo.

 

Otro tipo de valor es el que tienen las obras de arte. Ya sea el Guernica de Pablo Picazo, la Gioconda de Leonardo da Vinci o la escultura de la Piedad de Miguel Ángel, las piezas artísticas se juzgan por el grado en el que realizan la belleza conforme a determinados paradigmas estéticos.

Hasta aquí hemos enunciado tipos de valor: económico, afectivo, religioso, histórico y artístico. Puede incluso un objeto poseer varios de ellos a la vez.[12]

 

Los valores ha dicho Frondizi “No son cosas ni elementos –constitutivos- de cosas, sino propiedades, cualidades sui generis que poseen ciertos objetos llamados bienes.”[13]

 

De igual manera Morente afirma que “ El valor no es un ente, sino que es siempre algo que se adhiere a la cosa, por consiguiente es lo que llamamos vulgarmente una cualidad” [14]

 

Los valores son entendidos en la Filosofía como “la aptitud o idoneidad de un objeto para un fin, es la preferibilidad de los objetos”[15].

 

Por tal razón es discutible la existencia del valor de manera autónoma a la del objeto al cual se le otorga, dependiendo éste del objeto sobre el cual se predica su pertenencia. “La necesidad de un depositario en quien descansar, da al valor un carácter peculiar, le condena a una vida ‘parasitaria’ ”.[16]

 

He señalado hasta aquí que el valor es una propiedad atribuida a un objeto, pero es aquí en donde inicia otro problema: ¿El valor se sitúa dentro del objeto?, ¿Depende del sujeto que le aprecia?, ¿ Varía de circunstancia en circunstancia y de momento a momento?, ¿ Es permanente o relativo?

 

 

 

 

 

6. Características de los valores

(polaridad, jerarquía, gradación, materia)

 

Una vez que hemos delimitado el concepto de valor, es necesario determinar cuáles son sus características esenciales, para así tener una visión integral del tema. Autores como Rizieri Frondizi, Francisco Larroyo, Manuel Gacría Morente y Recaséns Siches coinciden esencialmente en torno a este tema.

 

Como ya quedó determinado en las páginas anteriores, los valores pueden definirse como propiedades que pueden ser atribuidas a determinados objetos, y no podemos hablar propiamente de vida autónoma de éstos, ya que su vida, es decir su existencia, queda condicionada tanto a los objetos que se enuncian, como al sujeto que les aprecia.

 

A.    Polaridad

 

Hablar de valor, implica necesariamente una reflexión con la dualidad que éstos pueden suscribir. Dicho de otro modo, cuando  un objeto presenta la oportunidad de ser calificado mediante un proceso de valoración, observamos la presencia de determinada característica en dicho objeto. De esa misma forma existen objetos que pueden presentar la característica opuesta a la del primer objeto, estableciendo una polaridad en relación al primero.

 

No significa que el segundo objeto solamente presente una ausencia del valor atribuido al primero, sino más aún la característica opuesta tiene una vida que le es intrínseca, y que posee particularidades tan autónomas como las de su opuesto.

 

La polaridad como dice Frondizi, refiere “una ruptura con la indiferencia”,[17] difiriendo de manera notable su presencia con la operación descriptiva propia de algunos objetos cuya existencia no infiere una valoración.

 

La polaridad en palabras del maestro Larroyo, refleja una “virtud del doble punto de vista a través del cual se estima un objeto.”[18] Tal vez esta conclusión nos permitiría, asumiendo una posición subjetivista, pensar que un mismo objeto pudiera representar ambos valores opuestos, reitero, si consideramos que el valor se cifra en la apreciación que haga el sujeto.

 

 

¿Cómo podría presentar un mismo objeto, la existencia de categorías opuestas de valoración? La respuesta es simple, imaginemos un cuadro Impresionista de Monet, apreciado por un crítico de arte a mitad del siglo XX atribuyéndole una significación de belleza magnánima; ahora, imaginemos el mismo cuadro, siendo apreciado por un artista  de la época Barroca, quien probablemente lo rebajaría a una horrible creación.

 

La polaridad de los valores consiste en que a todo valor corresponde necesariamente un valor opuesto, al cual se le llama incluso anti-valor o contra-valor. Así como se oponen el blanco y el negro, la justicia y la injusticia, lo ancho de lo angosto, lo delicado de lo fuerte, podremos observar que todos los valores admiten la existencia de su opuesto, adquiriendo la característica que hasta ahora hemos explicado.

 

B.    Jerarquía

 

La siguiente característica adquiere para el presente estudio una significación muy especial, ya que precisamente nos permite observar destacadamente, la relación que existe entre los valores y la cultura.

 

Los valores existen de manera permanente en la vida de las culturas y se hacen presentes de manera muy especial, adquiriendo algunos de ellos especial atención y preponderancia para dichos grupos humanos.

 

La preferencia que se hace de determinados valores en determinadas circunstancias y por determinados grupos, tiene que ver directamente con un nivel de preferencia que hacen dichas culturas del resto de los valores presentes.

 

La preferibilidad que se hace de determinados valores en los distintos episodios históricos, tiene que ver con el desarrollo ideológico, costumbres, y en general con la circunstancia y conformación de las distintas sociedades. Esa preferencia de los valores es la que establece la jerarquía de los mismos. La preferencia y jerarquía atribuidas a dichos valores son una expresión inequívoca de la ideología de los pueblos.

 

Así pues la jerarquía es una característica que tienen imbuida los valores, y tanto es así, que refieren su propia vida e importancia en una situación histórica determinada.

 

 

A decir de Frondizi las “tablas de valores no son fijas sino fluctuantes”[19] lo cual también queda circunscrito con las anteriores afirmaciones en relación con la idiosincrasia de las distintas culturas en los distintos momentos del devenir histórico.

 

Para el maestro Larroyo, esta característica compele a los valores a “subordinarse entre sí”, esto es a “poner en crisis ciertas formas de preferir a otras.” [20] Por ejemplo, en un Estado de Derecho, una de las exigencias del orden es brindar seguridad jurídica a todos los ciudadanos que se encuentran bajo su jurisdicción. Sin embargo ¿Qué sucede cuando el valor seguridad jurídica entra en contradicción con el valor justicia? ¿Qué valor debe ser preferido? ¿Cuál debe ser subordinado, y cuál permanecer por encima del otro? La respuesta variará de un sistema jurídico a otro y de tiempo en tiempo, ya que por ejemplo, mientras un sistema positivista privilegiará las formalidades que otorga le ley de modo rígido (Dura Lex sed Lex), tal vez un sistema casuístico impregnado por el realismo podría buscar una solución que de más importancia a mantener la equidad como una expresión de justicia y dejar en segundo término, las formalidades que otorgan seguridad jurídica.


C. Gradación

 

Si ya dijimos que la jerarquía implica el grado de importancia que se le atribuye a un valor en relación a otros, debemos tener cuidado en no confundir la característica denominada gradación.

 

Si bien, la gradación implica un nivel o rango de preferencia valorativa, también es cierto que la preferencia que se hace, es sobre la misma cualidad o valor enunciado en distintos objetos, es decir, se puede decir que un objeto presenta determinada característica, en mayor medida que otro, que también posee cualitativamente dicha característica.

 

Ambos objetos pueden ser valorados respecto del mismo valor, sin embargo la gradación permite que el valor sea apreciado con una distinta intensidad entre los objetos que la poseen.

 

Por ejemplo, si el color blanco representara el extremo máximo de un valor y el negro su opuesto, veremos que no se pasa de uno a otro de forma automática, sin pasar por toda una gama de colores desde el más tenue y así gradualmente, hasta llegar al polo.


Otro caso que ejemplifica a la gradación sería el siguiente:

 

2+2= 4

2+2= < 8

 

En ambos casos estamos ante la misma operación matemática, pero con dos resultados diferentes y ambos verdaderos, pero uno es más exacto que el otro, de modo que en una escala gradual de realización del valor verdad, será más preciso el primer resultado. Aún y cuando cualitativamente ambos resultados realizan el valor verdad, ambos expresan diferente grado del valor.

 

D.    Materia

 

El tipo de valoración que se haga de un objeto, sitúa también la característica sustantiva que es propia del valor enunciado. Dicho en otras palabras, los valores pueden ser clasificados de acuerdo a la materia que se encuentren valorando, de conformidad al campo de valoración donde se sitúe, es decir, el campo de análisis en el cual resultan necesarios para describir una determinada situación.

 

Para ejemplificar lo anterior, pensemos en un reloj de pulsera. Sin duda por su función, el valor que realiza es el de proporcionar la hora y en la medida en que lo haga con mayor exactitud, será un objeto más apreciado por su desempeño. Pero además, los fabricantes de relojes buscan que éstos también sean acordes a los paradigmas estéticos. Es decir, procuran que los materiales, colores, dimensiones, diseño y demás características, cumplan con ciertas expectativas que hagan del reloj un objeto, además de útil por su función, un accesorio del vestido que sea agradable a la vista conforme a un valor de belleza. Los valores funcionalidad y belleza están presentes en el reloj y ambos son materialmente diferentes, ya que su esencia es sustancialmente diversa.

 

7. Objetivismo, subjetivismo y relativismo axiológicos

 

En prácticamente todas las teorías éticas existe un tema recurrente sobre el origen o fundamento de los valores. Básicamente los autores se dividen en las tres posiciones que se enuncian en el subtítulo que se desarrolla.

 

En primer término, el objetivismo axiológico propone que la acción de valorar no consiste en dar valor a algo que por sí no lo tenía, sino en reconocer un valor residente en el objeto. Los valores son características intrínsecas de los objetos, son cualidades irracionales que residen en las cosas y son independientes de las cualidades del sujeto que realiza la apreciación. En palabras de Recaséns, para el objetivismo “el valor es tal, no porque el sujeto le otorgue esta calidad mediante y en virtud de su agrado, deseo e interés.”[21]

 

Si bien hay que reconocer que son ciertas muchas de las premisas que propone esta corriente de pensamiento, ya que los valores adquieren su validez antes e independientemente de que funcionen como metas de nuestro interés y nuestro sentimiento, además muchos de ellos son reconocidos por nosotros sin que los deseemos ni los gocemos, también existen severas críticas a esta propuesta.

 

El subjetivismo axiológico es la teoría antípoda de la anterior, ya que niega la existencia de valores objetivos ínsitos en los objetos. Por el contrario, sugiere que, todo sujeto que lleva a cabo una valoración no es un medio transparente que refleje la realidad, sino que impone a ésta su modo propio de ser, es decir, que el valor será una connotación que imputa un sujeto respecto de un objeto cultural, y dicha acción de valorar, lleva implícita una carga valorativa, puesto que los objetos culturales no pueden ser tales sin una apreciación realizada por los mismos hombres.

 

José Ortega y Gasset, citado por el maestro Eduardo García Máynez, señala que:

 

“El estimar es una función psíquica real –como el ver, como el entender- en que los valores se nos hacen patentes. Y viceversa, los valores no existen sino para sujetos dotados de la facultad estimativa, del mismo modo que la igualdad y la diferencia sólo existen para seres capaces de comparar. En este sentido, y sólo en este sentido puede hablarse de cierta subjetividad en el valor.”[22]

 

Sin duda alguna, los procesos psíquicos del hombre, ya sean éticos o racionales, por los cuales llega a imputar a un objeto la condición de valiosos, no puede despojarse totalmente de la carga cultural previa del sujeto que realiza la valoración concreta, ya que por definición, toda apreciación humana tendrá necesariamente un grado mayor o menor de subjetividad. El sujeto que valora, lo hará con la medida de su conocimiento, experiencia, inteligencia, tendencias, personalidad, etcétera, pero también con el límite de su ignorancia, la falta de conocimientos previos, sus traumas, predisposiciones y prejuicios.

 

Como se puede notar, también hay serias críticas a esta propuesta, ya que entre otras cosas como se indicó, los objetos tienen esencia particular que determina al menos en parte su valor y por otro lado, ante la falta de un posible consenso del conglomerado social, un mismo objeto tendría tantos valores como sujetos, o valoraciones hubiera del mismo.

 

En tercer término, está la última de las posturas doctrinales en torno al tema, que se presenta como un justo medio entre las dos anteriores y que por ende se considera como ecléctica, puesto que en cierto modo reconoce la valía de algunos postulados de las teorías polarizadas y busca un punto de equilibrio en el que, el valor no dependa exclusivamente de uno de los entes de la relación sujeto-objeto.

 

Una variante importante del relativismo, es aquél al que se adiciona como adjetivo el de sociológico. A este sector de pensadores corresponde Risieri Frondizi, quien señala que:

 

“Además de los elementos subjetivos y objetivos, influyen también factores sociales y culturales. No es lo mismo tomar un vaso de cerveza con un amigo que con un enemigo, sólo o acompañado, en el propio país o en el extranjero, en un bar de moda o de pie en mala compañía.”[23]

 

Como se ve, el autor agrega el factor del contexto social o sociológico para realizar la apreciación del objeto, que en el caso citado no es en sí la cerveza, sino la acción de tomar un vaso de cerveza.

 

8. Universalidad de los valores y relatividad de los paradigmas axiológicos

 

Una vez que han sido delimitadas las características principales de los valores, considero tratar por separado dada su importancia para la presente tesis, el conflicto teórico que surge entre la universalidad de los valores y la relatividad de los paradigmas axiológicos.

 

El valor puede entenderse como relación de medio a fin, entre un objeto cultural, respecto del cual puede predicarse un juicio ético, y un sujeto; enmarcados ambos en un contexto histórico y por ende cultural. Pero se debe diferenciar entre el valor y la escala de valores con la cual se mide el valor, si cabe la metáfora.

 

Uno es el valor materialmente entendido como ya se explicó, en cuyo sentido consistirá en una cierta cualidad específica y abstracta, como podría ser por ejemplo el bien, la verdad, la belleza o la justicia. En cambio, es muy diferente la escala o tabla de valores con la cual se mensura un valor. Los valores son universales en abstracto, es decir, los valores son aspiraciones éticas de todos los sectores de la cultura. Por ejemplo, una obra de arte, la que sea, buscará realizar el valor belleza siempre, y en este sentido el valor belleza es universal, puesto que en todo tiempo y lugar los hombres realizarán el arte pretendiendo materializar el valor belleza, aunque algunos con más éxito que otros.

 

En cambio los paradigmas, es decir, los arquetipos o ejemplos a seguir que se estiman apreciados por la colectividad, son siempre relativos, ya que se circunscriben a una cultura en particular. Entonces se concluye, que al igual que el centro de una diana es un punto imaginario e ideal, al que un tirador apunta siempre (aunque en ocasiones no logre alcanzarlo), indefectiblemente será su meta. Los valores realizados o materializados en objetos culturales ya sean cosas físicas o simples conductas, se relativizan conforme a una escala de valores o paradigma axiológico concreto.

 

Al igual que cada sociedad tiene su propia cultura, los paradigmas valorativos son exclusivos de cada conglomerado. Por ejemplo, si pensamos en la temperatura como una cualidad física de los objetos materiales, veremos que ésta es una condición universal, ya que todo objeto material tiene alguna temperatura; pero existen varias escalas para medirla (Celsius o centígrados, fahrenheit, kelvin, etcétera). Estas escalas son apreciadas como productos culturales de manera relativa en las diversas culturas. En este ejemplo queda claro que una cosa es la temperatura de los objetos y otra la escala para medirla. Del mismo modo, mutatis mutando el valor justicia es universal y una aspiración común de toda colectividad, pero la forma de entender aquello que es justo y materializarlo en el contenido de las leyes y de las sentencias judiciales, es absolutamente relativo.

 

En Roma antigua por ejemplo, el pater familia tenía derecho de vida y muerte (ius vitae et necisque) sobre todos los miembros de la domus y eso se consideraba, al igual que el parti secanto (derecho de partir en pedazos al deudor) o la ley del talión que reza “ojo por ojo y diente por diente”, como una expresión de justicia conforme a sus valores específicos.

 

Hoy en día en cambio, la ley del talión se estima como una especie de venganza, más que justicia. ¿Cómo es posible que una misma norma se considere en un contexto como justa y en otro como injusta?

 

En Roma antigua esa ley reflejaba la expresión de lo que se consideraba como justo, siguiendo los paradigmas axiológicos que privaban en la conciencia social de los romanos. En cambio hoy, lo que ha variado no es el valor justicia, sino el paradigma.

 

“Los hombre pueden intuir ciertos valores o no intuirlos; ser ciegos o clarividentes para ello. Pero el hecho de que haya una relatividad histórica no autoriza en modo alguno a trasladar esa relatividad histórica del hombre a los valores, y decir que porque el hombre es el relativo, relativo históricamente, lo sean también los valores. Lo que pasa es que hay épocas que no tienen la posibilidad de percibir ciertos valores.”[24]

 

La justicia ha sido una aspiración de todos los pueblos civilizados, desde los más incipientes hasta los más desarrollados. El ideal que representa dicho valor se mantiene en los distintos pueblos de manera constante como una expectativa que interesa a la comunidad.

 

Sin embargo ¿Se puede afirmar que la justicia presenta rasgos de universalidad, es decir, que es lo mismo de momento a momento y de lugar en lugar?

 

La respuesta que en principio podría ocasionar la existencia entre una confrontación de conceptos que dividiría a los pensadores, entre defensores del carácter universal de los valores y aquellos que los asumen con características que varían de acuerdo al lugar y al tiempo, en realidad no presenta dicha confrontación.

 

Podemos afirmar que los valores poseen una característica de universalidad, tanto por su permanencia, como por su aspiración presente en todas las sociedades; y a su vez, sin demeritar la anterior afirmación, también poseen un relativismo en su apreciación.

En primer término, si regresamos al concepto de justicia que he utilizado de ejemplo, podremos afirmar que el valor justicia ha permanecido presente en el elenco de aspiraciones de todos los pueblos y más aún, ha representado para todas las culturas, un indicador de armonía social que al ser alcanzado, deduce un adecuado funcionamiento de las instituciones públicas que tienen la tarea de mantener la cohesión y el equilibrio social. Sin embargo ¿Qué es lo que permanece inmutable y qué es lo que cambia? O dicho de otro modo ¿Qué es lo universal y qué lo relativo?

 

La percepción que se realiza en el proceso subjetivo denominado valoración, es pues, lo que constantemente cambia y sufre alteraciones, es decir se modifica constantemente.

 

Entonces resulta necesario hablar de la cultura y la sociedad ¿Influye la sociedad en los valores? ¿Tienen valor y cultura una relación de necesaria dependencia?

 

Cuando afirmé que los valores no existían por sí mismos, también asumí que las características de éstos estaban en constante relación con la sociedad y que de alguna forma, tenían un nexo causal con su percepción.

 

Cada cultura en cada momento histórico, posee una idiosincrasia, un bagaje ético propio, una visión propia al concebir al universo, en pocas palabras, un estado de percepción, particular y propio.

 

La apreciación por ende de los valores, tanto en su contenido como en su preferencia o jerarquía, tiene que ver de manera ineluctable con la forma que presenten las sociedades donde son apreciados.

 

Podemos concluir finalmente, que la apreciación de valores adquiere una esencia propia de acuerdo a las sociedades y al momento histórico en que se presenten, y finalmente la forma de percibir los valores refleja de manera muy sintomática la significación que cada pueblo atribuye en general, a los caracteres que confiere importancia.

 

 

 

9. Territorios Culturales

 

Sabemos que la Cultura se presenta en la sociedad de formas muy variadas, ya que la manifestación de la conducta humana, adquiere las más diversas características. De hecho, cada colectividad tiene una cultura propia y por ende, cada cultura distingue a los pueblos.

 

El elevado grado de plasticidad biológica del ser humano, es uno de los factores que inciden de manera más clara en la forma en que se materializa la cultura, a través de objetos culturales materiales o inmateriales. Pensadores y filósofos han convenido en dividirle exclusivamente para fines didácticos y de investigación, en lo que se han denominado como territorios culturales. Cabe aclarar que otros teóricos, los menos por cierto, utilizan otros términos para referirlos, tal es el caso de la expresión sectores de la cultura, e incluso la metafórica locución parcela cultural, que se explicará más adelante.

 

La primera incógnita que debemos resolver es: ¿Qué son los territorios culturales y cuál es la función que cumple este concepto en cuanto al tema que estudiamos?

 

Como primer paso debemos aclarar, que la metáfora territorios o parcelas culturales, se utiliza para comprender que dentro del universo denominado cultura, en donde como ya dijimos, se materializan todas las formas de vida humana (tanto la viviente como la objetivada), existen al igual que en una parcela, fracciones de ese universo con características peculiares en cuanto a su forma contenido, y fines.

 

La parcela es una técnica de cultivo generalmente de hortalizas. Consiste en realizar varios surcos, en cada uno de los cuáles se van sembrando diferentes tipos de especies vegetales (solanáceas y rastreras principalmente). Toda metáfora entraña una analogía entre dos objetos, para tomar las características de uno de ellos y atribuirlas al otro.

 

En este caso la metáfora de la cultura como una parcela, tiene principalmente fines didácticos. Los surcos son a la parcela, lo que los sectores son a la cultura. Esos canales o porciones, son las fracciones que se delimitan en esas especies particulares de disciplinas que se encuentran dentro del ya citado universo denominado como cultura.

 

El maestro Fernando Augusto García García, complementando la explicación anterior, señala que debemos entender por territorio cultural  “un sector de la existencia donde los hombres laboran con cierta  semejanza.”[25]

 

Siguiendo con esta idea, la metáfora de territorios culturales, nos proporciona una idea muy representativa para entender que debido a la multiplicidad de formas en que es posible la materialización de la conducta humana, así como  de los campos en que ésta se lleva a cabo y de los fines que persigue, es necesario dividirle y agruparla de acuerdo a dicha forma de manifestación.

 

Cada territorio cultural adquiere una propia significación, que incorpora igualmente una escala de valores y adquiere un campo material específico, que le define y otorga esencia.

 

Me parece acertada la idea del maestro Francisco Larroyo, cuando se refiere a la forma en que debe ser entendido el concepto de territorios culturales:

 

“los territorios culturales se distinguen entre sí por la clase de valores que ostentan. Cada territorio cultural en efecto se distingue por una gradación estimativa que le es propia  y que oscila de un llamado valor positivo a otro denominado negativo”[26]

 

El maestro Recaséns Siches por su parte, considera que “El mundo de la vida humana, así como también el de su objetivación tiene sus sistemas de categorías.”[27] Dichas categorías deben ser interpretadas como los apartados lógicos en que es posible entender la universalidad del concepto cultura.

 

Así entonces, podemos entender que existe el territorio de la ciencia, el territorio del arte, el territorio de la moralidad o el territorio de la religión. Por otro lado, la clave para entender a cada uno de ellos, es la distinción de los fines valorativos que cada una persigue, como se explicará más adelante.

 

Algunos autores señalan que la división que ha realizado el hombre por medio de la cual delimita a los diferentes territorios culturales, ha sido arbitraria atendiendo a una fundamentación, que toma criterios igualmente arbitrarios, y por tal motivo producen una necesaria falsedad en el contenido del conocimiento que el hombre ha alcanzado hasta nuestros días.

 

Michael Foucoult estima al respecto, que “a este conjunto de elementos formados de manera regular por una práctica discursiva y que son indispensables para la constitución de una ciencia, aunque no estén necesariamente destinados a darle lugar, se le llama saber.”[28]

 

Aún con la anterior idea, que denota una crítica hacia las formaciones teóricas tradicionales, que dividen el estudio científico de los distintos territorios  en que se suele dividir a la cultura, podemos apreciar que dicha crítica también orienta su explicación hacia una división del conocimiento humano en diferentes aspectos, tomando en cuenta la existencia de ciertas delimitaciones que para dicho autor, pueden simplemente denominarse como discurso.

 

La  situación que nos explica el carácter referencial del territorio cultural con su respectivo valor, será objeto de una reflexión más profunda, en páginas subsecuentes. Para entender más claramente el concepto que hasta ahora nos ocupa, presentaré algunos ejemplos de los principales territorios culturales comúnmente reconocidos, los cuáles denotan el concepto ya citado.

 

A. Ciencia

 

Uno de los territorios de la cultura que más importancia ha tenido para el hombre y que para la civilización contemporánea constituye una de las preocupaciones medulares, sin duda alguna es la ciencia.

 

La búsqueda de la verdad (científica), ha sido probablemente el tema que ha involucrado mayor problemática y más diferencias entre los seres humanos de todas la civilizaciones.

 

El maestro Larroyo, a quien ya hemos citado anteriormente, se refiere a las denominadas ciencias particulares como “teorías de los fenómenos, [que] descubren verdades en las distintas esferas de la realidad siguiendo métodos adecuados (la física, los fenómenos físicos, la química, los fenómenos químicos).”[29]

 

En general podemos deducir tal y como ya lo referí en la definición del maestro García García, en donde el carácter que ubica y delimita a los territorios culturales es el de ser, precisamente sectores donde el hombre labora con cierta semejanza. Por lo anterior, podemos afirmar que el elemento que se constituye como aspiración común es la búsqueda de la verdad, bajo paradigmas de racionalidad científica.

 

B. Arte

 

El arte es tal vez el surco de la parcela que representa de manera más significativa el carácter cultural del ser humano. Este territorio comprende los elementos emocionales o afectivos, con los cuales el ser humano pretende alcanzar un paradigma estético de belleza y que refieren la expresión emotiva e interior de aquél que expone su obra a la consideración de la colectividad y de la historia.

 

El territorio cultural arte, comprende una amplia gama de expresiones que finalmente se traducen en la exposición de elementos sujetos a la percepción de alguno o algunos de los sentidos por medio de los cuales el hombre es capaz de interpretar su entorno.

 

Dentro de este territorio cultural podemos observar una amplia gama de modalidades en que es posible materializar la conducta humana. De la misma forma como es posible apreciar y valorar un cuadro pictórico plasmado sobre tela y realizado con óleo, siguiendo ciertos paradigmas históricos, podemos escuchar y disfrutar una sinfonía, o con la vista apreciar el movimiento y las formas que se conjugan de manera sincrónica con el desarrollo y armonía de una melodía, al presenciar una danza.

 

Ya sea como vida humana objetivada, como es el caso del arte pictórico que plasma en objetos materiales la conducta  humana, materializándola; o como vida humana viviente como en el caso de la música y la danza o la poesía, el basto territorio cultural denominado arte, es un sector trascendental que refleja de una manera muy clara, las etapas históricas, da unidad y especificidad a las culturas, y refleja la idiosincrasia relativa a los valores estéticos de los pueblos.

 

C. Religión

 

Desde los orígenes de la sociedad, uno de los aspectos que han estado ligados al ser humano casi de forma permanente, es el denominado religión. Ésta ha constituido uno de los pilares que finalmente han influido y determinado incluso la organización política y la respectiva  conformación ideológica en muchos pueblos.

 

El propio Augusto Comte denominó al segundo de sus Tres Estados en que dividió la historia de la humanidad, con el nombre de Estado Religioso, ya que la influencia política que alcanzó la religión, permitió el control político de los pueblos durante esta etapa histórica.

 

La palabra religión etimológicamente proviene del latín “Religare” que significa volver a unir o ligar lo que simbólicamente refiere el paradigma del hombre para volver a unirse con dios. Señala la maestra María Teresa Martín Sánchez, que la religión “consta de una función teórica y otra práctica, es decir consta de un conjunto de creencias y responde a preguntas sobre el origen del mundo, del hombre, tiene una Cosmogonía y Antropología propias.”[30]

 

Este territorio cultural posee al igual que todos los demás, ciertos elementos propios que le definen y le distinguen. La delimitación que apreciamos con mayor facilidad y que nos da el criterio para la definición de este importante sector de la cultura, es la conducta humana que se centra en un esquema de creencias y pretende alcanzar la paz interior del individuo, así como la búsqueda de la salvación del espíritu más allá del cese de la vida, pretendiendo con ello una finalidad inmanente. 

 

D. Lenguaje

 

La comunicación derivada de un proceso racional entre distintos seres, es uno de los aspectos distintivos del ser humano, que le han permitido alcanzar un gran desarrollo cultural.

 

El lenguaje ha sido a lo largo de la historia una herramienta no solo útil, sino fundamental, no sólo para la satisfacción de necesidades elementales, sino que ha sido también el bastión del desarrollo ideológico de los pueblos en los distintos momentos de la historia.

 

Este sector de la cultura, representa una porción perfectamente bien delimitada dentro de la conducta, además de que sitúa un cúmulo de valores perfectamente determinados que revelan una serie de conductas semejantes en donde el hombre persigue un fin específico.

 

Si como ya dijimos, la cultura representa el modo de vida de un pueblo y una de las características que diferencia al ser humano de los demás seres vivos, es su capacidad de aprendizaje, podremos entender entonces el porqué el lenguaje juega un factor decisivo en el proceso epistemológico, e infiere la fuente principal de transmisión de las conductas aprendidas que incorporan a una civilización determinada, factores específicos que directamente se relacionan con la cultura.[31]

 

Actualmente el lenguaje ha adquirido una importancia aún mayor para el estudio de la filosofía, con la aparición de los llamados filósofos lingüistas, quienes han señalado que el principal elemento de movilización ideológica para toda sociedad, se encuentra en el lenguaje.

 

E. Derecho

 

Sin duda alguna, este es el territorio que tiene mayor importancia para el presente estudio. Sin dejar de resaltar que el análisis del presente territorio cultural será objeto de análisis más profundo en el último capítulo de este trabajo recepcional, es necesario por ahora, dejar en claro que el derecho es uno más de los territorios en que se divide la cultura y que como tal, cuenta con elementos propios que lo delimitan y que le dan aplicación, así como el hecho de poseer fines específicos y paradigmas propios como lo analizaremos más adelante.

 

A continuación presento una gráfica que esquematiza el desarrollo del presente capítulo, la cual sigue el camino que me he trazado para la explicación del  fenómeno cultural, por lo que los siguientes temas de estudio serán los relativos a los productos culturales y sus respectivos núcleos axiológicos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


2. Bienes o productos culturales

 

Ahora que hemos entendido la razón doctrinaria que sustenta la delimitación de la cultura en los denominados sectores y que hemos enunciado de manera ejemplificativa, algunos de los territorios culturales más importantes, es necesario continuar el análisis de los elementos que explican a la cultura.

 

Cada uno de los territorios en que se divide la cultura, sintetiza como hemos visto una forma generalmente homogénea de la conducta humana.

 

El resultado de la conducta humana en cada una de las parcelas de las que hemos hablado, se denominan por los autores como productos culturales. Dicho de otra forma, cuando el hombre desarrolla su capacidad de transformación de la naturaleza y le incorpora por medio de su conducta, propiedades y sobre todo propósitos de auxilio para solucionar su entorno, podemos decir que estamos ante la presencia de productos culturales.

 

Si bien podemos decir que la naturaleza en su devenir produce objetos en los que no interviene de forma alguna el ser humano, dichos objetos pueden ser denominados como productos naturales, por ejemplo el agua o un árbol. Pero también podemos apreciar que las culturas generan sus propios objetos, bienes o productos.

 

Como lo explicamos en los primeros apartados de esta tesis, la capacidad del hombre de aprender e incorporar un mayor elenco de conductas posibles a su vida, es en principio lo que le diferencia de los demás seres vivos. Esa capacidad de dirigir su propio entorno y de dominarle, así como su posibilidad de adquirir conciencia de sí mismo, es lo que finalmente se reconoce como parte de la cultura.

 

Pero el fenómeno cultural no es solo un fenómeno abstracto, sino que se materializa en cada tiempo y lugar convirtiéndose no sólo en herramienta que permite al ser humano facilitar su relación con el medio, sino que a su vez  influye de manera inconsciente en su modo de pensar, incorporando el aprendizaje de generaciones y moldeando la conciencia de la propia cultura que ha producido.

 

Pero ahora cabe preguntar ¿Reflejan los productos culturales el contenido o expresión ideológica de los pueblos?

 

Es claro que el impacto e influencia de la historia social de una cultura, queda de manifiesto aunque sea de forma imperceptible en los productos que ésta misma crea. Podemos deducir que los productos culturales, reflejan no sólo la idiosincrasia de los pueblos, sino que generalmente se convierten en el más claro signo de autonomía y especificidad de cada cultura.

 

El antropólogo Ralph Beals señala que lo que llamamos cultura material:

 

 [productos culturales en el presente estudio] “que no es una parte de la cultura sino el resultado o producto de ella y a través de su estudio llegamos a tener un conocimiento más exacto de la vida que desarrollan esos hombres, la podemos definir como la suma de artefactos, o sea, todos los bienes manufacturados y las invenciones de todas las clases que ha realizado el hombre...”[32]  

 

Los productos culturales tendrán debido a la multiplicidad de territorios en donde se sitúan, una diversa naturaleza,  distinta formación, así como  una utilidad también distinta.

 

Es por demás interesante la afirmación del antropólogo Melville Hersvokits:

 

“Con cantos, danzas, consejas y formas de arte gráficas, también plásticas para obtener satisfacción estética; lenguaje para dar paso a las ideas, y un sistemas de sanciones y metas para dar satisfacción y dirección al vivir, redondeamos este sumario de aquellos aspectos de la cultura, que como cultura en su conjunto, son atributos de todos los grupos humanos donde quiera que ellos puedan vivir.”[33]

 

Es prudente delimitar y distinguir el lugar donde se ubican de los propios productos que son generados en dichos territorios. Mientras por un lado tenemos el campo del conocimiento donde se circunscribe la actividad del ser humano, por el otro tendremos en sí, el resultado de la conducta materializada o cristalizada en un bien o producto que finalmente sintetizará el objeto mismo de la conducta utilizada.

 

Dicho en palabras más claras, por ejemplo: Si nos encontramos en el territorio del arte, y en específico en un renglón de éste, denominado pintura, podremos concebir de manera clara la idea del territorio donde se encontrarán todas las manifestaciones homogéneas que podamos agrupar en dicho territorio cultural.

 

En este territorio cultural encontraremos algunos elementos abstractos que finalmente darán una connotación a nuestro territorio cultural. Así podremos decir que la técnica, la composición, el equilibrio, son algunos de los conceptos que se utilizan dentro del territorio cultural denominado arte.

 

En cambio, cuando dentro de este territorio de manera homogénea los seres humanos desempeñan, con la ayuda de las herramientas necesarias (lienzo, pinturas, pincel), materializan su conducta y la plasman en un objeto en específico en este caso un cuadro,  podremos señalar que éste, es un producto cultural.

 

De igual manera, podremos decir que las herramientas que el hombre utiliza con el propósito de alcanzar el paradigma a través de  su conducta, son igualmente productos culturales, ya que son resultado de la actividad del hombre dentro de uno de los denominados territorios o parcelas culturales.

 

Es preciso resaltar la distinción hasta ahora descrita entre territorio y producto cultural, ya que el manejo adecuado de dichos conceptos resultará fundamental para comprender la propuesta aquí presentada.

 

10. Los Núcleos Axiológicos

 

Una vez delimitados los conceptos descritos en los dos apartados anteriores, será mucho mas fácil entender ahora el planteamiento que a continuación se expondrá y que tiene que ver con la implicación de éstos dentro del sistema explicativo de la cultura que hemos planteado.

 

Hasta aquí he descrito tan sólo el significado que poseen dentro del estudio de la cultura, los conceptos de territorios y productos culturales, pero de forma premeditada he dejado al final, el elemento que les mantiene en una auténtica implicación recíproca.

 

Un territorio cultural existe en cuanto delimita una porción homogénea de la actividad o conducta humana, sin embargo ¿Cuál es la finalidad de tal actividad?, ¿Existen los territorios  culturales con un propósito específico?

 

La respuesta sería afirmativa para ambos cuestionamientos. Como lo expliqué dentro del segundo capítulo del presente estudio, uno de los elementos que inciden dentro de toda actividad humana, es el derivado de la característica del valer.

 

Los bienes o productos culturales, poseen una significación particular y específica dentro del elenco cultural, es decir, la conducta humana derivada de su naturaleza cultural se encuentra ante la impetuosa necesidad de alcanzar ideales, o paradigmas.

 

Detrás de toda conducta humana, existe la aspiración de alcanzar un ideal, una  expectativa social, así como el poder materializarla y trasladarla del mundo ideal a la realidad perceptible.

 

La distinción entre un producto cultural y un producto natural, radica en que el primero deriva de una conducta consciente y orientada del ser humano, con la pretensión de alcanzar un fin específico que materialice la aspiración en un ente perceptible a los sentidos del ser humano, mientras que los productos naturales se encuentran ajenos a cualquier conducta del ser humano, es decir son ajenos a ésta y por tanto no cuentan con una apreciación axiológica ya que son neutros de valor cultural.

 

Como también se señaló en apartados anteriores, los valores también se encuentran clasificados de acuerdo a criterios de uniformidad y de alguna forma de homogeneidad.

 

Por ejemplo, cuando un hombre mediante su conducta compone una melodía determinada, lo que pretende es incorporar al conjunto de sonidos y silencios una característica de valor, dicho valor necesariamente estará  de acuerdo al territorio cultural dentro del cual se inscribe el producto cultural, en este caso la música, y dicho valor ponderará una cualidad de  belleza o desagrado.

 

Una pieza musical no pretende alcanzar una valoración de honestidad o rebeldía, o ser reconocida por su utilidad para desarrollar un trabajo industrial, sino que pretende inscribirse dentro de la tabla de valores destinados a este territorio cultural denominado arte musical.

 

Existen tablas de valores propias y específicas que determinan el paradigma de las conductas humanas dentro de los diferentes territorios culturales, que finalmente serán el motor de la materialización de dicha conducta en productos culturales.

 

El núcleo axiológico de un territorio cultural es el contenido ético (valorativo) por el cual es mensurable el grado de apreciación de un objeto o producto, en una realidad histórica determinada y conforme a ciertos paradigmas socialmente aceptados.[34]

 

Podemos resumir que los núcleos axiológicos en tanto que representan el paradigma que los seres humanos pretenden alcanzar con una conducta determinada, verifican una conexión tanto moral como de comportamiento, entre el territorio cultural en el que se inscriben, y los productos culturales que se pretenden alcanzar. Es dotando precisamente a estos productos culturales del elemento valorativo, que se circunscribe al territorio cultural determinado, como se concibe la finalidad de las conductas y la presentación de dicho producto frente a la colectividad.

 

El filósofo del derecho Agustín Basave dice que:

“Entre los diferentes sectores de la cultura se da una jerarquía: La actividad técnica se subordina a la actividad artística, la actividad artística a la actividad moral, la actividad práctica moral busca el último perfeccionamiento humano. La cultura moral, autónoma por su fin, sirve a la cultura de la vida contemplativa. Belleza, Bien, Verdad, son las tres metas definitivas, los tres trascendentales del ser que realiza el hombre como animal cultural... Como ser itinerante, el hombre realiza su actividad cultural que es transitoria. Pero esta vida cultural transitoria es medio que prepara y que dirige el hombre a su último fin...”[35]

 

 

Como ya quedó explicado en el capítulo anterior, los valores determinan en gran medida la calidad que es atribuida a los objetos de la cultura, presentándose un proceso de valoración que como ya vimos, no radica simplemente en la subjetividad ni en la objetividad del objeto que se percibe, sino que implica un proceso que integra tanto las cualidades propias y esenciales de la cosa, como la posibilidad subjetiva de un proceso de valoración particular (subjetivo).

 

A continuación expondré un ejemplo que explica a un territorio cultural en función con el producto cultural y la forma en que se presenta su respectivo núcleo axiológico.

 

En la relación Ciencia-Conocimiento-Verdad. Si hablamos del territorio cultural llamado ciencia como vimos en un apartado anterior, podremos señalar de manera clara la distinción entre el territorio denominado ciencia y el producto cultural de dicho territorio que será indiscutiblemente el conocimiento.

 

Así podemos distinguir de manera muy clara el producto denominado conocimiento, como la consecuencia directa de la actividad humana dentro de éste territorio cultural.

 

Sin embargo, ¿Cuál es el elemento que da conexión, y determina la aspiración que pretende realizar la conducta?

 

Sin duda alguna, es necesario tender un puente de conexión entre el territorio donde se inscribe la conducta humana y el producto en cuestión, por lo que debemos concluir que hay una relación entre:

 

1)      Un ser humano que desarrolla una conducta dentro del territorio científico.

2)      Un resultado o producto que obtiene y que es el conocimiento científico.

3)      La cualidad, elemento axiológico o valorativo que pondere será necesariamente una calificación o grado, ya sea de verdad o falsedad de dicho conocimiento.

 

El producto cultural realizado dentro del territorio específico, posee un elemento valorativo que es posible que le sea atribuido, por tal motivo como quedó explicado líneas atrás, dentro de cada territorio de la cultura.

 

La tabla que se presenta en la página siguiente, representa de manera gráfica, la relación que existe entre algunos de los sectores de la cultura más frecuentemente reconocidos por los autores, y los productos o bienes culturales, así como los valores que aspiran a realizar.


 

Cultura

 
 

 

 

 


TERRITORIOS

 

 

 

PRODUCTOS

 

 

VALORES

 

ARTE

 

 

 

OBRA DE ARTE

 

 

BELLEZA

 

CIENCIA

 

 

 

CONOCIMIENTO

 

 

VERDAD

 

RELIGIÓN

 

 

 

VIDA ESPIRITUAL

 

 

PAZ INTERIOR

FOLKLORE

 

 

 

ARTESANÍAS

 

 

ESTÉTICA

 

COCINA

 

 

 

COMIDA

 

 

AGRADO

 

DEPORTE

 

 

 

VIDA DEPORTIVA

 

 

SALUD FÍSICA

 

DERECHO

 

 

 

NORMA JURÍDICA

 

 

JUSTICIA

 

 

 

 



[1] Cabe aclarar que el caso de los anacoretas y los misántropos, se consideran como excepciones aisladas de sociópatas, por lo que en nada contravienen la naturaleza social del hombre que aquí se plantea.

[2] Aristóteles. La Política. Editorial Austral. No.239. 21ed. México 1991. pp. 23 y 24.

[3] Ibid. p.23.

[4] Hersvokits Melville J. El hombre y sus obras. Editorial Fondo de Cultura Económica, México 1981. pp. 275 y 276.

[5] Cfr. Fromm Eric, Marx y su concepto del Hombre. Fondo de Cultura Económica. México 1962. pp. 9-10.

[6] Herrendorf Daniel E. El Estado actual de la Teoría General del Derecho, Editorial Cárdenas. La Mesa Baja California 1990. p. 29.

 

[7] Ibid. p. 31.

[8] Recaséns Siches Luis. Introducción al Estudio del Derecho. Editorial Porrúa, México 1999, p. 25.

 

[9] Idem.

[10] Corominas Joan. Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana. Editorial Gredos. 3ª. Edición. Madrid 2000.p. 185.

 

[11] Recaséns. Op. Cit. p. 26.

[12] Romo Michaud Javier. Apuntes de la clase de Filosofía del Derecho. Facultad de Derecho, UNAM, México 2001.

[13] Frondizi Risieri, Op. Cit. p.17.

[14] García Morente Op. Cit. p. 375.

[15] Larroyo Francisco. Los Principios de la Ética Social. Editorial Porrúa. 16ª edición. México 1981. p. 127.

[16] Frondizi Risieri, Op. Cit. p.15.

[17] Ibid. p.20.

[18] Larroyo Francisco, Op. Cit. p.127.

[19] Frondizi Risieri, Op. Cit. p.21.

[20] Larroyo Francisco, Op. Cit. p.128.

[21] Recaséns Siches, Luis. Op. Cit. p.69.

[22] En García Máynez Eduardo. Ética. Editorial Porrúa. 6ª Edición. México 1959. p. 247.

[23] Frindizi Risieri. Op. Cit. p. 195.

 

[24] García Morente. Op.Cit. p. 373.

[25] García García Fernando Augusto. Fundamentos Éticos de la Seguridad Social. S.E.  México 1977. p.15.

[26] Larroyo Francisco, Op. Cit. p.47.

[27] Recasens Siches, Op. Cit. p.115.

[28] Foucoult Michel. La Arqueología del Saber. 19ª edición, Editorial Siglo Veintiuno. Madrid 1999. p. 306.

[29] Larroyo, Francisco. Op. Cit. p.49.

[30] Cobos González, Rubén, et. al. Introducción a las Ciencias Sociales I, Editorial Porrúa. Primera Parte, 29ª edición. México 1992. p.103.

[31] Cfr. Linton Ralph, Estudio del hombre . Fondo de Cultura Económica. Décima edición. México  1974. pp. 94-95.

 

[32] Beals, Ralph. Introducción a la Antropología. Editorial Aguilar. Madrid, 1969. p. 293. 

[33] Hersvokits, Melville. Op. Cit. p.31.

[34] Cfr. García García, Fernando Augusto. Op. Cit. p.57.

[35] Basave Fernandez del Valle, Agustín. Filosofía del Derecho, Editorial Porrúa. México 2001. p.548.



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